Discursos 2001 46


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS SIERVAS DE MARÍA

MINISTRAS DE LOS ENFERMOS


Viernes 16 de febrero de 2001

47 : Queridas Hermanas:

1. Me es grato recibiros hoy y saludar cordialmente a la Reverenda Madre General, Sor Josefa Oyarzábal, así como sus Consejeras, a las demás colaboradoras en la tarea de gobernar el Instituto y a las Hermanas de la Comunidad de Roma. Habéis venido a este encuentro con el gozo que os embarga por las diversas conmemoraciones que celebráis a lo largo de este año: el 175° aniversario del nacimiento de la Madre Fundadora, Santa María Soledad Torres Acosta; el 150° de la fundación del Instituto y el 125° de su aprobación pontificia. Son ocasiones propicias para dar gracias al Señor, que ‘ha mirado la humillación de su esclava’ (
Lc 1,48) y ha querido plasmar con sus dones un itinerario espiritual de santidad, que enriquece a la Iglesia y es fermento evangélico en el mundo. Por eso me uno a vuestra alegría y reitero el aprecio por las personas consagradas, que ‘han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad’ (Vita consecrata VC 1).

2. Aprovecho esta oportunidad para exhortaros a ser fieles a vuestro carisma fundacional, porque es una inspiración del Espíritu Santo a través de vuestra Madre Fundadora. En efecto, a Él se ha de recurrir constantemente para reconocer el don de Dios y recibir el agua viva (cf. Jn Jn 4,10), que riega y da fecundidad al itinerario histórico de la Iglesia. Santa María Soledad estuvo bien atenta al Espíritu, abriendo todo su ser a la acción de Dios salvífica y santificante (cf. Dominum et vivificantem DEV 58) cuando, ante lo que parecía una simple exigencia asistencial de su época, descubrió la llamada a dar testimonio de la presencia del Reino de Dios en el mundo mediante uno de sus signos inequívocos: ‘estuve enfermo y me visitasteis’ (Mt 25,36).

Aunque algunas circunstancias hayan cambiando desde aquel momento, Cristo sigue manifestándose también hoy en tantos rostros que nos hablan de indigencia, de soledad y de dolor. Es necesario, pues, mantener un gran espíritu de oración, de intimidad con Dios, que dé vida a los gestos del servicio específico que desempeñáis, pues ‘el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres’ (Vita consecrata VC 82).

Además, la peculiaridad de vuestra dedicación preferente, la atención a los enfermos en su propio domicilio y gratuitamente, tiene resonancias nuevas en nuestros días, en que tantas veces se trata de ocultar en la vida diaria la realidad de la enfermedad o de la muerte. Con ese servicio proclamáis muy elocuentemente que la enfermedad ni es una carga insoportable para el ser humano ni priva al paciente de su plena dignidad como persona. Por el contrario, puede transformarse en una experiencia enriquecedora para el enfermo y para toda la familia. De este modo, al tender una mano al desvalido, vuestra misión se convierte también en una ayuda a la entereza de los familiares y en un sutil apoyo a la cohesión en los hogares, en los que nadie debe sentirse un estorbo.

Así pues, el carisma del que sois herederas os proyecta hacia un futuro en el que la Iglesia está llamada a ‘continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad’ (Novo millennio ineunte NM 50). Tenéis ante vosotras el reto de una humanidad en la que tantos hermanos nuestros, además de una ayuda eficaz en los momentos delicados de su vida, necesita sobre todo respeto, cercanía y solidaridad (cf. ibíd.).

3. Por eso os exhorto a que viváis las celebraciones de este año, al comienzo de un nuevo milenio, como una ocasión providencial para revitalizar vuestra entrega personal y vuestras obras, que ya se extienden en África, América y Europa. Sabéis bien que la auténtica renovación se produce ‘cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del Instituto’ (Vita consecrata VC 72).

Ruego a la Virgen María, Salud de los enfermos, que os acompañe en vuestros esfuerzos, y que entre con vosotras en los hogares para mostrar a Jesús, el verdadero Salvador y Redentor de cada ser humano por su propio sacrificio en la Cruz y su resurrección gloriosa.

Mientras invoco la intercesión de Santa Soledad Torres Acosta en favor de cada una de sus hijas, os imparto complacido la Bendición Apostólica, que extiendo gustoso a todas vuestras Hermanas, las Siervas de María Ministras de los Enfermos.






