Discursos 2001 119

119 Al cumplir su misión específica al servicio del hombre, la Iglesia se encuentra en diferentes campos con el Estado, y esto abre perspectivas de una colaboración mutua provechosa, en el pleno respeto de la legítima autonomía de cada uno.

3. Al encontrarnos hoy, me vienen a la mente algunos recuerdos inolvidables de las dos visitas pastorales que he realizado a vuestro país: del 17 al 20 de mayo de 1996, y el 19 de septiembre de 1999. En mi corazón ha quedado grabada la emoción que me produjo la cordial acogida que me dispensaron las autoridades del país, la comunidad cristiana y la población entera. De igual modo, conservo vivo el recuerdo de otros encuentros que he tenido con los fieles de Eslovenia en diversas circunstancias aquí en Roma, en particular con ocasión de la peregrinación jubilar nacional. He podido constatar siempre el entusiasmo y el arrojo de los católicos eslovenos, y me he dado cuenta de la rica herencia espiritual y cultural que posee vuestro país.

En el umbral del tercer milenio, mientras también en Eslovenia se siente con gran intensidad la urgencia de "una apasionante tarea de renovación pastoral" (Novo millennio ineunte
NM 29), haced de esa herencia el punto de partida para una renovación profética del anuncio evangélico. Sin duda alguna, como ya sucedió en el pasado, esto redundará en beneficio de toda la nación. Le ayudará a permanecer fiel a los valores humanos y religiosos auténticos, superando los desafíos antiguos y nuevos que ha de afrontar en el camino de la existencia diaria.

4. Mientras os hablo a vosotros, pastores de la Iglesia que está en Eslovenia, y juntamente con vosotros contemplo con confianza el vasto campo apostólico que os espera, mi pensamiento va a los sacerdotes, vuestros primeros y principales colaboradores en el servicio al pueblo de Dios; va a los diáconos y a los demás agentes pastorales, así como a los religiosos, a las religiosas y a los fieles laicos, comprometidos activamente en la vida y en la misión de la comunidad cristiana; va, por último, a cuantos han dejado su patria para llevar el anuncio del Evangelio a tierras de misión.
A cada uno de ellos le manifiesto mi profundo aprecio por su generoso compromiso apostólico.
Los animo a perseverar con pronta entrega y humilde caridad en la tarea que se les ha confiado, manteniéndose en plena sintonía con los pastores y entre sí, para que el ministerio de cada uno contribuya a la edificación del Cuerpo místico de Cristo y al bien de la sociedad civil (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 799).

En cuanto a vosotros, venerados hermanos en el episcopado, vuestra misión específica sigue siendo la de examinarlo todo y quedarse con lo bueno, favoreciendo la acción del Espíritu (cf. Lumen gentium LG 12), en plena comunión con el Sucesor de Pedro, heredero de "un carisma seguro de verdad" (san Ireneo, Adversus haereses, IV, 26, 2: , 10, 53). En efecto, vosotros sois los primeros responsables de la obra pastoral en cada una de vuestras diócesis.

La sintonía en los propósitos apostólicos y la íntima colaboración entre todos -presbíteros, consagrados, consagradas y fieles laicos, bajo la atenta guía del obispo-, dará frutos abundantes de fe, caridad y santidad. Queridos hermanos, con este fin cultivad la comunión entre vosotros; unid vuestras fuerzas a nivel parroquial, diocesano y nacional, para responder adecuadamente a las exigencias pastorales modernas. Así, con atenta caridad evangélica, podréis crear estructuras adecuadas a las necesidades actuales, haciendo lo posible para que nadie quede excluido de vuestra solicitud de pastores. Hacedlo con audacia y valentía apostólicas.

5. En nuestros días la gente se siente más atraída por los testigos que por los maestros, como subraya muy bien un proverbio vuestro: "Las palabras atraen, los ejemplos arrastran". Por eso es importante que cuantos quieren dedicarse al apostolado sobresalgan por santidad, doctrina y sabiduría. Su vida y su obra deben reflejar en todas las circunstancias la imagen viva de Cristo.

