Discursos 2001 69

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Sábado 10 de marzo de 2001



1. Hemos concluido los ejercicios espirituales con una meditación sobre el Magnificat. Quisiera que esta breve intervención se hiciera eco del cántico de María, expresando con sus palabras una profunda acción de gracias al Señor por todo lo que nos ha dado durante estos días de silencio y recogimiento.

La predicación del querido arzobispo de Chicago, el señor cardenal Francis Eugene George, nos ha guiado en la contemplación de los misterios divinos. A usted, venerado hermano, le expreso, también en nombre de los señores cardenales y de los prelados de la Curia romana que han participado en los ejercicios, mi más cordial agradecimiento. El estilo personal y sobrio adoptado por usted ha puesto muy bien de relieve la eficacia de la palabra evangélica. En verdad, nos ha hecho sentir a san Lucas como compañero de viaje en nuestro itinerario cuaresmal. Además de la profundización del texto bíblico, ha ofrecido estimulantes testimonios tomados de su rica experiencia de misionero y obispo, que han favorecido la aplicación de las reflexiones a la vida. En torno a los grandes temas de la conversión, la libertad y la comunión, nos ha llevado diariamente a contemplar a Cristo y a profundizar la fe en él, la fe que es "para todos los pueblos".

2. También han sido frecuentes las referencias a los documentos elaborados después de las recientes Asambleas sinodales continentales. Eso ha contribuido a conferir a nuestro retiro un clima intensamente apostólico, muy adecuado al tiempo eclesial que estamos viviendo, después del gran jubileo del año 2000.

70 Es un tiempo para el que he querido poner como lema las palabras de Cristo a san Pedro: "Duc in altum", "Rema mar adentro" (Lc 5,4). Sabemos cuál fue la respuesta de Simón: "En tu palabra, echaré las redes" (Lc 5,5). "En tu palabra": es lo que hemos querido hacer durante estos días. Hemos permanecido a la escucha del Señor para fortalecer, con la ayuda del Espíritu Santo, la fe, corroborar la esperanza y reavivar la caridad. Confiando en la eficacia de la palabra de Cristo, la Iglesia echa las redes en el vasto océano del nuevo milenio recién iniciado. Es una red singular: ¡quien queda atrapado, es liberado! En efecto, la fe en Cristo es libertad que nace de la conversión personal y abre a la comunión con todos los hombres.

3. Gracias, señor cardenal, por habernos guiado en este camino. ¡Que el Señor lo recompense! Por nuestra parte, le aseguramos que lo recordaremos en nuestras oraciones, invocando sobre usted y sobre su ministerio la asistencia materna de la Virgen Inmaculada, Madre de su consagración misionera.

Expreso un agradecimiento cordial también a cuantos han colaborado para que los ejercicios espirituales se desarrollaran del mejor modo posible, tanto en lo que respecta a la animación litúrgica como al servicio de acogida.

Que María nos ayude a todos a atesorar los dones espirituales recibidos durante esta tanda de ejercicios espirituales y a proseguir con renovado impulso el itinerario cuaresmal. Con estos sentimientos, imparto de buen grado a todos una especial bendición apostólica.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


PARA LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD EN BRASIL


Amadísimos hermanos de Brasil:

Con profunda satisfacción doy inicio a la primera Campaña de fraternidad del nuevo milenio, promovida por la Conferencia nacional de los obispos del Brasil durante la Cuaresma de este año, con el lema: "Vida sí, drogas no".

Sigue vivo en la memoria el Año jubilar, recién terminado; quiera Dios misericordioso que haya sido fuente de abundantes gracias y consolaciones para todos los cristianos, pues él envió a su Hijo a la tierra para "que todos tengan vida y la tengan en abundancia" (cf. Jn Jn 10,10). Sí, queridos hermanos y hermanas: que todos tengan la verdadera vida alcanzada por el amor misericordioso de nuestro Salvador, Jesucristo.

La Cuaresma quiere ser una llamada a la conversión de los corazones, por la oración y la penitencia, propiciando que "la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal", como rezamos en la oración colecta del miércoles de Ceniza.
Hoy, la Iglesia en Brasil quiere ayudar a la participación de toda la sociedad en la prevención del uso indebido de drogas. Ojalá que este espíritu cristiano de templanza, vivido y testimoniado, sea precisamente el camino para dar comienzo a la nueva vida de unión con Cristo.

