Discursos 2001 261

261 4. Un acontecimiento importante de vuestra vida eclesial ha sido también la celebración, en Colonia del Sacramento, del IV Congreso Eucarístico Nacional, con el lema "Jesucristo, vida plena para el Uruguay". Éste ha sido un momento especial de gracia, que debe seguir animando a los fieles católicos a vivir más intensamente el misterio de la Eucaristía, participando activamente en la Misa dominical y acercándose a recibir la sagrada comunión en las debidas condiciones. Esto les ayudará a comprometerse más generosamente en el servicio de los hermanos, especialmente los más desfavorecidos.

A este Sacramento se ha de dar "su dimensión plena y su significado esencial. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia. Y aunque es verdad que la Eucaristía fue siempre y debe ser ahora la más profunda revelación y celebración de la fraternidad humana de los discípulos y confesores de Cristo, no puede ser tratada sólo como una «ocasión» para manifestar esta fraternidad. Al celebrar el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, es necesario respetar la plena dimensión del misterio divino, el sentido pleno de este signo sacramental" (Redemptor hominis
RH 20).

5. Por lo que se refiere a los estudios teológicos y al mundo de la cultura, es de alabar la labor de la Facultad de Teología del Uruguay "Mons. Mariano Soler", creada recientemente en la Arquidiócesis de Montevideo, así como también el Centro Superior Teológico Pastoral y el Trienio de Teología para Laicos. Estos centros están dedicados a formar no sólo a los futuros sacerdotes, sino que ofrecen también formación filosófica y teológica a religiosas, religiosos y laicos.

De este modo se puede enriquecer la cultura uruguaya con la metodología de la primera evangelización, que no alteró el mensaje cristiano frente a las dificultades y el rechazo del ambiente al que iba dirigida, sino que con la palabra y el testimonio logró orientar y posibilitar el cambio de la cultura misma. La evangelización de la cultura nos exige, pues, que "todo lo bueno que hay sembrado en el corazón y en la inteligencia de los hombres, o en los ritos particulares, o en las culturas de estos pueblos, no sólo no se pierda, sino que mejore, se desarrolle y llegue a su perfección para gloria de Dios (...) y la felicidad del hombre" (Lumen gentium LG 17).

En el cumplimiento de esta misión, la Iglesia en el Uruguay, a través de estos casi cinco siglos de presencia, ha dado un gran aporte a la construcción del País. En efecto, los cristianos han colaborado en tantos ámbitos de la vida nacional. En este substrato cultural católico se formaron los forjadores de la nueva nación, los cuales dieron bases firmes a la cultura patria. Esto nos muestra como para la evangelización de la cultura tienen particular importancia las instituciones católicas, desde la escuela a la Universidad.

En su acción evangelizadora, la Iglesia no puede prescindir, además, de los medios de comunicación social para llegar a las personas de hoy, sobre todo los niños y los jóvenes, con lenguajes adecuados que transmitan fielmente el mensaje evangélico. "Ésta es, pues, la audacia, a la vez humilde y serena, que inspira la presencia cristiana en el diálogo público de los medios de comunicación" (Mensaje pontificio para la XXIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 7-5-1989, 5).

6. Por medio de vosotros deseo saludar también, con gran afecto y en espíritu de comunión, a todos los sacerdotes de vuestras Iglesias particulares. Ellos, de manera inmediata y a través de la predicación y de la vida sacramental, dirigen las comunidades eclesiales que constituyen la realidad diocesana. A cada uno de ellos debéis dedicar todas las atenciones y cuidados que Jesús daba a sus apóstoles.

Al mismo tiempo, teniendo en cuenta que su preparación intelectual no termina con el seminario, es necesario acompañarlos y facilitarles todo tipo de ayuda, entre ellas la formación permanente, como "un proceso de continua conversión" (Pastores dabo vobis PDV 70), la cual abarca la dimensión humana, espiritual, intelectual y pastoral del presbítero. De este modo serán capaces de orientar adecuadamente al Pueblo de Dios, sobre todo cuando se difunden de manera solapada modelos de vida y comportamientos que llevan a la confusión y al relativismo de los principios doctrinales y morales, como habéis puesto de relieve en las Orientaciones Pastorales.

