Discursos 2001 162

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA ASAMBLEA DE LA UNIÓN INTERNACIONAL


DE SUPERIORAS GENERALES


Lunes 14 de mayo de 2001



A la Unión internacional
de superioras generales

1. Con gran alegría me dirijo a vosotras, queridas superioras, que habéis venido de todas las partes del mundo para participar en el acostumbrado encuentro de la Unión internacional de superioras generales. Se os ha convocado para reflexionar acerca de los problemas y las esperanzas de la vida consagrada en este comienzo del tercer milenio, a fin de poder continuar siendo, con plena fidelidad a vuestros carismas, signo del amor de Cristo. Al no poder recibiros en audiencia debido a mi peregrinación tras las huellas de san Pablo, que me llevará en los próximos días a Atenas, Damasco y Malta, con sumo gusto os dirijo este mensaje, gracias al cual puedo estar al menos espiritualmente entre vosotras.

Os habéis reunido en Roma para reflexionar sobre un tema que une admirablemente no sólo la enriquecedora diversidad de vuestros carismas en la Iglesia, sino también el pluralismo de las culturas que hacen significativas vuestras tradiciones. Os une en un solo corazón el anhelo del apóstol Pablo: "Charitas Christi urget nos!" (2Co 5,14). En este mundo, herido por tantas contradicciones, con vuestra identidad de "mujeres" os proponéis "ser presencia viva de la ternura y de la misericordia de Dios". Sólo en virtud de la caridad de Cristo las comunidades religiosas pueden responder eficazmente a los desafíos del mundo moderno y ser anuncio vivo de comunión para una nueva humanidad, que brote de la misericordia y de la ternura de Dios.

2. Vuestra vida consagrada se caracteriza por la comunión con Dios Amor, a quien queréis dar la primacía en toda opción. El Dios al que os habéis entregado como don libre y consciente, es el Dios de Jesucristo, el Dios del Amor, de la Relación, Dios Trinidad. Él envuelve nuestra pequeñez en su misma dinámica de amor y de unidad. Pero, ¿cómo podremos pertenecer a un Dios de comunión si no vivimos en comunión con quienes tratamos, manifestándola concretamente en nuestra vida? En la exhortación postsinodal Vita consecrata, puse de relieve que "la comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado (n. 41) y, últimamente, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, expliqué que "espiritualidad de comunión" significa "una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado" (n. 43).
La misma llamada que os dirigió Jesús y a la que cada una de vosotras ha respondido con la entrega de la propia vida, no puede realizarse sin entrar en comunión con el mundo entero por amor a Dios.

163 3. Para reconocer a Cristo y a la Iglesia, el mundo necesita también vuestro testimonio. Por eso, no os desalentéis si encontráis dificultades. A veces puede parecer que el amor, la justicia y la fidelidad ya no están presentes en el mundo de hoy. No tengáis miedo; el Señor está con vosotras, os precede y os acompaña con la fidelidad de su amor. Con vuestra vida, dad testimonio de lo que creéis.

Se necesita el testimonio fuerte y libre de vuestro voto de pobreza, vivido con amor y alegría, a fin de que vuestras hermanas y vuestros hermanos comprendan que el único "tesoro" es Dios con su amor salvífico. La pobreza custodia la castidad y os preserva de ser esclavas de las necesidades creadas artificiosamente por la civilización del bienestar. Liberadas de todo lo que es superfluo, daréis a vuestra pobreza el rostro evangélico de la libertad y de la confianza de quien está seguro de que Dios provee a sus hijos. No se os ha pedido que seáis potentes, sino que seáis santas.

Se necesita vuestra castidad fiel y límpida que "anuncia", en el silencio de la entrega diaria, la misericordia y la ternura del Padre y grita al mundo que hay un "amor mayor" que llena el corazón y la vida, porque deja lugar para el hermano, como sugiere el Apóstol: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas" (
Ga 6,2). No tengáis miedo de dar testimonio de este gran don de Dios. La juventud os observa: ojalá aprenda de vosotras que hay un amor distinto del que el mundo proclama, un amor fiel, total, capaz de arriesgarse. La virginidad, vivida por amor a Cristo, es profética, hoy más que nunca.

