Discursos 2001 188

188 2. El Año jubilar recién concluido ha sido para toda la Iglesia la ocasión de una renovación espiritual y misionera. Por tanto, ahora es necesario que en cada país se dé nuevo impulso a la evangelización. Para eso, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (n. 30), puesto que, si nuestro bautismo nos hace entrar verdaderamente en la santidad de Dios, "sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial" (ib., 31). Los cristianos, para ser testigos creíbles del Evangelio que anuncian entre sus hermanos, deben dirigir decididamente su mirada a Cristo, Señor y Salvador de toda la humanidad.

Así pues, os exhorto a avanzar con entusiasmo por los arduos caminos de la misión. Ciertamente, conozco los límites de vuestros medios humanos y materiales. Pero el Señor nos ha asegurado su presencia en medio de nosotros. No tengáis miedo de seguir el impulso misionero que animaba al apóstol san Pablo, yendo al encuentro de los hombres y las mujeres que aún no han recibido la buena nueva. En efecto, todos tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo.

Por otra parte, desde hace algunos años en vuestro país la actividad de la Iglesia, que quiere estar al servicio de todos los gaboneses sin distinción, puede llevarse a cabo en un marco jurídico nuevo. Me alegra que se haya firmado el acuerdo entre la Santa Sede y la República de Gabón para promover el bien común, garantía del bienestar espiritual y material de las personas. Es de desear que, respetando la independencia y la autonomía de las dos partes, este espíritu de colaboración se desarrolle más, sobre todo para que las escuelas católicas puedan contribuir con mayor eficacia a la educación humana y espiritual de la juventud de vuestro país.

3. La formación de los agentes de la evangelización es muy importante para asegurar el futuro de la Iglesia en el continente africano. La Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos puso de relieve la necesidad de formar a los laicos, a fin de que puedan desempeñar su papel insustituible en la Iglesia y en la sociedad. Por tanto, quisiera saludar de modo particular a los catequistas de vuestras diócesis, cuya función sigue siendo decisiva para el desarrollo de las comunidades cristianas. Os animo vivamente a proporcionar a estos valiosos colaboradores en la misión un atento apoyo material, moral y espiritual, y a hacer que se beneficien de una sólida formación doctrinal inicial y permanente.

Los fieles de vuestro país también deben ser capaces de asumir sus responsabilidades cívicas y "ejercer en el tejido social un influjo dirigido a transformar no solamente las mentalidades, sino las mismas estructuras de la sociedad, de modo que se reflejen mejor los designios de Dios sobre la familia humana" (Ecclesia in Africa ). Así pues, conviene ayudar a los laicos a llevar una vida en armonía con su fe, para que sus actividades y sus responsabilidades sean un testimonio cada vez más auténtico del Evangelio en todos los sectores de la vida social.

Por otra parte, es indispensable que las familias cristianas tomen viva conciencia de su misión en la Iglesia y en la sociedad. Una pastoral familiar adaptada a los grandes problemas que se plantean hoy, principalmente por lo que concierne al respeto de la vida humana, contribuirá a promover el testimonio de fe de los matrimonios mediante una existencia vivida en conformidad con la ley divina en todos sus aspectos, así como mediante su compromiso de proporcionar a sus hijos una formación auténticamente cristiana. Ojalá que la Iglesia, ofreciéndoles su ayuda desinteresada, se muestre cercana a las familias que se encuentran en situaciones difíciles, siendo siempre para ellas el rostro de verdad, de bondad y de comprensión del Señor.

A los jóvenes de vuestras diócesis les deseo que hallen en su encuentro con Cristo el secreto de la verdadera libertad y de la alegría profunda del corazón. Que en medio de las dificultades que atraviesan no pierdan jamás la confianza en el futuro, sino que acepten trabajar valientemente con sus hermanos para que llegue un mundo nuevo fundado en la fraternidad y en la justicia.

4. Para reunir a la familia de Dios en una fraternidad animada por la caridad y llevarla al Padre por Cristo en el Espíritu Santo (cf. Presbyterorum ordinis
PO 6), los sacerdotes son vuestros colaboradores necesarios e irreemplazables, y los debéis considerar como hermanos y amigos, preocupándoos por su situación material y espiritual, e impulsándolos a una colaboración fraterna con vosotros y entre sí.