Además, al presbiterio diocesano pertenecen también todos los sacerdotes de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, que colaboran en las Diócesis. Ellos han de vivir sus propios carismas en la unidad, en la comunión y en la misión de la Iglesia particular. Es necesario incrementar este espíritu de comunión entre el Obispo y todos los presbíteros, a fin de que sean, para el pueblo fiel, ejemplo de la unidad querida por Cristo (cf. Jn Jn 17,21). Al mismo tiempo, la acción pastoral se verá enriquecida por la participación fraterna en los diversos carismas.

7. Preocupados por el escaso número de personas dedicadas a la misión, vosotros os esforzáis en promover y seguir con atención una pastoral vocacional, que ha de ir acompañada ante todo por la oración (cf. Mt Mt 9,38). Los candidatos han de ser dirigidos con prudencia y competencia para que puedan recorrer todas las etapas que requiere el seguimiento del Señor en la vida sacerdotal o religiosa.

A este respecto, "es necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial. Junto con el ministerio ordenado, pueden florecer otros ministerios, instituidos o simplemente reconocidos, para el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus múltiples necesidades: de la catequesis a la animación litúrgica, de la educación de los jóvenes a las más diversas manifestaciones de la caridad" (Novo millennio ineunte NM 46).

262 Todos tienen que sentirse interpelados a colaborar en este esfuerzo de promover vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración, aun en medio de ambientes poco propicios y de indiferencia religiosa. "Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar que llegue a las parroquias, a los centros educativos y familias, suscitando una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la total entrega de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino" (ibíd.).

8. En vuestras prioridades pastorales sentís también como deber apremiante ayudar a los padres a ser buenos pastores de la "iglesia doméstica". En efecto, cuando la familia participa en el ser y la misión de la Iglesia, no solamente se transforma en sacramento de salvación para sus miembros, sino que además realiza plenamente "su misión de custodiar, revelar y comunicar el amor y la vida" (Familiaris consortio
FC 17).

En las Orientaciones Pastorales habéis puesto también de relieve cómo en el mundo contemporáneo existe un deterioro generalizado del sentido natural y religioso del matrimonio, con consecuencias preocupantes tanto en la esfera personal como pública. Por eso se ha de prestar particular atención a todas las familias: no sólo a las que cumplen su misión al servicio de la vida desde la concepción hasta su ocaso natural, siempre desde el amor conyugal y familiar. También es necesario hacer un discernimiento pastoral sobre las formas alternativas de unión que hoy afectan a la institución de la familia en el Uruguay, especialmente aquéllas que consideran como realidad familiar las simples uniones de hecho, desconociendo el auténtico concepto de amor conyugal.

Sobre este aspecto hice presente que "toda ley que perjudique a la familia y atente contra su unidad e indisolubilidad, o bien otorgue validez legal a uniones entre personas, incluso del mismo sexo, que pretendan suplantar, con los mismos derechos, a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer (...), no es una ley conforme al designio divino" (Discurso a los gobernantes, parlamentarios y políticos, 4-11-2000, 4).

9. Ante los graves problemas tan comunes de orden social, la Iglesia, siguiendo su doctrina social, trata de dar respuesta y de buscar soluciones concretas. A través de la Pastoral Social trata de promover la cultura de la solidaridad, manteniendo la opción preferencial por los pobres con la práctica de un amor activo y concreto hacia cada ser humano, frente a toda tentación de indiferencia o inhibición. Éste es un ámbito que, "sin ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales" (Novo millennio ineunte NM 52), caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral.

Sé que la Iglesia en el Uruguay, a pesar de los limitados recursos materiales, está en primera fila en la atención a las personas y familias que viven en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana y en la lucha contra "las nuevas pobrezas". La Iglesia, por medio de los sacerdotes, religiosas y religiosos, personas consagradas y laicos comprometidos, se hace presente en los barrios marginados de las ciudades y en el campo, a través de escuelas y de tantas formas de ayuda a los más pobres y necesitados.

