Discursos 2001 110

VIA CRUCIS


ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL FINAL DEL VÍA CRUCIS


Viernes Santo, 13 de abril de 2001

: (El Santo Padre, al final del vía crucis, prescindiendo del discurso ya preparado, improvisó la breve meditación que publicamos).



Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit! Venite, adoremus!

111 Hoy, por primera vez en este tercer milenio, se ha proclamado esta confesión en la basílica de San Pedro. En este mismo día, Viernes santo, esa misma verdad, desconcertante, ha sido proclamada en todos los continentes, en todos los países del mundo: Ecce lignum crucis!

La Iglesia de Cristo confiesa esta realidad divina y humana: Crux, ave crux! Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Esto ha confesado la Iglesia durante dos mil años, los dos milenios pasados. Hoy, por primera vez, lo confesamos en todo el mundo y aquí en Roma con este vía crucis en torno al Coliseo. Queremos transmitir, difundir esta verdad divina y humana en el tercer milenio. Queremos profesar que, por su cruz, el Hijo de Dios, aceptando esta humillación, una condena destinada a los esclavos, abrió a la humanidad el camino hacia la glorificación. Por esto, hoy oramos de rodillas, con espíritu de adoración.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Que esta verdad, confesada hoy en la basílica de San Pedro y aquí, junto al Coliseo romano, sea para nosotros la luz y la fuerza de este tiempo que inauguramos hace pocos meses.

Ave crux! ¡Ave crux del Coliseo romano! ¡Ave en el umbral del tercer milenio! ¡Ave a través de todos los años y los siglos de este nuevo tiempo que se abre ante nosotros!

¡Alabado sea Jesucristo!
* * * * *


1. "Cristo se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (
Ph 2,8).

Acabamos de concluir el Vía Crucis que, como cada año, nos reune en la tarde del Viernes Santo en este lugar evocador de profundos recuerdos cristianos. Hemos recorrido las huellas del Inocente injustamente condenado, teniendo fija la mirada sobre su rostro adorable: rostro ofendido por la maldad humana, pero iluminado por el amor y del perdón.

¡Es verdaderamente sobrecogedor el acontecimiento dramático de Jesús de Nazaret! Para restablecer la plenitud de vida en el hombre, el Hijo de Dios se ha anonadado del modo más humillante. De la muerte, libremente elegida por Él, mana sin embargo la vida. Dice la Escritura: oblatus est quia ipse voluit. El suyo es un extraordinario testimonio de amor, fruto de una obediencia sin igual, que va hasta la extrema donación de sí mismo.

112 2. "Obediente hasta la muerte y muerte de cruz."

¿Cómo apartar la mirada de Jesús, que muere en la Cruz? Su cara afligida suscita desconcierto. El Profeta afirma: "no tenía apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado y repudiado por los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro" (
Is 53,2-3).

En aquel rostro se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las injusticias, las violencias padecidas por los seres humanos de cada época de la historia. Pero ahora, delante de la Cruz, nuestras penas de cada día, y hasta la muerte, aparecen revestidas de la majestad de Cristo abandonado y moribundo.

El rostro del Mesías, sangrante y crucificado, revela que Dios se ha dejado implicar, por amor, en los hechos que atormentan a la humanidad. El nuestro ya no es un dolor solitario, porque Él ha pagado por nosotros con su sangre derramada hasta la última gota. Ha entrando en nuestro sufrimiento y ha roto la barrera de nuestro llanto desesperado.

En su muerte adquiere sentido y valor la vida del hombre y hasta su misma muerte. Desde la Cruz, Cristo hace un llamamiento a la libertad personal de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y llama cada uno a seguirlo en el camino del total abandono en las manos de Dios. Nos hace redescubrir hasta la misteriosa fecundidad del dolor.

3. "Resplandezca sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro" (Ps 4,7).

Mientras se concluye nuestra asamblea, seguimos meditando sobre el misterio de este Rostro que innumerables artistas, a lo largo de los siglos, han representado empeñando toda su maestría.