Saludo de corazón a todos vuestros sacerdotes, y los exhorto a perseverar generosamente, a pesar de los obstáculos, en los compromisos que han asumido el día de su ordenación. Que recuerden siempre que han recibido una llamada específica a la santidad y deben tender a la perfección en todos los campos de su existencia, de modo especial con una vida moral recta, ya que toda su persona, consciente, libre y responsable, está profundamente comprometida en el ejercicio de su ministerio. Por eso, debe existir un nexo estrecho entre el ejercicio del ministerio y una vida espiritual intensa. En consecuencia, es fundamental que cada sacerdote "renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia de ser ministro de Jesucristo, en virtud de la consagración sacramental y de la configuración con él, cabeza y pastor de la Iglesia" (Pastores dabo vobis PDV 25).
Sólo una intimidad habitual con Cristo, manifestada de manera especial en la oración y en la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación, les dará la fuerza y la valentía para perseverar en las pruebas y aceptar volver fielmente al Señor después de la caída. Exhorto también al presbiterio de cada una de vuestras diócesis, sacerdotes autóctonos y misioneros originarios de otros países, a manifestar su unidad y su profunda comunión en torno al obispo, con la convicción de que todos están al servicio de una única misión que les ha confiado la Iglesia en nombre de Cristo.

La pastoral de las vocaciones sacerdotales y religiosas exige la mayor atención para que la Iglesia local prosiga su edificación y su crecimiento. Para los jóvenes el ejemplo de vida irreprochable de los sacerdotes y de las personas consagradas es un fuerte estímulo, a fin de ayudarles a responder con generosidad a la llamada del Señor. En la promoción de las vocaciones, como en su discernimiento y su acompañamiento, la primera responsabilidad corresponde al obispo; y esa responsabilidad la debe asumir personalmente, asegurándose la colaboración indispensable de su presbiterio y recordando a las familias cristianas, a los catequistas y a todos los fieles su responsabilidad particular en este campo.

189 La constitución de equipos de formadores y directores espirituales para el seminario mayor debe ser una prioridad para los obispos. Por eso, os exhorto a unir vuestras fuerzas y a buscar colaboraciones, a fin de que el seminario mayor nacional pueda acoger a los jóvenes de vuestras diócesis que han recibido la llamada del Señor al sacerdocio e impartirles una formación sólida que los prepare para llevar a cabo su ministerio presbiteral con las cualidades que se exigen a los representantes de Cristo, verdaderos servidores y animadores de las comunidades cristianas. Es indispensable que esta formación humana, intelectual, pastoral y espiritual les permita también probar y desarrollar su madurez afectiva, y adquirir fuertes convicciones sobre el carácter inseparable del celibato y de la castidad del sacerdote (cf. Ecclesia in Africa ).

5. Quisiera testimoniar una vez más el reconocimiento de la Iglesia por la obra de los institutos misioneros en la vida eclesial de Gabón. Con su trabajo apostólico desinteresado y a veces heroico, sus miembros, y también laicos cristianos, han transmitido la antorcha de la fe a vuestro pueblo y han permitido a la Iglesia arraigarse y crecer en vuestro país.

Hoy los religiosos, originarios de Gabón o llegados de otros países, con espíritu de comunión y colaboración con vosotros y con el clero diocesano, desempeñan un papel importante en la vida pastoral de vuestras diócesis. Las religiosas, con sus actividades en las parroquias, en los centros educativos y en los hospitales, realizan un trabajo generoso al servicio de la población, sin distinción de origen o religión, granjeándose así la estima de todos.

Deseo vivamente que la vida consagrada se desarrolle en vuestras diócesis para contribuir a la edificación de la Iglesia local en la caridad, según el carisma propio de cada instituto. Acogedla como un don de Dios "precioso y necesario también para el presente y el futuro del pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión" (Vita consecrata
VC 3). Con vuestro apoyo, impulsaréis a los diferentes institutos a dar a todos sus miembros una sólida formación, que les permita responder a las exigencias espirituales y humanas de su vocación.

