Discursos 2001 153


CEREMONIA DE BIENVENIDA EN EL AEROPUERTO DE GUDJA, MALTA


Martes 8 de mayo de 2001

Señor presidente;
miembros del Gobierno;
hermanos en el episcopado;
señoras y señores:

154 1. Agradecido de corazón a Dios, me encuentro en tierra de Malta por segunda vez. La peregrinación jubilar que estoy realizando con ocasión del bimilenario del nacimiento de Jesucristo me ha traído a Malta. Después de visitar algunos lugares vinculados de modo especial a la historia de la salvación, en el Sinaí, en Tierra Santa y ahora en Atenas y Damasco, mi peregrinación tras las huellas de san Pablo me trae a vosotros.

2. Gracias, señor presidente, por la amable invitación que me hizo en nombre del pueblo maltés. Gracias por las deferentes palabras de bienvenida que me acaba de dirigir. Doy las gracias también a los distinguidos miembros del Parlamento, a las autoridades civiles y militares, a los miembros del Cuerpo diplomático, y a todos los que nos honran con su presencia en esta ocasión.

Con afecto en el Señor saludo al arzobispo Mercieca, al obispo Cauchi y al obispo auxiliar Depasquale, así como a los demás obispos presentes, algunos de los cuales representan la vocación misionera de la Iglesia en Malta, mientras que otros son descendientes de emigrantes malteses. Saludo a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas, y, en particular, a los jóvenes que se preparan para servir al Señor en el sacerdocio y en la vida consagrada. Saludo a los catequistas y a todos los que colaboran activamente en la misión de la Iglesia.

Saludo a todo el pueblo maltés, sin excepción, con palabras de vuestro patrono san Pablo: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (
Ph 1,2).

3. Me viene espontáneamente a la memoria el recuerdo de mi primera visita, hace once años. Me acuerdo de los encuentros con los sacerdotes y los religiosos, los trabajadores, los intelectuales, las familias y los jóvenes. Recuerdo la concatedral de San Juan en La Valletta, los santuarios marianos de Mellieha y Ta'Pinu, en la isla de Gozo. Recuerdo la bahía y las islas de San Pablo y, en particular, la antigua Gruta, venerada como el lugar donde vivió.

Recuerdo, sobre todo, la fe y el entusiasmo de los malteses y de los habitantes de la isla de Gozo.

San Pablo llegó a Malta como prisionero durante su viaje a Roma, lugar de su martirio. Aquí él y sus compañeros de naufragio -como leemos en los Hechos de los Apóstoles- fueron tratados con "una humanidad poco común" (Ac 28,2). Aquí dio testimonio de Cristo y devolvió la salud al padre de Publio y a otras personas de la isla que estaban enfermas (cf. Hch Ac 28,8). La bondad del pueblo maltés se unió a "la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres" (Tt 3,4). Durante dos milenios habéis sido fieles a la vocación ínsita en aquel singular encuentro.

Hoy el Sucesor de Pedro desea confirmaros en la misma fe, y animaros en el espíritu de la esperanza y del amor cristianos. Pido a Dios que, al igual que vuestros antepasados, también vosotros deis abundantes frutos buenos. Los árboles buenos dan buenos frutos y abundantes (cf. Mt Mt 12,33-35), como fue el caso de los venerables siervos de Dios, que mañana tendré la alegría de declarar beatos.

4. Malta, caracterizada por su posición en Europa y en el Mediterráneo, es heredera de una tradición cultural muy rica, en cuyo centro se halla el humanismo del Evangelio. En un mundo que busca una luz segura que ilumine las transformaciones que se están produciendo, tenéis una herencia espiritual y moral perfectamente capaz de sanar y elevar la dignidad de la persona humana, fortalecer el entramado social y dar a la actividad humana un sentido y un significado más profundos (cf. Gaudium et spes GS 40). Malta puede ofrecer esta sabiduría y esta visión a la nueva era histórica que está comenzando de modo lento pero seguro.

Queridos amigos malteses, cultivad vuestra vocación cristiana. Sentíos orgullosos de vuestra herencia religiosa y cultural. Mirad al futuro con esperanza y comprometeos con nuevo empeño a hacer de este nuevo milenio un tiempo de solidaridad y paz, de amor a la vida y de respeto a la creación de Dios.

