Discursos 2001 254

254 Al experimentar los resultados de la "alienación" de la obra con respecto al autor, tanto en la esfera personal como social, la humanidad se encuentra, en cierto modo, en una encrucijada. Por una parte, es evidente que el hombre está llamado y dotado por el Creador para crear, para dominar la tierra. Es sabido también que el cumplimiento de esta misión ha llegado a ser el motor del desarrollo en los diferentes sectores de la vida, de un desarrollo que debería mantenerse al servicio del bien común. Pero, por otra, la humanidad teme que los frutos del esfuerzo creativo puedan volverse contra ella e, incluso, transformarse en medios de destrucción.

3. En el contexto de esta tensión todos somos conscientes de que las universidades y los centros de estudios superiores, que promueven directamente el desarrollo en las diversas esferas de la vida, desempeñan un papel clave. Por tanto, es necesario preguntarse cuál debería ser la forma intrínseca de estas instituciones, para que se lleve a cabo un continuo proceso de creación, de manera que sus frutos no sufran "alienación" y no se vuelvan contra su artífice, contra el hombre.
Parece ser que el fundamento de la aspiración a esa orientación de la universidad es la solicitud por el hombre, por su humanidad. Cualquiera que sea el campo de la investigación, del trabajo científico o creativo, quienquiera que aplique en él su ciencia, su talento y sus esfuerzos debería preguntarse en qué medida su obra forja primero su propia humanidad; luego, si hace que la vida del hombre sea más humana, más digna de él, desde todos los puntos de vista; y, por último, si en el marco del desarrollo, del que es autor, el hombre "se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos" (Redemptor hominis
RH 15).

Esta concepción de la ciencia, entendida en sentido amplio, manifiesta su carácter de servicio. En efecto, la ciencia, si no se ejerce con sentido de servicio al hombre, fácilmente puede subordinarse a intereses económicos, con el consiguiente desinterés por el bien común, o, peor todavía, puede ser utilizada para dominar a los demás e incluida entre las aspiraciones totalitarias de las personas y los grupos sociales.

Por eso, tanto los científicos maduros como los estudiantes principiantes deberían analizar si su justo deseo de profundizar en los misterios del conocimiento corresponde a los principios fundamentales de la justicia, de la solidaridad, del amor social y del respeto a los derechos de cada hombre, del pueblo o de la nación.

Del carácter de servicio de la ciencia nacen obligaciones no sólo con respecto al hombre o a la sociedad, sino también, o tal vez sobre todo, en relación con la verdad misma. El científico no es un creador de la verdad, sino su investigador. La verdad se le revela en la medida en que le es fiel. El respeto a la verdad obliga al científico o al pensador a hacer todo lo que está a su alcance para profundizarla y, en la medida de lo posible, presentarla con exactitud a los demás.

Ciertamente, como afirma el Concilio, "las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente" (Gaudium et spes GS 36) y, al respecto, es preciso reconocer las exigencias metodológicas propias de cada ciencia y arte. Sin embargo, conviene recordar que la única búsqueda correcta de la verdad es la que se realiza con un examen metódico, de manera verdaderamente científica y respetando las normas morales. La justa aspiración al conocimiento de la verdad no puede descuidar jamás lo que pertenece a la esencia de la verdad: el reconocimiento del bien y del mal.

Abordamos aquí la cuestión de la autonomía de las ciencias. Hoy, a menudo, se defiende el postulado de la libertad ilimitada de la investigación científica. Al respecto, si, por una parte -como he dicho-, es preciso reconocer el derecho de las ciencias a aplicar los métodos de la investigación que le son propios; por otra, no se puede estar de acuerdo con la afirmación de que el campo de las investigaciones mismas no está sujeto a limitación alguna. El confín es precisamente la distinción fundamental entre el bien y el mal. Esta distinción se realiza en la conciencia del hombre.

Por tanto, se puede decir que la autonomía de las ciencias termina donde la conciencia recta del científico reconoce el mal, el mal del método, del resultado o del efecto. Por eso es tan importante que la universidad y el instituto superior de ciencias no se limiten a transmitir conocimientos, sino que sean el lugar de la formación de la conciencia recta. En efecto, en esto, y no en los conocimientos, reside el misterio de la sabiduría. Y, como afirma el Concilio, "nuestra época, más que los siglos pasados, necesita esa sabiduría para que se humanicen todos los nuevos descubrimientos realizados por el hombre. El destino futuro del mundo está en peligro si no se forman hombres más sabios" (Gaudium et spes GS 15).