6. Entre las urgencias que afronta la Iglesia católica al comienzo del nuevo milenio se encuentra la búsqueda de la unidad entre los cristianos. Ciertamente, queda por recorrer un largo camino. No debemos desanimarnos, sino desarrollar con confianza relaciones cada vez más serenas y fraternas con los miembros de las otras Iglesias y comunidades eclesiales. Del mismo modo, el encuentro con los creyentes del islam y de la religión tradicional africana, con espíritu de apertura y de diálogo, es muy importante. Por tanto, os aliento a mantener vínculos cordiales con las comunidades religiosas que constituyen la sociedad, para asegurar entre todos los gaboneses las condiciones de una existencia armoniosa en el respeto mutuo.

Sin embargo, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "el diálogo no puede basarse en el indiferentismo religioso, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo dando el testimonio pleno de la esperanza que está en nosotros" (n. 56).

7. Queridos hermanos en el episcopado, con estos sentimientos, al final de nuestro encuentro os invito a proseguir con valentía y audacia el anuncio gozoso del don que el Señor ofrece a todos los hombres: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). La tarea prioritaria de la misión es anunciar a todos que en Cristo los hombres encuentran la salvación. La Iglesia, fortalecida por su presencia eficaz, no puede substraerse a la urgencia del mandato misionero que la envía a todas las naciones y a todos los pueblos. Quiera Dios que la experiencia del Año jubilar que acabamos de celebrar os infunda un entusiasmo renovado para proseguir con esperanza.

Encomiendo a la intercesión materna de la Virgen María, Reina de África, a vuestras diócesis, y os imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de Gabón.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL SIMPOSIO SOBRE


"NIÑOS Y CONFLICTOS ARMADOS"




Al señor OLARA A. OTUNNU
Subsecretario general de la Organización de las Naciones Unidas
Representante especial del secretario general para la infancia
190 y los conflictos armados

Con ocasión del simposio sobre "Niños y conflictos armados: responsabilidad de todos", que se celebrará en la sede de las Naciones Unidas el 5 de junio de 2001, organizado en colaboración con su oficina por el observador permanente de la misión de la Santa Sede, le envío mis cordiales saludos a usted y a todos los participantes, asegurándoles mi oración y mi solidaridad.

El tema del simposio fija la atención -algo muy necesario- en la triste plaga de los numerosos niños víctimas de la guerra en diversas partes del mundo. El recuerdo de los que han sido asesinados y las continuas tribulaciones de muchos otros nos obligan a no escatimar esfuerzos para poner fin a esos conflictos y guerras, y a hacer todo lo posible para ayudar a sus jóvenes víctimas a vivir una vida sana y digna. A este respecto, la Organización de las Naciones Unidas, junto con otras organizaciones humanitarias y religiosas, han trabajado incansablemente por aliviar esos sufrimientos inhumanos. Merecen nuestra gratitud, nuestro apoyo y aliento.

Los niños y los jóvenes son "miembros valiosos de la familia humana, cuyas esperanzas, expectativas y potencialidades encarnan" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1996, n. 9: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 1995, p. 8). El desafío que afrontan las personas y las instituciones, y prácticamente toda la comunidad internacional, consiste en asegurar que los niños, donde se encuentren, tengan la posibilidad de crecer en un clima de paz y felicidad. De este modo, también ellos se convertirán en artífices de paz, en constructores de un mundo de fraternidad y solidaridad.

Con estos pensamientos, pido a Dios que este importante simposio lleve a tomar mayor conciencia de la gravedad del problema de los niños que se hallan en situaciones de conflicto armado. Sobre todos los participantes invoco abundantes bendiciones divinas.

Vaticano, 30 de mayo de 2001










A LOS CAPITULARES DE LA TERCERA ORDEN


REGULAR DE SAN FRANCISCO


Jueves 7 de junio de 2001



Queridos hermanos de la Tercera Orden regular de San Francisco de Asís:

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestro capítulo general y os saludo con afecto. Saludo en particular al padre Ilija Zivkovic, al que habéis elegido para desempeñar el cargo de ministro general. A él y a los nuevos miembros del Definitorio general les expreso mi felicitación, junto con mis mejores deseos de un trabajo provechoso al servicio de la Orden y de toda la Iglesia.

