Discursos 2001 104


AL NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL


ANTE LA SANTA SEDE


105

Sábado 7 de abril de 2001



Señor embajador:

1. Con gran satisfacción le doy la bienvenida al acoger a su excelencia aquí, en el Vaticano, en el acto de presentación de sus cartas credenciales como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Brasil ante la Santa Sede.

Esta feliz circunstancia me brinda la oportunidad de constatar una vez más los sentimientos de cercanía espiritual que el pueblo brasileño alberga hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo, me ofrece la ocasión de reiterar mi sincero afecto y mi gran estima por su noble nación.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, agradezco los pensamientos deferentes y el saludo que el presidente de la República, señor Fernando Henrique Cardoso, ha querido enviarme. Ruego a su excelencia tenga la amabilidad de agradecerle de mi parte su saludo, con mis mejores deseos de bien.

2. Señor embajador, se ha referido usted al momento singular de la historia que han vivido la Iglesia universal y la nación brasileña, después de la celebración del gran jubileo, con la feliz coincidencia de los festejos por la conmemoración del V centenario del descubrimiento y de la evangelización del pueblo de la Tierra de la Santa Cruz. Pido a Dios que Brasil sepa conservar ese patrimonio tan rico en bienes espirituales y morales, no sólo para las generaciones presentes, sino también para las futuras, deseosas de conocer las razones de la verdadera esperanza (cf. 1P 3,15), como semilla sembrada en tierra fértil junto con los responsables del destino de la nación.

3. Desde ahora deseo corroborar su clarividencia al recalcar la necesidad de una ética auténticamente universal, superior a las ideologías, que devuelva la confianza al mundo y dé sentido a la vida.

En la actualidad, Brasil está asumiendo un liderazgo cada vez mayor en el concierto de las naciones latinoamericanas, y es preciso destacar su contribución al progreso de sus vecinos, no sólo en el campo económico, sino también en el sociopolítico. Por eso, no puedo dejar de poner de relieve aquí las iniciativas destinadas a la promoción de la paz, que influyen notablemente en la consolidación de la democracia en aquellas regiones.

A su vez, esa influencia deberá ser el reflejo de un liderazgo profundo en el ámbito de su país, unido necesariamente a los principios de justicia y libertad que testimonien continuamente los valores de la dignidad humana. El esfuerzo por superar los desequilibrios sociales, la salvaguardia del medio ambiente, la promoción y la defensa de los derechos de la infancia y de la mujer, la creación -que recientemente se ha vuelto tan urgente- de mejores condiciones de vida en las cárceles y, no por último, lógicamente, el respeto a la enseñanza religiosa en los centros educativos son, sin duda alguna, objetivos que hay que ponderar y que exigen de los representantes de la nación una dedicación constante al bien común de la patria.

Con todo, estoy seguro de que su excelencia coincidirá conmigo en que estos y otros temas, al ser preocupaciones prioritarias del Gobierno brasileño, necesitan una atención particular con respecto a los valores fundamentales de la vida de las personas, en todos los sectores de la sociedad. Hoy en día existe una masa inerte de personas sujeta a los medios de comunicación social, que se deja arrastrar por la influencia de una cultura globalizadora hacia una visión individualista de la libertad personal, y con ciertos atentados contra los valores de la vida, de la familia y de la unión matrimonial, entre un hombre y una mujer, una e indisoluble. Lo que más preocupa es la falacia que considera "normales" ciertas situaciones, ya aceptadas por todas las sociedades más desarrolladas; no incorporarlas a la cultura de la misma sociedad supondría dar un paso atrás en el progreso y en el bienestar de las personas.

4. Señor embajador, la Iglesia, en su función de madre y maestra, no dejará de insistir en los principios básicos de la convivencia humana establecidos por nuestro Creador. No sólo está en juego la pérdida de la fe o su ineficacia en la vida, sino también el relajamiento o incluso el oscurecimiento del sentido moral, debido a la disipación de la conciencia con respecto a la originalidad de la moral evangélica. En la encíclica Veritatis splendor afirmé que "las tendencias subjetivistas, utilitaristas y relativistas, hoy ampliamente difundidas, se presentan no simplemente como posiciones pragmáticas, como usanzas, sino como concepciones consolidadas desde el punto de vista teórico, que reivindican una plena legitimidad cultural y social" (n. 106).

