Discursos 2001 131

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Viernes 4 de mayo de 2001

Amadísimos prelados católicos de Grecia:

1. Este encuentro reviste para mí una importancia y un significado muy particulares. Por esta razón lo esperaba con gran ilusión. Con vosotros me unen los vínculos de comunión más fuerte. Vosotros sois, de una forma más íntima, mi familia en Grecia, y en esta dimensión de intimidad quisiera dirigiros mi palabra desde lo más profundo de mi corazón.

Ante todo quiero manifestaros mi afecto de padre y hermano, y la admiración sincera que siento por vosotros, que custodiáis la grey de la Iglesia católica en condiciones a menudo muy difíciles. En muchas ocasiones cuidáis de comunidades pequeñas y dispersas, y sois sus pastores en el sentido más auténtico del término. Con vuestra persona y vuestro ministerio fortalecéis el vínculo de unidad visible, y sois la voz de la predicación de la Palabra y los primeros dispensadores de la vida sacramental para las comunidades católicas de este país. Y precisamente por lo costoso de estos contactos, sois particularmente amados por vuestros fieles y vuestras visitas constituyen motivo de gran alegría espiritual. En esta dimensión de un episcopado itinerante hay algo que recuerda la antigüedad cristiana, de la que esta tierra de Grecia es testimonio vivo.

2. En esta tierra viven hermanos y hermanas de la Iglesia ortodoxa, a los que nos une un fortísimo vínculo de fe en el Señor común. ¡Cuánto quisiéramos que todos los corazones se abrieran, y que los brazos se extendieran de par en par para acoger el saludo fraterno de la paz! ¡Cuánto soñamos que los pastores de esta tierra ilustre, sea que pertenezcan a la Iglesia ortodoxa o a la católica, una vez superadas las dificultades del pasado y afrontando con valentía y espíritu de caridad las del presente, se sintieran juntamente responsables de la única Iglesia de Cristo y de su credibilidad a los ojos del mundo!

Si en el pasado algunas vicisitudes históricas, vinculadas a mentalidades y costumbres del tiempo, alejaron los corazones, la memoria es para el cristiano ante todo el sagrario que conserva el testimonio vivo del Resucitado. La memoria es lo que hace posible la Tradición, a la que tanto deben nuestras Iglesias; a la memoria está confiado el Sacramento, que es garantía de la gracia operante: "Haced esto en memoria mía", nos exhorta el Señor en la última Cena.

La memoria es para el cristiano un sagrario demasiado alto y noble como para ser contaminado por el pecado de los hombres. Ciertamente, el pecado puede herir dolorosamente el tejido de la memoria, pero no rasgarlo: ese tejido es como la túnica inconsútil del Señor Jesús, que nadie se atrevió a romper.

Queridos hermanos míos, trabajemos incansablemente para que la memoria llegue a hacer resplandecer las maravillas que Dios ha realizado en nosotros; elevemos la mirada por encima de las mezquindades y las culpas, y contemplemos en el cielo el trono del Cordero, donde hombres de todo pueblo y raza, con vestiduras blancas, cantan la liturgia eterna de alabanza. Allí contemplan el rostro de Dios, ya no "per speculum et in aenigmate", sino como es realmente. Allá arriba la memoria deja espacio a la plenitud, en la que ya no hay lágrimas ni muerte, porque lo viejo ha pasado.

3. Vosotros sois obispos de frontera: precisamente por las condiciones particulares en las que vivís, vuestra sensibilidad se hace exigente, y quisierais que los obstáculos que se oponen a la unión plena, y que tanto sufrimiento suscitan en vosotros y en vuestros fieles, se superaran rápidamente. Y así, mientras subrayáis vuestros justos derechos, estimuláis a la Iglesia católica, a veces con impaciencia, a realizar pasos que puedan mostrar cada vez más decididamente las bases comunes que unen a las antiguas Iglesias de Cristo.

Os agradezco esta celosa solicitud, que implica gran generosidad. Os aseguro que comparto el mismo anhelo ardiente que experimentáis, para que cuanto antes la unidad de la Iglesia llegue a hacerse visible en su totalidad. Y concuerdo con vosotros en que es preciso proseguir los esfuerzos que el concilio Vaticano II quiso impulsar con vigor y fortalecer, a fin de que la Iglesia católica se prepare, en su articulación interna de experiencia diaria, para poner cada vez con más empeño las bases para una mejor comprensión con los hermanos de las demás Iglesias, que mientras tanto seguramente realizarán la parte que les corresponde en la búsqueda de la comunión.

Pero vosotros sabéis también que las maduraciones requieren tiempos largos, asimilaciones prudentes, confrontaciones francas y prolongadas. Eso supone el ejercicio de la paciencia de la caridad, para que el clero y los fieles puedan asimilar y seguir con gradualidad los cambios necesarios, comprendiéndolos desde dentro y también promoviéndolos ellos mismos. Y no conviene olvidar tampoco que, después de las dolorosas separaciones del pasado, la Iglesia católica ha acumulado una experiencia y esclarecido algunos aspectos de la fe de modo específico
132 . El Espíritu Santo nos pide que todo esto sea revisado, que se puedan adoptar nuevas formas -o tal vez antiguas formas redescubiertas-, pero con la certeza de que no se pierde, ni siquiera se pone en la sombra, nada del depósito de la fe. Este doble esfuerzo de apertura y fidelidad ha inspirado mi pontificado. Estoy seguro de que también está en la base de vuestros deseos y de vuestras aspiraciones.