Se necesita vuestra obediencia responsable y totalmente disponible a Dios a través de las personas que él pone en vuestro camino. Estáis llamadas a mostrar, con vuestra vida, que la verdadera libertad consiste en entrar decididamente por el camino marcado y bendecido por la obediencia, el camino de muerte y resurrección que Jesús nos enseñó con su ejemplo. Tened presente su grito de soledad y, al mismo tiempo, de abandono al Padre: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39) (cf. Novo millennio ineunte, NM 26). Vivid la obediencia en la comunión. No dejéis que el individualismo se infiltre en vuestras comunidades. Las que ejercen el servicio de la autoridad procuren siempre que todas las hermanas den testimonio de una profunda comunión con el Magisterio de la Iglesia, en especial cuando una mentalidad secularizada y hedonista intenta poner en discusión verdades fundamentales y normas morales. Que vuestra obediencia sea un abandono ilimitado a los designios del Padre, como lo fue la obediencia de Jesús.

4. De este abandono al amor de Dios es de donde toma su fuerza la caridad con el prójimo. "Es la hora de una nueva "creatividad de la caridad"" (ib., 50) que no sólo promueva la eficacia de las ayudas prestadas, por otra parte muy necesarias, "sino la capacidad de mostrarse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda no sea percibido como limosna humillante, sino como un compartir fraterno" (ib.). La vida religiosa, para encontrarse a sí misma, ha de redescubrir el contacto con la gente a fin de que esta pueda conocerla tal como es en realidad: un don de Dios hecho a los hombres en el misterio de comunión que da vida a la Iglesia. Cuanto más os pongáis al servicio de los demás, empezando por los más pobres, tanto más profundamente comprenderéis la vitalidad del carisma que Dios os ha otorgado a través de vuestros fundadores y vuestras fundadoras. Todo carisma ha sido dado para la vida del mundo. La contemplación, como la evangelización, el servicio a los marginados y a los enfermos, así como la enseñanza, son siempre un diálogo con la humanidad, la misma humanidad en favor de la cual Dios no dudó en enviar a su propio Hijo, a fin de que diera la vida para su redención.

¡Cuántas veces se ha dicho que hoy, más que maestros, se necesitan testigos! Sed, por tanto, testigos del Evangelio, fieles a Dios y fieles al hombre. La vida religiosa, precisamente en virtud de la fe en la presencia de Cristo en su Iglesia -"Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20)-, vivirá con toda la Comunidad eclesial "un renovado impulso en la vida cristiana" (Novo millennio ineunte, NM 29), haciendo de la presencia divina la fuerza inspiradora de su camino.

La certeza de la presencia de Dios en vuestra vida os ayuda a comprender la relación que existe entre vida consagrada y anuncio del Evangelio. Dios quiere necesitar vuestra disponibilidad personal y comunitaria a su Espíritu, a fin de que la humanidad descubra y conozca finalmente su misericordia y su ternura en favor de todos y cada uno. San Pablo afirma: "Cuando soy débil, es cuando soy fuerte" (2Co 12,10). ¿Por qué? Porque Dios no teme la debilidad del hombre, con tal de que este se acoja a su misericordia.

5. Queridas superioras generales, estoy espiritualmente presente entre vosotras y os acompaño con mi oración, pensando que toda vocación religiosa en la Iglesia encierra un mensaje siempre renovado de esperanza. Se podría decir que el corazón de la mujer ha sido creado para llevar al mundo el mensaje de la misericordia y de la ternura de Dios. Por esto, de buen grado, os encomiendo a la Virgen María, la primera consagrada, que en la obediencia llegó a ser la Madre de Dios. Y con confianza os repito: "¡Caminemos con esperanza! (...) ¿No ha sido para tomar contacto con este manantial vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar? Ahora el Cristo contemplado y amado nos invita una vez más a ponernos en camino" (Novo millennio ineunte, NM 58).

Que la Virgen María os ayude a amar, a costa de cualquier sacrificio, incluso hasta el heroísmo, como lo han sabido hacer tantas hermanas vuestras. Que su presencia sea para cada una de vosotras guía y ayuda.