A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA


EPISCOPAL DE YUGOSLAVIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 16 de febrero de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

48 1. "Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena" (2Th 2,16-17). Con estas palabras de san Pablo a los cristianos de Tesalónica, os saludo cordialmente, queridos pastores de la Iglesia que está en la República federal de Yugoslavia. Habéis venido en visita ad limina Apostolorum para manifestar vuestra comunión católica y vuestra adhesión al Sucesor de Pedro. Agradezco a monseñor Franc Perko, arzobispo metropolitano de Belgrado y presidente de la Conferencia episcopal, las amables palabras que ha querido dirigirme también en vuestro nombre.

Por medio de vosotros, saludo y doy las gracias a los presbíteros, a los consagrados y a cuantos cooperan con vosotros en la obra de evangelización. El Señor recompense a todos abundantemente, como él mismo prometió.

En estos días he podido mantener un coloquio fraterno con cada uno de vosotros, y os agradezco las palabras de esperanza que me habéis comunicado con respecto a las Iglesias que el Espíritu Santo os ha encomendado apacentar y, como sucesores de los Apóstoles, custodiar el depósito de su fe (cf. Hch Ac 20,28-31). Con vosotros elevo la súplica al Padre, de quien viene toda dádiva buena y todo don perfecto (cf. St Jc 1,17), a fin de que el pueblo creyente, cuyos pastores sois, sepa aprovechar cualquier oportunidad para testimoniar la buena nueva y dar abundantes frutos de santidad.

2. Este encuentro con vosotros me brinda la posibilidad de constatar el gran celo y la disponibilidad con que procuráis dar una respuesta adecuada a las exigencias pastorales del momento presente. Os exhorto a continuar con valentía, juntamente con los presbíteros, en el cumplimiento de vuestros deberes al servicio del pueblo de Dios que vive en vuestras regiones, sin escatimar esfuerzos y sacrificios. Espero de corazón que el nuevo clima político, que se ha creado en los últimos meses, abra nuevas perspectivas y ofrezca nuevas oportunidades para el desarrollo regular de las actividades de las comunidades católicas del país.

En vuestro servicio tened presente siempre el ejemplo del buen Pastor, Cristo Señor. Cuando vuestros esfuerzos os parezcan inútiles, escuchad al Maestro, que también os repite a vosotros: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar". Responded entonces como hizo san Pedro: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes" (Lc 5,4-5).

Permaneced atentos al soplo del Espíritu Santo y, junto con vuestras comunidades diocesanas, dejaos guiar por él. No cesa de impulsar y derramar abundantes dones sobre las comunidades y sobre cada uno de los fieles. Así, no permitirá que os falte la audacia apostólica, la clarividencia profética y la sabiduría necesaria para ser maestros de vida y pastores celosos de la grey que se os ha confiado.

3. Vivimos un momento histórico particularmente rico en luces y sombras. Al cruzar el umbral del nuevo milenio, en el horizonte de la Iglesia se perfila un nuevo tramo de camino, que ha de recorrer con audacia misionera. Miremos con confianza al futuro, porque también está iluminado por el Evangelio, "fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1,16). Precisamente a vosotros, discípulos de Cristo, os corresponde difundir este luminoso mensaje a los hombres, a las familias y a toda la humanidad del tercer milenio.

Por desgracia, las diversas situaciones en las que se encuentran vuestras comunidades diocesanas no permiten, como sería de desear, programar en cada sector actividades pastorales comunes. Sin embargo, esto no os impide intercambiaros experiencias y ayudaros unos a otros, partiendo de las realidades que ya os unen. Teniendo los mismos propósitos y evitando la dispersión de los recursos de que disponéis y de las fuerzas de vuestras comunidades diocesanas, procurad coordinar vuestros esfuerzos. Esto os permitirá imprimir un ulterior impulso a la nueva evangelización, implicando a los hombres y a las mujeres de todas las edades, a las familias y a las parroquias. Todo el pueblo de Dios -presbíteros, religiosos, religiosas y fieles laicos- debe sentirse comprometido responsablemente, junto con vosotros, en la vasta obra de evangelización. Por el bautismo todo creyente está llamado a dar a la Iglesia su contribución específica, según el estado de vida en que se encuentra.

4. El anuncio del Evangelio tendrá mayor impacto si, como es debido, va acompañado por el testimonio de una vida coherente y fiel a Cristo, y por la búsqueda de los modos y métodos pastorales que conviene adoptar para dar respuestas adecuadas a los desafíos de nuestro tiempo. Por tanto, las actividades pastorales deben tratar de suscitar una adhesión fiel a Cristo y a su Evangelio. Este compromiso pastoral dará frutos abundantes si insiste en la centralidad de la palabra de Dios y en la importancia vital de los sacramentos. Este es el camino del crecimiento en la fe, en la esperanza y en la caridad; el camino de la santidad a la que todo cristiano debe tender diariamente.

