Audiencias 2002 86


Miércoles 27 de noviembre de 2002

Santo es el Señor, nuestro Dios

1. "El Señor reina". Esta aclamación, con la que se inicia el salmo 98, que acabamos de escuchar, revela su tema fundamental y su género literario característico. Se trata de un canto elevado por el pueblo de Dios al Señor, que gobierna el mundo y la historia como soberano trascendente y supremo. Guarda relación con otros himnos análogos -los salmos 95-97, sobre los que ya hemos reflexionado- que la liturgia de las Laudes presenta como la oración ideal de la mañana.

En efecto, el fiel, al comenzar su jornada, sabe que no se halla abandonado a merced de una casualidad ciega y oscura, ni sometido a la incertidumbre de su libertad, ni supeditado a las decisiones de los demás, ni dominado por las vicisitudes de la historia. Sabe que sobre cualquier realidad terrena se eleva el Creador y Salvador en su grandeza, santidad y misericordia.

2. Son diversas las hipótesis sugeridas por los estudiosos sobre el uso de este salmo en la liturgia del templo de Sión. En cualquier caso, tiene el carácter de una alabanza contemplativa que se eleva al Señor, encumbrado en la gloria celestial sobre todos los pueblos de la tierra (cf. v. 1). Y, a pesar de eso, Dios se hace presente en un espacio y en medio de una comunidad, es decir, en Jerusalén (cf. v. 2), mostrando que es "Dios con nosotros".

Son siete los títulos solemnes que el salmista atribuye a Dios ya en los primeros versículos: es rey, grande, encumbrado, terrible, santo, poderoso y justo (cf. vv. 1-4). Más adelante, Dios se presenta también como "paciente" (v. 8). Se destaca sobre todo la santidad de Dios. En efecto, tres veces se repite, casi en forma de antífona, que "él es santo" (vv. 3, 5 y 9). Ese término, en el lenguaje bíblico, indica sobre todo la trascendencia divina. Dios es superior a nosotros, y se sitúa infinitamente por encima de cualquiera de sus criaturas. Sin embargo, esta trascendencia no lo transforma en soberano impasible y ajeno: cuando se le invoca, responde (cf. v. 6). Dios es quien puede salvar, el único que puede librar a la humanidad del mal y de la muerte. En efecto, "ama la justicia" y "administra la justicia y el derecho en Jacob" (cf. v. 4).

87 3. Sobre el tema de la santidad de Dios los Padres de la Iglesia hicieron innumerables reflexiones, celebrando la inaccesibilidad divina. Sin embargo, este Dios trascendente y santo se acercó al hombre. Más aún, como dice san Ireneo, se "habituó" al hombre ya en el Antiguo Testamento, manifestándose con apariciones y hablando por medio de los profetas, mientras el hombre "se habituaba" a Dios aprendiendo a seguirlo y a obedecerle. San Efrén, en uno de sus himnos, subraya incluso que por la Encarnación "el Santo tomó como morada el seno (de María), de modo corporal, y ahora toma como morada la mente, de modo espiritual" (Inni sulla Natività, IV, 130).
Además, por el don de la Eucaristía, en analogía con la Encarnación, "la Medicina de vida bajó de lo alto, para habitar en los que son dignos de ella. Después de entrar, puso su morada entre nosotros, santificándonos así a nosotros mismos dentro de él" (Inni conservati in armeno, XLVII, 27. 30).

4. Este vínculo profundo entre "santidad" y cercanía de Dios se desarrolla también en el salmo 98. En efecto, después de contemplar la perfección absoluta del Señor, el salmista recuerda que Dios se mantenía en contacto constante con su pueblo a través de Moisés y Aarón, sus mediadores, así como a través de Samuel, su profeta. Hablaba y era escuchado, castigaba los delitos, pero también perdonaba.