10. Al final de este encuentro fraterno, os ruego que invitéis a los sacerdotes y diáconos, a las religiosas y religiosos, a los seminaristas y laicos comprometidos a "remar mar adentro" en su servicio a la Iglesia y al pueblo uruguayo, sin desfallecer y siendo fieles a Cristo y a sus hermanos.

Bajo la materna protección de la Virgen de los Treinta y Tres y Madre del Pueblo Oriental encomiendo todo lo que hemos compartido estos días. Dejaos guiar por María, Estrella de la Evangelización, que siempre señala el camino seguro. Al mismo tiempo, y como expresión de mi gran afecto en el Señor, os imparto la Bendición Apostólica, que hago extensiva a todos y cada uno de vuestros queridos fieles diocesanos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS CANÓNIGOS REGULARES DE SAN AGUSTÍN

Jueves 6 de septiembre de 2001



Reverendo abad primado;
queridos Canónigos Regulares de San Agustín:

263 1. Me alegra acogeros con ocasión del congreso internacional de vuestra Confederación, y os doy de corazón la bienvenida a cada uno. Saludo al querido abad primado, y le agradezco el haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes. Saludo a todos los que han participado en vuestro encuentro, recién concluido, cuyo tema ha sido: Participación de los laicos en nuestro carisma.
Se trata de una importante ocasión que se os presenta para reflexionar en la antigua forma de vida religiosa, que tiene sus raíces en la fórmula tradicional: "Contemplare, et contemplata aliis tradere".La venerada tradición agustiniana une el espíritu contemplativo a la actividad apostólica, y este estilo de vida caracteriza aún hoy a vuestras comunidades, presentes en todos los continentes. Así, sois continuadores de una espiritualidad capaz de hablar a la mente y al corazón de los hombres de hoy que buscan modelos espirituales en los cuales inspirarse válidamente. A la vez que con alegría me congratulo con vosotros por vuestra vitalidad, os exhorto a perseverar en vuestro compromiso de ofrecer a cuantos encontráis en vuestro apostolado el perenne anuncio evangélico, traducido en el testimonio diario de fidelidad a vuestro carisma.

2. En la historia de la Iglesia vuestra benemérita orden, que se inspira en el gran pastor y doctor san Agustín, ha desempeñado un papel significativo. En la medida en que se iba afirmando el celibato del clero, la vida en común de los Canónigos Regulares en torno a los obispos permitió crear las mejores condiciones para una consagración total a la causa del reino de Dios. La rápida extensión de esa práctica entre el clero, en el noroeste de África, España, Italia, Francia y todo el norte de Europa, testimonia su validez.

Se trata de una forma típica de vida consagrada, caracterizada por la comunión fraterna, el apostolado y una intensa vivencia litúrgica. Estos tres elementos siguen siendo válidos, aunque requieren una sabia adaptación a las exigencias de los tiempos, que cambian rápidamente. Al respecto, os es de gran ayuda la misma Regla que, aun relacionada con la espiritualidad de las primitivas comunidades de canónigos, sigue siendo siempre actual porque presenta el carisma comunitario vinculado a principios evangélicos imperecederos, como son la caridad, la unidad y la libertad.

3. En vuestra Regla, que recoge el corazón, la mente, el espíritu, la personalidad y la madurez humana y religiosa de san Agustín, todo está centrado en Cristo, todo se articula en torno a Cristo, sublime Maestro interior. Todo invita al redescubrimiento de una ascesis que se traduce en obediencia y fidelidad al Espíritu.