4. Hoy se habla mucho de la globalización. Se tiene la impresión de que este proceso afecta también a la ciencia y que no siempre tiene una influencia positiva. Una de las amenazas que se ciernen sobre la globalización consiste en una competitividad malsana. Los investigadores, más aún, muchos ambientes científicos creen que para mantener la competitividad en el ámbito del mercado mundial, la reflexión, las investigaciones y las experimentaciones no pueden realizarse sólo con la aplicación de métodos justos, sino que deben adecuarse a los objetivos indicados anticipadamente y a las expectativas del mayor público posible, aunque esto implique una transgresión de los derechos humanos inalienables. Desde esta perspectiva, las exigencias de la verdad ceden su lugar a las así llamadas reglas del mercado.

Esto puede conducir fácilmente a la reticencia de algunos aspectos de la verdad o incluso a la manipulación de la misma, sólo para presentarla de modo aceptable a la opinión pública. A su vez, esta aceptación es exhibida como prueba suficiente del acierto de esos métodos injustificables.
255 En esta situación resulta difícil mantener incluso las reglas fundamentales de la ética. Así pues, la competitividad de los centros científicos, aunque es justa y deseable, no puede desarrollarse a costa de la verdad, del bien y de la belleza, a costa de valores como la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, o de los recursos del ambiente natural. Por consiguiente, la universidad y todo centro científico, además de transmitir conocimientos, deberían enseñar cómo reconocer claramente la licitud de los métodos y también cómo tener la valentía de renunciar a lo que es metodológicamente posible, pero éticamente condenable.

Esa exigencia sólo puede realizarse con clarividencia, es decir, con la capacidad de prever los efectos de los actos humanos y asumir la responsabilidad por la situación del hombre, no sólo aquí y en este momento, sino también en el rincón más lejano del mundo y en el futuro indefinido. Tanto el científico como el estudiante deben aprender siempre a prever la dirección del desarrollo y los efectos que sus investigaciones científicas pueden tener para la humanidad.

5. Estas son sólo algunas reflexiones, algunas sugerencias que nacen de la solicitud por la dimensión humana de las escuelas de estudios universitarios. Estos postulados se verificarán más fácilmente si se establece una estrecha colaboración y un intercambio de experiencias entre los representantes de las ciencias técnicas y humanísticas, incluida la teología. Hay muchas posibilidades de contactos en el ámbito de las estructuras universitarias ya existentes. Creo que encuentros como este abren nuevas perspectivas de cooperación para el desarrollo de la ciencia, y para el bien del hombre y de toda la sociedad.

Si hoy hablo de todo esto, lo hago porque "la Iglesia, que está animada por la fe escatológica, considera esta solicitud por el hombre, por su humanidad, por el futuro de los hombres sobre la tierra y, consiguientemente, también por la orientación de todo el desarrollo y del progreso, como un elemento esencial de su misión, indisolublemente unido a ella. Y encuentra el principio de esta solicitud en Jesucristo mismo, como atestiguan los Evangelios. Y por esta razón desea acrecentarla continuamente en él, redescubriendo la situación del hombre en el mundo contemporáneo, según los más importantes signos de nuestro tiempo" (Redemptor hominis
RH 15).
Ilustres señores y señoras, os agradezco vuestra presencia y vuestra voluntad de amplia colaboración con vistas al desarrollo de la ciencia polaca y mundial, que manifestáis no sólo en ocasiones tan solemnes como esta, sino también a diario en vuestra actividad universitaria. Formáis un ambiente particular que, espero, encuentre su equivalente en las estructuras de la Europa que se une.

Os pido que transmitáis a vuestros colaboradores, a los estimados profesores, al personal científico y administrativo, y a todos los estudiantes, mi saludo cordial y la seguridad de mi constante recuerdo en la oración. Que la luz del Espíritu Santo acompañe a todo el ambiente de los científicos, los intelectuales y los hombres de cultura en Polonia. Os sostenga siempre la bendición de Dios.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DEL PREESTRENO

DE LA PELÍCULA "QUO VADIS?


