Discursos 2001 84


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DE COREA EN VISITA


"AD LIMINA APOSTOLORUM"


Sábado 24 de marzo de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran afecto en el Señor os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Corea, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Habéis venido una vez más en peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para confesar la fe apostólica y orar por vuestro ministerio episcopal y por las necesidades de la Iglesia en vuestro país. En este encuentro celebramos juntos los vínculos de verdad y comunión que unen a vuestras Iglesias locales con la Sede de Pedro. Mientras contempláis el testimonio dado por los Apóstoles usque ad effusionem sanguinis, podéis reflexionar en vuestro ministerio a la luz de su enseñanza y de su ejemplo, y sacar nueva inspiración para vuestro trabajo al servicio del Evangelio y de la edificación del cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Mi pensamiento vuelve a las dos visitas que realicé a vuestro país, cuando comprobé personalmente cómo ha crecido y florecido la Iglesia desde que la semilla del Evangelio fue sembrada por primera vez, hace más de dos siglos. En efecto, este año conmemoráis el bicentenario de la primera gran ola de persecuciones en Corea, que causó el martirio de más de trescientos fieles. Aquellos hombres y mujeres santos llevaban en su corazón las palabras del Apóstol de los gentiles: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Ph 3,8). El primer sacerdote nativo de Corea, san Andrés Kim Taegon, a quien tuve la alegría de canonizar en 1984, instaba a los fieles a aceptar la persecución, puesto que la Iglesia en Corea no debía ser ajena a los sufrimientos de Cristo y de los Apóstoles. El sacrificio de vuestros mártires, aceptado voluntariamente por amor a nuestro Señor Jesucristo, que los había conquistado, como había hecho con san Pablo (cf. Flp Ph 3,12), ha suscitado realmente una abundante cosecha, y debemos orar para que siga siendo fuente de orgullo, esperanza, fuerza e inspiración para todos los cristianos de la península.

2. Dos importantes acontecimientos constituyen el marco de vuestra actual visita ad limina: la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos y la experiencia, llena de gracias, del gran jubileo del año 2000. Algunos de vosotros participasteis en aquella asamblea, que tuvo lugar en abril y mayo de 1998 y fue ocasión para una provechosa y rica reflexión sobre los desafíos planteados a la evangelización en un continente donde los cristianos constituyen una minoría muy pequeña. El Sínodo, inspirándose en el tema: Jesucristo, el Salvador, y su misión de amor y servicio en Asia: "para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10), examinó los caminos que "ilustran y profundizan la verdad sobre Cristo como único mediador entre Dios y los hombres, y como único redentor del mundo" (Tertio millennio adveniente TMA 38). Sobre la base de la exhortación apostólica Ecclesia in Asia y prosiguiendo la experiencia del gran jubileo del año 2000, la tarea que tenéis por delante consiste en recoger los frutos de esas celebraciones y poner sólidos cimientos para una nueva primavera del cristianismo en vuestro país y en todo el continente.
Al terminar el "año de gracia" que fue el jubileo para toda la Iglesia, en la carta apostólica Novo millennio ineunte ofrecí algunas consideraciones acerca de cómo aprovechar sus numerosas bendiciones y hacer fructificar las gracias recibidas mediante decisiones y líneas de acción (cf. n. 3). El éxito de todas nuestras iniciativas dependerá en última instancia de que se basen en Cristo mismo, que sigue acompañando a la Iglesia en su peregrinación "hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). En cierto sentido, el programa que debemos aplicar ya existe: se encuentra en el Evangelio y en la tradición viva de la Iglesia. Está centrado en Cristo mismo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte NM 29). Aunque tiene en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar con vistas al verdadero diálogo y a la comunicación eficaz, este programa no cambia según las actitudes predominantes. Tenéis la responsabilidad de identificar constantemente las características de un plan pastoral adaptado a las necesidades y a las aspiraciones del pueblo de Dios, plan que permita a todos escuchar cada vez más claramente la buena nueva de Cristo y haga que las verdades y los valores del Evangelio influyan cada vez más en las familias, en la cultura y en la sociedad misma. Los sucesores de los Apóstoles jamás deberían tener miedo de proclamar la verdad plena sobre Jesucristo, con toda su realidad y sus exigencias estimulantes, puesto que la verdad encierra en sí la fuerza para atraer el corazón humano hacia todo lo que es bueno, noble y hermoso.