106 Brasil, en su condición de país predominantemente católico, cuya marcada influencia se destacó en las conmemoraciones del V centenario de su descubrimiento, manifiesta la identidad espiritual, cultural y moral de su pueblo. Nunca se insistirá demasiado en este aspecto, considerando que la formación cristiana ha sido decisiva entre los factores que han contribuido a la paz y a la estabilidad de la vida nacional, sin perturbaciones de mayor relieve, a lo largo de estos cinco siglos de historia. Por eso la Iglesia, al recordar los principios básicos del Evangelio en la vida de cada ciudadano y de cada comunidad, no hace más que mostrar su celo por ese patrimonio espiritual y moral, conservado muchas veces a costa del derramamiento de la sangre de los mártires del presente y del pasado, como sucedió en el caso de los "protomártires de Brasil", en Río Grande del Norte, a los que tuve la alegría de proclamar beatos el año pasado.

Ciertamente, dar continuidad a esta empresa, obedeciendo al mandato divino de ir por todo el mundo a predicar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt
Mt 28,19), es competencia de la Iglesia. Sin embargo, esta, respetando los principios tradicionales de independencia entre ambas instituciones, agradece al Estado la colaboración que le presta en su ardua misión. En este sentido, hago votos para que se agilice el proceso migratorio de misioneros, tanto dentro como fuera de la nación. Se trata de una forma de contar con nuevos obreros para la mies del Señor, que hoy es indispensable.

5. He podido mantener un diálogo franco y sincero con los representantes del Gobierno brasileño, en primer lugar con su más alto mandatario, incluso a través de mis colaboradores directos en la Sede apostólica. Los viajes pastorales realizados a vuestra patria me marcaron profundamente, consolidando mi esperanza de que Brasil prosiga como guía de muchas naciones latinoamericanas.

Como he dicho antes, la presencia brasileña en las Naciones Unidas y en las organizaciones internacionales de comercio, desarrollo y cooperación es cada vez más importante e influyente. Ojalá que los principios que inspiran esta participación en la sociedad de las naciones estén orientados por criterios cuyo norte fundamental consista en el respeto a la dignidad humana, sobre todo cuando se trata de la vida de los niños por nacer, hoy en día seriamente amenazada por técnicas de reproducción que atentan contra la dignidad humana.

Pero no sólo eso: el comercio de drogas, la corrupción en cualquier nivel, la desigualdad entre los grupos sociales y la destrucción irracional de la naturaleza, como ya afirmé en otra ocasión, testimonian que, "sin una referencia moral, se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social" (Ecclesia in America ).

6. Por consiguiente, compartiendo las esperanzas de todos los brasileños, deseo confirmarle, señor embajador, la decidida voluntad de la Iglesia de colaborar, dentro de su misión propia, en todas las iniciativas encaminadas a servir a la causa de "todo el hombre y de todos los hombres". Así, proseguirá decididamente en su compromiso de promover la conciencia de que los valores de la paz, la libertad, la solidaridad y la defensa de las personas más necesitadas deben inspirar la vida privada y pública. La fe y la adhesión a Jesucristo exigen a los fieles católicos, también en Brasil, convertirse en instrumentos de reconciliación y fraternidad, en la verdad, la justicia y el amor.

Señor embajador, antes de concluir este encuentro, le ruego que transmita al señor presidente de la República mis mejores deseos de felicidad y paz. Y quiero decir a su excelencia que puede contar con la estima, la cordial acogida y el apoyo de esta Sede apostólica en el cumplimiento de su misión, que espero sea feliz y fecunda en frutos y alegrías.

Mi pensamiento va, en este momento, a todos los brasileños y a cuantos guían su destino. A todos les deseo felicidad, con mayor progreso y armonía. Estoy seguro de que su excelencia se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas ante su más alto mandatario. Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro copiosas bendiciones de Dios todopoderoso para su persona, su mandato y sus familiares, así como para todos los amados hijos de la noble nación brasileña.







DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DEL PARAGUAY EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 7 de abril de 2001



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Es para mí motivo de gran alegría recibiros hoy, en este momento culminante de la visita ad limina Apostolorum, que manifiesta la comunión en la fe y en la caridad con el Sucesor de Pedro, por quién Jesús oró para que no desfalleciera en su fe y confirmara en ella a sus hermanos (cf. Lc Lc 22,32). Esta misma fe, que nos acomuna y congrega en torno Cristo, el verdadero Maestro, impulsa también la "solicitud por todas las Iglesias" (2Co 11,28) que incumbe a los Apóstoles y a sus sucesores. Bienvenidos, pues, a este encuentro, sabiendo que en cada uno de vosotros acojo cordialmente a las Iglesias particulares del Paraguay, a sus sacerdotes, comunidades religiosas y pueblo fiel.