5. He encomendado mi peregrinación a la protección de la santísima Virgen María y del apóstol san Pablo. Invoco su intercesión sobre todos los habitantes de Malta y de Gozo.

155 Os bendigo a todos y en particular a los enfermos, a los ancianos y a los que sufren en el cuerpo y en el alma.

Dios bendiga al pueblo de Malta y de Gozo.







PEREGRINACIÓN JUBILAR TRAS LAS HUELLAS DE SAN PABLO, MALTA


A LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD


DE LA DOCTRINA CRISTIANA


Harum, 9 de mayo de 2001

Señor presidente y autoridades de Malta;
queridos cardenales y hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

1. Con la alegría de la Pascua hago mías las palabras del Señor resucitado: ¡la paz esté con vosotros! Gracias por vuestra cordial bienvenida. Demuestra que aún se puede encontrar en Malta la hospitalidad que se dispensó al apóstol san Pablo (cf. Hch Ac 28,2). Agradezco las amables palabras que, en nombre de ambas ramas de la Sociedad, me ha dirigido el superior general, expresando todo vuestro amor a la Iglesia y al Sucesor de Pedro.

2. La isla de Malta es una roca que sobresale en el mar, donde el suelo es a menudo estéril y el sol abrasa. Por eso, este lugar, en el que nos hallamos reunidos, se llama la "Roca Blanca". Con todo, a lo largo de los siglos Malta ha sido extraordinariamente generosa y fértil en los caminos más profundos del Espíritu. La fe inquebrantable del pueblo maltés ha permitido que esta roca sea la tierra buena de la que habla el evangelio. En esta tierra el beato Jorge Preca plantó la Sociedad de la Doctrina Cristiana, que en un siglo de vida ha florecido. A diferencia de la higuera de la narración evangélica que acabamos de escuchar (cf. Lc Lc 13,6-9), habéis producido frutos en abundancia, y por ello damos hoy gloria y gracias a Dios.

Don Jorge no sólo plantó la semilla; también cuidó el brote y alimentó el arbolito para que creciera fuerte y fecundo, como ha sucedido. Habéis florecido porque vuestras raíces están profundamente arraigadas en Cristo y porque os habéis alimentado muy bien con la vida de santidad de don Jorge.
Para comprender mejor vuestra vocación, consideremos la higuera. Sus hojas nuevas indican que el verano está por llegar (cf. Lc Lc 21,29-31). En la estación de calor su sombra proporciona cobijo del sol. Ofrece abundantes y dulces frutos, y las Escrituras dicen que su fruto tiene propiedades curativas (cf. Is Is 38,21). Esta es la imagen de lo que estáis llamados a ser. Como catequistas, debéis dar dulce alimento a cuantos tienen hambre de Dios. Debéis curar a los que sufren por falta de luz y de amor. Si lo hacéis, seréis verdaderamente el signo de la primavera que el Espíritu Santo está preparando actualmente para la Iglesia.

3. Dondequiera que fuera, a don Jorge lo seguían multitud de personas, atraídas por sus palabras. ¿Por qué? Porque reconocían en la predicación de don Jorge la voz de Jesús mismo. Era al Señor mismo a quien escuchaban. Les atraía la irresistible fascinación de Cristo, convencidos de que era el único que podía saciar el anhelo más profundo de su corazón. La belleza de la santidad suprema de Jesús, que se refleja en este nuevo beato, nunca dejará de atraer al corazón humano. Si mostramos al mundo el rostro del Señor resucitado, con toda seguridad tocaremos y conquistaremos las almas de modo sorprendente.

156 4. En las profundidades de la contemplación descubrimos "la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo" (2Co 4,6). Por esto vuestra regla de vida os exige orar a menudo y acudir regularmente a vuestro director espiritual, que os sirve de guía y compañero en vuestro camino de fidelidad. Contemplar el rostro de Cristo os llenará de energía espiritual para la misión que os ha sido confiada. Como san Pablo, estáis llamados a ser misioneros de la contemplación: no sólo maestros, sino también testigos que pueden hablar con convicción porque pueden decir, como los primeros discípulos: "¡Hemos visto al Señor!" (Jn 20,25). El Papa Pablo VI escribió que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos" (Evangelii nuntiandi, EN 41). Eso lo vivió don Jorge de modo admirable y también debéis vivirlo vosotros, sus hijos espirituales.

