Discursos 2001 76


A UN CONGRESO ORGANIZADO


POR LA PRELATURA DEL OPUS DEI


SOBRE LA "NOVO MUILLENNIO INEUNTE"


Sábado 17 de marzo de 2001



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. ¡Bienvenidos! Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, sacerdotes y laicos, reunidos en Roma para participar en las jornadas de reflexión sobre la carta apostólica Novo millennio ineunte y sobre las perspectivas que tracé en ella para el futuro de la evangelización. Y saludo especialmente a vuestro prelado, el obispo monseñor Javier Echevarría, que ha promovido este encuentro con el fin de potenciar el servicio que la Prelatura presta a las Iglesias particulares en las que se hallan presentes sus fieles.

Estáis aquí en representación de los diversos componentes con los que la Prelatura está orgánicamente estructurada, es decir, de los sacerdotes y los fieles laicos, hombres y mujeres, encabezados por su prelado. Esta naturaleza jerárquica del Opus Dei, establecida en la constitución apostólica con la que erigí la Prelatura (cf. Ut sit, 28 de noviembre de 1982), nos puede servir de punto de partida para consideraciones pastorales ricas en aplicaciones prácticas. Deseo subrayar, ante todo, que la pertenencia de los fieles laicos tanto a su Iglesia particular como a la Prelatura, a la que están incorporados, hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya en el compromiso evangelizador de toda Iglesia particular, tal como previó el concilio Vaticano II al plantear la figura de las prelaturas personales.

La convergencia orgánica de sacerdotes y laicos es uno de los campos privilegiados en los que surgirá y se consolidará una pastoral centrada en el "dinamismo nuevo" (cf. Novo millennio ineunte NM 15) al que todos nos sentimos impulsados después del gran jubileo. En este marco conviene recordar la importancia de la "espiritualidad de comunión" subrayada por la carta apostólica (cf. ib., 42-43).

2. Los laicos, en cuanto cristianos, están comprometidos a realizar un apostolado misionero. Sus competencias específicas en las diversas actividades humanas son, en primer lugar, un instrumento que Dios les ha confiado para hacer que "el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura" (ib., 29). Por consiguiente, es preciso estimularlos a poner efectivamente sus conocimientos al servicio de las "nuevas fronteras", que se presentan como desafíos para la presencia salvífica de la Iglesia en el mundo.

Su testimonio directo en todos esos campos mostrará que sólo en Cristo los valores humanos más elevados alcanzan su plenitud. Con su celo apostólico, su amistad fraterna y su caridad solidaria podrán transformar las relaciones sociales diarias en ocasiones para suscitar en sus semejantes la sed de verdad que es la primera condición para el encuentro salvífico con Cristo.

Los sacerdotes, por su parte, desempeñan una función primaria insustituible: la de ayudar a las almas, una a una, por medio de los sacramentos, la predicación y la dirección espiritual, a abrirse al don de la gracia. Una espiritualidad de comunión valorará al máximo el papel de cada componente eclesial.

3. Queridos hermanos, os exhorto a no olvidar en todo vuestro trabajo el punto central de la experiencia jubilar: el encuentro con Cristo. El jubileo fue una continua e inolvidable contemplación del rostro de Cristo, Hijo eterno, Dios y hombre, crucificado y resucitado. Lo buscamos en la peregrinación hacia la Puerta que abre al hombre el camino del cielo. Experimentamos su dulzura en el acto humanísimo y divino de perdonar al pecador. Lo sentimos hermano de todos los hombres, guiados hacia la unidad por el don del amor que salva. Sólo Cristo puede apagar la sed de espiritualidad que se ha suscitado en nuestra sociedad.

"No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!" (ib., 29). Al mundo, a cada uno de nuestros hermanos los hombres, los cristianos debemos abrir el camino que lleva a Cristo. "Tu rostro busco, Señor" (Ps 27,8). El beato Josemaría, hombre sediento de Dios, y por eso gran apóstol, solía repetir esa aspiración. Escribió: "En las intenciones sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro amor; en la palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo" (Camino, 271).

77 4. Es tiempo de dejar a un lado todo temor y lanzarnos hacia metas apostólicas audaces. Duc in altum! (Lc 5,4): la invitación de Cristo nos estimula a remar mar adentro, a cultivar sueños ambiciosos de santidad personal y fecundidad apostólica. El apostolado siempre es el desbordamiento de la vida interior. Ciertamente, también es acción, pero sostenida por la caridad. Y la fuente de la caridad está siempre en la dimensión más íntima de la persona, donde se escucha la voz de Cristo que nos llama a remar con él mar adentro. Que cada uno de vosotros acoja esta invitación de Cristo a corresponderle con generosidad renovada cada día.

