Discursos 2001 179


A UNA DELEGACIÓN DE LA CONFERENCIA


EPISCOPAL DE RUMANIA CON MOTIVO


DE LA PRESENTACIÓN DE LA "BIBLIA DE BLAJ"


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Jueves 31 de mayo de 2001

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
estimados profesores; ilustres señores:

1. "Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (2Tm 3,14-16).

Con estas palabras el apóstol san Pablo se dirige al joven obispo Timoteo, puesto al frente de la Iglesia de Éfeso, recordándole la importancia de la sagrada Escritura en el anuncio de la salvación en Cristo. Desde los inicios del cristianismo la Biblia fue el libro que forjó muchas culturas, y para traducirlo se crearon a veces los alfabetos nacionales.

La Iglesia ortodoxa era muy consciente de ello en los principados rumanos cuando proveyó a las primeras traducciones de la Biblia a la lengua nacional, para hacerla más accesible a los fieles. En la segunda mitad del siglo XVIII se agotó la primera edición completa rumana de la sagrada Escritura, conocida como Biblia de Bucarest (1688). Mientras tanto, en la lengua nacional se habían producido notables transformaciones. Resultó necesaria entonces una nueva edición, trabajo que realizó con competencia y celo un gran monje erudito, Samuel Micu, de la Escuela Ardeleana.La edición tomó el nombre de la ciudad de Blaj, donde en el año 1795 la imprimió el obispo Ioan Bob.

2. Esta nueva traducción no sólo fue utilizada por la Iglesia greco-católica de Transilvania, sino también por la Iglesia ortodoxa, y sirvió así a todos los rumanos para la difusión de la fe en Cristo. De este modo, en la liturgia se siguieron proclamando los mismos textos y se desarrolló ulteriormente el lenguaje teológico común.

Además, dada la gran calidad literaria de la obra, ejerció una notable influencia cultural sobre toda la nación, como sucedió, por ejemplo, en Polonia gracias a la traducción de la Biblia realizada por el sacerdote jesuita p. Jakub Wujek.

Al considerar la importancia de la Biblia de Blaj, que representa un verdadero monumento de fe y, al mismo tiempo, un monumento literario de la lengua rumana, he querido que una de sus ediciones, preparada por un grupo de insignes estudiosos bajo el patrocinio de la sede metropolitana greco-católica y de las más altas autoridades culturales de Rumanía, se imprimiera en el Vaticano como don de la Santa Sede.

Con este gesto también he deseado confirmar la secular cercanía de los Romanos Pontífices a la nación rumana. Llevo siempre en el corazón el recuerdo de mi viaje a vuestro país y el afecto que me demostraron entonces tanto católicos como ortodoxos. Me viene a la memoria el grito del pueblo durante la celebración eucarística en el parque Podul Izvor: ¡unidad, unidad! Es el anhelo espiritual de un pueblo que pide unidad y quiere trabajar por la unidad. Jamás podré borrar de mi memoria el entusiasmo de los rostros y los gestos de fraternidad de ese histórico encuentro. Ya forman parte de la historia. Del mismo modo que aquel viaje nos acercó en el camino hacia la unidad, espero que la reimpresión de la Biblia de Blaj constituya un nuevo paso hacia la comunión plena de los discípulos de Cristo.

181 3. "Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal, y sean como una insignia entre vuestros ojos. Enseñádselas a vuestros hijos, hablando de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado. Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos en la tierra que el Señor juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la tierra" (Dt 11,18-21).

La palabra del Señor ante todo se debe vivir. Tiene que penetrar en todos los espacios donde el hombre vive y trabaja. Para que esto suceda, la Iglesia está llamada a predicarla con fuerza y claridad, recurriendo tanto a los medios tradicionales como a los que ofrecen las nuevas tecnologías.

Invito a los pastores y a los fieles a convertir la Biblia en su alimento espiritual diario. Los exhorto a meditar y a orar con las palabras de la sagrada Escritura que, junto con la Eucaristía, debe constituir el centro de la vida eclesial y familiar. Sólo así tendrán siempre la inspiración y la fuerza divina necesarias para permanecer fieles a Cristo dando testimonio ante el mundo.