107 Agradezco las palabras de saludo de Monseñor Jorge Livieres Banks, Obispo de Encarnación y Presidente de la Conferencia Episcopal, en las que se ha hecho intérprete del afecto de todos vosotros por el Papa, así como de las principales esperanzas y preocupaciones en el ministerio pastoral que desempeñáis. Espero ardientemente que la experiencia de esta visita os conforte e ilumine en las adversidades y os aliente en los desvelos por edificar comunidades eclesiales cada vez más vigorosas, coherentes con el Evangelio y deseosas de vivir con gozo el mensaje salvador de Cristo.

2. La Iglesia en el Paraguay cuenta con una gloriosa tradición evangelizadora, que ha sabido conjugar sabiamente la santidad de vida con una prolija actividad misionera, como en el caso del primer santo paraguayo, el Padre Roque de Santa Cruz, al que tuve la dicha de canonizar, junto con sus dos compañeros mártires, durante mi inolvidable visita pastoral a esa querida tierra. En el alba del nuevo milenio, he querido subrayar precisamente este aspecto de la santidad de vida como la llave maestra de todo proyecto apostólico, que ha de tener su centro y su punto de partida en Cristo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte
NM 29).

El Paraguay cuenta también con uno de los más conocidos y significativos testimonios de una iniciativa evangelizadora creativa y audaz, como fueron las reducciones franciscanas y jesuíticas. Su recuerdo sigue enseñando hoy que la "palabra de vida" (cf. Jn Jn 6,68) se acerca al ser humano con suavidad, lo libera de tantas opresiones, promueve el desarrollo integral de las personas y ennoblece la cultura de cada pueblo, purificando y llevando a plenitud sus valores peculiares. En efecto, "el Señor es el fin de la historia humana, el punto en que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones" (Gaudium et spes GS 45).

En todo ello late como una invitación a los Pastores de hoy a que no escatimen esfuerzos en proclamar constantemente el Evangelio y formar la conciencia cristiana mediante una catequesis, sistemática y continuada, que cale muy hondo en todos sus fieles. A este respecto, quiero recordar las palabras que dirigí en la memorable visita a vuestro País: "no basta con dar la doctrina: hace falta conseguir que quienes reciben la instrucción religiosa se sientan impulsados a vivir lo que aprenden" (A los Obispos del Paraguay, Asunción, 16 mayo 1988, 3).

3. En este contexto, una mención especial merecen los sacerdotes, pues ellos son los principales colaboradores del Obispo en su misión pastoral, y en su nombre "reúnen a la familia de Dios" (Lumen gentium LG 28). Sé de los esfuerzos notables realizados para mejorar el Seminario Nacional, y es consolador comprobar el aumento de seminaristas. Es importante que éstos reciban una sólida formación espiritual, humana e intelectual, que se prolongue también después del seminario en su vida sacerdotal, de tal manera que sean fieles, constantes y generosos dispensadores de los misterios de Dios.

La indudable necesidad de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en modo alguno debe llevar a exigir menos y contentarse con una formación y una espiritualidad mediocres. Por el contrario, las circunstancias actuales requieren, tal vez más aún que en otras épocas, un mayor cuidado en la selección y formación de quienes, además de ser competentes en su ministerio pastoral, han de corroborar con el ejemplo lo que predican. En efecto, el evangelizador, viviendo "con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales" (Redemptoris missio RMi 42). Por eso se requiere un esfuerzo especial para que los sacerdotes, lejos de limitarse a cumplir rutinariamente determinadas funciones, se sientan enteramente impregnados de la caridad pastoral que apremia en todo momento al Apóstol (cf. 2Co 5,14).