La urgencia de la evangelización requiere una atención constante a la formación de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. También es necesaria la formación permanente del clero en el plano teológico, litúrgico y pastoral. Al mismo tiempo, hay que promover una intensa pastoral vocacional, sostenida por una oración constante, que implique y responsabilice a toda la comunidad eclesial.

Para una renovación de la vida religiosa en el país en que vivís y trabajáis, pueden ayudaros la valoración de la sana religiosidad popular, las misiones populares y todos los medios pastorales tradicionales, a los que es preciso añadir los que responden a las exigencias modernas, incluido el uso de los medios de comunicación social. A la luz de la palabra de Dios y del magisterio de la Iglesia, sabed valorar experiencias pasadas y nuevas oportunidades para el anuncio de la salvación.
49 Además, hay que tener en cuenta la necesidad de inculturar el Evangelio en las realidades de la vida diaria, para que quien lo acoja se comprometa en la construcción de la civilización del amor y de la paz. De esta forma contribuiréis también al desarrollo de la cultura y a su progreso constante. En efecto, "la cultura es expresión cualificada del hombre y de sus vicisitudes históricas, tanto a nivel individual como colectivo. (...) Ser hombre significa necesariamente existir en una determinada cultura" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz del año 2001, nn. 4-5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 9).

Conozco las circunstancias dramáticas que afrontaron vuestras poblaciones en el pasado. Ahora me habéis informado sobre la difícil situación en que viven aún hoy, en particular sobre la persistencia de tensiones políticas y sociales, que pueden causar nuevos enfrentamientos. Animad a vuestros fieles a no ceder a la tentación de recurrir a la violencia.

5. Venerados hermanos en el episcopado, permaneced unidos entre vosotros; tened con vuestras comunidades un solo corazón y una sola alma, perseverando en la doctrina de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch
Ac 2,42 Ac 4,32). A pesar de las dificultades, comprometeos con todas vuestras energías en el diálogo ecuménico, para que prosiga el camino hacia la unidad plena de los discípulos de Cristo. Él mismo está con nosotros y nos da el Espíritu Santo, para llevarnos hacia la unidad por la que rogó al Padre (cf. Jn Jn 17,20-21) antes de entrar "en el santuario una vez para siempre, (...) con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna" (He 9,12).

El camino de la unidad pasa por el perdón cordial y la reconciliación sincera. Así se abrirá el camino a la unidad tan necesaria de los discípulos de Cristo y se preparará un futuro de paz y de progreso para todos.

"Que sean uno para que el mundo crea" (Jn 17,21). La unidad de los cristianos es un don de Dios que requiere nuestro esfuerzo generoso e incondicional: "La oración de Cristo nos recuerda que este don ha de ser acogido y desarrollado de manera cada vez más profunda. (...) La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la oración de Jesús, no en nuestras capacidades" (Novo millennio ineunte NM 48).

6. Nos conforta la certeza de que Dios hará crecer cuanto cada uno de vosotros ha sembrado (cf. 1Co 3,5-6), superando abundantemente todas las expectativas humanas.

Os encomiendo a vosotros, a vuestros presbíteros y diáconos, así como a los religiosos, las religiosas y los fieles laicos de vuestras Iglesias a la protección materna de la Madre del Redentor. María, aurora de los tiempos nuevos, os obtenga el don de la fidelidad a la misión recibida, la valentía de proseguir con celo el anuncio del Evangelio y la alegría de testimoniar a Cristo.

Asegurándoos el recuerdo constante en mi oración, os bendigo de corazón.






A LOS CAPITULARES DE LA ORDEN


DE FRAILES MENORES CONVENTUALES


Sábado 17 de febrero

. Amadísimos Frailes Menores Conventuales:

1. Es para mí una gran alegría encontrarme con vosotros hoy, con ocasión de vuestro capítulo general. Dirijo un saludo especial a fray Joachim Anthony Giermek, nuevo ministro general, 118° sucesor de san Francisco, y le agradezco las palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos vosotros. Extiendo mi saludo cordial al nuevo consejo general, así como a fray Agostino Gardin, que ha guiado la orden en el sexenio pasado: le expreso mi aprecio y mi gratitud por cuanto ha hecho durante estos años al servicio de la Iglesia no sólo como ministro general de su familia religiosa, sino también como presidente de la Unión de superiores generales.

50 Queridos hermanos, a través de vosotros quisiera enviar un saludo lleno de estima y afecto a todas vuestras comunidades esparcidas por los diversos continentes. Al nuevo ministro general y a su consejo les deseo de corazón un generoso y fecundo servicio en la guía de toda vuestra comunidad religiosa durante este comienzo del tercer milenio cristiano.