Por eso, con gran alegría lo acojo hoy, señor presidente, a usted y a cuantos han cooperado en la reimpresión de la Biblia de Blaj. Doy las gracias a los promotores de esta iniciativa y a quienes han cuidado las diversas fases de su realización.

Asimismo, espero que la reimpresión de la Biblia de Blaj recuerde esta urgencia, a la que se ha de dar prioridad en los programas pastorales y en la formación del clero. Así la Iglesia católica, que con razón puede sentirse orgullosa de la contribución que ha dado a lo largo de los siglos a la vida del pueblo rumano, seguirá siendo útil a la nación.

A los cristianos de Rumanía les entrego idealmente esta nueva edición de la Biblia, e invoco a María, Virgen de la escucha y Madre de la unidad, para que vele sobre los pasos de todo el pueblo rumano.

Con este fin, os aseguro de corazón mi oración, y de buen grado envío a cada uno una especial bendición apostólica.








A LOS PROFESORES Y ALUMNOS


DEL INSTITUTO "JUAN PABLO II"


PARA ESTUDIOS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA



Jueves 31 de mayo de 2001




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho celebrar con vosotros, profesores, alumnos y personal, el vigésimo aniversario de la fundación de vuestro, o mejor, de "nuestro" Instituto para estudios sobre el matrimonio y la familia. Gracias por vuestra amable presencia. Os saludo a todos con afecto y, en particular, al gran canciller, cardenal Camillo Ruini; al presidente del Consejo superior del Instituto, cardenal Alfonso López Trujillo; y a monseñor Carlo Caffarra, arzobispo de Ferrara, iniciador del Instituto. Saludo asimismo a monseñor Angelo Scola, director del Instituto, a los profesores y a los alumnos, al personal y a cuantos de diferentes modos cooperan en la benemérita actividad del centro académico.

182 Este aniversario es un signo elocuente de la solicitud de la Iglesia por el matrimonio y la familia, que constituyen uno de los bienes más valiosos de la humanidad, como afirmé en la exhortación apostólica Familiaris consortio, de la que también este año se celebra el vigésimo aniversario de su publicación (cf. n. 1).

Dado que ya estáis presentes con secciones en todos los continentes, la intuición originaria que llevó a la fundación del Instituto ha mostrado su fecundidad en contacto con las nuevas situaciones y con los desafíos cada vez más radicales del momento actual.

2. Desarrollando la temática afrontada en anteriores circunstancias, hoy quisiera atraer vuestra atención hacia la exigencia de elaborar una antropología adecuada que trate de comprender e interpretar al hombre en lo que es esencialmente humano.
En efecto, el olvido del principio de la creación del hombre como varón y mujer representa uno de los factores de mayor crisis y debilidad de la sociedad contemporánea, con preocupantes consecuencias en el clima cultural, en la sensibilidad moral y en el marco jurídico. Cuando se pierde de vista este principio, se ofusca la percepción de la singular dignidad de la persona humana y se abre camino a una peligrosa "cultura de muerte".

Sin embargo, la experiencia del amor, correctamente entendido, sigue siendo la puerta de acceso, simple y universal, a través de la cual todo hombre está llamado a tomar conciencia de los factores constitutivos de su humanidad: razón, afectividad y libertad. En el irreprimible interrogante sobre el significado de su persona, sobre todo partiendo del principio de que ha sido creado a imagen de Dios, varón y mujer, el creyente puede reconocer el misterio del rostro trinitario de Dios, que lo crea imprimiendo en él el sello de su realidad de amor y comunión.