3. A este respecto, me agrada especialmente saber que estáis comprometidos en la promoción del apostolado bíblico. Disponer de una traducción coreana moderna de la Biblia, proyecto que habéis emprendido con ocasión del bicentenario de la llegada de la fe a vuestra tierra, hace posible que todos los fieles tengan acceso directo a la palabra salvífica de Dios. Es preciso recomendar de modo especial la antigua práctica de la "lectio divina" como instrumento poderoso de evangelización, dado que la lectura devota de la sagrada Escritura nos pone en contacto con "la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia" (ib., 39). En particular, habría que introducir a los jóvenes en el conocimiento de las Escrituras -la "escuela de fe"- desde temprana edad, para que descubran la figura auténtica de Jesús, que los ama, responde a sus aspiraciones más profundas y los llama a seguirlo con un corazón generoso e indiviso.

Por mandato de Cristo, el obispo está llamado a enseñar -"a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2)- la fe inmutable de la Iglesia, tal como debe aplicarse y vivirse hoy. En su diócesis, el obispo enseña la fe con la autoridad que brota de su ordenación episcopal y de su comunión con el Colegio episcopal bajo su cabeza (cf. Lumen gentium LG 22). Enseña de modo pastoral, procurando irradiar la luz del Evangelio sobre los problemas actuales y ayudando a los fieles a vivir plenamente su vida cristiana en medio de los desafíos de la sociedad contemporánea. A este respecto, es importante que apoyéis y estimuléis la tarea de los teólogos cuando reflexionan en el ámbito de la fe sobre los modos de comunicar el mensaje cristiano de una manera cada vez más eficaz y adecuada a la situación local. Al mismo tiempo, debéis esforzaros por salvaguardar la interpretación auténtica de la enseñanza de la Iglesia, y así asegurar que la Iglesia particular permanezca en la verdad, la única que salva y libera. Se requiere discernimiento sobrenatural para defender "el buen depósito que os ha confiado el Espíritu Santo que habita en vosotros" (2Tm 1,14).

85 4. En vuestra patria afrontáis el desafío de una mentalidad cada vez más materialista, que mina muchos de los valores humanos auténticos en los que se apoya tradicionalmente la sociedad coreana. Esto exige un compromiso renovado para afrontar la profunda crisis de valores y fortalecer el sentido de lo trascendente en la vida de los fieles. Es digna de elogio vuestra reciente iniciativa de promover el evangelio de la vida mediante la creación de una subcomisión especial dependiente de la Comisión para la doctrina de la fe de vuestra Conferencia, para abordar las cuestiones relativas a la bioética; también lo es vuestra firme oposición al aborto, no sólo porque constituye una terrible ofensa a la vida, don de Dios, sino también porque introduce en la sociedad una actitud relativista con respecto a todos los principios morales y éticos fundamentales.

En esta, como en otras muchas áreas de la vida de la Iglesia, el papel de los fieles laicos es indispensable. Es muy significativo que la fe haya llegado a vuestra patria a fines del siglo XVIII gracias a los esfuerzos tenaces de laicos comprometidos. Entre los que murieron durante la persecución de 1801 figura la primera mujer catequista de Corea, Columba Kang Wansuk, que difundió intrépidamente el Evangelio en Seúl y en todo el país antes de ser ejecutada con cuatro compañeros que se habían convertido gracias a ella. De los 103 mártires canonizados en 1984, sobre todo víctimas de las persecuciones de 1839 y 1866, 92 eran laicos. ¡Qué mejor inspiración para los fieles laicos de Corea en su compromiso generoso de evangelización, catequesis y promoción de la doctrina social católica y de las obras caritativas, que este testimonio y esta herencia! Os corresponde a vosotros la tarea de discernir los dones de los laicos, fomentar entre ellos una conciencia más profunda de la misión en la que participan en la comunión de la Iglesia, y animarlos a aprovechar sus talentos para la renovación de la sociedad y la difusión de una cultura basada en el respeto a toda persona humana.