Os habéis reunido para realizar una atenta revisión de vuestra vida religiosa, personal y comunitaria, teniendo como punto de referencia el Evangelio y el carisma penitencial, delineado en los orígenes de la Tercera Orden y confirmado a lo largo de muchos siglos de historia. Desde esta perspectiva, sentís la urgencia de una continua renovación en vuestro camino de perfección tras las huellas del Poverello. En efecto, de ahí brota el dinamismo apostólico que abre vuestro corazón a los hermanos y os dispone a afrontar sus problemas existenciales, para colaborar con Cristo en el plan de la salvación.

2. Vuestro seguimiento de Cristo según las enseñanzas y el ejemplo de san Francisco de Asís constituye para vosotros un singular privilegio, por el que debéis estar agradecidos profundamente al Señor, que os ha llamado. Muchos siglos de testimonio apostólico y caritativo han enriquecido vuestra orden con méritos y experiencia, dotándoos de un peculiar patrimonio espiritual, que debéis tener presente en vuestras reflexiones y en vuestros proyectos.

191 Sin embargo, la vida religiosa, impregnada por el Evangelio, no se limita a complacerse en el pasado, sino que vive intensamente el presente y se proyecta con entusiasmo hacia el futuro. La dialéctica entre herencia y profecía confiere un sólido fundamento a vuestras esperanzas para el tercer milenio, que ya ha comenzado felizmente.

Desde este punto de vista, debéis sentiros comprometidos a convertir cada vez más vuestro corazón a Dios, en el que habéis puesto toda esperanza. Él debe polarizar vuestra mente, liberándoos de las múltiples rémoras que podrían reducir la eficacia de vuestro testimonio evangélico en el mundo actual. El Padre "os conceda (...) que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, (...) para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios" (
Ep 3,16 Ep 3,17 Ep 3,19).

Si, como san Francisco de Asís, lleváis en el corazón el Espíritu del Señor y mostráis con vuestra actitud la imagen de Cristo, vuestra presencia en la Iglesia producirá muchos frutos de vida y podrá contribuir eficazmente a la construcción de la civilización del amor, fraguada según el Evangelio.

3. Con "fidelidad dinámica" a vuestro carisma, "poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (Vita consecrata VC 110). Al dejaros transformar por el Espíritu, cooperáis eficazmente en la evangelización del mundo contemporáneo y os convertís en "interlocutores privilegiados de aquella búsqueda de Dios, cuya presencia aletea siempre en el corazón humano, llevándolo a múltiples formas de ascesis y de espiritualidad" (ib., 103).

En particular, proseguid vuestro compromiso en el apostolado misionero, en el que vuestra orden ha adquirido muchos méritos, ofreciendo servicios de vida franciscana, de cultura y de caridad activa.

Con espíritu de iniciativa, promoved obras de misericordia que renueven vuestra tradicional atención a los pobres y a los más débiles de la sociedad, puesto que servir a las personas necesitadas es acto de evangelización, sello de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente (cf. ib., 82).

Como san Francisco de Asís, predicad la paz y la penitencia, promoved la justicia, defended los derechos de la persona, alzad vuestra voz contra la explotación y la violencia, y curad con diligencia las numerosas heridas que hacen gemir a la humanidad de hoy.

4. Si leéis los signos de los tiempos desde la perspectiva de la fe y con una mirada de amor, os será fácil identificar nuevas formas de evangelización y servicio caritativo adecuadas a las exigencias actuales.

Contribuid con empeño a la promoción de la cultura, no sólo como servicio a los hermanos que buscan la verdad, sino también como instrumento de formación integral y de camino ascético (cf. ib., 98). El estudio es "manifestación del insaciable deseo de conocer cada vez más profundamente a Dios, abismo de luz y fuente de toda verdad humana. (...) Fomenta el diálogo y la participación, educa la capacidad de juicio, alienta la contemplación y la plegaria en la continua búsqueda de Dios y de su actuación en la compleja realidad del mundo contemporáneo" (ib.).

Por último, no olvidéis vuestro reconocido compromiso en favor de la unidad de los cristianos y del diálogo ecuménico, así como la apertura al diálogo interreligioso, que también forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Redemptoris missio RMi 55).

5. Queridos hermanos en Cristo, tenéis ante vosotros un programa entusiasmante para el tercer milenio, en el que debéis ser testigos de conversión evangélica, agentes de caridad y evangelización, profetas de un mundo renovado en la fe y en el amor mediante una fecunda infusión de valores cristianos.