Jueves 30 de agosto de 2001

1. Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a cuantos han hecho posible esta tarde el preestreno de una película tan significativa en muchos aspectos. Me congratulo ante todo con el director, señor Jerzy Kawalerowicz, y con el productor, señor Miroslaw Slowinski, por haber realizado un trabajo excelente, que pone de relieve la actualidad de la novela de Henryk Sienkiewicz, escrita hace más de un siglo y gracias a la cual obtuvo el premio Nobel en 1905.

Esta nueva adaptación cinematográfica se realizó con ocasión del año 2000. En cierto sentido, durante el gran jubileo Cristo recorrió nuevamente las calles de Roma y del mundo entero. Y nosotros le repetimos las palabras del apóstol san Pedro, citadas por san Ambrosio (Serm. c. Auxentium, 13): "Domine, quo vadis? Señor, ¿a dónde vas?". Y Jesús, como entonces, nos respondió: "Venio iterum crucifigi. Vengo para ser crucificado de nuevo", es decir, vengo a renovar mi don de salvación a todos los hombres, en el alba del tercer milenio. Desde esta perspectiva, cobra un profundo significado la intención del director, al imaginar que san Pedro dirige esa misma pregunta al hombre contemporáneo: "Quo vadis, homo? ¿A dónde vas, hombre?". ¿Vas al encuentro de Cristo, o sigues otros caminos que te llevan lejos de él y de ti mismo?

Esta pregunta nos impresiona más aún al considerar que en este momento nos encontramos precisamente en el mismo lugar en el que, hace dos mil años, sucedieron algunos de los hechos narrados por la novela y por la película Quo vadis? En efecto, estamos en el área del circo de Nerón, donde muchos cristianos sufrieron el martirio, incluido san Pedro. Testigo mudo de aquellos acontecimientos, trágicos y gloriosos, es el obelisco, el mismo obelisco que entonces se hallaba en medio del circo y que, desde el siglo XVI, se yergue en el centro de la plaza de San Pedro, corazón del mundo católico. En la cima del obelisco destaca la cruz, como para recordarnos que el cielo y la tierra pasarán, con los imperios y los reinos humanos, pero Cristo permanece: él es el mismo ayer, hoy y siempre.

2. Muchas gracias por esta velada particular a todos los aquí presentes y, sobre todo, a los productores de la película: al director Jerzy Kawalerowicz, a los magníficos actores y a todos los que, de diversas maneras, han colaborado en esta obra.

256 Dentro de poco los críticos se encargarán de hacer la valoración artística del filme. Yo solamente quiero dar las gracias por el respeto con que se ha realizado la película, respeto no sólo a la obra de arte de Sienkiewicz, sino sobre todo a la tradición cristiana, en la que se basa.

No se puede comprender la situación actual de la Iglesia y de la espiritualidad cristiana sin tener presentes los acontecimientos religiosos de los hombres que, entusiasmados por la "buena nueva" sobre Jesucristo, se convirtieron en sus testigos. Es necesario recordar el drama que experimentaron en su alma, en el que se confrontaron el temor humano y la valentía sobrehumana, el deseo de vivir y la voluntad de ser fieles hasta la muerte, el sentido de la soledad ante el odio inmutable y, al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que proviene de la cercana e invisible presencia de Dios y de la fe común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama para que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mí? La película Quo vadis? permite volver a esta tradición de pruebas emocionantes y ayuda a reconocerse en ella. Una vez más, expreso mi gratitud a todos.

3. Doy las gracias nuevamente a cuantos han ofrecido y organizado el preestreno de esta tarde, y de corazón os imparto a todos vosotros y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL VII SIMPOSIO INTERCRISTIANO



Al venerado hermano
Cardenal WALTER KASPER
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad de los cristianos

También este año me complace enviar, a través de usted, venerado hermano, mi afectuoso saludo a los participantes en el VII Simposio intercristiano sobre el tema: Perspectivas soteriológicas en la tradición oriental y occidental, organizado en la ciudad de Reggio Calabria por el Instituto de espiritualidad del ateneo pontificio "Antonianum" de Roma y por la facultad teológica de la universidad "Aristóteles" de Tesalónica (Grecia).