2. El capítulo general, celebrado pocas semanas después de la conclusión del gran jubileo, refleja de modo significativo el actual momento histórico. En la vida de un instituto religioso la asamblea capitular constituye una ocasión importante de reflexión y programación, que impulsa a sus miembros a dirigir la mirada especialmente al futuro. Al encontrarme con vosotros, deseo repetiros la invitación que en la carta apostólica Novo millennio ineunte dirigí a todas las comunidades eclesiales: "Es, pues, el momento de que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al pueblo de Dios en este año especial de gracia, más aún, en el período más amplio de tiempo que va desde el concilio Vaticano II al gran jubileo, analice su fervor y recupere un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral" (n. 3).

3. "Recomenzar desde Cristo" (cf. ib., cap. III) debe ser vuestro primer compromiso, queridos Frailes Menores Conventuales. Sólo apoyándoos firmemente en Cristo os será posible llevar a la práctica las diversas indicaciones operativas que habéis identificado durante los trabajos capitulares para responder a desafíos urgentes y prioridades apostólicas. Este amor a Cristo debe expresarse, en primer lugar, con la fidelidad a la oración personal y comunitaria, sobre todo la litúrgica, que ha caracterizado a vuestra orden desde los comienzos. San Francisco, dirigiéndose al capítulo general y a todos los frailes, escribió: "Por eso insto como puedo al ministro general, mi señor, a que haga que todos observen inviolablemente la Regla, y que los clérigos recen el oficio con devoción ante Dios, sin preocuparse de la melodía de la voz, sino de la aplicación de la mente, de modo que la voz esté en sintonía con la mente y la mente, por su parte, en sintonía con Dios, para que, mediante la pureza del corazón, agraden a Dios" (Carta al capítulo general y a todos los frailes, 6, 51-53, en: Fuentes Franciscanas, 227). Vuestra vida fraterna y vuestra misión evangelizadora darán frutos abundantes si brotan de una "comunidad orante", que en el encuentro con Dios halla el sentido y las energías interiores para la fidelidad diaria a sus compromisos.

4. La intensa relación con el Señor os dará vigor espiritual para cultivar la vida fraterna. A este respecto, debéis ser fieles a vuestro carisma franciscano conventual específico, que siempre ha considerado el compartir el camino comunitario como su característica peculiar dentro del vasto movimiento franciscano. Que os aliente cuanto escribí, a este propósito, en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, subrayando la dimensión teológica de la vida fraterna vivida con espíritu de auténtica comunión: "La comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado (cf. Mt
Mt 18,20)" (n. 42).

El primer biógrafo del Poverello de Asís, fray Tomás de Celano, presenta el cuadro de referencia, en cierto sentido ideal, de la orden, describiendo al grupo de los primeros compañeros de san Francisco como rebosantes de un amor no sólo gozoso, sino también animado por un verdadero afecto fraterno (cf. Vida primera de san Francisco de Asís, 38, en: Fuentes franciscanas, 387. 393). No olvidéis que "la Iglesia tiene urgente necesidad de semejantes comunidades fraternas. Su misma existencia representa una contribución a la nueva evangelización, puesto que muestran de manera fehaciente y concreta los frutos del "mandamiento nuevo"" (Vita consecrata VC 45 cf. Novo millennio ineunte NM 43-45).

5. En vuestro capítulo a menudo se ha manifestado la llamada a una espiritualidad sencilla e intensa; en una palabra, franciscana. Si sois hombres de profundo diálogo con Dios, también seréis testigos y maestros de auténtica espiritualidad. Por tanto, salvaguardad y promoved la vida espiritual, mostrándoos dispuestos a guiar por este camino a los fieles para quienes sois punto de referencia. Nuestro tiempo muestra signos cada vez más evidentes de una profunda sed de valores, de itinerarios y de metas del espíritu. En la citada carta apostólica Novo millennio ineunte escribí: "¿No es acaso un "signo de los tiempos" el hecho de que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una generalizada exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de oración?" (n. 33).

Este renovado anhelo del mundo del espíritu debería encontrar una respuesta válida y fecunda en vuestras comunidades franciscanas. Mediante la escucha dócil de la palabra de Dios, acogida personalmente y compartida en la práctica tradicional de la lectio divina, y mediante el ejercicio de la oración personal y comunitaria, llegaréis a ser valiosos compañeros de viaje para mucha gente deseosa de seguir a Cristo y su Evangelio sine glossa. Así responderéis a las peticiones que, de diversas formas, os llegan de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, y podréis atraer eficazmente a las almas hacia itinerarios de crecimiento espiritual y de nueva vitalidad interior.

