Discursos 2001 39


CON OCASIÓN DE LA IX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


Domingo 11 de febrero,

memoria de la Virgen de Lourdes



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Como todos los años nos volvemos a encontrar hoy, 11 de febrero, para una cita ya tradicional en la basílica vaticana. El pensamiento va naturalmente a la gruta de Massabielle, donde tanta gente se congrega para orar durante el año ante la imagen de la Inmaculada Concepción. Y, precisamente en nombre de María, os saludo a todos vosotros, que os habéis reunido aquí para la celebración eucarística y para una sugestiva procesión con antorchas, que hace revivir el ambiente típico de Lourdes. Saludo asimismo a quienes han promovido y organizado concretamente esta manifestación mariana, siempre conmovedora.

Saludo, en primer lugar, al cardenal vicario y a los obispos presentes; saludo a los responsables de la Obra romana de peregrinaciones y a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan en el congreso teológico-pastoral nacional sobre el tema: "Iglesia local, peregrinación y traditio fidei".

40 En particular, os saludo a vosotros, queridos enfermos, así como a los responsables y a los voluntarios de la UNITALSI, asociación benemérita que os asiste, especialmente durante las peregrinaciones.

2. Queridos enfermos y voluntarios, vuestra presencia cobra un significado singular, puesto que celebramos la Jornada mundial del enfermo, que ya ha llegado a su novena edición. Recuerdo aún la que vivimos el año pasado. Nos encontrábamos en el intenso clima espiritual del gran jubileo, y el testimonio de fe que dieron los que participaron en ella causó una gran impresión. La adhesión generosa de los enfermos a la voluntad del Señor constituye siempre una gran lección de vida. Como repetí en otra ocasión, la Iglesia cuenta mucho con el apoyo de los que se hallan probados por la enfermedad: su sacrificio, a veces incluso poco comprendido, unido a su intensa oración, resulta misteriosamente eficaz para la difusión del Evangelio y para el bien de todo el pueblo de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, quisiera repetiros mi más vivo agradecimiento por vuestra silenciosa misión en la Iglesia. Estad siempre profundamente persuadidos de que da una fuerza extraordinaria al camino de la entera comunidad eclesial.

3. Esta tarde, en el marco sugestivo de este encuentro, queremos sentirnos en comunión con nuestros hermanos que se han dado cita en Sydney (Australia), con ocasión de la Jornada mundial del enfermo. El tema que he elegido este año para esta celebración es: "La nueva evangelización y la dignidad del hombre que sufre". Es importante considerar y meditar este tema, porque el dolor físico y el espiritual marcan, más o menos profundamente, la vida de todos, y es necesario que la luz del Evangelio ilumine también este aspecto de la existencia humana.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, que firmé el día de la clausura del jubileo, invité a todos los creyentes a contemplar el rostro de Jesús. En esa carta escribí: "la contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruz" (n. 25).

Sobre todo vosotros, amigos enfermos, comprendéis cuán paradójica es la cruz, porque se os ha concedido sentir el misterio del dolor en vuestra misma carne. Cuando, a causa de una enfermedad grave, fallan las fuerzas, se alejan los proyectos largamente cultivados en el corazón. Al sufrimiento físico a menudo se añade el espiritual, debido a un sentimiento de soledad que atenaza a la persona. En la sociedad actual, cierta cultura considera a la persona enferma como un obstáculo molesto, y no reconoce la aportación valiosa que da, en el ámbito espiritual, a la comunidad. Es necesario y urgente redescubrir el valor de la cruz compartida con Cristo.