Estas consideraciones nos llevan a plantear la grave responsabilidad de los Obispos, no sólo de organizar bien la formación de su clero, sino también de atenderlo personalmente, "como hermanos y amigos" (cf. Presbyterorum Ordinis PO 7). En este delicado y crucial cometido el Obispo ha de sentirse afectiva y efectivamente cercano a todos sus sacerdotes, preocupado por sus necesidades espirituales y materiales, e interesado por sus proyectos pastorales y actividades de cada día. No se ha de pasar por alto algo que he querido resaltar expresamente en mi Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de este año, al confesar "mi admiración por este ministerio discreto, tenaz y creativo, aunque marcado a veces por las lágrimas del alma que sólo Dios ve" (n. 3), porque "este empeño cotidiano es precioso a los ojos de Dios" (ibíd.). En efecto, no faltan ocasiones en que la escasa estima por el ejercicio ordinario del ministerio provoca desaliento, especialmente en los sacerdotes más jóvenes, a los que se debe prestar una especial atención y premura.

4. En el Paraguay hay una presencia importante de personas consagradas, religiosas y religiosos, a los que la historia de ese País debe mucho, y que ahora siguen contribuyendo de manera decisiva a la evangelización, bien a través de una pastoral directa en parroquias o misiones, bien mediante múltiples obras de apostolado educativo o asistencial.

En este sentido, es particularmente digno de mención el papel que desempeña la mujer consagrada en tantos ámbitos de la vida eclesial, sobre todo por su sencillez, espíritu de sacrificio y cercanía al pueblo. Su aportación resulta sumamente valiosa, especialmente en aquellos ámbitos en que la dignidad de la mujer es ultrajada o insuficientemente reconocida, y en los que se espera del "genio femenino" (cf. Mulieris dignitatem MD 31) una colaboración específica para superar esta penosa discriminación que perdura en nuestro tiempo.

La Iglesia, aún apreciando en los religiosos y religiosas la disponibilidad, eficiencia y capacidad de responder con prontitud a las nuevas fronteras de la evangelización, no ha dejado de subrayar que "tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia" (Evangelii nuntiandi EN 69). Por eso les recuerda la necesidad de mantener siempre una "fidelidad creativa" al propio carisma (cf. Vita consecrata VC 37). Asimismo, reitera la responsabilidad que tienen los Obispos de conservar y defender el rico patrimonio espiritual de cada Instituto (cf. CIC CIC 586,2), correspondiendo "al don de la vida consagrada que el Espíritu suscita en la Iglesia particular, acogiéndolo con generosidad y con sentimientos de gratitud al Señor" (Vita consecrata VC 48). Se destaca así que, en la edificación de la Iglesia, más que los esfuerzos humanos "es Dios que hace crecer" (cf. 1Co 3,7). Además, ante la difusa exigencia de espiritualidad, que se manifiesta como un "signo de los tiempos" en este comienzo de milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 33), cabe esperar de las personas consagradas, en virtud de su origen carismático, su testimonio de vida auténticamente evangélica y esa "especie de instinto sobrenatural" (Vita consecrata VC 94) cultivado con esmero, que den una especial aportación en cada Iglesia particular, para que se mantenga vivo el sentido de la presencia de Dios y se suscite en todos los fieles "un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa" (Tertio millennio adveniente TMA 42 Vita consecrata, 39).

5. Veo con satisfacción cómo los Obispos del Paraguay han acompañado y siguen acompañando a su pueblo en la búsqueda, no siempre fácil, de una convivencia armónica y pacífica, basada en los valores de la justicia, la solidaridad y la libertad. En este ámbito, la Iglesia, que no tiene afanes ajenos a su propia misión, busca la salvación del ser humano y anuncia el Evangelio, cuya luz, "en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la consistencia de la sociedad" (Gaudium et spes GS 40). Por eso, cuando es necesario, no rehuye la denuncia de la injusticia y propone en su doctrina social los principios de carácter ético que han de orientar también la actuación en la vida civil.

108 Difundir la doctrina social de la Iglesia adquiere la dimensión de "una verdadera prioridad pastoral" (Ecclesia in America ), tanto para afrontar adecuadamente las diversas situaciones con una conciencia recta, iluminada por la fe, como para fomentar y orientar el compromiso de los laicos en la vida pública. En efecto, de poco servirían las denuncias, la proclamación teórica de los principios, si éstos no son firmemente interiorizados mediante una formación generalizada y sistemática. De este modo se abre un cauce de incidencia real y concreta de los valores inspirados por el Evangelio en el mundo de la cultura, de la tecnología, de la economía o de la política.

A esta formación, que debe acompañar el crecimiento en la fe de todo fiel cristiano, ha de añadirse un esfuerzo por evangelizar también a cuantos ya tienen responsabilidades en las diversas áreas de la administración pública. Puesto que el Evangelio tiene algo que decirles también a ellos, es necesario ayudarles a descubrir que el mensaje de Jesús es valioso y pertinente, tanto para su vida personal y familiar como para la función que desempeñan (cf. Ecclesia in America ).

