Discursos 2001 17


A LOS PARTICIPANTES EN EL SIMPOSIO


"A DIEZ AÑOS DE LA REDEMPTORIS MISSIO"


18

Sábado 20 de enero de 2001



Venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. De buen grado os acojo con ocasión de vuestro interesante simposio, que se celebra a los diez años de la publicación de la encíclica Redemptoris missio. Doy las gracias a cuantos han organizado este simposio y saludo a todos con afecto. En particular, saludo y agradezco al cardenal Jozef Tomko las amables palabras con las que ha introducido este encuentro.

Este simposio, en el alba del nuevo milenio, quiere poner de relieve el valor primario que reviste la evangelización en la vida de la comunidad eclesial. En efecto, la misión ad gentes es la primera tarea que Cristo confió a sus discípulos. Al respecto, resuenan con mucha elocuencia las palabras del divino Maestro: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. (...) He aquí que yo estoy con vosotros (...) hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). Y la Iglesia, recordando siempre el mandato del Señor, no cesa de preocuparse por sus miembros, de volver a evangelizar a quienes se han alejado, y de proclamar la buena nueva a quienes aún no la conocen. "Sin la misión ad gentes -escribí a este respecto en la encíclica que hoy recordamos-, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar" (n. 34).

Teniendo presente todo esto, desde el comienzo de mi pontificado he invitado a toda persona y a todo pueblo a abrir las puertas a Cristo. Este anhelo misionero me ha impulsado a emprender muchos viajes apostólicos; a procurar que toda la actividad de la Sede apostólica se caracterice por su apertura misionera y a favorecer una constante profundización doctrinal de la tarea apostólica, que compete a todo bautizado. Este es el marco en el que nació la encíclica Redemptoris missio, cuyo décimo aniversario celebramos.

2. Hace diez años, cuando publiqué esta encíclica, se celebraba el vigésimo quinto aniversario de la aprobación del decreto misionero Ad gentes del concilio Vaticano II. Por tanto, en cierto modo, la encíclica podía ser la conmemoración de todo el Concilio, cuyo objetivo fue hacer más comprensible el mensaje de la Iglesia y más eficaz su acción pastoral para la difusión de la salvación de Cristo en nuestro tiempo.

Sin embargo, no se trataba de un texto simplemente conmemorativo y evocador de las intuiciones conciliares. Al recoger los grandes temas trinitarios de mis tres primeras encíclicas, deseaba más bien subrayar con vigor la urgencia perenne que siente la Iglesia con respecto a su mandato misionero, e indicar los caminos nuevos para su realización entre los hombres de la época actual.

Quisiera reafirmar aquí estas motivaciones, puesto que la acción misionera dirigida a los pueblos y a los grupos humanos aún no evangelizados sigue siendo necesaria, particularmente en algunas áreas del mundo y en determinados ambientes culturales. Si se mira bien, también la misión ad gentes en estos años resulta necesaria por doquier, a causa de los rápidos y enormes flujos migratorios que llevan a grupos no cristianos a regiones de consolidada tradición cristiana.

En el centro de la actividad misionera está el anuncio de Cristo, el conocimiento y la experiencia de su amor. La Iglesia no puede sustraerse a este mandato explícito de Jesús, porque privaría a los hombres de la "buena nueva" de la salvación. Este anuncio no elimina la autonomía propia de algunas actividades como el diálogo y la promoción humana; por el contrario, las funda en la caridad difusiva y las ordena a un testimonio siempre respetuoso de los demás mediante el discernimiento atento de lo que el Espíritu suscita en ellos.