Estos son los deseos que expreso especialmente para todos aquellos que han sido atrapados por las redes de las drogas. Muchos de los que, desgraciadamente, han caído en la malla de las sustancias estupefacientes testifican que dicha experiencia fue una fuga de sí mismos y de la realidad. Con frecuencia la droga es una fuga de sí mismo y de la realidad; a menudo es fruto del vacío interior, renuncia y pérdida de orientación que lleva a veces a la desesperación. Por eso la droga no se vence con la droga, sino que requiere una vasta acción de prevención, a fin de que la cultura de la vida sustituya a la cultura de la muerte.

Hay que ofrecer a los jóvenes y a las familias motivos concretos de esperanza y ayudarles eficazmente en las dificultades de cada día. La verdadera alternativa a las numerosas sustancias nocivas que entorpecen a la persona humana muchos la han encontrado en el seno de una comunidad que, más allá de las soluciones técnicas, ofrece un itinerario humano y espiritual que permite salir del abismo de la droga y volver de nuevo a la vida, a fin de que puedan ofrecer como protagonistas su contribución a la edificación de una sociedad libre de todo tipo de droga. La Iglesia da las gracias a todos los que prestan este servicio competente y desinteresado a la vida y a la dignidad humana.

71 Si la fe pasa a través de todo lo que vivimos, con el ejemplo de una vida sencilla y sobria los hombres y las mujeres de Brasil deben testimoniar que Cristo está entre nosotros. Sed portadores de esperanza para las víctimas de este azote social, en especial entre los jóvenes. Precisamente cuando la familia brasileña está amenazada por estos males, la esperanza en Cristo resucitado nos da la certeza de liberación y salvación.

Ruego a Dios, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, que proteja a Brasil y a su pueblo, y, como prenda del más sincero afecto a la Tierra de Santa Cruz, envío una propiciadora bendición apostólica.

Vaticano, 6 de enero de 2001








A LOS PARTICIPANTES EN LA BEATIFICACIÓN


DE LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES


Lunes 12 de marzo de 2001



Queridos hermanos y hermanas:

1. Me es grato tener este encuentro con vosotros, amados peregrinos españoles que, acompañados por un numeroso grupo de obispos y sacerdotes, así como de autoridades civiles de vuestros pueblos y regiones, habéis participado ayer en la solemne beatificación de doscientos treinta y tres hombres y mujeres mártires de la persecución religiosa que, en los años 1936-1939, afligió a la Iglesia en vuestra Patria. La de ayer fue la primera beatificación del nuevo siglo y del nuevo milenio y es significativo que fuera de mártires. En efecto, el siglo que hemos concluido ha sido uno en los que no han faltado tribulaciones en las que muchos cristianos "han dado su vida por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (cf. Hch Ac 15,26).

Saludo con afecto a los Señores Cardenales Antonio María Rouco, Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, y Ricardo María Carles, Arzobispo de Barcelona, así como a Mons. Agustín García-Gasco, Arzobispo de Valencia, diócesis de la que proceden la mayoría de los nuevos beatos, a Mons. Francisco Ciuraneta, Obispo de Lleida, y a los demás Arzobispos y Obispos aquí presentes. Así mismo quiero dar la bienvenida a las autoridades autonómicas, provinciales y locales, que representan a los pueblos que cuentan ahora con nuevos beatos entre sus hijos ilustres. Estos nuevos mártires siembran toda la geografía española con su mensaje. En efecto, si tenemos en cuenta su origen, provienen de treinta y siete diócesis y representan a trece Comunidades Autónomas, pero su testimonio llega a abarcar todo el territorio español, y, por eso, es toda la Iglesia en España la que ayer se alegró con este reconocimiento.

2. Muchos de vosotros sois descendientes, familiares o convecinos de los nuevos Beatos. Sé que está presente la viuda de uno de ellos, militante de la Acción Católica, así como muchos hermanos, hijos y nietos de los mártires. Algunos sois hermanos en religión de los religiosos que han subido a la gloria de los altares. Otros sois vecinos de sus lugares de origen, de donde ejercieron su ministerio, de donde fueron martirizados o de donde están sepultados. Imagino la emoción que experimentáis en estos momentos que, por tantos años, habéis esperado. En vuestra vida de fe, sin duda alguna, su ejemplo os ha sido alentador pues habéis conservado su memoria y, en algunos casos, hasta recuerdos personales.

