Discursos 2001 61

Marzo de 2001




A LOS PÁRROCOS, VICEPÁRROCOS


Y DIÁCONOS DE LA DIÓCESIS DE ROMA


Jueves 1 de marzo de 2001



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
62 amadísimos sacerdotes:

1. Os saludo con afecto y os agradezco vuestra presencia en esta cita anual con el clero de Roma, al comienzo de la Cuaresma. Es un encuentro muy importante para mí, porque me brinda la oportunidad de encontrarme personalmente con los que están comprometidos de modo directo en la atención pastoral a los fieles de esta querida Iglesia de Roma.

Saludo y doy las gracias al cardenal vicario, al vicegerente, a los obispos auxiliares y a cuantos de vosotros me han dirigido la palabra.

2. "En el tiempo favorable te escuché; en el día de salvación vine en tu ayuda; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación" (2 Co 6, 2).

La exhortación del Apóstol, que ha resonado en la solemne liturgia del miércoles de Ceniza, nos invita a entrar en el camino penitencial de la Cuaresma con sentimientos de profunda gratitud al Señor. En este tiempo favorable, tiempo de gracia, él sale al encuentro de su pueblo para acompañarlo hacia la Pascua, por el camino de la conversión y la reconciliación.

La Cuaresma es un tiempo fuerte que en las parroquias y en toda comunidad eclesial se vive con gran intensidad espiritual y pastoral. Por tanto, son muchos los compromisos que os esperan y las iniciativas programadas que hay que realizar progresivamente en el ámbito de la catequesis, la liturgia y la caridad. Pero la preocupación por "hacer" no debe prevalecer jamás sobre los factores decisivos, de orden espiritual e interior, que son la única base firme de la intensa actividad pastoral, por lo demás necesaria.

3. Especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, os recomiendo que alimentéis, en este tiempo santo, vuestro camino espiritual personal. El ejemplo y el testimonio del sacerdote pueden ayudar mucho a los fieles a comprender y acoger las riquezas espirituales de la Cuaresma, redescubriendo la parroquia como "escuela" de oración, "donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el arrebato del corazón" (Novo millennio ineunte
NM 33).

La Cuaresma es tiempo favorable para incrementar en toda comunidad la espiritualidad de comunión que, a partir del encuentro más intenso con el Señor, impregna las relaciones recíprocas y permite gustar "la dulzura y la delicia de los hermanos que viven unidos" (Ps 133,1). Desde este punto de vista, resulta decisiva en toda comunidad la comunión presbiteral, que se manifiesta en la fraternidad vivida entre párrocos y vicarios, entre sacerdotes ancianos y jóvenes, y especialmente con los hermanos enfermos o los que atraviesan dificultades.

En el seno del presbiterio cada uno está llamado a considerar al otro "como uno que me pertenece" y a ver, ante todo, lo que hay de positivo en el hermano, para acogerlo y valorarlo como "un don para mí", "rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, afán de hacer carrera, desconfianza y envidias" (Novo millennio ineunte NM 43).

4. Forma parte de este compromiso de comunión la escucha del pueblo de Dios que se sirve de los organismos de participación, promovidos con convicción y seriedad, pero también de todas las ocasiones que se nos presentan a diario para acoger las peticiones de la gente y afrontar sus necesidades más concretas.

Pienso en las numerosas personas que, por razones de trabajo o por su intenso ritmo de vida, necesitan ser acogidas y acompañadas, en la catequesis y en la preparación para los sacramentos, en tiempos, horarios y formas diferenciados, que respondan a sus exigencias. Debemos ir a su encuentro con disponibilidad y benevolencia, alegrándonos de poder conocer y tratar, sobre todo, con quienes no frecuentan habitualmente nuestras comunidades.

63 Pienso, además, en el gran número de familias que, en el tiempo de Cuaresma, abren la puerta de su casa para recibir la tradicional bendición de los misioneros, que la misión ciudadana ha emprendido de forma tan positiva.

5. En el momento en que nuestras comunidades salen de sí mismas para llevar a cada casa y a cada ambiente de trabajo el anuncio del Señor muerto y resucitado, nos ponemos en contacto con los múltiples sufrimientos y pobrezas, antiguas y nuevas, presentes en las familias y en los barrios de Roma. Vosotros, sacerdotes, que vivís diariamente junto a la gente, sabéis cuán grandes son las expectativas y la confianza que los pobres, y en general los que sufren, ponen en la comunidad cristiana.