En su carta a los Gálatas, san Pablo escribe que Dios "tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles" (Ga 1,16). No habla de Cristo revelado "a mí", sino de Cristo revelado "en mí". Cuando Jesús se revela a Saulo en el camino de Damasco y Pablo abre su corazón para recibir el don, se convierte él mismo en revelación. Está tan lleno de Cristo que puede decir en esa misma carta: "ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20).
Toda su vida, todo lo que hace, dice y piensa, su cuerpo, su mente, su corazón y su alma, se convierten en revelación de Jesús al mundo. Este es el misterio de la sublime vocación que Dios da no sólo a san Pablo y al beato Jorge Preca, sino también a cada uno de vosotros.

5. Vuestro fundador sentía gran devoción por las palabras: "Verbum Dei caro factum est", basadas en el Prólogo del evangelio de san Juan: "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). En efecto, allí se halla el fundamento de vuestra vocación y de vuestro apostolado. En cierto sentido, el Verbo de Dios se encarna continuamente en su Cuerpo místico, la Iglesia. Debéis ayudarle a ello, haciendo por los demás cuanto don Jorge hizo por vosotros. Debéis plantar la semilla de la palabra de Dios en el corazón de las personas, para que Cristo viva en ellas. Debéis enseñar a todos -niños, jóvenes y adultos- a contemplar el rostro de Cristo, a ver al Señor (cf. Novo millennio ineunte NM 16), a fin de que la luz de la gloria de Dios, que resplandece en el rostro de Jesús, brille también en ellos. "Este arraigarse de la Iglesia en el tiempo y en el espacio refleja, en definitiva, el movimiento mismo de la Encarnación" (ib., 3).

Mientras continuáis esta misión sagrada, que resuenen incesantemente en vuestro corazón las palabras de vuestro fundador: MUSEUM Magister, utinam sequatur Evangelium universus mundus. Maestro, que el mundo entero siga el Evangelio. Encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, de san Pablo y del beato Jorge Preca, así como de los beatos Ignacio y María Adeodata, también beatificados hoy, imparto mi bendición apostólica a todos los miembros de la Sociedad de la Doctrina Cristiana, como prenda de infinita misericordia en Jesucristo, "el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos" (Ap, 1, 5). ¡La paz esté con vosotros!









CEREMONIA DE DESPEDIDA EN EL AEROPUERTO DE GUDJA, MALTA


Miércoles 9 de mayo de 2001

Señor presidente;
señor primer ministro;
excelencias;
amado pueblo de Malta:

1. Como Sucesor de Pedro debo volver a Roma, la Sede de Pedro, y a mis deberes de Pastor de la Iglesia universal.

157 Sin embargo, no olvidaré esta visita a las islas maltesas. Sobre todo no olvidaré al pueblo maltés. ¡Gracias por haber sido parte de mi peregrinación jubilar tras las huellas de san Pablo! En la "geografía de la salvación".

Al final de mi primera visita, os dije que al volver a Roma diría al apóstol san Pablo que los malteses eran "un buen pueblo católico". Ahora, diré a vuestro patrono que seguís haciendo lo que él quería: "Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado" (
1Tm 6,12), como hicieron el beato don Jorge, el beato Ignacio y la beata María Adeodata. Os dejo su ejemplo, para que lo sigáis, y os encomiendo a su intercesión.

2. Gracias, señor presidente, por su cortesía durante mi breve visita. También expreso mi agradecimiento al primer ministro y al Gobierno, a las Fuerzas armadas, a las Fuerzas de policía y a todos los que han contribuido a esta peregrinación de cualquier manera. Sé que lo habéis hecho con sacrificio y amor. ¡Gracias de corazón!