El "estrado de sus pies", es decir, el trono del arca del templo de Sión (cf. vv. 5-8), era signo de su presencia en medio del pueblo. De esta forma, el Dios santo e invisible se hacía disponible a su pueblo a través de Moisés, el legislador, Aarón, el sacerdote, y Samuel, el profeta. Se revelaba con palabras y obras de salvación y de juicio, y estaba presente en Sión por el culto celebrado en el templo.

5. Así pues, podríamos decir que el salmo 98 se realiza hoy en la Iglesia, sede de la presencia del Dios santo y trascedente. El Señor no se ha retirado al espacio inaccesible de su misterio, indiferente a nuestra historia y a nuestras expectativas, sino que "llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud" (
Ps 97,9).

Dios ha venido a nosotros sobre todo en su Hijo, que se hizo uno de nosotros para infundirnos su vida y su santidad. Por eso, ahora no nos acercamos a Dios con terror, sino con confianza. En efecto, tenemos en Cristo al Sumo sacerdote santo, inocente, sin mancha. "De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (He 7,25). Así, nuestro canto se llena de serenidad y alegría: ensalza al Señor rey, que habita entre nosotros, enjugando toda lágrima de nuestros ojos (cf. Ap 21,3-4).

Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De forma particular a las Hermanas Dominicas de la Presentación y a los fieles de la parroquia de San Martín de Porres, de Sabinas (México). Acercándose ya el tiempo del Adviento, os animo a alabar a Dios, que, viniendo a habitar en medio de nosotros, es fuente de consuelo y gozo. Muchas gracias por vuestra atención.

(En polaco)
El salmo 98, que hemos meditado en la catequesis de hoy, inicia con las palabras: "El Señor reina". Esta afirmación adquiere un significado particular en el contexto de la solemnidad de Cristo rey del universo, que hemos celebrado el domingo pasado. Dicha afirmación no sólo es expresión de la fe en Dios que está presente en el mundo y dirige todo lo creado, sino también un anuncio del reino, cuyo dominio el Hijo de Dios conquistó con el sacrificio de la cruz, un reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz. Que Dios os bendiga.

(En italiano)
88 Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que la figura del apóstol san Andrés, cuya fiesta se celebrará dentro de algunos días, sea para vosotros, queridos jóvenes, un modelo de seguimiento y testimonio cristiano. Que san Andrés interceda por vosotros, queridos enfermos, a fin de que la consolación divina llene vuestro corazón y fortalezca vuestra fe. Y a vosotros, queridos recién casados, os ayude a corresponder fielmente al proyecto de amor del que Cristo os ha hecho partícipes con el sacramento del matrimonio.





Diciembre de 2002


Miércoles 4 de diciembre de 2002

¡Misericordia, Dios mío!

1. Todas las semanas, la liturgia de las Laudes nos propone nuevamente el salmo 50, el célebre Miserere.Ya lo hemos meditado otras veces en algunas de sus partes. También ahora consideraremos en especial una sección de esta grandiosa imploración de perdón: los versículos 12-16.

Es significativo, ante todo, notar que, en el original hebreo, resuena tres veces la palabra "espíritu", invocado de Dios como don y acogido por la criatura arrepentida de su pecado: "Renuévame por dentro con espíritu firme; (...) no me quites tu santo espíritu; (...) afiánzame con espíritu generoso" (vv. 12. 13. 14). En cierto sentido, utilizando un término litúrgico, podríamos hablar de una "epíclesis", es decir, una triple invocación del Espíritu que, como en la creación aleteaba por encima de las aguas (cf. Gn 1,2), ahora penetra en el alma del fiel infundiendo una nueva vida y elevándolo del reino del pecado al cielo de la gracia.

