Discursos 2001 125

125 En la historia plurisecular de las terceras órdenes seculares, la aprobación de vuestra Regla constituye un interesante signo de novedad. En efecto, nunca antes había sucedido que el mismo fundador redactara simultáneamente las Reglas de la primera orden y de la tercera, definiendo así, desde el principio, relaciones y carismas.

Como en todos los momentos de cambio, también hoy la Iglesia pide a los creyentes la conversión indispensable de las conciencias, única que puede garantizar la renovación de la sociedad. ¿No celebramos el gran jubileo del año 2000, concluido hace pocos meses, con el espíritu de la penitencia y la conversión?

2. Desde esta misma perspectiva os invito a conmemorar vuestro feliz centenario, redescubriendo el valor y la actualidad de vuestra Regla. Comienza con la invitación solemne a emprender seriamente el camino evangélico, garantía de auténtica felicidad: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (
Mt 19,17 cf. Regla, cap. I). Este es el punto de partida para quien decide imitar a Cristo, aceptando el radicalismo evangélico, que no se contenta con una honradez natural, sino que entraña opciones valientes, a menudo en contraste con la opinión común. Seguís así el ejemplo de vuestro fundador, al que la Iglesia indicó como imitador ardentísimo de nuestro Redentor (cf. Alejandro VI, Ad fructus uberes, 20 de mayo de 1502).

Muy adecuada se presenta hoy la propuesta penitencial de vuestra Regla, fundada en la espiritualidad "cuaresmal", verdadera novedad del carisma de la familia de los Mínimos, que compartís. Mi predecesor Alejandro VI, al aprobar simultáneamente vuestra Regla y la de los frailes de la primera orden, quiso mostrar a la Iglesia un estilo de vida basado en la penitencia, según el itinerario caracterizado por las enseñanzas saludables de fray Francisco de Paula (cf. Ad ea quae). Precisamente en el esfuerzo penitencial de conversión encontráis hoy la actualidad y la originalidad de vuestra misión eclesial.

La invitación a hacer penitencia, que Jesús dirigió al inicio de su predicación (cf. Mc Mc 1,15), implica que los bautizados están en el mundo sin ser del mundo. Por este motivo, vuestra Regla (cf. cap. IV) os impulsa, con las palabras del apóstol san Juan, al desapego afectivo del mundo: "No améis al mundo ni lo que hay en el mundo" (1Jn 2,15); y, con Santiago, os recuerda que "la amistad con el mundo es enemistad con Dios" (Jc 4,4). La exhortación explícita a evitar la usura, los contratos ilícitos y cualquier forma de avaricia (cf. Regla, cap. I) demuestra que vuestro fundador tenía ya entonces una percepción muy clara de los cambios que se estaban produciendo en la sociedad; esas transformaciones crearían, fuera de la perspectiva evangélica, los desequilibrios sociales y económicos de los que aún hoy nos lamentamos.

¡Qué útiles resultan también hoy las sabias sugerencias del ermitaño penitente Francisco de Paula: "La gloria de este mundo es falsa y las riquezas fugaces. Feliz aquel que piensa más en una vida buena que en una longeva; feliz aquel que se preocupa más por una conciencia pura que por una caja de caudales llena" (Regla, cap. IV).

3. El concilio Vaticano II destaca la necesidad de la libertad interior, que no aleja del compromiso en el mundo, de la voluntad de servirlo y salvarlo (cf. Gaudium et spes, cap. IV), siguiendo el ejemplo de Jesús (cf. Mt Mt 9,36). Más aún, precisamente en virtud de esa "distancia amorosa", los cristianos pueden dar razón de la esperanza que les da la fe en Jesús, único Salvador (cf. 1P 3,15), capacitándolos para ser "buenos samaritanos" en nuestra sociedad (cf. Pablo VI, Homilía con ocasión de la clausura del concilio ecuménico Vaticano II).