Mi visita ha sido un momento de intensa comunión con el arzobispo Mercieca, el obispo Cauchi y el obispo Depasquale, así como con los sacerdotes, los religiosos y los laicos. A las Iglesias que están en Malta y en Gozo sólo les digo: sed fieles a san Pablo, vuestro padre en la fe en estas islas; permaneced firmemente unidas a Pedro y a la Iglesia universal. De este modo seréis siempre fieles a Cristo.

3. Malta está en el centro del Mediterráneo. Por eso, tenéis una vocación singular: edificar puentes entre los pueblos de la cuenca del Mediterráneo, entre África y Europa. El futuro de la paz en el mundo depende del fortalecimiento del diálogo y de la comprensión entre las culturas y las religiones. Continuad vuestra tradición de hospitalidad y proseguid vuestro compromiso nacional e internacional en favor de la libertad, la justicia y la paz.

4. Al concluir mi peregrinación jubilar, encomiendo solemnemente a la protección amorosa de Dios todopoderoso los pueblos y lugares que he visitado. En los lugares vinculados al bimilenario del nacimiento del Salvador he esperado y orado por una gran renovación de la fe de los cristianos. He querido alentar a los creyentes y a todas las personas de buena voluntad a defender la vida, a promover el respeto a la dignidad de todo ser humano, a tutelar la familia contra las numerosas amenazas actuales, a abrir su corazón a las personas pobres y explotadas en el mundo, y a trabajar por un orden internacional basado en el respeto al derecho y en la solidaridad con los más necesitados.

Esta es también la tarea y el ideal que os dejo, querido pueblo de Malta.

En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas escribe que los malteses "tuvieron para con nosotros (San Pablo y sus compañeros) toda suerte de consideraciones y a nuestra partida nos proveyeron de lo necesario" (Ac 28,10). He vivido espiritualmente esa misma experiencia y me marcho alabando a Dios en mi corazón por todos vosotros.

¡Gracias, Malta!

¡Que Dios os bendiga a todos!








A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LAS OBRAS


MISIONALES PONTIFICIAS


Viernes 11 de mayo de 2001



Señor cardenal;
158 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos directores nacionales;
colaboradores y colaboradoras de las Obras misionales pontificias:

1. Es para mí una gran alegría reunirme con vosotros, con ocasión de vuestra asamblea anual. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Crescenzio Sepe, nombrado recientemente prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, y le agradezco las palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre. Saludo a monseñor Charles Schleck, secretario adjunto de la misma Congregación y presidente de las Obras misionales pontificias, así como a los secretarios generales de las cuatro Obras. Os saludo en particular a vosotros, queridos directores nacionales, que en vuestros respectivos países os dedicáis generosamente a la animación y la cooperación misionera. A través de vosotros quisiera expresar mis sentimientos de gratitud a todos los que, con discreción y en silencio, trabajan tanto para que el anuncio de la buena nueva se difunda en todos los rincones del mundo.

2. Este encuentro tiene lugar mientras resuena aún en la Iglesia y en el mundo el eco del gran jubileo, que no sólo fue una "memoria del pasado", sino también una "profecía del futuro". En la carta apostólica Novo millennio ineunte escribí: "Es necesario pensar en el futuro que nos espera" (n. 3). Fruto del jubileo es mirar hacia adelante con actitud de fe y esperanza cristiana, para vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro, con la certeza de que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8). Nos espera una nueva y fecunda época de evangelización.

Por tanto, la misión, tarea de todos los creyentes, ha de ser, de modo especial, vuestro compromiso. Dedicaos sin pausa a la animación, a la formación y a la cooperación misionera; tened la valentía de osar y la sabiduría del discernimiento, proyectando y desarrollando cualquier iniciativa útil al servicio de Cristo. Así, respondiendo a los dones del Espíritu, colaboraréis en la obra de la salvación universal, objetivo fundamental al que debemos tender siempre con constante confianza.