Un medio particularmente apto para que los fieles laicos colmen la grandes esperanzas que la Iglesia tiene puestas en ellos, en las tareas que les son propias, es el de una conveniente organización, que facilite la formación, la progresiva incorporación de las nuevas generaciones, la ayuda mutua y la acción apostólica coordinada. El surgir de diversos movimientos laicales puede ser, a este respecto, un fenómeno esperanzador que merece una especial atención por parte de los Obispos, llamados a que, como dice el apóstol San Pablo, "no extingan al Espíritu ni desprecien las profecías; sino que lo examinen todo y se queden con lo mejor" (
1Th 5,19-21). De esta manera, con la ayuda de sus Pastores y en perfecta comunión con ellos, se irá forjando un laicado vigoroso, firmemente comprometido en el camino de santidad personal, en la edificación de la Iglesia y en la construcción de una sociedad más justa.

6. No quiero terminar este encuentro sin hacer mención de una de las más preciadas herencias que enriquecen las comunidades eclesiales paraguayas, como es la religiosidad popular. En muchos casos es la manera en que el Evangelio ha echado raíces más profundas en el alma de tantos creyentes. Es necesario promover esta capacidad expresiva, que implica la totalidad de la persona e impregna la vida comunitaria, encauzándola hacia una progresiva profundización en la fe, que ilumine todos los aspectos de su vida. De este modo, serán cada día más conscientes de que han de crecer como piedras vivas que construyen un edificio espiritual (cf. 1P 2,5), con la fuerza que brota de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos (cf. Catecismo de la Iglesia Católica CEC 1116).

7. Queridos hermanos en el Episcopado, encomiendo vuestras personas e intenciones pastorales a la Virgen María, nuestra Madre celestial, invocada con fervor por los fieles paraguayos bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé. Que Ella tienda su mano a los queridos hijos e hijas del Paraguay, a los que os ruego hagáis llegar el saludo y el cariño del Papa. Con estos deseos, que están acompañados de mi oración y afecto, os bendigo de todo corazón.








A LOS ALUMNOS DEL CENTRO CULTURAL "JUAN XXIII"


Sábado 7 de abril de 2001



Amadísimos estudiantes:

1. ¡Bienvenidos a este encuentro, que tanto habéis deseado! Os saludo con afecto y os agradezco esta visita, que me permite conocer mejor vuestras expectativas y esperanzas de jóvenes de diversos países del mundo, que habéis venido a Roma para estudiar. Saludo a mons. Remigio Musaragno, director del Centro cultural internacional "Juan XXIII", en el que trabaja desde hace cuarenta años. Al agradecerle las cordiales palabras que ha querido dirigirme, le expreso mis mejores deseos de que el jubileo sacerdotal, que ha celebrado recientemente, constituya una ocasión de renovada entrega a Cristo y de servicio cada vez más generoso a los hermanos.

Saludo asimismo a quien se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos y a cuantos colaboran generosamente en la vida de vuestra comunidad. Extiendo mi saludo a todos los estudiantes de las naciones menos ricas del mundo y a los organismos eclesiales que se ocupan de ellos. Además de vuestro benemérito Centro, recuerdo en particular los que hoy están representados aquí: la Oficina central de estudiantes extranjeros en Italia (UCSEI), de Roma y Perusa, y el Centro internacional "La Pira", de Florencia.

2. Procedéis de cincuenta países y pasáis en Roma un período significativo de vuestra juventud. Se trata de una valiosa oportunidad cultural y formativa, que os enriquece con competencias científicas y nuevas experiencias humanas, las cuales os permiten prepararos para ser protagonistas generosos y atentos del desarrollo de vuestras respectivas naciones. Es seguramente un privilegio singular para vosotros vivir en la ciudad eterna, corazón de la Iglesia católica. Aquí podéis admirar importantes y prestigiosos vestigios de la antigua civilización romana, así como testimonios elocuentes de la fe cristiana. Aquí tenéis la posibilidad de abrir vuestra mente y vuestro corazón al saber y a los valores de la fraternidad, de la acogida y del respeto a las riquezas de cada pueblo.