En el pasado ya he subrayado la importancia de esta iniciativa entre dos Institutos, uno católico y otro ortodoxo, que celebran encuentros regulares para reflexionar sobre la común herencia cristiana con el deseo de servir al hombre de nuestro tiempo y contribuir, con la oración, el estudio y la confrontación, a allanar lo más posible el camino hacia la unidad entre los creyentes en Cristo.
Por tanto, es muy útil conocerse recíprocamente cada vez mejor para verificar convergencias y complementariedades en el campo teológico y profundizar el diálogo sobre cuestiones de interés común, dejándose guiar por la sagrada Escritura y por la Tradición.

En este momento recuerdo con viva emoción el encuentro que tuve, el pasado mes de mayo, con Su Beatitud Cristódulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia. Juntos declaramos: "Creemos firmemente que las relaciones entre los cristianos, en todas sus manifestaciones, deben caracterizarse por la honradez, la prudencia y el conocimiento de los problemas que se afrontan" (Declaración común, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de mayo de 2001, p. 10). Que el Señor guíe nuestros pasos por el camino de la verdad y del amor. Ojalá que se multipliquen los momentos de diálogo y reflexión fraterna entre los cristianos, para llegar cuanto antes a la unidad plena por la que el Señor rogó en los últimos momentos de su vida terrena.

257 El tema elegido para el Simposio de este año aborda un punto esencial del anuncio evangélico: la redención realizada por Cristo con su muerte y resurrección, redención del hombre creado para participar en la vida misma de Dios, como afirma, con una expresión muy conocida, san Atanasio: "El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (De Incarnatione, 54).

Al dirigir la mirada hacia el nuevo milenio que se abre ante nosotros lleno de esperanza, ¡cómo no evocar la providencial realidad del don inmenso que Dios nos ha concedido en Cristo, nuestro Redentor! En la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte recordé que en toda actividad eclesial es preciso "respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia" (n. 38), es decir, del favor gratuito que Dios concede al hombre a fin de que responda a su vocación de hijo de Dios, entrando en la intimidad de la vida trinitaria para ser partícipe de la misma vida divina (cf. Catecismo de la Iglesia católica
CEC 1996-1997).

Por eso, el tema que estudiáis durante estos días es importante: profundizarlo, considerando el desarrollo que ha tenido en Oriente y Occidente, será seguramente una ocasión valiosa para captar toda su riqueza.

Estoy seguro de que una intensa oración acompañará los trabajos del Simposio y ayudará a vuestra investigación, animada por una sincera voluntad de compresión y de recíproca caridad fraterna.

También yo, por mi parte, os aseguro mi recuerdo en la oración, a la vez que con afecto invoco sobre los organizadores, los relatores y todos los participantes, la bendición del Señor.

Castelgandolfo, 10 de agosto de 2001
: Septiembre de 2001

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL XV ENCUENTRO

INTERNACIONAL DE ORACIÓN POR LA PAZ




Al Señor Cardenal Roger Etchegaray
Presidente emérito de los Consejos Pontificios
Justicia y Paz y Cor Unum

Me es grato dirigir, por medio de Usted, mi cordial saludo a los ilustres Representantes de las grandes Religiones mundiales, que este año se reúnen en Barcelona para el XV Encuentro Internacional de Oración por la Paz sobre el tema: "Las fronteras del diálogo: religiones y civilizaciones del nuevo siglo".

258 El presente Encuentro significa una etapa importante, no sólo por haber llegado a su XV edición, sino también porque con él queréis subrayar cómo entrar en este nuevo tiempo. No sólo con los debates y las reflexiones que se han tenido estos días, sino sobre todo con vuestra presencia, manifestáis al mundo que es bueno iniciar el siglo XXI no con discrepancias sino con una visión común: el sueño de la unidad de la familia humana.

Yo hice mío este sueño cuando, en octubre de 1986, invité a Asís a mis hermanos cristianos y a los responsables de las grandes Religiones mundiales para orar por la paz: uno junto al otro, ya no uno contra el otro. En efecto, quería que todos, jóvenes y mayores, mujeres y hombres, en un mundo divido aún en dos bloques y condicionado por el miedo a la guerra nuclear, se sintieran llamados a construir un futuro de paz y prosperidad. Tenía ante mis ojos como una gran visión: todos los pueblos del mundo en camino desde diversos puntos de la tierra para congregarse ante el único Dios como una sola familia. Aquella tarde memorable, en la ciudad natal de San Francisco, aquel sueño se hacía realidad: era la primera vez que representantes de diversas religiones del mundo se encontraban juntos.