Todo esto implica sacrificio, porque exige mortificar y romper los vínculos que pueden convertirnos en esclavos del mal. De aquí deriva la importancia del combate espiritual, que se lleva a cabo en la oración, en la contemplación del rostro de Cristo y en la ascesis interior. Vuestro fundador os ha guiado por el camino de la ascesis, poniéndoos este compromiso espiritual como condición necesaria para pertenecer a su orden: "El que quiera militar por Dios en este género de vida debe dominar su carne" (Regla, cap. V). Y para confirmar las prescripciones de la Regla recordó las palabras del apóstol san Pablo: "Mortificad vuestros miembros terrenos" (Col 3,5), porque "si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis" (Rm 8,13).

El compromiso que os pide vuestra Regla no os encierra en una espiritualidad intimista; por el contrario, recurriendo a vuestra peculiar misión penitencial, os impulsa a compartir lo que es vuestro con los hermanos más necesitados. Todo bautizado está invitado a inspirarse en esta constante tensión religiosa de la Iglesia. San Francisco de Paula, seguidor e imitador de los antiguos Padres, unió muy sabiamente en un único escrito, en la Regla que os ha dejado, el ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia (cf. Regla, cap. V), dándoos así, en la unidad del carisma que compartís con los frailes y las monjas, la preferencia por el compromiso de una caridad activa.

Amadísimos Terciarios Mínimos, aceptad la invitación que dirigí a toda la Iglesia a practicar una nueva creatividad de la caridad (cf. Novo millennio ineunte NM 50), considerando las exigencias que ya habéis identificado en la búsqueda común realizada con los religiosos de la primera orden. No podemos recomenzar y remar mar adentro al inicio de este nuevo milenio sin estar más atentos a las necesidades de nuestros hermanos: "La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras" (ib.). Aprended de vuestro fundador la admirable síntesis entre la dimensión contemplativa y el testimonio de la caridad, que desarrolló mediante un apostolado de acogida de cuantos recurrían a él, esperando encontrar comprensión y comunión. Supo entrar en sintonía con todos los necesitados, afligidos en el cuerpo y en el alma.

4. La feliz celebración de este V centenario os brinda la oportunidad de ser protagonistas privilegiados de la nueva evangelización. No tengáis miedo a las dificultades, porque la Regla os indica los medios necesarios para ser fuertes y avanzar con seguridad. Os propone, ante todo, la oración como sacrificio de alabanza, que hay que ofrecer diariamente a Dios (cf. Regla, cap. II), para que os distingáis en el arte de la oración (cf. Novo millennio ineunte NM 32), que propuse a todas las comunidades cristianas, a fin de que la acción pastoral esté profundamente arraigada en la contemplación y en la oración (cf. ib., 15).

126 Vuestro código de vida recoge, además, la exhortación a cuidar el decoro de la conciencia con el sacramento de la reconciliación. Las expresiones usadas a este propósito conservan todo su atractivo, a pesar de referirse a una espiritualidad lejana de nuestro modo de sentir: "Jesús nazareno -escribe-, lleno de flores, cuya alegría consiste en estar con los hijos del hombre, se deleita con las flores de las virtudes" (Regla, cap. III). Recoge, por último, la invitación a participar en la Eucaristía, en la que encontráis la fuente de vuestra fidelidad. Las palabras de vuestro fundador merecen recordarse por su fuerza expresiva: "Que la escucha diaria de la misa sea para vosotros un consejo saludable, para que, con las armas de la pasión de Cristo, que se recuerda en la misa, seáis fuertes y firmes en la observancia de los mandamientos de Dios. Escuchando la misa rezaréis también para que la muerte de Cristo sea vuestra vida; su dolor, el alivio de vuestro dolor; y su fatiga, vuestro descanso eterno" (Regla, cap. III). Por tanto, al meditar largamente en vuestra Regla, encontraréis un nuevo impulso para dar más valor aún al sacramento de la reconciliación y a la misa dominical.