6. Son múltiples las ocasiones que os brinda la Providencia. Basta recordar el ministerio de acogida en los diversos santuarios confiados a vuestra orden. Pienso, por ejemplo, en la basílica de San Francisco de Asís, que he tenido la alegría de visitar muchas veces, donde se comprueba que el Poverello sabe también hoy fascinar y llevar hacia Dios a multitud de devotos.

Pienso, asimismo, en la basílica de San Antonio de Padua, gran hijo espiritual de san Francisco de Asís. No puedo olvidar el valioso servicio pastoral de los beneméritos penitenciarios de la basílica vaticana, que, especialmente durante el jubileo, se prodigaron con empeño y dedicación loables en la acogida de innumerables penitentes procedentes de todas las partes del mundo. Sé que muchos religiosos de la orden vinieron a Roma desde diferentes países para colaborar con sus hermanos, que desempeñan ordinariamente este ministerio tan oculto como necesario para el bien de las almas.

Amadísimos Frailes Menores Conventuales, continuad vuestra acción con el estilo popular que os distingue. El pueblo, a cuyo servicio os envía Dios, os dirige la misma petición que hicieron al apóstol Felipe los griegos que acudieron a Jerusalén para la Pascua: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). A vosotros corresponde hacer visible y, diría, casi palpable el amor misericordioso de Dios: amor que acoge y reconcilia, que perdona y renueva el corazón de los creyentes, estrechando en un abrazo consolador a cada hombre y a cada mujer, hijos todos del único Padre celestial.

7. Las indicaciones que han surgido de las reflexiones de estos días ayudarán ciertamente a la orden a proseguir en el camino trazado por el fundador, secundando fielmente sus intuiciones evangélicas. Con discernimiento profético sabréis adoptar, a la luz del Espíritu, "el modo adecuado de mantener y actualizar el propio carisma y el propio patrimonio espiritual en las diversas situaciones históricas y culturales" (Vita consecrata VC 42), sin faltar jamás a la Regla de vida que os legó san Francisco.

51 Tenéis ante vosotros el ejemplo heroico de varios hermanos vuestros, que en el siglo pasado dieron la vida por Cristo y por su Iglesia. Me refiero a los siete hermanos polacos, algunos de los cuales fueron colaboradores de san Maximiliano María Kolbe, víctimas de la ideología nazi. Tuve la alegría de proclamarlos beatos durante el sexenio pasado. Al contemplar la luminosa multitud de santos y beatos de vuestra orden, no temáis seguir al Señor con entrega total. Que os proteja la Virgen María, "Señora santa, Reina santísima y Madre de Dios" (Saludo a la Virgen, 1, en: Fuentes franciscanas, 259), y os ayude a cumplir los propósitos de vuestro capítulo general.

Con estos deseos, os imparto de buen grado a cada uno de vosotros, a vuestras comunidades de proveniencia y a todos los Frailes Menores Conventuales esparcidos por el mundo, así como a los laicos que colaboran con vosotros en vuestras diferentes actividades, una especial bendición apostólica.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS, SACERDOTES Y FIELES


DE LA DIÓCESIS DE ROMA


AL FINAL DEL GRAN JUBILEO


Amadísimos hermanos y hermanas:

Al término del gran jubileo deseo dirigirme a vosotros con este mensaje en el que, como si fuera una conversación familiar, evoco algunas de las emociones suscitadas por esa extraordinaria experiencia de fe, amor y conversión que hemos vivido juntos.
Roma no podrá olvidar jamás las multitudes de peregrinos procedentes de todas las partes de la tierra, que recorrieron sus calles y rezaron en las basílicas y en las iglesias, profesando la única fe en Cristo Señor y Salvador ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo y las de los mártires.
Los peregrinos, a su vez, no podrán olvidar el calor de la acogida gozosa y fraterna de las familias, las comunidades religiosas y las parroquias de esta maravillosa ciudad, que manifestó una vez más al mundo su vocación universal y testimonió que "preside en la caridad a todas las Iglesias".

Gratitud

1. Por todas esas experiencias doy gracias con vosotros al Señor. Me vienen a la memoria, en particular, algunos acontecimientos que marcaron la vida de la diócesis y fueron preparados y celebrados con gran intensidad espiritual y con generoso espíritu de servicio: el jubileo diocesano, la semana del Congreso eucarístico internacional, con su sugestiva procesión eucarística desde la basílica de San Juan de Letrán hasta la de Santa María la Mayor, el jubileo de las familias y, sobre todo, el gozoso y entusiasta jubileo de los jóvenes, que quedará grabado profundamente en la memoria de todos los que tuvieron la gracia de participar en él. Como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, no será fácil ni a los mismos jóvenes, ni a los voluntarios, a las familias, a las parroquias y a las comunidades religiosas que los acogieron con amistad y simpatía, borrar de la memoria ese acontecimiento en el que Roma se hizo "joven con los jóvenes" (n. 9).