3. El sacramento del matrimonio y la familia que nace de él representan el camino eficaz por el que la gracia redentora de Cristo asegura a los hijos de la Iglesia una participación real en la comunión trinitaria. El amor del Resucitado a su esposa la Iglesia, concedido sacramentalmente en el matrimonio cristiano, alimenta, al mismo tiempo, el don de la virginidad por el Reino. Esta, a su vez, indica el destino último de ese mismo amor conyugal.
Así, el misterio nupcial nos ayuda a descubrir que la Iglesia misma es "familia de Dios". Por eso, el Instituto, al profundizar en la naturaleza del sacramento del matrimonio, ofrece también elementos para la renovación de la eclesiología.

4. Un aspecto particularmente actual y decisivo para el futuro de la familia y de la humanidad es el respeto del hombre a sus orígenes y a las modalidades de su procreación. Cada vez con mayor insistencia surgen proyectos que sitúan los comienzos de la vida humana en ámbitos diversos de la unión conyugal entre el varón y la mujer. Son proyectos basados a menudo en presuntas justificaciones médicas y científicas. En efecto, con el pretexto de asegurar una mejor calidad de vida mediante un control genético o contribuir al progreso de la investigación médica y científica, se proponen experimentaciones con embriones humanos y métodos para su producción que abren la puerta a manipulaciones y abusos por parte de quien se arroga un poder arbitrario e ilimitado sobre el ser humano.

La verdad plena sobre el matrimonio y la familia, que se nos reveló en Cristo, es una luz que permite captar las dimensiones constitutivas de lo que es auténticamente humano en la procreación misma. Como enseña el concilio Vaticano II, los esposos, unidos por el vínculo conyugal, están llamados a expresar su entrega mutua con los actos honestos y dignos propios del matrimonio (cf. Gaudium et spes
GS 49) y a acoger con responsabilidad y gratitud a los hijos, "el don más excelente del matrimonio" (ib., 50). Así, precisamente con su donación corporal, se convierten en colaboradores del amor de Dios Creador. Al participar en el don de la vida y del amor, reciben la capacidad de corresponder a él y, a su vez, transmitirlo.

Por consiguiente, el ámbito del amor de los esposos y la mediación corpórea del acto conyugal son el único lugar en el que se reconoce y respeta plenamente el valor singular del nuevo ser humano, llamado a la vida. En efecto, no se puede reducir al hombre a sus componentes genéticos y biológicos, aunque participen en su dignidad personal. Todo hombre que viene al mundo está llamado desde siempre por el Padre a participar en Cristo, por el Espíritu, en la plenitud de la vida en Dios. Por tanto, ya desde el instante misterioso de su concepción debe ser acogido y tratado como persona, creada a imagen y semejanza de Dios mismo (cf. Gn Gn 1,26).

5. Otra dimensión de los desafíos que hoy esperan una respuesta adecuada de la investigación y de la actividad del Instituto es de índole sociocultural y jurídica.

183 En algunos países, ciertas legislaciones permisivas, fundadas en concepciones parciales y erróneas de la libertad, han favorecido durante los últimos años presuntos modelos alternativos de familia, que ya no se basa en el compromiso irrevocable de un varón y una mujer de formar una "comunidad para toda la vida". Los derechos específicos reconocidos hasta ahora a la familia, célula primordial de la sociedad, se han extendido a formas de asociación, a uniones de hecho, a pactos civiles de solidaridad, concebidos para responder a exigencias e intereses individuales, y a reivindicaciones destinadas a sancionar jurídicamente opciones presentadas indebidamente como conquistas de libertad. ¿Quién no ve que la promoción artificiosa de semejantes modelos jurídico-institucionales tiende cada vez más a disolver el derecho originario de la familia a ser reconocida plenamente como un sujeto social?

Quisiera reafirmar aquí con fuerza que la institución familiar, que permite al hombre adquirir de modo adecuado el sentido de su identidad, le ofrece al mismo tiempo un marco conforme a la dignidad natural y a la vocación de la persona humana. Los vínculos familiares son el primer lugar de preparación para las formas sociales de la solidaridad. El Instituto, al promover, de acuerdo con su naturaleza académica, una "cultura de la familia", contribuye a desarrollar la "cultura de la vida" que he recomendado en numerosas ocasiones.