Con este deseo, a la vez que encomiendo a la intercesión de María vuestro compromiso de oración, de trabajo y de testimonio, os imparto con afecto mi bendición.








A UNA EXPEDICIÓN AL POLO NORTE


Martes 20 de marzo de 2001

Amadísimos hermanos:

1. Os acojo de buen grado y me alegra daros mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que os preparáis para la próxima expedición al Polo norte. Se realiza cien años después de la del príncipe Luis Amadeo de Saboya Aosta, duque de los Abruzos, en la que quiso participar también el joven sacerdote alpinista don Achille Ratti, el futuro Pío XI, pero no pudo partir a causa de contratiempos surgidos en los últimos días.

Deseáis completar, en cierto modo, aquella ardua expedición del año 1900 y emular a esos hombres intrépidos que se propusieron, en condiciones difíciles, alcanzar metas hasta entonces jamás conquistadas por el hombre. Siguiendo los pasos de aquella empresa y de la sucesiva de 1928, guiada por Umberto Nobile, os disponéis a dar un testimonio de la aspiración jamás colmada del hombre de conocer páginas poco exploradas del maravilloso libro de la creación. Estoy seguro de que vuestro singular viaje os permitirá compartir el asombro del salmista, que, ante los prodigios de la naturaleza, exclama extasiado: "¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Ps 8,1).

2. Si Dios quiere, precisamente el día de Pascua llegaréis al Polo norte, y allí podréis celebrar la santa misa. Se realizará así el deseo que Pío XI no logró cumplir en su tiempo. También haréis realidad otro deseo suyo: plantar la cruz de Cristo en aquel extremo del globo terrestre. La artística cruz de madera, que hoy bendigo de buen grado, representa a hombres y mujeres en busca de la salvación. Guiados por el Sucesor de Pedro, encuentran a Cristo muerto en la cruz por nosotros. Él es el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.

Estos dos "signos" otorgan a vuestra expedición un claro sello misionero. Al plantar el "árbol de la cruz" y al renovar el sacrificio eucarístico en los "confines de la tierra", queréis recordar que la humanidad halla su auténtica dimensión sólo cuando es capaz de fijar la mirada en Cristo y se encomienda totalmente a él.

De manera especial, al celebrar el sacrificio divino en el Polo norte precisamente el día de Pascua, queréis hacer que resuene con fuerza, "hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8), el anuncio del Señor resucitado.

Os expreso mis mejores deseos de que esta misión, tan ardua y significativa, tenga pleno éxito y, con este fin, os encomiendo a cada uno de vosotros a la protección materna de la Virgen María, "Spes certa poli". Con estos deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a cuantos colaboran en vuestro valiente proyecto.











MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA UNIÓN MUNDIAL

DE LAS ORGANIZACIONES FEMENINAS CATÓLICAS




A la señora María Eugenia

DÍAZ DE PFENNICH

78 Presidenta de la Unión mundial de
las Organizaciones femeninas católicas

1. Saludo con alegría a las participantes en la asamblea general de la Unión mundial de las Organizaciones femeninas católicas, que tiene lugar en Roma del 17 al 21 de marzo de 2001. Desde 1910 vuestro movimiento ha congregado a mujeres católicas de todos los continentes y de diferentes ámbitos y culturas. Con espíritu de respeto a esta diversidad formáis ahora una amplia y dinámica familia en el seno de la Iglesia católica. Vuestro encuentro en el corazón de la Iglesia universal es una oportunidad especial para reafirmar vuestra identidad y beneficiaros de las gracias del jubileo a fin de abrir a Cristo de par en par la puerta de vuestro corazón y de los hogares y las comunidades en los que vivís, rezáis y seguís la vocación que Dios os ha confiado a cada una de vosotras.

2. Al comienzo de un nuevo milenio, las seiscientas delegadas de esta asamblea tienen la oportunidad de dar gracias a Dios por todo lo que significa ser mujer en el plan divino, e implorar su ayuda para superar los numerosos obstáculos que aún impiden el pleno reconocimiento de la dignidad y la misión de la mujer en la sociedad y en la comunidad eclesial. El camino recorrido durante el siglo pasado ha sido notable. En muchos países las mujeres gozan hoy de libertad de acción, de decisión y de expresión, libertad que han conquistado con claridad de ideas y valentía. Expresan su genio característico en muchos ámbitos. En el mundo actual existe cada vez mayor conciencia de la necesidad de afirmar la dignidad de la mujer. No se trata de un principio abstracto, puesto que implica un esfuerzo concertado en todos los niveles para oponerse con firmeza "a cualquier práctica que ofenda a la mujer en su libertad y en su femineidad: el así llamado "turismo sexual", la compraventa de muchachas, la esterilización masiva y, en general, toda forma de violencia" (Audiencia general, 24 de noviembre de 1999, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de noviembre de 1999, p. 3). Con todo, la mujer afronta también muchos obstáculos para su realización auténtica. La cultura dominante difunde e impone modelos de vida que son contrarios a la naturaleza más profunda de la mujer. Ha habido graves aberraciones, algunas causadas por el egoísmo y el rechazo del amor; otras por una mentalidad que acentúa los derechos individuales de la persona hasta el punto de que se debilita el respeto a los derechos de los demás, y, en particular, los de los niños por nacer, indefensos, que en muchos casos carecen de toda protección legal.