De aquí deriva el particular énfasis que puso san Agustín en el valor de la contemplación y en su estrecho vínculo con la vida comunitaria. La contemplación, que brota de una orientación radical hacia Cristo, consiste en mantener la mirada fija en él, para dejarse impregnar y transformar por su Espíritu. Esto exige un esfuerzo incesante para profundizar en el Evangelio y ponerlo en práctica, viviendo en comunidad una auténtica caridad fraterna, sincera y generosa, fruto y, al mismo tiempo, medio para progresar en el itinerario interior contemplativo. De este modo, la caridad fraterna, que tiene su origen en el contacto íntimo con el Señor, llega a ser don y gracia que hay que compartir con los hermanos.

Esta es la contribución que la Iglesia espera de vosotros. Estoy seguro de que, viviendo en plenitud vuestro carisma, podréis ayudarle a alcanzar las metas misioneras hacia las cuales está proyectada, imprimiendo, en lo que os compete, un valioso impulso a la nueva evangelización.

4. El tema mismo del congreso, concerniente a la participación de los laicos en el carisma de vuestra Orden, subraya un aspecto importante de vuestra aportación a la acción evangelizadora de la comunidad eclesial. En la medida en que busca valorar el sacerdocio común a todos los bautizados e invita a los fieles laicos a ser misioneros en el complejo mundo moderno, vuestra propuesta de vida ya representa un modelo digno de imitar. En efecto, presentáis una experiencia de comunidad en la que los laicos asumen, con participación responsable, su específico papel eclesial, fortalecidos por la gracia que proviene de una profunda espiritualidad litúrgica. Todo esto crea las condiciones para un servicio eficaz a la evangelización, haciendo revivir el clima de la primera comunidad cristiana, donde todos "acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (
Ac 2,42).

Amadísimos hermanos, al inicio del nuevo milenio, teniendo en cuenta los numerosos desafíos sociales y religiosos, testimoniad con valentía vuestra fidelidad a la misión que el Señor os confía, siguiendo el ejemplo de san Agustín, intrépido y celoso pastor. Como él, encomendaos a la acción del Espíritu y no temáis abriros con optimismo evangélico a las necesidades del hombre, "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1P 3,15).

Que la Virgen santísima, a la que veneráis con especial fervor filial, os acompañe y haga fructificar vuestro ministerio diario. Os ayude también la bendición que de corazón os imparto a vosotros, a vuestros hermanos y a cuantos siguen vuestra espiritualidad agustiniana.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL NUEVO EMBAJADOR DE IRLANDA

CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


Viernes 7 de septiembre de 2001


264

Señor embajador:

Con gran alegría le doy la bienvenida esta mañana y acepto las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Irlanda ante la Santa Sede. Le agradezco los saludos que me ha transmitido de parte de la presidenta, Mary McAleese, a los que correspondo de buen grado con mis mejores deseos y con la seguridad de mi buena voluntad y mis oraciones por ella y por el pueblo de Irlanda.


Ha mencionado usted las celebraciones del gran jubileo, que se llevaron a cabo el año pasado con ocasión del bimilenario del nacimiento de Cristo. El jubileo brindó a la Iglesia en todo el mundo la ocasión de renovar su compromiso en favor del Evangelio y al servicio de la humanidad. A lo largo del Año jubilar muchos irlandeses acudieron en peregrinación a Roma, manifestando así los vínculos con el Sucesor de Pedro que caracterizan a la Iglesia en Irlanda desde los tiempos de san Patricio e incluso antes.


No se puede pensar en Irlanda sin recordar su tradición monástica, su amor al estudio y su celo misionero, que en el decurso de los siglos ha llevado a muchos irlandeses e irlandesas a convertirse en peregrini pro Christo en el mundo.


Las fundaciones cristianas europeas deben mucho al pensamiento y a la obra de grandes santos irlandeses como Columba, Columbano, Galo y Kiliano. En tiempos sucesivos y mucho más difíciles, los irlandeses sufrieron discriminación, persecución e incluso martirio por su fidelidad inquebrantable a la fe de sus antepasados. Esta herencia ha marcado profundamente el carácter y la cultura del pueblo irlandés, que posee una sensibilidad particular frente a los sufrimientos de otros pueblos, y ha mostrado una gran generosidad y solidaridad con ellos. También ahora los irlandeses están en la vanguardia de la labor eclesial de evangelización y servicio en todo el mundo, y a menudo dan el testimonio supremo de su fe y de su compromiso, como sucedió recientemente en el caso del padre Rufus Halley, miembro de la Sociedad de San Columbano para las Misiones Extranjeras, en Filipinas.