Queridos hermanos en el episcopado, esto exige una constante formación teológica, litúrgica y pastoral, que debéis asegurar siempre a vuestras comunidades. Esta formación no sólo se ha de dar a los presbíteros, sino también a los demás agentes pastorales, a los consagrados, a las consagradas y a los fieles laicos. Por tanto, esforzaos para que a los sacerdotes y a cuantos se dedican a la obra pastoral no les falte la posibilidad de actualizarse, de modo especial en los temas que son particularmente útiles para cumplir sus obligaciones diarias. Al mismo tiempo, a los fieles laicos, jóvenes y adultos, hay que ofrecerles oportunidades adecuadas para profundizar su fe, con vistas a una mayor coherencia con el Evangelio tanto a nivel individual, como familiar y comunitario.

Dedicaos, además, con mucho esmero a la formación humana y espiritual de los futuros sacerdotes. Que los seminarios sean un verdadero Cenáculo, donde los candidatos tengan la oportunidad de una auténtica maduración integral. A la vez, preocupaos de que los fieles laicos se comprometan a cumplir su misión en los diversos ámbitos de la vida social, política, económica y cultural del país, como heraldos de Cristo y de la fuerza profética de su Evangelio.

120 Por tanto, es preciso preparar un programa pastoral que reactive la evangelización de la familia y de los jóvenes; una catequesis capilar, que llegue a los componentes de cada sector social, a hombres y mujeres de todas las edades, ayudándoles a descubrir y vivir el misterio de Cristo y de la salvación, celebrado en la liturgia.

6. Un testimonio intenso y coherente constituye una premisa y promesa de renovado impulso en la evangelización. Desde esta perspectiva, será muy importante una constante promoción de las nuevas vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a las otras formas de entrega total al Señor. De igual manera es fundamental el compromiso de mantener vivo el espíritu misionero que ha caracterizado siempre a la Iglesia que está en Eslovenia. Que Dios impulse en las nuevas generaciones a numerosos jóvenes a convertirse en dispensadores de los misterios de la salvación, confiados por Cristo a su Iglesia; y que suscite, además, personas generosas que sigan a Cristo con corazón libre e indiviso por el camino de la perfección evangélica.

Si saben abrirse a las inspiraciones del Espíritu Santo, vuestras comunidades eclesiales serán levadura en la sociedad y difundirán por doquier la buena nueva del Señor resucitado, dando con su vida un testimonio convincente de su fuerza salvífica. Cristo Jesús, nuestra esperanza (cf.
1Tm 1,1), Señor de la historia y Pastor de la Iglesia, os colme a vosotros y a vuestras Iglesias de su gracia y de su paz.

Encomiendo estos deseos a la Virgen de Nazaret, humilde esclava del Señor. María vele desde su santuario de Brezje sobre sus hijos devotos de la amada Eslovenia y los sostenga con su intercesión en el compromiso de construir el presente y el futuro en sintonía con el proyecto de Dios sobre el hombre y sobre la sociedad humana.

Con estos sentimientos, os imparto una especial bendición apostólica a vosotros, venerados y queridos hermanos, a los sacerdotes, a los diáconos, a los consagrados, a las consagradas, a los fieles laicos y a toda la población de vuestro amado país.










A LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES


Viernes 27 de abril de 2001



Señoras y señores de la Academia pontificia de ciencias sociales:

1. Vuestro presidente acaba de expresar vuestra alegría de estar aquí, en el Vaticano, para estudiar un tema que interesa tanto a las ciencias sociales como al magisterio de la Iglesia. Le agradezco, profesor Malinvaud, sus amables palabras, y os doy las gracias a todos vosotros por la ayuda que generosamente dais a la Iglesia en vuestro campo de competencia. Para la VII asamblea plenaria de la Academia habéis decidido afrontar más a fondo el tema de la globalización, prestando atención especial a sus implicaciones éticas.