3. Vuestra Unión existe para ayudaros a comprender cada vez mejor vuestra misión y para vivirla a fondo. Está presente como una voz también en los foros internacionales, para reafirmar que toda vida es un don de Dios y merece ser respetada. Trabajando juntas, debéis tratar de proporcionar mayor apoyo material y moral a las mujeres que atraviesan dificultades, víctimas de la pobreza y la violencia. No olvidéis jamás que este importante trabajo está arraigado en el amor de Dios y que dará fruto en la medida en que vuestro testimonio muestre su infinito amor a toda persona humana.

La santidad femenina, a la que cada una de vosotras está llamada, es indispensable para la vida de la Iglesia. "El concilio Vaticano II, confirmando la enseñanza de toda la tradición, ha recordado que en la jerarquía de la santidad precisamente la "mujer", María de Nazaret, es "figura" de la Iglesia. Ella "precede" a todos en el camino de la santidad" (Mulieris dignitatem
MD 27). Las mujeres que viven santamente son "un modelo de la sequela Christi, (...) un ejemplo de cómo la Esposa ha de responder con amor al amor del Esposo" (ib.).

4. El tema de vuestra asamblea, La misión profética de la mujer, debería ofreceros una ocasión para dedicaros a una amplia reflexión sobre vuestro compromiso. El mundo y la Iglesia necesitan vuestro testimonio específico. Todo el pueblo de Dios participa del carácter profético de Cristo, que consiste sobre todo en escuchar y comprender la palabra de Dios (cf. Lumen gentium LG 12). Las mujeres católicas que viven con fe y caridad, y alaban a Dios con su oración y su servicio (cf. ib.), han desempeñado siempre un papel sumamente fecundo e indispensable en la transmisión del sentido genuino de la fe y en su aplicación a todas las circunstancias de la vida. Hoy, en un tiempo de profunda crisis espiritual y cultural, esta tarea reviste una urgencia notable. La presencia y la acción de la Iglesia en el nuevo milenio dependen de la capacidad de la mujer de recibir y conservar la palabra de Dios. En virtud de su carisma específico, la mujer está especialmente dotada para transmitir el mensaje y el misterio cristiano a la familia y al mundo del trabajo, del estudio y del tiempo libre.

5. El reciente jubileo de los laicos fue una ocasión para renovar la llamada del concilio Vaticano II a todos los fieles laicos para proclamar la buena nueva de Cristo con su palabra y su testimonio. En la familia y en la sociedad contribuís "desde dentro (...) a la santificación del mundo" (Lumen gentium LG 31). Toda actividad, incluso la más sencilla, si se realiza con amor, contribuye a la santificación del mundo. Hay que recordar esta importante verdad hoy, en un mundo fascinado por el éxito y la eficiencia, pero en el que muchas personas no pueden compartir los beneficios del progreso global, son cada vez más pobres y están más desamparadas que nunca.

El jubileo ha infundido nuevas energías a toda la Iglesia. ¡Caminemos con esperanza! (cf. Novo millennio ineunte ). La Iglesia, que ha recomenzado su misión de proclamar a Cristo al mundo, necesita mujeres que contemplen el rostro de Cristo, mantengan su mirada fija en él y lo reconozcan en los miembros más débiles de su Cuerpo. "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Vigilad, sed una presencia atenta y fuerte, contemplad siempre a Cristo, seguidlo y guardad su palabra en vuestro corazón. De este modo, vuestra esperanza no se quebrantará, sino que se difundirá por todo el mundo en este tiempo prometedor y estimulante.

Os aseguro una vez más mi cercanía en la oración, confiando en que esta asamblea sea una ocasión para encontrar nuevas energías con vistas a vuestra misión. Encomendándoos a todas vosotras a la protección de María, Madre del Redentor, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Vaticano, 7 de marzo de 2001









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA PRESBITERIANA


DE ESTADOS UNIDOS


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Jueves 22 de marzo de 2001

Queridos hermanos en Cristo:

La visita de una delegación de la Iglesia presbiteriana de Estados Unidos es ciertamente motivo de alegría. Os saludo a todos con afecto en el Señor.