4. Durante vuestra visita "ad limina" de 1999 quise daros algunas indicaciones concretas, incluso de orden pastoral, que no creo necesario recordar aquí: me parecen aún válidas y podéis tenerlas en cuenta a la hora de elaborar vuestros proyectos en favor del pueblo que os ha sido confiado. Lo que me apremia subrayar hoy es que el Papa está aquí, con vosotros, en esta misma tierra, para expresaros una solidaridad también física, una estima auténtica y afectuosa, una cercanía incansable en el recuerdo y en la oración.

Quisiera poder encontrarme con cada uno de los amados hijos e hijas de la Iglesia católica. Mi peregrinación tras las huellas de san Pablo me lleva a encontrarme con comunidades vivas. Me alegra orar con ellas y celebrar con ellas la comunión con el Resucitado y entre nosotros. Ante todo abrazo junto con vosotros a los presbíteros y a los diáconos, que custodian, alimentan y fortalecen en la fe y en la caridad a las comunidades que se les han confiado, juntamente con los religiosos y las religiosas, cuya presencia es esencial para la Iglesia católica en Grecia. No olvidemos nunca que estas tierras de testimonio antiguo son santuarios de la fe, y que de los tesoros del pasado es preciso sacar fuerza espiritual para desempeñar en el mundo de hoy nuestro ministerio.

A los jóvenes les deseo que afronten con confianza el camino de la nueva Grecia, cada vez más vivamente integrada en Europa, cada vez más cosmopolita y, por tanto, necesariamente abierta al diálogo y al reconocimiento de los derechos de todos, pero también expuesta a los peligros de una secularización desenfrenada, que tiende a secar la savia vital que da lozanía al alma y esperanza a la persona humana. A los ancianos y a los enfermos, particularmente cercanos a la cruz del Señor, quisiera manifestarles toda la misericordiosa fraternidad de la Iglesia.

5. Queridos y amados hermanos, en la multiplicidad de las situaciones pastorales y rituales, vosotros representáis la variedad en la unidad dentro de la Iglesia católica. Y la Iglesia católica entera os testimonia hoy, en mi persona, su solidaridad y su amor. No os sintáis solos; no perdáis la esperanza: el Señor ciertamente reserva consolaciones inesperadas a quienes se encomiendan a él. Actuad siempre unidos, con la dulzura de la caridad y la valentía de la verdad.

Tened la seguridad de que el Papa os recuerda y os sigue día a día, y cotidianamente eleva por vosotros su oración, de hoy en adelante corroborada por la alegría de este encuentro.
A vosotros y a vuestras comunidades os imparto mi afectuosa bendición.





VISITA A LA CATEDRAL CATÓLICA DE SAN DIONISIO


Viernes 4 de mayo de 2001

Queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Agradezco ante todo a monseñor Fóscolos, arzobispo de los católicos de Atenas y presidente de la Conferencia episcopal, su acogida cordial y sus esfuerzos con vistas a la realización de mi peregrinación tras las huellas de san Pablo.

133 Me alegra la presencia de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos en la catedral de San Dionisio. Como recordó el concilio Vaticano II, estas asambleas son particularmente significativas. En efecto, "es necesario que todos concedan gran importancia a la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones" (Sacrosanctum Concilium, SC 41), presididas por el obispo rodeado de su presbiterio, que forma a su alrededor "una preciosa corona espiritual" (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios, 13, 1).

Esta catedral está puesta bajo la protección de san Dionisio, el cual fue uno de los primeros griegos convertidos al escuchar la predicación de san Pablo sobre la resurrección. Ojalá que todos acojáis este misterio de la salvación, para vivirlo y ser sus testigos con vuestros hermanos, en un espíritu de acogida recíproca, de solidaridad y de caridad cristiana. San Dionisio es también considerado por la tradición un gran hombre espiritual. Recordad siempre que la vida en intimidad con Cristo fortalece la fe e infunde audacia para la misión. No tengáis miedo de transmitir a los jóvenes la buena nueva de Cristo, para permitirles edificar su vida personal y comprometerse en la Iglesia y en el mundo. En particular, vuestras comunidades necesitan que haya jóvenes que acepten seguir a Cristo de modo radical en el sacerdocio y en la vida consagrada. Promoved las vocaciones.

Que el Señor os guíe a lo largo del camino. Que la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, sea para vosotros un ejemplo de vida cristiana, con humilde disponibilidad a la llamada de Dios y gran deseo de servir al prójimo. A todos vosotros, a vuestras familias y a vuestras comunidades imparto una afectuosa bendición apostólica.