En vuestro Centro, donde conviven jóvenes de culturas, razas y naciones diversas, es posible realizar una singular y enriquecedora experiencia de comunión humana y espiritual. La multiforme proveniencia de los estudiantes residentes hace que el Centro sea una escuela de convivencia fraterna, donde resulta actual y fecunda la invitación al diálogo entre las culturas, que en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año propuse como camino privilegiado para la construcción de la civilización del amor y de la paz. En efecto, el diálogo lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone los corazones a la aceptación recíproca, con la perspectiva de una auténtica colaboración, que responde a la vocación originaria de toda la familia humana a la unidad.

109 3. Amadísimos estudiantes, a vosotros, que en el día de mañana, si Dios quiere, podréis ser protagonistas de la historia de vuestros países, desearía confiaros la tarea de aprovechar al máximo estos años de formación para crecer desde el punto de vista humano, cultural y espiritual. Sólo así podréis ser artífices de sociedades nuevas, donde cada uno se sienta acogido como miembro de la misma familia, llamada a vivir en un clima de solidaridad y de paz.

Para realizar esto, además de la indispensable preparación científica y profesional, es preciso en primer lugar que fomentéis vuestra relación personal con Dios. En un mundo donde los intereses dominantes parecen ser los materiales, os exhorto a buscar "primero el reino de Dios y su justicia", porque el resto, como asegura Jesús mismo, se os dará "por añadidura" (cf. Mt
Mt 6,33). Además, la experiencia de fe, en un ambiente multicultural, os ayudará a no dejaros arrastrar por la corriente y a no seguir modelos culturales inspirados en una concepción laicista y prácticamente atea de la vida, así como formas de individualismo radical. Más bien os impulsará a adquirir una relación más madura con los valores de vuestra cultura, a enriquecerlos en la confrontación con las otras tradiciones, y a verificarlos a través de la experiencia vivida del encuentro con Cristo.

4. Amadísimos jóvenes, estas son las condiciones que pueden hacer de vuestro Centro un lugar de esperanza, una familia en la que os respetáis y os amáis, y un gimnasio de la "civilización del amor". Al venir de numerosos países, podéis reflexionar juntos en las causas que, por desgracia, producen divisiones y odios en algunos de los pueblos a los que pertenecéis. Juntos podéis madurar en el conocimiento recíproco, buscando lo que une y superando los contrastes atávicos que degradan a veces la dignidad del hombre. La experiencia de la acogida, de la comprensión mutua y, cuando sea necesario, del perdón, constituye un entrenamiento diario a fin de prepararos para vuestras futuras responsabilidades, cuando se os exija ser constructores de solidaridad y de paz, sanando las heridas y restableciendo en las mentes y en los corazones la positiva condición de la fraternidad.

5. Vuestro Centro está dedicado a mi venerado predecesor, el beato Juan XXIII. Fue el Papa del diálogo y de la paz, de la bondad y del cariño hacia todos. Durante su breve pero intenso pontificado, puso en marcha un proceso de "actualización" capaz de imprimir en la Iglesia una vasta y significativa renovación. Además, con el concilio Vaticano II preparó a la Iglesia para los desafíos del tercer milenio. En los diversos cargos a los que lo llamó la Providencia conservó su fe sencilla y un apego constante a sus raíces populares.

Os encomiendo a cada uno a la intercesión de este beato, particularmente cercano a vosotros. Que él os ayude a conservar con fidelidad vuestra identidad humana y cristiana, y os disponga a abriros con audacia a las exigencias de vuestros hermanos.

Asimismo, invoco sobre vosotros la protección materna de María, Madre del Señor, y os bendigo de todo corazón a vosotros, con vuestras esperanzas, así como a vuestras familias, a vuestros seres queridos y a los países de los que procedéis.










A LOS JÓVENES PARTICIPANTES EN EL CONGRESO UNIV


Lunes 9 de abril de 2001



Amadísimos jóvenes:

1. ¡Bienvenidos! Como sucede ya desde hace varios años, habéis vuelto a Roma para pasar juntos la Semana santa. Tal vez muchos de vosotros os encontráis por primera vez en esta estupenda ciudad, pero para vuestra asociación esta cita romana, que prevé también la visita al Sucesor de Pedro, ha llegado a ser casi una tradición. Gracias por este encuentro y por vuestro entusiasmo juvenil. Os saludo con afecto a vosotros y a vuestros superiores. En particular, saludo y doy las gracias a quienes en vuestro nombre se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos comunes. A cada uno de vosotros deseo que viva estos días santos en un clima de profunda espiritualidad.