2. Los Padres de la Iglesia ven en el "espíritu" invocado por el salmista la presencia eficaz del Espíritu Santo. Así, san Ambrosio está convencido de que se trata del único Espíritu Santo "que ardió con fervor en los profetas, fue insuflado (por Cristo) a los Apóstoles, y se unió al Padre y al Hijo en el sacramento del bautismo" (El Espíritu Santo I, 4, 55: SAEMO 16, p. 95). Esa misma convicción manifiestan otros Padres, como Dídimo el Ciego de Alejandría de Egipto y Basilio de Cesarea en sus respectivos tratados sobre el Espíritu Santo (Dídimo el Ciego, Lo Spirito Santo, Roma 1990, p. 59; Basilio de Cesarea, Lo Spirito Santo, IX, 22, Roma 1993, p. 117 s).

También san Ambrosio, observando que el salmista habla de la alegría que invade su alma una vez recibido el Espíritu generoso y potente de Dios, comenta: "La alegría y el gozo son frutos del Espíritu y nosotros nos fundamos sobre todo en el Espíritu Soberano. Por eso, los que son renovados con el Espíritu Soberano no están sujetos a la esclavitud, no son esclavos del pecado, no son indecisos, no vagan de un lado a otro, no titubean en sus opciones, sino que, cimentados sobre roca, están firmes y no vacilan" (Apología del profeta David a Teodosio Augusto, 15, 72: SAEMO 5, p. 129).

3. Con esta triple mención del "espíritu", el salmo 50, después de describir en los versículos anteriores la prisión oscura de la culpa, se abre a la región luminosa de la gracia. Es un gran cambio, comparable a una nueva creación: del mismo modo que en los orígenes Dios insufló su espíritu en la materia y dio origen a la persona humana (cf. Gn 2,7), así ahora el mismo Espíritu divino crea de nuevo (cf. Ps 50,12), renueva, transfigura y transforma al pecador arrepentido, lo vuelve a abrazar (cf. v. 13) y lo hace partícipe de la alegría de la salvación (cf. v. 14). El hombre, animado por el Espíritu divino, se encamina ya por la senda de la justicia y del amor, como reza otro salmo: "Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios. Tu espíritu, que es bueno, me guíe por tierra llana" (Ps 142,10).

4. Después de experimentar este nuevo nacimiento interior, el orante se transforma en testigo; promete a Dios "enseñar a los malvados los caminos" del bien (cf. Ps 50,15), de forma que, como el hijo pródigo, puedan regresar a la casa del Padre. Del mismo modo, san Agustín, tras recorrer las sendas tenebrosas del pecado, había sentido la necesidad de atestiguar en sus Confesiones la libertad y la alegría de la salvación.

Los que han experimentado el amor misericordioso de Dios se convierten en sus testigos ardientes, sobre todo con respecto a quienes aún se hallan atrapados en las redes del pecado. Pensamos en la figura de san Pablo, que, deslumbrado por Cristo en el camino de Damasco, se transforma en un misionero incansable de la gracia divina.

89 5. Por última vez, el orante mira hacia su pasado oscuro y clama a Dios: "¡Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío!" (v. 16). La "sangre", a la que alude, se interpreta de diversas formas en la Escritura. La alusión, puesta en boca del rey David, hace referencia al asesinato de Urías, el marido de Betsabé, la mujer que había sido objeto de la pasión del soberano. En sentido más general, la invocación indica el deseo de purificación del mal, de la violencia, del odio, siempre presentes en el corazón humano con fuerza tenebrosa y maléfica. Pero ahora los labios del fiel, purificados del pecado, cantan al Señor.

Y el pasaje del salmo 50 que hemos comentado hoy concluye precisamente con el compromiso de proclamar la "justicia" de Dios. El término "justicia" aquí, como a menudo en el lenguaje bíblico, no designa propiamente la acción punitiva de Dios con respecto al mal; más bien, indica la rehabilitación del pecador, porque Dios manifiesta su justicia haciendo justos a los pecadores (cf.
Rm 3,26). Dios no se complace en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva (cf. Ez 18,23).