4. En Lourdes, el 18 de febrero de 1858, la Virgen dijo a Bernardita: "Yo no te prometo ser feliz en este mundo, sino en el otro". Durante otra aparición la invitó a dirigir la mirada al cielo.
Escuchemos esas exhortaciones de la Madre celestial como si nos las dirigiera también a nosotros: son una invitación a valorar correctamente las realidades terrenas, sabiendo que estamos destinados a una existencia eterna. Son una ayuda para sufrir con paciencia las contrariedades, los dolores y las enfermedades, con la perspectiva del Paraíso. A algunos les ha parecido a veces que pensar en el Paraíso es una forma de evadirse de la actividad diaria; al contrario, la luz de la fe ayuda a comprender mejor y, por tanto, a aceptar de modo más consciente la dura experiencia del sufrimiento. Santa Bernardita misma, probada duramente por el mal físico, exclamó un día: "Cruz de mi Salvador, cruz santa, cruz adorable, sólo en ti pongo mi fuerza, mi esperanza y mi alegría. Tú eres el árbol de la vida, la escalera misteriosa que une la tierra al cielo y el altar sobre el cual quiero sacrificarme, muriendo por Jesús" (M. B. Soubirous, Carnet de notes intimes, p. 20).

5. Este es el mensaje de Lourdes, que tantos peregrinos, sanos y enfermos, han acogido y hecho suyo. Que las palabras de la Virgen os fortalezcan interiormente, hermanos y hermanas que sufrís, a quienes renuevo la expresión de mi solidaridad fraterna. Con vuestra enfermedad, si aceptáis dócilmente la voluntad divina, podéis ser para muchos palabra de esperanza e incluso de alegría, porque decís al hombre de este tiempo, a menudo inquieto e incapaz de dar un sentido al dolor, que Dios no nos ha abandonado. Al vivir con fe vuestra situación, testimoniáis que Dios está cerca.
Proclamáis que esta cercanía tierna y amorosa del Señor hace que no exista ninguna fase de la vida que no valga la pena vivir. La enfermedad y la muerte no son realidades de las que hay que escapar o que hay que criticar como inútiles; ambas son, más bien, etapas de un camino.

Me apremia, de igual manera, animar a cuantos se dedican con celo al cuidado de los enfermos, para que prosigan su valiosa misión de amor y experimenten en ella la consolación interior que el Señor dispensa a quien se convierte en buen samaritano del prójimo que sufre.

41 Con estos sentimientos, os abrazo a todos en el Señor y os bendigo de corazón






A UNA PEREGRINACIÓN DE FIELES GRECO-MELQUITAS


Lunes 12 de febrero de 2001

. Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

1. Los brazos del Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, se abren con alegría para acoger al patriarca de los greco-melquitas católicos, que ha venido para celebrar nuestra plena comunión eclesial. Con este gesto, abrazo espiritualmente a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos de la Iglesia greco-melquita católica aquí presentes, así como a todos sus miembros que, hoy, con su compromiso y a menudo a costa de grandes dificultades, proclaman su adhesión a Cristo.

No existe símbolo más profundo que el gesto litúrgico que hemos realizado: celebrar la plenitud de la comunión eclesial compartiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor. En ellos resplandece la unidad de la Iglesia, así como su fe, su esperanza y su caridad. En ellos gustamos anticipadamente la alegría profunda que pedimos al Señor: la del día en que todos los cristianos se unirán, tomando del único Pan y del único Cáliz la fuerza para dar un testimonio unánime de evangelización.

2. La unión con la sede de Roma no disminuye vuestra especificidad ni vuestras riquezas; al contrario, las fortalece y las transforma en un don valioso que enriquece a toda la catolicidad. El Papa aprecia vuestra adhesión y vuestra fidelidad a las tradiciones del Oriente cristiano, de las que con razón os sentís orgullosos; desea que siempre se conserven celosamente y se redescubran plenamente, para que sean accesibles a los hombres y las mujeres de hoy y así alimenten su vida cristiana. Sois una Iglesia fuerte, coherente, arraigada en su identidad: proseguid vuestro compromiso pastoral, valorando los tesoros antiguos y dando respuestas adecuadas a los interrogantes de los hombres de hoy. Vuestros esfuerzos para integraros plenamente en el ambiente en que viven vuestros fieles demuestran que el cristianismo sabe acoger todo lo bueno que existe en las culturas y que al mismo tiempo puede enriquecer a esas culturas de manera fecunda.

Vuestro compromiso ecuménico también es particularmente apreciado. Os exhorto a encontrar en la liturgia divina la fuerza sacramental y el estímulo teológico para participar cada vez más activamente en la búsqueda de la unidad, con una valentía prudente, en unión con toda la Iglesia católica, para que llegue rápidamente el tiempo de la comunión plena.