Vuestra visita a esta ciudad, donde los apóstoles san Pedro y san Pablo derramaron su sangre por Cristo, tiene lugar al término de la celebración del gran jubileo de la Encarnación y en el alba del tercer milenio cristiano. La participación de numerosas Iglesias y comunidades eclesiales en diversos acontecimientos jubilares testimonia nuestro común agradecimiento por las abundantes gracias que acompañaron la primera venida del Señor. Confirma nuestro compromiso de trabajar por la unidad plena de los cristianos, mientras esperamos su vuelta gloriosa.

A pesar de los significativos pasos dados en los últimos decenios hacia la meta de la unidad visible, debemos reconocer que "la triste herencia del pasado nos afecta todavía al cruzar el umbral del nuevo milenio", y sabemos que "queda aún mucho camino por recorrer" (Novo millennio ineunte NM 48). Ojalá que veamos el futuro que se abre ahora ante nosotros como una llamada del Señor a "renovar el espíritu de nuestra mente y a revestirnos del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (cf. Ef Ep 4,23-24). En efecto, esta es una condición para que podamos superar las barreras que aún separan a los cristianos.

Os deseo que vuestra estancia en Roma y vuestras conversaciones con el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos den abundantes frutos para las actividades ecuménicas futuras. Sobre vosotros y sobre vuestras familias invoco cordialmente la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.










A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN PONTIFICIA


PARA AMÉRICA LATINA


Viernes 23 de marzo 2001


Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el Episcopado,

1. Me es grato recibiros esta mañana, Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina que celebráis vuestra Asamblea Plenaria con el fin de ofrecer pautas pastorales para proseguir en la nueva Evangelización del Continente que llamamos "de la esperanza", precisamente por lo que representa para la Iglesia. En efecto, esas tierras que recibieron la luz de Cristo hace ya más de cinco siglos y acogen ahora cerca de la mitad del orbe católico, se distinguen por una identidad cultural profundamente sellada por el Evangelio y cuentan con una Iglesia viva y llena de dinamismo evangelizador.

Agradezco cordialmente las expresivas palabras de saludo que, en nombre de todos, me ha dirigido vuestro Presidente, el Cardenal Giovanni Battista Re, presentándome las líneas de vuestros trabajos y los propósitos que animan vuestra labor.

80 2. Partiendo de mi reciente Carta apostólica Novo millennio ineunte, habéis profundizado en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America , y habéis tratado de evaluar su aplicación en estos dos primeros años transcurridos desde su publicación en aquella memorable celebración en el Santuario de Guadalupe, en México.

Habéis reflexionado sobre los principales contenidos de la Exhortación, estudiándolos para, a la luz de las realidades actuales, examinar los problemas y trazar propuestas pastorales en orden a hacer más intensa la tarea evangelizadora en las queridas naciones latinoamericanas.

Quisiera animaros y estimularos en vuestros afanes pastorales, porque son muchos los desafíos que se nos presentan y hace falta fina intuición eclesial y audacia apostólica para afrontarlos adecuadamente.

3. Uno de ellos es conservar, defender y acrecentar la integridad de la fe. En esta línea se coloca la Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, que con mi confirmación y ratificación, publicó la Congregación para la Doctrina de la Fe el pasado año. Con esta declaración los cristianos son invitados ‘a renovar su adhesión al Señor Jesús con la alegría de la fe, testimoniando únicamente que Él es, también hoy y mañana, "el camino la verdad y la vida" (
Jn 14,6)’ (Angelus, 1 de octubre 2000).

En este sentido, es necesario prestar especial atención al problema de las sectas, que constituyen ‘un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador’ (Ecclesia in America ). Sobre las mismas se ha estudiado y hablado mucho, pues se trata de un fenómeno que no puede ser contemplado con indiferencia. Es necesaria una acción pastoral resolutiva para afrontar esta grave cuestión, revisando los métodos pastorales empleados, fortaleciendo las estructuras de comunión y misión y aprovechando ‘las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada’ (Ecclesia in America, ). A este respecto, sabéis bien cuán importante es la presencia de los evangelizadores, pues allí donde operan sacerdotes, religiosos, religiosas o laicos entregados al apostolado, las sectas no prosperan. La fe, aún siendo un don de Dios, no se suscita ni se mantiene sin la mediación de los evangelizadores.