Los grandes acontecimientos jubilares, pero también el desarrollo diario, igualmente importante, del Año santo pudieron celebrarse del mejor modo posible gracias a la dedicación y al esfuerzo de los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y numerosos fieles de la diócesis. ¡Gracias, pues, Iglesia de Roma, por haberte abierto a la gracia del jubileo y haber correspondido a ella con todo el ardor de tu corazón!

Expreso mi gratitud en especial a los voluntarios, a las familias, a las parroquias y a las comunidades religiosas, que se prodigaron con entusiasmo y sacrificio en la hospitalidad a los peregrinos y en el servicio a los más pobres, a los discapacitados y a los que sufren. En particular, pienso en cuantos acogieron con alegría y compromiso responsable al gran número de jóvenes de la Jornada mundial de la juventud.

Una mirada al pasado...

52 2. Desde la ya lejana vigilia de Pentecostés del año 1986, el camino de la Iglesia de Roma se ha caracterizado y fortalecido por una serie de grandes compromisos y citas. En primer lugar, el Sínodo pastoral, para la plena acogida y valoración de las enseñanzas del concilio Vaticano II en nuestra diócesis: la comunión y la misión fueron las ideas fundamentales en torno a las cuales giraron los trabajos del Sínodo, cuya misma celebración representó una gran experiencia de comunión. El libro del Sínodo sigue siendo el punto de referencia y el "vademécum" de nuestra pastoral.

En la solemnidad de la Inmaculada de 1995, también llamé a la Iglesia de Roma a la gran "Misión ciudadana", como preparación para el Año santo y para concretar el compromiso misionero asumido por el Sínodo. Se centró en la idea: "Pueblo de Dios en misión"; y en realidad todos -sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, y sobre todo muchísimos laicos- se hicieron, con fe, valentía y entrega, misioneros en las familias, en las escuelas, en los ambientes de trabajo y por toda la ciudad.

Siguió la maravillosa experiencia espiritual del jubileo, que ha acrecentado la comunión y la colaboración entre todas las realidades, las vocaciones y los carismas que constituyen la riqueza de nuestra diócesis, y que nos ha confirmado ulteriormente que son muchas las personas y las familias, además de las que participan habitualmente en la vida de nuestras comunidades, en las que aún están presentes las raíces de la fe y el deseo del contacto con Dios y de una vida sin ambiciones e intereses terrenos.

...para proyectar el futuro

3. Así pues, podemos mirar hacia adelante con actitud de fe y esperanza cristiana y, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte (n. 1), "remar mar adentro" (cf.
Lc 5,4), para "vivir con pasión el presente" y "abrirnos con confianza al futuro", con la certeza de que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8). En efecto, nos espera una nueva y fecunda era de evangelización de nuestra ciudad y del mundo entero.

A la vez que damos gracias al Señor por los dones recibidos, nos interrogamos sobre los modos mejores para hacerlos fructificar ulteriormente y, en particular, buscamos los caminos posibles y eficaces para renovar nuestra pastoral ordinaria, a fin de hacerla estable y concretamente misionera. A este objetivo está dedicada la gran "Asamblea diocesana" que, aceptando mi invitación, habéis programado para el próximo mes de junio y que ya ahora estáis preparando en las parroquias, en las prefecturas y en los otros ambientes eclesiales.

La carta apostólica Novo millennio ineunte ofrece la pista fundamental con vistas a la preparación y a las orientaciones de esa Asamblea, indicando los contenidos decisivos para la vida y el testimonio de la comunidad cristiana, tanto en Roma como en cualquier otra parte del mundo: cada Iglesia particular, y también la Iglesia de Roma, está llamada a "establecer aquellas indicaciones programáticas concretas -objetivos y métodos de trabajo, formación y valorización de los agentes y búsqueda de los medios necesarios- que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura" (n. 29).

Pero hay algo más importante aún que la reflexión y la programación pastoral y es lo único que puede darles a estas y a toda la actividad apostólica una orientación justa, fecundidad y eficacia. Me refiero, como ya habéis comprendido, a la contemplación del rostro de Cristo (cf. Novo millennio ineunte, cap. II) que se convierte en oración, aspiración a la santidad y participación en la vida litúrgica y sacramental, de la que deriva el ""alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31).