3. Beatitud, le expreso mis mejores deseos fraternos para que el Espíritu fecunde la obra eminente a la que está llamado y sea un modelo para el pueblo que le ha sido confiado: a ejemplo del buen Pastor, vele, con igual amor, por todas las ovejas del rebaño, edificándolas con su oración de sacerdote, con el amor apasionado del pater et caput que ha recibido la misión de guiarlas, y con el espíritu de universalidad que deriva de la pertenencia a la Iglesia católica: eso le ayudará a situar sus decisiones y sus opciones en el ámbito más amplio del bien de la Iglesia y de la humanidad. Sea también un ardiente defensor de los débiles y un constructor incansable de la paz en el ambiente atormentado de Oriente Medio. Conserve siempre un lugar especial en su corazón para sus hijos de la diáspora, a fin de que, sabiéndose amados por su pastor, se sientan siempre miembros de su Iglesia madre y estén en unión fraterna con las demás comunidades católicas locales y con sus pastores. Vaya a todos, no con el poder y la riqueza de los hombres, sino únicamente con el amor desarmado de la pobreza de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecer a todos los hombres.

4. Beatitud, transmita mi saludo particularmente agradecido a su venerado predecesor, el patriarca Máximos V. A su celo pastoral se deben las numerosas realizaciones que han hecho progresar la Iglesia greco-melquita católica. Asegúrele el afecto y la gratitud del Papa, que ora por él y pide a Dios que le conceda la abundancia de sus consolaciones.

42 Al volver a su sede, tenga la seguridad de que la oración del Sucesor de Pedro lo acompaña. Que la cordialidad del santo beso que nos hemos intercambiado sostenga los esfuerzos y la alegría de su compromiso pastoral.

Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.






CON MOTIVO DEL 70 ANIVERSARIO


DE LA FUNDACIÓN DE RADIO VATICANA



Martes 13 de febrero de 2001



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os doy de buen grado una cordial bienvenida a todos los que formáis la gran familia de Radio Vaticano. Gracias por esta visita, que habéis querido hacerme en el 70° aniversario de fundación de vuestra benemérita emisora radiofónica.

Os dirijo mi afectuoso saludo a cada uno de vosotros, que, con inteligencia y esmero, hacéis diariamente de ella un instrumento vivo y eficaz al servicio de la Sede apostólica. Este encuentro me brinda la ocasión de expresaros a todos mi gratitud. Agradezco particularmente al director general, padre Pasquale Borgomeo, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, ilustrando al mismo tiempo las múltiples actividades que habéis realizado, especialmente durante el Año jubilar. Saludo, asimismo, al padre Federico Lombardi, director de los programas, y al padre Lino Dan, director de los servicios técnicos. A través de vosotros deseo enviar mi saludo y mi agradecimiento a todos los padres de la Compañía de Jesús que, desde los comienzos, han dado su valiosa contribución a esta institución, con auténtico espíritu de fidelidad al carisma de san Ignacio de Loyola.

También como un signo concreto de mi aprecio, he querido incluir entre los miembros del Colegio cardenalicio al padre Roberto Tucci, presidente de vuestro Comité de gestión. A él va mi agradecimiento más cordial por la labor realizada en el ámbito de Radio Vaticano, así como por haberme ayudado durante muchos años en la realización de los viajes apostólicos en tantas partes del mundo, con la ayuda del diligente doctor Alberto Gasbarri, director administrativo.

2. Hoy queremos conmemorar el 70° aniversario de Radio Vaticano. ¡Cómo no elevar un himno de alabanza y acción de gracias al Señor por haber concedido a la Iglesia ser, por amor al Evangelio, pionera en el campo de la comunicación radiofónica! Pienso en aquel 12 de febrero de 1931, cuando mi venerado predecesor, el Papa Pío XI, con un mensaje profético al mundo, inauguró la primera estación de radio de alcance universal.