En el proceso de fortalecimiento de la fe, la Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo vivo. La Misa dominical debe ser compromiso y práctica constante de todos los fieles. No dejéis de empeñaros y, al mismo tiempo, de comprometer pastoralmente a vuestros sacerdotes en la tarea de favorecer este aspecto tan importante de la vida eclesial, que recomendé ya en la Carta apostólica Dies Domini (cf. capítulo II) . Por ello, como he recordado recientemente, hay que dar ‘un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana’ (Carta apostólica Novo millennio ineunte NM 35).

4. Otro reto, de capital importancia, es el fomento y cuidado de las vocaciones. América Latina necesita aún muchos más sacerdotes. Veo con satisfacción como surgen en numerosas diócesis nuevos seminarios, también seminarios menores. Igualmente es muy oportuna la organización de cursos para la preparación de formadores, que han de ser sacerdotes ejemplares, en perfecta sintonía con el Magisterio de la Iglesia, de forma que su labor en los seminarios sea eficaz y esperanzadora.

A los Obispos les recomiendo una presencia asidua y constante entre sus seminaristas y sobre todo entre sus sacerdotes, para acompañarles, animarles y estimularles a un trabajo generoso.

5. Entre los muchos temas que, como los anteriores, ya he tratado ampliamente en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America y sobre los que no es necesario retornar ahora aquí, quiero recordar particularmente el relativo a la evangelización de los jóvenes. En ellos se fundan las esperanzas y las expectativas de un futuro de mayor comunión y solidaridad para la Iglesia y las sociedades de América ( cf. Ecclesia in America ).

La última Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en el mes de agosto del Año Jubilar, ha puesto de relieve que los jóvenes son una potente fuerza evangelizadora para el mundo de hoy. Es necesario evangelizarlos profundamente, partiendo de sus recursos de generosidad, apertura e intuición.

Espero que la próxima Jornada de la Juventud, que se celebrará en América y precisamente en Toronto, Canadá, sea un nuevo y decisivo jalón en la evangelización de los jóvenes en ese amado Continente.

81 6. Habéis comenzado esta Asamblea de la Pontificia Comisión, que "tiene como tarea primordial examinar de manera unitaria las cuestiones doctrinales y pastorales que conciernen a la vida y al desarrollo de la Iglesia en América Latina" (Motu proprio Decessores nostri, I), presentando el icono de Jesucristo Evangelizador, poniendo así de relieve la centralidad del Salvador en la Iglesia y en su acción evangelizadora. Efectivamente ‘todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y su Evangelio’ (Ecclesia in America ). Esta idea fundamental la he desarrollado más ampliamente en el Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que ‘he trazado las líneas guía para la vida de la Iglesia y su misión evangelizadora en el tercer milenio’ (Homilía, 4 febrero 2001,n.1).

7. El Jubileo, clausurado hace poco, nos ha dejado en herencia una apremiante invitación a salir al encuentro del futuro partiendo nuevamente de Cristo, teniendo al Señor como el centro de la vida personal y social de los pueblos.

El estilo de generosa renovación y de coherencia con la propia fe, que ha surgido a lo largo del Año Jubilar, es una llamada a "remar mar adentro", con decisión, en el vasto océano del nuevo milenio contando con la ayuda divina.

Duc in altum’ (
Lc 5,2) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea. Duc in altum os repite el Papa a vosotros, pescadores de hombres, al concluir vuestra Reunión Plenaria.¡Abrid de par en par las puertas de América a Cristo y a su Evangelio!

Vuestras naciones necesitan, hoy como ayer, grandes evangelizadores del temple y talante de Santo Toribio de Mogrovejo, cuya fiesta celebramos hoy. Él, declarado por mí en 1983 Patrono de todos los Obispos de América Latina, es un auténtico paradigma de Pastor que podemos y tenemos que imitar en la tarea de la Nueva Evangelización, que una vez más confío a la protección y guía de Santa María de Guadalupe, ‘camino seguro para encontrar a Cristo’ (Ecclesia in America ).

En el nombre de Cristo, nuestra vida y nuestra esperanza, os bendigo a todos.









MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SICILIA


Al venerado hermano
Cardenal SALVATORE DE GIORGI
Arzobispo de Palermo
Presidente de la Conferencia episcopal siciliana

1. Con gran alegría me uno espiritualmente a usted, así como a los señores cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan, en Acireale, en la IV asamblea de las Iglesias de Sicilia. A todos y a cada uno envío mi abrazo fraterno y mi saludo más cordial: "La paz, la caridad y la fe de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros".