3. Acaba de concluir el Año jubilar, que ha suscitado en la Iglesia un providencial impulso de entusiasmo religioso. Con la carta apostólica Novo millennio ineunte he indicado a los creyentes de todas las edades y culturas la exigencia de reanudar el camino, partiendo nuevamente desde Cristo. Es evidente que esto implica para la misión ad gentes un nuevo vigor, una renovación de métodos pastorales. Si cada pueblo y cada nación tienen derecho a conocer la buena nueva de la salvación, nuestro deber principal consiste en abrirles las puertas hacia Cristo, mediante el anuncio y el testimonio. Y cuando, a veces, la proclamación del Evangelio y la adhesión pública a Cristo se ven impedidas por diversas razones, el cristiano tiene siempre la posibilidad de colaborar en la obra de la salvación con la oración, el ejemplo, el diálogo y el servicio humanitario.

19 La Iglesia, enraizada en el amor trinitario, es misionera por su misma naturaleza, pero es preciso que llegue a serlo efectivamente en todas sus actividades. Y lo será si vive plenamente la caridad que el Espíritu difunde en el corazón de los creyentes y que -como enseñan los Padres- es "el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe tender" (Redemptoris missio RMi 60).

4. Amadísimos hermanos y hermanas, han pasado diez años desde que, con la encíclica Redemptoris missio, quise estimular a la Iglesia a una misión global ad gentes. Repito esta invitación ahora, al principio de un nuevo siglo y milenio. Toda Iglesia particular, toda comunidad, toda asociación y todo grupo cristiano deben sentirse corresponsables de esta vasta acción en el lugar donde viven y trabajan. En efecto, en todos los estados de vida en la Iglesia -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- existen hoy posibilidades inéditas de cooperación. Se multiplican las situaciones que ponen a los fieles de Cristo en contacto con los no cristianos. Hay organizaciones que permiten trabajar, también en el ámbito internacional, a fin de tutelar los derechos humanos y promover el bien común y mejores condiciones para la difusión del mensaje de la salvación (cf. ib., 82).

Pero no conviene olvidar jamás que la fidelidad del evangelizador a su Señor está en la base de la actividad misionera. Cuanto más santa sea su vida, tanto más eficaz será su misión. La llamada a la misión es una llamada incesante a la santidad. ¡Cómo no recordar cuanto escribí a este propósito en la encíclica! "La vocación universal a la santidad -afirmé entonces y repito hoy- está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión" (ib., 90). Sólo de este modo la luz de Cristo, reflejada en el rostro de la Iglesia, podrá iluminar también a los hombres de nuestra época.

Esta es la tarea principal del Sucesor de Pedro, llamado a garantizar y promover la comunión y la misión universal de la Iglesia. Es deber de la Curia romana y de los obispos, que comparten con él un ministerio tan elevado. Es, además, una responsabilidad a la que no puede sustraerse ningún creyente, independientemente de su edad y condición.

Conscientes de esta responsabilidad, amadísimos hermanos y hermanas, respondamos también nosotros generosamente a este llamamiento continuo del Espíritu Santo. María, Estrella de la nueva evangelización, interceda por nosotros, y nos ayuden con su ejemplo y su protección los santos patronos Teresa del Niño Jesús y Francisco Javier.

Con estos sentimientos, os bendigo de buen grado a todos vosotros y el servicio eclesial que prestáis diariamente.








A LAS RELIGIOSAS AGUSTINAS


SIERVAS DE JESÚS Y DE MARÍA


Lunes 22 de enero de 2001



Amadísimas hermanas:

1. Me alegra acogeros hoy y daros mi cordial bienvenida, al final de las celebraciones con motivo del 150° aniversario del fallecimiento de la madre María Teresa Spinelli, fundadora de vuestra congregación religiosa. Os saludo con afecto a todas y, en especial, a la superiora general, madre Atanasia Buhagiar, a sus consejeras y a cuantos, con diferentes funciones, componen el comité organizador de las fiestas conmemorativas. Con esta visita deseáis reafirmar vuestra sincera devoción al Vicario de Cristo y vuestra plena adhesión a su magisterio, según el espíritu de vuestra fundadora, que os ha dejado como herencia la consigna de una fidelidad sin reservas al Sucesor de Pedro.