DECLARACIÓN COMÚN DEL PAPA JUAN PABLO II


Y DEL PATRIARCA ORTODOXO CRISTÓDULOS




Nosotros, Papa Juan Pablo II, Obispo de Roma, y Cristódulos, Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, ante el bema (podio) del Areópago, desde el cual san Pablo, el gran Apóstol de los gentiles, "Apóstol por vocación, escogido para anunciar el Evangelio de Dios" (Rm 1,1), predicó a los atenienses el único Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y los invitó a la fe y a la conversión, queremos declarar juntos:

1. Damos gracias a Dios por nuestro encuentro y por nuestra recíproca comunicación, en esta ilustre ciudad de Atenas, sede primada de la Iglesia apostólica ortodoxa de Grecia.

2. Repetimos con una sola voz y un solo corazón las palabras del Apóstol de los gentiles: "Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio" (1Co 1,10). Elevamos oraciones para que todo el mundo cristiano escuche esta exhortación, a fin de que reine la paz entre "cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro" (1 Co 1, 2). Condenamos todo recurso a la violencia, al proselitismo y al fanatismo en nombre de la religión. Creemos firmemente que las relaciones entre los cristianos, en todas sus manifestaciones, deben caracterizarse por la honradez, la prudencia y el conocimiento de los problemas que se afrontan.

3. Observamos que la evolución social y científica del hombre no ha ido acompañada de una investigación más profunda del sentido y del valor de la vida, que en cada instante es don de Dios, ni de un aprecio análogo de la dignidad única del hombre, hecho a imagen y semejanza del Creador. Además, el desarrollo económico y tecnológico no pertenece por igual a toda la humanidad, sino sólo a una pequeñísima porción de ella. Por otra parte, la mejora del nivel de vida no ha implicado la apertura del corazón de los hombres a sus semejantes que tienen hambre y están desnudos. Estamos llamados a trabajar juntos para que triunfe la justicia, para socorrer a los necesitados y para ayudar a los que sufren, teniendo siempre presentes las palabras de san Pablo: "El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,17).

4. Nos angustia ver que guerras, matanzas, tortura y martirio constituyen para millones de hermanos nuestros una terrible realidad diaria. Nos comprometemos a procurar que en todo el mundo reine la paz, se respete la vida y la dignidad del hombre, y se tenga solidaridad con los necesitados. Nos alegra sumar nuestra voz a las muchas voces que en el mundo entero, con ocasión de los Juegos olímpicos que se celebrarán en Grecia el año 2004, han manifestado la esperanza de que se recupere la antigua tradición griega de la Tregua olímpica, según la cual se deben interrumpir todas las guerras y deben cesar el terrorismo y la violencia.

5. Seguimos atentamente y con preocupación la así llamada globalización y deseamos que dé buenos frutos. Sin embargo, queremos subrayar que tendrá consecuencias perniciosas si no se logra, con plena sinceridad y eficacia, lo que se podría definir la "globalización de la fraternidad" en Cristo.

6. Nos alegramos del éxito y del progreso de la Unión europea. La unidad del continente europeo en una sola entidad civil, sin que los pueblos que la forman pierdan su autoconciencia nacional, sus tradiciones y su identidad, fue la concepción de sus pioneros. Con todo, la tendencia emergente a transformar algunos países europeos en Estados secularizados, sin referencia alguna a la religión, constituye una involución y una negación de su herencia espiritual. Estamos llamados a intensificar nuestros esfuerzos para que se logre la unificación de Europa. Debemos hacer todo lo posible para que se conserven invioladas las raíces cristianas de Europa y su alma cristiana.

Con esta Declaración común, nosotros, Papa Juan Pablo II, Obispo de Roma, y Cristódulos, Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, deseamos que "Dios mismo, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús orienten nuestros pasos, a fin de que podamos progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos" (cf. 1Th 3,11-13). Amén.

134 Areópago de Atenas, 4 de mayo de 2001





CEREMONIA DE BIENVENIDA - AEROPUERTO INTERNACIONAL DE DAMASCO




Sábado 5 de mayo de 2001



Señor presidente;
miembros del Gobierno;
hermanos patriarcas y obispos;
ilustres señoras y señores:

1. A mi llegada a Damasco, esta "perla de Oriente", soy consciente de que visito una tierra muy antigua, que ha desempeñado un papel vital en la historia de esta parte del mundo. Su contribución literaria, artística y social al florecimiento de la cultura y de la civilización es muy conocida. Le expreso mi gratitud a usted, señor presidente, y a los miembros del Gobierno, por haber hecho posible mi visita a Siria y le agradezco las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido.
Saludo a las autoridades civiles, políticas y militares que han tenido la amabilidad de estar aquí presentes, así como a los ilustres miembros del Cuerpo diplomático.

Vengo como peregrino de fe, prosiguiendo mi peregrinación jubilar a algunos de los lugares vinculados de modo especial a la autorrevelación de Dios y a sus acciones salvíficas (cf. Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación, 1). Hoy Dios me permite continuar esta peregrinación aquí, en Siria, en Damasco, y saludaros a todos vosotros con amistad y fraternidad. Saludo a los patriarcas y obispos que se encuentran aquí, en representación de la comunidad cristiana siria. Dirijo un saludo afectuoso a todos los seguidores del islam que viven en esta noble tierra. ¡La paz esté con todos vosotros!

