Discursos 2001 10


AL CUERPO DIPLOMÁTICO


ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE


13 de enero de 2001

: Excelencias,
Señoras y Señores,

1. Agradezco a cada uno de Ustedes los buenos deseos que su Decano, el Embajador Giovanni Galassi, con tanta delicadeza ha sabido expresar y presentarme en nombre de todos. Muy cordialmente correspondo con mis mejores votos para cada uno de ustedes, para que Dios bendiga sus personas y sus naciones y conceda a todos un año próspero y feliz.

Pero una pregunta viene enseguida a la mente: ¿Qué es un año feliz para un diplomático? El espectáculo que ofrece el mundo en este mes de enero de 2001 podría hacer dudar de la capacidad de la diplomacia para hacer reinar el orden, la equidad y la paz entre los pueblos.

Sin embargo, no debemos resignarnos a la fatalidad de la enfermedad, de la pobreza, de la injusticia o de la guerra. Es cierto que, sin la solidaridad social o el recurso al derecho y a los instrumentos de la diplomacia, estas terribles situaciones serían aún más dramáticas y podrían incluso llegar a ser insolubles. Gracias pues, Señoras y Señores, por su acción y por sus esfuerzos constantes en favor del entendimiento y de la cooperación entre los pueblos.

2. El impulso del Año Santo, recién acabado y los diversos "jubileos" que han reunido y motivado a hombres y mujeres de todas las razas, edades y condiciones, ha demostrado, si había necesidad, que la conciencia moral está aún muy viva y que Dios habita en el corazón del hombre. Ante ustedes me limitaré a recordar el "Jubileo de los Responsables de los Gobiernos, de los Parlamentarios y Políticos" de primeros de noviembre. El Papa ha tenido gran consuelo espiritual al ver tan buena voluntad y tanta disponibilidad en acoger la gracia de Dios. Así, una vez más, se ha demostrado la verdad de lo que tan magníficamente proclama la Constitución pastoral "Gaudium et spes" del Concilio ecuménico Vaticano II: "La Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas por su Espíritu, para que pueda responder a su máxima vocación; y que no ha sido dado a los hombres bajo el cielo ningún otro nombre en el que haya que salvarse. Igualmente, cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro" (n. 10).

3. Siguiendo a los pastores, a los magos y a todos los que, después de dos mil años, se han acercado al portal, también la humanidad actual se ha parado algunos instantes en el día de Navidad para mirar al Niño Jesús y para recibir un poco de esta luz que ha acompañado su nacimiento y que continua a alumbrar las noches de los hombres. Esta luz nos dice que el amor de Dios será siempre más fuerte que el mal y la muerte.

Esta luz indica el camino de todos los que en nuestro tiempo se esfuerzan en Belén y en Jerusalén sobre el camino de la paz. Nadie debe aceptar, en esta parte del mundo que acogió la revelación de Dios a los hombres, la banalización de un tipo de guerrilla, la persistencia de la injusticia, el desprecio del derecho internacional o la marginación de los Lugares Santos y de las exigencias de las comunidades cristianas. Israelitas y Palestinos no pueden proyectar su futuro mas que juntos, y cada una de las dos partes debe respetar los derechos y tradiciones de la otra. Es el tiempo de volver a los principios de la legalidad internacional: prohibición de la apropiación de territorios por la fuerza, derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, respeto de las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas y de las Convenciones de Ginebra, por citar sólo los más importantes, Si no es así, todo puede fracasar: desde las iniciativas unilaterales arriesgadas hasta una extensión difícilmente controlable de la violencia.

11 Esta misma luz llega a todas las demás regiones de nuestro planeta donde hombres han elegido la violencia armada para hacer valer sus derechos o sus ambiciones. Pienso en este momento en Africa, continente en el cual circulan demasiadas armas y donde demasiados países tienen una democracia incierta y una corrupción devastadora, donde el drama argelino y la guerra al sur del Sudán continúan masacrando sin sentido a las poblaciones; no puedo olvidar el caos que ha sumido a los países de la Región de los Grandes Lagos. Es por ello que se debe acoger con satisfacción el acuerdo de paz alcanzado el pasado mes en Argel entre Etiopía y Eritrea, así como los esfuerzos felizmente concluidos en Somalia con vistas a una vuelta progresiva a la normalidad. Más cerca de nosotros, debo mencionar -y con cuánta tristeza- los atentados terroristas que siembran la muerte en España y que hieren a todo el País y humillan a Europa entera, que está a la búsqueda de su identidad. Es hacia Europa a donde miran tantos pueblos como un modelo en el cual inspirarse. ¡Que Europa no olvide jamás sus raíces cristianas que han hecho fecundo su humanismo! ¡Que sea generosa con quienes -individuos o naciones- llaman a su puerta!