Así pues, como Cristo, buen Pastor, id por doquier en busca de todo hombre, mujer, muchacho, joven o anciano, que espera un gesto de afecto, de solidaridad y de comunión fraterna en su situación de pobreza material o moral y espiritual. Esta red de amor concreto y personalizado es el primer camino misionero, que suscita la nueva "creatividad de la caridad" (cf. ib., 50) que abre el corazón al anuncio del Evangelio.

6. Esta Cuaresma coincide con un momento particularmente significativo y rico en perspectivas para nuestra diócesis. En efecto, en todas las parroquias y en todas las comunidades eclesiales se está realizando el discernimiento espiritual y pastoral que desembocará en la gran Asamblea de junio.

Como recordé en mi Carta a la Iglesia de Roma, renovando la invitación de la Novo millennio ineunte, podemos mirar hacia adelante con actitud de fe y esperanza cristiana, y así "remar mar adentro", tanto para vivir con pasión el presente como para abrirnos con confianza al futuro.

La Asamblea tiene como finalidad empezar una nueva y fecunda era de evangelización de nuestra ciudad. La misión permanente es el objetivo al que debemos tender con todas nuestras energías, una misión centrada en Cristo, único Salvador, promovida por todo el pueblo de Dios, sostenida por la comunión entre todos sus componentes, dirigida a toda persona, familia y ambiente, y testimoniada por cristianos adultos en la fe que, con su trabajo, sus convicciones y su estilo de vida, sepan influir en la mentalidad y en la cultura de toda la ciudad.

7. Os renuevo mi más profunda gratitud por la disponibilidad y la generosidad que habéis mostrado durante el jubileo. Si ese gran acontecimiento pudo realizarse serenamente, dando a los peregrinos procedentes de todo el mundo un testimonio vivo de la tradicional hospitalidad romana, rica en calor humano y espiritual, se debió en gran parte a las parroquias, a las familias, a las comunidades religiosas y a los numerosos voluntarios, jóvenes y adultos, que se comprometieron generosamente en el servicio y en la acogida.

Manifiesto mi gratitud, de modo especial, a los jóvenes de Roma, que, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, se prodigaron para preparar la acogida de sus coetáneos y los acompañaron, con amistad y fraternidad, a fin de que vivieran experiencias inolvidables de fe y comunión. Esos jóvenes -que espero acudan en gran número a nuestro tradicional encuentro en el Vaticano el jueves anterior al domingo de Ramos- son un gran recurso misionero para la Iglesia de Roma y para toda la ciudad.

Queridos sacerdotes, amad a esos jóvenes con el corazón mismo de Cristo y tened confianza en cada uno de ellos; sostened su entusiasmo y ayudadles a ser testigos de la fe en medio de sus coetáneos. No tengáis miedo de dirigirles la invitación a decir con valentía su "sí" sin reservas incluso a las llamadas más arduas, como la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada.
Acompañad su camino de crecimiento cristiano con la celebración del sacramento de la penitencia y la dirección espiritual. Vuestra alegría de ser sacerdotes y vuestra opción por una vida pobre y entregada gratuitamente al Evangelio y a vuestros hermanos representan la siembra más intensa de vocaciones en el corazón de los jóvenes.

8. La Cuaresma es tiempo favorable para nuestra santificación. Lo es para todo bautizado y, con mayor razón, para nosotros, sacerdotes, que estamos llamados a "celebrar a diario lo que vivimos y a vivir lo que celebramos", el sacrificio pascual del Señor, fuente primera y perenne de santidad y de gracia.

64 La Virgen María, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nos sostenga en este arduo camino. Que nos ayude la intercesión de santos sacerdotes como el cura de Ars y los numerosos sacerdotes y párrocos romanos elevados a la gloria de los altares. Nos anime el ejemplo de tantos hermanos, a quienes apreciamos por su humilde servicio y su generosa entrega a la Iglesia de Roma.

Os bendigo de corazón a todos vosotros, así como a vuestras comunidades.

Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus

Al concluir, quiero deciros que para mí, como para todos nosotros, este Año santo ha sido un gran motivo de aliento. Hemos visto cómo grandes multitudes se apiñaban ante la basílica de San Pedro para cruzar la Puerta santa. Hemos visto las innumerables confesiones que se hacían. Hemos visto que los jóvenes se confesaban en masa. Obviamente, en masa quiere decir en gran número, pero se confesaban individualmente. Hemos visto todo eso. Así pues, vemos que la mies es mucha, y los obreros tal vez no son del todo suficientes. Pero demos gracias a Dios por los que hay. Gracias a Dios y a todos vosotros, sacerdotes de Roma; gracias por las vocaciones que tenemos en el Seminario romano, que visité el sábado pasado. Así quisiera concluir invitando al optimismo, un optimismo que debemos a la gran experiencia del Año jubilar. Parece que lo que nos ha aportado el Año jubilar lo ven también los que tal vez no son amigos nuestros. También la prensa laica lo dice claramente: no puede por menos de reconocer los hechos, la experiencia vivida. Demos gracias a Dios. Demos muchas gracias a Dios. Os deseo también la valentía cristiana para el período cuaresmal y para una feliz Pascua.







DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DE PANAMÁ EN VISITA "AD LIMINA"


3 de marzo de 2001



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con gusto os recibo hoy, Pastores de la Iglesia de Dios que peregrina en Panamá, venidos a Roma para la visita ad Limina. En estos días habéis tenido la oportunidad de renovar vuestra fe ante las tumbas de los Santos apóstoles Pedro y Pablo, de expresar la plena comunión con el Obispo de Roma, al que os unen "lazos de unidad, de amor y de paz" (cf. Lumen gentium LG 22), y de reavivar la solicitud pastoral por todas la Iglesias (cf. Christus Dominus CD 6). Así mismo, los contactos con los diversos Dicasterios de la Curia Romana habrán servido para recibir su apoyo y orientación en la misión que os ha sido confiada.

Agradezco de corazón a Mons. José Luis Lacunza Maestrojuan, Obispo de David y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, expresando vuestros sentimientos de afecto y los anhelos e inquietudes que os animan en el ejercicio de vuestro ministerio. Como Pastor de toda la Iglesia, aliento la solicitud que mostráis por el pueblo panameño, al que os ruego hagáis llegar el cariñoso saludo del Papa, que no olvida la intensa y memorable jornada vivida entre ellos el 5 de marzo de 1983.

2. En los últimos años, el Señor, que ha prometido su presencia hasta el fin de los tiempos (cf. Mt Mt 28,20), ha regalado a su Iglesia una singular experiencia de sus dones. La Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para América y la Exhortación apostólica Ecclesia in America han mostrado el nuevo contexto de la Evangelización, cada vez menos limitado por divisiones y barreras que parecían infranqueables, para hacer valer un sentido más amplio y universal de la comunión (cf. Ecclesia in America ).

A su vez, la celebración del Gran Jubileo ha sido una experiencia eclesial no sólo extraordinariamente rica en sí misma sino, también un fuerte llamado a todas las comunidades eclesiales para que estén abiertas a lo que Dios espera de ellas al comenzar este nuevo siglo y este nuevo milenio. Como he dicho en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, "es preciso ahora aprovechar el tesoro de la gracia recibida, traduciéndola en fervientes propósitos y en líneas de acción concretas" (n. 3). Os invito, pues, a que lo hagáis también en cada una de vuestras diócesis (cf. ibíd., 29).

3. De entre las diversas tareas que os incumben como Pastores de las Iglesias particulares de Panamá, sabéis bien que la primacía de vuestra misión de cabezas y guías de la porción del Pueblo de Dios que se os ha confiado corresponde a la proclamación misma del Evangelio. En efecto, Jesucristo es "la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano" (Ecclesia in America ). Jesús mismo lo dio a entender cuando envió a sus discípulos con la advertencia de que no llevasen nada para el camino en su misión de anunciar que el Reino de Dios está cerca (cf. Mt Mt 10,7-14). De este modo enseñaba que el apóstol ha de poner toda su confianza en el Señor y su mensaje de salvación del que es portador, viviendo de él y para él, sin que otros apoyos, intereses o criterios humanos se interpongan en su cometido.