La Beatificación de ayer ha sido la más numerosa de mi Pontificado. En efecto, han sido elevados a los altares doscientos treinta y tres mártires. Pero un número tan notable no hace olvidar las características individuales. En efecto, en todos hay una historia personal, un nombre y un apellido propio, unas circunstancias que hacen de cada uno de ellos un modelo de vida, que es más elocuente aún con la muerte libremente asumida como prueba suprema de su adhesión a Cristo y a su Iglesia.

Estos mártires, a los que hoy nos referimos con gratitud y veneración, son como un gran cuadro del Evangelio de las Bienaventuranzas, un hermoso abanico de la variedad de la única y universal vocación cristiana a la santidad (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, cap. V). Proclamando ayer la santidad de este numeroso grupo de mártires, la Iglesia da gloria a Dios.

La santidad no es solamente privilegio reservado para unos pocos. Los caminos de la santidad son múltiples y se recorren a través de los pequeños acontecimientos concretos de cada día, procurando en cada situación un acto de amor. Así lo han hecho los nuevos beatos mártires. Aquí reside el secreto del cristianismo vivido en plenitud. El cristianismo realmente vital que todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados vivir. Todos estamos llamados a la santidad. Pues lo que Dios quiere, en definitiva, de nosotros es que seamos santos (cf. 1Th 4,3). Queridos hermanos y hermanas de España, creo que también a vosotros, como lo acabo de hacer a todos los fieles en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, debo proponeros de nuevo con convicción "este alto grado de la vida cristiana ordinaria" (NMI, 31). Que vuestro camino personal, el de vuestras familias y comunidades parroquiales sea, hoy más que nunca, un camino de santidad.

72 4. Así nos encontramos sacerdotes que, misacantanos o ancianos, ejercían los más diversos ministerios: párrocos, vicarios, canónigos, profesores; religiosos provenientes de los vastos campos del ejercicio de la caridad, por medio de la enseñanza, la atención a ancianos y enfermos; hombres y mujeres, solteros o casados, padres de familia, trabajadores de varios sectores. En el origen de su martirio y de su santidad está el mismo Cristo. El denominador común de todos ellos es su opción radical por Cristo por encima de todas las cosas, incluso de la propia vida. Bien podían expresar con san Pablo: "para mi vivir es Cristo y una ganancia el morir" (Filp 1, 21). Con su vida y sobre todo con su muerte nos enseñan que nada hay que anteponer al amor que Dios nos tiene y que nos manifiesta en Cristo Jesús.

En ellos, como en todos los mártires, la Iglesia ha encontrado siempre una semilla de vida. Tanto es así, que podemos afirmar que las comunidades de los primeros tiempos se fraguaron en la sangre de los mártires. Pero el martirio no es una realidad perteneciente al pasado, sino también una realidad del tiempo actual. Por ello, he escrito en la reciente Carta apostólica ¿no lo será también para el siglo y milenio que estamos iniciando? (cf. Novo millennio Ineunte
NM 41).

En efecto, es una realidad constatada que en nuestro tiempo han vuelto los mártires. Y si bien es cierto que los tiempos han cambiado, también lo es que cada día surge la posibilidad de seguir padeciendo sufrimientos por amor de Cristo. El horizonte que se presenta delante de nosotros es, pues, amplio y apasionante. Los cristianos siempre y en todo lugar han de estar dispuestos a difundir la luz de la vida, que es Cristo, incluso hasta el derramamiento de sangre (cf. Dignitatis humamae, 14). Debemos estar dispuestos a seguir las huellas de los mártires y a vivir, como ellos, la santidad plenamente con Él, por Él y en Él.

La herencia de estos valientes testigos de la fe, "archivos de la Verdad escritos con letras de sangre" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 2474), nos ha legado un patrimonio que habla con una voz más fuerte que la de la indiferencia vergonzante. Es la voz que reclama la urgente presencia en la vida pública. Una presencia viva y serena que con la meridiana transparencia del Evangelio nos llevará a presentar con naturalidad, pero también con firmeza su siempre actual radicalidad a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Se trata, pues, de un legado cuyo lenguaje es el del testimonio. Que este patrimonio siga produciendo frutos abundantes a través de vuestras vidas y compromiso y ponga de manifiesto la extraordinaria presencia del Misterio de Dios que, actuando siempre y en todo lugar, nos llama a la reconciliación y a la vida nueva en Cristo.