4. La luz de Belén que se dirige "a los hombres de buena voluntad" nos hace presente el deber de combatir, siempre y en todas partes, la pobreza, la marginación, el analfabetismo, las desigualdades sociales o la vergonzosa trata de seres humanos. Nada de esto es inevitable y nos debemos felicitar de que en reuniones e instrumentos internacionales hayan permitido solucionar, al menos en parte, estas llagas que ofenden a la humanidad. El egoísmo y la ambición de poder son los peores enemigos del hombre. Están, de diversos modos, en el origen de todos los conflictos. Esto se constata en particular en ciertas zonas de América del sur, donde las desigualdades socioeconómicas y culturales, la violencia armada o la guerrilla, la puesta en tela de juicio de las conquistas democráticas, debilitan el entramado social y hacen perder a las poblaciones la confianza en el futuro. Es preciso ayudar a este inmenso Continente para que haga fructificar todo su patrimonio humano y material.

La desconfianza y las luchas, lo mismo que las secuelas de las crisis del pasado, pueden efectivamente ser superadas por la buena voluntad y la solidaridad internacional. Asia nos aporta la prueba con el diálogo entre las dos Coreas y con el proceso de Timor Oriental hacia la independencia.

5. El creyente -y particularmente el cristiano- sabe que es posible otra lógica. Yo la resumiría en unas palabras que podrían parecer demasiado simples: ¡todo hombre es mi hermano! Si estamos convencidos de que hemos sido llamados a vivir juntos, de que es bueno conocerse, amarse y ayudarse, el mundo sería radicalmente diferente.

Mientras pensamos en el siglo que ha terminado, se impone una consideración a este respecto: pasará a la historia como el siglo que ha visto las mayores conquistas de la ciencia y de la técnica, pero también como el siglo en el que la vida humana ha sido menospreciada de la manera más brutal.

Me refiero sobre todo a las crueles guerras que han surgido en Europa, a los totalitarismos que han dominado a millones de hombres y mujeres, pero también a las leyes que han "legalizado" el aborto o la eutanasia, y además a los modelos culturales que han diseminado la ideología del consumismo y del hedonismo a cualquier precio. Si el hombre trastorna los equilibrios de la creación, olvida que es responsable de sus hermanos y no se cuida del entorno que el Creador ha puesto en sus manos, este mundo programado por la sola medida de nuestros proyectos podría llegar a ser irrespirable.

6. Cómo ya lo he recodado en mi mensaje para la Jornada Mundial de la paz del 1 de enero, todos deberíamos aprovechar este año 2001, que la Organización de las Naciones Unidas ha señalado como "Año internacional del diálogo entre las civilizaciones", "para construir la civilización del amor...[que] se apoya en la certeza de que hay valores comunes a todas las culturas, porque están arraigados en la naturaleza de la persona" (n. 16).

Ahora bien, ¿existe algo más común a todos que nuestra naturaleza humana? ¡Sí, en este inicio de milenio, salvemos al hombre! ¡Salvémoslo todos unidos! A los responsables de la sociedad toca proteger la especie humana, procurando que la ciencia esté al servicio de la persona, que el hombre no sea ya un objeto para cortar, que se compra o se vende, que las leyes no estén jamás condicionadas por el mercantilismo o la reivindicaciones egoístas de grupos minoritarios. Cualquier época de la historia de la humanidad no ha escapado a la tentación de cerrarse el hombre en sí mismo con una actitud de autosuficiencia, de dominio, de poder y de orgullo. Pero este riesgo, en nuestros días se ha hecho más peligroso para el corazón de los hombres que, por su esfuerzo científico, creen que pueden llegar a ser dueños de la naturaleza y de la historia.

7. Será siempre tarea de las comunidades de creyentes proclamar públicamente que ninguna autoridad, ningún programa político, ninguna ideología, puede reducir al hombre a lo que es capaz de hacer o de producir. Los creyentes tienen el deber imperioso de recordar a todos y en todas las circunstancias el misterio personal inalienable de cada ser humano, creado a imagen de Dios, capaz de amar a la manera de Jesús.