6. Hace veinte años en la exhortación apostólica Familiaris consortio afirmé que "el futuro de la humanidad se fragua en la familia" (n. 86). Os lo repito hoy a vosotros con profunda convicción y con mayor preocupación. Lo repito también con plena confianza, encomendándoos a vosotros y vuestro trabajo a la Virgen de Fátima, en estos años patrona dulce y fuerte del Instituto. A ella, Reina de la familia, le confío todos vuestros proyectos y el camino que os espera en los albores de este tercer milenio.

A la vez que os aseguro el apoyo de mi oración en vuestro compromiso, os bendigo de corazón.









CELEBRACIÓN MARIANA EN EL VATICANO AL FINAL DEL MES DE MAYO


AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO


Fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo de 2001

"María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1,39).

Concluimos delante de esta gruta, que nos trae a la memoria el santuario de Lourdes, el camino mariano realizado durante el mes de mayo. Revivimos juntos el misterio de la Visitación de María santísima, en esta peregrinación por los jardines vaticanos, en la que todos los años participan cardenales y obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y numerosos fieles. Doy las gracias al querido cardenal Virgilio Noè y a todos los que han organizado con esmero esta cita de oración ante la Virgen.

Resuenan en nuestro corazón las palabras del evangelista san Lucas: "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1,41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de "pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo. En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación: la Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.

Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el don de Dios: como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.

Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico.

Es muy significativo que en el último día de mayo se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico .

184 A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros.









                                                                                     Junio de 2001




A LA ASAMBLEA GENERAL DEL INSTITUTO


PONTIFICIO PARA LAS MISIONES EXTRANJERAS


Viernes 1 de junio de 2001

Amadísimos hermanos:

1. Es para mí motivo de gran alegría acogeros hoy y daros una cordial bienvenida. Al final de las celebraciones del 150° aniversario de vuestra fundación y con ocasión de vuestra XII asamblea general, habéis querido visitarme para renovar la expresión de vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro en comunión con toda la Iglesia. Os saludo con afecto.

Saludo ante todo al nuevo superior general, padre Giambattista Zanchi, al que expreso mis mejores deseos para la delicada tarea que se le ha confiado al servicio del instituto y de la Iglesia. Al mismo tiempo, quiero agradecer al padre Franco Cagnasso la labor realizada como superior general en beneficio de vuestra fraternidad. Mi saludo se extiende a los componentes del nuevo consejo de la dirección general. En vosotros, queridos hermanos, contemplo el rostro de los numerosos misioneros del Instituto pontificio para las misiones extranjeras que trabajan generosamente en tantas regiones del mundo. Abrazo a todos con intensidad espiritual, pensando en el abnegado compromiso con el que siembran la palabra de Dios, a veces en medio de muchas dificultades y obstáculos.

La asamblea, durante la cual habéis orado y reflexionado, se ha celebrado pocos meses después de la conclusión del gran jubileo, acontecimiento de gracias extraordinarias para la Iglesia, y al comienzo de un nuevo milenio, en el que la comunidad cristiana quiere difundir con renovada confianza y esperanza el anuncio de Cristo, único Salvador del hombre. Este encuentro tiene lugar en vísperas de la solemnidad de Pentecostés: resuena en nuestro corazón el mandato del Señor de ir y hacer discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt Mt 28,19). La misma fuerza del Espíritu, que impulsó a la primera comunidad cristiana, guía nuestros pasos tras las huellas de Cristo.

2. Los días y los siglos transcurren; Cristo, en cambio, es el mismo ayer, hoy y siempre. Es el centro de la vida individual y comunitaria de los que pertenecen a él. Por tanto, es preciso recomenzar constantemente desde él para comprender el sentido de la misión que ha confiado a la Iglesia.