Desde entonces, las vicisitudes de la que vosotros, con legítimo orgullo, llamáis la "Radio del Papa", se entrelazan con los dramas, las expectativas y las esperanzas de la humanidad. Durante siete decenios vuestra emisora ha seguido los acontecimientos, exaltantes y tremendos, del siglo que acaba de terminar. Ha difundo en todos los rincones de la tierra el anuncio del Evangelio y la palabra del Sucesor de Pedro. Sería largo enumerar los múltiples servicios que ha prestado a la Sede apostólica. Quisiera limitarme a recordar la contribución que ha dado al desarrollo fructuoso del gran jubileo recién concluido y, en particular, las transmisiones especiales Jubilaeum, difundidas también por Internet, con miles de horas de actividad en diversas lenguas, con más de 2500 invitados en sus estudios y casi el doble por teléfono, y un número excepcional de transmisiones. Estos programas han implicado a voluntarios, han tenido contactos regulares con otras emisoras esparcidas por el mundo, y han cubierto las citas especiales de las peregrinaciones nacionales, así como muchas otras iniciativas. Gracias, una vez más, a todos los que, de diferentes maneras, han colaborado durante estos setenta años en el trabajo diario de Radio Vaticano. Un pensamiento especial y una oración por cuantos, durante estos años, han entrado en la vida eterna.

3. Por Estatuto, a Radio Vaticano se le ha confiado la tarea "de anunciar con libertad, fidelidad y eficacia el mensaje cristiano y conectar el centro de la catolicidad con los diversos países del mundo, difundiendo la voz y las enseñanzas del Romano Pontífice, informando sobre la actividad de la Santa Sede, haciéndose eco de la vida católica en el mundo y contribuyendo a valorar los problemas del momento a la luz del magisterio eclesiástico y con constante atención a los signos de los tiempos".

Mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, a quien consideráis con razón el segundo fundador de Radio Vaticano, comenta admirablemente ese texto en las palabras que os dirigió con ocasión de vuestro 40° aniversario: "¡Qué poder adquiere la voz! -dijo en esa circunstancia-, ¡qué función se ha confiado a la Radio! Nunca ha existido un servicio más conforme con nuestra misión apostólica que el que vosotros, convertidos en ministros de la Palabra, hacéis a la causa del Evangelio y de la Iglesia" (27 de febrero de 1971, AAS 63 [1971] 225: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de marzo de 1971, p. 9).

43 Sí, vuestra misión principal consiste en difundir el magisterio, la palabra y la voz misma del Sucesor de Pedro; dar a conocer a través de vuestras antenas la vitalidad de la Iglesia, sus iniciativas de caridad, sus alegrías, sus sufrimientos y sus esperanzas. Seguid dedicándoos a esta singular misión eclesial con vuestras mejores energías para el bien de todo el pueblo cristiano. Prestáis una cualificada y moderna contribución a la obra de la nueva evangelización en nuestro tiempo, que se caracteriza por la extensión y la intensificación del fenómeno de la comunicación global.

4. A este propósito, hoy afrontáis dos grandes desafíos: el desafío tecnológico y el editorial. El tecnológico atañe a la producción y difusión de los programas. Desde hace años ha comenzado oportunamente la difusión por satélite e Internet, con un aumento decisivo de oyentes, gracias a la retransmisión permitida a cerca de ochocientas estaciones locales. Además, la introducción de la técnica digital, que ofrece a la producción posibilidades inéditas y amplias, modifica notablemente los perfiles profesionales clásicos. Si el desafío tecnológico exige recursos financieros y capacidades técnicas y de gestión, el editorial requiere sobre todo capacidades intelectuales y creativas. Se trata de dar a la riqueza y a la densidad de los contenidos que se quiere comunicar formas y lenguajes específicos del medio radiofónico, adecuados a su evolución y eficaces para alcanzar los objetivos propios de una emisora radiofónica al servicio de la Iglesia.

