Discursos 2001 96

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE CRACOVIA


Lunes 2 de abril de 2001



Ilustres señores y señoras:

97 Os doy a todos mi cordial bienvenida y os agradezco vuestra visita. Representáis a las autoridades de Cracovia. Están presentes aquí el alcalde de la ciudad, el presidente del consejo municipal y los concejales: todos los que tienen la responsabilidad de la administración y de la vida de esa ciudad real.

Durante mi última visita a Polonia pude constatar los cambios que se han llevado a cabo. Comprobé también que Cracovia se ha convertido en una ciudad más hermosa y animada. Recuerdo que el año pasado Cracovia fue incluida entre las nueve capitales de la cultura europea. Son los frutos del esfuerzo de todos los habitantes de la ciudad y de los suburbios; pero sé que, en gran parte, también es mérito vuestro.

La imagen de una ciudad no consiste sólo en la belleza externa de sus avenidas, de sus plazas y de sus edificios, sino sobre todo en el estilo de vida de sus habitantes tanto desde un punto de vista material como espiritual. Por tanto, las autoridades locales, al tomar decisiones sobre una ciudad o una localidad, deben tener en consideración, antes que nada, el bien de sus habitantes: sus necesidades, sus expectativas y las perspectivas de un desarrollo completo. Esto es hoy particularmente importante.

Espero que, gracias a vuestro servicio, todos los ciudadanos de Cracovia, afirmando la belleza de su ciudad, manifiesten también de este modo su tranquilidad, que deriva del sentido de seguridad material, y su alegría por compartir todo el patrimonio cultural y espiritual de la ciudad. Pido a Dios que vuestro servicio diario dé buenos frutos. Que Dios bendiga vuestro servicio en bien de Cracovia y de sus habitantes.









DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO ECUMÉNICO COMPUESTO

POR TEÓLOGOS EVANGÉLICOS


Y CATÓLICOS DE ALEMANIA


Martes 3 de abril de 2001



Querido señor cardenal;
amados hermanos y hermanas:

1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Co 13,13). Me uno de buen grado al saludo del Apóstol de los gentiles, al daros mi cordial bienvenida al palacio apostólico. Agradezco al cardenal Karl Lehmann, presidente de vuestro grupo, las amables palabras con las que os ha presentado. Saludo asimismo al obispo evangélico Hartmut Löwe, co-presidente. Me alegro por este encuentro, que tiene lugar con ocasión de la asamblea que vuestro grupo ecuménico ha organizado este año en Roma.

2. La creciente conciencia de la comunión en Dios uno y trino ha permitido a cristianos de las diversas confesiones no considerarse ya enemigos o extraños, sino hermanos y hermanas. La certeza de la pertenencia común a Cristo, que se nos da con el bautismo, se ha profundizado sobre todo en los años sucesivos al concilio Vaticano II. Por esto podemos dar gracias de corazón.
Ya antes de ese acontecimiento, importante también desde el punto de vista ecuménico, el corazón de numerosos cristianos se hizo eco del deseo del Señor: Ut unum sint! (Jn 17,21). El eco de este anhelo resuena también en vuestro grupo ecuménico, fundado hace más de medio siglo.

La segunda guerra mundial destruyó el mundo de muchas personas. También muchas convicciones religiosas comenzaron a vacilar. Numerosos hombres y mujeres buscaron seguridad y apoyo. El cardenal Lorenz Jäger y el obispo luterano Wilhelm Stählin reconocieron esos "signos de los tiempos". Reunieron en torno a sí a teólogos católicos y evangélicos para dar a ese mundo fragmentado un nuevo centro: Jesucristo. Así, en el año 1946, se constituyó vuestro grupo ecuménico, que ha perseguido hasta hoy los objetivos de sus fundadores. Doy gracias al Señor de la historia por haber suscitado a esos "pioneros del ecumenismo", y espero que el grupo siga siendo consciente de su origen y contribuya también en el futuro, como "laboratorio del ecumenismo", a alcanzar la unidad.

98 3. Con este deseo de unidad cruzamos el umbral del tercer milenio. La firma de la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación es una piedra miliar en el camino ecuménico. También durante la celebración del gran jubileo pudimos observar nuevamente el eficaz signo profético del ecumenismo.

Al mismo tiempo, hemos tomado conciencia de que aún no se ha logrado el objetivo de la unidad plena. La conmemoración de la encarnación de Cristo nos ha recordado que el diálogo ecuménico debe tender, sobre todo, hacia Cristo. Este diálogo se desarrolla, primero, en una dimensión vertical, que lo orienta hacia la plenitud de la revelación bíblica y hacia el único Redentor del mundo. De este modo, se convierte para todos los participantes en un "diálogo de conversión".