3. Durante los días que han precedido a vuestra asamblea anual, con la ayuda de estudiosos y expertos, habéis reflexionado en la figura del venerable Paolo Manna, fundador de la Pontificia Unión misionera, obra definida por mi predecesor Pablo VI "alma de las Obras misionales". Paolo Manna constituye un luminoso ejemplo de audacia apostólica. Impulsado por el fuego del amor a Cristo, fundó una nueva Obra, indicando posibilidades inéditas, y nuevas fronteras valientes para la misión. Vivió y transmitió a sus colaboradores una constante tensión hacia Dios, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,4). Su preocupación por comprometer a todos, especialmente a los sacerdotes y a los religiosos, fue providencial para una sensibilización más profunda de los pastores y los fieles.

Queridos directores nacionales, este ha de ser vuestro anhelo incesante para que, con la ayuda de la gracia divina, aumenten las vocaciones misioneras ad gentes y sean cada vez más generosas y valientes. Pienso, sobre todo, en los que dedican toda su vida al trabajo misionero. A este propósito, siento la necesidad de dar una vez más las gracias a cuantos, en medio de todo tipo de dificultades, con la mirada fija en Jesús, iniciador y consumador de la fe (cf. He 12,2), perseveran en el anuncio y en el testimonio, sin pensar en los peligros y dispuestos incluso a sacrificar su vida.
Ciertamente Dios les hará sentir su presencia y su consuelo. ¡Cuántas veces la muerte de esos testigos de la fe abre posibilidades inesperadas al evangelio del amor y de la paz! Esta invencible pasión por Cristo constituye un testimonio singular y elocuente para los hombres de nuestra época.

4. Estamos en el alba de un nuevo milenio, tiempo de gracia, tiempo oportuno (cf. 2Co 6,2). El Señor nos asocia a sí como hizo con los primeros discípulos y nos invita a "remar mar adentro" (Lc 5,4), mientras -como escribí en la conclusión de la carta encíclica Redemptoris missio- amanece "una nueva época misionera" (n. 92). Todos los creyentes están llamados a "preparar el camino del Señor" (Mt 3,3), abandonando temores y dudas. Todos están invitados a acoger, aun conscientes de su pobreza, la invitación de Cristo: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16,15).

Jesús nos llama y nos envía como hizo con los Apóstoles; no nos elige por nuestros méritos o nuestras obras; más bien nos sostiene y robustece con su "espíritu (...) de fortaleza, de caridad y de templanza" (2Tm 1,7). Sólo "armados" con su gracia podremos llevar la buena nueva hasta los confines de la tierra. Las dificultades y los obstáculos no nos detendrán, porque nos sostiene continuamente el amor del Padre celestial a todo el género humano.

159 Amadísimos hermanos y hermanas, a vosotros y a cuantos forman parte de vuestras comunidades os encomiendo a las manos misericordiosas de María, Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización. Guiados por ella, llevad a todas partes el Evangelio de su Hijo divino, nuestro único Redentor. Por lo que a mí atañe, os acompaño con la oración y os bendigo de corazón a vosotros y a los que en numerosas regiones de la tierra trabajan en la animación, la formación y la cooperación misionera.







DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MISIONEROS DEL ESPÍRITU SANTO

Sábado 12 de mayo de 2001

: Queridos Misioneros del Espíritu Santo:

1. ¡Que la paz del Resucitado y la presencia de su Espíritu estén siempre con vosotros! Os doy las gracias de todo corazón por esta visita que me hace vuestra Curia General y agradezco al Superior General, Padre Jorge Ortiz González, las cariñosas palabras que me ha dirigido.

Nuestro encuentro está en sintonía con aquél que mi Predecesor San Pío X mantuvo en 1913 con los Venerables Siervos de Dios Ramón Ibarra y González, Arzobispo de Puebla y con Concepción Cabrera de Armida, para pedirle el comienzo de la fundación. Fue en aquella ocasión cuando recibisteis el nombre: Misioneros del Espíritu Santo, del que vuestro Fundador, el Venerable Siervo de Dios, Padre Félix de Jesús Rougier dijo que era "todo el programa de vuestra vida religiosa y sacerdotal."

¡Continuad con ánimo renovado la obra que la Iglesia os ha confiado! Sé que como Curia General tenéis una tarea específica, delineada por la huella que el Espíritu Santo ha trazado en vuestro XIII Capítulo General: "Entrar en el III Milenio conscientes de que, consagrados por la misión, es necesario profundizar y orientar, con fidelidad creativa, vuestro trabajo pastoral."