5. Vuestros colaboradores más íntimos en la obra de evangelización son los sacerdotes, llamados con la ordenación a ser verdaderos pastores de la grey, predicadores del evangelio de la salvación y ministros dignos de los sacramentos. Corea ha sido bendecida con un elevado número de vocaciones sacerdotales, con pastores cuya vida ha sido profundamente marcada por su fidelidad a Cristo y por su entrega generosa a sus hermanos y hermanas. Es importante que los fieles vean a sus sacerdotes como hombres que, con su mente y su corazón, tienden a lo espiritual (cf. Rm
Rm 8,5), hombres de oración, comprometidos en su ministerio sacerdotal y que destacan por su integridad moral. El nuevo Pontificio Colegio Coreano, aquí en Roma, es un signo de vuestra decisión de garantizar que vuestros sacerdotes reciban una sólida formación permanente, que les ayudará a dar un testimonio convincente de Cristo y a cumplir los deberes de su ministerio con entrega y alegría.
Os animo a prestar particular atención a la formación de quienes enseñarán en los seminarios. No sólo deben tener una preparación completa en las ciencias sagradas, sino también una formación específica en las áreas de la espiritualidad sacerdotal, en el arte de la dirección espiritual y en los otros aspectos de la difícil y delicada tarea que les espera en la formación de los futuros sacerdotes (cf. Ecclesia in Asia ). Una vez más dirijo palabras de aliento a la Sociedad de misiones extranjeras de Corea, pidiendo al Señor que bendiga su labor y le conceda un aumento de vocaciones para la vasta cosecha que la Iglesia espera en el tercer milenio cristiano.

6. Los documentos del concilio Vaticano II contienen numerosas referencias acerca de la importancia para la Iglesia universal y para cada Iglesia particular del testimonio y el apostolado de los hombres y mujeres consagrados. Mediante la observancia de los consejos evangélicos, hacen visible en la Iglesia la forma que el Verbo encarnado asumió durante su vida terrena (cf. Vita consecrata VC 14). Son un signo de la nueva creación inaugurada por Cristo y hecha posible en nosotros por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo, testimoniando la supremacía de Dios y la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús (cf. Flp Ph 3,8). Además de las diversas e inestimables formas de servicio que los hombres y mujeres consagrados prestan en las obras de caridad, en el apostolado intelectual y en la asistencia sanitaria, así como en las demás áreas de la actividad eclesial, su carisma específico consiste en dar una respuesta a la gran demanda actual de auténtica espiritualidad, que en gran parte se expresa como una búsqueda de oración y de dirección espiritual. Os invito a cultivar la vida consagrada como don especial de Dios a vuestras comunidades locales y a brindar a los hombres y mujeres consagrados el apoyo de vuestro ministerio y de vuestra amistad.

7. Queridos hermanos en el episcopado, vuestra tierra natal está presente con frecuencia en mis oraciones. Me alegra oír hablar de los progresos realizados con vistas a la reconciliación, la comprensión mutua y la cooperación entre todos los miembros de la familia coreana. Este es un campo de acción y de servicio en el que la Iglesia que presidís debería comprometerse decididamente día a día, discerniendo y siguiendo los signos que le ofrece la Providencia. Proporcionar ayuda material y espiritual a la comunidad católica y a toda la población de Corea del Norte, de modo apropiado y con caridad pastoral, será indudablemente un paso positivo hacia la reconciliación. Ruego a Dios todopoderoso que siga bendiciendo los esfuerzos de quienes trabajan por el bien de todo el pueblo de la península.