5. Así pues, que este V centenario os lleve a un redescubrimiento más íntimo del valioso código de vida espiritual que os ha dejado san Francisco de Paula. Hacedlo individualmente, como cristianos comprometidos en el mundo; y hacedlo como comunidad, testimoniando que es posible construir una fraternidad universal, según el proyecto divino. "Fraternidades" se llaman vuestras comunidades locales, en las que los hermanos están llamados a ser instrumentos de perdón, de reconciliación y de paz (cf. Regla, cap. VII).

Dado que compartís el mismo carisma con los frailes de la primera orden y con las monjas de la segunda orden, buscad con ellos formas de colaboración y comunión apostólica. La participación de una delegación vuestra en el último capítulo general de la primera orden ha coronado un meritorio camino iniciado ya hace algunos años, según cuanto sugerí y auguré al término del Sínodo sobre la vida consagrada (cf. Vita consecrata
VC 56). Proseguid por este camino compartiendo de forma aún más plena vuestro carisma común.

Que os acompañe la Virgen santísima, Madre de la Iglesia y apoyo de nuestra esperanza. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración y, a la vez que invoco sobre vuestros propósitos y vuestro compromiso la protección de vuestro fundador san Francisco de Paula y de vuestros santos patronos, también ellos Terciarios Mínimos, san Francisco de Sales y santa Juana de Valois, os bendigo de corazón.

Vaticano, 1 de mayo de 2001





                                                                                  Mayo de 2001






AL COLEGIO INTERNACIONAL DE SAN BERNARDO


Jueves 3 de mayo de 2001




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría os acojo y os doy a cada uno mi más cordial bienvenida. Saludo, en particular, al abad Ugo Gianluigi Tagni, al que agradezco las palabras con que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros.

Saludo y expreso mi estima cordial también a las religiosas Misioneras Hijas del Corazón de María, que, como madres y hermanas, asisten a los huéspedes del Colegio internacional, abierto por los monjes cistercienses con una laudable atención a las exigencias pastorales de la Iglesia. En él encuentran acogida sacerdotes y religiosos de diversas nacionalidades, que vienen a Roma para perfeccionar sus estudios frecuentando los diferentes centros académicos de la ciudad. El hecho de vivir juntos en un lugar tan adecuado a las exigencias de quienes están llamados a dedicarse al ministerio sacerdotal permite realizar un admirable intercambio de dones, sin duda útil para la futura actividad apostólica.

También el contacto con la espiritualidad típica de la orden monástica cisterciense permite aprovechar una ulterior posibilidad de formación espiritual y apostólica. Espero de corazón que cada uno de vosotros beba abundantemente de esta fuente, que ha alimentado a lo largo de los siglos numerosas experiencias de vida consagrada.

127 2. Como sabéis muy bien, la vida monástica se caracteriza por una constante tensión hacia la conversión. La Regla de san Benito, en la que se inspira la orden cisterciense, prescribe que el candidato a la vida monástica, en presencia de toda la comunidad, prometa, con la ayuda de Dios y de los santos protectores, una conversión sincera y radical (cf. Regla benedictina 58, 17). No es sólo un ejercicio propio del tiempo cuaresmal; debe constituir también la tensión del cristiano hacia una vida verdaderamente evangélica. Se trata, en otros términos, del esfuerzo sincero e ininterrumpido que los bautizados, y sobre todo los sacerdotes y los religiosos, deben realizar para tender a la santidad.

Quisiera recordar aquí lo que afirmé en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, es decir, que "es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (n. 31). Y esto vale más aún para vosotros, amadísimos hermanos ordenados para el servicio al pueblo cristiano. Jesús os pregunta, como a Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que estos?" (
Jn 21,15). Y espera vuestra respuesta, no sólo expresada con palabras, sino también, y sobre todo, con vuestras opciones diarias concretas.