65 En este sentido, es importante que cada Obispo infunda este mismo espíritu en sus colaboradores, y muy especialmente en los sacerdotes. Ello requiere ciertamente estar cercano a ellos, a sus necesidades espirituales y materiales y a las condiciones, no siempre fáciles, en las que ejercen su ministerio. De este modo se reforzará en ellos el imprescindible vínculo de comunión con su Obispo, del que esperan recibir el aliento necesario para vivir y desempeñar generosamente su labor sacerdotal.

Esto contribuirá también de manera decisiva a otra de las prioridades más apremiantes en vuestras diócesis, como es el fomento de las vocaciones, lo cual exige un serio compromiso por parte de todos. En este campo, las diversas iniciativas han de ser respaldadas sobre todo por el testimonio los sacerdotes y de las personas consagradas, en las cuales se ha de ver una entrega incondicional a la causa del Evangelio. Su misma vida, "su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional" (Pastores dabo vobis
PDV 41).

4. Conozco la preocupación por algunos aspectos de vuestro pueblo que parecen dificultar la penetración del Evangelio en su corazón. Muchas son las diferencias de una región a otra, a veces con marcada identidad étnica y cultural; muy rápidos algunos cambios sociales que desconciertan a muchas personas, especialmente a los jóvenes; y demasiado difusa la tentación de una vida trivial, de un consumismo egoísta, de una sexualidad irresponsable o, incluso, de un fácil recurso a la violencia.

Ante ello, y lejos de ceder a cualquier tentación de desánimo, no debe faltar una actitud de acercamiento y una palabra a los jóvenes, que los interpele directamente y sin subterfugios, los rescate de una vida superficial o carente de sentido, despierte en ellos el brío de la responsabilidad y los defienda del asedio de un mundo lleno de provocaciones engañosas. De muchos jóvenes de hoy puede decirse con San Agustín: "¿quién no aspira a la verdad y la vida? Pero no todos hallan el camino" (Sermón 142, 1).

Múltiples son los cauces a través de los cuales puede llegar a ellos el mensaje de Cristo. Lo que importa es que sea auténtico y transparente, que se afiance profundamente en su ser mediante una catequesis continuada y sistemática, llene de gozo el corazón y se celebre en la liturgia; se comparta en la comunidad y se descubra cada vez más en la intimidad de cada uno a través de la oración (cf. Tertio millennio ineunte, 33).

5. En mi visita pastoral a Panamá tuve la oportunidad de hablar sobre el sentido cristiano de la familia, la cual no solamente es la célula fundamental de la sociedad, sino también lugar privilegiado donde se vive y se transmite la fe. Por eso ha de tener un lugar preeminente en los proyectos de evangelización, tanto para que responda al proyecto de Dios sobre el matrimonio, como para que sean los hogares mismos cauce de irradiación de los valores evangélicos. En aquella ocasión hice notar que "el matrimonio es una historia de amor mutuo, un camino de madurez humana y cristiana. Sólo en el progresivo revelarse de las personas se puede consolidar una relación de amor que envuelve la totalidad de la vida de los esposos" (Homilía en la Misa para las familias, Panamá, 5 de marzo 1983, 4).

Esta alta concepción del matrimonio y la familia sigue siendo uno de los retos para la Iglesia del tercer milenio que, también en vuestro País, constata la existencia de ciertas actitudes que dificultan en su raíz la plena realización de un proyecto familiar basado en el designio divino. Me refiero, sobre todo, a la poca estima por la dignidad de la mujer y al frecuente abandono de los deberes conyugales y familiares. En efecto, es triste observar cómo, en ocasiones, "la mujer es todavía objeto de discriminaciones" (Ecclesia in America ). Por eso, la pastoral familiar debe ocuparse de subsanar estas carencias mediante una necesaria y adecuada preparación al matrimonio, una atención constante a la vida de los hogares, apelando también a la responsabilidad de las instancias públicas en lo que se refiere a los programas educativos y a la inserción de los jóvenes en la sociedad.