Así se manifiesta que el amor a la verdad debe ser la dimensión más profunda de una búsqueda creíble de la comunión plena de los cristianos. Sin el amor a la verdad es imposible afrontar las dificultades teológicas y también psicológicas que encontramos al examinar las diferencias que aún perduran. Compruebo con gratitud que en vosotros el amor a la verdad va acompañado del respeto y la estima por vuestro interlocutor. De esta manera, podréis experimentar siempre que el diálogo ecuménico puede ser ocasión para un conocimiento recíproco más profundo y para un intercambio de dones espirituales.

4. Estoy seguro de que se cumplirá el deseo que expresé en mi carta apostólica Novo millennio ineunte: "La confrontación teológica sobre puntos esenciales de la fe y de la moral cristiana, la colaboración en la caridad y, sobre todo, el gran ecumenismo de la santidad, con la ayuda de Dios, producirán sus frutos en el futuro" (n. 48).

También el hecho de que hayáis elegido Roma como lugar de vuestro encuentro constituye un signo de esperanza: tal vez algún día, gracias a un diálogo paciente, se logre encontrar la forma con la que el ministerio petrino pueda prestar a la verdad y al amor un servicio reconocido por unos y otros (cf. Ut unum sint
UUS 95).

Ojalá que vuestro grupo ecuménico de teólogos católicos y evangélicos ayude en esta búsqueda. Con este fin, imploro sobre vosotros la plenitud del Espíritu Santo y la riqueza de las bendiciones de Dios.








AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA


Jueves 5 de abril de 2001

Señor Presidente:

Me es muy grato darle la bienvenida en este encuentro y saludarle muy cordialmente como Supremo Mandatario de la República Argentina, la cual está siempre presente en mi corazón, en mi recuerdo y en mi oración. Saludo igualmente a quienes le acompañan: su distinguida esposa, el Señor Canciller y los ilustres miembros de su Delegación. Y desde aquí quiero tener un entrañable recuerdo para todos los hijos e hijas de su noble País, desde la Quiaca hasta la Tierra del Fuego.

Le quedo muy agradecido por las amables palabras con que ha querido hacerme presente el respeto y afecto de todos los argentinos, así como exponerme los propósitos que animan la acción de su Gobierno, en los albores del Tercer Milenio de la era cristiana, en un momento en que la Argentina se prepara a celebrar el segundo centenario de su independencia. A este respecto, deseo recordar cómo la presencia de la Iglesia católica ha acompañado siempre el camino de los argentinos, alentándolos con la predicación de la palabra de Dios y la propagación de los valores cristianos que hoy forman parte del patrimonio espiritual de la Nación.

2. Su visita a la Sede del Sucesor del apóstol San Pedro tiene lugar unos meses después de la clausura del Gran Jubileo, con el cual hemos celebrado el bimilenario de la Encarnación del Hijo de Dios, acontecimiento central de la historia, que la Iglesia proclama como el momento de la plenitud de los tiempos (cf. Gal Ga 4,4). Esta celebración ha significado para toda la Iglesia un momento de especial intensidad y ahora, con la mirada puesta en el rostro de Cristo y animada por su palabra, "duc in altum- rema mar adentro" (Lc 5,4), se dispone a afrontar con confianza los desafíos del momento presente, iluminando así las decisiones que se vayan tomando para el adecuado progreso y bien de la humanidad.

99 En el desarrollo del Gran Jubileo su País ha participado activamente, tanto en las diferentes diócesis en los diversos encuentros que han tenido lugar en Roma. Cómo no recordar, a este respecto, las diversas iniciativas a nivel local, especialmente la celebración del Congreso Eucarístico de Córdoba, donde los Obispos quisieron dar también una contribución a la reconciliación nacional, como Usted mismo ha señalado en sus palabras. Por lo que se refiere a las celebraciones en Roma, estoy seguro de que los numerosísimos jóvenes argentinos que asistieron a la Jornada Mundial de la Juventud, el mes de agosto pasado, sabrán comunicar y testimoniar a sus coetáneos la singular experiencia religiosa vivida en comunión con jóvenes de todo el mundo. Así mismo, el notable número de participantes de su País en el Jubileo de los Gobernantes y Legisladores hace esperar en la voluntad, por parte de ellos, de desempeñar su función pública según los principios cristianos y como un verdadero servicio a todos los estratos de la sociedad argentina. Por todo ello, deseo manifestar mi reconocimiento por la obra llevada a cabo por los Pastores de esa querida Nación, en la que han colaborado diversas Autoridades, incluido el Parlamento mismo.