Saludos

Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de España y de América Latina, de modo particular al cardenal Rouco, arzobispo de Madrid, a los fieles de las parroquias de Nuestra Señora de la Soledad de Torrejón de Ardoz, de Nuestra Señora de Sonsoles y de San Sebastián de Madrid, así como al grupo de militares del Ejército de tierra español y a los sacerdotes participantes en el curso de espiritualidad promovido por el CIAM. Animados por el Espíritu divino, preparad, en este tiempo de Adviento, el camino al Señor con obras de amor, de justicia y de paz. ¡Que Dios os bendiga!

Ante las noticias que llegan desde Venezuela, pido al Dios de todo consuelo para que en esa amada nación, en este momento difícil de su historia, impere la paz y la concordia social, comprometiéndose todos en un diálogo que beneficie al país y pueda así alcanzarse una justicia auténtica, fundada en la verdad y la solidaridad.

(En italiano)
Saludo a los jóvenes aquí presentes. Os exhorto, amadísimos hermanos, a alimentaros con frecuencia del pan de vida que Cristo nos ofrece cada día en la celebración eucarística.

Con afecto me dirijo a vosotros, queridos enfermos, y os invito a mirar a aquel a quien, en este tiempo de Adviento, esperamos como Salvador, conscientes de que, si le ofrecemos nuestros sufrimientos, participaremos también en su gloria.

Finalmente, a vosotros, queridos recién casados, a quienes saludo con verdadera cordialidad, os exhorto a reavivar en vuestra relación de pareja el clima de la familia de Nazaret, gracias al rezo frecuente del santo rosario.





Miércoles 11 de diciembre de 2002

Lamentación del pueblo en tiempo de hambre y guerra

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1. El canto que el profeta Jeremías, desde su horizonte histórico, eleva al cielo es amargo y lleno de sufrimiento (cf.
Jr 14,17-21). Lo hemos escuchado ahora como invocación, pues se reza en la liturgia de Laudes el viernes, día en que se conmemora la muerte del Señor. El contexto del que brota esta lamentación es una calamidad que a menudo azota a la tierra de Oriente Próximo: la sequía. Pero a este drama natural el profeta une otro no menos terrible: la tragedia de la guerra: "Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre" (v. 18). Por desgracia, la descripción es trágicamente actual en numerosas regiones de nuestro planeta.

2. Jeremías entra en escena con el rostro bañado en lágrimas: su llanto es una lamentación incesante por "la hija de su pueblo", es decir, por Jerusalén. En efecto, según un símbolo bíblico muy conocido, la ciudad se representa con una imagen femenina, "la hija de Sión". El profeta participa íntimamente en la "terrible desgracia" y en la "herida de fuertes dolores" de su pueblo (v. 17). A menudo sus palabras están marcadas por el dolor y las lágrimas, porque Israel no se deja penetrar del mensaje misterioso que el sufrimiento implica. En otro pasaje, Jeremías exclama: "Si no lo oyereis, en silencio llorará mi alma por ese orgullo, y dejarán caer mis ojos lágrimas, y verterán copiosas lágrimas, porque va cautiva la grey del Señor" (Jr 13,17).

3. El motivo de la desgarradora invocación del profeta se ha de buscar, como decíamos, en dos acontecimientos trágicos: la espada y el hambre, es decir, la guerra y la carestía (cf. Jr 14,18). Así pues, se trata de una situación histórica dolorosa y es significativo el retrato del profeta y del sacerdote, los custodios de la palabra del Señor, los cuales "vagan sin sentido por el país" (ib.).

La segunda parte del cántico (cf. vv. 19-21) ya no es una lamentación individual, en primera persona singular, sino una súplica colectiva dirigida a Dios: "¿Por qué nos has herido sin remedio?" (v. 19). En efecto, además de la espada y del hambre, hay una tragedia mayor: la del silencio de Dios, que ya no se revela y parece haberse encerrado en su cielo, como disgustado por la conducta de la humanidad. Por eso, las preguntas dirigidas a él se hacen tensas y explícitas en sentido típicamente religioso: "¿Por qué has rechazado del todo a Judá? ¿Tiene asco tu garganta de Sión?" (v. 19). Ya se sienten solos y abandonados, privados de paz, de salvación y de esperanza. El pueblo, abandonado a sí mismo, se encuentra desconcertado e invadido por el terror.