Desearía ahora reiterarles y reiterar por su medio a los gobernantes que les han acreditado ante la Santa Sede, la determinación de la Iglesia católica a defender al hombre, su dignidad, sus derechos y su dimensión trascendente. Tanto si algunos se resisten a reconocer la dimensión religiosa del hombre y de su historia, como si otros quisieran reducir la religión a la esfera de lo privado, o bien otros persiguen todavía a las comunidades de creyentes, los cristianos seguirán proclamando que la experiencia religiosa forma parte de la experiencia humana. Es un elemento vital para la construcción de la persona y de la sociedad a la que pertenecen los hombres. Así se explica el vigor con que la Santa Sede ha defendido siempre la libertad de conciencia y de religión, en su dimensión individual y social. El drama sufrido por la comunidad cristiana en Indonesia o las discriminaciones patentes de las que son víctimas todavía hoy otras comunidades de creyentes, cristianos no, en algunos países de obediencia marxista o islámica, apremian a una vigilancia y a una solidaridad sin fisuras.

8. Éstas son las ideas que me ha inspirado este encuentro tradicional que me permite dirigirme de alguna manera a todos los pueblos de la tierra por medio de sus representantes más cualificados. Os pido transmitir a todos vuestros compatriotas y a los Gobernantes de vuestros países los fervientes votos que el Papa hace por sus intenciones. A través de esta historia en la que somos actores, tracemos el camino del milenio que comienza. Todos juntos, ayudémosnos unos a otros a ser dignos de la vocación a la que les he llamado: ¡formar una gran familia feliz de sentirse amada por Dios que nos quiere hermanos! ¡Que el Altísimo les bendiga a todos, así como a sus seres queridos!










AL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA


12

Lunes 15 de enero de 2001



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos alumnos del Almo Colegio Capránica:

1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial, que ya se ha convertido en una agradable tradición, inmediatamente antes de la memoria litúrgica de santa Inés, vuestra patrona particular. Agradezco al cardenal Camillo Ruini, presidente de la comisión episcopal encargada de la dirección del Colegio, las palabras con que ha interpretado los sentimientos de todos los presentes. Extiendo mi saludo cordial a los obispos de la comisión, al rector, monseñor Michele Pennisi, a los superiores y a vosotros, amadísimos seminaristas de la comunidad del Capránica. Con toda razón vuestra comunidad figura entre las más antiguas e ilustres instituciones dedicadas a la formación espiritual y teológica de los presbíteros de la diócesis de Roma, y está abierta al servicio de las diócesis de Italia y de otros países.

Vuestra visita cobra este año un significado particular, puesto que se realiza pocos días después de la conclusión del jubileo, que ha dejado a toda la comunidad cristiana una gran herencia que debe acoger y hacer madurar, para orientar sus pasos en el nuevo milenio.

2. He trazado las líneas esenciales de esta valiosa herencia y las he presentado a la reflexión de todos los creyentes, en este paso de siglo y de milenio, en la carta apostólica Novo millennio ineunte. He querido firmar este documento en presencia de la comunidad eclesial, durante la solemne celebración litúrgica al término del jubileo. Me agrada proponer hoy a vuestra consideración esta carta, invitándoos a reflexionar en ella, para que inspire vuestro camino personal y comunitario. De modo especial, deseo recomendaros que profundicéis en lo que considero el núcleo esencial de la herencia del jubileo: el compromiso de recomenzar desde Cristo. ¿No es la contemplación del rostro de Cristo el centro de toda la formación humana, cultural y espiritual a la que os estáis dedicando como candidatos al ministerio ordenado?

Precisamente porque estáis llamados a seguir más de cerca al Maestro, estáis invitados a ser asiduos "contempladores de su rostro" (Novo millennio ineunte ). Así, podréis ser, también vosotros, testigos y guías para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, capacitándoos para ayudarles a descubrir la belleza y la majestad de Cristo.

"Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21): el deseo expresado por algunos peregrinos griegos poco antes de la Pascua es el mismo que brota del corazón de muchos de nuestros contemporáneos. Como Felipe y Andrés (cf. Jn Jn 12,22), también vosotros debéis ayudarles para que hagan una experiencia directa del Maestro divino. Esto supone en vosotros mismos una comunión profunda y habitual con él, gracias a una orientación constante de vuestra actividad y de vuestra vida misma hacia la persona de Cristo. Cuanto más fija esté vuestra mirada en su rostro, tanto más seréis capaces de seguir fielmente sus pasos. Así, avanzaréis por el camino de la espiritualidad y conoceréis la alegría que es propia de los auténticos obreros del Evangelio.