3. Su País, Señor Presidente, tiene hondas raíces católicas, por lo cual ha mirado siempre a la Iglesia y a esta Sede Apostólica como un punto de referencia para su propia identidad e historia. Cuando en el suelo argentino surgieron las primeras voces que reclamaban libertad e independencia, los próceres de la Patria no olvidaron la referencia a Dios en la naciente República y así posteriormente se plasmó en el preámbulo de la Constitución la invocación de su Santo Nombre como fuente de toda razón y justicia. Belgrano propuso el emblema nacional con los colores de la Inmaculada, azul y blanco, y así, bajo esa divisa se sienten hoy amparados todos los argentinos.

Por esto los valores cristianos están presentes en la cultura, en la historia y en algunos enunciados de la legislación de su País. A estos principios se han adherido, a lo largo de estos casi dos siglos de su existencia como Nación, gentes de muy diversas procedencias o creencias y que han encontrado en su nueva patria un efectivo respeto para cada minoría étnica o religiosa, en consonancia con la declaración constitucional que abre las puertas del País "a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino".

4. La Santa Sede ha seguido con especial atención los diversos momentos históricos de la Argentina. Cabe mencionar aquí algunos profundamente significativos, que quedaron fuertemente impresos en el recuerdo del pueblo argentino. Así fue la visita a la Capital Federal del entonces Cardenal Eugenio Pacelli, más tarde Papa Pío XII, como Legado Pontificio para el XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, que dejó una huella indeleble en la Iglesia de su Nación, al dar un fuerte impulso renovador a la presencia creciente del laicado en la Iglesia y en la sociedad.

Deseo recordar también las dos visitas pastorales que he realizado a su País, experimentado la calurosa acogida y el afecto de los argentinos. Fue en junio de 1982 cuando me sentí muy apremiado por unas circunstancias dramáticas de su vida nacional. Con mi presencia quise alentar, a la luz del Evangelio y de la doctrina social católica, el entendimiento y armonía entre los pueblos, propugnando el bien insustituible de la paz frente a riesgos de extremo peligro internacional.

Por otra parte, la causa de la paz y del entendimiento entre los pueblos me llevó a aceptar la mediación entre su País y la hermana República de Chile, al borde también de un conflicto bélico como consecuencia de la controversia surgida en la zona del Canal de Beagle. Gracias a Dios, prevaleció la razón y el espíritu de concordia, evitándose la catástrofe de una guerra de imprevisibles consecuencias con la firma del Tratado de Paz y Amistad el 29 de noviembre de 1984, lo cual posibilitó que lo que pudo ser el escenario de un conflicto se haya convertido en una zona de colaboración, de recíprocas visitas amistosas y de proyectos de desarrollo.

5. La Iglesia católica, por encima de contingencias políticas y coyunturales, desea promover el bien integral de los ciudadanos, a pesar de los condicionamientos internacionales y de circunstancias internas complejas, que se sienten muy fuertemente en los momentos presentes. Una parte notable de la población experimenta sus gravosas consecuencias, resultando afectados mayormente los estratos sociales más necesitados. El desempleo, lleva a personas, familias o grupos sociales a pensar en la emigración para buscar mejores horizontes de vida.

6. Ante esta situación, su Gobierno es consciente de que urgen medidas orientadas a crear un clima de equidad social, favoreciendo una mayor justicia distributiva y una mejor participación en los grandes recursos con los que cuenta el País. Sólo así se podrá lograr una situación de paz en la justicia, basada en el esfuerzo común y en una economía que esté al servicio del hombre. De este modo el País podrá contribuir a hacer realidad, en el contexto latinoamericano y mundial, la línea de los valores comunes que soñaron San Martín y Bolívar, favoreciendo la promoción integral de los pueblos de la zona y sus legítimos intereses.

Los Obispos de Argentina, conscientes de esa problemática, reafirman los principios de la doctrina social católica, por encima de las vicisitudes políticas. Confío en que su voz encuentre eco en los responsables de la cosa pública, haciendo realidad dichos principios en la sociedad para evitar aquellos comportamientos que pudieran favorecer la corrupción, la pobreza y todas las demás formas de violencia social que derivan de la ausencia de solidaridad. Las grandes reservas morales del pueblo argentino garantizan, con fundada esperanza, el futuro.