Justamente contempláis a esta mujer extraordinaria con profunda admiración. Nació en Roma en 1789. Habiendo abrazado la vida religiosa en 1827, fue humilde y generosa imitadora de santa Rita de Casia. Estoy seguro de que el estudio, que habéis realizado durante este año, de las fuentes de su espiritualidad y de su obra suscitará en cada una de vosotras, sus hijas espirituales, una viva conciencia de la validez y la actualidad de su método apostólico. Así podréis dar una significativa contribución al esfuerzo de la nueva evangelización, que implica a toda la comunidad eclesial.

2. Con ocasión de este importante aniversario, tenéis el propósito de reflexionar en las intuiciones carismáticas que caracterizaron el nacimiento de vuestra familia religiosa. Esta vuelta a las raíces, que la Iglesia propone con insistencia a los institutos religiosos, no consiste en mirar con nostalgia al pasado. Más bien se trata de reanudar en nuestros días, con renovado entusiasmo, el compromiso de los orígenes, manteniendo inalterado el espíritu de los fundadores, aunque con las oportunas adaptaciones que imponen las nuevas situaciones.

20 Acaba de concluir el Año santo y con la carta apostólica Novo millennio ineunte he querido invitar a la Iglesia a "remar mar adentro". Amadísimas hermanas, os lo repito a vosotras: ¡es preciso recomenzar desde Cristo! Sí, también para vosotras ha de ser el compromiso principal. No apartéis vuestra mirada del rostro del Señor: contempladlo en la oración continua y servidlo mediante la acción caritativa entre los humildes y los necesitados.

Esforzaos por armonizar la dimensión contemplativa y el impulso misionero, que constituyen los dos pilares fundamentales de vuestra identidad religiosa, según el ejemplo comprometedor de la madre Spinelli.

3. Quien permanece en contacto incesante con el Señor es capaz de responder mejor a las expectativas de los hombres, especialmente de los que atraviesan dificultades. "El Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres" (Vita consecrata
VC 82). Lo comprendió muy bien vuestra fundadora, que se sintió impulsada a brindar el calor de una familia a numerosas criaturas privadas de la natural. Sólo quien se ha encontrado personalmente con Cristo puede hablar de él con eficacia al corazón de sus hermanos y llevarlos a hacer una experiencia tan profunda de su amistad que se sientan interiormente tocados y transformados.
Vuestra madre fundadora y sus primeras compañeras, impregnadas de espiritualidad agustiniana, pudieron realizar un modelo de comunión basado en el de la primera comunidad apostólica. También vosotras debéis seguir caminando en esa dirección, recordando muy bien que la centralidad de la vida fraterna, expresada en la Regla de san Agustín de Hipona, consiste en ser realmente "cor unum et anima una in Deum".

4. Amadísimas hermanas, sois parte viva de la Iglesia, y vuestra madre fundadora solía repetir: "Entrego de corazón mi vida a Dios para gastarme por el bien de la Iglesia y de los pobres pecadores". Seguid su ejemplo; caminad tras sus huellas, orando a diario en comunidad por cuantos trabajan en favor de la preservación de la fe y la difusión del mensaje evangélico.

Imploro sobre cada una de vosotras la continua asistencia de la Virgen santísima, para que, con la ayuda de ella, Madre y modelo de toda consagración, podáis ser fieles a vuestra vocación.

Con estos deseos, os imparto de corazón una especial bendición apostólica a vosotras, al consejo general, a los miembros de vuestra familia religiosa y a cuantos se unen a vosotras en esta significativa celebración jubilar.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LAS DELEGACIONES DE IGLESIAS


Y COMUNIDADES ECLESIALES


Jueves 25 de enero de 2001


Me alegra mucho este momento convival, que me brinda la ocasión propicia para expresaros una vez más mi gratitud a cada uno de vosotros, venerados y queridos hermanos, que habéis querido participar en esta celebración.