192 En este itinerario penitencial, marcado por los ritmos de la conversión del corazón y por la secuencia de las obras de misericordia, san Francisco de Asís es vuestro maestro y modelo.
Contempladlo y él, por los caminos del Evangelio, os llevará a Cristo para realizar una profunda experiencia de amor a Dios y a los hermanos.

Con este deseo, a todos vosotros y a todos los frailes de la orden, así como a todas las monjas contemplativas de la Tercera Orden regular, os imparto de buen grado mi bendición.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA






Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al comienzo de la gran asamblea diocesana, que celebraréis durante estos días en la basílica de San Juan de Letrán, deseo enviaros un cordial saludo.

Esta asamblea responde a la invitación que os dirigí al final de la misión ciudadana, en la vigilia de Pentecostés de 1999, a "favorecer una reflexión específica que, implicando a todos los componentes eclesiales, culmine en una asamblea. (...) Con la base de la experiencia de la misión ciudadana, servirá para trazar las líneas directrices de un compromiso constante de evangelización y celo misionero" (Homilía durante la celebración eucarística en la vigilia de Pentecostés, 22 de mayo de 1999, n. 4: L' Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de mayo de 1999, p. 2).

Sé que os habéis preparado larga e intensamente para esta cita tan importante mediante la oración, el discernimiento espiritual y pastoral y la formulación de propuestas concretas por parte de cada parroquia y de cada realidad diocesana.

Basándoos en el instrumento de trabajo elaborado ya desde el mes de octubre de 2000, habéis recorrido un camino de escucha y de diálogo que ha implicado a los sacerdotes, religiosos, religiosas y numerosos laicos cristianos, en particular a los miembros de los consejos pastorales, los misioneros y cuantos están comprometidos en el servicio a la Iglesia y en la animación cristiana de la sociedad.

La carta apostólica Novo millennio ineunte y la carta que envié a la diócesis el pasado 14 de febrero, que habéis acogido con alegría y estudiado con amor, os han guiado en la preparación de esta asamblea y representan ahora su punto de referencia más significativo, con vistas a la elaboración del programa pastoral para los próximos años.

2. "Recomenzar desde Cristo para la misión permanente en la ciudad": este lema, en el que habéis centrado vuestra reflexión, expresa bien el objetivo y el contenido mismo de la asamblea.

En efecto, Jesucristo, con su presencia viva y con su mensaje, debe modelar la existencia de todo creyente y de toda comunidad, para que nuestro testimonio sea fuerte y creíble. Por consiguiente, pidamos al Señor que la santidad sea en verdad para nosotros el "alto grado de la vida cristiana ordinaria" (Novo millennio ineunte NM 31), a fin de que el anuncio de Cristo llegue a todos los hombres y mujeres de nuestra ciudad y sea fuente de conversión y renovación para la vida personal y familiar, así como para todo ambiente de trabajo y de cultura.

193 Por tanto, os pido que deis gran espacio a la escucha de la palabra de Dios, valoréis plenamente la Eucaristía, sobre todo la dominical, y hagáis de cada parroquia y de cada realidad eclesial una "escuela" permanente de oración, "donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el arrebato del corazón" (ib., 33).

3. De la intimidad y la familiaridad con el Señor nace la unidad profunda con él en la que se funda la espiritualidad de comunión: Padre, te pido que todos mis discípulos "sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (
Jn 17,21). La oración de Cristo por la unidad de sus discípulos, que sostiene y anima el camino ecuménico, exige ante todo la unidad plena y sincera de todas las vocaciones, los ministerios y las expresiones pastorales, tan abundantes en la diócesis de Roma. Por tanto, que cada una de nuestras parroquias y comunidades sea una casa donde se experimente vivamente la comunión (cf. Novo millennio ineunte NM 43).

Por los caminos de la misión es preciso avanzar unidos, sostenidos por comunidades en las que se viva el amor fraterno como principio educativo para todo bautizado, ejercicio de acogida recíproca, de escucha y de perdón, dirigido en primer lugar a los más débiles en la fe, a los humildes y a los pobres, en los que el Señor Jesús está presente de modo particular.