7. Este mismo pueblo ha dado pruebas de su apego a los grandes valores, como la honestidad, la justicia, el respeto a la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Argentina ha sostenido con empeño esos valores en diversos foros de debate, también internacionales. Frente a una concepción ampliamente difundida, que con frecuencia privilegia actitudes egoístas, poco respetuosas con los principios que protegen el primer y fundamental derecho humano, el derecho a la vida, es de justicia reconocer la clarividente y humanista visión de países soberanos, como el suyo, que son ejemplo de posturas en consonancia con el derecho natural.

Es sabido que el progreso no puede alcanzarse negando los valores humanos y morales fundamentales, ni se logra tampoco favoreciendo medidas que puedan atentar a la moralidad pública, lo cual llevaría a consecuencias negativas no sólo en el ámbito ético sino en perjuicio de la sociedad misma. No se puede permanecer indiferente ante estas situaciones, que ponen en peligro la defensa de la familia, célula fundamental de la sociedad, anterior al estado mismo, y que, como Usted ha recordado en sus palabras, es la verdadera escuela del más rico humanismo, forjadora de hombres y mujeres capaces de encarnar las virtudes más genuinas.

100 8. Señor Presidente: al concluir este encuentro deseo formular mis mejores votos para Usted y su familia, para sus colaboradores en el Gobierno y para todo el querido pueblo argentino. Pido a Dios que la noble Nación Argentina pueda superar pronto las dificultades del presente y emprender una nueva singladura en paz, prosperidad y progreso integral, en el que cada ciudadano viva con dignidad y serenidad en su propia tierra. A Dios, Padre de todos, encomiendo con particular afecto a cuantos han sufrido y sufren por heridas de un pasado doloroso. Invoco con amor la paz del Señor sobre los difuntos y la gracia de la reconciliación nacional.

Que la Virgen de Luján, Patrona de Argentina, proteja a todos sus hijos para que retomen con entusiasmo el camino del progreso fundado en el esfuerzo generoso, animados por la esperanza de un futuro promisorio. Para ello le imparto de corazón a Usted, Señor Presidente, y a todos sus compatriotas una especial Bendición Apostólica.










A LOS PROFESORES DE LA UNIVERSIDAD


"LA SAPIENZA" DE ROMA


Y DE LA ACADEMIA POLACA


DE CIENCIAS Y LETRAS DE CRACOVIA


Jueves 5 de abril de 2001



Ilustres señoras y señores:

1. Con profunda alegría os doy mi cordial bienvenida. Gracias de corazón por esta visita, que habéis querido hacerme con ocasión de la firma del acuerdo de colaboración científica entre la universidad "La Sapienza", de Roma, y la Academia polaca de ciencias y letras de Cracovia, que felizmente ha reanudado su plena actividad, después de 38 años de dolorosa interrupción, decretada por el régimen comunista.

Saludo al profesor Giuseppe D'Ascenzo, rector magnífico del Ateneo romano, y al profesor Andrzej Bialas, presidente de la Academia de Cracovia. Agradezco a ambos las amables palabras que me han dirigido en nombre de los presentes, subrayando la importancia de este acontecimiento y el compromiso común que anima a las dos instituciones. Deseo que consigan objetivos significativos en beneficio del desarrollo cultural de Polonia y de Italia.

El acuerdo recién firmado se sitúa en el nuevo clima que se creó en Europa después de la caída del muro de Berlín, a fines de la década de 1980. Testimonia la voluntad, presente en amplios sectores de la cultura europea, de construir una patria común, que no sea exclusivamente fruto de intereses económicos, sino que, sobre todo, sea comunidad de valores, de tradiciones y de ideales. Los pueblos de nuestro continente, al encontrarse e integrarse también gracias a ocasiones como esta, pueden promover cada vez más un futuro de civilización y de paz para todos.

2. Como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia católica, que tanto ha contribuido y sigue contribuyendo a la construcción de la civilización europea, y también como miembro de la Academia polaca de ciencias y letras de Cracovia, deseo expresar mi viva satisfacción y mi estima por esta iniciativa. Al unir antiguas y prestigiosas instituciones europeas, puede contribuir de modo significativo a la construcción de una Europa que respire con sus dos pulmones, recurriendo a su patrimonio histórico y a las riquezas culturales, morales, civiles y religiosas de sus pueblos de Oriente y Occidente.

Ojalá que este acuerdo, expresión elocuente de una laudable decisión de querer colaborar animados por un auténtico espíritu europeo, sea el comienzo de un provechoso y fecundo intercambio entre vuestros dos apreciados Centros académicos; y que represente, además, un punto de referencia para nobles y prometedores proyectos análogos.