Después de la caída del sistema colectivista en Europa central y oriental, con sus importantes consecuencias para el tercer mundo, la humanidad ha entrado en una nueva fase, en la que parece que la economía de mercado ha conquistado virtualmente el mundo entero. Esto no sólo ha producido una creciente interdependencia de las economías y de los sistemas sociales, sino también una difusión de nuevas ideas filosóficas y éticas basadas en las nuevas condiciones de trabajo y de vida, que están introduciéndose en casi todas las partes del mundo. La Iglesia examina cuidadosamente estos nuevos hechos a la luz de los principios de su doctrina social. Para hacerlo, debe profundizar su conocimiento objetivo de estos fenómenos emergentes. Por eso, la Iglesia se apoya en vuestro trabajo para lograr una comprensión que posibilite un mejor discernimiento de las cuestiones éticas que plantea el proceso de globalización.

2. La globalización del comercio es un fenómeno complejo y en rápida evolución. Su característica principal es la creciente eliminación de las barreras que dificultan el movimiento de las personas, del capital y de los bienes. Representa una especie de triunfo del mercado y de su lógica que, a su vez, produce rápidos cambios en los sistemas sociales y en las culturas. Muchas personas, especialmente las más pobres, la viven como una imposición, más que como un proceso en el que pueden participar activamente.

En mi carta encíclica Centesimus annus observé que la economía de mercado es un medio para responder adecuadamente a las necesidades económicas de los pueblos en la medida en que respete su libre iniciativa, pero tiene que ser controlada por la comunidad, por el cuerpo social, con vistas al bien común (cf. nn. 34 y 58). Ahora que el comercio y las comunicaciones ya no están limitados por las fronteras, el bien común universal exige que la lógica inherente al mercado vaya acompañada de mecanismos de control. Esto es esencial para evitar reducir todas las relaciones sociales a factores económicos y para proteger a las víctimas de nuevas formas de exclusión o marginación.

121 La globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin en sí mismo, y es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad y del bien común.

3. Una de las preocupaciones de la Iglesia con respecto a la globalización es que se ha convertido rápidamente en un fenómeno cultural. El mercado como mecanismo de intercambio se ha transformado en el instrumento de una nueva cultura.Muchos observadores han notado el carácter intruso, y hasta invasor, de la lógica de mercado, que reduce cada vez más el área disponible a la comunidad humana para la actividad voluntaria y pública en todos los niveles. El mercado impone su modo de pensar y actuar, e imprime su escala de valores en el comportamiento. Los que están sometidos a él, a menudo ven la globalización como un torrente destructor que amenaza las normas sociales que los han protegido y los puntos de referencia culturales que les han dado una orientación en la vida.

Lo que está sucediendo es que los cambios en la tecnología y en las relaciones laborales se están produciendo demasiado rápidamente para que las culturas puedan responder. Las garantías sociales, legales y culturales, que son el resultado de los esfuerzos por defender el bien común, son muy necesarias para que las personas y los grupos intermedios mantengan su centralidad. Sin embargo, la globalización a menudo corre el riesgo de destruir las estructuras construidas con esmero, exigiendo la adopción de nuevos estilos de trabajo, de vida y de organización de las comunidades. Además, en otro nivel, el uso que se hace de los descubrimientos en el campo biomédico tiende a coger desprevenidos a los legisladores. Con frecuencia la investigación misma es financiada por grupos privados, y sus resultados se comercializan incluso antes de que se pueda poner en marcha el proceso de control social. Nos encontramos aquí ante un aumento prometeico del poder sobre la naturaleza humana, hasta el punto de que el mismo código genético humano se mide en términos de costos y beneficios. Todas las sociedades reconocen la necesidad de controlar este desarrollo y asegurar que las nuevas prácticas respeten los valores humanos fundamentales y el bien común.