En la escuela de la espiritualidad cisterciense se os impulsa a orientar toda vuestra existencia a la contemplación de Dios, según el consejo de san Benito: "No anteponer nada al amor de Cristo" (cf. Regla benedictina 4, 21 y 72, 11). La experiencia monástica os estimula, además, a practicar la Lectio divina, a celebrar juntos la liturgia de las Horas, sobre todo la Eucaristía diaria, y a prolongar en la adoración eucarística vuestra intimidad con el Señor. Que vuestra preocupación por el estudio no os aparte de esta inmersión cotidiana en Dios. En efecto, sólo de él podréis sacar la fuerza indispensable para el apostolado que os confiarán vuestros superiores cuando volváis a vuestras respectivas naciones y diócesis.

El que reza es un auténtico teólogo. Desde esta perspectiva, escribí en la citada carta apostólica Novo millennio ineunte: "Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Salvador del mundo, debemos mostrar a qué grado de interiorización puede llevar la relación con él" (n. 33).

3. De esta incesante contemplación, que lleva a una intimidad cada vez mayor con Dios, brotará la necesidad de comunión también entre vosotros y con vuestros hermanos. Procedéis de numerosas naciones e institutos religiosos: la variedad de ritos, culturas, experiencias y exigencias pastorales de vuestras comunidades o de vuestras Iglesias particulares constituye un importante patrimonio que tenéis que compartir y que debe impulsaros a amar cada vez más a la única Iglesia de Cristo. En efecto, el Señor os pide que sirváis a la Iglesia con vuestros diferentes carismas y actividades pastorales.

Ante vosotros resplandece el testimonio de multitud de santos que se han inspirado incesantemente en la fuente benedictina y cisterciense. Mirad en especial a san Bernardo, vuestro gran maestro espiritual, hombre de contemplación y acción. A propósito de las diversas órdenes religiosas, explicó con profunda sabiduría: "Todos tenemos necesidad unos de otros: el bien espiritual que yo no tengo y no poseo, lo recibo de los demás. (...) Y toda nuestra variedad, que manifiesta la riqueza de los dones de Dios, subsistirá en la única casa del Padre, que tiene muchas moradas.
Ahora hay división de gracias; entonces habrá distinción de gloria. La unidad, tanto aquí como allí, consiste en una misma caridad" (Apología a Guillermo de san Thierry, IV, 8: PL 182, 903-904).

Por tanto, que vuestro Colegio sea un Cenáculo: un lugar donde, permaneciendo en oración con María, la Madre de Jesús (cf. Hch Ac 1,14), tengáis un solo corazón y una sola alma (cf. Hch Ac 4,32). Una escuela de vida fraterna donde, como enseña san Benito (cf. Regla benedictina 72, 4 ss), todos procuren ayudarse mutuamente, soportando con suma paciencia las debilidades del otro.
Que nadie busque su propio bien, sino el de los demás, amando a su prójimo con amor casto. Este estilo de vida, esta experiencia de comunión entre sacerdotes y religiosos será una valiosa ayuda para vosotros en vuestras comunidades de proveniencia cuando, concluido el tiempo de vuestra formación aquí en Roma, emprendáis la obra a la que el Espíritu Santo os llame.

María, a la que queremos invocar como Mater boni consilii, vele sobre vuestros buenos propósitos y sobre toda vuestra actividad diaria. Queridos hermanos, recurrid siempre con confianza a ella y a su intercesión. Con estos sentimientos, os bendigo cordialmente a todos y a cada uno.





CEREMONIA DE BIENVENIDA EN EL PALACIO PRESIDENCIAL DE ATENAS


Viernes 4 de mayo de 2001


128 Señor presidente:

1. Le agradezco las cordiales palabras de bienvenida que me acaba de dirigir. Me alegra mucho esta oportunidad de saludarlo y de saludar cordialmente, a través de usted, a los miembros del Gobierno y de las representaciones diplomáticas. Señor presidente, conservo un vivo recuerdo de su visita al Vaticano el pasado mes de enero y le agradezco su invitación a venir a Grecia.
Asimismo, a través de usted, saludo cordialmente a todo el pueblo de su país, deseando reconocer de alguna manera la deuda que todos tenemos con respecto a Grecia. En efecto, nadie puede ignorar la influencia duradera que su historia única y su cultura han tenido sobre la civilización europea y también sobre la del mundo entero.