3. ¡Recomenzar desde Cristo! Este ha de ser vuestro programa en esta fase inicial del nuevo milenio. El Resucitado está siempre presente y obra misteriosamente en la comunidad de sus discípulos. Su promesa: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) constituye un constante consuelo.

Amadísimos alumnos, en este esfuerzo nos sostienen el ejemplo y la intercesión de los innumerables santos y mártires que, a lo largo de veinte siglos de historia, han permanecido fieles a Cristo. ¡Cuántos de ellos han cubierto de gloria a nuestra venerable Iglesia de Roma! Entre estos amáis particularmente a vuestra patrona especial, santa Inés, que vivió y testimonió su adhesión personal a Cristo mediante la virginidad y el martirio.

13 Os encomiendo a la intercesión celestial de esta mártir romana, para que seáis asiduos contempladores del rostro de Cristo. María, Madre de la Iglesia, os proteja también y os obtenga a cada uno un año lleno de frutos espirituales y culturales. Con estos sentimientos, os imparto a vosotros, alumnos aquí presentes, a vuestros superiores y formadores y a toda la comunidad del Capránica, una bendición apostólica especial.








A LAS FUERZAS DE SEGURIDAD


QUE PRESTAN SERVICIO EN TORNO AL VATICANO


Lunes 15 de enero de 2001



Señor director;
señores funcionarios y agentes:

1. ¡Bienvenidos a este encuentro al comienzo del año! Saludo al director general, doctor Roberto Scigliano, y le agradezco los sentimientos que ha querido manifestarme en nombre de todos. Deseo saludar cordialmente al jefe de la Policía, al prefecto de Roma y a los directivos de los cuerpos especiales de la Policía de Estado, que colaboran para garantizar la seguridad en vuestra Inspectoría.

Os saludo con mucho afecto a cada uno de vosotros, queridos agentes, que trabajáis diariamente con discreción y eficiencia. También os agradezco de corazón el significativo regalo que me hacéis hoy, la cruz de Cristo, signo de esperanza y salvación para todo cristiano.

2. Me alegra particularmente esta circunstancia, que me brinda la oportunidad de expresaros, con renovada estima, mi agradecimiento por cuanto habéis realizado, no sin sacrificio, durante el gran jubileo del año 2000.

Gracias a Dios -como ha dicho el director general-, las intensas jornadas jubilares han transcurrido sin graves episodios de desorden o peligro. Al contrario, sin duda ha reinado un clima de serenidad. Precisamente por esto siento la necesidad de felicitar a las Fuerzas de seguridad, que han sabido prevenir y vigilar, en beneficio de todos.

Cuando pienso en los acontecimientos que la Providencia nos ha permitido vivir, especialmente la Jornada mundial de la juventud, pero también los jubileos de las familias, de los trabajadores, de los discapacitados y muchas otras citas jubilares, me doy cuenta de cuántas dificultades habéis debido afrontar. Os he visto colaborar con inteligencia y generosidad con los voluntarios del jubileo. Para numerosos peregrinos, familias y grupos, habéis sido un punto seguro de referencia.
Por esto os doy las gracias de corazón a cada uno en nombre de la Iglesia, y estoy seguro de que vuestro servicio durante este año ha granjeado estima y aprecio además de a vosotros, también a las instituciones del Estado.

3. Albergo la esperanza de que, aunque os hayáis dedicado a cumplir vuestro deber, hayáis podido beneficiaros del clima de fe y de fiesta cristiana que en los meses pasados se ha vivido de modo intenso aquí en Roma, especialmente en torno a las basílicas mayores. También vale para vosotros lo que he escrito en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Es imposible medir la efusión de gracia que, a lo largo del año, ha tocado las conciencias. Pero ciertamente, un "río de agua viva" (...) se ha derramado sobre la Iglesia" (n. 1).

14 Ahora es tiempo de encauzar esta agua saludable en los espacios ordinarios de la vida, en las ocupaciones diarias: en la familia, en el trabajo, en las relaciones interpersonales y sociales, y en el tiempo libre. Como ha recordado oportunamente el doctor Scigliano, el jubileo ha terminado, pero ha dejado en nuestro corazón una huella indeleble. ¡Nada podrá ser como antes! Esto vale ante todo para los creyentes, a quienes un nuevo entusiasmo debe impulsar a huir de componendas y mediocridades, animándolos a realizar en cada campo lo mejor. Esta invitación se extiende incluso a quien no se declara creyente. En efecto, de la buena voluntad de todos dependerá lograr que uno de los efectos del jubileo sea, como conviene, una "salud" mejor, por decirlo así, de todo el cuerpo social.