Evangelizar a través de la radio significa ofrecer una información profesionalmente esmerada que, en el comentario implícito y explícito de los hechos, se convierta en catequesis diaria arraigada en la vida y en la experiencia del oyente. Esta acción evangelizadora exige un esfuerzo continuo de adaptación y actualización, pero también una sólida formación humana, cultural y profesional, así como firmes motivaciones espirituales y misioneras. La capacidad de anunciar eficazmente la buena nueva se basa, ante todo, en una intensa oración, en la escucha de Dios y en una fidelidad valiente a Cristo, divino Comunicador de salvación.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, el 70° cumpleaños de Radio Vaticano se celebra al comienzo del tercer milenio y poco después de la conclusión de la extraordinaria experiencia jubilar. El dinamismo que el gran jubileo ha impreso a la Iglesia no puede menos de estimularos a proseguir, con humilde valentía, vuestro camino al servicio del Evangelio en un nuevo período. El Papa cuenta mucho con vuestra ayuda para desempeñar su ministerio petrino, y os pide que difundáis a diario la verdad que libera.

Seguid escribiendo páginas interesantes de vuestra historia, ya rica en nobles memorias. Que las urgencias apostólicas de la Iglesia, en esta fase de rápidos cambios, sean para vosotros un estímulo a avanzar con entusiasmo. También a vosotros os dirijo la exhortación que hice en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte: "Ahora tenemos que mirar hacia adelante; debemos "remar mar adentro", confiando en la palabra de Cristo: Duc in altum!" (n. 15). Queridos miembros de la gran familia de Radio Vaticano, remad mar adentro y no temáis. Ante vosotros se abre un futuro no exento de sombras, pero en el que la esperanza cristiana vislumbra promesas que no defraudan.
No os desaniméis ante las dificultades, la limitación de los recursos y vuestros mismos límites. No os turbe el cambio cada vez más veloz de escenarios, estructuras, métodos y estilos de vida.
"Duc in altum!, ¡rema mar adentro!". No estáis solos en el servicio a la fe y a la unidad de los cristianos, en la defensa de la vida y de los derechos humanos, y en el anuncio de paz a todos los hombres de buena voluntad. Estáis en el corazón de la Iglesia. Estáis presentes también en mi solicitud y en mi oración diaria.

Encomiendo de buen grado vuestras personas, vuestro trabajo y vuestros proyectos a la protección materna de María, Estrella de la evangelización. Acompaño mis deseos con una bendición apostólica especial, que extiendo con afecto a vuestras familias y a los millones de oyentes esparcidos por el mundo, riqueza y orgullo de Radio Vaticano.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL COMITÉ INTERNACIONAL DE COORDINACIÓN


DE LA SOCIEDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL


Al señor José Ramón

DÍAZ-TORREMOCHA

Presidente de la Sociedad de San Vicente de Paúl

1. Me alegra saludarlo con ocasión de la reunión del Comité internacional de coordinación de la Sociedad de San Vicente de Paúl, y, por medio de usted, saludar a los miembros del Comité Internacional de coordinación y a los del Consejo general internacional. Representáis una forma eminente de caridad que se realiza en todos los continentes, el servicio a los pobres, que, como solía recordar san Vicente de Paúl, es una manera de servir a Cristo. Con su compromiso diario vuestra asociación constituye para la Iglesia un recuerdo permanente de su vocación a manifestar el amor preferencial de Cristo a los pobres.

44 2. Durante el jubileo de la Encarnación, "la alegría de la Iglesia, que se ha dedicado a contemplar el rostro de su Esposo y Señor, ha sido grande" (Novo millennio ineunte NM 1). Esta contemplación comprende la vida, la oración y la acción de la Iglesia, invitándola a hacer suya la mirada de ternura y compasión de Cristo mismo, que recuerda a cada persona el valor de su dignidad y el lugar único que ocupa en el corazón de Dios: "Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Co 8, 9).
La vida espiritual y la acción apostólica de Federico Ozanam, vuestro predecesor, a quien tuve la alegría de beatificar en París en 1997, estuvieron profundamente marcadas por esta contemplación del rostro de Cristo en los pobres. Esta actitud espiritual es esencial para vuestros compromisos apostólicos y para el dinamismo de las Conferencias. Por ello, os animo a estar siempre en contacto personal con los pobres, según el ejemplo de vuestro fundador, y a ser testigos de la caridad así como de la justicia, que contribuyen al desarrollo integral de las personas.