4. La afirmación de la prioridad de la ética corresponde a una exigencia esencial de la persona y de la comunidad humana. Pero no todas las formas de ética son dignas de este nombre. Están apareciendo modelos de pensamiento ético que derivan de la globalización misma y llevan la marca del utilitarismo. Con todo, los valores éticos no pueden ser dictados por las innovaciones tecnológicas, la técnica o la eficiencia; se fundan en la naturaleza misma de la persona humana. La ética no puede ser la justificación o legitimación de un sistema; más bien, debe ser la defensa de todo lo que hay de humano en cualquier sistema. La ética exige que los sistemas se adecuen a las necesidades del hombre, y no que el hombre se sacrifique en aras del sistema. Una consecuencia evidente de esto es que los comités éticos, presentes ahora en casi todos los campos, deberían ser completamente independientes de los intereses financieros, de las ideologías y de las visiones políticas partidistas.

La Iglesia, por su parte, sigue afirmando que el discernimiento ético en el marco de la globalización debe basarse en dos principios inseparables.

El primero es el valor inalienable de la persona humana, fuente de todos los derechos humanos y de todo orden social. El ser humano debe ser siempre un fin y nunca un medio, un sujeto y no un objeto, y tampoco un producto comercial.

El segundo es el valor de las culturas humanas, que ningún poder externo tiene el derecho de menoscabar y menos aún de destruir. La globalización no debe ser un nuevo tipo de colonialismo.
Debe respetar la diversidad de las culturas que, en el ámbito de la armonía universal de los pueblos, son las claves de interpretación de la vida. En particular, no tiene que despojar a los pobres de lo que es más valioso para ellos, incluidas sus creencias y prácticas religiosas, puesto que las convicciones religiosas auténticas son la manifestación más clara de la libertad humana.

La humanidad, al embarcarse en el proceso de globalización, no puede por menos de contar con un código ético común. Esto no significa un único sistema socioeconómico o una única cultura dominante, que impondría sus valores y sus criterios sobre cuestiones éticas. Las normas de la vida social deben buscarse en el hombre como tal, en la humanidad universal nacida de la mano del Creador. Esta búsqueda es indispensable para evitar que la globalización sea sólo un nuevo nombre de la relativización absoluta de los valores y de la homogeneización de los estilos de vida y de las culturas. En todas las diferentes formas culturales existen valores humanos universales, los cuales deben manifestarse y destacarse como la fuerza que guíe todo desarrollo y progreso.

5. La Iglesia seguirá colaborando con todas las personas de buena voluntad para asegurar que en este proceso triunfe la humanidad entera, y no sólo una élite rica que controla la ciencia, la tecnología, la comunicación y los recursos del planeta en detrimento de la gran mayoría de sus habitantes. La Iglesia espera ardientemente que todos los elementos creativos de la sociedad contribuyan a promover una globalización que esté al servicio de toda la persona y de todas las personas.

Con estas reflexiones, os animo a seguir tratando de comprender de forma cada vez más profunda la realidad de la globalización y, como prenda de mi cercanía espiritual, invoco de corazón sobre vosotros las bendiciones de Dios todopoderoso.










AL CONGRESO INTERNACIONAL ORGANIZADO


POR EL COMITÉ EUROPEO PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA


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Sábado 28 de abril de 2001


. Señor cardenal; queridos amigos:

1. Os doy una cordial bienvenida con ocasión del Congreso internacional de las escuelas católicas de Europa, organizado por el Comité europeo para la educación católica. Al unirme a vosotros en una ferviente oración, deseo que de vuestro encuentro surja una nueva conciencia del papel y de la misión específicos de la escuela católica en el ámbito histórico y cultural europeo. Aprovechando la riqueza de vuestras tradiciones pedagógicas, debéis buscar con audacia respuestas adecuadas a los desafíos planteados por los nuevos modos de pensar y de actuar de los jóvenes de hoy, para que la escuela católica sea un lugar de educación integral, con un proyecto educativo claro que tiene su fundamento en Cristo. El tema de vuestro congreso, "La misión de educar: testimoniar un tesoro escondido", pone en el centro del proyecto educativo de la escuela católica la exigencia fundamental de todo educador cristiano: no sólo trasmitir la verdad con palabras, sino también testimoniarla explícitamente con su vida.