¡Ay, si los hombres se dejaran enternecer por sus rasgos inconfundibles! En aquel Rostro santo pueden encontrar adecuada respuesta los muchos interrogantes y dudas que agitan el corazón humano. De la contemplación del Rostro cariñoso del Hijo de Dios hecho hombre es posible sacar la fuerza para superar las horas de la oscuridad y el llanto. Desde el Calvario una paz divina inunda el universo en espera de la gloria de la Pascua.

Virgen María, que has quedado intrépida bajo la Cruz y has recogido en el regazo el cuerpo exánime de Jesús, ayúdanos a entender que nuestro sufrimiento es participación preciosa en la Pasión de tu divino Hijo, que por nuestro amor "se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz." Conduce nuestros pasos por la senda de sus huellas indelebles, que nos conducirán al asombro y a la alegría de su resurrección.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL MOVIMIENTO FE Y LUZ



A los queridos hijos e hijas del Movimiento Fe y Luz

1. En esta Semana Santa del primer año del nuevo milenio, sintiéndome cercano a vosotros con el afecto la oración, os saludo cordialmente a cuantos habéis peregrinado a la gruta de Massabiel con ocasión del trigésimo aniversario de la fundación de ese Movimiento. Que María misma os acoja y reavive en vosotros el deseo de "venir a beber a la fuente", y os conduzca, como ya hizo con Bernardette, al encuentro de su Hijo. En Lourdes, brilla con una fuerza singular el amor de Jesús y de María por los más débiles, invitándoos a una acción de gracias por las maravillas que Dios ha hecho en vosotros. Os animo a reavivar y reafirmar vuestra fe, para ser misioneros todos los días.

113 2. Vosotros, los que tenéis un handicap, sois el corazón de la gran familia de Fe y Luz. Vuestra vida es un don de Dios y hace que seáis testigos de la vida verdadera, pues si el handicap os lleva a veces a combates difíciles en vuestra existencia, vosotros, según las palabras de Claudel, vivís con "almas engrandecidas en cuerpos entorpecidos". Queridos amigos, sois un tesoro para la Iglesia, que es también vuestra familia, y tenéis un puesto especial en el corazón de Jesús.

3. Desde hace treinta años, Fe y Luz no ha dejado de recordar con audacia, valentía y perseverancia la eminente dignidad de la persona humana. Podemos estar agradecidos por la esperanza y la confianza que tantas personas y tantas familias han encontrado en el movimiento. Deseo agradecer cordialmente las que personas que rodean a los disminuídos por el trabajo inrremplazable que realizan cotidianamente al servicio de los olvidados de nuestras sociedades y, sobre todo, por la alegría que les ofrecen. Ellas dan testimonio también de que la alegría de vivir es una fuente recóndita, que tiene su origen en la confianza en Dios y en María, su Madre. Quisiera saludar de un modo particular a Jean Vanier y Marie-Helène Mathieu, que se desde hace tanto tiempo se dedican sin reservas a la vida y la promoción de las personas disminuidas.

4. Vuestra presencia en Lourdes, queridos hermanos y hermanas, es también una llamada dirigida a los cristianos y a los responsables de nuestra sociedad para que comprendan cada vez mejor que el handicap, si es cierto que necesita ayudas, es ante todo una invitación a superar cualquier forma de egoísmo y a comprometerse en nuevas modalidades de fraternidad y de solidaridad. Como recordaba en Roma durante su jubileo, las personas con handicap vuelven a "cuestionar las concepciones de la vida vinculadas únicamente a la satisfacción personal, a la apariencia y a la eficacia" (Homilía, 3 de diciembre de 2000, 5). En ellas se exhorta a todos los miembros de la sociedad a apoyar moral y materialmente a los padres que tienen a su cargo hijos minusválidos. Mientras que se tiende cada vez más a suprimir antes de su nacimiento al ser humano susceptible de ser portador de handicap, la acción de Fe y Luz es un signo profético en favor de la vida y de una atención prioritaria a los más débiles de la sociedad.