Con este fin, invoco la ayuda divina sobre cuantos han promovido y firmado este acuerdo, así como sobre los que forman las familias de estas dos grandes instituciones, y de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica como signo de estima y afecto.







DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA COMO PREPARACIÓN PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Jueves 5 de abril de 2001




Amadísimos jóvenes de Roma, "centinelas de la mañana en esta alba del tercer milenio":

101 1. Al entrar en esta plaza, observaros y escuchar las palabras de vuestros amigos y del cardenal vicario, he vuelto con la mente y con el corazón a los inolvidables momentos que vivimos juntos durante la XV Jornada mundial de la juventud, en agosto del año pasado. Es un recuerdo que no se borra de la memoria. No podemos menos de dar gracias al Señor por la Jornada mundial de la juventud del año 2000 y, al mismo tiempo, por el jubileo de los jóvenes. ¡Gracias a Dios y gracias a vosotros, amadísimos jóvenes amigos! Os saludo con afecto, y al mismo tiempo deseo recordar también a los jóvenes de la delegación canadiense, a quienes el domingo próximo entregaréis la cruz, que acompaña la peregrinación de las Jornadas mundiales de la juventud.

A la acción de gracias por la Jornada mundial de la juventud del año 2000 deseo unir mi agradecimiento por este encuentro, cuyo significativo título es: ¡Rememos mar adentro! Queridos jóvenes romanos, esta es vuestra respuesta a la invitación que dirigí a toda la Iglesia, al término del jubileo, a "remar mar adentro", confiando en la palabra y en la presencia vivificante de Jesús.

Hoy concluimos idealmente la segunda fase del "laboratorio de la fe", que comenzó en Tor Vergata. En efecto, allí, al proponeros los elevados ideales del Evangelio, os pedí que perseverarais en vuestro a Cristo, para realizar todos vuestros ideales más nobles.

Precisamente en ese momento, cuando os "entregué nuevamente" el Evangelio y vosotros dijisteis "creo", comenzó para vosotros, jóvenes romanos, la segunda fase del "laboratorio de la fe". Gracias a la ayuda del Servicio diocesano para la pastoral juvenil, habéis emprendido un itinerario de reflexión, impulsados por el deseo de vivir juntos la misión de la Iglesia en esta ciudad. Habéis crecido en la comunión y en la convicción de que formáis parte viva de la Iglesia diocesana de Roma. Este camino os lleva hoy a responder juntos a la invitación de Jesús: ¡Rememos mar adentro!

2. Remar mar adentro ¿para ir a dónde? La respuesta es clara: para ir al encuentro del hombre, misterio insondable; y para ir a todos los hombres, océano ilimitado. Esto es posible en una Iglesia misionera, capaz de hablar a la gente y, sobre todo, capaz de llegar al corazón del hombre porque allí, en ese lugar íntimo y sagrado, se realiza el encuentro salvífico con Cristo.

Queridos amigos, en mi ministerio jamás me he cansado de encontrarme con las personas, y este es también el objetivo de las peregrinaciones y las visitas pastorales que realizo. Y, si Dios quiere, ni siquiera ahora, que siento el paso de los años, pienso detenerme, porque estoy convencido de que mediante el contacto personal con los hermanos se puede anunciar más fácilmente a Cristo.

Pero esta misión no es fácil; anunciar y testimoniar el Evangelio implica muchas dificultades. Sí, es verdad: vivimos en un tiempo en el que la sociedad siente el fuerte influjo de modelos de vida que ponen en primer lugar, de manera egoísta, el poseer, el placer y las apariencias. El impulso misionero de los creyentes debe confrontarse con este modo de pensar y actuar. Pero no debemos tener miedo, porque Cristo puede cambiar el corazón del hombre y es capaz de realizar una "pesca milagrosa" cuando menos lo imaginamos.

3. Amadísimos muchachos y muchachas, consideremos ahora más directamente vuestra realidad. Vosotros —sobre todo los adolescentes— vivís una edad difícil, llena de entusiasmo, pero expuesta también a extravíos peligrosos. Por vuestra falta de experiencia corréis el riesgo de ser víctimas de especuladores de emotividad, que, en vez de estimular en vosotros una conciencia crítica, tienden a exaltar la despreocupación y a proponer opciones inmorales como valores. Reducen todo umbral entre el bien y el mal, y presentan la verdad con el perfil mudable de la oportunidad.