3. "El amor es creativo hasta el infinito". Estas palabras de san Vicente de Paúl expresan muy bien esta realidad en la Iglesia: el Espíritu suscita numerosos carismas, para que las comunidades cristianas sean el signo de la ternura infinita de nuestro Padre celestial. Al aportar vuestra piedra específica a la misión de las Iglesias particulares, "en plena sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores" (Novo millennio ineunte NM 46), participáis en la construcción de una sociedad fundada en el amor y en la solidaridad.

Mediante una colaboración activa con los diversos organismos locales de coordinación del apostolado de la caridad, realizáis el vivo deseo que ardía en el corazón del beato Ozanam: abrazar todo el mundo con la red de la caridad. Con este espíritu de unidad, las asociaciones internacionales de fieles laicos están llamadas a insertarse de manera adecuada en el entramado eclesial; por eso la Iglesia propone diferentes formas de reconocimiento jurídico, respetando los carismas y las diversidades legítimas.

Es de desear que la Sociedad de San Vicente de Paúl, cuya historia es más que centenaria, prosiga su reflexión con las autoridades competentes, en las diócesis y en la Santa Sede, sobre todo con el Consejo pontificio para los laicos, con vistas a armonizar sus fundamentos institucionales y su actividad con su índole eclesial de asociación internacional de fieles laicos que buscan la santidad en el servicio a los pobres.

4. Como señalé en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, ha llegado la hora de una "nueva "creatividad de la caridad", que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de mostrarse cercanos y solidarios con quien sufre" (n. 50). Ruego a la Virgen María que os ayude a encontrar siempre nuevos caminos para el amor a los pobres, a fin de que toda la Iglesia viva a diario esta caridad de cercanía, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica, que extiendo a todos los miembros y amigos de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Vaticano, 14 de febrero de 2001





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ESPIRITUAL


DE OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO


DE LOS FOCOLARES




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Me alegra dirigiros mi cordial saludo con ocasión de vuestro encuentro espiritual entre amigos del Movimiento de los Focolares, que se celebra durante estos días en el centro "Mariápolis" de Castelgandolfo. Gracias por esta visita, expresión de la comunión eclesial que os une al Sucesor de Pedro.

Os habéis dado cita para una reflexión común, mediante relaciones, experiencias y testimonios, sobre el estimulante tema: "Cristo crucificado y abandonado: raíz de la Iglesia-comunión". Al manifestaros mi profundo aprecio por esta iniciativa, que ha llegado a su XXV edición, os aliento a seguir las orientaciones que di en la carta apostólica Novo millennio ineunte. En efecto, en ella invito a todo el pueblo cristiano a fijar la mirada en el rostro de Cristo crucificado y resucitado, y a profundizar el misterio de dolor y amor del que nace y se renueva constantemente la Iglesia-comunión como icono vivo de la santísima Trinidad.

45 2. En la cruz de Cristo encontramos la fuente genuina de la salvación, la revelación suprema del amor de Dios y la raíz profunda de la comunión con Dios y entre nosotros. En la agonía de Jesús en la cruz, que parece el momento de la victoria de las tinieblas y del mal, en realidad se realiza el triunfo de Cristo a través de su amor obediente al Padre y solidario con los hombres, prisioneros del pecado. A este propósito, en la citada carta apostólica escribí: "El grito de Jesús en la cruz (...) no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre por amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro pecado, "abandonado" por el Padre, él se "abandona" en las manos del Padre" (Novo millennio ineunte, NM 26).

Por tanto, en Cristo crucificado y abandonado el mal y el pecado son derrotados definitivamente, y se hace posible la unidad plena de la humanidad con el Padre y de los hombres entre sí. Según las palabras del evangelista san Juan, inspiradas en un oráculo precedente del profeta Zacarías, los hombres "mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37). Este movimiento que converge hacia la cruz es orientado por Cristo hacia el Padre, para constituir en torno a él una nueva comunidad de amor. En verdad, nunca acabaremos de penetrar en el abismo de este gran misterio (cf. Novo millennio ineunte NM 25).

3. El amor al Crucificado, contemplado en el momento culminante del sufrimiento y el abandono, constituye el camino real no sólo para hacer cada vez más efectiva la comunión en todos los niveles de la comunidad eclesial, sino también para abrir un diálogo fecundo con las otras culturas y religiones. Para ello os serán de gran ayuda los temas espirituales, las reflexiones teológicas y los testimonios con los que os confrontáis durante estos días.