5. Al venir de setenticinco países, vivís en vuestra gran diversidad una verdadera dimensión ecuménica. La presencia conjunta en Lourdes de cristianos de diversas confesiones, católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, da testimonio, en una convicción fundada en la fe común en Cristo resucitado, de que cada persona es un don de Dios, con un dignidad y con derechos inalienables, y que, no obstante un handicap, es posible vivir feliz.

6. Invoco sobre vosotros con gran afecto, así como sobre los que os acompañan y los que no han podido venir, la fuerza del Señor Resucitado, para que otorgue a todos la fuerza y la alegría de continuar la misión de testimoniar el amor de Dios en nuestro mundo. Tomad ejemplo de Bernardette, acoged y haced fructificar cada día más la Buena Noticia, de la cual la humanidad tiene tanta necesidad. Confiándoos a la ternura maternal de Nuestra Señor de Lourdes, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, a 2 de abril de 2001

IOANNES PAULUS II








MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DEL CONSEJO

DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA


. Al señor cardenal

MILOSLAV VLK

Arzobispo de Praga
Presidente del Consejo de las
Conferencias episcopales de Europa

Usted me ha informado sobre el próximo Encuentro ecuménico europeo, que tendrá lugar en Estrasburgo del 19 al 22 de abril. Esa reunión suscita en mí un profundo sentimiento de alegría y una gran esperanza.

114 Ese encuentro, organizado conjuntamente por el Consejo de las Conferencias episcopales de Europa y la Conferencia de las Iglesias de Europa es un fruto feliz de una intensa colaboración entre diversos organismos eclesiales del continente europeo. Se sitúa oportunamente en la línea del gran jubileo del año 2000, durante el cual las Iglesias y las comunidades eclesiales celebraron el misterio de la encarnación de Jesucristo, Verbo de Dios que se hizo hombre, fundamento de nuestra fe y fuente de nuestra salvación. Por otra parte, esa iniciativa se realiza en este año en que todos los cristianos celebran en el mismo día la resurrección de Aquel que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

El tiempo pascual resplandece con las palabras del Maestro, que invita a sus discípulos a llevar al mundo la buena nueva de la salvación: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Estas palabras, que acompañan a la Iglesia de Cristo desde hace dos milenios, constituyen también el tema del Encuentro ecuménico europeo de Estrasburgo. Esa promesa, fuente de consuelo para todos los cristianos, no puede separarse de la oración que hizo Jesús la noche de la última Cena: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). La unidad por la que el Señor oró en el Cenáculo es una condición de la credibilidad del testimonio cristiano. Hoy, más que nunca, debemos concentrar nuestra reflexión en esta profunda relación, que desempeña un papel decisivo en el impacto que el mensaje cristiano puede tener en el mundo. En Europa es particularmente urgente un anuncio claro del Evangelio. Europa, que es un entramado de diferentes culturas, tradiciones y valores vinculados a los países que la componen, no puede entenderse ni edificarse sin tener en cuenta las raíces que forman su identidad original; ni puede construirse rechazando la espiritualidad cristiana, de la que está impregnada.

Para afrontar este importante desafío es necesario intensificar la colaboración en todos los niveles de la vida social y eclesial, y profundizar los diálogos bilaterales y multilaterales. Los resultados obtenidos con esos diálogos, como muestra la experiencia, refuerzan la comunión que ya existe y reavivan el deseo de llegar a la comunión perfecta. De la misma confesión de fe nacerá la comunión plena entre los discípulos de Cristo, cabeza del Cuerpo que es la Iglesia.

A usted, venerado hermano, así como a todas las personas presentes en el Encuentro ecuménico europeo de Estrasburgo, especialmente a los representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales, y a los jóvenes, les manifiesto mis deseos más sinceros de que esa reunión suscite nuevos y fecundos estímulos con vistas a un testimonio cristiano común en Europa y en toda la tierra, "para que el mundo crea" (Jn 17,21).

Vaticano, 13 de abril de 2001








A LA FUNDACIÓN PAPAL


Martes 24 de abril de 2001



Querido cardenal Bevilacqua;
eminencias;
excelencia;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Una vez más me complace saludaros a vosotros, miembros de la Fundación Papal, con ocasión de vuestra visita anual a Roma. Os doy la bienvenida con las palabras que el Señor resucitado dirigió a sus discípulos la tarde del primer domingo de Pascua, hace casi dos mil años: "La paz esté con vosotros" (Jn 20,19).