Os agradezco una vez más vuestra generosidad y vuestro compromiso en el cumplimiento de los deberes de vuestro ministerio episcopal, así como la comunión espiritual y el apoyo que siempre me habéis brindado. A los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de Corea les expreso una vez más mi aliento cordial, y, de modo especial, ruego por los ancianos y los enfermos, cuyos sufrimientos en unión con el Señor crucificado son una fuente de inmensa riqueza espiritual para todo el pueblo de Dios. Con estos sentimientos, os encomiendo a todos vosotros a María, Madre del Redentor, y a ella le confío las necesidades de la Iglesia en Corea, así como las alegrías y las dificultades de vuestro ministerio. Pido al Espíritu Santo que conceda a vuestras diócesis una nueva efusión de gracia y energía para la misión que aún queda por cumplir. A cada uno de vosotros y a los miembros de la Iglesia en vuestro país os imparto cordialmente mi bendición apostólica.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ORDEN DEL CARMEN

CON MOTIVO DE LA DEDICACIÓN


DEL AÑO 2001 A MARÍA




A los reverendísimos padres

JOSEPH CHALMERS

Prior general de la Orden de los Hermanos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
y CAMILO MACCISE
86 Prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo

1. El providencial acontecimiento de gracia, que fue para la Iglesia el Año jubilar, la induce a mirar con confianza y esperanza el camino recién emprendido en el nuevo milenio. "Nuestro paso, al principio de este nuevo siglo -escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte-, debe hacerse más ágil. (...) En este camino nos acompaña la santísima Virgen, a la que (...) he consagrado el tercer milenio" (n. 58).

Por eso, con profunda alegría he sabido que la Orden del Carmen, en sus dos ramas, antigua y reformada, quiere expresar su amor filial a su Patrona consagrándole el año 2001 a ella, invocada como Flor del Carmelo, Madre y Guía en el camino de la santidad. Al respecto, no puedo menos de subrayar una feliz coincidencia: la celebración de este año mariano para todo el Carmelo tiene lugar, según cuanto transmite una venerable tradición de la Orden misma, en el 750° aniversario de la entrega del escapulario. Es, pues, una celebración que constituye para toda la familia carmelitana una magnífica ocasión no sólo para profundizar su espiritualidad mariana, sino también para vivirla cada vez más a la luz del lugar que la Virgen Madre de Dios y de los hombres ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia y, por tanto, para seguirla a ella que es la "Estrella de la evangelización" (cf. ib.).

2. Las diversas generaciones del Carmelo, desde su origen hasta hoy, en su itinerario hacia el "monte de la salvación, Jesucristo nuestro Señor" (Misal romano, oración colecta de la misa en honor de la Virgen del Carmen, 16 de julio), han tratado de modelar su vida según el ejemplo de María.

Por eso en el Carmelo, y en toda alma impulsada por un tierno afecto hacia la Virgen y Madre santísima, florece la contemplación de aquella que, desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la palabra de Dios y acatar su voluntad (cf. Lc
Lc 2,19 Lc Lc 2,51). En efecto, María, educada y modelada por el Espíritu (cf. Lc Lc 2,44-50), fue capaz de leer en la fe su propia historia (cf. Lc Lc 1,46-55) y, dócil a las inspiraciones divinas, "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cf. Jn Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre" (Lumen gentium LG 58).

3. La contemplación de la Virgen nos la presenta mientras, como Madre solícita, ve crecer a su Hijo en Nazaret (cf. Lc Lc 2,40 Lc Lc 2,52), lo sigue por los caminos de Palestina, lo asiste en las bodas de Caná (cf. Jn Jn 2,5) y, al pie de la cruz, se convierte en la Madre unida a su ofrenda y donada a todos los hombres en la entrega que el mismo Jesús hace de ella a su discípulo predilecto (cf. Jn Jn 19,26). Como Madre de la Iglesia, la Virgen santísima está unida a los discípulos y "persevera en la oración" (cf. Hch Ac 1,14), y, como Mujer nueva que anticipa en sí lo que se realizará un día para todos nosotros en la fruición plena de la vida trinitaria, es elevada al cielo, desde donde extiende el manto de protección de su misericordia sobre sus hijos peregrinos hacia el monte santo de la gloria.
Esa actitud contemplativa de la mente y del corazón lleva a admirar la experiencia de fe y de amor de la Virgen, que ya vive en sí cuanto todo fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium SC 103 Lumen gentium LG 53). Por este motivo, los carmelitas, tanto la rama masculina como la femenina, con razón han elegido a María como su Patrona y Madre espiritual, y ante los ojos del corazón la tienen siempre presente a ella, la Virgen purísima que guía a todos al conocimiento perfecto y a la imitación de Cristo.

Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María. Para los miembros de la familia carmelitana María, la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no sólo es un modelo a imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en la que se puede confiar. Con razón santa Teresa de Jesús exhortaba: "Imitad a María y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por Patrona" (Castillo interior , III, III 1,3).

4. Esta intensa vida mariana, que se manifiesta en una oración confiada, en una alabanza entusiasta y en una imitación diligente, lleva a comprender que la forma más auténtica de devoción a la Virgen santísima, expresada mediante el humilde signo del escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado (cf. Pío XII, Neminem profecto latet, 11 de febrero de 1950: AAS 42 [1950], 390-391; Lumen gentium LG 67). En el corazón se realizan así una comunión y una familiaridad cada vez mayores con la Virgen santísima, "como "nueva manera" de vivir para Dios y continuar aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su madre María" (Meditación mariana a la hora del Ángelus, 24 de julio de 1988, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de julio de 1988, p. 1). Como dijo el beato mártir carmelita Tito Brandsma, se establece así una profunda sintonía con María, la Theotókos, transmitiendo como ella la vida divina: "También a nosotros el Señor nos envía su ángel. (...) También nosotros debemos recibir a Dios en nuestro corazón, llevarlo dentro de nuestro corazón, alimentarlo y hacer que crezca en nosotros, de modo que nazca de nosotros y viva con nosotros como el Dios-con-nosotros, el Emmanuel" (De la relación del beato Tito Brandsma en el Congreso mariológico de Tongerloo, agosto de 1936).

Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, mediante la difusión de la devoción del santo escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia. Por su sencillez, por su valor antropológico y por su relación con el papel que desempeña María con respecto a la Iglesia y a la humanidad, el pueblo de Dios ha acogido profunda y ampliamente esta devoción, hasta el punto de encontrar expresión en la memoria del 16 de julio, presente en el calendario litúrgico de la Iglesia universal.

87 5. Con el signo del escapulario se manifiesta una síntesis eficaz de espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndolos sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida. El escapulario es esencialmente un "hábito". Quien lo recibe se une o se asocia, en un grado más o menos íntimo, a la Orden del Carmen, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia (cf. Fórmula de la imposición del escapulario, en el "Rito de la bendición e imposición del escapulario", aprobado por la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, 5 de enero de 1996). Por tanto, quien se reviste del escapulario se introduce en la tierra del Carmelo, para "comer sus frutos y sus productos" (cf. Jr Jr 2,7), y experimenta la presencia dulce y materna de María en su compromiso diario de revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (cf. Fórmula de la imposición del escapulario).

Así pues, son dos las verdades evocadas en el signo del escapulario: por una parte, la protección continua de la Virgen santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna; y por otra, la certeza de que la devoción a ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un "hábito", es decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y la práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales. De este modo, el escapulario se convierte en signo de "alianza" y de comunión recíproca entre María y los fieles, pues traduce de manera concreta la entrega que en la cruz Jesús hizo de su Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida nuestra Madre espiritual.

6. Un espléndido ejemplo de esta espiritualidad mariana, que modela interiormente a las personas y las configura a Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son los testimonios de santidad y sabiduría de tantos santos y santas del Carmelo, todos crecidos a la sombra y bajo la tutela de la Madre.

También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre celestial común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fieles que la veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia.

Con estos deseos, imparto de buen grado la bendición apostólica a todos los frailes, las monjas, las religiosas, los laicos y las laicas de la familia carmelitana, que tanto se esfuerzan por difundir entre el pueblo de Dios la verdadera devoción a María, Estrella del mar y Flor del Carmelo.

Vaticano, 25 de marzo de 2001







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DEL SENADO ACADÉMICO


DE LA UNIVERSIDAD DE POZNAN


Lunes 26 de marzo de 2001

Ilustres señores y señoras:

Os agradezco de corazón vuestra presencia. Saludo al cardenal Zenon Grocholewski, al arzobispo Juliusz y al obispo Marek. Doy mi bienvenida a los ilustres profesores, a los estudiantes y al personal no docente de la universidad "Adam Mickiewicz". Agradezco al señor rector las amables palabras que me ha dirigido.