Con estos sentimientos, os imparto a todas, de corazón, una especial bendición, que hago extensiva a vuestros institutos, a cada comunidad y a cada hermana, como expresión del amor de Dios que os acompaña a cada una con fidelidad eterna.

Vaticano, 3 de mayo de 2001







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL IX CENTENARIO


DE LA MUERTE DE SAN BRUNO





164 Al reverendo padre
Marcellin THEEUWES
Prior de Chartreuse
Ministro general de la Orden de los Cartujos
y a todos los miembros de la familia cartuja

1. Mientras los miembros de la familia cartuja celebran el IX centenario de la muerte de su fundador, doy gracias juntamente con ellos a Dios, que suscitó en su Iglesia la figura eminente y siempre actual de san Bruno. Con una oración ferviente, apreciando vuestro testimonio de fidelidad a la Sede de Pedro, me uno de buen grado a la alegría de la orden cartuja, que tiene a este "padre muy bueno e incomparable" como maestro de vida espiritual. El 6 de octubre de 1101, "ardiendo de amor divino", Bruno dejó "las sombras fugitivas del siglo" para alcanzar definitivamente los "bienes eternos" (cf. Carta a Raúl, n. 13). Los hermanos del eremitorio de Santa María de la Torre, en Calabria, a los que había dado tanto afecto, no podían dudar de que ese dies natalis inauguraba una aventura espiritual singular, que produce aún hoy frutos abundantes para la Iglesia y para el mundo.

Testigo de la inquietud cultural y religiosa que en su época agitaba a la Europa naciente, protagonista de la reforma que deseaba realizar la Iglesia frente a las dificultades internas que encontraba, después de ser un profesor apreciado, Bruno se sintió llamado a consagrarse al bien único que es Dios mismo. "¿Hay algo tan bueno como Dios? Más aún, ¿existe un bien que no sea Dios? Por eso el alma santa que percibe este bien, su incomparable brillo, su esplendor y su belleza, arde en la llama de amor celestial y exclama: "Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿cuándo veré el rostro de Dios?"" (Carta a Raúl, n. 15). El carácter radical de esta sed impulsó a Bruno, en la escucha paciente del Espíritu, a inventar con sus primeros compañeros un estilo de vida eremítica, en el que todo favorece la respuesta a la llamada de Cristo que, en todos los tiempos, elige a hombres "para llevarlos a la soledad y unirse a ellos con un amor íntimo" (Estatutos de la Orden de los Cartujos). Con esa elección de "vida en el desierto", Bruno invita desde entonces a toda la comunidad eclesial "a no perder nunca de vista la suprema vocación, que consiste en estar siempre con el Señor" (Vita consecrata
VC 7).

San Bruno manifiesta un vivo sentido de Iglesia, pues fue capaz de olvidar "su" proyecto, para responder a las llamadas del Papa. Consciente de que no se puede avanzar por el camino de la santidad sin obedecer a la Iglesia, nos muestra así que la verdadera vida de seguimiento de Cristo exige ponerse en sus manos, manifestando en el abandono de sí un suplemento de amor. Esta actitud le mantenía en una alegría y alabanza a Dios permanentes. Sus hermanos constataban que "tenía siempre el rostro radiante de gozo y palabras modestas. Con el vigor de un padre, sabía mostrar la sensibilidad de una madre" (Introducción al Pergamino fúnebre dedicado a san Bruno). Estas delicadas palabras del pergamino fúnebre expresan la fecundidad de una vida consagrada a la contemplación del rostro de Cristo, fuente de eficacia apostólica y motor de la caridad fraterna. Ojalá que los hijos e hijas de san Bruno, a ejemplo de su padre, sigan contemplando siempre a Cristo, mostrando así "una vigilancia santa y perseverante, a la espera de la vuelta de su Maestro, para abrirle cuando llame" (Carta a Raúl, n. 4); esto constituye una llamada estimulante para que todos los cristianos se mantengan vigilantes en la oración a fin de acoger a su Señor.