115 Sí, el don permanente del Señor a su Iglesia y a su pueblo en todos los tiempos es el don de su paz, de su tranquilizadora presencia con nosotros para siempre, "hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Y los que creen y proclaman que el Señor ha resucitado verdaderamente de entre los muertos están llamados a llevar este don de su paz a los demás, especialmente a los pobres y a los que sufren, a los abandonados u oprimidos, a aquellos cuyo clamor nadie escucha y cuyas esperanzas parecen quedar siempre defraudadas. No puedo por menos de sentir este deber de modo particular, porque la misión que el Señor resucitado confió al apóstol san Pedro, es decir, la tarea de "apacentar sus corderos" y "apacentar sus ovejas" (cf. Jn Jn 21,15-17), corresponde de manera especial al Sucesor de Pedro. En efecto, al Obispo de Roma se le ha confiado la solicitud por todas las Iglesias; está llamado a usar todos los medios a su disposición para ayudar y fortalecer a las comunidades más necesitadas de atención espiritual y material.

Por esta razón, queridos hermanos, os estoy muy agradecido: el apoyo que dais a través de la Fundación Papal permite realizar muchas obras buenas en nombre de Cristo y de su Iglesia. Los numerosos programas y proyectos financiados con fondos proporcionados por la Fundación Papal hacen posible que la proclamación pascual de alegría, esperanza y paz por parte de la Iglesia llegue a los oídos, a la mente y al corazón de numerosas personas en muchas partes del mundo. Así, el generoso ofrecimiento de vuestro tiempo, de vuestros talentos y recursos, manifiesta vuestro amor al Sucesor de Pedro y es expresión elocuente de la comunión fraterna que caracteriza la vida de los que conocen al Señor y experimentan "el poder de su resurrección" (Ph 3,10).

Al comienzo del tercer milenio cristiano, renovados y fortalecidos por el encuentro jubilar lleno de gracia con Aquel que es la fuente viva de nuestra esperanza, estamos invitados una vez más a emprender nuestra peregrinación de fe y servicio, con la seguridad de que Cristo resucitado camina con nosotros. Encomendándoos a todos vosotros a la amorosa intercesión de la santísima Virgen María, modelo de todos los seguidores de Cristo y "guía segura de nuestro camino" (Novo millennio ineunte NM 58), os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a vuestras familias como prenda de alegría y paz en el Salvador resucitado.










A UN GRUPO DE PERSONAS


QUE HAN ACOGIDO A NIÑOS DE CHERNOBYL


Jueves 26 de abril de 2001



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran afecto os acojo en este significativo aniversario, quince años después del trágico accidente que se produjo en la ciudad de Chernobyl, el 26 de abril de 1986. Os doy a cada uno un saludo cordial y una calurosa bienvenida.

Mi pensamiento va, en primer lugar, al presidente de la República de Ucrania, señor Leonid Kuchma, que ha querido estar presente aquí con el mensaje que se acaba de leer en esta sala. Saludo a la embajadora de la República de Ucrania ante la Santa Sede, su excelencia la señora Nina Kovalska, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo asimismo a las autoridades y a las personalidades que, con su participación, han querido manifestar la solidaridad de las comunidades y las naciones que representan para con los niños de Chernobyl.
Saludo a todos los presentes, comenzando por los representantes de las familias, las parroquias, las asociaciones, los movimientos y las organizaciones que durante estos años han acogido y siguen acogiendo en Italia a los niños que sufren las consecuencias de cuanto sucedió en Chernobyl.

Por otra parte, al acercarse mi viaje a Ucrania, cada vez anhelo más intensamente abrazar a todos los hijos de esa nación, que tanto quiero, y besar esa tierra tan probada también por el desastre nuclear, cuyos nefastos efectos se constatan aún hoy. Asimismo, con ardiente esperanza me preparo para encontrarme con los hermanos y las hermanas en la fe que viven allí, a fin de compartir con ellos el anhelo de una renovada evangelización.