Han pasado quince años desde entonces. Aprovecho esta ocasión para agradecer vivamente a la Comunidad de San Egidio haber secundado aquella iniciativa y haber seguido proponiéndola con esperanza, año tras año, para que los esfuerzos por la paz perseveren sin desfallecer, aun en medio de grandes adversidades. Estas jornadas se llevan a cabo en un clima de fraternidad, que yo quise denominar el "espíritu de Asís". En estos años ha crecido una amistad entrañable que se ha extendido a tantas partes del mundo y ha dado no pocos frutos de paz. Muchas personalidades religiosas se han unido a los primeros que vinieron, a través de la oración y la reflexión. Han asistido también personas no creyentes que, buscando honradamente la verdad, han participado con el diálogo en estos encuentros, hallando en ellos gran ayuda.

Doy gracias a Dios, rico en misericordia y bendición, por el camino realizado en estos años. Con todos vosotros me congratulo por esta iniciativa. Los hombres y mujeres del mundo ven cómo vosotros habéis aprendido a estar juntos y a rezar según la propia tradición religiosa, sin confusión y en el respeto mutuo, conservando cada uno íntegras y sólidas las propias creencias. En una sociedad en la que conviven personas de religión diversa, este encuentro representa un signo de paz. Todos pueden constatar cómo, en este espíritu, la paz entre los pueblos ya no es una lejana utopía.

Por eso me atrevo a afirmar que estos Encuentros han llegado a ser un "signo de los tiempos", como diría el Beato Juan XXIII, de venerada memoria. Un signo oportuno para el siglo XXI y para el tercer milenio, caracterizados cada vez más por el pluralismo cultural y religioso, para que su futuro esté iluminado desde el inicio por el diálogo fraterno y se abra así al encuentro pacífico. Vosotros mostráis de manera visible cómo superar una de las fronteras más delicadas y urgentes de nuestro tiempo. En efecto, el diálogo entre las diversas religiones, no sólo "aleja el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad" (Novo millennio ineunte
NM 55), sino que establece sobre todo condiciones más seguras para la paz. Todos nosotros, como creyentes, tenemos un deber grave y al mismo tiempo apasionante, además de urgente: "El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (ibíd.).

Os habéis reunido en esa ciudad de Cataluña, tan querida por mí, la cual se abre sobre el Mediterráneo y mira hacia horizontes más amplios. En esta circunstancia dirijo mi fraterno saludo a la archidiócesis de Barcelona y a su benemérito Arzobispo, el Cardenal Ricardo María Carles Gordó, por haber cooperado en la realización de este Encuentro. Asimismo, envío también mi deferente saludo a la Generalitat de Cataluña y a su Presidente, al Ayuntamiento de Barcelona y a su Alcalde, quienes han hecho posible esta laudable iniciativa.

Juntos, queridos hermanos y hermanas, "rememos mar adentro" en el diálogo ecuménico. Que el tercer milenio sea el de la unión en torno al único Señor: Jesucristo. Ya no se puede tolerar más el escándalo de la división: es un "no" repetido al amor de Dios. Demos voz a la fuerza del amor que Él nos ha mostrado para tener la audacia de caminar juntos.

Junto con vosotros, Representantes de las grandes Religiones mundiales, debemos también "remar mar adentro" hacia el gran océano de este mundo para ayudar a todos a levantar la mirada y dirigirla hacia lo Alto, hacia el único Dios y Padre de todos los pueblos de la tierra. Reconoceremos que las diferencias no nos empujan al enfrentamiento sino al respeto, a la colaboración leal y a la edificación de la paz. Todos debemos apostar por el diálogo y el amor como las únicas vías que nos permiten respetar los derechos de cada uno y afrontar los grandes desafíos del nuevo milenio.