2. Después del gran jubileo de la Encarnación, la celebración del IX centenario de la muerte de san Bruno adquiere hoy aún mayor importancia. En la carta apostólica Novo millennio ineunte he invitado a todo el pueblo de Dios a recomenzar desde Cristo, para que quienes tienen sed de sentido y de verdad escuchen los latidos del corazón de Dios y del corazón de la Iglesia. Las palabras de Cristo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20), invitan a todos los que llevan el nombre de discípulos a sacar de esta certeza un impulso renovado para su vida cristiana, fuerza inspiradora de su camino (cf. Novo millennio ineunte ). La vocación a la oración y a la contemplación, que caracteriza la vida cartuja, muestra particularmente que sólo Cristo puede dar a la esperanza humana una plenitud de sentido y de alegría.

¿Cómo dudar entonces, aunque sólo sea por un instante, de que esa expresión del amor puro da a la vida cartuja una extraordinaria fecundidad misionera? En el retiro de los monasterios y en la soledad de las celdas, paciente y silenciosamente, los cartujos tejen el vestido nupcial de la Iglesia, "engalanada como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21,3); presentan diariamente el mundo a Dios e invitan a toda la humanidad al banquete de bodas del Cordero. La celebración del sacrificio eucarístico constituye la fuente y la cumbre de toda la vida en el desierto, conformando al ser mismo de Cristo a los hombres y mujeres que se entregan al amor, a fin de hacer visibles la presencia y la acción del Salvador en el mundo, para salvación de todos los hombres y alegría de la Iglesia.

3. En el corazón del desierto, lugar de prueba y de purificación de la fe, el Padre lleva a los hombres por un camino de desprendimiento que va contra la lógica del tener, del éxito y de la felicidad ilusoria. A los que querían vivir según el ideal de san Bruno, Guigues el Cartujo los animaba sin cesar a "seguir el ejemplo de Cristo pobre, (para) compartir sus riquezas" (Sobre la vida solitaria, n. 6). Este desprendimiento implica una ruptura radical con el mundo, que no es desprecio del mundo, sino una orientación asumida para toda la existencia en una búsqueda asidua del único Bien: "Me has seducido, Señor, y me dejé seducir" (Jr 20,7). ¡Feliz la Iglesia, que puede contar con el testimonio cartujo de disponibilidad total al Espíritu y de una vida entregada totalmente a Cristo!

165 Así pues, invito a los miembros de la familia cartuja a ser, con la santidad y sencillez de su vida, como una ciudad en la cima del monte y como una lámpara sobre el candelero (cf. Mt Mt 5,14-15).
Que, arraigados en la palabra de Dios, saciados por los sacramentos de la Iglesia y sostenidos por la oración de san Bruno y de los hermanos, sigan siendo para toda la Iglesia, y en el centro del mundo, "lugares de esperanza y de descubrimiento de las bienaventuranzas; lugares en los que el amor, alimentado con la oración, principio de comunión, está llamado a convertirse en lógica de vida y fuente de alegría" (Vita consecrata VC 51). La vida de clausura, expresión sensible de una ofrenda de toda la vida vivida en unión con la de Cristo, al hacer sentir la precariedad de la existencia, invita a confiar únicamente en Dios. Aumenta la sed de recibir las gracias concedidas con la meditación de la palabra de Dios. Asimismo, es "el lugar de la comunión espiritual con Dios y con los hermanos y hermanas, donde la limitación del espacio y de las relaciones con el mundo exterior favorecen la interiorización de los valores evangélicos" (ib., 59). En efecto, la búsqueda de Dios en la contemplación es inseparable del amor a los hermanos, un amor que nos lleva a reconocer el rostro de Cristo en el más pobre de entre los hombres. La contemplación de Cristo vivida en la caridad fraterna sigue siendo el camino más seguro para la fecundidad de toda vida. San Juan no cesa de recordarlo: "Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1Jn 4,7). Lo había comprendido muy bien san Bruno, que jamás separó el primado que otorgaba a Dios en toda su vida de la profunda humanidad que testimoniaba entre sus hermanos.

4. El IX centenario del dies natalis de san Bruno me brinda la ocasión de renovar mi gran confianza en la Orden de los Cartujos por lo que respecta a su misión de contemplación gratuita y de intercesión por la Iglesia y por el mundo. A ejemplo de san Bruno y de sus sucesores, los monasterios cartujos no dejan de atraer la atención de la Iglesia hacia la dimensión escatológica de su misión, recordando las maravillas que Dios obra y velando en espera del cumplimiento último de la esperanza (cf. Vita consecrata VC 27). La orden cartuja, centinela infatigable del Reino que viene, procurando "ser" antes que "hacer", da a la Iglesia vigor y valentía en su misión, para remar mar adentro y hacer que la buena nueva de Cristo inflame a toda la humanidad.