El año pasado los cristianos celebraron por doquier el bimilenario del nacimiento de Cristo. Yo tenía un deseo intenso de poner de relieve ese acontecimiento dirigiéndome como peregrino a los lugares vinculados a la historia de la salvación. Ese deseo se hizo realidad en mi peregrinación al monte Sinaí y a Tierra Santa. Ahora vengo como peregrino a Grecia, tras las huellas de san Pablo, cuya importante figura domina los dos milenios de la historia cristiana y cuyo recuerdo ha quedado grabado para siempre en la tierra de este país. Aquí, en Atenas, san Pablo fundó una de las primeras comunidades de su periplo en Occidente y de su misión en el continente europeo; aquí trabajó incansablemente para dar a conocer a Cristo; aquí sufrió por el anuncio del Evangelio; y no puedo menos de recordar que fue aquí, en la ciudad de Atenas, donde por primera vez se entabló el diálogo entre el mensaje cristiano y la cultura helénica, diálogo que ha modelado de modo duradero la civilización europea.

2. Mucho tiempo antes de la era cristiana, la influencia de Grecia estaba muy extendida. Incluso en la literatura bíblica, los últimos libros del Antiguo Testamento, algunos de los cuales se escribieron en griego, están profundamente marcados por la cultura helénica. La traducción griega del Antiguo Testamento, conocida con el nombre de los Setenta, ejerció un gran influjo en la antigüedad. El mundo con el que Jesús entró en contacto estaba muy impregnado de cultura griega. Por lo que atañe a los textos del Nuevo Testamento, se divulgaron en griego, lo cual permitió que se difundieran más rápidamente. Sin embargo, no se trataba de una simple cuestión lingüística; los primeros cristianos recurrieron también a la cultura griega para transmitir el mensaje evangélico.

Ciertamente, los primeros encuentros entre los cristianos y la cultura griega fueron difíciles, como lo demuestra la acogida que dispensaron a san Pablo cuando fue a predicar al Areópago (cf. Hch
Ac 17,16-34). Aun respondiendo a la espera profunda del pueblo ateniense que buscaba al Dios verdadero, no le resultó fácil anunciar a Cristo muerto y resucitado, en el que se encuentran el sentido pleno de la vida y el término de toda experiencia religiosa. Corresponderá a los primeros apologistas, como el mártir san Justino, mostrar que es posible un encuentro fecundo entre la razón y la fe.

3. Una vez superada la desconfianza inicial, los escritores cristianos comenzaron a considerar la cultura griega como aliada, más que como enemiga, y surgieron grandes centros del cristianismo helénico en la cuenca del Mediterráneo.

Hojeando las intensas páginas de san Agustín de Hipona y de Dionisio el Areopagita, vemos que la teología y la mística cristianas tomaron elementos del diálogo con la filosofía platónica. Autores como san Gregorio Nacianceno, que estaban impregnados de retórica griega, fueron capaces de crear una literatura cristiana digna de su pasado clásico. Progresivamente, el mundo helénico se hizo cristiano y la cristiandad, en cierto sentido, se hizo griega. Luego nacieron la cultura bizantina en Oriente y la cultura medieval en Occidente, ambas igualmente impregnadas de fe cristiana y de cultura griega. No puedo menos de mencionar aquí la labor de santo Tomás, que, releyendo la obra de Aristóteles, propuso una síntesis teológica y filosófica magistral.

La gran pintura de Rafael titulada La escuela de Atenas, que se encuentra en el palacio del Vaticano, muestra claramente la contribución que la escuela de Atenas dio al arte y a la cultura del Renacimiento, período en el que se llegó a una gran simbiosis entre la Atenas clásica y la cultura de la Roma cristiana.