6. Queridos hermanos: Su testimonio no se puede ni se debe olvidar. Ellos manifiestan la vitalidad de vuestras Iglesias locales. Que su ejemplo haga de cada uno testigos vivos y creíbles de la Buena Nueva para los nuevos tiempos. Que su imitación conduzca a producir en la sociedad actual abundantes frutos de amor y esperanza. Este es mi deseo. Promoved la cultura de la vida. Hacedlo con la palabra, pero también con gestos concretos. La oración por la radical y sincera conversión de todos a la ley del Amor y el compromiso específico y generoso por ella constituyen el fundamento de la convivencia entre los hombres, las familias y los pueblos. Volved a vuestros pueblos y a vuestras comunidades dispuestos a trabajar apostólicamente en la Iglesia y para la Iglesia. Haced realidad las Bienaventuranzas en vuestros lugares de procedencia. Impregnad con el único programa del Evangelio, que es el programa del amor, la realidad cotidiana. Llevad a Cristo a vuestras vidas, a vuestras comunidades, a vuestros pueblos y a vuestra historia. Sed siempre y en todo lugar testigos vivos y creíbles del amor, de la unidad y de la paz. En esta tarea os acompaña siempre mi oración, mi afecto y bendición que de corazón os imparto.








A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Viernes 16 de marzo de 2001

. Eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos en Cristo:

1. Me alegra saludaros con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Aprovecho esta oportunidad para agradeceros todo lo que estáis haciendo con el fin de apoyar la presencia diversificada de la Iglesia en el mundo de los medios de comunicación social. De modo especial, deseo congratularme con vuestro Consejo por su contribución específica al gran jubileo del año 2000.

73 En efecto, el jubileo fue una experiencia extraordinaria de fe en la ciudad de Roma y en toda la Iglesia. Una parte significativa de su impacto se debió a la cobertura que los medios de comunicación dieron a los acontecimientos jubilares. El Consejo pontificio prestó un inestimable servicio coordinando las transmisiones por televisión a todo el mundo de muchas de las ceremonias del Año santo y ofreciendo asistencia profesional y pastoral a los miles de hombres y mujeres que trabajan en los campos de la radio, la televisión, la prensa y la fotografía. El Consejo se encargó de organizar también las memorables celebraciones del jubileo de los periodistas en junio, y el jubileo del mundo del espectáculo en diciembre. Vuestro compromiso estuvo impulsado indudablemente por el deseo de hacer que el Año jubilar fuera una auténtica respuesta al mandato evangélico de "anunciar a los pobres la buena nueva, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos" (Lc 4,18).

2. A lo largo de los años el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales ha adquirido una experiencia muy positiva de cooperación con los medios internacionales de comunicación social en la transmisión de los acontecimientos importantes de la vida de la Iglesia a todo el mundo. Recuerdo el inicio de esta actividad, y especialmente el Año santo 1975, cuando vuestro Consejo, bajo la guía del cardenal Andrzej Maria Deskur y con la generosa asistencia de los Caballeros de Colón, estableció una pauta, por decirlo así, para este tipo de transmisión religiosa. A la vez que doy gracias a Dios por lo que ya se ha hecho, animo a vuestro Consejo a proseguir la tarea que os confió la constitución apostólica Pastor bonus.

3. El trabajo realizado en vuestra anterior asamblea plenaria, en 1999, permitió que el Consejo publicara en junio del año pasado el documento Ética en las comunicaciones sociales, que procuró ofrecer una orientación moral para el uso de los medios de comunicación social, una realidad humana variada y compleja en la que las cuestiones éticas a menudo se subordinan a los intereses comerciales. Me agrada que durante estos días hayáis tomado en consideración un documento semejante sobre el tema Ética en Internet, que sería realmente muy oportuno, dada la rápida difusión de la cibercomunicación y las numerosas cuestiones morales que plantea. La Iglesia no puede limitarse a ser espectadora del impacto social de los avances tecnológicos, que tienen efectos tan decisivos en la vida de las personas. Por esta razón, vuestra reflexión sobre Ética en Internet puede constituir una gran ayuda para los pastores y los fieles de la Iglesia al afrontar los numerosos desafíos planteados por la emergente cultura de los medios de comunicación social.