2. En realidad, mi peregrinación jubilar con motivo del bimilenario del nacimiento de Jesucristo comenzó el año pasado con la conmemoración de Abraham, al que la llamada de Dios llegó cerca de aquí, en la región de Harán. Seguidamente, viajé al monte Sinaí, donde Dios dio a Moisés los diez Mandamientos. Y luego realicé mi inolvidable visita a Tierra Santa, donde Jesús llevó a cabo su misión salvífica y fundó su Iglesia. Ahora mi pensamiento y mi corazón se vuelven hacia la figura de Saulo de Tarso, el gran apóstol Pablo, cuya vida quedó transformada para siempre en el camino de Damasco. Mi ministerio de Obispo de Roma está vinculado de forma especial al testimonio de san Pablo, coronado por el martirio en Roma.

3. No puedo olvidar la magnífica contribución que Siria y la región limítrofe han dado a la historia del cristianismo. Desde el inicio del cristianismo se fundaron aquí comunidades florecientes. En el desierto sirio floreció el monacato cristiano, y nombres de sirios como san Efrén y san Juan Damasceno están grabados para siempre en la memoria cristiana. Algunos de mis predecesores nacieron en esta región.

135 Pienso también en el gran influjo cultural del islam sirio, que bajo la guía de los califas omeyas llegó hasta las costas más lejanas del Mediterráneo. Hoy, en un mundo cada vez más complejo e interdependiente, es necesario un nuevo espíritu de diálogo y cooperación entre cristianos y musulmanes. Juntos adoramos al Dios único e indivisible, al Creador de todo lo que existe. Juntos debemos proclamar al mundo que el nombre del único Dios es "un nombre de paz y un imperativo de paz" (Novo millennio ineunte NM 55).

4. Mientras la palabra "paz" resuena en nuestro corazón, no podemos menos de pensar en las tensiones y conflictos que desde hace tiempo afligen a la región de Oriente Próximo. A menudo se han suscitado esperanzas, que luego han acabado ahogadas por nuevas olas de violencia. Usted, señor presidente, ha dicho con acierto que una paz justa y global es lo que más interesa a Siria.
Confío en que, bajo su guía, Siria no escatime esfuerzos para fomentar una armonía y una cooperación cada vez mayores entre los pueblos de la región, que no sólo producirían beneficios duraderos a su tierra, sino también a los demás países árabes y a toda la comunidad internacional.
Como dije públicamente en otras ocasiones, ya es tiempo de "volver a los principios de la legalidad internacional: prohibición de la apropiación de territorios por la fuerza, derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, respeto de las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas y de las convenciones de Ginebra, por citar sólo los más importantes" (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 13 de enero de 2001, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de enero de 2001, p. 3).

Todos sabemos que la paz en realidad sólo se puede conseguir si se da una nueva actitud de entendimiento y respeto entre los pueblos de la región, entre los seguidores de las tres religiones que veneran a Abraham. Paso a paso, con perspicacia y valentía, los líderes políticos y religiosos de la región deben crear las condiciones para el desarrollo al que sus pueblos tienen derecho, después de tanto conflicto y sufrimiento. Entre estas condiciones, es importante que mejore el modo como se ven mutuamente los pueblos de la región y que en todos los niveles de la sociedad se enseñen y promuevan los principios de una coexistencia pacífica. En este sentido, mi peregrinación es también una ardiente oración de esperanza: una esperanza de que entre los pueblos de la región el miedo se transforme en confianza, y el desprecio, en estima mutua; de que la fuerza ceda el lugar al diálogo; y de que prevalezca el deseo auténtico de contribuir al bien común.

5. Señor presidente, la amable invitación que usted, el Gobierno y el pueblo de Siria me han dirigido, y la cordial acogida que me han dispensado aquí hoy, son signos de que compartimos la convicción de que la paz y la cooperación son efectivamente nuestra aspiración común. Aprecio sinceramente vuestra hospitalidad, tan característica de esta tierra antigua y bendita. Dios todopoderoso os conceda felicidad y larga vida, y bendiga a Siria con prosperidad y paz. ¡La paz esté con vosotros!





ENCUENTRO ECUMÉNICO EN LA CATEDRAL GRECO-ORTODOXA


Sábado 5 de mayo de 2001

Beatitud Ignace;
Santísimo Padre Zakka;
Beatitud Grégoire III;
queridos obispos y dignatarios de las Iglesias y de las comunidades eclesiales
136 de Siria y de otros países, os agradezco vuestra presencia
y os acojo en esta asamblea como hermanos, peregrinos unidos.

1. "Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor" (
Ac 11,23). Así fue la admiración y el gozo del Apóstol en Antioquía, adonde había sido enviado por la Iglesia de Jerusalén. Y así también es hoy mi alegría y mi mensaje. En efecto, esta visita a Siria me trae a la memoria la aurora de la Iglesia, el tiempo de los Apóstoles y de las primeras comunidades cristianas. Completa las peregrinaciones a la tierra bíblica que pude realizar al principio del año 2000, y me brinda también la feliz ocasión de reunirme con vosotros en Siria y devolveros las visitas que habéis hecho a la Iglesia y al Obispo de Roma.