4. El helenismo se caracteriza por una atención pedagógica hacia la juventud. Platón insistía en la necesidad de formar el espíritu de los jóvenes en el bien y en la honradez, así como en el respeto de los principios divinos. ¡Cuántos filósofos y autores griegos, comenzando por Sócrates, Esquilo y Sófocles, invitaron a sus contemporáneos a vivir "según las virtudes"! San Basilio y san Juan Crisóstomo alabaron el valor de la tradición pedagógica griega por su interés en desarrollar el sentido moral de los jóvenes, ayudándoles a elegir libremente el bien.

Las líneas fundamentales de esta larga tradición siguen siendo válidas para los hombres y los jóvenes de nuestro tiempo. Entre los elementos más seguros están los aspectos morales contenidos en el juramento de Hipócrates, que pone de relieve el principio del respeto incondicional a la vida humana en el seno materno.

129 Grecia es también el país en donde nacieron dos grandes tradiciones deportivas: los juegos olímpicos y el maratón. A través de estas competiciones se expresa una idea significativa de la persona humana, en armonía entre la dimensión espiritual y la corporal, mediante un esfuerzo moderado, impregnado de valores morales y civiles. No podemos por menos de alegrarnos al ver que se perpetúan estas competiciones, que siguen creando estrechos vínculos entre los pueblos de toda la tierra.

5. La inculturación del Evangelio en el mundo griego sigue siendo un ejemplo para toda inculturación. En las relaciones con la cultura griega, el anuncio del Evangelio debió realizar esfuerzos de discernimiento atento para acoger y valorar todos sus elementos positivos, rechazando al mismo tiempo los aspectos incompatibles con el mensaje cristiano. Aquí tenemos un desafío permanente para el anuncio evangélico en su encuentro con las culturas y con los procesos de globalización. Todo ello nos invita a un diálogo respetuoso y franco, y exige nuevas formas de solidaridad que el amor evangélico puede inspirar, haciendo realidad el ideal griego de la cosmópolis, con vistas a un mundo realmente unido, impregnado de justicia y fraternidad.

Estamos en un tiempo decisivo de la historia europea. Espero vivamente que la Europa que está naciendo prosiga de forma renovada y creativa esta larga tradición de encuentro entre la cultura griega y el cristianismo, demostrando que no se trata de vestigios de un mundo desaparecido, sino que allí se encuentran las verdaderas bases del auténtico progreso humano que anhela nuestro mundo.

En el frontispicio del templo de Delfos están grabadas las palabras: "Conócete a ti mismo". Por ello, invito a Europa a conocerse a sí misma cada vez más a fondo. Ese conocimiento de sí misma sólo lo logrará si investiga nuevamente las raíces de su identidad, raíces que se hunden profundamente en la herencia helénica clásica y en la herencia cristiana, que llevaron al nacimiento de un humanismo fundado en la percepción de que toda persona humana ha sido creada desde su origen a imagen y semejanza de Dios.

6. La geografía y la historia han situado a su país, señor presidente, entre el Oriente y el Occidente, lo cual significa que la vocación natural de Grecia consiste en construir puentes y promover una cultura del diálogo. Hoy eso es fundamental para el futuro de Europa. Numerosos muros se han derrumbado recientemente, pero otros siguen en pie. La tarea de la unificación entre la parte oriental y la occidental de Europa sigue siendo compleja; y queda aún mucho por hacer para llegar a la armonía entre los cristianos de Oriente y de Occidente, a fin de que la Iglesia pueda respirar con sus dos pulmones. Todo creyente debe sentirse comprometido en la consecución de este objetivo. La Iglesia católica que está en Grecia desea participar lealmente en la promoción de esta noble causa, que tiene repercusiones positivas también en el campo social.

Desde este punto de vista, dan una contribución significativa las escuelas, donde se forman las nuevas generaciones. La escuela es por excelencia un lugar de integración de jóvenes de horizontes diferentes. La Iglesia católica, en armonía con las demás Iglesias y confesiones religiosas, desea colaborar con todos los ciudadanos en la educación de la juventud. Quiere proseguir su larga experiencia educativa en su país, sobre todo a través de la acción de los Hermanos Maristas y de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, de las religiosas Ursulinas y de las Hermanas de San José. Estas diferentes familias religiosas han demostrado que saben educar, con delicadeza y respetando las tradiciones culturales de los jóvenes que se les confían, a hombres y mujeres, para que sean verdaderos griegos entre los griegos.