Esta soledad existencial, ¿no es la fuente profunda de tanta insatisfacción, que captamos también en nuestros días? Tanta inseguridad y tantas reacciones desconsideradas tienen su raíz en el hecho de haberse alejado de Dios, roca de salvación.

4. En este momento se produce un cambio radical: el pueblo vuelve a Dios y le dirige una intensa oración. Ante todo, reconoce su pecado con una breve pero sentida confesión de culpa: "Señor, reconocemos nuestra impiedad (...), pecamos contra ti" (v. 20). Por consiguiente, el silencio de Dios era provocado por el alejamiento del hombre. Si el pueblo se convierte y vuelve al Señor, también Dios se mostrará dispuesto a salir a su encuentro para abrazarlo.

Al final, el profeta usa dos palabras fundamentales: el "recuerdo" y la "alianza" (v. 21). Dios es invitado por su pueblo a "recordar", es decir, a reanudar el hilo de su benevolencia generosa, manifestada tantas veces en el pasado con intervenciones decisivas para salvar a Israel. Dios es invitado a recordar que se ha unido a su pueblo mediante una alianza de fidelidad y amor.
Precisamente por esta alianza, el pueblo puede confiar en que el Señor intervendrá para liberarlo y salvarlo. El compromiso que ha asumido, el honor de su "nombre", el hecho de su presencia en el templo, su "trono glorioso", impulsan a Dios, después del juicio por el pecado y el silencio, a acercarse nuevamente a su pueblo para devolverle la vida, la paz y la alegría.

Por consiguiente, al igual que los israelitas, también nosotros podemos tener la certeza de que el Señor no nos abandona para siempre, sino que, después de cada prueba purificadora, vuelve a "iluminar su rostro sobre nosotros, nos otorga su favor (...) y nos concede la paz", como reza la bendición sacerdotal recogida en el libro de los Números (cf. Nm NM 6,25-26).

5. En conclusión, la súplica de Jeremías se podría comparar con una conmovedora exhortación dirigida a los cristianos de Cartago por san Cipriano, obispo de esa ciudad en el siglo III. En tiempo de persecución, san Cipriano exhorta a sus fieles a invocar al Señor. Esta imploración no es idéntica a la súplica del profeta, porque no contiene una confesión de los pecados, pues la persecución no es un castigo por los pecados, sino una participación en la pasión de Cristo. A pesar de ello, se trata de una invocación tan apremiante como la de Jeremías. "Imploremos todos al Señor -dice san Cipriano- con sinceridad, sin dejar de pedir, confiando en obtener lo que pedimos.
91 Implorémosle gimiendo y llorando, como es justo que imploren los que se encuentran entre los desventurados que lloran y otros que temen desgracias, entre los muchos que sufren por las matanzas y los pocos que quedan de pie. Pidamos que pronto se nos devuelva la paz, que se nos preste ayuda en nuestros escondrijos y en los peligros, que se cumpla lo que el Señor se digna mostrar a sus siervos: la restauración de su Iglesia, la seguridad de nuestra salvación eterna, el cielo despejado después de la lluvia, la luz después de las tinieblas, la calma tras las tempestades y los torbellinos, la ayuda compasiva de su amor de padre, las grandezas de la divina majestad, que conocemos muy bien" (Epistula 11, 8, en: S. Pricoco-M Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, pp. 138-139).

Saludos


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la diócesis de Vitoria, acompañado por su obispo, mons. Miguel José Asurmendi. Purificados de nuestros pecados, preparémonos a vivir dignamente la próxima Navidad, presencia misteriosa de Dios entre sus hijos. ¡Feliz Navidad a todos!

(En portugués)
El secreto para acoger y servir a Jesús es, como dijo la Virgen María, "hacer lo que él os diga". Por eso, escuchadlo. Os acompaño con mi oración y mi bendición.