4. La celebración de la asamblea diocesana es un momento de gracia, para consolidar la unión con Cristo y la comunión eclesial; así, guiados por el Espíritu Santo, podréis discernir las formas más idóneas para la misión permanente en nuestra ciudad y también responder a las expectativas de la Iglesia universal, hacia la cual la Iglesia de Roma tiene, por disposición divina, una solicitud especial.

Amadísimos sacerdotes, a vosotros en particular os pido que orientéis y animéis a todos a "remar mar adentro" para llevar el anuncio del Evangelio a los hogares, los ambientes y los barrios, es decir, a toda la ciudad. Estáis llamados a formar a los misioneros, a infundirles valentía apostólica y a darles el ejemplo de una vida entregada por el Evangelio con el anhelo del buen Pastor: "También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir..." (Jn 10,16).

A las familias cristianas les pido que abran sus hogares para acoger a otros hermanos y hermanas en los centros de escucha del Evangelio, y, más aún, que se interesen por las situaciones de dificultad moral, espiritual o material que atraviesan muchas otras familias, dándoles un testimonio concreto de amistad, escucha y ayuda.

A vosotros, religiosos, religiosas y laicos, que os prodigasteis en las diversas iniciativas de la misión ciudadana, os pido que mantengáis vivo en vosotros y en vuestra comunidad el impulso a "salir" para testimoniar y anunciar el Evangelio en el gran "mar abierto" del mundo del trabajo, de la cultura y de la sociedad.

En particular, renuevo a los jóvenes la invitación que les hice en Tor Vergata a ser "los centinelas de la mañana" de este tercer milenio recién iniciado. Queridos jóvenes, no retrocedáis ante las llamadas, incluso las más arduas, que os hace el Señor; no tengáis miedo de proponer con alegría y sencillez el anuncio del Evangelio a vuestros coetáneos, en los ambientes de la escuela y la universidad, del trabajo y el tiempo libre, así como en cualquier otro lugar donde os encontréis.

5. Queridos hermanos, en espera de los resultados de vuestra asamblea, os aseguro mi oración para que el Espíritu Santo oriente vuestros trabajos hacia un nuevo tiempo de gracia de la Iglesia de Roma y de su pastoral misionera. Pido una oración especial a todas nuestras hermanas monjas de clausura, para que así den su contribución tan valiosa para este gran objetivo.

Doy las gracias al cardenal vicario, al vicegerente, a los obispos auxiliares y a cada uno de los que participáis en esta asamblea y sois las fuerzas vivas y generosas con las que puede contar nuestra diócesis para llevar a todos los habitantes de esta ciudad el anuncio del Señor resucitado y el testimonio de su amor y de su paz.

María santísima, Salus populi romani, los apóstoles san Pedro y san Pablo, y todos los santos y santas de la Iglesia de Roma velen con su intercesión sobre los trabajos de la asamblea, para que produzca abundantes frutos de gracia.

194 Con este deseo y como prenda de mi afecto, os imparto de corazón a vosotros y a toda la diócesis la bendición apostólica.

Vaticano, 7 de junio de 2001








A LOS PEREGRINOS DEL PATRIARCADO


DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS


Viernes 8 de junio de 2001



Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hijos e hijas de la Iglesia siro-católica:

1. Con gran alegría acojo por primera vez a Su Beatitud después de su elección a la sede patriarcal de Antioquía de los sirios. Vuestra presencia reaviva en mi corazón el recuerdo de mi reciente peregrinación a vuestro país tras las huellas de san Pablo, durante la cual el clero y los fieles de vuestra Iglesia me acogieron cordialmente y manifestaron su dinamismo espiritual y apostólico. A vosotros, que estáis hoy aquí, os pido que transmitáis mis saludos afectuosos a todos vuestros hermanos y hermanas.

Me alegra encontrarme aquí con usted, acompañado por los obispos de su patriarcado, por sacerdotes y fieles, a los que saludo cordialmente, para compartir este gran momento de comunión fraterna, con el que se manifiesta el vínculo que une a la Iglesia siro-católica con toda la Iglesia católica. Acabamos de vivir esta comunión en la celebración de la divina liturgia, en la que hemos compartido el único Cuerpo de Cristo. A través de ella se ha expresado plenamente la comunión eclesial entre el Sucesor de Pedro y Su Beatitud, padre y jefe de la Iglesia siro-católica de Antioquía, sede apostólica y ciudad que puede sentirse orgullosa de su tradición eclesiástica particular. Su comunidad patriarcal, llena de amor y firme en la fe, posee una rica tradición espiritual, litúrgica y teológica, la tradición antioquena, que sigue alimentando a las Iglesias de Oriente.