Al final de nuestro encuentro, le agradezco de nuevo vivamente, señor presidente, su acogida y al mismo tiempo expreso mi gratitud a todos los que han permitido la realización de mi peregrinación tras las huellas de san Pablo. Pido a Dios que derrame cada vez más sus abundantes bendiciones sobre los habitantes de su país, para que, en el decurso del tercer milenio, Grecia siga ofreciendo nuevos y admirables dones al continente europeo y a la familia de las naciones.






A SU BEATITUD CRISTÓDULOS


ARZOBISPO DE ATENAS Y DE TODA GRECIA


Viernes 4 de mayo de 2001

Beatitud;
venerables miembros del Santo Sínodo;
reverendísimos obispos de la Iglesia ortodoxa de Grecia:
130

Christós anésti!

1. En la alegría de la Pascua, os saludo con las palabras del apóstol san Pablo a la Iglesia de Tesalónica: "el Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todos los órdenes" (2Th 3,16).

Me complace mucho encontrarme con usted, Beatitud, en esta sede primada de la Iglesia ortodoxa de Grecia. Saludo con afecto a los miembros del Santo Sínodo y a toda la jerarquía. Saludo al clero, a las comunidades monásticas y a los fieles laicos de esta noble tierra. ¡La paz esté con todos vosotros!

2. Ante todo deseo expresaros el afecto y la estima de la Iglesia de Roma. Compartimos la fe apostólica en Jesucristo, Señor y Salvador. Tenemos en común la herencia apostólica y el vínculo sacramental del bautismo y, por consiguiente, todos somos miembros de la familia de Dios, llamados a servir al único Señor y a anunciar su Evangelio al mundo. El concilio Vaticano II exhortó a los católicos a considerar a los miembros de las demás Iglesias "como hermanos en el Señor" (Unitatis redintegratio UR 3), y este vínculo sobrenatural de fraternidad entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Grecia es fuerte y permanente.

Ciertamente, llevamos el peso de controversias pasadas y actuales, y de incomprensiones persistentes. Sin embargo, con espíritu de caridad recíproca, podemos y debemos superarlas porque eso es lo que el Señor nos pide. Obviamente hace falta un proceso liberador de purificación de la memoria. Por las ocasiones pasadas y presentes, en las que los hijos e hijas de la Iglesia católica han pecado de obra u omisión contra sus hermanos ortodoxos, ¡que el Señor nos conceda el perdón que le suplicamos!

Algunos recuerdos son particularmente dolorosos, y algunos acontecimientos del pasado lejano han dejado profundas heridas en la mente y en el corazón de las personas hasta hoy. Pienso en el desastroso saqueo de la ciudad imperial de Constantinopla, que fue durante mucho tiempo bastión de la cristiandad en Oriente. Es trágico que los asaltantes, que habían prometido garantizar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa, luego se volvieran contra sus hermanos en la fe. El hecho de que fueran cristianos latinos llena a los católicos de profundo pesar. No podemos por menos de ver allí el mysterium iniquitatis actuando en el corazón humano. Sólo a Dios toca juzgar y, por eso, encomendamos la pesada carga del pasado a su misericordia infinita, suplicándole que cure las heridas que aún causan sufrimiento al espíritu del pueblo griego. Debemos colaborar en esta curación si queremos que la Europa que está surgiendo sea fiel a su identidad, que es inseparable del humanismo cristiano compartido por Oriente y Occidente.