6. Por otra parte la celebración del Gran Jubileo ha hecho sentir la necesidad de que la Iglesia esté "más que nunca fija en el rostro del Señor" (Novo millennio ineunte NM 16). Además, quienes han recibido la misión de guiar al pueblo de Dios, reciben de Cristo el ejemplo y las mejores indicaciones para una actuación pastoral abnegada y generosa hasta el sacrificio de sí mismos (cf. Jn Jn 10,11 Lumen gentium LG 27). Las actuales circunstancias, que inducen cada vez más a la dispersión y el alejamiento, hacen particularmente urgente una figura de pastor que no sólo atiende a los fieles asiduos, sino que incansablemente va en busca de los desorientados y alejados (cf. Lumen gentium LG 28).

La imagen evangélica de poner sobre los hombros a la oveja descarriada (cf. Lc Lc 15,4-5) sugiere la situación, cada vez más frecuente, de tantos cristianos que, aún deseando mantenerse firmes en la fe, o de volver a ella en el seno de la Iglesia, no se sienten con fuerzas para retomar ellos solos el camino. Surge así la necesidad de una especial atención por el débil y por quien, no obstante su buena voluntad, tiene dificultades para vivir en plena coherencia su compromiso bautismal, para que no se apague la llama vacilante de su fe, sino que se avive hasta alcanzar su máximo fulgor.

7. En Panamá, la Iglesia y sus Pastores tienen una gran tradición de asistencia a los necesitados, de defensa de las minorías étnicas, de promoción humana y de fomento de la educación. Deseo animaros a proseguir por este camino, más aún, a promover con "mayor creatividad una nueva imaginación de la caridad (Novo millennio ineunte NM 50) para hacer frente a la magnitud de algunos fenómenos de marginación social y cultural, así a como a las nuevas formas de pobreza, tanto material como espiritual, que se perfilan al comienzo del nuevo milenio.

En este sentido, es importante mantener la voz profética frente al perpetuarse de situaciones de discriminación, aún cuando éstas no parezcan provocar desestabilización social. Pero la creatividad de la caridad ha de orientarse sobre todo a la búsqueda de métodos y actividades por parte de todos y cada uno en la construcción de su propio porvenir y en el de la comunidad local y nacional. La Iglesia, que se esfuerza por promover el bien integral de cada persona, y, por tanto, de su dimensión social y comunitaria, no se conforma con que se alcance un simple bienestar o comodidad de vida. Ha de esforzarse en promover la verdadera dignidad de la persona, que implica, por un lado, el respeto de los derechos humanos fundamentales y, por otro, su sentido de responsabilidad, solidaridad y cooperación para construir un mundo mejor para todos.

66 Ésta es una misión específica de los fieles laicos, a los que se ha de prestar una atención pastoral privilegiada, para que tengan una recia formación cristiana y una gran fuerza de ánimo en su cometido social. De este modo sabrán impregnar con los valores evangélicos el mundo de la cultura, de la ciencia o de la política. Además, la esperanza incansable que proviene de la fe y con su ejemplo de vida, estimularán a otros en su compromiso de superar aquellas situaciones que producen degrado material y moral, que hace particularmente vulnerables a la mujeres, a los niños y a ciertos grupos sociales, o que provocan criminalidad y violencia.

8. Al terminar este encuentro, deseo unirme de corazón a todos vosotros en las esperanzas que os acomunan y os ayudan a trabajar cada vez más hermanados, reforzando la comunión eclesial a la que he invitado en la Carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. 44-45). La imagen que tiene vuestro País en el mundo, como lugar crucial de paso y comunicación, es una invitación a que sus comunidades eclesiales sean modelo en su capacidad de aunar esfuerzos, de dialogar con todos y de construir indestructibles lazos de unidad, respetando al mismo tiempo la diversidad de cada cultura.

Mientras pido a la Virgen María que os acompañe en vuestro ministerio pastoral y proteja a los queridos hijos e hijas panameños, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.








A LOS PARTICIPANTES EN LA VII ASAMBLEA GENERAL


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA



Sábado 3 de marzo de 2001




1. Me alegra siempre encontrarme con vosotros, ilustres miembros de la Academia pontificia para la vida. Hoy el motivo que me brinda la ocasión es vuestra asamblea general anual, por la que habéis acudido a Roma procedentes de diversos países. Os dirijo mi más cordial saludo a cada uno de vosotros, beneméritos amigos que formáis la familia de esta Academia, tan querida para mí. En particular, dirijo un saludo deferente a vuestro presidente, el profesor Juan de Dios Vial Correa, a quien agradezco las amables palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos. Extiendo mi saludo al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, a los miembros del consejo de dirección, a los colaboradores y a los bienhechores.