Deseo que tengáis a vuestro lado padres y madres que sean auténticos educadores; amigos sinceros, leales y fieles; personas maduras y responsables, que se preocupen por vosotros y os ayuden a tender hacia las metas elevadas que Jesús mismo propone en el Evangelio.
Quisiera dirigir aquí un apremiante llamamiento a todas las instituciones educativas, a fin de que se pongan sin ambigüedad al servicio de las nuevas generaciones para ayudarles a crecer de modo sereno y conforme a su dignidad. Me dirijo, ante todo, a las familias cristianas, a fin de que sean auténticas comunidades, "laboratorios" donde se eduque en la fe y en la fidelidad al amor; familias creyentes, dispuestas a ayudar a las que atraviesan dificultades, para que todo hijo que nazca pueda experimentar la tierna paternidad de Dios.

4. Para eso es preciso una auténtica revolución cultural y espiritual, que lleve el Evangelio a los ámbitos de la vida. Queridos jóvenes, convertíos en promotores de esta revolución pacífica, capaz de testimoniar el amor de Cristo a todos, comenzando por los más necesitados y los que sufren. Podéis hacer mucho si permanecéis unidos, rechazando a quienes os presenten metas fáciles, que rebajan el nivel y la calidad de la vida moral. Os habla un Papa que ya tiene ochenta años, pero que conserva un corazón joven, porque siempre ha querido caminar y desea seguir caminando con vosotros, jóvenes, que sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad.

102 También ahora me dirijo a vuestro corazón joven. Antes de que yo llegara aquí, a la plaza, habéis estado de fiesta con cantantes, danzantes y deportistas. Cuando ponen su profesionalidad al servicio de los valores verdaderos, pueden prestar un valioso servicio a la juventud. A ellos y a todos los que pueden influir de forma positiva, o negativa, en la vida de los muchachos y los jóvenes, les pido que tomen conciencia de su gran responsabilidad.

A vosotros, queridos muchachos y muchachas, os repito: estad atentos a lo que se os propone. Cuando os presenten palabras y estilos de vida antievangélicos, tened la fuerza de decir no.

5. "Remar mar adentro" significa rechazar todo lo negativo que se os ofrece, y poner vuestra creatividad y vuestro entusiasmo al servicio de Cristo. He escuchado las iniciativas con las que queréis emprender, junto con toda la comunidad diocesana, un camino de bien arduo pero fecundo. Os animo a trabajar en constante comunicación entre vosotros, con la ayuda de los servicios diocesanos para la pastoral juvenil. Asimismo, pido a los movimientos y a las nuevas comunidades que inserten sus experiencias en la Iglesia local y en las parroquias, para que tenga éxito esta obra misionera que siempre es preciso promover y realizar juntos.

Con la ayuda de los adultos y de los sacerdotes de vuestras comunidades organizad momentos formativos sobre las cuestiones actuales más importantes. Al compartir la vida de vuestros coetáneos en los lugares de estudio, de diversión, de deportes y de cultura, procurad llevarles el anuncio liberador del Evangelio. Reactivad los oratorios, adaptándolos a las exigencias de los tiempos, como puentes entre la Iglesia y la calle, con particular atención a los marginados, a quienes atraviesan momentos de dificultad, y a los que han caído en las redes del extravío y de la delincuencia. En la pastoral de la escuela y de la universidad esforzaos por organizar grupos estudiantiles y laboratorios culturales que sean un punto de referencia para vuestros amigos. No olvidéis tampoco acompañar a quienes viven momentos de dolor y enfermedad: en esas situaciones es más fácil que nunca abrirse al Dios de la vida.

Que en la base de todo esté la relación diaria y sincera con el divino Maestro, es decir, la oración, la escucha de la palabra de Dios y la meditación, la celebración eucarística, la adoración de la Eucaristía y el sacramento de la confesión. A este propósito, me complace la hermosa iniciativa de muchos de vosotros de reuniros, todos los jueves por la noche, para rezar en la iglesia de Santa Inés en Agone, en la plaza Navona. Asimismo, acompañaré espiritualmente a los que participéis en la peregrinación a Tierra Santa, programada para el próximo mes de septiembre. Volver a las fuentes de la fe y a la oración no significa refugiarse en un vago sentimentalismo religioso, sino más bien contemplar el rostro de Cristo, condición indispensable para poder reflejarlo después en la vida.