Vaticano, 28 de agosto de 2001, fiesta de San Agustín.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS COLABORADORES DE LA OBRA MISIONAL

PONTIFICIA "MISSIO" DE AQUISGRÁN


Lunes 3 de septiembre de 2001



Queridos hermanos y hermanas:

259 1. Con gran alegría os doy la bienvenida, colaboradores y colaboradoras de "Missio" de Aquisgrán, que en estos días estáis realizando una peregrinación a Roma. Saludo en particular a vuestro presidente, padre Hermann Schalück, que os acompaña en este itinerario espiritual por la ciudad eterna. Al contemplaros, pienso inevitablemente en los grandes e inestimables méritos de esa Obra misional pontificia en Alemania. Por eso, al saludaros, hago mías de buen grado las palabras que san Pablo, el Apóstol de los gentiles, dirigió a los Tesalonicenses: "En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1Th 1,2-3).

Sí, la fe, la esperanza y la caridad han hecho que "Missio" de Aquisgrán se convirtiera, a lo largo de su historia, en una obra maestra de la Iglesia misionera.

2. Como indica el programa de vuestra peregrinación, esperáis que la visita a las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles os dé un impulso espiritual para vuestra labor futura. Por eso, teniendo en cuenta vuestra misión eclesial, con gusto aprovecho esta oportunidad para "recordaros estas cosas, aunque ya las sepáis y estéis firmes en la verdad que poseéis" (2P 1,12).

En el mundo moderno el hombre corre el peligro de limitar el progreso a la dimensión horizontal. Sin embargo, ¿qué es del hombre si no se dirige también hacia las alturas, hacia el Absoluto? Una "nueva humanidad" sin Dios está destinada a perecer rápidamente, como lo demuestran las huellas sangrientas que nos ha dejado la historia de las ideologías y de los regímenes totalitarios del siglo pasado.

Por esto, los cristianos del tercer milenio, recién comenzado, tienen hoy más que nunca "el maravilloso y exigente cometido de ser el "reflejo" de Cristo. (...) Esta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a la gracia que nos hace hombres nuevos" (Novo millennio ineunte, NM 54).

3. Frente a este horizonte, al que Cristo, sol de nuestra salvación, confiere su luz, se delinea un "signo de los tiempos", que es preciso escrutar y valorar: la Iglesia tiene un cometido misionero con respecto a los pueblos, y no puede dejar de cumplirlo. Una de las tareas más urgentes de la missio ad gentes es el anuncio de que el hombre que busca libertad y sentido encuentra la plenitud de vida en el misterio de Jesucristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).
Por esto, la misión no puede consistir solamente en la ayuda al desarrollo; debe ser también, y en primer lugar, anuncio del Evangelio con palabras y obras. Así pues, queridos representantes de "Missio" de Aquisgrán, os expreso mi aprecio y mi estima porque siempre habéis considerado vuestra actividad como una labor de difusión de la fe y queréis mantener esta orientación también en el futuro.

Ciertamente, con razón, la Iglesia misionera está comprometida en muchos campos: aliviar las necesidades materiales, liberar a los oprimidos, proteger debidamente los bienes de la tierra y defender los derechos del hombre. Sin embargo, su cometido principal es otro: alimentar a los que tienen hambre no sólo con pan y libertad, pues sobre todo tienen necesidad de Dios, dado que "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4).

4. Gracias a la generosidad de innumerables fieles de todo el mundo, los responsables de "Missio" de Aquisgrán han logrado, en diversos ámbitos misioneros, satisfacer múltiples necesidades materiales y espirituales. Los proyectos no sólo prevén la construcción y equipamiento de iglesias, escuelas y viviendas, sino también la promoción de la caridad, la educación y la formación, con el fin de fortalecer la dignidad personal de todos, particularmente de los niños y las mujeres.
Así pues, en el ámbito de la ayuda material, es importante prestar atención al espíritu con que se da. La generosidad del don debe estar siempre iluminada por la fe y se ha de medir con el metro del amor. Sólo entonces dar será más santo que recibir.

Colaborar en la misión no sólo significa ser capaces de dar, sino también de recibir. Precisamente la historia de vuestra institución demuestra que la missio tiene éxito si está arraigada en la communio. En el cumplimiento de su amplia misión, todas las Iglesias que participan, jóvenes y menos jóvenes, están llamadas a dar y a recibir. La Iglesia como comunión es una comunidad que vive del intercambio recíproco de sus dones, como explicó muy bien el concilio Vaticano II: "Por la fuerza de esta catolicidad, cada grupo aporta sus dones a los demás y a toda la Iglesia, de manera que el conjunto y cada una de sus partes se enriquecen con el compartir mutuo y con la búsqueda de plenitud en la unidad" (Lumen gentium LG 13).