2. Con vuestra presencia, sobre todo en los diferentes países de Oriente Próximo, estáis llamados a ser como la levadura que, aunque de modo discreto, desempeña un papel fundamental para que fermente toda la masa. Vuestra misión es de importancia capital para los fieles y para todos los hombres, a los que el amor de Cristo nos impulsa a anunciar la buena nueva de la salvación. Me complace, en particular, la solicitud de los cristianos por la educación humana, espiritual, moral e intelectual de la juventud a través de una red escolar y catequística de calidad. Deseo vivamente que la sociedad reconozca cada vez más el papel de las Iglesias en la formación de la juventud, para que se transmitan a las jóvenes generaciones, sin discriminación, los valores fundamentales y los elementos que convertirán a los jóvenes de hoy en los responsables del futuro en sus familias y en la vida social, con vistas a una mayor solidaridad y a una fraternidad más intensa entre todos los componentes de la nación. Transmitid a los jóvenes todo mi afecto, recordándoles que la Iglesia y la sociedad necesitan su entusiasmo y su esperanza.

Al ser herederos de una historia de fe alimentada por el pensamiento teológico de grandes escuelas, como las de Edesa o Nisibi, y por las enseñanzas de ilustres santos Padres, como san Efrén, "arpa del Espíritu Santo" y doctor de la Iglesia, Santiago de Serug, Narsai y muchos otros, tenéis que seguir sin cesar sus pasos, desarrollando la investigación teológica y espiritual propia de vuestra tradición, lo cual afianzará a vuestras comunidades eclesiales y favorecerá los contactos con vuestros hermanos ortodoxos. Por eso, desde esta perspectiva, os invito a intensificar la formación de los sacerdotes, para que sean testigos del Verbo de Dios con su enseñanza y con su vida y acompañen al pueblo de Dios, ayudando a los fieles a fundar su vida y su misión en una relación cada vez más profunda con Cristo. Así la Iglesia será plenamente misionera donde se encuentre y hasta los confines de la tierra.

3. Aprovecho esta circunstancia, Beatitud, para recordar a sus predecesores directos, en primer lugar al querido hermano Mar Ignace Antoine II Hayek, que, con devoción y fervor ejemplares, consagró toda su vida al servicio de Dios y de la comunidad que se le confió. Con gran sabiduría y con bondad sumamente paterna guió a la Iglesia siro-católica durante treinta años. Le ruego que le transmita mis mejores deseos de que conserve la serenidad en esta etapa de su existencia. Saludo también al cardenal Mar Ignace Moussa I Daoud, al que he confiado en la Curia romana la ardua tarea de guiar la Congregación para las Iglesias orientales. Le doy las gracias por haber aceptado, con desinterés y con profundo celo eclesial, manifestando así su amor a la Iglesia. Hace presente junto al Sucesor de Pedro y en la Curia romana el precioso tesoro que representan las Iglesias orientales.

195 4. Beatitud, le expreso mis deseos fraternos de fecundidad en el ejercicio de su ministerio en el seno de la Iglesia siro-católica. Al intercambiar con usted el santo beso de la paz, encomendándolo a la intercesión de la santísima Virgen María, "digna hija de Dios y hermosura de la naturaleza humana" (san Juan Damasceno, Homilía sobre el nacimiento de María, 7), y de los santos de su Iglesia, le imparto de todo corazón la bendición apostólica a usted, así como a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y a todos los fieles de su patriarcado.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE LA REPÚBLICA DEL CONGO EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 9 de junio de 2001

Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con alegría os doy la bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina. Los encuentros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores son una ocasión importante para manifestar vuestra comunión y la de las diócesis del Congo con la Iglesia universal. Deseo que halléis aquí los estímulos y la ayuda necesarios para desempeñar vuestro ministerio episcopal en vuestro país.
Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Anatole Milandou, arzobispo de Brazzaville, la exposición que me ha hecho, en vuestro nombre, de los grandes problemas que la Iglesia y el pueblo congoleño afrontan hoy.