3. En este encuentro, deseo garantizarle, Beatitud, que la Iglesia de Roma contempla con sincera admiración a la Iglesia ortodoxa de Grecia por el modo como ha conservado su patrimonio de fe y vida cristiana. El nombre de Grecia resuena dondequiera que se anuncia el Evangelio. Los nombres de sus ciudades son conocidos por los cristianos en todas partes, puesto que los leen en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas de san Pablo.Desde la época apostólica hasta hoy, la Iglesia ortodoxa de Grecia ha sido una fuente rica de la que también la Iglesia de Occidente ha bebido para su liturgia, su espiritualidad y su jurisprudencia (cf. Unitatis redintegratio, UR 14). Los santos Padres, intérpretes privilegiados de la tradición apostólica, y los concilios, cuyas enseñanzas son un elemento vinculante de toda la fe cristiana, constituyen un patrimonio de la Iglesia entera. La Iglesia universal no podrá olvidar nunca lo que el cristianismo griego le ha dado, ni deja de dar gracias por la influencia duradera de la tradición griega.

El concilio Vaticano II recordó a los católicos el amor que la Iglesia ortodoxa tiene por la liturgia, a través de la cual los fieles "entran en comunión con la santísima Trinidad, y se hacen "partícipes de la naturaleza divina"" (ib., 15). La Iglesia ortodoxa de Grecia, en el culto litúrgico tributado a Dios a lo largo de los siglos, en el anuncio del Evangelio incluso en tiempos oscuros y difíciles, y en la presentación de una inquebrantable didascalia, inspirada en las Escrituras y en la gran Tradición de la Iglesia, ha engendrado multitud de santos que interceden por todo el pueblo de Dios ante el trono de Gracia. En los santos vemos realizado el ecumenismo de la santidad que, con la ayuda de Dios, nos llevará a la comunión plena, que no es ni absorción ni fusión, sino encuentro en la verdad y en el amor (cf. Slavorum apostoli, 27).

4. Por último, Beatitud, deseo expresar la esperanza de que podamos avanzar juntos por las sendas del reino de Dios. En 1965, el patriarca ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI, con un acto conjunto, cancelaron y borraron de la memoria y de la vida de la Iglesia la sentencia de excomunión entre Roma y Constantinopla. Ese gesto histórico es una invitación a trabajar cada vez con mayor empeño con vistas a la unidad, que es la voluntad de Cristo.La división entre los cristianos es un pecado ante Dios y un escándalo ante el mundo. Es un obstáculo a la difusión del Evangelio, puesto que hace menos creíble nuestro anuncio. La Iglesia católica está convencida de que debe hacer todo lo posible para "preparar el camino del Señor" y "enderezar sus sendas" (Mt 3,3) y comprende que es preciso hacerlo juntamente con los demás cristianos, en diálogo fraterno, en cooperación y en oración. Si algunos modelos de reunión del pasado no corresponden ya al impulso hacia la unidad que el Espíritu Santo ha suscitado recientemente por doquier en los cristianos, todos debemos estar más abiertos y atentos a lo que el Espíritu dice ahora a las Iglesias (cf. Ap Ap 2,11).

En este tiempo pascual, pienso en el encuentro que se produjo en el camino a Emaús. Sin saberlo, los dos discípulos estaban caminando con el Señor resucitado, el cual se convirtió en su maestro al interpretarles las Escrituras, "empezando por Moisés y continuando por todos los profetas" (Lc 24,27). Sin embargo, al inicio no captaron su enseñanza. Sólo comprendieron cuando se abrieron sus ojos y lo reconocieron. Luego reconocieron la fuerza de sus palabras, diciéndose mutuamente: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). La búsqueda de reconciliación y comunión plena significa que también nosotros debemos escrutar las Escrituras para ser instruidos por Dios (cf. 1Th 4,9).

Beatitud, con fe en Jesucristo, "el primogénito de entre los muertos" (Col 1,18) y con espíritu de caridad fraterna y viva esperanza, deseo asegurarle que la Iglesia católica está irrevocablemente comprometida en el camino de unidad con todas las Iglesias. Sólo así el único pueblo de Dios resplandecerá en el mundo como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium LG 1).





ENCUENTRO CON LOS OBISPOS CATÓLICOS EN LA NUNCIATURA DE ATENAS



Discursos 2001 125