Si vuestra intención es profundizar en el carisma específico de vuestro instituto para revitalizarlo, es indispensable, también desde este punto de vista, recomenzar desde la centralidad de Cristo en la vida comunitaria y en el testimonio personal. Si una "debilidad cristológica" se insinuara en vuestra acción, entonces vuestra obra de evangelización podría correr el riesgo de reducirse a una actividad predominantemente social, caritativa o de organización pastoral. Por el contrario, vuestro instituto nació para reunir almas piadosas y generosas "que se entregaran a Dios, con el fin de dedicarse a la dilatación de su santo Reino" (Máximas y Normas para el Instituto de las misiones, Advertencia preliminar).

Hoy como ayer, sois enviados al mundo para ser de Cristo, sin temer "que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor, que "tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito"" (Novo millennio ineunte ). ¡La fe se fortalece dándola!

Ciertamente, las dificultades y los problemas que la humanidad, en su complejidad, afronta hoy deben tenerse en su justa consideración. Pienso, por ejemplo, en la aparición de nuevas visiones planetarias como la globalización, el etnocentrismo o la tentación de fabricarse una religión "a la medida". Pienso en el rechazo de muchos países a la presencia de misioneros y a la evangelización directa. No hay que subestimar tampoco algunos problemas específicos, como la disminución del número de los miembros del Instituto y el consiguiente envejecimiento o el encuentro, a veces difícil, de personas de orígenes diversos. Sin embargo, con la gracia del Señor, hay que mirar al futuro con ojos llenos de esperanza. Fortalecidos por la presencia misteriosa de Cristo, es preciso adentrarse en el vasto océano que se abre ante la Iglesia del tercer milenio y "remar mar adentro" con confianza.

185 3. Permitidme que recuerde aquí las cuatro dimensiones fuertes que caracterizan la identidad de vuestro instituto, tal como se han manifestado también en los trabajos de la asamblea general. En primer lugar, el misionero del PIME es enviado "ad extra", es decir, sale de su tierra, abandona su cultura, e incluso su Iglesia particular, para llevar a donde el Señor lo llama el anuncio de la cruz. El sugestivo rito de la entrega del crucifijo y de la partida significan que sois enviados como don de Dios a la humanidad y a las comunidades en medio de las que desempeñaréis vuestro ministerio pastoral.

En segundo lugar, vuestra misión es "ad gentes". Por tanto, debe ser constante vuestro compromiso de llegar a los que están "lejos", sobre todo a los que aún no conocen el Evangelio. Eso exige un esfuerzo creativo para inculturar el mensaje evangélico, una intensa capacidad de diálogo y una constante atención a las exigencias de la promoción humana, de la lucha contra las injusticias y de la defensa de los más pobres y los marginados. Si sabéis formar a las nuevas vocaciones también en la interculturalidad, podréis tener misioneros capaces de colaborar en la unidad, aun salvaguardando las diversidades legítimas.

En tercer lugar, vuestra consagración es "ad vitam". Es la respuesta a una llamada y a un proyecto que implica toda la existencia y dura toda la vida. Es entrega total a Cristo para la misión. Por tanto, los ejes fundamentales de vuestra espiritualidad se basan más en el ser que en el hacer, recordando las palabras de Cristo: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (
Lc 21,19).

Por último, la característica de vuestra labor apostólica es la comunión.Sois misioneros de diversas nacionalidades, presbíteros y laicos que vivís en comunión, con un estilo orientado completamente a la misión. La espiritualidad de comunión es el testimonio de Cristo más auténtico que podéis dar al mundo, armonizando en la unidad todas las diferencias, para que se conviertan en riqueza común. Esto exige un continuo proceso de kénosis personal, que os abra a los demás, sean presbíteros o laicos. A este propósito, ¿cómo no ver la utilidad de sostener la dimensión laical de la tarea misionera, como respuesta a los signos de los tiempos, que exigen la presencia del laico para la evangelización? Será importante que los presbíteros y los laicos sepan trabajar juntos, para que la diversidad de ministerio se transforme en riqueza de todos y testimonio elocuente de Cristo.

4. Amadísimos misioneros, por gracia de Dios, en la Iglesia se abren a diario nuevas obras de evangelización y compromiso. Escuchad al Espíritu, que os interpela, y respondedle con generosidad, aceptando los desafíos de la hora actual. No tengáis miedo de ir a donde el misionero no es acogido como tal a causa de razones políticas, sociales, ideológicas o, incluso, religiosas.