La escuela católica, al asegurar una enseñanza escolar de calidad, propone una visión cristiana del hombre y del mundo que ofrece a los jóvenes la posibilidad de un diálogo fecundo entre la fe y la razón. Del mismo modo, debe transmitir valores para asimilar y verdades para descubrir, "con la certeza de que todos los valores humanos encuentran su realización plena y, por consiguiente, su unidad en Cristo" (Congregación para la educación católica, Carta circular, 28 de diciembre de 1997, n. 9).

2. Las transformaciones culturales, la globalización de los intercambios, la relativización de los valores morales y la preocupante desintegración del vínculo familiar crean en numerosos jóvenes gran inquietud, que influye inevitablemente en su estilo de vida y en su modo de entender y afrontar su futuro. Esta situación invita a las escuelas católicas europeas a proponer un auténtico proyecto educativo, que no sólo permita a los jóvenes adquirir una madurez humana, moral y espiritual, sino también comprometerse eficazmente en la transformación de la sociedad, dedicándose a trabajar por la venida del reino de Dios. De esta forma serán capaces de difundir en las culturas y en las sociedades europeas, así como en los países en vías de desarrollo donde la escuela católica puede aportar su contribución, el tesoro escondido del Evangelio, para construir la civilización del amor, de la fraternidad, de la solidaridad y de la paz.

3. Para afrontar los numerosos desafíos que se les plantean, las comunidades educativas tienen que cuidar en especial la formación de sus profesores, religiosos y laicos, a fin de que adquieran una conciencia cada vez más viva de su misión de educadores, combinando la competencia profesional y la opción libremente asumida de testimoniar de modo coherente los valores espirituales y morales, inspirados por el mensaje evangélico de "libertad y amor" (Gravissimum educationis
GE 8).
Consciente de la nobleza, pero también de las dificultades de enseñar y educar hoy, apoyo la misión de todo el personal comprometido en el sistema educativo católico, para que alimente la esperanza de los jóvenes, con la ambición de "proponer simultáneamente la adquisición de un saber tan amplio y profundo como sea posible, la educación exigente y perseverante de la verdadera libertad humana, y el encaminamiento de los niños y adolescentes que le son confiados hacia el ideal concreto más elevado que hay: Jesucristo y su mensaje evangélico" (Discurso del Papa al Consejo de la Unión mundial de profesores católicos, 18 de abril de 1983: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de mayo de 1983, p. 4).

La experiencia adquirida por las comunidades educativas de las escuelas católicas en Europa, con "fidelidad creativa" al carisma vivido y transmitido por los fundadores y fundadoras de las familias religiosas que trabajan en el mundo de la educación, es insustituible. Permite fortalecer sin cesar el vínculo que une las intuiciones pedagógicas y espirituales propuestas, y su conveniencia para el desarrollo integral de los jóvenes que se benefician de ellas. No podemos menos de insistir también en la estrecha colaboración que deben mantener la escuela y la familia, especialmente en este tiempo en que el entramado familiar se ha debilitado. Cualquiera que sea la estructura escolar, los padres seguirán siendo los primeros responsables de la educación de sus hijos. Corresponde a las comunidades educativas estimular la colaboración, para que los padres tomen cada vez mayor conciencia de su papel educativo propio y sean ayudados en su tarea primordial, pero también para que el proyecto educativo y pastoral de la escuela católica se adecue a las legítimas aspiraciones de las familias.