De la contemplación del rostro de Cristo crucificado y abandonado derivan importantes consecuencias que llevan a vivir a fondo el gran misterio de la comunión contenido y revelado en él: "Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo (...) -escribí en la citada carta apostólica Novo millennio ineunte-, nuestra programación pastoral se inspirará en el "mandamiento nuevo" que él nos dio: "Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34)" (n. 42).

En la transición histórica que estamos viviendo debemos cumplir una misión comprometedora: hacer de la Iglesia el lugar donde se viva y la escuela donde se enseñe el misterio del amor divino. ¿Cómo será posible esto sin redescubrir una auténtica espiritualidad de la comunión? Es preciso ante todo percibir con los ojos del alma el misterio trinitario presente en nosotros, para saber captarlo después en el rostro de los demás. A nuestro hermano de fe debemos sentirlo como "uno que me pertenece" en la unidad misteriosa del Cuerpo místico. Sólo si acogemos a nuestro hermano, aceptando todo lo que hay de positivo en él, resulta posible comprender que es un don para mí (cf. ib, 43). Así vivida, la espiritualidad de la unidad y de la comunión, que caracteriza a vuestro Movimiento, dará seguramente frutos fecundos de renovación para todos los creyentes.

4. Venerados y queridos hermanos, a las profundizaciones y reflexiones de estos días dais la aportación de vuestra experiencia y de vuestro ministerio pastoral. Gracias a Dios, vosotros mismos sois testigos de los frutos de comprensión recíproca y de estrecha colaboración que están madurando en la Iglesia gracias al esfuerzo realizado por los diferentes movimientos. Sed vosotros mismos sus animadores generosos y responsables.

Haced del encuentro de estos días una ocasión propicia para crecer en esta dimensión, con el espíritu de colegialidad efectiva y afectiva que debe distinguir vuestra misión. Que el amor recíproco sea para vosotros motivo de aliento, de renovado vigor y de firme esperanza. Con estos sentimientos y deseos, invoco sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras comunidades eclesiales y sobre todos vuestros seres queridos la protección constante de la Virgen María, Madre de la unidad, al mismo tiempo que os imparto con afecto una bendición apostólica especial.

Vaticano, 14 de febrero de 2001






AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ


Viernes 16 de febrero de 2001

: Señor Embajador:

Con sumo gusto le recibo en este solemne acto de presentación de las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Perú ante esta Sede Apostólica, y me complace darle mi más cordial bienvenida en el momento en que inicia las importantes funciones que su Gobierno le ha confiado. Agradezco sus amables palabras y, muy especialmente, el saludo del Dr. Valentín Paniagua Corazao, Presidente de la República, al que correspondo con los mejores deseos de que su servicio al pueblo peruano, en estos momentos de su historia, ayude a todos a progresar por el camino de la concordia, el mutuo entendimiento y la paz.

46 2. Viene como representante de un pueblo que, como bien recuerda Usted en sus palabras, hunde sus raíces en la historia, siendo depositario de ricas herencias culturales y morales. En efecto, la civilización inca, exponente del esplendoroso pasado del Perú, con el pasar de los siglos se ha amalgamado con la cultura occidental a partir de la llegada del Evangelio, constituyendo a los peruanos en un pueblo profundamente religioso en el que el cristianismo forma parte de su idiosincrasia. En ese ambiente, la fe y la religiosidad han dado excelentes frutos, entre los cuales la Iglesia honra a los Santos Toribio de Mogrovejo y Martín de Porres, Juan Macías y Francisco Solano, a Santa Rosa de Lima y a la Beata Ana de los Ángeles Monteagudo.

Se ha referido Usted también a los dos inolvidables viajes que he realizado a su País, el primero en 1985 y el segundo, tres años después para la Clausura del Congreso Eucarístico Bolivariano. En ambas ocasiones tuve el gozo de encontrar un pueblo acogedor y abierto, al que animé a continuar por el buen camino emprendido, aprovechando todos los recursos con los que cuenta el alma peruana.