(en francés)
Queridos hermanos, me alegra pasar este momento convival con vosotros, aprovechando la ocasión para agradeceros vuestra presencia cordial en la celebración de clausura de la Semana de oración por la unidad.

(en inglés)
21 Nuestra oración común ante la tumba del apóstol san Pablo ha sido una fuente de gran alegría para mí. Doy gracias al Señor por este conmovedor signo de nuestro compromiso en favor de la unidad de los cristianos al comienzo del tercer milenio. De un modo muy especial, deseo expresaros mi gratitud a cada uno de vosotros por vuestra presencia hoy. Que Cristo, "el camino, la verdad y la vida", siga guiándonos y sosteniéndonos en la fidelidad a su voluntad de que todos seamos uno.

(en alemán)
Me alegra compartir con vosotros estos momentos de comunión fraterna, después de haber presentado en la oración común nuestras peticiones al Señor.

Deseo dar las gracias en particular a:

la delegación del patriarcado ecuménico, en representación de Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico;

la delegación del patriarcado greco-ortodoxo de Alejandría, en representación de Su Beatitud Petros VII, patriarca greco-ortodoxo de Alejandría y de toda África;

la delegación del patriarcado greco-ortodoxo de Antioquía, en representación de Su Beatitud Ignace IV Hazim, patriarca greco-ortodoxo de Antioquía y de todo Oriente;

la delegación del patriarcado de Moscú, en representación de Su Santidad Alexis II, patriarca de Moscú y de todas las Rusias;

la delegación del patriarcado de Serbia, en representación de Su Beatitud Pavle, patriarca serbio;

la delegación del patriarcado ortodoxo de Rumanía, en representación de Su Beatitud Teoctist, patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana;

la delegación de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria, en representación de Su Beatitud Maxime, metropolita de Sofía y patriarca de Bulgaria;

22 la delegación de la Iglesia ortodoxa de Grecia, en representación de Su Beatitud Christódoulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia;

la delegación de la Iglesia ortodoxa de Polonia, en representación de Su Beatitud Sawa, metropolita ortodoxo de Varsovia y de toda Polonia;

la delegación de la Iglesia ortodoxa de Albania, en representación de Su Beatitud Anastas, arzobispo de Tirana, Durres y de toda Albania;

la delegación del patriarcado copto-ortodoxo de Alejandría, en representación de Su Santidad Shenouda III, Papa de Alejandría y patriarca de la sede de San Marcos;

la delegación del patriarcado ortodoxo de Etiopía, en representación de Su Santidad Abba Paulos, patriarca de Etiopía;

la delegación del patriarcado siro-ortodoxo de Antioquía, en representación de Su Santidad Mar Ignatius Zakka I Iwas, patriarca siro-ortodoxo de Antioquía y de todo Oriente;

la delegación de la Iglesia ortodoxa siria de Malankar, en representación de Su Santidad Mar Baseios Marthoma Mathew II, catholicós de Oriente;

la delegación de la Iglesia apostólica armenia, en representación de Su Santidad Karekin II, patriarca supremo y catholicós de todos los armenios;

la delegación del catholicosado de Cilicia de los armenios (Atelias, Líbano), en representación de Su Santidad Aram I, catholicós de Cilicia;

la delegación de la Iglesia asiria de Oriente, en representación de Su Santidad Mar Dinkha IV, catholicós y patriarca de la Iglesia asiria de Oriente;

la delegación de la Comunión anglicana, en representación del arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión anglicana, Su Gracia George L. Carey.

23 Por último, doy las gracias a las delegaciones de la Federación luterana mundial, de la Alianza mundial de las Iglesias reformadas, del Consejo metodista mundial, de la Alianza baptista mundial y del Consejo ecuménico de las Iglesias.

Expreso asimismo mi profundo agradecimiento al abad general, al abad y a la comunidad monástica de San Pablo, que una vez más han brindado su generosa disponibilidad y hospitalidad.
El Señor os bendiga abundantemente a cada uno, y colme de sus dones vuestras comunidades.