260 5. El número de personas que nunca han oído hablar de Jesucristo es aún infinitamente grande. Los ambientes culturales a los que todavía no ha llegado el anuncio del misterio de la salvación son tan amplios que la comunión de la Iglesia los exige con todas sus fuerzas. Por eso, al inicio del tercer milenio, la misión de la Iglesia consiste en alimentar el celo apostólico para llevar la luz y la alegría de la buena nueva a todos los que no conocen aún el amor de Dios, que se manifestó en Jesucristo para salvar a todos los hombres (cf. Tt Tt 2,11 Tt 3,4).

A esta misión eclesial, "Missio" de Aquisgrán da una contribución generosa y valiosa. A la vez que doy gracias a Dios por habernos donado esta institución, encomiendo a la Virgen María a cuantos participan en ella mediante su actividad, sus donativos y su oración, para que les conceda su protección materna. Con gusto os imparto mi bendición apostólica.



DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DEL URUGUAY EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 6 de septiembre de 2001

: Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con gran afecto os doy la bienvenida con ocasión de la visita ad limina Apostolorum. Con ella deseáis renovar, como Pastores de la Iglesia que peregrina en el Uruguay, la comunión con el Sucesor de Pedro y compartir apostólicamente los motivos de alegría y esperanza, de preocupación y tristeza, que vive la tan querida porción del Pueblo de Dios encomendada a vuestro cuidado pastoral.

Deseo, ante todo, manifestar mi vivo agradecimiento a Mons. Carlos María Collazzi Irazábal, Obispo de Mercedes y Presidente de la Conferencia Episcopal, por las afectuosas palabras que ha tenido a bien dirigirme en nombre de todos. En ellas se ha referido además a la situación de vuestro País y a la acción de la Iglesia, que anima la vida de los fieles y su progreso en la fe al inicio del tercer milenio.

2. Conservo aún un grato recuerdo de la peregrinación nacional que vosotros y un gran número de católicos uruguayos realizasteis el año pasado a Roma como "un momento privilegiado del Gran Jubileo". Aquel encuentro jubilar coincidía, además, con el aniversario del fallecimiento de "Mons. Jacinto Vera, primer Obispo del Uruguay, que supo llevar, no sin dificultades, la presencia de la Iglesia a todos los rincones del País" (Discurso, 12-6-2000).

La gran herencia de este Jubileo la habéis desarrollado en vuestro documento colectivo Orientaciones Pastorales 2001-2006, centrándola "en la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino" (Novo millennio ineunte NM 15). Con ello queréis señalar una meta hacia la que todos deben avanzar: la santidad.

3. En el ejercicio de vuestro ministerio episcopal, como Maestros de la fe, afrontáis las diversas prioridades pastorales, siguiendo con fidelidad las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el cual "nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (ibíd., 57). Teniendo en cuenta las exigencias actuales de la nueva Evangelización, en perspectiva soteriológica, se debe presentar ante todo la persona y misión de Cristo.

En la Catedral Metropolitana de Montevideo, durante mi primera visita pastoral al Uruguay, decía: "Señor, (...) hemos de proclamar sin temor alguno la verdad completa y auténtica sobre tu persona, sobre la Iglesia que tú fundaste, sobre el hombre y sobre el mundo que tú has redimido con tu sangre, sin reduccionismos ni ambigüedades" (Alocución, 31-3-1987, 3). En efecto, no basta promover "los llamados «valores del Reino», como son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad" (Redemptoris missio RMi 17), sino que se debe proclamar que "Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (...). Esta mediación suya única y universal, (...) es la vía establecida por Dios mismo" (ibíd, 5).

El misterio de Cristo, además de ser el elemento central del anuncio, ayuda a esclarecer el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes GS 22). Testimonio y anuncio son, por tanto, realidades complementarias y profundamente ligadas entre sí, que, como programa de evangelización, deben mirar hacia "Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte NM 29). La evangelización, pues, "constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas" (Redemptoris missio RMi 2).


Discursos 2001 254