4. Las escuelas católicas deben afrontar también otro desafío, el que concierne al diálogo constructivo en la sociedad multicultural de nuestro tiempo. "La educación tiene una función particular en la construcción de un mundo más solidario y pacífico. La educación puede contribuir a la consolidación del humanismo integral, abierto a la dimensión ética y religiosa, que atribuye la debida importancia al conocimiento y a la estima de las culturas y de los valores espirituales de las diversas civilizaciones" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 8 de diciembre de 2000, n. 20: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 11). Por tanto, el esfuerzo realizado para acoger en el seno de las escuelas católicas a jóvenes pertenecientes a otras tradiciones religiosas debe proseguir, sin que por ello se atenúe el carácter propio y la especificidad católica de las instituciones. Al permitir la adquisición de competencias en el mismo ámbito educativo, esta acogida fortalece el vínculo social, favorece el conocimiento mutuo a través de una confrontación serena, y permite proyectar juntos el futuro. Este modo concreto de superar el miedo al otro constituye ciertamente un paso decisivo hacia la paz en la sociedad.

5. Las escuelas católicas en Europa también están llamadas a ser comunidades dinámicas de fe y evangelización, en estrecha relación con la pastoral diocesana. Estando al servicio del diálogo entre la Iglesia y la comunidad humana, y comprometiéndose a promover al hombre en su integridad, recuerdan al pueblo de Dios el fin principal de su misión: permitir a todo hombre dar sentido a su vida, descubriendo el tesoro escondido que tiene, e invitar así a la humanidad a acoger el proyecto de Dios manifestado en Jesucristo.

Encomendando la fecundidad de vuestro Congreso a la intercesión de la Virgen María, os invito a dejaros instruir por Cristo, tomando de él, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), la fuerza y el gusto para cumplir vuestra misión exaltante y delicada. A todos vosotros, organizadores y participantes en este Congreso, así como a vuestras familias, a todo el personal docente católico y a los jóvenes a los que acompaña, os imparto de buen grado la bendición apostólica.








A LOS PREGRINOS QUE ACUDIERON A LA BEATIFICACIÓN


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Lunes 30 de abril de 2001




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría os saludo y acojo a vosotros, que habéis venido a Roma para honrar a los nuevos beatos: Manuel González García, María Ana Blondin, Catalina Volpicelli, Catalina Cittadini y Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago. Representáis a muchas naciones, reflejando la extensión del testimonio de estos generosos discípulos de Cristo, una extensión que, por la gracia de Dios, no conoce confines. En efecto, la Iglesia expresa plenamente su misión universal cuando habla el lenguaje de la santidad, y debe adoptar este lenguaje más que nunca en la época contemporánea, en la que el Espíritu la impulsa a un renovado anuncio del Evangelio en todos los rincones de la tierra.

2. Saludo con afecto a los obispos y peregrinos españoles que habéis participado con gozo en la beatificación de monseñor Manuel González García, conocido como "el obispo de los Sagrarios abandonados", fundador de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret y de diversas obras para propagar la devoción eucarística, tan importante para la espiritualidad cristiana.

Su vida fue la de un pastor entregado totalmente a su ministerio, utilizando todos los medios a su alcance: la predicación, la publicación de escritos, la promoción de instituciones para el fomento de la vida cristiana y, sobre todo, el testimonio de una vida ejemplar, cuyo mensaje sigue siendo profundamente actual. En efecto, nuestra existencia carecería de algo esencial si nosotros no fuéramos los primeros contempladores del rostro de Cristo (cf. Novo millennio ineunte
NM 16).
¿Qué mejor contemplación del Señor que adorarlo y amarlo en el sacramento de su presencia real por excelencia? El culto eucarístico es el centro que fortalece toda vida cristiana pues los fieles, respondiendo a la petición del Señor: "Quedaos y velad conmigo" (Mt 26,38), encuentran en él la fuerza, el consuelo, la firme esperanza y la ardiente caridad que vienen de la presencia misteriosa y oculta, pero real, del Señor.