Habéis venido aquí como representantes de toda la comunidad de la universidad "Adam Mickiewicz" de Poznan, para honrarme con el título de doctor de vuestra benemérita universidad. Acepto con gratitud este privilegio. Aunque mis contactos directos con la universidad de Poznan no han sido frecuentes, siempre me he sentido unido a ella, como, por lo demás, a todas las universidades de Polonia y del mundo. En efecto, consideraba el ambiente científico que se había creado en torno a ella como un importante centro de formación de la cultura de nuestra nación, entendida en sentido amplio. ¡Cómo no recordar en este momento las palabras pronunciadas por Adam Poszwinski durante la ceremonia de apertura de la Universidad, en 1919: "Nuestro deseo es que de este centro no sólo salgan buenos profesionales, sino también ciudadanos de corazón y espíritu patriótico, ciudadanos con un altísimo sentido del servicio cívico, que consideren su profesión como servicio a la nación"! Si es así, si la solicitud por el bien espiritual de la nación es el principio fundamental de esta Alma Mater, no puedo por menos de apreciarla.

Hoy es preciso ver este bien espiritual de la nación desde la perspectiva de la unificación de Europa. E incluso desde esta perspectiva es difícil sobrestimar el papel del Ateneo de los Piast. En Poznan, el año 1983, dije que vuestra ciudad había desempeñado un papel significativo en la formación de la cultura polaca, haciendo que asumiera los aspectos característicos sobre todo del Occidente europeo (cf. Discurso pronunciado el 20 de junio de 1983). Vuestra universidad, unida desde sus lejanos albores a la figura del obispo Jan Lubranski y, más tarde, a la del obispo Adam Konarski, se ha insertado activa y eficazmente hasta nuestros días en la obra de construcción de puentes entre el patrimonio de la dinastía de los Piast, de los Jagellones y las de las épocas sucesivas, y el espíritu de Europa. Espero que también en el futuro la universidad de Poznan siga siendo un lugar de encuentro entre la cultura polaca consolidada en su identidad, y la cultura europea respetuosa de los valores perennes.

88 Un pensamiento aún. No quisiera que el significado de este doctorado honoris causa se limitara solamente a mi persona. Lo acepto como signo de una coexistencia creativa de la ciencia y la religión, y de una provechosa cooperación de los ambientes científicos y eclesiásticos. Parece un signo muy elocuente, porque la concesión de este título fue propuesta por todas las facultades de la Universidad. Me alegra que, desde hace poco tiempo, figure también entre ellas la Facultad de teología. Quiera Dios que esta presencia manifieste cada vez más la forma espiritual de la ciencia, abierta al infinito, y al mismo tiempo ayude a descubrir los sólidos fundamentos científicos de la fe.

Os doy una vez más las gracias por la benevolencia que me habéis mostrado. Os pido que transmitáis mi cordial saludo a los profesores, a los alumnos y al personal no docente de la Universidad que no han podido venir aquí. Llevo a todos en mi corazón y hoy los recuerdo en mi oración. Pido a Dios la abundancia de su bendición para vosotros y para toda la comunidad de la universidad "Adam Mickiewicz" de Poznan.

¡Que Dios os bendiga!








A LA DELEGACIÓN DE UNA EDITORA AUSTRIACA


Miércoles 28 de marzo de 2001



Ilustre señor nuncio;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amados hermanos y hermanas:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Ph 1,2). Con este deseo de san Pablo, el Apóstol de los gentiles, os doy cordialmente la bienvenida al palacio apostólico, donde hemos tenido la oportunidad de celebrar juntos la Eucaristía e intercambiarnos el saludo de la paz.

Acepto de buen grado las amables palabras que el nuncio apostólico, arzobispo Donato Squicciarini, me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Refiriéndose a este encuentro, ha dicho que es un gran honor; también yo deseo expresar la profunda alegría que me produce esta ocasión: la entrega del tercer volumen de mis mensajes para la Jornada mundial de la paz desde 1993 hasta 2000.