En esta catedral, dedicada a la Dormición de la Virgen María, quisiera saludar muy particularmente al patriarca Ignace IV Hazim. Beatitud, le agradezco de todo corazón la acogida fraterna que me dispensa hoy y esta liturgia de la Palabra que tenemos la alegría de celebrar juntos. Todos conocen el interés y la actividad que Su Beatitud lleva a cabo, desde hace muchos años, por la causa de la unidad del pueblo de Dios. Los aprecio profundamente, y doy gracias a Dios por ello. Querido hermano, imploro la bendición del Señor sobre su ministerio, así como sobre la Iglesia de la que es pastor.

2. La Iglesia en Siria, construida sobre el fundamento de los apóstoles san Pedro y san Pablo, no tardó en manifestar un extraordinario florecimiento de vida cristiana. Con razón el concilio de Nicea reconoció el primado de Antioquía sobre las Iglesias metropolitanas de la región. Al mencionar aquí en particular a Ignacio de Antioquía, Juan Damasceno y Simeón, no podemos por menos de recordar al gran número de confesores y mártires que, con su fidelidad a la gracia hasta el derramamiento de la sangre, hicieron resplandecer en esta región los comienzos de la Iglesia.
¡Cuántos monjes y monjas se retiraron a la soledad, sembrando de eremitorios y monasterios los desiertos y las montañas de Siria, para vivir en ellos una vida de oración y sacrificio, en alabanza a Dios, y "alcanzar -como decía Teodoro de Edesa- el estado de belleza"! (Discurso sobre la contemplación). ¡Cuántos teólogos sirios contribuyeron al desarrollo de las escuelas teológicas de Antioquía y Edesa! ¡Cuántos misioneros partieron de Siria para dirigirse a Oriente, prosiguiendo así el gran movimiento de evangelización que comenzó en Mesopotamia y se extendió incluso hasta Kerala, en la India! La Iglesia de Occidente tiene una gran deuda con la multitud de pastores de origen sirio, que desempeñaron el ministerio episcopal, incluso el ministerio de Obispo de Roma. ¡Alabado sea el Señor por el testimonio y la influencia del antiguo patriarcado de Antioquía!

Por desgracia, el ilustre patriarcado de Antioquía perdió a lo largo de los siglos su unidad, y es de esperar que los diferentes patriarcados que existen actualmente encuentren los caminos más adecuados para llegar a la comunión plena.

3. Ya está en marcha un proceso de acercamiento ecuménico entre el patriarcado greco-ortodoxo y el patriarcado greco-católico de Antioquía, por el que doy gracias al Señor de todo corazón.
Nace, a la vez, del deseo del pueblo cristiano y del diálogo entre los teólogos, así como de la colaboración fraterna entre los obispos y los pastores de los dos patriarcados. Exhorto a todas las personas implicadas a proseguir esta búsqueda de la unidad, con valentía y prudencia, con respeto pero sin confusión, sacando de la divina liturgia la fuerza sacramental y el estímulo teológico necesarios para este camino. Evidentemente, la búsqueda de la unidad entre el patriarcado greco-ortodoxo y el patriarcado greco-católico de Antioquía se sitúa en el marco más amplio del proceso de unión entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. Por eso, quiero expresar una vez más mi deseo sincero de que la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas reanude pronto sus actividades del modo más apropiado. Cuanto más afronte este diálogo las cuestiones centrales, tanto más laborioso será. No tenemos por qué sorprendernos, y mucho menos desalentarnos. ¿Quién podría impedirnos poner nuestra esperanza en el Espíritu de Dios, que no cesa de suscitar la santidad entre los discípulos de la Iglesia de Cristo? Deseo agradecer sinceramente al patriarca Ignace IV la contribución positiva y eficaz que el patriarcado de Antioquía y sus representantes han dado siempre al progreso de este diálogo teológico. Asimismo, agradezco al patriarca Grégoire III y a su predecesor, el patriarca Máximos V Hakim, su contribución constante al clima de fraternidad y comprensión, necesario para el buen desarrollo de este diálogo.

4. Quisiera mencionar con igual gratitud y esperanza la profundización de las relaciones fraternas entre el patriarcado siro-ortodoxo y el patriarcado siro-católico. Saludo en particular al patriarca Zakka I, en quien la Iglesia católica, después del concilio Vaticano II, al que asistió como observador, ha encontrado siempre un promotor fiel de la unidad de los cristianos. Santidad, durante su visita a Roma en 1984 tuvimos la alegría de realizar un progreso real en el camino de la unidad, confesando juntos a Jesucristo como nuestro Señor, que es verdadero Dios y verdadero hombre. En esa ocasión también autorizamos un proyecto de colaboración pastoral, relacionado sobre todo con la vida sacramental, cuando los fieles no pueden acudir a un sacerdote de su propia Iglesia. La Iglesia católica también mantiene buenas relaciones con la Iglesia siro-malankar en la India, que depende de su autoridad patriarcal. Suplico al Señor que llegue cuanto antes el día en que desaparezcan los últimos obstáculos que impiden aún la comunión plena entre la Iglesia católica y la Iglesia siro-ortodoxa.