Los problemas y las oportunidades creados por la nueva tecnología, por el proceso de globalización, por la liberalización y la privatización de los medios de comunicación social plantean nuevos desafíos éticos y espirituales a quienes trabajan en el campo de las comunicaciones sociales. Estos desafíos han de ser afrontados de modo eficaz por los que aceptan que "servir a la persona humana, construir una comunidad humana fundada en la solidaridad, en la justicia y en el amor, y decir la verdad sobre la vida humana y su plenitud en Dios, han ocupado, ocupan y seguirán ocupando el centro de la ética en los medios de comunicación" (Ética en las comunicaciones sociales, 33). Orando para que estos elevados objetivos guíen siempre el trabajo del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, y encomendando todos vuestros esfuerzos a la intercesión de María, Madre del Verbo encarnado, os imparto de buen grado a vosotros y a vuestras familias mi bendición apostólica.

El Ángelus es la primera comunicación, la más importante en la historia de la humanidad.








A LOS OBISPOS LATINOS DE LAS REGIONES ÁRABES


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Sábado 17 de marzo de 2001



Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros en este momento en que realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, manifestando así vuestra comunión con el Sucesor de Pedro. Deseo que en vuestros encuentros con el Obispo de Roma y con sus colaboradores encontréis los estímulos necesarios para infundir dinamismo espiritual e impulso apostólico renovados al pueblo cuya solicitud pastoral se os ha encomendado.

Agradezco a Su Beatitud Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén, las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Manifiestan la profundidad de vuestros compromisos al servicio del anuncio del Evangelio. A través de vosotros, obispos latinos de las regiones árabes, me uno con el pensamiento y el corazón a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, así como a todos los fieles de cada una de vuestras diócesis, que, en situaciones diferentes, dan un testimonio valiente del Señor Jesús. Que Dios los sostenga y los guíe diariamente.

Con gran emoción recuerdo las peregrinaciones que tuve la alegría de realizar durante el Año jubilar a la tierra donde Dios se manifestó a los hombres, desde el Sinaí hasta Jerusalén, la ciudad santa en la que Cristo murió y resucitó por la salvación de la humanidad. Pido a Dios que me conceda la gracia de proseguir próximamente mi camino de peregrino yendo a Siria, a los lugares que evocan la conversión del apóstol san Pablo y el impulso misionero de las primeras comunidades cristianas.

74 2. Como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, que dirigí a toda la Iglesia al final del gran jubileo, ha llegado la hora de que "cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al pueblo de Dios en este año especial de gracia, más aún, en el período más amplio de tiempo que va desde el concilio Vaticano II al gran jubileo, analice su fervor y recupere un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral" (n. 3). En efecto, es esencial que las comunidades cristianas remen decididamente mar adentro, fortalecidas con las gracias que recibieron del Señor durante el Año jubilar y animadas por una esperanza sólidamente arraigada en la contemplación del rostro de Cristo.

Hace un año concluyó el Sínodo pastoral que reunió por primera vez a los miembros de todas las comunidades católicas de Tierra Santa. Os exhorto encarecidamente a aplicar el plan pastoral que surgió de vuestro camino eclesial: "Fieles a Cristo, corresponsables en la Iglesia y testigos en la sociedad".

Vuestras comunidades, que constituyen minorías en sociedades cuya cultura y vida diaria están profundamente marcadas por la presencia de otras religiones, deben seguir profundizando sin cesar su identidad cristiana para mantenerla en su autenticidad evangélica. Jamás deben olvidar que el cristiano recibe su identidad personal y eclesial de su relación íntima con Cristo, que le ayuda a vivir cualquier situación e ilumina sus elecciones, y no de su acción o de sus opciones en el seno de la sociedad. Así, podrán abrirse sin temor a los demás y contribuir a hacer que resplandezca el rostro de amor de Dios entre las naciones. Han de recordar que volver a Cristo, Verbo encarnado, y avanzar con él por el camino de la santidad lleva a rechazar toda forma de mediocridad y de religiosidad superficial, para penetrar cada vez más profundamente en su misterio.

Dar testimonio de Cristo y participar en la edificación de su Cuerpo exigen desarrollar una auténtica comunión dentro de la Iglesia, sobre todo mediante relaciones cada vez más confiadas entre los pastores y los fieles, así como mediante una colaboración pastoral habitual entre las diversas comunidades católicas, con una generosa apertura de espíritu y de corazón. Las parroquias y las familias han de ser hogares vivos de unidad y de amor auténtico. En efecto, "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte
NM 43). Al realizar esta comunión, la Iglesia se manifiesta como el signo y el instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium ).