6. Así pues, os propongo una vez más el arduo pero exaltante ideal evangélico. Amadísimos jóvenes, no tengáis miedo y no os sintáis solos. Junto a vosotros están vuestras familias, vuestros educadores y vuestros sacerdotes. También el Papa está cerca de vosotros. Y, sobre todo, está cerca de vosotros Jesús, el primero en obedecer a la voluntad del Padre y permitir que lo clavaran en la cruz para redimir al mundo. Como recordé en el Mensaje para la Jornada mundial de la juventud, que celebraremos el próximo domingo, el camino de la cruz es la senda que él nos propone.

Jóvenes centinelas de esta alba del tercer milenio, no temáis asumir vuestra responsabilidad misionera, que deriva de vuestro bautismo y de vuestra confirmación. Y si el Señor os llama a servirlo más de cerca en el sacerdocio o en un estado de consagración especial, seguidlo con generosidad.

Os acompaña a cada uno María, la joven Virgen de Nazaret, que dijo "sí" a Dios y dio a Cristo a la humanidad. Que os ayuden vuestros numerosos coetáneos cuya plena fidelidad al Evangelio ha reconocido la Iglesia, proponiéndolos como ejemplos dignos de imitar e intercesores que podéis invocar. Entre estos, quisiera recordar al beato Pier Giorgio Frassati, de cuyo nacimiento precisamente mañana se celebrará el centenario. Tratad de conocerlo. Su existencia de joven "normal" demuestra que se puede ser santos viviendo intensamente la amistad, el estudio, el deporte y el servicio a los pobres, mediante una relación constante con Dios. A él le encomiendo vuestro compromiso misionero.

En cuanto a mí, os acompaño con el afecto y la oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros, así como a vuestras familias y a los jóvenes de toda la ciudad de Roma.








A LOS ALUMNOS Y PROFESORES


DE LA UNIVERSIDAD GREGORIANA


EN EL 45O ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


Viernes 6 de abril de 2001





Señor cardenal;
103 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros hoy mi cordial bienvenida y os agradezco esta visita, que habéis deseado hacerme con ocasión del 450° aniversario de la fundación del Colegio Romano, cuya feliz y providencial continuación es la Universidad Gregoriana. Este encuentro constituye para vosotros -profesores, estudiantes, bienhechores y amigos de este Centro académico romano- una ocasión para reafirmar vuestra fidelidad al Vicario de Cristo. Brinda al Papa la oportunidad para manifestaros profundo aprecio y animaros a proseguir en el empeño con que cumplís vuestra misión peculiar en la Iglesia.

Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Zenon Grocholewski, vuestro gran canciller, al que agradezco las palabras que me ha dirigido, interpretando vuestros sentimientos comunes. Saludo, asimismo, a los obispos que han querido compartir este momento de alegría y agradecimiento. Dirijo un cordial saludo al padre Peter-Hans Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús y vice gran canciller, y al rector magnífico, padre Franco Imoda. Saludo igualmente a los ilustres profesores, cuya presencia confiere particular solemnidad a este encuentro.

Por último, deseo saludaros en especial a vosotros, amadísimos alumnos, que os habéis expresado a través de vuestro representante, al que también doy las gracias. Con vuestra multiforme proveniencia, enriquecéis la dimensión universal de esta "Alma Mater". En ella os preparáis para servir al pueblo de Dios y para ser protagonistas atentos y audaces de la vida de vuestras diócesis y de vuestras familias religiosas.

2. El primer sentimiento que brota del corazón en esta circunstancia tan feliz es una sentida y profunda acción de gracias al Señor por el secular servicio que vuestra universidad presta a la causa del Evangelio.

Desde el principio, san Ignacio de Loyola concibió vuestra venerada institución como "universitas omnium gentium", operante en Roma, junto al Vicario de Cristo, unida a él con estrechos vínculos de fidelidad, y al servicio de las Iglesias de todo el mundo. Asignó al entonces Colegio Romano la tarea de promover la reflexión razonada y sistemática sobre la fe para favorecer la correcta predicación del Evangelio y la causa de la unidad católica, en un marco social caracterizado por graves divisiones y preocupantes gérmenes de disgregación.

Desde los primeros años, la intuición de san Ignacio resultó providencial. Con el cambio de los tiempos y de las situaciones, el servicio de la Universidad Gregoriana, gracias a la presencia de ilustres investigadores y profesores, ha llegado a ser cada vez más influyente y relevante. Actualmente la frecuentan más de tres mil cuatrocientos alumnos, procedentes de ciento treinta países, y está articulada en facultades y especializaciones, que responden a las renovadas exigencias del estudio de la Revelación y de la tradición católica, en un diálogo fecundo y atento con el mundo científico contemporáneo.