2. Habéis elegido como tema para la reflexión de vuestra asamblea un asunto de gran interés: La cultura de la vida: fundamentos y dimensiones. Ya en su misma formulación el tema manifiesta el propósito de prestar atención al aspecto positivo y constructivo de la defensa de la vida humana. Durante estos días os habéis preguntado de qué fundamentos es preciso partir para promover o reactivar una cultura de la vida y con qué contenidos hay que proponerla a una sociedad caracterizada -como recordé en la encíclica Evangelium vitae- por una cultura de la muerte cada vez más difundida y alarmante (cf. nn. 7 y 17).

El mejor modo para superar y vencer la peligrosa cultura de la muerte consiste precisamente en dar sólidos fundamentos y luminosos contenidos a una cultura de la vida que se contraponga a ella con vigor. No basta, aunque sea necesario y debido, limitarse a exponer y denunciar los efectos letales de la cultura de la muerte. Es preciso, más bien, regenerar continuamente el entramado interior de la cultura contemporánea, entendida como mentalidad vivida, como convicciones y comportamientos, y como estructuras sociales que la sostienen.

Esta reflexión resulta mucho más valiosa si se tiene en cuenta que sobre la cultura no sólo influye la conducta individual, sino también las opciones legislativas y políticas, las cuales, a su vez, producen movimientos culturales que, por desgracia, a menudo obstaculizan la auténtica renovación de la sociedad.

Por otra parte, la cultura orienta las estrategias de la investigación científica que, hoy más que nunca, es capaz de ofrecer medios potentes, desafortunadamente no siempre empleados para el verdadero bien del hombre. Más aún, a veces se tiene la impresión de que la investigación, en muchos campos, va contra el hombre.

3. Por tanto, oportunamente habéis querido precisar los fundamentos y las dimensiones de la cultura de la vida. Desde esta perspectiva, habéis puesto de relieve los grandes temas de la creación, mostrando que la vida humana debe percibirse como don de Dios. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a ser su colaborador libre y, al mismo tiempo, responsable de la "gestión" de la creación.

Asimismo, habéis querido reafirmar el valor inalienable de la dignidad de la persona, que distingue a todo hombre, desde la concepción hasta la muerte natural; habéis examinado el tema de la corporeidad y su significado personalista; y habéis prestado atención a la familia como comunidad de amor y de vida. Habéis considerado la importancia de los medios de comunicación para una mayor difusión de la cultura de la vida, y la necesidad de comprometerse en el testimonio personal en su favor. Habéis recordado, además, que en este ámbito es preciso recorrer todos los caminos que favorezcan el diálogo, con la convicción de que la verdad plena sobre el hombre apoya la vida. En este cometido, al creyente lo sostiene el entusiasmo arraigado en la fe. La vida vencerá: esta es para nosotros una esperanza segura. Sí, la vida vencerá, puesto que la verdad, el bien, la alegría y el verdadero progreso están de parte de la vida. Y de parte de la vida está también Dios, que ama la vida y la da con generosidad.

4. Como sucede siempre en la relación entre reflexión filosófica y meditación teológica, también en este caso constituyen una ayuda imprescindible la palabra y el ejemplo de Jesús, que dio su vida para vencer nuestra muerte y asociar al hombre a su resurrección. Cristo es la "resurrección y la vida" (Jn 11,25).

67 Razonando desde esa perspectiva, escribí en la encíclica Evangelium vitae: "El evangelio de la vida no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni sólo un mandamiento destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad; menos aún una promesa ilusoria de un futuro mejor. El evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás, y en él a todo hombre, con estas palabras: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6)" (n. 29).

Se trata de una verdad fundamental que la comunidad de creyentes, hoy más que nunca, está llamada a defender y propagar. El mensaje cristiano sobre la vida está "escrito de algún modo en el corazón mismo de cada hombre y mujer, resuena en cada conciencia desde el principio, o sea, desde la misma creación, de modo que, a pesar de los condicionamientos negativos del pecado, también puede ser conocido por la razón humana en sus aspectos esenciales" (ib.).