3. Desde esta perspectiva, los laicos están invitados a participar cada vez más en la vida y en el testimonio de la Iglesia, para dar efectivamente razón de su esperanza (cf. 1P 3,15). La toma de conciencia de su vocación y de su misión por parte de los laicos es una fuente de consuelo y de alegría profunda. Por tanto, conviene mostrarles una confianza que los estimule a vivir con fidelidad al Evangelio y al magisterio de la Iglesia, y a asumir las responsabilidades que les corresponden, participando activamente en la vida de sus comunidades, en sus diferentes niveles. Del mismo modo, su compromiso en la gestión de los asuntos públicos, en la medida en que sea posible, reviste una gran importancia, especialmente en el campo de la justicia y de la paz.

Así pues, es indispensable proseguir el esfuerzo que habéis emprendido para asegurar la formación de los laicos, a fin de ayudarles a adquirir verdaderas competencias, también por lo que respecta a la vida social, económica y política. Al dedicarse a la investigación intelectual y al estudio, contribuirán además a desarrollar una verdadera cultura cristiana, en colaboración con las otras Iglesias, proponiendo así a la sociedad la perspectiva cristiana sobre el hombre y unos principios que pueden orientar la acción de los que se ponen al servicio de sus hermanos. El acompañamiento pastoral de los universitarios católicos es importante para ayudarles a traducir su fe en su cultura y ocupar su lugar en la misión de la Iglesia.

4. Los sacerdotes son vuestros primeros colaboradores en el ministerio al servicio de la comunión en la Iglesia. A través de vosotros, los saludo cordialmente, invitándolos a tener una confianza incondicional en Cristo, que los ha llamado y que está siempre a su lado para guiarlos en su misión de anunciar el Evangelio y educar la fe de los fieles. Ante los grandes desafíos de la evangelización no deben tener miedo de apostar toda su vida por Cristo y abandonarse a él con generosidad. Al abrir de par en par su corazón al amor de Dios y al ponerse a la escucha de sus hermanos, se convertirán cada vez más en hombres de la esperanza y del encuentro con Dios.

Por eso, los sacerdotes deben acudir sin cesar a la fuente de su ministerio, para encontrar en ella un impulso apostólico nuevo. Su actividad misionera dará fruto en la medida en que afiancen su vida espiritual mediante la celebración y la participación frecuente en los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación, lugares privilegiados de la comunión. Gracias a una intensa vida de oración personal y comunitaria, alma de la vida sacerdotal y condición de toda vida pastoral fecunda bajo la moción del Espíritu, entrarán en un diálogo cada vez más íntimo con el Señor, que ellos tienen como misión anunciar a sus hermanos. Al adquirir una gran familiaridad personal con la palabra de Dios, acogida con un corazón dócil y orante, podrán anunciar el Evangelio de manera auténtica y llevar a los fieles a un conocimiento cada vez más profundo del misterio de Dios.

La formación permanente, sobre todo mediante la lectura y los encuentros de reflexión y oración, así como mediante la participación en los programas de enseñanza teológica y pastoral, es para cada sacerdote un deber esencial, a fin de permanecer fiel a su identidad y a su misión en la Iglesia y para la Iglesia.

Queridos hermanos en el episcopado, conozco vuestro compromiso por promover las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por transmitir la llamada de Cristo. Animo vuestros esfuerzos encaminados a impartir la formación primera a los candidatos al sacerdocio. Estad atentos a asegurarles una buena formación intelectual, teológica, bíblica y espiritual. Pero es indispensable que esto se base en una formación humana "que les ayude a adquirir una madurez personal y les haga atentos a la complejidad cultural en la que desempeñarán su ministerio" (Exhortación apostólica Una esperanza nueva para el Líbano, 62).

5. Los institutos religiosos están presentes en numerosos campos de la vida de vuestras diócesis, donde sus miembros trabajan con generosidad y colaboran activamente en la pastoral diocesana. Aseguradles mi oración y transmitidles mi afecto y mi aliento. En algunas regiones, los religiosos y las religiosas son una presencia esencial para la visibilidad de la Iglesia. Con sus diversos compromisos contribuyen a la promoción humana y espiritual de las personas, sin distinción de origen o de religión, especialmente en los campos de la educación, la sanidad o los servicios sociales. Doy gracias a Dios por lo que han hecho y por lo que siguen realizando, junto con las personas que colaboran con ellos, al servicio de todos, con un espíritu de abnegación ejemplar. Con su vida totalmente entregada a Dios y a sus hermanos son un punto de referencia para los jóvenes que frecuentan sus instituciones educativas, así como para todas las personas que se benefician de su apoyo y de su entrega. Ojalá que sigan testimoniando con toda su vida una Iglesia que sea un verdadero lugar de fraternidad, de comunión, de renovación, de esperanza y de apertura a los demás.