(En polaco, agradeciendo el regalo de varios árboles de Navidad)
Me recordarán la tierra de la patria y el clima polaco de Navidad.

(En italiano)
Saludo, por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En el clima espiritual de Adviento, tiempo de esperanza que nos prepara para la Navidad, está particularmente presente María, la Virgen de la espera. A ella os encomiendo, queridos jóvenes, para que acojáis con entusiasmo la invitación de Cristo a realizar plenamente su reino. A vosotros, queridos enfermos, os exhorto a ofrecer vuestro sufrimiento, juntamente con María, por la salvación de la humanidad. Que la maternal intercesión de la Virgen os ayude a vosotros, queridos recién casados, a fundar vuestra familia en un amor fiel y abierto a la acogida de la vida.



Miércoles 18 de diciembre de 2002

Preparemos nuestro corazón para acoger a Cristo

92 1. En este tiempo de Adviento nos acompaña la invitación del profeta Isaías: "Decid a los cobardes de corazón: ¡Sed fuertes, no temáis! Mirad a nuestro Dios que va a venir a salvarnos" (Is 35,4). Esta invitación se hace cada vez más apremiante a medida que se acerca la Navidad, enriqueciéndose con la exhortación a preparar el corazón para acoger al Mesías. El esperado de las gentes ciertamente vendrá y su salvación será para todos los hombres.

En la Noche santa volveremos a recordar su nacimiento en Belén; reviviremos, en cierto modo, las emociones de los pastores, su alegría y su asombro. Contemplaremos, con María y José, la gloria del Verbo que se hizo carne por nuestra redención. Oraremos para que todos los hombres acojan la vida nueva que el Hijo de Dios trajo al mundo al asumir nuestra naturaleza humana.

2. La liturgia de Adviento, impregnada de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías, nos ayuda a captar plenamente el valor y el significado del misterio de la Navidad. No se trata de conmemorar sólo el acontecimiento histórico que tuvo lugar hace dos mil años en una pequeña aldea de Judea. Más bien, es preciso comprender que toda nuestra vida debe ser un "adviento", una espera vigilante de la venida definitiva de Cristo. Para disponer nuestra alma a acoger al Señor que, como decimos en el Credo, un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, debemos aprender a reconocerlo presente en los acontecimientos de la vida diaria. De esta forma, el Adviento es, por decirlo así, un intenso entrenamiento que nos orienta decididamente hacia Aquel que ya ha venido, que vendrá y que continuamente viene.

3. Con estos sentimientos la Iglesia se prepara para contemplar, extasiada, dentro de una semana, el misterio de la Encarnación. El evangelio narra la concepción y el nacimiento de Jesús, y refiere las numerosas circunstancias providenciales que precedieron y rodearon un acontecimiento tan prodigioso: el anuncio del ángel a María, el nacimiento del Bautista, el coro de los ángeles en Belén, la llegada de los Magos de oriente, las visiones de san José. Se trata de signos y testimonios que subrayan la divinidad de este Niño. En Belén nace el Emmanuel, Dios con nosotros.

En la liturgia de estos días la Iglesia nos ofrece tres "guías" singulares, que nos indican las actitudes que es preciso tomar para salir al encuentro de este "huésped" divino de la humanidad.

4. En primer lugar, Isaías, el profeta de la consolación y de la esperanza. Proclama un auténtico evangelio para el pueblo de Israel esclavo en Babilonia, y exhorta a mantenerse vigilantes en la oración, para reconocer "los signos" de la venida del Mesías.

Luego viene Juan Bautista, precursor del Mesías, que se presenta como "la voz del que grita en el desierto", predicando "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Mc 1,4). Es la única condición para reconocer al Mesías, ya presente en el mundo.

Por último, María, que, en esta novena de preparación para la Navidad, nos guía hacia Belén. María es la mujer del "sí", que, a diferencia de Eva, hace suyo sin reservas el proyecto de Dios. Así se convierte en una luz clara para nuestros pasos y en el modelo más elevado para inspirarnos.