Queridos hijos, llevad adelante el delicado trabajo que os compete, y bajo la guía del Espíritu Santo, ayudad a los demás hermanos para que ofrezcan en la Iglesia un testimonio elocuente de unidad y caridad pastoral.

2. En esta ocasión deseo invitaros a fijar los ojos en el Rostro de Cristo; así lo he pedido a toda la Iglesia en mi última Carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. 16-28). Según el carisma que habéis recibido, contempladlo ungido por el Espíritu Santo, para anunciar la Buena Nueva a los pobres y proclamar el año de gracia del Señor (cf. Lc Lc 4,18-19); miradlo mientras emplea su tiempo y sus esfuerzos en seguir de cerca el camino espiritual de sus discípulos (cf. Mc Mc 6,7-13 Mc Mc 6,30-33). Vuestro modelo es, pues, Jesús Sacerdote, compasivo y misericordioso; Jesús Víctima voluntaria de un amor que se consagra en cada instante hasta dar la vida por la salvación de todo el género humano y que resucita glorioso.

De esta contemplación nace la urgencia de una conversión personal y comunitaria profunda y continuada, que implica, como decía vuestro Fundador, renovar vuestra atención amorosa a Dios, de modo que lo podáis encontrar en la oración cotidiana, en la experiencia sacramental, en la escucha atenta de la Palabra.

3. En la vida de la Iglesia y de cada Instituto religioso la unidad es favorecida por la contemplación del Resucitado y la escucha atenta de la Palabra. Querría recordaros que buscar, promover y rezar por la comunión es tarea de todos. No se trata de la uniformidad que hace perder las propias particularidades, sino del esfuerzo de encarnar todos juntos, la riqueza del cuerpo comunitario, movidos por el mismo Espíritu y comprometidos en llevar a cabo una idéntica misión. Como dice el Señor: "de este modo sabrán que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

El XIII Capítulo General ha trazado, para vuestro Instituto, puntos claros de renovación acerca de la promoción de la santidad en el Pueblo de Dios. Se trata de construir juntos un mundo más justo y más humano en el que todos se sientan hermanos según el designio de Dios. Por esto, el Capítulo os ha pedido dinamizar significativamente y efectivamente vuestro servicio a los sacerdotes y a las Obras de la Cruz. Al mismo tiempo os ha orientado a renovaros y empeñaros en el ejercicio ministerial de la dirección espiritual.

160 4. Empujados por el Espíritu, "Duc in altum" (Lc 5,4), remad mar adentro, transformando vuestro compromiso en orientaciones pastorales que respondan a las exigencias de vuestro carisma y las necesidades de las comunidades que os han sido confiadas.

Orientad vuestros esfuerzos hacia la difusión de una verdadera y propia pedagogía de la santidad (cf. Carta apostólica Novo millennio ineunte NM 31) conscientes que "todos los fieles de cualquier estado o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Constitución dogmática Lumen gemtium, 40).

Por ello, puesto que vuestras Constituciones renovadas privilegian a los sacerdotes entre los destinatarios de vuestra misión pastoral (205), tendréis que renovar vuestra conciencia de que la llamada a la santidad "atañe ante todo a los obispos y a los sacerdotes. Antes que a nuestro obrar, interpela a nuestro ser. «Sed santos - dice el Dios - porque yo soy santo» (Lv 19,2)" (Homilía de la Misa Crismal, 2001, 2).

En mi Exhortación apostólica Pastores dabo vobis encontraréis indicaciones útiles y sugerencias precisas que darán luz a vuestro proceder en este especial ministerio. Dejaos guiar del Espíritu Santo para que sea Él mismo el que os dé el impulso en vuestra fidelidad creativa. La colaboración fraterna con los obispos y con los presbíteros diocesanos es un camino privilegiado para construir según vuestro carisma la Iglesia-comunión.

5. Con cuantos compartís la misma espiritualidad tendréis que seguir empeñándoos en la construcción de una verdadera comunión eclesial. "El nuevo siglo debe comprometernos más que nunca a valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instrumentos que, según las grandes directrices del Concilio Vaticano II, sirven para asegurar y garantizar la comunión" (Carta apostólica Novo millennio ineunte NM 44, cfr. 43-45). Os invito a promover, dentro de la Familia de la Cruz, "una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares dónde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades" (Carta apostólica Novo millennio ineunte NM 43).