5. En el curso de la historia, y sobre todo a comienzos del siglo XX, algunas comunidades armenias, caldeas y asirias, obligadas a dejar sus ciudades y aldeas de origen debido a la violencia y a la persecución, llegaron a los barrios cristianos de Damasco, Alepo, Homs y otras localidades de esta región. En Siria encontraron un refugio, un lugar tranquilo y seguro. Doy gracias a Dios nuestro Señor por la hospitalidad que la población siria ofreció, en diversas ocasiones, a los cristianos perseguidos de esta región. Superando cualquier división eclesial, esa hospitalidad era la prenda de un acercamiento ecuménico. En el hermano perseguido se reconocía y se quería acoger al Cristo del Viernes santo.

137 Desde entonces, tanto por convicción como por necesidad, los cristianos de Siria han aprendido el arte de la comunión, la convivencia y la amistad. El acercamiento ecuménico de las familias, los niños, los jóvenes y los responsables sociales es prometedor para el futuro del anuncio del Evangelio en este país. A vosotros, obispos y pastores, os corresponde acompañar con prudencia y valentía esta feliz dinámica de acercamiento y comunión. La cooperación de todos los cristianos, en la vida social y cultural, en la promoción del bien de la paz o en la educación de los jóvenes, manifiesta claramente el grado de comunión que ya existe entre ellos (cf. Ut unum sint UUS 75).

En virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía unen de hecho mediante vínculos muy estrechos a nuestras Iglesias particulares, que se llaman, y desean llamarse, Iglesias hermanas (cf. Unitatis redintegratio, UR 14). "Esta vida de Iglesias hermanas la vivimos durante siglos, celebrando juntos los concilios ecuménicos, que defendieron el depósito de la fe de toda alteración. Ahora, después de un largo período de división e incomprensión recíproca, el Señor nos concede redescubrirnos como Iglesias hermanas, a pesar de los obstáculos que en el pasado se interpusieron entre nosotros. Si hoy, a las puertas del tercer milenio, buscamos el restablecimiento de la plena comunión, debemos tender a la realización de este objetivo y debemos hacer referencia al mismo" (Ut unum sint, UUS 57).

6. Hace sólo algunas semanas tuvimos la gran alegría de celebrar en el mismo día la fiesta de Pascua. Viví esa feliz coincidencia del año 2001 como una invitación apremiante de la Providencia, dirigida a todas las Iglesias y comunidades eclesiales, para que restablezcan cuanto antes la celebración común de la fiesta pascual, la fiesta de las fiestas, el misterio central de nuestra fe. Nuestros fieles insisten, con razón, en que la celebración de la Pascua ya no sea un factor de división. Después del concilio Vaticano II, la Iglesia católica se ha declarado favorable a cualquier esfuerzo por restablecer la celebración común de la fiesta pascual. Sin embargo, este proceso resulta más laborioso de lo previsto. ¿Acaso es necesario afrontar etapas intermedias o diferenciadas, a fin de preparar las mentes y los corazones a la aplicación de un cómputo aceptable para todos los cristianos de Oriente y Occidente? Incumbe a los patriarcas y a los obispos de Oriente Próximo asumir juntos esta responsabilidad con respecto a sus comunidades, en los diferentes países de esta región. A este propósito, podrían nacer y difundirse en Oriente Próximo un nuevo impulso y una nueva inspiración.

7. Dentro de algunas semanas vamos a celebrar juntos la fiesta de Pentecostés. Oremos para que el Espíritu Santo "suscite en todos los discípulos de Cristo el deseo de trabajar para que todos se unan en paz, de la manera querida por Cristo, en un solo rebaño bajo un solo pastor" (Lumen gentium LG 15). Imploremos al Espíritu que nos haga crecer en santidad, puesto que no existe unidad duradera que no se construya sobre la humildad, la conversión, el perdón y, por tanto, el sacrificio.
Cuando el Espíritu de Pentecostés descendió sobre los Apóstoles, la Virgen María se encontraba en medio de ellos. Que su ejemplo y su protección nos ayuden a escuchar juntos lo que, también hoy, el Espíritu dice a las Iglesias, y a acoger sus palabras con alegría y confianza.





PEREGRINACIÓN JUBILAR TRAS LAS HUELLAS DE SAN PABLO


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS PATRIARCAS


Y OBISPOS CATÓLICOS DE SIRIA


Domingo 6 de mayo de 2001

Santidad;
Beatitudes;
señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Mi peregrinación tras las huellas de san Pablo, amados hermanos, me trae hoy a Siria, a Damasco, y con gran alegría me encuentro en medio de vosotros. Os agradezco vuestra cordial acogida, y expreso en particular mi gratitud a Su Beatitud el patriarca Grégoire III por las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en su residencia patriarcal.