82 Este importante encuentro, que tiene como lema: "En la historia, levadura para el Reino", y como tema: "Los laicos para la misión de la Iglesia en Sicilia en el tercer milenio", se celebra pocos meses después de la conclusión del gran jubileo del año 2000. Constituye uno de los frutos maduros del Año santo, porque la preparación y la celebración del acontecimiento jubilar fueron para él una providencial preparación próxima e inmediata. Además, marca la cuarta etapa del camino comunitario de las Iglesias de Sicilia; itinerario espiritual y pastoral que comenzó a partir del concilio Vaticano II, en el que ha hallado inspiración, motivaciones y objetivos para proyectarse consciente y deliberadamente hacia el nuevo milenio.

En realidad, desde la primera asamblea celebrada en 1985, que tuvo como lema: "Una presencia para servir", y como tema: "Las Iglesias de Sicilia a 20 años del concilio Vaticano II", las diócesis sicilianas han emprendido un itinerario eclesial común, dilatando, en sus dos siguientes asambleas, su perspectiva misionera. También quisiera mencionar aquí las tres asambleas presbiterales de los años 1982, 1988 y 1998, que llevaron a la creación del Centro regional "Madre del buen Pastor" para la formación permanente de los presbíteros y de los diáconos, con sede en Palermo.

2. Estos múltiples encuentros regionales, al igual que los de los jóvenes, celebrados en 1991, en 1998 y en octubre del año pasado, después de la Jornada mundial de la juventud, testimonian el dinamismo pastoral y la voluntad de las Iglesias de Sicilia de caminar juntas. En las visitas pastorales que he realizado a casi todas vuestras diócesis, queridos hermanos y hermanas de Sicilia, he manifestado muchas veces mi solicitud por los problemas y las esperanzas que se viven en vuestra tierra. Aprovecho esta ocasión para agradeceros la fidelidad con que os habéis adherido a las directrices del Magisterio mediante las numerosas iniciativas pastorales que habéis promovido, tanto a nivel local como regional, durante estos años.

También esta IV asamblea quiere manifestar fidelidad al magisterio de la Sede apostólica, reflexionando sobre el papel de los laicos en la misión de la Iglesia. La carta apostólica Tertio millennio adveniente, del 10 de noviembre de 1994, ha acompañado su preparación durante los años pasados. La posjubilar Novo millennio ineunte, del pasado 6 de enero, orienta ahora su celebración a la luz de la invitación de Cristo: "Duc in altum!", "¡Rema mar adentro!".

"Duc in altum!" repito hoy a las diócesis sicilianas, dedicadas a reflexionar sobre cómo realizar mejor el mandato misionero de Cristo. "Remad mar adentro", amadísimos hermanos y hermanas, conscientes de que el Dios de la esperanza os pide que seáis heraldos del Evangelio en nuestro tiempo. Pero para cumplir esta misión es necesario recomenzar desde Cristo y aprovechar la rica experiencia eclesial que caracterizó los últimos decenios del siglo pasado, especialmente a partir del concilio Vaticano II. Vuestra asamblea quiere subrayar muy bien esta tarea, destacando la vocación de los "laicos para la misión de la Iglesia en Sicilia en el tercer milenio".

Con ocasión del jubileo del apostolado de los laicos quise volver a entregar simbólicamente a toda la Iglesia los documentos conciliares, recordando que, a pesar del tiempo transcurrido, esos textos no han perdido nada de su valor ni de su actualidad. Por tanto, es necesario acogerlos y asimilarlos como textos cualificados y normativos del Magisterio, que hay que leer en el marco de la tradición de la Iglesia, que confirman y aplican a las circunstancias actuales. Animo especialmente a los laicos a volver al Concilio, que es "la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX" (Novo millennio ineunte
NM 57). Sigan las enseñanzas del Concilio, con la convicción de que "con él se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (ib.). Me alegra saber que los trabajos de la asamblea quieren brindar la oportunidad de profundizar en especial la constitución dogmática Lumen gentium y el decreto Apostolicam actuositatem, junto con una oportuna lectura de la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.

3. La asamblea tiene como objetivo primario una profunda renovación de la vida eclesial y de la acción pastoral en Sicilia. Ojalá que os ayude cuanto yo mismo dije en la Asamblea de la Iglesia italiana, celebrada en Palermo en 1995: "En nuestro tiempo no basta simplemente conservar la existencia, sino que es preciso también cumplir la misión" (23 de noviembre de 1995, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 7). Recogí estas consideraciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, precisando la condición primaria de esa renovación: "La perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (n. 30), "este alto grado de la vida cristiana" (n. 31).

Estoy seguro de que las Iglesias de Sicilia comparten con particular favor esta perspectiva de la santidad, porque desde los albores del cristianismo hasta el siglo XX han dado estupendas figuras de mártires y santos -sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres-, que han sabido acoger el "don" de la llamada a la vida de gracia para traducirlo en "tarea" en las condiciones ordinarias de la vida diaria. Seguramente los recordaréis para edificación y ejemplo de todos.