Hermanos y hermanas de la Iglesia de Roma, os recomiendo especialmente a vosotros siempre, pero de modo particular en este tiempo en el que realizamos el discernimiento comunitario con vistas a los compromisos futuros, que os dediquéis más a la oración y a la escucha de la palabra de Dios y a valorar al máximo la Eucaristía, sobre todo la dominical. Nuestras comunidades "tienen que llegar a ser auténticas "escuelas" de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el "arrebato" del corazón" (ib., 33). Que el redescubrimiento del sacramento de la reconciliación, que experimentamos durante el Año santo, siga ahora y se apoye en oportunas catequesis, así como en la disponibilidad generosa de los sacerdotes en el confesonario.

Comunión eclesial

4. Ya he subrayado que el discernimiento pastoral debe realizarse con espíritu de comunión. En efecto, la comunión "encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia" (ib., 42). Por consiguiente, hay que "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (ib., 43): este es el desafío que nos espera, "si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (ib.).

53 Se trata, sobre todo, de incrementar la "espiritualidad de la comunión", que nos ayuda a superar toda búsqueda vana de afirmación personal y a valorar todos los carismas con los que el Señor enriquece a la Iglesia, confiriendo "un alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y a la apertura que responde plenamente a la dignidad y responsabilidad de cada miembro del pueblo de Dios" (ib., 45).

Muchos son los caminos y las formas concretas con los que podemos incrementar la comunión en nuestra diócesis, tan rica en múltiples experiencias espirituales y pastorales; pero para alcanzar este fin es decisivo que toda parroquia y comunidad religiosa, toda realidad eclesial, y también cada bautizado, particularmente quienes tienen mayores responsabilidades pastorales, se pregunten con sinceridad: ¿qué aporto al crecimiento de la comunión plena en la Iglesia? ¿Cómo puedo colaborar para que llegue a ser casa y escuela de comunión?

Formación misionera

5. Sobre la base de la comunión recíproca será más fácil desarrollar el compromiso de formación cristiana con un matiz específicamente misionero que, con el paso de los años, resulta claramente cada vez más necesario. En efecto, en el actual marco social y cultural, y en presencia de tantas familias que no son capaces de dar la primera formación cristiana a sus hijos, nuestras comunidades eclesiales, comenzando por las parroquias, deben encargarse de todo el itinerario formativo, desde los años de la infancia y, sin interrupción, hasta la juventud, la madurez y la vejez.

Se trata de formar cristianos auténticos, y esto no puede lograrse sin un profundo compromiso personal, tanto de los formadores como de los formandos. Pero se trata también de dar a todo este itinerario una dimensión fuertemente misionera, que haga del cristiano un hombre celoso y capaz de dar un claro testimonio de su fe, en cada uno de los ámbitos en los que se desarrolla su vida. Únicamente así la "misión permanente", que es nuestro gran objetivo pastoral, podrá realizarse de forma concreta, no sólo mediante iniciativas especiales, sino también y sobre todo en el entramado diario de la vida de nuestra diócesis, con sus múltiples articulaciones.

Pastoral vocacional

6. Aunque todo cristiano recibe del Señor su vocación específica y necesita una formación adecuada para poder corresponder a ella, conservan todo su valor peculiar las vocaciones de especial consagración, particularmente al sacerdocio y a la vida consagrada. También la Iglesia de Roma, que ha sido bendecida por Dios en estos años con el don de muchas ordenaciones sacerdotales, siente la necesidad de "organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y a las familias, suscitando una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la entrega total de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino" (ib., 46).

Pido a cada creyente y a cada institución eclesial, especialmente a las comunidades de vida contemplativa, que intensifiquen la oración por las vocaciones. Es el primer compromiso y el más necesario. Asimismo, es preciso trabajar con empeño en la promoción, el acompañamiento y la maduración de cada vocación. Es una tarea de toda la diócesis, en la que se inserta la responsabilidad específica que compete a nuestros seminarios diocesanos, a los cuales quisiera asegurar mi constante atención y mi recuerdo especial en la oración.

Los caminos de la misión permanente

7. La audacia y la prudencia del discernimiento deberán expresarse especialmente en proyectar y desarrollar las formas de misionariedad que ya experimentamos durante la Misión ciudadana y que ahora hay que integrar oportunamente en la pastoral ordinaria, enriqueciéndolas con nuevas modalidades. Pienso, en particular, en las opciones e iniciativas fundamentales que se realizaron: la visita a las familias -a la que siguió la formación de centros de escucha del Evangelio en los hogares-, el testimonio misionero en los ambientes de vida y trabajo, y el diálogo a la luz de la fe con las instituciones culturales presentes en nuestra ciudad. Pero para que estas opciones encuentren un terreno fértil y un apoyo adecuado, es preciso que la catequesis, la acción litúrgica y las diversas iniciativas de nuestras comunidades asuman una fisonomía más claramente misionera, poniendo siempre en el centro el anuncio de Jesucristo, único Salvador, y haciendo que ese testimonio responda a los interrogantes, las preocupaciones y las expectativas de la vida diaria de nuestro pueblo.