Queridos amigos, al reanudar el ritmo ordinario de vuestra actividad, difundid en torno a vosotros serenidad y confianza. Que en vuestro servicio diario os acompañe la protección de María, que vela maternalmente por vosotros y por vuestras familias. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en mi oración y, al mismo tiempo que os expreso mis mejores deseos a vosotros y a vuestros seres queridos por el año que acaba de comenzar, os bendigo de corazón a todos.








A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN LACIO,


DEL AYUNTAMIENTO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA


Jueves 18 de enero de 2001



Señores y señoras:

1. También este año tengo el agrado de recibiros juntos para nuestro tradicional intercambio de felicitaciones al comienzo de un nuevo año. Así, se confirman y fortalecen los vínculos, enraizados en la historia bimilenaria, que unen al Sucesor de Pedro con la ciudad de Roma, con su provincia y con la región del Lacio.

Saludo cordialmente al presidente de la Junta regional del Lacio, honorable Francesco Storace, al alcalde de Roma, honorable Francesco Rutelli, y al presidente de la provincia de Roma, honorable Silvano Moffa. Les estoy muy agradecido por las amables palabras que han querido dirigirme en nombre de las administraciones que encabezan. Saludo, asimismo, a los presidentes de las juntas respectivas y a todos vosotros aquí presentes.

2. Este encuentro tiene lugar pocos días después de la conclusión del gran jubileo: siento la necesidad de expresaros mi más profunda gratitud a todos vosotros y a las instituciones que representáis por la cualificada y generosa contribución que habéis dado para que este Año jubilar se celebrara del mejor modo posible. Este año quedará grabado en la memoria de todos nosotros y también en la historia de la Iglesia y de la familia humana como un tiempo de bendición y gracia.
A los creyentes nos ha ayudado y estimulado a vivir con renovada intensidad nuestra relación con Jesucristo. La experiencia jubilar ha permitido asimismo reforzar y traducir en gestos concretos la fraternidad universal que constituye el fundamento seguro de todo auténtico progreso social y civil. Al término del gran jubileo la ciudad, la provincia de Roma y la región del Lacio se han beneficiado seguramente gracias a una cooperación provechosa, mediante la cual las instituciones religiosas y laicas han trabajado juntas activamente para acoger a los peregrinos y visitantes de todos los rincones de la tierra.

A este propósito, no puedo olvidar el apoyo que habéis brindado a las grandes citas jubilares, entre las que destaca la Jornada mundial de la juventud. El esfuerzo por lograr que Roma y el Lacio fueran lo más acogedores y hospitalarios posibles, acompañando con oportunas medidas e iniciativas institucionales la gran disponibilidad y generosidad de nuestras poblaciones, ha dado óptimos frutos, y se propone como experiencia que conviene desarrollar también en el futuro. De este modo, el jubileo seguirá produciendo sus efectos benéficos no sólo en la comunidad religiosa, sino también en la civil.

3. Todo el bien que hemos recibido durante el Año santo nos invita a afrontar con impulso y confianza renovados las tareas y las responsabilidades que nos esperan ahora. En vuestra función de administradores públicos, el punto de referencia seguro y luminoso sigue siendo la búsqueda tenaz y concreta del bien común, sobre todo en los sectores relacionados más estrechamente con la vida de los ciudadanos, los valores que deben animarla, los obstáculos y los problemas que a veces la dificultan.

Siento el deber de atraer vuestra atención, ante todo, hacia el gran tema de la familia y el papel fundamental que desempeña para el crecimiento y la formación de las nuevas generaciones, así como para el desarrollo de las relaciones humanas basadas en el amor y en la solidaridad. La familia debe ser el centro de las políticas sociales, y hay que respetar su identidad propia de unión estable entre el hombre y la mujer fundada en el matrimonio, que jamás puede equipararse con otras formas de relación. Me complacen las iniciativas que vuestras administraciones han emprendido en favor de la familia, reconociéndole la "subjetividad social" y ayudándole a afrontar sus necesidades más importantes, con particular atención a las familias recién formadas. De igual manera es preciso pensar en los ancianos, cada vez más numerosos en Roma y en el Lacio, especialmente por lo que respecta a la soledad que caracteriza la vida de gran parte de ellos.