Durante estos días de fiesta de la Orden, ruego ardientemente al Señor que suscite en el corazón de numerosos jóvenes la llamada a dejarlo todo para seguir a Cristo pobre por el camino exigente pero liberador de la vida cartuja. Invito también a los responsables de la familia cartuja a responder sin miedo a las llamadas de las Iglesias jóvenes a fundar monasterios en sus territorios.

Con este espíritu, el discernimiento y la formación de los candidatos que se presentan deben ser objeto de una atención renovada por parte de los formadores. En efecto, nuestra cultura contemporánea, marcada por un fuerte sentimiento hedonista, por el afán de poseer y por una concepción errónea de la libertad, no facilita la expresión de la generosidad de los jóvenes que quieren consagrar su vida a Cristo, deseando seguir sus pasos por el camino de una vida de amor oblativo y de servicio concreto y generoso. La complejidad de los caminos personales, la fragilidad psicológica y las dificultades para vivir la fidelidad en el tiempo invitan a hacer todo lo posible para proporcionar a los que piden entrar en el desierto de la cartuja una formación que abarque todas las dimensiones de la persona. Además, hay que prestar atención especial a la elección de formadores capaces de acompañar a los candidatos por el camino de la liberación interior y de la docilidad al Espíritu Santo. Por último, conscientes de que la vida fraterna es un elemento fundamental del itinerario de las personas consagradas, es preciso invitar a las comunidades a vivir sin reservas el amor mutuo, fomentando un clima espiritual y un estilo de vida conformes al carisma de la Orden.

5. Queridos hijos e hijas de san Bruno, como recordé al final de la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, "vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (n. 110). En el corazón del mundo, hacéis que la Iglesia esté atenta a la voz de su Esposo, que le dice: "¡Ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Os exhorto a no renunciar jamás a las intuiciones de vuestro fundador, aunque el empobrecimiento de las comunidades, la disminución de las entradas y la incomprensión que suscita vuestra opción radical de vida puedan llevaros a dudar de la fecundidad de vuestra Orden y de vuestra misión, cuyos frutos pertenecen misteriosamente a Dios.

A vosotros, queridos hijos e hijas de la cartuja, que sois los herederos del carisma de san Bruno, os corresponde conservar en toda su autenticidad y profundidad la especificidad del camino espiritual que os mostró con su palabra y su ejemplo. Vuestro conocimiento experiencial de Dios, alimentado en la oración y la meditación de su palabra, invita al pueblo de Dios a ensanchar su mirada hacia los horizontes de una humanidad nueva que busca la plenitud de su sentido y la unidad. Vuestra pobreza, ofrecida para gloria de Dios y salvación del mundo, es una contestación elocuente de las lógicas del lucro y la eficacia que frecuentemente cierran el corazón del hombre y de las naciones a las verdaderas necesidades de sus hermanos. En efecto, vuestra vida escondida con Cristo, como la cruz silenciosa plantada en el corazón de la humanidad redimida, sigue siendo para la Iglesia y el mundo el signo elocuente y el recuerdo permanente de que todo ser, hoy como ayer, puede dejarse conquistar por Aquel que es sólo amor.

Encomendando a todos los miembros de la familia cartuja a la intercesión de la Virgen María, Mater singularis Cartusiensium, Estrella de la evangelización del tercer milenio, os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a todos los bienhechores de la Orden.

Vaticano, 14 de mayo de 2001










A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BANGLADESH


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 15 de mayo de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

166 1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Ph 1,2). Con el recuerdo aún vivo de mi reciente visita tras las huellas de san Pablo, os saludo a vosotros, obispos de Bangladesh, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, con estas palabras del Apóstol de los gentiles. Vuestra presencia es para nosotros una ocasión de dar gracias a Dios todopoderoso por los dones y las bendiciones que ha derramado sobre la Iglesia en vuestro país desde que los primeros misioneros predicaron el Evangelio y, en particular, desde que la Iglesia llegó a su madurez con la creación de la diócesis de Dacca en 1886.