(en francés)
Al término de nuestro encuentro, pido al Señor que os bendiga a vosotros y a vuestras comunidades, para que juntos testimoniemos cada día más a Cristo resucitado.

(en inglés)
El Señor derrame sus abundantes bendiciones sobre cada uno de vosotros y sobre las comunidades que representáis.

(en alemán)
Amados hermanos, el Señor haga resplandecer su luz sobre vosotros y conceda paz y salvación a vuestras comunidades.

Espero poder seguir las huellas de Abraham después de este Año jubilar.










A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO


INTERNACIONAL DE MÚSICA SACRA


Sábado 27 de enero de 2001



Señor cardenal;
24 queridos amigos:

1. Os saludo cordialmente a todos vosotros, participantes en el Congreso internacional de música sacra, y expreso mi profunda gratitud a las autoridades que han organizado el encuentro: el Consejo pontificio para la cultura, la Academia nacional de Santa Cecilia, el Instituto pontificio de música sacra, el Teatro de la ópera de Roma y la Academia pontificia de bellas artes y letras de los virtuosos del Panteón. Agradezco de modo particular al cardenal Paul Poupard las amables palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre.

Me alegra acogeros, compositores, músicos, expertos en liturgia y maestros de música sacra, que habéis venido de todo el mundo. Vuestra competencia asegura a este congreso una auténtica calidad artística y litúrgica, y una indiscutible dimensión universal. Doy la bienvenida a los cualificados representantes del patriarcado ecuménico de Constantinopla, del patriarcado de la Iglesia ortodoxa rusa y de la Federación luterana mundial, cuya presencia constituye una invitación estimulante a poner en común nuestros tesoros musicales. Estos encuentros permitirán avanzar por el camino de la unidad a través de la oración, que encuentra una de sus expresiones más hermosas en nuestros patrimonios culturales y espirituales. Por último, saludo con respeto y gratitud a los representantes de la comunidad judía, que han querido aportar su experiencia específica a los expertos de música sacra cristiana.

2. "El cántico de alabanza que resuena perpetuamente en el cielo y que Jesucristo, sumo sacerdote, trajo a la tierra ha sido acompañado por la Iglesia constante y fielmente, con una espléndida variedad de formas, a lo largo de los siglos" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de julio de 1971, p. 9). La constitución apostólica Laudis canticum, con la que el Papa Pablo VI promulgó en 1970 el Oficio divino, en la dinámica de la renovación litúrgica inaugurada por el concilio Vaticano II, expresa desde el comienzo la vocación profunda de la Iglesia, llamada a vivir el servicio diario de la acción de gracias en una continua alabanza trinitaria. La Iglesia despliega su canto perpetuo en la polifonía de las múltiples formas de arte. Su tradición musical constituye un patrimonio de valor inestimable, puesto que la música sacra está llamada a traducir la verdad del misterio que se celebra en la liturgia (cf. Sacrosanctum Concilium
SC 112).

Siguiendo la antigua tradición judía (cf. 1 Cr 16, 4-9. 23; Ps 80), de la que se habían alimentado Cristo y los Apóstoles (cf. Mt Mt 26,30 Ep 5,19 Col 3,16), la música sacra se ha desarrollado a lo largo de los siglos en todos los continentes, según la índole propia de las culturas, manifestando la magnífica creatividad desplegada por las diversas familias litúrgicas de Oriente y Occidente. El último Concilio recogió la herencia del pasado y realizó un valioso trabajo sistemático desde la perspectiva pastoral, dedicando a la música sacra todo un capítulo de la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia. Ya en tiempos del Papa Pablo VI la Sagrada Congregación de ritos precisó la aplicación de esta reflexión mediante la instrucción Musicam sacram (5 de marzo de 1967).