En la vocación a la santidad, entendida como perfección de la caridad, se revela plenamente la dignidad de los fieles laicos: "El santo es el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo" (Christifideles laici, 16). El fiel laico, discípulo de Cristo, se santifica "en el mundo" y "para el mundo": se inserta en las realidades temporales, en las actividades terrenas y en la vida profesional y social ordinaria, para ordenarlas según Dios, llegando a ser así en la historia y en el tiempo levadura para el Reino y para la eternidad.

4. Ser en la historia levadura para el Reino. Este es el lema de la asamblea, que traduce e interpreta "una presencia para servir". Esta es la misión específica de los fieles laicos en un ámbito social marcado a veces por un secularismo que tiende a alejar a los creyentes de Cristo y del Evangelio, en detrimento de la misma convivencia humana, que es cada vez más frágil e insegura.

También Sicilia corre el riesgo que indiqué en la citada exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici: "La fe cristiana -aunque sobrevive en algunas manifestaciones tradicionales y ceremoniales- tiende a ser arrancada de cuajo de los momentos más significativos de la existencia humana, como son los momentos del nacer, del sufrir y del morir. De ahí provienen el afianzarse de interrogantes y de grandes enigmas, que, al quedar sin respuesta, exponen al hombre contemporáneo a inconsolables decepciones, o a la tentación de suprimir la misma vida humana que plantea esos problemas" (n. 34). Por eso, "sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad" (ib.). Y sigue siendo verdad que también en Sicilia "urge rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana, pero la condición es que se rehaga la trabazón cristiana de las mismas comunidades eclesiales" (ib.).

83 5. Esta es la doble tarea, de gran relieve pastoral, que hoy compete a los laicos en la Iglesia. Existirán comunidades cristianas maduras, si en ellas hay laicos maduros, capaces de influir eficazmente como levadura evangélica en la sociedad, trabajando en ella con un renovado y valiente impulso misionero. "Todos los laicos tienen la sublime tarea de trabajar con empeño para que el designio divino de salvación llegue cada vez más a todos los hombres de todos los tiempos y lugares" (Lumen gentium ). ¿Cómo no sentir la actualidad y la urgencia de esta recomendación del Concilio? Ojalá que el Evangelio infunda una esperanza más firme a la amada tierra siciliana, que lo acogió desde el primer siglo del cristianismo y que hoy necesita aún más a Cristo para liberarse de los males que la afligen. Los pastores de las Iglesias locales han recordado incesantemente estos males, comenzando por el más grave de la mafia, que yo mismo, en muchas oportunidades, he sentido el deber de condenar. Sólo venciendo esas fuerzas negativas será posible actuar plenamente las múltiples potencialidades de bien y los numerosos valores humanos que caracterizan a la laboriosa gente de Sicilia.

6. Por tanto, los fieles laicos no deben limitar su acción a la comunidad cristiana, permaneciendo, por decirlo así, dentro de las paredes del "templo". Después de recibir la luz de la Palabra y la fuerza de los sacramentos, deben anunciar y testimoniar a Cristo, único Redentor del hombre, en la sociedad de la que forman parte. Como "sal" y "luz", están llamados a actuar proféticamente en la familia y en la escuela, en el ámbito de la cultura y de la comunicación social, en la economía y en el mundo del trabajo, en la política y en el arte, en el campo de la salud y donde hay enfermedad y sufrimiento, en el deporte y en el turismo, al lado de los marginados y entre los numerosos inmigrantes. No puede faltar tampoco su valiente iniciativa en los ámbitos donde se decide el destino de la vida y de la dignidad de la persona, de la familia y de la sociedad misma.

En realidad, si cada miembro de la Iglesia participa en la dimensión secular, los laicos lo hacen con una "modalidad de actuación" que, según el Concilio, es "propia y peculiar" de ellos. Esa modalidad se designa con la expresión "índole secular", como "lugar en que les es dirigida la llamada de Dios" y, por esto, como lugar privilegiado de su misión, según la lógica de la Encarnación y "a la luz del acto creador y redentor de Dios" (Christifideles laici
CL 15).