El concepto de creación no es sólo un anuncio espléndido de la Revelación, sino también una especie de presentimiento profundo del espíritu humano. De igual modo, la dignidad de la persona no es sólo una noción deducible de la afirmación bíblica según la cual el hombre es creado "a imagen y semejanza" del Creador; es un concepto basado en su ser espiritual, gracias al cual se manifiesta como ser trascendente con respecto al mundo que lo rodea. La reivindicación de la dignidad del cuerpo como "sujeto", y no simplemente como "objeto" material, constituye la consecuencia lógica de la concepción bíblica de la persona. Se trata de una concepción unitaria del ser humano, que han enseñado muchas corrientes de pensamiento, desde la filosofía medieval hasta nuestro tiempo.

5. El compromiso en favor del diálogo entre la fe y la razón no puede por menos de fortalecer la cultura de la vida, conjugando dignidad y sacralidad, libertad y responsabilidad de toda persona, como componentes imprescindibles de su misma existencia. Junto con la defensa de la vida personal, se garantizará también la tutela del ambiente, ambos creados y ordenados por Dios, como lo demuestra la misma estructura natural del universo visible.

Las grandes cuestiones relativas al derecho a la vida de todo ser humano desde la concepción hasta la muerte, el empeño en la promoción de la familia según el designio originario de Dios y la necesidad urgente, que ya sienten todos, de tutelar el ambiente en el que vivimos representan para la ética y el derecho un terreno de interés común. Sobre todo en este campo, que concierne a los derechos fundamentales de la convivencia humana, vale cuanto escribí en la encíclica Fides et ratio: "La Iglesia está profundamente convencida de que fe y razón se ayudan mutuamente, ejerciendo recíprocamente una función tanto de examen crítico y purificador, como de estímulo para progresar en la búsqueda y en la profundización" (n. 100).

El radicalismo de los desafíos que plantean hoy a la humanidad, por una parte, el progreso de la ciencia y de la tecnología y, por otra, los procesos de laicización de la sociedad, exige un esfuerzo intenso de profundización de la reflexión sobre el hombre y sobre su ser en el mundo y en la historia. Es necesario dar prueba de una gran capacidad de diálogo, de escucha y de propuesta, con vistas a la formación de las conciencias. Sólo así se podrá fomentar una cultura fundada en la esperanza y abierta al progreso integral de cada persona en los diversos países, de modo justo y solidario. Sin una cultura que mantenga firme el derecho a la vida y promueva los valores fundamentales de cada persona, no puede existir una sociedad sana ni la garantía de paz y justicia.

6. Ruego a Dios que ilumine las conciencias y guíe a cuantos están comprometidos, en diferentes niveles, en la construcción de la sociedad del futuro. Ojalá que busquen siempre como objetivo primario la tutela y la defensa de la vida.

A vosotros, ilustres miembros de la Academia pontificia para la vida, que gastáis vuestras energías al servicio de un ideal tan noble y exigente, os expreso mi más profunda estima y gratitud. El Señor os sostenga en el trabajo que estáis realizando y os ayude a cumplir la misión que se os ha confiado. La Virgen santísima os conforte con su protección materna.

La Iglesia os agradece el alto servicio que prestáis a la vida. Yo, por mi parte, deseo acompañaros con mi constante aliento, confirmado con una bendición especial.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO


CON LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS


Sábado 3 de marzo de 2001



1. Saludo con afecto a los universitarios de Roma que, como ya es tradición, han animado este encuentro mariano al inicio de la Cuaresma. Saludo también a los representantes del Foro de las asociaciones, organizado por la Conferencia episcopal italiana, que están reunidos en Roma con ocasión de un congreso de estudio.

68 Amadísimos jóvenes, os agradezco vuestra presencia. Dentro de poco llevaréis por las calles de Roma la cruz de las Jornadas mundiales de la juventud, que el próximo domingo de Ramos entregaréis a vuestros coetáneos de Toronto. Seguid siempre el camino del Evangelio y haced que vuestras comunidades universitarias sean "laboratorios de fe y de cultura".

A María, Sedes sapientiae, le encomiendo vuestros proyectos y vuestro compromiso misionero en la Iglesia de Roma.