No olvidéis que también en los países de antigua cristianización se necesita un firme compromiso misionero, especialmente en las ciudades, donde es más evidente la necesidad de una nueva evangelización y, en algunos casos, hasta de un primer anuncio de Cristo. Además, la historia de vuestro instituto es un largo relato de encuentro y diálogo con las demás religiones. Continuad por este camino, alegrándoos por las riquezas presentes en ellas y siendo capaces de ofrecer a vuestros interlocutores el don específico de vuestra fe cristiana.

Encomiendo a toda vuestra familia a María, Estrella de la evangelización. Que ella os sostenga y os consuele. Os proteja junto con los santos y los beatos que entregaron totalmente su vida a la misión. Os acompañe también mi bendición, que os imparto de corazón a vosotros, a vuestros hermanos y a todos aquellos con quienes os encontréis en vuestro ministerio.





AUDIENCIA AL ARZOBISPO DE CANTERBURY

Y PRIMADO DE LA COMUNIÓN ANGLICANA

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 1 de junio de 2001



Su Gracia;
queridos amigos:

Os saludo y os doy la bienvenida con la oración del gran Apóstol de los gentiles: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Ph 1,2).

186 Me complace particularmente reunirme con usted, Su Gracia, poco después de la celebración de su décimo aniversario como arzobispo de Canterbury. Le deseo personalmente toda felicidad, pidiendo al Señor que lo siga sosteniendo en la realización de las numerosas y difíciles tareas al servicio de la Comunión anglicana en todo el mundo.

Al recordar la admirable experiencia del gran jubileo del año 2000, mi oración por la unidad de los cristianos se vuelve cada vez más intensa. Me ha agradado mucho conocer el éxito del encuentro que los obispos anglicanos y católicos celebraron el año pasado en Canadá.

Que el Señor bendiga esa iniciativa con frutos de comprensión y reconciliación más profundas entre anglicanos y católicos en un mundo que tiene tan urgente necesidad de un mayor testimonio común de la buena nueva de Jesucristo, nuestro Salvador resucitado.

Le agradezco su grata visita y, al disponernos a celebrar Pentecostés, abramos nuestro corazón y nuestra mente a la gracia transformadora del Espíritu Santo. Que las bendiciones de Dios estén con todos vosotros.










A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS


DEL PONTIFICIO COLEGIO FILIPINO


Sábado 2 de junio de 2001



Queridos amigos filipinos:

En esta feliz ocasión del 40° aniversario de la fundación del Pontificio Colegio Filipino, me uno a vuestra acción de gracias a Dios por todo lo que el Colegio ha representado para la Iglesia en Filipinas y para la comunidad filipina en Roma, desde su solemne inauguración, el 7 de octubre de 1961, por obra de mi predecesor el beato Papa Juan XXIII.

Mis visitas a vuestro país me han permitido experimentar personalmente la cordial hospitalidad y la fe viva de vuestro pueblo. Vosotros, jóvenes sacerdotes del Colegio, os estáis preparando para servir precisamente a este pueblo. Sabéis que a menudo estáis en sus pensamientos y en sus oraciones, y que espera mucho de vosotros. Espera que seáis sacerdotes según el Corazón de Jesús.

Os invito a cultivar una profunda y auténtica espiritualidad eucarística, y a dejaros forjar conforme al modelo de Cristo, el buen Pastor, que dio su vida por las ovejas (cf. Jn Jn 10,11). Aprended a amar el sacramento de la penitencia, para que, como confesores, deis a conocer a los fieles el corazón compasivo de Dios, que nos reconcilia consigo. Sed hombres de oración, caritativos y celosos.