75 Queridos hermanos en el episcopado, la presencia de la Iglesia en los ámbitos escolares y educativos tiene una importancia particularmente significativa. Las escuelas católicas son lugares donde los jóvenes pueden adquirir una sólida formación para preparar su futuro. También son lugares de diálogo de vida entre jóvenes de tradiciones religiosas y de ambientes sociales diferentes. Os exhorto a favorecer cada vez más, en colaboración con las demás comunidades católicas, una renovación de la catequesis, y a desarrollar una pastoral que se apoye en valores sólidos, para contribuir a formar el tipo de hombres y mujeres que necesitan la Iglesia y la sociedad.

6. La división entre los cristianos es una infidelidad a la voluntad del Señor, que oscurece su identidad de discípulos de Cristo. Ahora que acabamos de entrar en el tercer milenio, debemos manifestar con decisión el compromiso de la Iglesia católica en favor de la promoción de la unidad, conscientes de que, si no nos esforzamos con empeño por ser fieles a la oración intensa del Señor "que todos sean uno", corremos el riesgo de debilitar nuestra identidad cristiana y nuestra credibilidad en el anuncio del evangelio de paz y de reconciliación. La división de los cristianos separa muchas veces a personas que se encuentran todos los días, que se aman y que, en algunos puntos esenciales, comparten una misma fe en Cristo y en el bautismo; esto causa numerosos sufrimientos en las familias. Estas situaciones difíciles no deben desanimarnos; al contrario, deben estimularnos a trabajar con convicción en favor de la comunión y del perdón. En todas las regiones árabes la Iglesia latina debe proseguir valientemente sus esfuerzos para promover el encuentro fraterno y la colaboración con las otras Iglesias y comunidades eclesiales, con la seguridad de que el diálogo ecuménico sólo progresará si implica la vida concreta de los fieles.

Ojalá que el deseo ardiente de la unidad esté presente en todas vuestras actividades pastorales, sobre todo prosiguiendo vuestra reflexión y vuestro compromiso con respecto a las cuestiones de interés común, orando y trabajando juntos cada vez que sea posible. La apertura ecuménica del Año jubilar en Belén constituyó una gran esperanza, que debe permitir desarrollar un clima fraterno entre las Iglesias y comunidades eclesiales, para avanzar hacia la unidad tan esperada con serenidad, confianza y estima mutua.

7. Las condiciones en las que debe vivir la comunidad cristiana en Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, no siempre permiten a sus miembros llevar una vida personal y familiar como desearían para sí y para sus hijos. Animo vivamente a los cristianos a tener confianza en sí mismos y a permanecer firmemente adheridos a la tierra de sus antepasados. Hoy les repito a todos con fuerza: "No temáis conservar vuestra presencia y vuestra herencia cristianas en el lugar mismo en donde nació el Salvador" (Homilía durante la santa misa en la plaza del Pesebre de Belén, 22 de marzo de 2000, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de marzo de 2000, p. 9). La permanencia de los cristianos en Jerusalén y en los santos lugares de la cristiandad es particularmente importante, pues la Iglesia no puede olvidar sus raíces. Debe testimoniar la vitalidad y la fecundidad del mensaje evangélico en la tierra de la revelación y de la redención.

Queridos hermanos en el episcopado, para que los fieles puedan seguir viviendo serenamente en esas situaciones, habéis realizado esfuerzos loables, dándoles motivaciones profundas, evangélicas y eclesiales, a fin de que no cedan a la tentación de abandonar su tierra sino que, por el contrario, tomen cada vez mayor conciencia de la importancia de su presencia y la belleza de su testimonio. No os resignéis al pensamiento de un éxodo inevitable. Soy consciente de los sacrificios y las renuncias que esto requiere por parte de las familias y las personas que aceptan generosamente resistir a la tentación de buscar en otras partes el bienestar económico y la tranquilidad social. En nombre de la Iglesia, se lo agradezco vivamente. Pueden contar con el apoyo de la gracia de Dios y con el de sus hermanos en la fe que los miran con admiración.

Os aliento también en vuestro celo apostólico con respecto a los católicos originarios de otros países, cada vez más numerosos, que muy a menudo llegan a vuestra región para buscar trabajo; necesitan una ayuda pastoral específica. Su testimonio de fe vivida valientemente en medio de los hombres y las mujeres de vuestros países es una manifestación de la universalidad de la salvación en Jesucristo.