En el momento mismo en que el compromiso misionero impulsa a nuestras parroquias y a los diferentes ambientes eclesiales a salir de sí mismos para proponer a todos el encuentro con Cristo, nos ponemos en contacto con los múltiples sufrimientos y formas de pobreza, antiguas y nuevas, presentes en los hogares y en los barrios de Roma. Por eso, ha llegado también para nosotros "la hora de una nueva "creatividad de la caridad", que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de mostrarse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda no sea percibido como limosna humillante, sino como un compartir fraterno" (ib., 50). En esta frontera de la caridad, en la que la Iglesia de Roma se ha comprometido a lo largo de toda su historia, pido una presencia general y generosa que implique a todos los componentes eclesiales.

54 Igualmente necesaria es una atención constante al vasto mundo de la cultura, en sus múltiples expresiones. El "proyecto cultural orientado en sentido cristiano", que constituye una de las grandes prioridades de la Iglesia en Italia, debe alcanzar también, y particularmente en Roma, un desarrollo cada vez más concreto. No se trata sólo de estar presentes en los lugares dedicados más específicamente a la elaboración y a la comunicación de la cultura, sino también de lograr influir en la mentalidad y en la cultura a través de la actividad pastoral diaria. Será necesario, asimismo, suscitar en cada creyente la conciencia de la contribución que, con su trabajo, sus convicciones y su estilo de vida, puede dar a la formación de un ambiente social más cristiano en la ciudad.

No necesito subrayar cuán importante es, para un compromiso misionero en toda la diócesis, la pastoral familiar, en este momento histórico en el que la familia misma, también en Roma, está atravesando una crisis profunda y generalizada. Precisamente por eso, no podemos contentarnos con una atención esporádica a las familias o limitada a los núcleos más cercanos y disponibles. Por el contrario, el rostro materno de la Iglesia debe manifestarse, en la medida de lo posible, a todo núcleo familiar mediante la actividad de los pastores, pero también mediante el testimonio y la solicitud de familias cristianas capaces de dar "un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto de la de los cónyuges como, sobre todo, de la de los más frágiles, que son los hijos" (ib., 47).

La Jornada mundial de la juventud, tanto en su desarrollo como en todo su trabajo de preparación, en el que se distinguió la diócesis de Roma, nos ha confirmado que sería un error imperdonable no tener confianza en el "don especial del Espíritu de Dios" que son los jóvenes para Roma y para la Iglesia (cf. ib., 9). Hemos podido constatar que muchos jóvenes están enamorados de Cristo, y saben superar la tentación insidiosa de separar a Cristo de la Iglesia. Esos jóvenes pueden y deben convertirse en los primeros misioneros para sus amigos y coetáneos: el nuevo impulso apostólico que queremos dar a toda la vida de nuestra Iglesia exige cultivar e incrementar, con una actitud de confianza y una formación adecuada, su capacidad de ser testigos auténticos y creíbles del Señor.

El amor de Cristo nos apremia (
2Co 5,14)

8. Queridos hermanos y hermanas, los meses que faltan para la Asamblea de junio os permitirán poneros a la escucha del Espíritu que habla a su Iglesia y escucharos unos a otros, a fin de redescubrir juntos los caminos más eficaces para que el compromiso de la nueva evangelización sea permanente.

Pero sabemos muy bien que todo el impulso, la energía y la entrega de los evangelizadores provienen de la fuente que es el amor de Dios, infundido en nuestro corazón con el don del Espíritu Santo. Este amor abraza, en Cristo, a todos nuestros hermanos los hombres, llamados como nosotros a la fe y a la salvación. Abraza, en particular, a cada uno de los que viven en esta gran ciudad, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, italianos y extranjeros. Y junto con ellos abraza a toda la ciudad, a cuyo auténtico progreso humano y civil, como creyentes en Cristo, deseamos dar nuestra contribución más sincera. Por eso, dispongámonos a vivir, ante todo como un acto de amor, tanto la preparación de la Asamblea como todo lo que seguirá.

María santísima, Salus populi romani, los apóstoles san Pedro y san Pablo, y todos los santos y santas de la Iglesia de Roma nos sostengan con su intercesión, para que todos juntos cumplamos con fidelidad y confianza la misión que el Señor nos confía.

Como prenda de mi gran afecto, de corazón os imparto a todos la bendición apostólica, propiciadora de la gracia y de la alegría que vienen del Espíritu Santo.

Vaticano, 14 de febrero de 2001






Discursos 2001 46