Aunque la comunidad católica en Bangladesh es pequeña, el entusiasmo y el fervor con que sus miembros se prepararon para la celebración del gran jubileo del año 2000 es un testimonio elocuente y convincente de su vitalidad y su vigor. Aprovecho esta oportunidad para agradeceros todo lo que hicisteis durante los tres años de preparación inmediata para el gran jubileo, con el fin de asegurar que pudiera ser verdaderamente ocasión para una renovación de fe y compromiso de vida cristiana. Saludo asimismo a los católicos de vuestro país, y pido a Dios que crezcan en "sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios" (Col 1,9-10).

2. Durante vuestra visita a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo tenéis la oportunidad de orar y reflexionar, a la luz de su ejemplo, sobre vuestro ministerio como obispos y sucesores de los Apóstoles. El ministerio del obispo, tal como lo quiso Cristo, es esencial para la vida y la misión de la Iglesia. Dado que "cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (Lumen gentium LG 23), el obispo tiene la tarea de salvaguardar y promover la unidad y la comunión entre todo el pueblo de Dios en la Iglesia particular confiada a su cuidado. Sirve a los fieles de su diócesis predicando la palabra de Dios, santificándolos con la celebración de los sacramentos, gobernándolos según el ejemplo del divino Maestro, y alentándolos en su vida de fe, a menudo en circunstancias difíciles. También ha de custodiar los vínculos de la fe y la comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro, y, como miembro del Colegio episcopal, participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf. Christus Dominus ).

Es evidente que las responsabilidades y las obligaciones del obispo son arduas, pero sirve a su pueblo con alegría y confianza, consciente de que el Señor que lo ha llamado a desempeñar su misión no permitirá que le falten ni su apoyo ni sus gracias, tan necesarios. Incluso en medio de dificultades aparentemente insuperables, podemos obtener gran fuerza de la contemplación de la vida y del ministerio de san Pablo, que, "abrumado por una gran tribulación", hasta el punto de que "ya no esperaba salir con vida", comprendió que no debía confiar en sí mismo, sino en Dios: "En él tenemos puesta la esperanza de que nos seguirá librando" (cf. 2Co 1,8-10). Por tanto, es esencial que los obispos dediquen tiempo a orar, para llevar una profunda vida espiritual, caracterizada por la intimidad con Cristo. Imitando a la Virgen María, deben meditar atentamente la palabra de Dios en su corazón (cf. Lc Lc 2,19 Lc Lc 2,51).

Esto debe valer también para vuestros sacerdotes. Los padres sinodales, en la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, destacaron esta necesidad: "Los habitantes de Asia deben poder ver a los miembros del clero no sólo como agentes de la caridad o administradores de la institución, sino como hombres que tengan su mente y su corazón sintonizados con las profundidades del Espíritu. (...) Los miembros del clero, con su vida de oración, con su servicio celoso y con su estilo ejemplar de vida, dan un gran testimonio del Evangelio en las comunidades que apacientan en nombre de Cristo" (Ecclesia in Asia ).

3. Los sacerdotes son vuestros "colaboradores y consejeros necesarios" (Presbyterorum ordinis PO 7), y deseo expresarles mi gratitud y mi aliento. Su fidelidad y su compromiso diario son en verdad valiosos a los ojos del Señor. Como obispos, sois conscientes de la importancia de prestar atención a vuestros sacerdotes, especialmente apoyándolos y animándolos en su ministerio. Los sacerdotes deberían poder acudir siempre a su obispo como a un padre amoroso, confiando encontrar en él acogida y comprensión.

Me alegro con vosotros de que siga aumentando el número de vocaciones en Bangladesh. Es necesario asegurarse siempre de que quienes desean ingresar en el seminario posean un elevado carácter moral y motivaciones sanas, auténtica piedad y suficiente aptitud. Los programas de los seminarios deberían tender a formar sacerdotes según el corazón de Cristo, que sean hombres de oración y estén bien preparados intelectualmente, para que sean capaces de responder a las necesidades pastorales y a los desafíos de nuestro tiempo. Os invito en particular a prestar especial atención a la formación de los profesores de vuestros seminarios. Además de los requisitos intelectuales y pastorales, los profesores de los seminarios deben ser ejemplos auténticos y convincentes de vida sacerdotal, capaces de fomentar el progreso de los seminaristas en las virtudes sacerdotales.