2. El congreso en el que participáis tiene como tema: "Un rostro humano para un mundo global". Se trata de un tema que os permite confrontar experiencias y propuestas sobre la globalización, un fenómeno que seguramente va a caracterizar cada vez más a la sociedad en el futuro.

Descubrís los aspectos positivos de este proceso, pero sin ignorar sus peligros. La economía no puede imponer los modelos y el ritmo del desarrollo, y, aunque es justo proveer a las necesidades materiales, nunca se han de ahogar los valores del espíritu. Lo verdadero debe prevalecer sobre lo útil, el bien sobre el bienestar, la libertad sobre las modas y la persona sobre la estructura. Por otra parte, no basta criticar; es necesario ir más allá: es preciso ser constructores. En efecto, el cristiano no puede limitarse a analizar los procesos históricos actuales, manteniendo una actitud pasiva, como si desbordaran su capacidad de intervención, al estar guiados por fuerzas ciegas e impersonales. El creyente está convencido de que todo acontecimiento humano está dirigido por la providencia de Dios, el cual pide a cada uno que colabore con él para orientar la historia hacia un fin digno del hombre.

110 3. En definitiva, la cuestión de fondo gira en torno a una pregunta decisiva: ¿cómo vivo yo la fe cristiana? ¿Es para mí sólo un conjunto de creencias y devociones limitadas al ámbito privado, o es también una fuerza que debe traducirse en opciones que influyan en mi relación con los demás? ¡Cuánto pueden influir en la sociedad un hombre y una mujer de fe!

Forma parte del realismo cristiano comprender que los grandes cambios sociales son fruto de pequeñas y valientes opciones diarias. Vosotros os preguntáis a menudo: ¿cuándo llegará nuestro mundo a configurarse plenamente al mensaje evangélico? La respuesta es sencilla: cuando tú seas el primero en obrar y pensar establemente según Cristo, al menos una parte de ese mundo le será entregada en ti. El beato Josemaría, en cuya espiritualidad os inspiráis, escribió: "Eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la piedra caída en el lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra, un primer círculo... y este, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?" (Camino, 831).

4. En la sociedad actual, que busca aprovechar al máximo los recursos productivos, se percibe un proceso uniformador, que pone en peligro las libertades personales e incluso las culturas nacionales. ¿Cómo reaccionar? La doctrina social de la Iglesia contiene los principios de una respuesta que respeta el papel de las personas y de los grupos. Pero para promover una cultural global de esos principios morales absolutos que son los derechos de la persona, es preciso que cada cristiano empiece por sí mismo, tratando de reflejar la imagen de Cristo en todos sus pensamientos y en todos su actos.

Ciertamente, este programa no es fácil. Es más bien un acto de fe arduo, porque seguir a Cristo significa emprender un camino que lleva a negarse a sí mismo para entregarse a Dios y a los hermanos.

5. En el Mensaje para la reciente Jornada mundial de la juventud, que celebramos ayer, domingo de Ramos, escribí que Cristo "es un Mesías que se sale de cualquier esquema y de cualquier clamor; no se le puede "comprender" con la lógica del éxito y del poder, usada a menudo por el mundo como criterio de verificación de sus proyectos" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de febrero de 2001, p. 3). Y expliqué que para seguir a un Maestro como él se requiere la valentía de un "sí" pleno a su llamada: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (
Lc 9,23). Estas palabras expresan el radicalismo de una opción que no admite vacilaciones ni dar marcha atrás. Es una exigencia dura; aún hoy esas palabras resultan un escándalo y una locura (cf. 1Co 1,22-25). Y, sin embargo, hay que confrontarse con ellas.

Queridos jóvenes, el Señor os conceda comprender cada vez más la misión a la que os llama. A la vez que os deseo una santa Pascua, permitidme que os renueve la invitación que hice en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Rema mar adentro Duc in altum". Esta invitación de Jesús a Pedro (cf. Lc Lc 5,4), os da la medida de la respuesta que el Señor espera de vosotros. Una respuesta total y de completo abandono en sus manos.

Duc in altum, donde el mar es más profundo, donde el misterio del amor de Dios abre ante vosotros espacios maravillosos, que toda una vida no bastaría para explorar.

Que os acompañe la Virgen, a la que pido os guíe por el camino exigente de la santidad. Con la santidad es como se cambia el mundo. Os bendigo de corazón.








Discursos 2001 104