3. Amplia y generosa ha sido la aportación de la Iglesia en estos casi quinientos años de su presencia en el Perú, anunciando la Buena Nueva a todos sus habitantes. Este servicio al hombre peruano aparece reconocido incluso por la Constitución que, en su artículo 50, proclama que la Iglesia ha tenido un papel "importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú". En efecto, no es difícil descubrir estos rasgos en los momentos significativos de la historia peruana.

Ha recordado Usted, igualmente la presencia de la Iglesia en el campo de la educación, con la creación de escuelas y universidades, así como en el de la sanidad y en la ayuda a los más necesitados. El Episcopado peruano tiene el decidido propósito de seguir por ese camino, en el que como he escrito recientemente "se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizá requiere mayor creatividad" (Novo millennio ineunte
NM 50).

Con su Doctrina social la Iglesia contribuye igualmente al bien de la sociedad. En efecto, Ella no pretende resolver los problemas sociales desde la perspectiva técnica y administrativa, propia de la autoridad civil, sino que, por su sentido de la persona, la promoción de la solidaridad y la atención a los más débiles, busca contribuir a la instauración de una vida social mejor.

4. La crisis política e institucional que en los meses pasados ha vivido su País, a la que se ha referido también Usted, Señor Embajador, ha suscitado serios problemas para la Nación. He seguido con atención el desarrollo de los acontecimientos, pidiendo al Señor que no se viera perturbada la vida de los peruanos. Ahora es preciso aunar esfuerzos, dejar de lado planteamientos de parte para que, con la colaboración de todos y desde la honradez y buena voluntad, se fomente un clima de confianza, justicia real, lealtad, transparencia, mutuo respeto, paz y libertad. De este modo el pueblo peruano podrá superar esa crisis y recuperar los valores morales de una sociedad justa, equitativa, solidaria y honesta, promoviendo un estado de derecho en el que todos los ciudadanos se sientan corresponsales y participen en la edificación de la Patria y en la realización del bien común.

En este sentido, será importante trabajar por mejorar la situación económica, superando la lacra de la pobreza generada por la fuerte deuda externa e interna, lo cual ha de ser afrontado por todos los protagonistas de la vida social. En diversas ocasiones me he referido a este grave problema a escala mundial, auspiciando que una condonación, o por lo menos una reducción significativa de la deuda externa por parte de los Países acreedores, permita a quienes se encuentran en tales circunstancias mirar al futuro con optimismo, promover el conveniente desarrollo y alcanzar cotas deseables de bienestar.

La vuelta a la normalidad democrática ha de ir acompañada ineludiblemente de la recuperación de los genuinos principios morales y éticos. En efecto, como he repetido muchas veces, la vida política no puede prescindir del respecto de la verdad y de los valores, pues "una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (Centesimus annus CA 46).

Quisiera referirme también al proceso de paz con la nación hermana del Ecuador, con el que se firmó un Acuerdo favorecido también por la abnegada cooperación de ambas Conferencias Episcopales. Es indispensable, superando cualquier tentación de volver atrás, caminar hacia adelante en un clima de convivencia propio de países que están unidos por tantos valores y en conformidad con la tradición pacífica de la región. Además su País ha resuelto sus asuntos pendientes con Chile, firmando en noviembre de 1999 el Acta de Ejecución de las cláusulas del Tratado de Lima del 1929, con lo cual el Perú ha manifestado su voluntad de concentrar sus esfuerzos en el desarrollo y el bienestar de su sociedad.

5. Al concluir, Señor Embajador, formulo mis mejores votos por el buen desempeño de su misión. En la Santa Sede encontrará la mayor disponibilidad para todo lo que pueda redundar en bien del querido pueblo peruano y para las buenas relaciones que existen entre su País y esta Sede Apostólica. Pido al Señor, por intercesión de Nuestra Señora de la Evangelización y de todos los Santos peruanos, que le asista en el ejercicio de sus funciones, que bendiga a su distinguida familia, a sus colaboradores, así como a los gobernantes y ciudadanos de la noble nación peruana, que recuerdo siempre con gran cariño y estima.





Discursos 2001 39