En la medida en que ofrezcáis a vuestros sacerdotes oportunidades para una formación permanente que les ayude a madurar en Cristo, permitiréis a cada uno de ellos "custodiar con amor vigilante el "misterio" del que es portador para el bien de la Iglesia y de la humanidad" (Pastores dabo vobis PDV 72). Con esta intención, os animo a emprender iniciativas para ayudar a los sacerdotes a desarrollar su vida espiritual y adquirir mayor familiaridad con los progresos positivos en el campo de la teología, de los estudios bíblicos, de la doctrina moral y de la actividad pastoral. Deberían ser cada vez más conscientes de que su sacerdocio es un don recibido de Dios, una vocación especial que consiste en configurarse únicamente con Cristo, sumo sacerdote, maestro, santificador y pastor de su pueblo. Toda la vida del sacerdote debería transformarse, de manera que llegue a ser verdaderamente un signo atractivo y convincente del amor y de la presencia salvífica de Dios.

4. Los hombres y las mujeres consagrados también necesitan vuestro apoyo y vuestra comprensión. La Iglesia en Blangadesh ha sido bendecida con gran número de religiosos y religiosas, que destacan por el compromiso y la generosidad con que se dedican a un amplio campo de actividades apostólicas.

Trabajan en los campos de la educación, la asistencia sanitaria y en diversos apostolados sociales. Debemos manifestarles gratitud por todo lo que hacen para difundir la fe con el ejemplo de su vida y su enseñanza. Sobre todo, han aceptado la invitación de Cristo a dejarlo todo para seguirlo mediante la práctica de los consejos evangélicos. En cualquier tipo de programación pastoral es esencial considerar a las personas consagradas en primer lugar por lo que son en sí mismas, antes de pensar en los diversos apostolados que realizan. Es preciso prestar atención especial a la promoción de las vocaciones a la vida consagrada y a la calidad de la educación que reciben los que se encuentran en formación.

5. El gran jubileo fue un año extraordinario de gracia que cambió la mente y el corazón de innumerables personas "de toda raza, lengua, pueblo y nación" (Ap 5,9); eso permite a la Iglesia mirar al futuro con confianza. Durante ese año, los dos proyectos más significativos que emprendisteis fueron la Biblia del jubileo y la traducción del Catecismo de la Iglesia católica al bengalí.

167 Tienen gran mérito -y les expresamos profunda gratitud- todos los que participaron en la preparación de esas publicaciones, que ayudarán en la edificación de la comunidad de fe en vuestro país. La traducción al bengalí del Catecismo será muy valiosa especialmente para los sacerdotes y los catequistas al enseñar la fe y preparar a los fieles para la recepción de los sacramentos.

En mi carta apostólica Novo millennio ineunte expresé la esperanza de que las energías producidas por el gran jubileo se canalicen en nuevas iniciativas para enseñar el arte de la oración (cf. n. 32), de la que es parte esencial la escucha devota de la sagrada Escritura (cf. n. 39). La experiencia enseña que la atención prestada a la palabra de Dios fortalece siempre la obra de evangelización. Os invito a hacer que la nueva edición de la Biblia sea fácilmente asequible, y a ayudar a las personas y a las familias a leerla con una actitud de profunda oración, fomentando la tradición antigua y siempre válida de la lectio divina, de un modo inmediatamente comprensible y accesible para todos. Así, la palabra de la Escritura se transformará en un encuentro vivificante con el Señor, formando y orientando la vida de los fieles.