Además, como he escrito en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, "Es necesario redescubrir la gran tradición del acompañamiento espiritual personal, que ha dado siempre tantos y tan preciosos frutos en la vida de la iglesia" (40). Continuad con alegría y empeño vuestro estudio y vuestra preparación en lo que vuestras Constituciones llaman "el más característico de vuestros medios pastorales" (229).

6. Vuestro Capítulo General ha querido tratar el tema de las vocaciones y la internacionalización del Instituto visto desde la óptica del mandato que la Iglesia recibe del Resucitado: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (Mt 28,19) y en el recuerdo de la figura y los anhelos de vuestro Fundador (cf. XIII Capítulo General, Prioridad 3).

El vivir gozosa y generosamente vuestra consagración, una mayor definición en vuestros ministerios pastorales y el amor fraterno en vuestras comunidades, se traducirán en una invitación a cuantos buscan el seguimiento radical de Jesús en la vocación religiosa y sacerdotal. "Además de promover la oración por las vocaciones, es urgente esforzarse, mediante el anuncio explícito y una catequesis adecuada, por favorecer en los llamados a la vida consagrada la respuesta libre, decidida y generosa, que hace operante la gracia de la vocación." (Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata VC 64).

Queridos hijos, volviendo a vuestra patria, recordad las palabras de Jesús: Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta al final del mundo (Mt 28,20). Qué el Espíritu Santo os acompañe siempre y os dé la fuerza para continuar la obra que la Iglesia os ha confiado.

Os dejo en los brazos maternos de Maria, la Madre de la Iglesia, para que entréis en el Nuevo Milenio colmados de alegre esperanza.










A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE LA SALUD


ORGANIZADO POR LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA


Sábado 12 de mayo de 2001



161 1. Me alegra mucho daros la bienvenida a todos vosotros que, durante estos días, estáis reflexionando sobre la presencia de la Iglesia en el mundo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. Saludo, ante todo, al cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia episcopal italiana, y a monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, a los que agradezco sus cordiales palabras. Saludo a los demás prelados presentes, especialmente a monseñor Alessandro Plotti, arzobispo de Pisa y vicepresidente de la Conferencia episcopal italiana, y a monseñor Benito Cocchi, obispo de Módena y presidente de la Comisión episcopal de la Conferencia episcopal italiana para el servicio de la caridad y la pastoral de la salud.

Extiendo asimismo mi saludo a todas las personas enfermas y a las que sufren, a sus familias y a cuantos las cuidan. Como escribí en el Mensaje de este año para la Jornada mundial del enfermo, deseo ir espiritualmente cada día a visitar a los que sufren, para "detenerme al lado de los enfermos hospitalizados, de sus familiares y del personal sanitario" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de septiembre de 2000, p. 3).

Vuestro congreso, tan significativo por muchos motivos, se inserta en el camino emprendido por la Iglesia italiana para realizar una promoción cada vez más activa de la pastoral de la salud. Os animo a proseguir por ese camino, para que se reconozca a la pastoral de la salud toda su fuerza de testimonio evangélico, con plena fidelidad al mandato de Cristo: "Id, proclamad el Reino de Dios y curad a los enfermos" (cf. Lc
Lc 9,1-2 Mt 10,7-9 Mc 3,13-19).

2. Os habéis reunido para profundizar en el sentido y las modalidades con que conviene actualizar hoy este mandato de Cristo. Ciertamente, un atento discernimiento de las actuales realidades socioculturales proporciona indicaciones concretas sobre cómo debe ser la presencia de la Iglesia en el campo del cuidado de la salud, mejorando su calidad y descubriendo nuevos caminos de penetración apostólica.

A este propósito, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, es útil recordar que "no se trata de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo" (n. 29).