3. La música sacra es parte integrante de la liturgia. El canto gregoriano, reconocido por la Iglesia como "el canto propio de la liturgia romana" (Sacrosanctum Concilium SC 116), es un patrimonio espiritual y cultural único y universal, que se nos ha transmitido como la expresión musical más límpida de la música sacra, al servicio de la palabra de Dios. Su influencia en el desarrollo de la música en Europa fue considerable. Tanto los doctos trabajos de paleografía de la abadía de Saint-Pierre de Solesmes y la edición de las recopilaciones de canto gregoriano, fomentadas por el Papa Pablo VI, como la multiplicación de los coros gregorianos, han contribuido a la renovación de la liturgia y de la música sacra en particular.

La Iglesia, si bien reconoce el lugar preeminente del canto gregoriano, se muestra también acogedora de otras formas musicales, especialmente la polifonía. En todo caso, es conveniente que estas diversas formas musicales sean acordes "con el espíritu de la acción litúrgica" (ib.). Desde esta perspectiva, es particularmente evocadora la obra de Pier Luigi da Palestrina, el maestro de la polifonía clásica. Su inspiración le convierte en modelo de compositores de la música sacra, que él puso al servicio de la liturgia.

4. El siglo XX, especialmente su segunda parte, asistió al desarrollo de la música religiosa popular de acuerdo con el deseo expresado por el concilio Vaticano II de que se la "fomentara con empeño" (ib., 118). Esta forma de canto es particularmente idónea para la participación de los fieles, tanto en las prácticas de devoción como en la misma liturgia. Requiere de los compositores y poetas cualidades de creatividad, para desvelar al corazón de los fieles el significado más profundo del texto, cuyo instrumento es la música. Esto vale también para la música tradicional, por la que el Concilio manifestó gran estima y pidió que se le diera "el lugar que le corresponde, tanto en la formación de su sentido religioso como en la adaptación del culto a su idiosincrasia" (ib., 119).

El canto popular, que es un vínculo de unidad y una expresión de alegría de la comunidad en oración, fomenta la proclamación de la única fe y da a las grandes asambleas litúrgicas una solemnidad incomparable y sobria. Durante el gran jubileo he tenido la alegría de ver y oír a gran número de fieles reunidos en la plaza de San Pedro que celebraban al unísono la acción de gracias de la Iglesia. Expreso una vez más mi gratitud a quienes han contribuido a las celebraciones jubilares: el uso de los recursos de la música sacra, especialmente durante las celebraciones papales, ha sido ejemplar. El canto gregoriano, la polifonía clásica y contemporánea, así como los himnos populares, particularmente el Himno del gran jubileo, han permitido la realización de celebraciones litúrgicas fervorosas y de alta calidad. El órgano y la música instrumental también han tenido su lugar en las celebraciones del jubileo y han dado una magnífica contribución a la unión de los corazones en la fe y en la caridad, trascendiendo la diversidad de lenguas y culturas.

Durante el Año jubilar también se han llevado a cabo numerosos actos culturales, particularmente conciertos de música religiosa. Esta forma de expresión musical, extensión de la música sacra en sentido estricto, reviste especial importancia. Hoy, al conmemorar el centenario de la muerte del gran compositor Giuseppe Verdi, que tanto debió a la herencia cristiana, deseo agradecer a los compositores, directores, músicos y cantores, así como a los directivos de sociedades, organizaciones y asociaciones musicales sus esfuerzos por promover un repertorio culturalmente rico, que expresa los grandes valores vinculados a la revelación bíblica, la vida de Cristo y de los santos, y a los misterios de vida y muerte celebrados por la liturgia cristiana. Asimismo, la música religiosa construye puentes entre el mensaje de salvación y quienes, a pesar de no acoger aún plenamente a Cristo, son sensibles a la belleza, porque "la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente" (Carta a los artistas, 16). La belleza hace posible un diálogo fructuoso.