2. Agradezco a mi representante en Austria el esfuerzo que ha realizado como promotor de esta importante obra, y la valiosa contribución que ha dado con ella a la difusión de los mensajes de paz. También doy las gracias a todos los que han estudiado a fondo mi pensamiento sobre la paz, y así se han convertido en intérpretes competentes del mismo. Igualmente, expreso mis sentimientos de estima a quienes con gran esmero han editado y realizado técnicamente este libro tan útil.

3. El mensaje de paz es más actual que nunca en un tiempo en el que los pueblos se acercan cada vez más entre sí, y se tiene la impresión de que la tierra se convierte progresivamente en una "aldea global". A pesar de todos los riesgos y peligros que sin duda alguna entraña el proceso de globalización, no se debe ignorar un fenómeno que constituye un signo de esperanza: la conciencia cada vez mayor de la dependencia mutua entre las personas, los pueblos y las naciones.

89 El hecho de que los hombres y las mujeres en diferentes partes del mundo sienten las injusticias y las ofensas contra los derechos del hombre -aunque se perpetren en países lejanos- como si las sufrieran ellos mismos, muestra una creciente sensibilidad de los corazones. Pero, al mismo tiempo, hay también un motivo de preocupación: destacar demasiado los intereses nacionales, hasta el punto de que el encuentro entre las culturas no se percibe como enriquecimiento, sino como amenaza. Por eso, los avances logrados gracias a la globalización deben repercutir en las conciencias. De este modo, el mensaje de paz adquiere una resonancia nueva.

4. El creciente entramado de las relaciones entre los hombres, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas, exige decididamente la solidaridad. En efecto, la paz sólo es posible si la dependencia recíproca fomenta la superación de toda marginación, la renuncia a cualquier forma de imperialismo económico, militar o nacional, y la transformación de la desconfianza recíproca en colaboración amistosa. Precisamente aquí reside el gesto innato de solidaridad entre las personas y los pueblos.

A este respecto, quisiera citar el lema que mi venerado predecesor, de feliz memoria, el Papa Pío XII, escogió para su pontificado: Opus iustitiae pax. La paz es fruto de la justicia. Hoy se puede reformular este lema también desde la perspectiva bíblica (cf. Is
Is 32,17 St Jc 3,18): Opus solidarietatis pax. La paz es fruto de la solidaridad.

Para que la "paz de las armas" pueda aumentar y perdurar, el hombre debe confiar en las "armas de la paz"; entre ellas están tanto el respeto a la dignidad humana como la práctica de la justicia y de la solidaridad. No se utilizan estas "armas de la paz" cuando se desprecia la dignidad de la persona humana, se somete al débil y se oprime al pobre.

5. Quiera Dios que esta obra ayude a muchos lectores a comprender cada vez más profundamente el mensaje de paz y a actuarlo en su vida. La paz no puede quedarse sólo en palabras; debe hacerse realidad. Albergo en mi corazón la esperanza de que la "cultura de la paz" se difunda cada vez más, para que la tierra sea envuelta finalmente por una "red de paz", tejida con la "globalización de la solidaridad". No cabe duda de que el volumen que habéis preparado y que publicáis ahora contribuirá a lograr ese objetivo. Como signo de mi reconocimiento y mi gratitud por la realización del proyecto de este libro, os imparto de buen grado la bendición apostólica.








A LA COMISIÓN DE LOS EPISCOPADOS


DE LA UNIÓN EUROPEA


Viernes 30 de marzo de 2001



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que habéis venido a Roma para la asamblea plenaria de primavera de la Comisión de los Episcopados de la Unión europea.
Agradezco, en particular, a monseñor Josef Homeyer, obispo de Hildesheim, las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo también a los representantes de las Conferencias episcopales de los Estados candidatos a la Unión europea y a los miembros de la presidencia del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa, que participan en vuestro encuentro de estudio y fraternidad. Saludo asimismo a los sacerdotes y a los laicos que, con generosidad y competencia, colaboran en vuestra misión diaria.


Discursos 2001 84