2. Me agrada saludar a los estudiantes universitarios de Canadá, así como a los miembros del Comité organizador de la próxima Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Toronto durante el mes de julio de 2002. También saludo y doy las gracias al arzobispo de Toronto, cardenal Aloysius Ambrozic.

Queridos amigos, la peregrinación de los jóvenes por los caminos del mundo se dirige ahora a un nuevo destino: de Roma a Toronto. El próximo domingo de Ramos los jóvenes de Italia os entregarán la cruz que llevaréis en peregrinación a todas las diócesis de Canadá. Al recibir esta cruz, también aceptaréis la herencia del gran jubileo. Con creatividad y entusiasmo, buscad nuevos caminos para llevar a los jóvenes del mundo, y especialmente a vuestros compañeros universitarios, a un renovado encuentro con Jesucristo, el único Redentor de la humanidad.

María, Sede de la sabiduría, guíe vuestros preparativos para la próxima Jornada mundial de la juventud.

Saludo asimismo cordialmente a los sacerdotes ancianos que están con vosotros. Su oración, fruto de una vida entregada totalmente al Evangelio, es una fuente de fuerza e inspiración para vuestro apostolado.

3. Saludo con afecto a los jóvenes universitarios españoles, reunidos en la universidad de Navarra, en Pamplona, junto a su vice gran canciller, monseñor Tomás Gutiérrez, los docentes y el personal técnico-administrativo.

Queridos hijos e hijas, tenéis con vosotros el icono de la Sedes sapientiae, que he tenido el gozo de entregar a las universidades de todo el mundo el pasado mes de septiembre. Cuando está terminando la peregrinatio del icono en España, deseo animaros a continuar en la investigación y el compromiso cultural. Estudiad el tema del humanismo, objeto de reflexión en el jubileo de las universidades, en sus diversas facetas, de manera que aparezca cada vez más claramente la conexión intrínseca entre la fe en Cristo y la defensa de la dignidad del hombre.

4. Con alegría saludo a los jóvenes reunidos en la catedral de San Jorge, en Lvov (Ucrania), así como al nuevo cardenal Marian Jaworski y al obispo Julian Gbur.

Queridos jóvenes, os agradezco vuestra participación. Dentro de algunos meses iré a visitar vuestra patria, y esta tarde hemos orado juntos por ese acontecimiento. Pronto os llegará el icono de la Sedes sapientiae, peregrina en las ciudades universitarias de Ucrania. Acogedlo con amor, y encomendad a María todos los jóvenes ucranios, para que construyáis juntos un futuro de serena prosperidad para vuestro país.

5. Saludo con alegría a monseñor Franciscus Wiertz, obispo de Roermond (Holanda), así como a todos los participantes en la vigilia mariana reunidos en Maastricht. Os saludo a cada uno de vosotros, queridos jóvenes universitarios holandeses.

69 Esta conexión desde Maastricht evoca el camino de la comunidad europea. Vosotros, jóvenes, perseverad en vuestro compromiso de dar testimonio cristiano en la universidad; este compromiso es indispensable para promover un nuevo humanismo cristiano en Europa.

María, Sedes sapientiae, proteja a todos los jóvenes holandeses y europeos, que caminan juntos hacia metas de paz y de auténtico desarrollo humano.

6. Dirijo un cordial saludo a los jóvenes mexicanos reunidos en Puebla con ocasión del congreso de Gente Nueva promovido por la Universidad Anáhuac de Ciudad de México, y acompañados por monseñor Antonio López Sánchez, delegado para la pastoral juvenil en Puebla.

Queridos jóvenes, al comienzo del tercer milenio, echen las redes del Evangelio en el vasto mundo de la cultura mexicana. Sostengan la nueva evangelización con su entusiasmo de jóvenes creyentes.
Den testimonio, en la universidad y por doquier, de que Cristo es fuente de esperanza para el hombre contemporáneo.

Que María, Sedes sapientiae, les acompañe siempre.

7. Concluyamos esta rápida vuelta por diversas localidades del mundo, donde muchos jóvenes se hallan reunidos en oración con María. Queridos muchachos y muchachas, os deseo de todo corazón que seáis siempre generosos en el seguimiento de Jesús, de modo especial durante esta Cuaresma. El Papa os acompaña con su oración y de buen grado os bendice.








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