7. Los laicos tienen la tarea de llevar el Evangelio a todos los ámbitos de la existencia humana y dar la contribución original y siempre actual de la doctrina social de la Iglesia. Deben preocuparse constantemente por no ceder a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales y, al mismo tiempo, por rechazar decididamente la tentación, no menos insidiosa, de practicar una espiritualidad intimista, que no está en sintonía con las exigencias de la caridad, con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, tampoco con la misma tensión escatológica del cristianismo. En efecto, aunque esta última nos hace conscientes de la acción de la Providencia en la historia, no nos exime de ningún modo del deber de trabajar activamente en el mundo para favorecer en él la afirmación de todo valor auténticamente humano. A este propósito, sigue siendo muy actual la enseñanza del concilio Vaticano II: "El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construcción del mundo ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber" (Gaudium et spes ).

8. Esto será posible si "los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, restableciendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza" (Christifideles laici CL 34). Para eso es necesario un compromiso convencido de formación permanente e integral en los diversos aspectos de lo humano, que les ayude a vivir "aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana" (ib., 59), puesto que "la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo" (Gaudium et spes GS 43).

Esto exige que trabajen en la comunión eclesial más firme, alimentada continuamente por la "espiritualidad de comunión", que debe estar en la base de toda programación pastoral, si se quiere ser "fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte NM 43).

La Iglesia en su misterio de comunión es el sujeto de la pastoral y de la misión, y todos -clero, religiosos, religiosas y laicos- están llamados a reconocer y respetar esta subjetividad comunitaria. En la citada exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici escribí que "los fieles laicos, juntamente con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, constituyen el único pueblo de Dios y cuerpo de Cristo" (n. 28), por lo cual deben cultivar constantemente el sentido de la diócesis, de la que la parroquia es como la célula, estando siempre dispuestos a aceptar la invitación de su pastor a unir sus fuerzas a las iniciativas de la diócesis.

Esto vale de modo especial para las numerosas formas laicales de agrupación: asociaciones, grupos, comunidades y movimientos, que en Sicilia, gracias al Señor, son particularmente activas. Es conveniente recordar que jamás son un fin en sí mismas. La finalidad que las anima constantemente no puede ser más que "la de participar responsablemente en la misión que tiene la Iglesia de llevar a todos el evangelio de Cristo como manantial de esperanza para el hombre y de renovación para la sociedad" (Christifideles laici CL 29).

9. Una comunión cada vez más firme en el seno de cada comunidad y entre las diversas diócesis de Sicilia, además de servir de ejemplo y de estimulo para una convivencia humana más serena y armoniosa, representa una condición oportuna para promover activamente el camino hacia la unidad plena de todos los creyentes en Cristo. La comunión plena y visible de los cristianos, sobre todo a través del ecumenismo de la santidad, de la oración y de la caridad en la verdad, es tarea de toda comunidad eclesial, en cuyo seno resuenan incesantemente la oración y el deseo del único Salvador: "Ut unum sint". Es necesario hacer todo lo posible para apresurar la realización plena de la unidad de los creyentes en Cristo. En este sentido, será significativo, hacia el final de la asamblea, el encuentro de oración con el patriarca ortodoxo ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, a quien envío mi deferente saludo y mi abrazo de paz en Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor común.

Además del compromiso ecuménico, no podemos menos de recordar también el gran desafío del diálogo interreligioso e intercultural. Es un compromiso que implica en gran medida a vuestra región, situada en el corazón del Mediterráneo, y que, a lo largo de los siglos, ha llegado a ser una encrucijada de pueblos, culturas, civilizaciones y religiones diferentes. Queridos hermanos y hermanas, sin caer en el indiferentismo religioso, tratad de dar el testimonio de la esperanza que debe haber en el corazón de todo creyente, con la convicción de que no constituye ofensa a la identidad de los demás el anuncio gozoso del Evangelio, mensaje de salvación destinado a todos los pueblos y culturas.

A este respecto, sé que habéis emprendido algunas iniciativas oportunas: proseguid con valentía y prudencia, sostenidos siempre por una firme adhesión a Cristo y por un constante recurso a la oración.

84 10. ¡Caminad con esperanza! Amadísimos hermanos y hermanas, esta es la invitación que os dirijo con afecto. Acoged, veneradas Iglesias de Sicilia, esta exhortación fraterna. El paso de todos los creyentes, al comienzo de este nuevo siglo, debe ser más ágil. Que os guíe y acompañe María, la Madre de la esperanza, a quien los sicilianos veneráis e invocáis como vuestra "Odigitria". A la Virgen santísima y a su esposo san José encomiendo, en este día dedicado solemnemente a él, los proyectos, los propósitos, el desarrollo de la asamblea eclesial y sus deseados frutos apostólicos y misioneros.

Invocando también sobre los trabajos la protección de los numerosos santos y santas de las diversas diócesis de la tierra de Sicilia, le imparto de buen grado a usted, señor cardenal, y a todos los participantes en la asamblea, la bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.

Vaticano, 19 de marzo de 2001







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