5. La aplicación de las orientaciones del concilio Vaticano II sobre la renovación de la música sacra y del canto litúrgico -en particular en los coros, en las capillas musicales y en las scholae cantorum- exige hoy una sólida formación de los pastores y de los fieles en el ámbito cultural, espiritual, litúrgico y musical. Requiere también una reflexión profunda para definir los criterios de constitución y difusión de un repertorio de calidad, que permita a la expresión musical servir de manera adecuada a su fin último, que es "la gloria de Dios y la santificación de los fieles" (Sacrosanctum Concilium SC 112). Esto vale, en particular, para la música instrumental. Aunque el órgano de tubos sigue siendo el instrumento por excelencia de la música sacra, las composiciones musicales actuales integran grupos de instrumentos cada vez más variados. Espero que esta riqueza ayude a la Iglesia orante, para que la sinfonía de su alabanza se armonice con el "diapasón" de Cristo Salvador.

25 6. Queridos amigos músicos, poetas y liturgistas, vuestra aportación es indispensable. "¡Cuántas piezas sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente imbuidas del sentido del misterio! Innumerables creyentes han alimentado su fe con las melodías que surgieron del corazón de otros creyentes y que han pasado a formar parte de la liturgia o que, al menos, son de gran ayuda para el decoro de su celebración. En el canto la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios" (Carta a los artistas, 12).

Estoy seguro de vuestra generosa colaboración para conservar e incrementar el patrimonio cultural de la música sacra al servicio de una liturgia fervorosa, lugar privilegiado de inculturación de la fe y de evangelización de las culturas. Con esta finalidad, os encomiendo a la intercesión de la Virgen María, que supo cantar las maravillas de Dios, y os imparto con afecto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.










A LAS MAESTRAS PÍAS FILIPPINI


Lunes 29 de enero de 2001



Amadísimas Hijas de santa Lucía Filippini:

1. Me alegra acogeros y daros una cordial bienvenida a cada una. Os agradezco esta visita, mediante la cual, con ocasión de vuestro capítulo general ordinario, queréis renovar la expresión de vuestra plena fidelidad y adhesión al Sucesor de Pedro.

Desde hace años desarrolláis vuestra actividad en diversos países del mundo y os ponéis con amor al servicio del Evangelio, atentas a las necesidades de los humildes, los pobres y los que sufren, procurando inspirar vuestro ministerio educativo en Jesús Maestro, con un estilo de seguimiento basado en el amor esponsal. Seguid por este camino, cooperando en la difusión del evangelio de la caridad en los nuevos campos de apostolado que os confía el Señor. Al comienzo del nuevo milenio, la experiencia que vuestro instituto ha adquirido durante largos años de servicio a Cristo y a la Iglesia constituye una premisa feliz para una estación aún más fecunda de vida consagrada y apostólica.

2. Vuestro capítulo general se celebra cuando acaba de concluir el gran jubileo del año 2000. Aborda un tema de gran interés para vosotras: "Las Constituciones, lámpara para mis pasos, luz en mi camino" (cf. Sal Ps 118). Con la elección de este tema habéis querido poner de manifiesto la necesidad de una renovada referencia a la Regla, porque en ella y en las Constituciones se contiene un itinerario de seguimiento caracterizado por un carisma específico reconocido por la Iglesia (cf. Vita consecrata VC 37).

Por tanto, el objetivo fundamental del capítulo consiste en facilitar a los miembros una interiorización más consciente de las Constituciones, para vivir una auténtica espiritualidad comunitaria, que sea testimonio profético de los valores del Reino. Queridas hermanas, ante la difusión de una mentalidad secularizada, la observancia fiel de la Regla os ayudará en gran medida a fortaleceros en vuestra tensión hacia lo Absoluto, de modo que no os conforméis al espíritu de este mundo, sino que progreséis día a día en vuestra configuración con Cristo.