15 Precisamente el envejecimiento de la población muestra cuán urgentes son una cultura, una política y una organización social realmente favorables a la vida. Por tanto, merecen un apoyo sincero las propuestas y las medidas en favor de la maternidad y de la tutela de la vida desde su concepción hasta su ocaso natural: aquí se plantea un desafío fundamental para nuestro futuro.

4. Gran compromiso merece asimismo el capítulo relativo a la educación de los niños, los muchachos y los jóvenes. A este propósito, no tengáis miedo de emprender iniciativas valientes con respecto a la efectiva equiparación escolar y a la valoración de estructuras como, por ejemplo, los oratorios parroquiales, que contribuyen en gran medida a brindar una sana formación y a prevenir formas preocupantes de malestar juvenil.

Y ¿qué decir de la sanidad? En este ámbito no sólo son importantes la calidad técnica y la oportunidad de las prestaciones, sino también el afecto y la atención solícita a los enfermos y a sus familiares. Hoy, además, el ámbito de la sanidad tiende a ampliarse, relacionándose con una serie de condiciones que pueden mejorar la calidad de la vida. Doy gracias a Dios porque en nuestra ciudad y en la región se están llevando a cabo importantes iniciativas para garantizar una mayor capacidad de asistencia sanitaria, que beneficiarán probablemente incluso a las poblaciones de otras regiones. Permitidme subrayar la necesidad de que, en la continua y rápida evolución que están sufriendo las estructuras sanitarias, no se reduzca el espacio de la asistencia espiritual a los enfermos y a todo el personal sanitario, sino que, por el contrario, se respete y conserve íntegramente. Se trata de una contribución particularmente cualificada para una plena humanización de la medicina.

5. Existen, además, los numerosos problemas de la potenciación del entramado productivo y del desarrollo de las capacidades de innovación, de las que dependen en gran parte la seguridad económica y el empleo. Ciertamente, las administraciones públicas no pueden resolver todo por sí mismas. Pero están llamadas a dar en estos campos un estímulo y una orientación indispensables, asegurando, en lo que de ellas depende, las condiciones sin las cuales no sería posible ese desarrollo. No sólo me refiero a los aspectos estructurales, técnicos y organizativos, sino también a la formación de las personas, pues sabemos que precisamente las personas constituyen, incluso desde el punto de vista económico, el recurso primario y principal.

Un último punto que quisiera mencionar es el de la seguridad de los ciudadanos. Se trata de una exigencia evidente para todos y singularmente seria en algunas áreas urbanas y suburbanas. La adopción de medidas eficaces también en este campo sería de gran ayuda para aumentar la confianza en las instituciones y el sentido de una ciudadanía común. Además, esto facilitaría la acogida y la integración de los numerosos inmigrantes que llegan a Roma y al Lacio animados por el deseo de un trabajo honrado y mejores condiciones de vida.

6. Honorables representantes de las administraciones regional, provincial y municipal, me he permitido subrayar con vosotros algunos temas de gran interés para el bien de nuestras poblaciones. A la vez que os agradezco el apoyo que dais a la vida y a las actividades de la Iglesia, deseo aseguraros que, en cada uno de esos campos, las comunidades cristianas de Roma y del Lacio prestarán su contribución cordial y desinteresada.

Encomiendo al Señor en la oración todos vuestros proyectos y propósitos de bien, y pido a María santísima que proteja y acompañe, con su poderosa intercesión, vuestras personas y vuestras actividades.

Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a todos los que viven en Roma, en su provincia y en el Lacio, la bendición apostólica.










A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA


EVANGÉLICA LUTERANA DE FINLANDIA


Viernes 19 de enero de 2001




Excelencia;
queridos amigos de Finlandia:

16 Con particular alegría os doy la bienvenida al Vaticano inmediatamente después de la conclusión del gran jubileo del año 2000. Durante ese tiempo especial de gracia numerosas personas han vivido una profunda renovación espiritual. El Señor nos conceda comenzar este nuevo milenio con confianza firmemente enraizada en el misterio salvífico de su muerte y resurrección.