2. El pensamiento de todos nosotros vuelve en este momento a aquel 26 de abril de 1986, cuando en el corazón de la noche se produjo una tremenda explosión en la central nuclear de Chernobyl. Algunos minutos después, una vasta nube tóxica cubrió el cielo de la ciudad y de Ucrania, extendiéndose muy lejos. Las trágicas consecuencias de tan infausto suceso resultaron más graves de lo que se podía imaginar. Algunos, con razón, la han definido una catástrofe tecnológica histórica, que ha hecho tristemente célebre en el mundo la ciudad de Chernobyl, la cual, desde entonces, es símbolo de los peligros que implica el uso de la energía nuclear.

Expreso mi aprecio a las administraciones civiles, a las comunidades religiosas, a las diócesis y a los que, durante estos años, se han esforzado por ayudar a quienes, sin culpa, han pagado y siguen pagando el precio de una calamidad de tan vasto alcance.

116 Me dirijo sobre todo a vosotros, queridos niños de Chernobyl. Representáis a los miles de vuestros amigos, coetáneos, que a lo largo del tiempo han encontrado hospitalidad en Italia para ser curados y superar una fase difícil de su existencia. El Papa os abraza y os pide que llevéis su saludo y su bendición a vuestras familias, a vuestros amigos y compañeros de escuela. A todos.

Al contemplaros, no puedo menos de dar gracias a Dios por la generosidad de tantas personas, que desde entonces no han cesado de aliviar las penas y las dificultades de los que siguen siendo víctimas inocentes de las consecuencias de aquella enorme catástrofe. ¡Cuántas instituciones católicas en diversos países han abierto sus puertas y acogido a las personas necesitadas! ¡Cuántos pueden mirar con confianza al futuro gracias a este apoyo solidario, que nuestro encuentro pone muy bien de relieve!

3. Hoy quisiera hacerme intérprete de los sentimientos de gratitud de todos vosotros por esta cadena de solidaridad para con las víctimas de Chernobyl. Es una solidaridad que se ha traducido en gestos de atención concreta a hermanos y hermanas necesitados. Para los cristianos, este laudable impulso de bondad se funda en el gran mandamiento que nos dejó Jesús: "Amaos los unos a los otros" (
Jn 15,17). El amor recíproco ¿no debe manifestarse particularmente en la hora de la prueba? Lo afirma también un conocido proverbio popular: "Un amigo verdadero se reconoce en la necesidad". Es un gran consuelo en la necesidad tener al lado amigos fiables. Es importante que no se rompa nunca esta cadena de bondad. A la vez que alivia al beneficiado, enriquece espiritualmente a quien gratuitamente le ayuda.

En el evangelio Jesús asegura a los creyentes: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). La caridad es el camino por el que se puede mejorar el mundo. En efecto, amar a todos sin distinción de raza, lengua o religión, llega a ser un signo, casi tangible, de la predilección de Dios por todo ser humano, del que es Padre.

4. Al evocar los trágicos efectos causados por el accidente del reactor nuclear de Chernobyl, el pensamiento va a las generaciones futuras, que representan estos niños. Hay que prepararles un futuro de paz, sin esos miedos y amenazas. Se trata de un compromiso que todos deben asumir. Para ello, es necesario realizar un esfuerzo técnico, científico y humano, a fin de poner todas las energías al servicio de la paz, respetando las exigencias del hombre y de la naturaleza. De este compromiso depende el futuro de todo el género humano.

A la vez que oramos por las numerosas víctimas de Chernobyl y por cuantos llevan en su cuerpo los signos de una catástrofe tan grande, imploramos del Señor luz y apoyo para los que, en diversos niveles, son responsables del destino de la humanidad.

Pido a Dios, además, que en su omnipotencia y misericordia consuele a cuantos sufren, y haga que nunca más se repita lo que hoy recordamos con tristeza.

Con estos sentimientos, invoco la protección de María, Madre de la esperanza, y, al mismo tiempo que os renuevo a cada uno mi saludo cordial, imparto de buen grado a todos una bendición especial.








A LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA


Jueves 26 de abril de 2001



Señor cardenal;
amadísimos superiores y alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica:

117 1. Esta mañana, antes de venir a la plaza de la Minerva, donde se hallan frente a frente la histórica iglesia en la que se conservan los restos mortales de santa Catalina de Siena, tan devota del Sucesor de Pedro, y vuestra ya tricentenaria institución, he orado por todos vosotros. Me alegra ahora encontrarme con vosotros y dirigiros mi cordial saludo. Agradezco al arzobispo monseñor Justo Mullor García, presidente de la Academia, las nobles palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos, delineando con eficacia los propósitos que orientan vuestro compromiso. Pienso con gratitud también en cuantos lo han precedido en este cargo, llevando a cabo con entrega y sacrificio una misión de tanta responsabilidad.

Al entrar en este edificio, no he podido por menos de pensar en todos los que se han formado aquí con vistas a sus futuras tareas al servicio de la Iglesia. ¡Cómo no recordar a mis predecesores que fundaron y apreciaron esta Academia, o que transcurrieron aquí una parte de su joven existencia sacerdotal! Una mención especial merece seguramente el siervo de Dios Pablo VI, pero también viene a mi memoria el gran pastor que me ordenó sacerdote, el cardenal Adam Sapieha. Entró en esta Academia un año antes de que fuera nombrado presidente de ella el siervo de Dios Rafael Merry del Val, futuro cardenal secretario de Estado. Ante estos y otros eclesiásticos de gran talla espiritual, es preciso sentir el deber de imitar sus virtudes y su entrega ejemplar al servicio de la Iglesia.

Todos los formadores y alumnos de la actual comunidad sois hombres del concilio Vaticano II; sois también sacerdotes que habéis vivido la experiencia del gran jubileo de la Encarnación. Por consiguiente, en vuestra existencia, tanto individual como colectiva, todo debe llevar al compromiso de responder a la vocación universal a la santidad, en la que se resume el mensaje fundamental de esos dos grandes acontecimientos eclesiales. Habéis venido aquí para aprender a ser "expertos en humanidad", según la sugestiva expresión de Pablo VI, porque esto requiere el arte, a veces complejo, de la diplomacia. Pero estáis aquí, ante todo, para proveer a vuestra santificación: lo exige vuestro futuro servicio a la Iglesia y al Papa.

El hecho de que celebréis un aniversario tricentenario muestra que también las instituciones tienen una continuidad vital: un proyecto de vida y de servicio que, madurado en el pasado, se ha enriquecido a lo largo del camino y ahora se confía a la generación actual, para que lo transmita a las futuras. Así, en la Iglesia, las verdaderas tradiciones, cuando son auténticas y llevan en su interior la savia del Evangelio, lejos de favorecer conservadurismos paralizantes, impulsan hacia metas de nueva vitalidad eclesial y de renovación creadora. La Iglesia camina en la historia con los hombres de todos los tiempos.

2. Nuestro encuentro en este tiempo pascual me trae a la memoria el capítulo 21 de san Juan, en el que el evangelista presenta a Cristo resucitado mientras conversa con Pedro y otros apóstoles durante una pausa en su habitual trabajo de pescadores. Habían bregado toda la noche en el lago de Tiberíades y no habían pescado nada. Pedro y sus compañeros habían trabajado confiando exclusivamente en sus fuerzas y en sus conocimientos de hombres expertos en "las cosas del mar". Pero luego su pesca fue excepcionalmente abundante cuando la realizaron confiando en la palabra de Cristo. No fueron entonces sus conocimientos "técnicos" los que llenaron de peces las redes. Esa pesca fue excepcionalmente abundante gracias a la palabra del Maestro, vencedor de la muerte y, por tanto, vencedor también del sufrimiento, del hambre, de la marginación y de la ignorancia.