Os aliento, pues, a todos a imitar al nuevo beato en su trato asiduo con el Señor sacramentado, presentándole los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la humanidad actual (cf. Gaudium et spes GS 1). Al mismo tiempo, animo a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret a permanecer siempre fieles al carisma de su fundador, acompañando a los hombres y mujeres de hoy a escuchar la voz de Jesucristo, camino, verdad y vida, presente en el sagrario.

3. Deseo saludar ahora al señor cardenal Luis Aponte Martínez, arzobispo emérito de San Juan y a los demás obispos de Puerto Rico que, acompañados por autoridades, sacerdotes y numerosos peregrinos, han participado ayer en la ceremonia de beatificación de Carlos Manuel Rodríguez Santiago, cariñosamente conocido como Charlie. Nacido en Caguas, consumó su entrega al Señor a los cuarenta y cuatro años, después de una vida fecunda de apostolado y tras sufrir con gran entereza los padecimientos de la enfermedad.

La vida de este nuevo beato es la de un laico comprometido en la difusión del humanismo cristiano en el ámbito universitario. Su labor apostólica la desarrolló en el Centro universitario católico, animando a sus miembros a vivir el momento presente, en fidelidad al pasado y abiertos al futuro, promoviendo la difusión de un pensamiento de perfecto equilibrio cristiano entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo antiguo y lo moderno.

Los laicos puertorriqueños habéis encontrado en esta figura señera de vuestra tierra, y tan cercana a nosotros en el tiempo, un ejemplo a quien imitar. Por eso, agrupados en los "Círculos" que llevan su nombre, y animados también por los obispos, habéis promovido su causa. Me complazco por esta iniciativa, que se ha visto culminada con la solemne ceremonia de ayer. Ahora, propuesto ya oficialmente como modelo de santidad, es también uno de vuestros paisanos que intercede por vosotros desde el cielo.

4. La existencia y el apostolado de la madre María Ana Blondin testimonian su capacidad de dejarse conquistar por Cristo, para pasar diariamente con él de la muerte a la vida. La madre María Ana sacó de su intimidad con Cristo no sólo el dinamismo misionero, sino también la fuerza profética para vivir cada día el perdón evangélico. Los momentos más dolorosos de su existencia se transfigurarán por su voluntad de perdonar sin cesar en nombre de Cristo, considerando que hay más felicidad en perdonar que en vengarse. Quiera Dios que el testimonio estimulante de la madre María Ana Blondin anime a la Iglesia a llevar la paz al mundo y a estar cerca de todos los heridos de la vida, especialmente en los campos de la educación, la sanidad y la animación pastoral y social, para testimoniar el amor que Dios siente por todos los hombres y para anunciar su perdón liberador, que reduce a la nada todas las lógicas del odio y de la exclusión.

124 5. Catalina Volpicelli vivió en Nápoles a mediados del siglo XIX. Recibió en su familia una sólida formación humana y religiosa, y tuvo la ocasión de encontrarse con algunos hombres de Dios, como el beato Ludovico de Casoria, el barnabita Leonardo Matera y el beato Bartolomé Longo, que marcaron profundamente su itinerario espiritual. Su corazón fue dilatándose cada vez más, según las dimensiones del Corazón de Cristo, del que se hizo discípula y apóstol ardiente, cultivando una intensa vida eucarística y el Apostolado de la oración.

Precisamente con las primeras celadoras del Apostolado de la oración Catalina fundó el instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón, que, después de la aprobación del arzobispo de Nápoles, recibió el decreto de alabanza de mi predecesor León XIII. Con ese alimento interior tan rico, Catalina y sus hermanas se convirtieron en "buenas samaritanas" en diversas situaciones de pobreza, no sólo realizando una obra de filantropía y beneficencia, sino también testimoniando una auténtica caridad evangélica con estilo sobrio y discreto, solidario y respetuoso de las personas sencillas y humildes. Su herencia apostólica es un don muy valioso para la Iglesia, por el que queremos dar gracias al Señor. Ojalá que sus hijas espirituales conserven e incrementen ese patrimonio religioso.

6. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que os alegráis por la beatificación de Catalina Cittadini, y saludo en particular a las Hermanas Ursulinas de Somasca, fundadas por ella.

La gran intuición de esta ilustre hija de Bérgamo consistió en comprender la importancia de la escuela como medio fundamental de formación del ciudadano y del cristiano. De este modo, anticipó proféticamente las orientaciones del concilio Vaticano II, que en la declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, refiriéndose a la escuela católica, exhorta a "ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación" (n. 8).

El método pedagógico elaborado por la nueva beata se basa en el conocimiento personal y en la relación directa con las educandas. Ella misma lo indica a sus maestras en la exhortación recogida en la Regla: "Tengan como singular beneficio de Dios el realizar una tarea que pertenece a los ángeles, y considérense felices e indignas de dedicarse a la instrucción de las educandas; muestren deseo de que progresen, recordando que nuestro Señor dice: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"" (cap. XVI, 2).

Queridas Hermanas Ursulinas de Somasca, os deseo de corazón a vosotras, y a cuantos como vosotras se inspiran en la espiritualidad y en el ejemplo de Catalina Cittadini, que sigáis fielmente sus huellas, para ser guías seguras en el camino de fe y en la formación cultural de los muchachos y los jóvenes.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestra presencia devota y festiva, ayer y hoy, ha conferido mayor resonancia eclesial a la proclamación de los nuevos beatos. Sed vosotros mismos los primeros imitadores de estos hermanos y hermanas, que la Iglesia señala como modelos de vida evangélica. Invocadlos en la oración; profundizad y dad a conocer su testimonio; e imitad sus virtudes. En la comunión de los santos, la fe nos permite sentirlos cercanos, junto con la Virgen María, Reina de todos los santos, a la que os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos.
Con estos sentimientos, os bendigo a todos.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


EN EL V CENTENARIO DE LA APROBACIÓN


DE LA REGLA DEL MOVIMIENTO


DE LOS TERCIARIOS MÍNIMOS




Amadísimos Terciarios Mínimos:

1. Con ocasión del V centenario de la aprobación de la primera Regla, con la que iniciaba su vida jurídicamente el movimiento laical de los Terciarios Mínimos, me habéis querido pedir, a través del corrector general de la orden, padre Giuseppe Fiorini Morosini, una palabra de aliento para proseguir vuestro camino de fe y compromiso apostólico en plena comunión con la Sede de Pedro. He acogido vuestro deseo, y espero de corazón que conservéis siempre la fidelidad más generosa a la Iglesia y a sus pastores, que caracteriza a vuestro movimiento desde que, el 1 de mayo de 1501, con la bula Ad ea quae, el Papa Alejandro VI, aceptando la solicitud del ermitaño Francisco de Paula, aprobó la primera redacción de vuestra Regla, junto con la segunda redacción de la Regla de los Frailes Mínimos de la Primera Orden, y así nació, oficialmente, vuestro movimiento laical de Terciarios de fray Francisco de Paula.

A fines del siglo XV, el ermitaño Francisco de Paula se manifestó ante todos como insigne promotor de la reforma de la Iglesia. Algunas personas de la nobleza y del pueblo, sin renunciar a sus actividades y al estado conyugal, solicitaron compartir más de cerca su compromiso penitencial. Para permitirles participar en los privilegios y beneficios espirituales concedidos por el Papa a los frailes, san Francisco de Paula, durante el Año santo 1500, maduró la idea de volver a hacer una nueva redacción de la Regla para los religiosos y de escribir una completamente nueva para los fieles que lo habían elegido como guía y maestro de vida espiritual. Los Terciarios Mínimos quisieron dar, al igual que los frailes, un testimonio particular de penitencia evangélica, que se concretó fundamentalmente en el restablecimiento de la antigua forma de la disciplina penitencial, afectada en el siglo XV por una profunda crisis.


Discursos 2001 119