Amadísimos hermanos y hermanas, dejémonos acompañar por la Virgen hacia el Señor que viene, permaneciendo "vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza".

A todos deseo una buena preparación para las próximas fiestas navideñas.

Saludos

93 Queridos hermanos y hermanas, saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De forma particular, a los fieles de Abarán (Murcia) y al grupo de peregrinos argentinos de Lomas de Zamora. A todos vosotros y a vuestras familias os deseo una santa y feliz Navidad. Muchas gracias por vuestra atención.

(En lituano)
Queridos jóvenes, la cercanía de la Navidad nos invita a fundar nuestra alegría y nuestra paz en Jesús que viene a visitarnos. En estos días renovemos nuestro amor sincero al Señor, para que su venida nos ilumine a todos profundamente. Que el Señor os sostenga y bendiga a todos.

(En polaco)
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.Con estas palabras, en la noche de Belén, los ángeles anunciaron la venida del Salvador al mundo. Viviendo el misterio de la Navidad llenos de alegría, salgamos generosamente al encuentro de las necesidades de los demás, compartamos el pan de Navidad y felicitémonos mutuamente. También yo hoy quiero felicitaros por la Navidad a vosotros, aquí presentes, así como a todos mis compatriotas que viven en Polonia y en el mundo. Que el tiempo de Navidad nos colme de gracias a todos; que traiga a todos la bendición de paz, prosperidad y felicidad. Que esta bendición os acompañe siempre.

(A los peregrinos croatas agradeciéndoles el árbol de Navidad)
Queridos peregrinos croatas, os saludo cordialmente a todos, juntamente con vuestros obispos y los representantes de las autoridades civiles de vuestro país, aquí presentes. Bienvenidos.

Agradezco a la República de Croacia el regalo del árbol de Navidad, ofrecido como signo de los profundos vínculos del pueblo croata con la Sede de Pedro, que se mantienen desde hace ya catorce siglos. Doy las gracias en particular a todos los que se esforzaron por hacer realidad la idea de donar este árbol, propuesta hace cuatro años por la Conferencia episcopal croata después de mi visita pastoral a Zagreb, Marija Bistrica, Split y Salona.

Este grato regalo de Croacia recordará durante los próximos días a los visitantes de esta sala y a los peregrinos que acudirán a la plaza de San Pedro, en el Vaticano, el misterio de la Encarnación, que ha iluminado los horizontes de la humanidad con una nueva esperanza. Que la luz de esta esperanza ayude a los hombres y a los pueblos de nuestro tiempo a reconocer en el Niño nacido en Belén al Emmanuel, Dios con nosotros, y a acogerlo en su vida diaria para proseguir con confianza su camino por las sendas de la historia.

Encomiendo de nuevo a vuestro pueblo a la santísima Virgen, Reina del santo rosario. Que ella, la Madre del Verbo encarnado, os guíe a vosotros y a vuestros compatriotas durante la novena de preparación para la Navidad, que acaba de comenzar hace dos días, para que escuchéis llenos de esperanza la buena nueva de que ha nacido para nosotros el Rey del cielo.

A todos vosotros, a vuestras familias y a todo el pueblo croata, que vive en la patria y en el extranjero, imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
94 Deseo saludar por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Amadísimos hermanos, os agradezco a todos vuestra participación en este encuentro. Que, a pocos días de distancia de la solemnidad de la Navidad, el amor que Dios manifiesta a la humanidad en el nacimiento de Cristo incremente en vosotros, queridos jóvenes, el deseo de servir a vuestros hermanos. El Señor que viene a visitarnos en el misterio de la Navidad os traiga consolación y esperanza a vosotros, queridos enfermos. La alegría de las próximas fiestas navideñas consolide en vosotros, queridos recién casados, la promesa de amor y de fidelidad recíproca.







Audiencias 2002 86