3. Nuestra Iglesia está arraigada en la historia. Cristo la fundó sobre los Apóstoles, pescadores de hombres (cf. Mt
Mt 4,19), para que repitiera, a lo largo de los siglos, sus acciones y sus palabras salvadoras. Escenas como la que se narra en el capítulo 21 del evangelio de san Juan se han repetido muchas veces en todos los tiempos. ¡En cuántas circunstancias los resultados de la acción apostólica, también la realizada en los foros civiles nacionales o internacionales a los que seréis enviados un día, han parecido escasos y casi nulos! Fenómenos como el secularismo, el consumismo paganizante e incluso la persecución religiosa hacen muy difícil y, a veces, casi imposible el anuncio de Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

También esta Academia forma parte de la "encarnación" de la Iglesia que se expresa mediante su presencia en el mundo y en sus instituciones civiles, nacionales o internacionales. Todo lo que aprendéis aquí está orientado a llevar la palabra de Dios hasta los confines de la tierra. Por eso, es una Palabra que primero debe tomar posesión de vuestra inteligencia, de vuestra voluntad y de vuestra vida. Si el Evangelio no se ha arraigado en vuestra vida personal y comunitaria, vuestra actividad podría reducirse a una noble profesión en la que, con mayor o menor éxito, afrontáis cuestiones relativas a la Iglesia o a su presencia en determinados ámbitos humanos. Si, por el contrario, el Evangelio está presente y fuertemente enraizado en vuestra existencia, tenderá a dar un contenido bien preciso a vuestra acción en el complejo ámbito de las relaciones internacionales.
En un mundo que se mueve por intereses materiales a menudo contrastantes, debéis ser los hombres del espíritu en busca de la concordia, los heraldos del diálogo, los constructores de la paz más convencidos y tenaces. No seréis promotores -ni podríais serlo jamás- de ninguna "razón de Estado". La Iglesia, aunque está presente en el concierto de las naciones, únicamente busca hacerse eco de la palabra de Dios en el mundo, para defender y proteger a los hombres.

4. Los valores que la diplomacia pontificia ha defendido desde siempre se centran principalmente en el ejercicio de la libertad religiosa y en la tutela de los derechos de la Iglesia. Estos temas siguen siendo actuales en nuestros días, y, al mismo tiempo, la atención del representante pontificio se orienta cada vez más, de modo especial en los foros internacionales, también hacia otras cuestiones humanas y sociales de gran alcance moral. Hoy urge sobre todo la defensa del hombre y de la imagen de Dios que hay en él. Estáis llamados a ser portadores de valores humanos que tienen su fuente en el Evangelio, según el cual todo hombre es un hermano al que hay que respetar y amar.

El mundo al que iréis a cumplir vuestra misión ha conocido, durante el siglo XX, innegables conquistas científicas y técnicas. Pero, desde el punto de vista ético, presenta muchos aspectos preocupantes, dado que está expuesto a la tentación de manipularlo todo, incluso al hombre mismo. En vuestra acción deberéis ser los paladines de la dignidad del hombre, cuya naturaleza, gracias a la encarnación del Hijo de Dios, ha sido elevada a una dignidad sublime (cf. Gaudium et spes GS 22).

Como Simón Pedro, como Tomás llamado el Mellizo, como Natanael y los hijos de Zebedeo, y los otros dos apóstoles cansados después de una noche en la que "no habían pescado nada" (cf. Jn Jn 21,3), también vosotros podéis sentir a veces el desaliento. No cedáis a esta tentación del Maligno. Por el contrario, acercaos a Cristo resucitado y gustad y haced gustar a fondo el poder que brota de la definición que él dio de sí mismo: "Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin" (Ap 21,6). Sostenidos por la fuerza que proviene de él, también vosotros podréis realizar una pesca abundante, orientando a muchos otros seres humanos en su búsqueda de la verdad y del bien. Os bastará ser fieles al Evangelio, sin vacilación alguna. Así ofreceréis a los demás la posibilidad de conocer la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (cf. Ef Ep 3,18).

118 5. En la Carta que escribí al concluir el Año santo, me hice eco de las palabras de Cristo a Pedro: Duc in altum! Os dirijo esta invitación también a vosotros, que dentro de poco deberéis dejar Roma por el mundo, la Urbe por el orbe. El mundo que os espera tiene sed de Dios, aunque no sea consciente de ella. Evocando el encuentro del apóstol Felipe con algunos griegos, yo mismo escribí: "Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo "hablar" de Cristo, sino en cierto modo hacérselo "ver"" (Novo millennio ineunte NM 16).