Conservo un vivo recuerdo de las grandes liturgias y los encuentros ecuménicos que hemos celebrado durante el Año santo. Entre estos, figura la solemne inauguración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, con la apertura de la Puerta santa en la basílica de San Pablo extramuros, donde acogí con alegría al obispo Ville Riekkinen, de Kuopio, acompañado por numerosos miembros de la delegación de la Iglesia evangélica luterana de Finlandia presentes en Roma con ocasión de la fiesta de san Enrique. También durante la conmemoración de los testigos de la fe en el Coliseo participaron distinguidos representantes venidos de todo el mundo. Esos acontecimientos han expresado nuestra fe común en Jesucristo, Señor de todos los tiempos y de todos los pueblos, "el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8).

Me ha agradado saber que, bajo la guía del Consejo ecuménico finlandés, los cristianos de Finlandia celebraron juntos el gran jubileo, con el tema "Milenio 2000, año de esperanza". Durante ese año, la celebración del VII centenario de la catedral de Turku, a la que asistieron muchas delegaciones ecuménicas, fue un recuerdo elocuente de nuestra historia común. El jubileo también brindó la ocasión de asegurar que las cuestiones de justicia con respecto a los pobres y los marginados sean cada vez más importantes no sólo para los cristianos de Finlandia, sino también para toda la sociedad finlandesa. En este sector los cristianos de vuestro país trabajaron juntos con eficacia.

Al entrar en el tercer milenio, somos conscientes de la necesidad de comprometernos cada vez más profundamente en la tarea de restablecer la unidad plena y visible entre todos los discípulos de nuestro Señor Jesucristo, para que la verdad salvífica del Evangelio se predique con mayor eficacia a los europeos de hoy. El Espíritu Santo nos guíe en la renovación de nuestra entrega a esta tarea.

Con el recuerdo feliz de mi visita a vuestro amado país hace once años, invoco sobre vosotros y sobre el pueblo de Finlandia las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso. "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" (Ap 1,6).








A LOS PROFESORES Y ALUMNOS


DEL INSTITUTO PONTIFICIO DE MÚSICA SACRA


Viernes 19 de enero de 2001



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos profesores y alumnos del Instituto pontificio de música sacra:

1. Me alegra acogeros con ocasión del XC aniversario de vuestro instituto, fundado por mi venerado predecesor san Pío X en 1910, con sede en el palacio de San Apolinar. Recuerdo la visita que os hice el 21 de noviembre de 1984, y os dirijo con afecto a todos mi saludo cordial. Saludo también a la delegación de Cataluña. Al mismo tiempo, me congratulo con las personalidades que han recibido el doctorado honoris causa por los méritos adquiridos en el campo de la música sacra.

En particular, expreso mi gratitud al arzobispo Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica y vuestro gran canciller, por las amables palabras de felicitación que ha querido dirigirme también en vuestro nombre. Confirmo de buen grado, en esta circunstancia, mi estima y mi satisfacción por el trabajo que todos realizáis con sentido de responsabilidad y apreciada profesionalidad.

En esta ocasión, al repasar la actividad desarrollada hasta ahora y al considerar los proyectos para el futuro, doy gracias a Dios por la obra que ha realizado el Instituto pontificio de música sacra en beneficio de la Iglesia universal. En efecto, la música y el canto no son simple ornato o un adorno añadido a la acción litúrgica. Al contrario, constituyen una realidad unitaria con la celebración, permitiendo la profundización y la interiorización de los misterios divinos.

17 Por tanto, espero que todos vosotros -profesores, discípulos y cultivadores de la música sacra- crezcáis día a día en el amor a Dios, "cantando y salmodiando en vuestro corazón al Señor" (Ep 5,19), y ayudéis a los demás a hacer lo mismo.

2. En efecto, esta es la misión específica que los Sumos Pontífices confiaron desde el comienzo a vuestra benemérita institución. Pienso, ante todo, en el motu proprio de san Pío X, quien, en 1903, gracias a su sensibilidad litúrgica, puso de relieve cómo la música sacra "es parte integrante de la solemne liturgia y participa en su fin general, que es la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles" (Inter sollicitudines: ASS 36 [1903] 332). Fruto principal de esta instrucción fue la institución, en 1910, de la Escuela superior de música sacra. Apenas un año después, san Pío X hizo pública su aprobación de la Escuela con el breve Expleverunt desiderii, y el 10 de julio de 1914 le concedió el título de "pontificia".