138 Toda peregrinación es una ocasión para volver a las fuentes de nuestra fe, para consolidar nuestro amor a Cristo y a la Iglesia, y para entregarnos con mayor empeño a la misión que Jesús nos ha confiado. Aquí, en esta tierra bendecida por Dios con la presencia, a lo largo de los siglos, de testigos eminentes que con su vida y sus escritos son figuras de la tradición de toda la Iglesia, la historia sagrada se lee, como un libro abierto, en el paisaje, en los lugares bíblicos y en los santuarios cristianos. Pero esta peregrinación evidentemente también quiere ser un encuentro con los hombres y las mujeres que viven en esta tierra, en particular con nuestros hermanos y hermanas en la fe en el único Señor, que vivió en Oriente Próximo y nos reveló el rostro del Padre de toda ternura. ¿No fue en esta tierra, en la ciudad de Antioquía, que es uno de los faros de Oriente, donde los discípulos de Jesús de Nazaret fueron llamados por primera vez "cristianos" (Ac 11,26), es decir, los que confiesan que Cristo es el Señor, el Mesías de Dios, y que son miembros de su Cuerpo? Por eso, con profunda alegría, os dirijo el mismo saludo de Cristo después de su resurrección: "¡La paz esté con vosotros!" (Jn 20,19).

2. La situación de la Iglesia católica en Siria se caracteriza por una gran diversidad, en virtud de la presencia simultánea de muchas Iglesias sui iuris que representan otras tantas grandes y ricas tradiciones del Oriente cristiano. Con paciencia, superando poco a poco un aislamiento secular debido a las vicisitudes de la historia, vuestras comunidades y vuestros fieles se han abierto unos a otros. Aunque habéis permanecido firmemente enraizados en vuestro patrimonio eclesial, e incluso revalorizándolo, habéis aprendido a aunar vuestros esfuerzos. La Asamblea de la jerarquía católica en Siria, o más ampliamente el Consejo de los patriarcas de Oriente Próximo, simbolizan esta coordinación indispensable, que os invito a proseguir, extender e intensificar aún más, a pesar de las dificultades que puedan surgir, para prestar un servicio pastoral mejor a los fieles que os han sido confiados y compartir realmente los tesoros espirituales de vuestras respectivas tradiciones.
En efecto, aunque es verdad que la comunión es ante todo un don de Dios a su Iglesia, también lo es el hecho de que debemos corresponder a este don con discernimiento, respeto, estima mutua y paciencia. Estos diferentes elementos permiten que la diversidad contribuya a la unidad, testimonian la catolicidad de la Iglesia y, sobre todo, glorifican el nombre de Dios y sirven al anuncio del Evangelio, haciendo cada vez más creíble la palabra de los hermanos unidos en la fe y en el amor.

Esta comunión entre los organismos de vuestras diferentes Iglesias no quita nada a la comunión episcopal que reina en el seno de vuestros respectivos Sínodos; al contrario, es una expresión de la comunión católica más amplia, que siempre hay que poner en práctica y vivificar.

3. Al considerar las realidades concretas que caracterizan la vida de vuestras comunidades, quisiera invitaros a recomenzar desde Cristo, a fundar en él toda vuestra vida. La Iglesia, volviendo a él y acudiendo diariamente a la fuente viva de su Palabra y sus sacramentos, encuentra la fuerza que la vivifica y la sostiene en su testimonio. El ejemplo de san Pablo, que escribe a los Gálatas: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20), nos permite comprender cada vez más este misterio de la presencia de Cristo en nuestra vida: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Presencia consoladora, que nos tranquiliza y nos da seguridad en nuestro camino, puesto que Cristo está con nosotros; presencia exigente, que nos obliga a no guardar para nosotros el tesoro que hemos recibido: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16).

Queridos hermanos, en él hallaremos un camino de vida espiritual fuerte, un camino de santidad, para proponer a todos los bautizados de nuestras comunidades. Fieles a la alegría de celebrar la Eucaristía, que constituye y reúne a la comunidad cristiana desde la resurrección del Señor, los creyentes encuentran en ella el alimento de su fe: al congregarse en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, superan la dispersión de la vida diaria y se fortalecen, descubren cada vez más su identidad de hijos de Dios y la consolidan para ser auténticos testigos en la Iglesia y en el mundo.
Nuestra vida, si está arraigada en la oración, en la escucha atenta de la Palabra y en el gusto por la liturgia, se abrirá plenamente a las inspiraciones del Espíritu, para anunciar intrépidamente el evangelio de la paz (cf. Ef Ep 6,15) y testimoniarlo en todas las realidades familiares, culturales y sociales de la vida de la ciudad humana. San Pablo, conquistado por la gracia de la llamada de Cristo, testimonió, más que cualquier otro, la novedad cristiana, y la enseñó abundantemente. Él mismo inició una vida completamente nueva, consagrada totalmente a Cristo y al anuncio del Evangelio.