En el Mensaje para la VIII Jornada mundial del enfermo, durante el gran jubileo del año 2000, escribí: "Jesús no sólo curó a los enfermos, sino que también fue un incansable promotor de la salud a través de su presencia salvífica, su enseñanza y su acción. (...) En él la condición humana mostraba el rostro redimido, y las aspiraciones humanas más profundas encontraban su realización. Quiere comunicar esta plenitud armoniosa de vida a los hombres de hoy" (n. 10: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de agosto de 1999, p. 5). Sí, Jesús vino para que todos "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Y el ámbito de la salud y del sufrimiento es el que más necesita el anuncio, el testimonio y el servicio del evangelio de la vida.

La Iglesia, imitando a Cristo, que asumió el rostro "sufriente" del hombre para hacerlo "glorioso", está llamada a recorrer el camino del hombre, especialmente si sufre (cf. Redemptoris hominis, 7, 14 y 21; Salvifici doloris, 3). Su acción se dirige a la persona enferma para escucharla, cuidarla, aliviar sus penas y ayudarle a comprender el sentido y el valor salvífico del dolor.
Nunca se insistirá suficientemente, y vosotros lo habéis hecho durante el congreso, en la necesidad de poner en el centro a la persona, tanto del enfermo como de los profesionales de la salud.

3. La Iglesia aprecia cuanto hacen los demás en este campo, y ofrece a las instituciones públicas su aportación para responder a las exigencias de un cuidado integral de la persona.

Al dar esa contribución, se siente impulsada y sostenida por una visión de la salud que no es simplemente ausencia de enfermedad, sino tensión hacia una armonía plena y un sano equilibrio a nivel psíquico, espiritual y social. Propone un modelo de salud que se inspira en la "salvación saludable" ofrecida por Cristo: un ofrecimiento de salud "global", "integral", que sana al enfermo en su totalidad. Así, la experiencia humana de la enfermedad es iluminada por la luz del misterio pascual. Jesús crucificado, al experimentar la lejanía del Padre, implora su ayuda, pero, con un acto de amor y confianza filial, se abandona en sus manos. En el Mesías crucificado en el Gólgota la Iglesia contempla a la humanidad que, con confianza, tiende sus brazos doloridos hacia Dios.
Con compasión y solidaridad se acerca al que sufre, haciendo suyos los sentimientos de la misericordia divina. Este servicio al hombre probado por la enfermedad postula la estrecha colaboración entre los profesionales de la salud y los agentes pastorales, entre los asistentes espirituales y el voluntariado sanitario. ¡Cuán valiosa es, al respecto, la acción de las diversas asociaciones eclesiales de agentes sanitarios, no sólo de tipo profesional -médicos, enfermeros y farmacéuticos-, sino también de índole más marcadamente pastoral y espiritual!

162 4. A este propósito, merecen mención especial las instituciones religiosas que, fieles a su carisma, siguen desempeñando un papel importante en este sector. A la vez que agradezco a esas instituciones, tanto masculinas como femeninas, el testimonio que dan con generosidad y competencia, a pesar de las numerosas dificultades, les pido que conserven y hagan cada vez más reconocible su carisma en las situaciones actuales.

Prestan un servicio público, y deseo vivamente que no les falte jamás el justo reconocimiento por parte de las autoridades civiles. Ese servicio exige, además, una fuerte y decidida inversión en el campo de la formación específica de los profesionales de la salud. Se trata de "obras de Iglesia", patrimonio y diaconía del evangelio de la caridad para cuantos necesitan cuidados médicos. A esas obras nunca debe faltarles el apoyo de toda la comunidad eclesial.

Amadísimos hermanos y hermanas, en este ámbito privilegiado la Iglesia está llamada a testimoniar la presencia del Señor resucitado. Quisiera repetir a todos los que trabajan en él cuanto escribí en la citada carta apostólica Novo millennio ineunte: "¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo" (n. 58). Que al comienzo de este siglo sea más ágil el paso de quienes, como el buen samaritano, están llamados a inclinarse para curar al hombre herido y sufriente. María, que desde el cielo vela maternalmente sobre los que sufren la prueba del dolor, sea el apoyo constante de cuantos se dedican a aliviarlo.

Con estos sentimientos, imparto de buen grado a todos una especial bendición apostólica.










Discursos 2001 153