8. Conozco las grandes dificultades que afrontan las poblaciones de vuestra región. En particular, quisiera asegurar una vez más mi cercanía y mi afecto a todos los que sufren y que son víctimas de la violencia. Junto con vosotros sufre y padece toda la Iglesia, con la esperanza de poder gozar pronto con vosotros por la realización de un único deseo, al que no se puede renunciar: la paz. "En Tierra Santa debe reinar la paz y la fraternidad. Así lo quiere Dios" (Llamamiento por la paz en Tierra Santa, 2 de octubre de 2000, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de octubre de 2000, p. 10). Los acontecimientos que tienen lugar actualmente en Tierra Santa, y que sigo con atención, son preocupantes y ponen a dura prueba las esperanzas de paz. Ojalá que se vuelva pronto a la mesa de negociaciones, poniendo en el centro de toda preocupación el respeto a la dignidad de cada hombre que tiene el derecho a vivir en su propio territorio en paz y con seguridad. Esto sólo se realizará respetando la ley internacional y rechazando la violencia, que no puede por menos de exacerbar el odio y los sentimientos de rencor, acentuando aún más profundamente las disensiones entre las personas y entre las comunidades. En esas circunstancias, es más necesario que nunca recurrir al diálogo y al encuentro, al amor que cada uno siente por sus hermanos y por todos los hombres, para no descuidar ninguna posibilidad de abrir una perspectiva hacia una paz justa y duradera. La importancia que reviste esta esperanza no permite ceder a la tentación del desaliento.

La Iglesia latina que se encuentra en Tierra Santa y en las regiones limítrofes debe estar dispuesta a ser siempre portadora e inspiradora de sentimientos de comprensión recíproca, de diálogo y de solidaridad. Mediante una verdadera educación para la paz, los corazones podrán finalmente abrirse y las mentes comprometerse decididamente en la construcción de sociedades fundadas en la fraternidad y en el respeto mutuo con justicia.

El diálogo interreligioso también es un medio privilegiado para avanzar por los caminos de la paz. La búsqueda de un diálogo verdadero y confiado con el judaísmo y con el islam es una de las grandes urgencias que la Iglesia debe afrontar, para el bien de todos los pueblos de la región. Esta disposición también debe contribuir a asegurar una verdadera libertad religiosa, para que nadie sea objeto de discriminación y marginación a causa de sus creencias religiosas, y para que el estatuto especial otorgado a una religión no vaya en detrimento de las otras.

Por último, quisiera mencionar una vez más las situaciones dramáticas que se viven en otros países de vuestra región. En Irak, el embargo sigue causando víctimas, y demasiados inocentes pagan las consecuencias de una guerra nefasta, cuyos efectos siguen afectando a las personas más débiles e indefensas. La llegada de refugiados de Sudán a Egipto está aumentando notablemente. Por eso, urge encontrar soluciones para acoger dignamente a las personas desplazadas y permitirles una buena integración en esas poblaciones, así como proporcionar asistencia espiritual a los numerosos cristianos que se encuentran entre ellas. Mi pensamiento se dirige también a la comunidad católica de Somalia, que en el pasado fue víctima de numerosas violencias, esperando que finalmente pueda restablecerse en ese país una actividad eclesial normal. A todas esas comunidades y a todos los pueblos de la región les confirmo la atención y el afecto del Sucesor de Pedro.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al concluir nuestro encuentro os manifiesto mi profunda gratitud por el trabajo pastoral que cada uno de vosotros realiza, con entrega y profundo amor a la Iglesia, al servicio del pueblo que le ha sido confiado, afrontando con frecuencia situaciones muy difíciles y, a veces, la soledad. Al volver a vuestros países llevad a todos los fieles católicos, tanto de rito latino como oriental, el saludo y el afecto del Papa, que os acompaña con su oración y os invita a cultivar cada vez más los vínculos de amor y colaboración entre las comunidades católicas. Que este deseo sea el mejor aliento para vuestro regreso a vuestras Iglesias particulares.

76 Os encomiendo a vosotros y vuestras diócesis a la intercesión materna de la Virgen María, Reina de la paz. Ella os proteja y os guíe en vuestro camino. A cada uno de vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, imparto de todo corazón una bendición apostólica particular.










Discursos 2001 69