Al volver a vuestras diócesis, llevad a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y a todos los fieles, el saludo afectuoso del Papa, que permanece cerca de cada uno de ellos con el pensamiento y la oración. Transmitid a todos vuestros compatriotas mis mejores deseos de un futuro de paz y reconciliación, a fin de que todos vivan con seguridad y fraternidad renovadas.

2. Vuestro país, después de vivir un período trágico que causó numerosas víctimas, obligó a gran número de vuestros compatriotas a experimentar el exilio y produjo destrucciones materiales considerables, ha realizado esfuerzos importantes para permitir a todos los congoleños vivir con seguridad y llegar definitivamente a la concordia nacional. Durante ese período de sufrimientos, hicisteis oír vuestra voz para exhortar a la paz y a la reconciliación. Recientemente también habéis dirigido a vuestros fieles y a todos los hombres de buena voluntad un vigoroso mensaje sobre el diálogo, la verdad y la justicia, como camino para la paz. Os agradezco vuestro compromiso y el de vuestras comunidades por estar cercanos a vuestro pueblo afligido y turbado. A lo largo de esos dramáticos acontecimientos, la actitud de la Iglesia y sus agentes apostólicos para ayudar a las poblaciones en la prueba común fue admirable. Sin embargo, no podemos por menos de deplorar el gran número de sacerdotes, religiosos y religiosas que abandonaron el país en ese período de agitación. Deseo vivamente que puedan volver lo más pronto posible a sus puestos en vuestras diócesis y acepten valientemente una misión pastoral entre sus compatriotas.

Ahora, en una etapa decisiva para el futuro del país, os animo a tener cada vez más audacia para abrir caminos de reconciliación entre todos los hijos de la nación y a impulsar a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad a ser, hoy más que nunca, constructores infatigables de paz.
Proseguid con ardor el anuncio del Evangelio que nos dejó el Señor. Invitad sin cesar a los fieles de vuestras diócesis a volver a Cristo, y enseñadles a fijar la mirada en su rostro, que manifiesta el amor del Padre a todos los hombres. La experiencia trágica que vivió el pueblo congoleño debe estimular a los católicos a mirar adelante con decisión y lanzarse a iniciativas apostólicas intrépidas, firmemente arraigadas en la contemplación y en la oración.

3. Para manifestar la comunión profunda que os une en esta tarea apostólica, es indispensable que se desarrolle cada vez más entre los pastores una auténtica unidad, sobre todo atribuyendo la debida importancia a la Conferencia episcopal, lugar de intercambio fraterno de ideas y de colaboración con vistas al bien común de vuestras Iglesias particulares. Si estáis cada vez más cerca de vuestros sacerdotes y fieles, mediante una presencia activa en vuestras diócesis, seréis capaces de reconstruir las comunidades desmembradas por la guerra, curar los corazones heridos y ayudar a todos los que os han sido encomendados a avanzar por los caminos del Evangelio.

Tal como lo indicó con fuerza el concilio Vaticano II, "los obispos, como responsables de llevar a la perfección, deben dedicarse a fomentar la santidad de sus sacerdotes, religiosos y laicos, según la vocación particular de cada uno. Han de tener presente que están obligados a dar un ejemplo de santidad, con amor, humildad y sencillez de vida" (Christus Dominus CD 15). En efecto, el oficio de santificación confiado a los obispos es de suma importancia para la vida de la Iglesia y de todos sus miembros. Os invito a prestar una atención particular en este campo a vuestros sacerdotes, que cooperan con vosotros en la misión de ayudar al pueblo de Dios a progresar en santidad. Estad atentos a las dificultades, tanto humanas como espirituales, que encuentran en su vida diaria. Su ejemplo de vida espiritual y moral debe ser para todos un signo claro del Evangelio y de sus exigencias. Dadles la ayuda y el apoyo de vuestra amistad, sobre todo en los períodos más difíciles de su ministerio. El que caiga debe encontrar en vosotros un padre que afronta las dificultades con caridad, pero que también sabe mostrar rigor en el momento oportuno.


Discursos 2001 188