La asamblea capitular os brinda la oportunidad de volver, con humildad y valentía, a los orígenes de vuestro instituto, obteniendo así mayor vigor para responder a los desafíos que se presentan ahora a vuestra actividad apostólica. Al considerar la singular experiencia del cardenal Marcantonio Barbarigo y de la joven Lucía Filippini podréis realizar la anhelada renovación de las estructuras y de los métodos, manteniendo firme la referencia a la Regla y a las Constituciones, que ofrecen un itinerario de seguimiento de Cristo según vuestro específico carisma educativo, pedagógico y asistencial. A través de una mayor adhesión a él, piedra angular, que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8), el don que el Espíritu Santo hizo a vuestros fundadores podrá seguir animando vuestra experiencia diaria.

3. ¡Cómo no recordar en esta circunstancia cuando, a finales del siglo XVII, el cardenal Marcantonio Barbarigo, con la ayuda de la joven Lucía Filippini, comenzó una amplia acción de apoyo humano y espiritual a los jóvenes, dedicándose también al mejoramiento de la condición femenina y a la consolidación moral y cultural del clero y del pueblo! Precisamente con ese fin se constituyeron, aproximadamente el año 1692, las "Escuelas de la doctrina cristiana" para las muchachas del pueblo, con el fin de contribuir a mejorar la familia y la sociedad. Nació así un cuerpo valioso y estable de maestras, capaz de llevar a cabo, con fidelidad y creatividad, el proyecto de intervención educativa que habían ideado el cardenal Barbarigo y la joven Lucía Filippini.

Vuestro capítulo general, que se celebra en el alba del tercer milenio, es como un alto en el camino para considerar el itinerario recorrido hasta ahora y valorar el comienzo, más prometedor que nunca, de una nueva etapa de servicio eclesial en Italia, en Europa y en los territorios de misión en los que estáis presentes. Amadísimas hermanas, la Iglesia espera mucho de vosotras: de vuestro ejemplo y de vuestra generosa entrega apostólica.

26 Estáis llamadas a desempeñar un singular ministerio educativo, que se manifieste en constantes signos de amor, especialmente para con los pobres, y que, a través de las escuelas, no sólo favorezca un sólido crecimiento cultural de los alumnos, sino también su acercamiento consciente a las verdades perennes del Evangelio.

4. Para que podáis proseguir con fruto vuestro apostolado, debéis preocuparos en especial por cultivar una espiritualidad personal y comunitaria que conjugue armoniosamente la salvaguardia de la interioridad y la entrega generosa a vuestras múltiples actividades apostólicas y caritativas.

Con el fin de alcanzar este objetivo, durante los trabajos capitulares habéis comprobado oportunamente que la formación para la vida consagrada, el espíritu de oración, la comunión fraterna y la misión en la Iglesia y en el mundo son los caminos privilegiados para seguir siendo, según el ejemplo de vuestros fundadores, una presencia significativa en nuestro tiempo. Ante el indiferentismo religioso generalizado, estáis llamadas a cumplir vuestra misión específica, sobre todo en el campo escolar, teniendo en cuenta las dificultades relacionadas con los diversos ambientes culturales y locales. Sed valientes y entusiastas, y no os dejéis condicionar por los diferentes obstáculos que podáis encontrar.

Revivid en vosotras el ardiente sentimiento de san Pablo, que exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (
1Co 9,16). Siguiendo el ejemplo de vuestros fundadores, poned vuestro apostolado bajo la protección de María, la Madre de Dios, a quien la Iglesia venera "como Madre amantísima con sentimientos de piedad filial" (Lumen gentium LG 53). Estoy seguro de que, de este modo, suscitaréis en el corazón de numerosas jóvenes el deseo de encontrar a Cristo y servirlo con "corazón indiviso" en los hermanos débiles e indefensos.

Queridas hermanas, con estos sentimientos os imparto de buen grado una bendición especial, que extiendo de corazón a todas las personas, en particular jóvenes, por quienes realizáis la tarea apostólica de vuestra familia religiosa.








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