6. Dada la situación particular en que vivís, el diálogo interreligioso es parte de vuestra misión pastoral. Con contactos más frecuentes entre cristianos y musulmanes y con una mayor comprensión mutua de las tradiciones y los valores religiosos se podrán superar las actitudes de sospecha y desconfianza, y asegurar que las tradiciones de libertad religiosa de Bangladesh se mantengan y respeten. Existe un amplio espacio para la cooperación interreligiosa tanto en la defensa de la dignidad de la persona humana y del papel esencial de la familia en la vida de la sociedad como en la promoción del bien común. El mejor fundamento para esta cooperación es la ley moral inscrita en el corazón del hombre, que es el tesoro común de la humanidad y un punto fundamental de encuentro entre pueblos de diferentes culturas y tradiciones religiosas. Teniendo eso en cuenta, la fidelidad de los cristianos a sus creencias religiosas y a sus tradiciones morales reviste gran importancia. El testimonio fiel lleva al así llamado "diálogo de vida", por el que los creyentes de diferentes religiones "testimonian unos a otros en la existencia cotidiana los propios valores humanos y espirituales, y se ayudan a vivirlos para edificar una sociedad más justa y fraterna" (Redemptoris missio
RMi 57).

7. La nueva evangelización y la renovación de la Iglesia en Bangladesh es una tarea de todo el pueblo de Dios. En particular, depende en gran medida de que los fieles laicos tomen plena conciencia de su vocación bautismal y de su responsabilidad de hacer que la buena nueva de Jesucristo influya en la cultura y la sociedad.

En vuestro país los laicos afrontan muchas dificultades por su condición de minoría y por la pobreza que aflige a muchos de ellos. Comparto plenamente vuestra preocupación por los pobres, los marginados y los que sufren, y apoyo los diversos esfuerzos de la Iglesia que está en Bangladesh para responder a las situaciones de pobreza.

Habéis emprendido iniciativas prácticas en las áreas de la asistencia sanitaria, los servicios sociales y la educación, y también habéis intervenido en la defensa de los derechos humanos. Si se conociera y se aplicara más la doctrina social de la Iglesia, podría contribuir en gran medida a aliviar las causas de la pobreza y sería un poderoso medio para promover el bien común.
Estimulad a los laicos a aprovechar las oportunidades educativas que se les ofrecen y a ser más activos en la vida política, social, económica y cultural, en todos los niveles.

8. Una de vuestras principales preocupaciones y responsabilidades pastorales es la familia. Durante los últimos años habéis puesto en marcha diversas iniciativas para promover "este sector, sin duda prioritario, de la pastoral" (Familiaris consortio FC 73). En toda Asia se estiman mucho los valores familiares, como el respeto filial, el amor y la asistencia a los ancianos y a los enfermos, y el amor a los hijos, y esto vale también para Bangladesh. Desde el punto de vista de la Iglesia, la familia es uno de los agentes más eficaces de la evangelización; en ella el Evangelio debería ser la regla de vida (cf. Ecclesia in Asia ). Deseo alentaros a seguir reflexionando en las maneras de fortalecer y promover la familia, fundada en el matrimonio, como comunidad que tiene la misión de custodiar, manifestar y transmitir la vida y el amor (cf. Familiaris consortio ).

Las familias cristianas necesitan transformarse cada vez más en "iglesias domésticas", viviendo con humildad y amor su vocación a la santidad. Esto es muy necesario en un tiempo en que la familia misma está amenazada por una serie de fuerzas, de manera especial por las que fomentan una mentalidad contraria a la vida. Las familias construidas sobre un sólido fundamento son auténticos santuarios de la vida, en los que la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de modo adecuado contra los múltiples ataques a los que está expuesta. Por esta razón el papel de la familia en la construcción de la cultura de la vida es "determinante e insustituible" (Evangelium vitae EV 92).

9. Queridos hermanos, vuestra visita ad limina nos ha brindado la ocasión para compartir algunas reflexiones y pensamientos sobre la situación de la comunidad católica en vuestro país. Vuestra Iglesia es una "Iglesia joven", fuerte en su amor a Cristo y vibrante de entusiasmo por el mensaje evangélico. Deseo aseguraros una vez más a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de Bangladesh mi apoyo y mi aliento. Ruego por vosotros con estas palabras de san Pablo: "El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre" (Col 1,11-12). Con estos pensamientos, encomiendo la Iglesia que está en Bangladesh a la protección materna de María, Estrella luminosa de la evangelización en todas las épocas, y os imparto de buen grado mi bendición apostólica.










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