Otros deberán hacer "ver" a Cristo en una parroquia o en medio de un grupo juvenil, en un barrio industrial o entre los marginados de la sociedad. Vosotros lo debéis "mostrar" en los contactos con los ambientes políticos y diplomáticos; lo lograréis con el testimonio de vuestra vida antes que con la fuerza de los argumentos jurídicos o diplomáticos. Seréis eficientes en la medida en que quien se acerque a vosotros tenga la sensación de encontrar en vuestras palabras, en vuestras actitudes y en vuestra vida la presencia liberadora de Cristo resucitado.

Recorreréis en el futuro los caminos del mundo: sentíos siempre al servicio del Sucesor de Pedro y en diálogo creativo con los pastores de las Iglesias particulares de los países a los que seáis enviados a cumplir vuestra misión. Llevad a Cristo con vosotros. Que María os ayude a vivir intensamente sus pensamientos y sus sentimientos (cf. Flp Ph 2,5-11). Os acompañe mi afectuosa bendición.








A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE ESLOVENIA EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 26 de abril de 2001

. Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Con gran afecto os doy mi cordial bienvenida, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Habéis venido para dar testimonio de la comunión de fe que une a la Iglesia que está en la República de Eslovenia con el Sucesor de Pedro, Cabeza del Colegio episcopal. En esta circunstancia, hago mías las palabras del apóstol san Pablo a los Filipenses: "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio" (Ph 1,3-5).

Agradezco a monseñor Franc Rodé, arzobispo metropolitano de Liubliana, las cordiales palabras que me ha dirigido, en calidad de presidente de la Conferencia episcopal eslovena, en nombre suyo y de cada uno de vosotros.

Por los informes sobre vuestras diócesis y, en particular, gracias al coloquio fraterno que he podido tener con vosotros sobre la situación actual de la Iglesia en vuestro país, sobre su compromiso apostólico y sobre las perspectivas y las dificultades que encuentra en la actividad de evangelización, he podido constatar con alegría cuán grande es el celo pastoral que os anima a vosotros y a vuestros sacerdotes. Continuad por el camino de la fidelidad al mandato recibido de Cristo, esforzándoos por cumplir vuestro compromiso diario por la causa del Evangelio.

2. Ante vosotros, pastores de la Iglesia que está en Eslovenia, se abre un vasto campo de acción evangelizadora. Para responder mejor a las expectativas y a las exigencias de vuestras comunidades diocesanas y de toda la sociedad civil, habéis querido celebrar el primer Concilio plenario esloveno, al que dieron su contribución los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos del país (cf. Documento final, p. 8). Os exhorto a hacer referencia constante a las indicaciones surgidas de ese encuentro providencial, teniendo solicitud por "toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes" (Ac 20,28). Al apacentar al pueblo de Dios, al realizar los actos de culto y al enseñar la doctrina transmitida por los Apóstoles, debéis ser siempre y en todo "modelos de la grey" (1P 5,3).

A este propósito, tenéis ejemplos luminosos de pastores que gastaron sus energías en el incansable servicio a sus hermanos. Quisiera recordar aquí, en particular, al beato Anton Martin Slomsek y a los siervos de Dios monseñor Friderik Baraga y monseñor Anton Vovk, obispos. Inspiraos en sus enseñanzas, y que os acompañe su intercesión.

En el nuevo escenario social que está delineándose en vuestro país, os preocupáis de que, además del anuncio del Evangelio, se promueva también el bien común de la sociedad, para favorecer el progreso espiritual y material de todo el pueblo y de cada persona. Trabajar por el auténtico crecimiento de los hombres y las mujeres del país forma parte de la misión de la Iglesia. En efecto, ninguna dimensión genuinamente humana -social, cultural, política, económica, científica, socio-sanitaria y deportiva- es "ajena" al Evangelio.


Discursos 2001 110