Por tanto, este importante aniversario constituye una ocasión propicia para examinar el camino recorrido, que se identifica, en gran parte, con la historia de la evangelización y de la defensa de la fe católica en los últimos siglos.

3. Ante los desafíos de la sociedad actual, este es el momento para dar un nuevo impulso a vuestra institución. Es la ocasión para reafirmar una fidelidad total a la intuición ignaciana y poner en marcha una renovación valiente, a fin de que el recuerdo del pasado no se limite a la contemplación de lo ya hecho, sino que llegue a ser compromiso para el presente y profecía para el futuro.

El Señor, que siempre ha guiado vuestros pasos, os repite hoy: "Duc in altum Remad mar adentro". Seguid siendo -parece añadir- instrumento privilegiado del anuncio de mi Evangelio a los hombres y mujeres del tercer milenio. Queridos hermanos, podréis realizar esta misión en la medida en que sepáis conservar intacta la fidelidad a vuestro carisma.

104 En efecto, la identidad específica de vuestro Centro académico y su vínculo estructural con la Compañía de Jesús os impulsan a reafirmar algunas orientaciones de fondo, que siempre han guiado vuestra actividad.

Desde el inicio, vuestra universidad ha tenido como objetivo fundamental la "reflexión razonada y sistemática sobre la fe", estimulada tanto por la especial relación de obediencia filial que la vincula a la Santa Sede, como por el deseo de dialogar con las instituciones culturales de la época.

4. Ante todo, plena fidelidad al Magisterio. Esta condición, como lo demuestra vuestra experiencia secular, no entorpece, sino que, al contrario, favorece aún más el servicio eclesial de la investigación teológica y de la enseñanza.

Por otra parte, los nuevos escenarios de la cultura de nuestro tiempo exigen a los profesores y a los alumnos de vuestra Universidad un sólido equilibrio interior, una clara firmeza de mente y de espíritu, y una profunda humildad de corazón.

Quisiera recordar aquí lo que escribí en la encíclica Fides et ratio: cuando el teólogo se abre a otros ámbitos del saber, tiene que dedicar siempre "particular atención a las implicaciones filosóficas de la palabra de Dios y realizar una reflexión de la que emerja la dimensión especulativa y práctica de la ciencia teológica" (n. 105). En efecto, la teología se elabora con una constante atención al misterio de Dios y al misterio del hombre.

Otro objetivo, que os lleva a comprometeros en primera línea de acuerdo con el "carisma de servicio a la Iglesia universal", típico de la Compañía de Jesús, es la atención pastoral al tema de la unidad de los cristianos, al diálogo interreligioso y al estudio del ateísmo contemporáneo.

En el actual escenario de un mundo globalizado, donde es más notable y frecuente la convivencia de hombres de credos y culturas diferentes, el diálogo interreligioso cobra una importancia notable, porque, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "el nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (n. 55).

5. La Universidad Gregoriana, desde siempre "universitas omnium gentium", no puede dejar de sentirse fuertemente interpelada por los desafíos del mundo moderno. Que el criterio que orienta vuestra investigación y vuestro trabajo diario sea siempre la docilidad al Espíritu que, por una parte, envía a la Iglesia al mundo para reconciliarlo con Dios y, por otra, anima a numerosos hombres y mujeres de buena voluntad, suscitando en ellos el interés por la verdad (cf. Fides et ratio
FR 44).

En este esfuerzo seguid teniendo como punto de referencia la luminosa figura del gran misionero padre Matteo Ricci, que dio su testimonio religioso en el corazón mismo de la sociedad china. Al hablar del Evangelio, supo encontrar en cada circunstancia el enfoque cultural adecuado a quien lo escuchaba.

Sí, amadísimos hermanos y hermanas, vuestra familia universitaria puede contar con una larga historia caracterizada por una gran riqueza de cultura y de espiritualidad. Además, puede valerse de profesores y alumnos que, al proceder de todas las partes del mundo, son portadores de múltiples experiencias. Cuando todo esto se pone al servicio del Evangelio y va acompañado por el constante recurso a la oración, no puede por menos de dar los deseados frutos apostólicos en beneficio de todo el pueblo de Dios. Os deseo de corazón que prosigáis vuestra misión con auténtico amor a la Iglesia y en sintonía constante con la Santa Sede.

Os encomiendo a cada uno y vuestra institución a la protección celestial de María, Madre de la Sabiduría, de san Ignacio y de los otros santos patronos vuestros, y, a la vez que os aseguro un recuerdo especial en la oración, os imparto de corazón mi bendición.








Discursos 2001 96