También el Papa Benedicto XV, algunos días después de su elevación al trono pontificio, el 23 de septiembre de 1914, declaró que consideraba esa Escuela como una herencia muy querida que le había dejado su predecesor, y que la apoyaría y promovería del mejor modo posible. Asimismo, conviene recordar el motu proprio Ad musicae sacrae del Papa Pío XI, promulgado el 22 de noviembre de 1922, en el que se reafirmaba el vínculo particular entre la Escuela y la Sede apostólica.

Con la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus de 1931, la Escuela, denominada Instituto pontificio de música sacra, fue incluida entre los institutos académicos eclesiásticos, y como tal prosiguió con mayor empeño su laudable actividad al servicio de la Iglesia universal. Numerosos alumnos formados en ella se convirtieron a su vez en formadores en sus respectivas naciones, según el espíritu originario querido por san Pío X.

En esta circunstancia quisiera rendir homenaje a los profesores que han trabajado en vuestro instituto durante muchos años y, de modo particular, a los directores que se han dedicado totalmente a él. Deseo mencionar en especial a monseñor Higini Anglés, director desde 1947 hasta su muerte, acaecida el 8 de diciembre de 1969.

3. El concilio ecuménico Vaticano II, continuando la línea de la rica tradición litúrgica de los siglos anteriores, afirmó que la música sacra "constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (Sacrosanctum Concilium SC 112).

En efecto, desde siempre los cristianos, siguiendo los diferentes tiempos del año litúrgico, han expresado su acción de gracias y su alabanza a Dios con himnos y cánticos espirituales. La tradición bíblica, con las palabras del salmista, exhorta a los peregrinos llegados a Jerusalén a cruzar las puertas del templo alabando al Señor "tocando trompetas, con arpas y cítaras, con tambores y danzas, con trompas y flautas, con platillos sonoros" (cf. Sal Ps 150,3-5). Por su parte, el profeta Isaías exhorta a cantar con la cítara en el templo del Señor, en señal de gratitud, todos los días de la vida (cf. Is Is 38,20).

La alegría cristiana, que el canto manifiesta, debe marcar el ritmo de todos los días de la semana y resonar con fuerza el domingo, "día del Señor", caracterizado por una alegría peculiar. Un vínculo íntimo une entre sí, por una parte, la música y el canto, y, por otra, la contemplación de los misterios divinos y la oración. El criterio que debe inspirar toda composición y ejecución de cantos y música sacra es el de una belleza que invite a la oración. Cuando el canto y la música son signos de la presencia y la acción del Espíritu Santo, en cierto sentido favorecen la comunión con la Trinidad. La liturgia se convierte entonces en opus Trinitatis. Es necesario que el "canto en la liturgia" brote del sentire cum Ecclesia. Sólo así la unión con Dios y la capacidad artística se funden en una síntesis feliz en la que los dos elementos -el canto y la alabanza- impregnan toda la liturgia.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, noventa años después de su fundación, vuestro Instituto, dando gracias al Señor por el bien realizado, quiere dirigir la mirada a los nuevos horizontes que le esperan. Hemos entrado en un nuevo milenio, y la Iglesia está totalmente comprometida en la obra de la nueva evangelización. Que no falte vuestra contribución en esta vasta acción misionera. A cada uno de vosotros se os pide un estudio académico riguroso y una atención constante a la liturgia y a la pastoral. A vosotros, profesores y alumnos, se os pide que valoricéis al máximo vuestras dotes artísticas, conservando y promoviendo el estudio y la práctica de la música y del canto en los ámbitos y con los instrumentos que el concilio Vaticano II indicó como privilegiados: el canto gregoriano, la polifonía sacra y el órgano. Sólo así la música litúrgica podrá desempeñar dignamente su función en el ámbito de la celebración de los sacramentos y, en especial, de la santa misa.

Dios os ayude a cumplir fielmente esta misión al servicio del Evangelio y de la comunidad eclesial. María, que supo elevar a Dios el Magníficat, el canto de la verdadera felicidad, sea vuestro modelo. Inspirándose en las palabras de este canto, la música ha producido a lo largo de los siglos infinitas melodías, y los poetas han desarrollado una vasta y conmovedora antología. Ojalá que a esas voces se una también la vuestra para alabar al Señor y llenarse de júbilo en Dios Salvador.

Por mi parte, os aseguro un recuerdo constante en la oración y, a la vez que os deseo que el nuevo año recién comenzado rebose de gracia, de reconciliación y de renovación interior, os imparto con afecto a todos una especial bendición apostólica.










Discursos 2001 10