4. Deseo expresar una vez más la gran admiración que siento al ver la concordia que reina entre los cristianos de Siria. La presencia de Su Santidad Mar Ignace Zakka I y de Su Beatitud el patriarca Ignace IV es un signo elocuente de ella. Beatitud Ignace IV, me han conmovido sus recientes declaraciones sobre la profundidad de la comunión fraterna que existe en este país entre las Iglesias cristianas y que usted quiere fortalecer cada vez más. Aprovecho esta ocasión para saludar fraternalmente también a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, que acabo de llamar a Roma para que sea allí un digno representante de todo el Oriente católico. Saludo también a Su Beatitud el patriarca siro-católico Ignace Pierre VIII, así como a los demás patriarcas, cardenales y obispos presentes. La auténtica concordia que existe entre los patriarcas, los obispos y los dignatarios de las Iglesias y comunidades eclesiales de vuestro país es un hermoso testimonio de amor cristiano en un país donde la mayoría de los ciudadanos es de religión musulmana.

En efecto, recordamos que fue en Siria donde la Iglesia de Cristo descubrió su verdadero carácter católico y asumió su misión universal. Los apóstoles san Pedro y san Pablo, cada uno según su gracia, trabajaron aquí para reunir a la única familia de Cristo, acogiendo a los fieles procedentes de diversas culturas y naciones. Con satisfacción podemos ver cómo se desarrolla la colaboración entre las Iglesias y las comunidades eclesiales. Esa colaboración no puede menos de contribuir a la reconciliación y a la búsqueda de la unidad. Ojalá que este acercamiento os ayude a testimoniar cada vez con mayor credibilidad a Jesucristo, muerto y resucitado para "reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). Que esta colaboración contribuya también a hacer que la Iglesia de Cristo sea más hermosa y más auténtica ante los fieles de las demás religiones.

Por su parte, los fieles aprecian mucho las ocasiones que se les ofrecen para participar en una oración ecuménica común. Esta apertura deberá prevalecer cada vez más y promover todas las iniciativas en que las Iglesias puedan cooperar en todos los campos.

En efecto, la división de los cristianos constituye un obstáculo para el Evangelio. Además, "el ecumenismo no es sólo una cuestión interna de las comunidades cristianas. Refleja el amor que Dios da en Jesucristo a toda la humanidad, y obstaculizar este amor es una ofensa a él y a su designio de congregar a todos en Cristo" (Ut unum sint UUS 99). Al haber vivido tan cerca de los creyentes musulmanes durante siglos, los cristianos de Siria captan enseguida el estrecho vínculo que existe entre la unidad de la comunidad y el testimonio que nace de la comunión fraterna.

139 También en este ámbito os aliento a un diálogo auténtico en la vida diaria, caracterizado por el respeto recíproco y la hospitalidad. ¿No recibieron Abraham y Sara el don del hijo de la promesa por haber comido, según una tradición llena de poesía recogida por san Efrén el Sirio, lo que sobró de la comida que habían ofrecido a los tres ángeles?

5. Es evidente que los Pastores tienen muchas preocupaciones. La más dolorosa, sin duda alguna, es la emigración de numerosas familias cristianas y de muchos jóvenes. Todos esperan encontrar en otra parte un futuro mejor. Estoy seguro de que cada uno de vosotros se formula frecuentemente esta pregunta angustiosa: ¿qué puedo hacer? Podéis hacer mucho. Ante todo, contribuyendo a la construcción de una patria próspera económicamente, donde cada ciudadano tenga los mismos derechos y deberes ante la ley y donde todo el pueblo desee vivir una paz justa dentro de sus fronteras y con todos sus vecinos. Contribuir a aumentar la confianza en el futuro de vuestra patria es uno de los mayores servicios que la Iglesia puede prestar a la sociedad. Estimular a los cristianos a la solidaridad, afrontando juntos las dificultades y los sufrimientos de vuestro pueblo, constituye otro medio de acción. Vuestro influjo sobre la juventud es grande: hablad a su corazón generoso explicando, corrigiendo, animando y, sobre todo, inculcándole, con vuestro ejemplo personal, la convicción de que los valores cristianos del corazón y de la mente pueden dar más felicidad al hombre que todos los bienes materiales. Transmitid a los jóvenes un ideal humano y cristiano, ayudándoles a descubrir que, como decía el autor de la Carta a Diogneto, "el lugar que Dios les ha asignado es tan noble, que no pueden abandonarlo" (VI, 10).

Con este espíritu, el diálogo interreligioso y la colaboración recíproca, especialmente entre cristianos y musulmanes, representan una contribución importante a la paz y a la concordia entre los hombres y entre las comunidades. También deben llevar a un testimonio común en favor de un reconocimiento pleno de la dignidad de la persona humana.

6. Amados hermanos en Cristo, el mejor modo de terminar estas palabras de consuelo fraterno es hacer mías las recomendaciones de san Pablo a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: "Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre" (
Ac 20,28).

Que este mismo Espíritu Santo os dé la fuerza para ello, por la Pascua de nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, para gloria de Dios, nuestro Padre. Os encomiendo a la Virgen María, la Theotokos, a la que vuestra hermosa liturgia canta sin cesar. Ella es "nuestra hermana llena de prudencia, (...) el tesoro de nuestra felicidad" (san Efrén el Sirio, Opus II, 318), y vela maternalmente sobre la Iglesia desde el Cenáculo. Amén.





Discursos 2001 131