El estudio es también una dimensión esencial de toda la vida del sacerdote. Participa en la misión profética de Cristo y está llamado a revelar a los demás, en Jesucristo, el verdadero rostro de Dios y, por consiguiente, el verdadero rostro del hombre. Gracias a vuestro compromiso en el estudio os preparáis para desempeñar vuestro ministerio de la palabra, proclamando el misterio de la salvación claramente y sin ambigüedad, distinguiéndolo de meras opiniones humanas. Considerad siempre vuestra tarea intelectual como un servicio al pueblo de Dios, ayudándole a dar respuesta a todo el que le pida razón de su esperanza cristiana (cf. 1P 3,15).

Oro para que el Pontificio Colegio Filipino siga cumpliendo su misión de formar sacerdotes impregnados de amor a Dios y de celo por la difusión del Evangelio. Encomendándoos a vosotros y a vuestras familias a la intercesión de vuestra patrona, nuestra Señora de la Paz y del Buen Viaje, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE NIÑOS POLACOS


ENFERMOS DE CÁNCER


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Lunes 4 de junio de 2001



Queridos hermanos:

Os doy a todos mi cordial bienvenida. Agradezco a la esposa del señor presidente la introducción de este encuentro. Me alegra mucho poder acogeros aquí. Espero que esta breve visita al Vaticano os permita, al menos por un momento, olvidar la realidad en la que os encontráis normalmente a causa de vuestra enfermedad.

Sé cuán difícil es la experiencia de la enfermedad, especialmente cuando afecta a un niño. Por eso, junto con vosotros, imploro de todo corazón del Señor el don de la salud para vosotros y para todos vuestros coetáneos probados por la enfermedad y el sufrimiento. Oro también para que tengáis esperanza, para que la tengan vuestros padres y todos los que os cuidan, a fin de que seáis fuertes espiritualmente, de modo especial cuando vuestro cuerpo se debilita. Al pensar en la difícil situación que atraviesa hoy el servicio sanitario en Polonia, pido también a Dios que infunda en todos los responsables el espíritu de amor y sabiduría, que los impulse a hacer todo lo posible para cambiar eficazmente esa realidad, por el bien de todos los polacos.

Junto con vosotros, quiero dar gracias a Dios por todo bien. A la persona que sufre le resulta a veces difícil comprender que también la enfermedad constituye un gran bien tanto para ella como para todos los que le rodean. Debemos dar gracias a Jesús por el amor que os tienen vuestros padres y familiares, por la solicitud con que os atienden los médicos y enfermeras, y por la generosidad de muchas personas, a menudo desconocidas, que os sostienen material y espiritualmente. Quiera Dios que no os falten jamás este amor y esta bondad.

Os pido que transmitáis mi saludo y mi bendición a vuestros seres queridos, así como a vuestros compañeros y compañeras, especialmente a los que, como vosotros, luchan contra la enfermedad. Dios os conceda la gracia de la salud y os bendiga.








A LOS OBISPOS DE GABÓN EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 5 de junio de 2001




Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros, obispos de la Iglesia católica en Gabón, mientras realizáis vuestra visita ad limina. Después de la celebración de la fiesta de Pentecostés, deseo que el Espíritu Santo os colme de sus dones para que seáis cada vez más fieles en la realización del ministerio que habéis recibido del Señor. Que vuestros encuentros con el Sucesor de Pedro y con los dicasterios de la Curia romana sean para vosotros intensos momentos de comunión eclesial y de consuelo apostólico.

Expreso mi agradecimiento cordial a monseñor Basile Mvé Engone, arzobispo de Libreville y presidente de vuestra Conferencia episcopal, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Después de su última visita ad limina, el episcopado de Gabón se ha renovado en gran medida. Os animo vivamente a profundizar cada vez más entre vosotros los vínculos de comunión que os unen, para desempeñar fructuosamente vuestro ministerio y desarrollar entre vuestras diócesis una auténtica armonía pastoral. Transmitid a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis mi saludo afectuoso y la seguridad de mi cercanía espiritual.

Por medio de vosotros, saludo a todo el pueblo de Gabón, pidiendo a Dios que le conceda vivir en paz y lo asista en sus esfuerzos por construir una sociedad solidaria en la que cada uno se realice plenamente.


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