En los últimos años se han producido rápidos cambios sociales y económicos, con grandes adelantos, pero también con nuevas y desestabilizadoras exigencias para las personas y la sociedad. En particular, como usted ha señalado, es preciso discernir las tendencias y los cambios que promueven el progreso auténtico conservando los valores sobre los cuales está edificada su nación. Un país es más que la suma de sus propiedades y de sus fuerzas. Es la cuna y la casa del alma y del espíritu de un pueblo.


El desarrollo auténtico sólo es posible si se tiene como base un concepto correcto de persona humana y de lo que constituye el bien común y el bienestar de un pueblo. Las opciones realizadas en el ámbito económico y social muestran la visión general de la vida de una cultura determinada. Un cuadro completo de la persona humana respeta todas las dimensiones de su ser y subordina las dimensiones material e instintiva a las dimensiones interior, racional y espiritual.


Hace falta un esfuerzo cultural y educativo para garantizar que las personas, además de desarrollar nuevas habilidades y capacidades tecnológicas, también aprendan a usar de modo responsable su nuevo poder de elección, a fin de distinguir entre lo valioso y lo efímero. Por este motivo, si se quiere que las personas lleven una vida verdaderamente feliz y plena, se ha de poner siempre en el centro de la cultura el primado del ser sobre el tener, que implica la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza. La sabiduría heredada y los recursos de la tradición irlandesa, así como los dones y talentos de sus ciudadanos, deben seguir proporcionando una guía y una inspiración seguras al progreso social.


La familia desempeña un papel esencial para ayudar a sus miembros a alcanzar la plena madurez humana y, por consiguiente, a cumplir una función responsable en la sociedad. En la familia las personas reciben las primeras ideas formativas sobre la verdad, el bien, el amor, el compromiso y el servicio a los demás. Con todo, hoy la familia está cada vez más sometida a la notable presión de un complejo juego de fuerzas, que tienden a subordinar el valor trascendente de la vida a otros intereses inmediatos o incluso a la conveniencia personal. Cuando la Iglesia defiende el derecho a la vida de toda persona inocente, desde la concepción hasta la muerte natural, como una de las columnas sobre las que se apoya toda sociedad civil, simplemente está promoviendo un Estado humano, una comunidad que esté fundamentalmente de acuerdo con la naturaleza humana. Una sociedad carece de cimientos sólidos cuando, por una parte, afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz, y, por otra, hace lo contrario, permitiendo o utilizando prácticas que devalúan y violan la vida humana, en particular donde es más vulnerable (cf. Evangelium vitae EV 101). Sólo donde se respeta de forma incondicional el derecho a la vida se pueden tutelar otros derechos inalienables. Y sólo sobre esta base objetiva es posible construir la auténtica democracia y el bien común.


Señor embajador, ha mencionado la conciencia que Irlanda tiene de sus responsabilidades y de su papel cada vez más importante en el ámbito de la comunidad internacional. La Santa Sede, como usted sabe, está profundamente preocupada por la aparición y el desarrollo de antiguas y nuevas tensiones en muchas partes del mundo. Una de las dificultades más graves en los últimos tiempos, entre otras causas como consecuencia de una mayor movilidad de las personas, es la discriminación racial, tema de la Conferencia de las Naciones Unidas que se concluye hoy en Durban, Sudáfrica. La preocupante reaparición de formas agresivas de nacionalismo y racismo es una grave amenaza contra la dignidad de la persona humana y mina la coexistencia social, la paz y la armonía. La Iglesia condena, como contraria a la voluntad de Dios, cualquier discriminación o persecución de las personas por motivos de raza, color, condición social o religión (cf. Nostra aetate NAE 5). Es preciso promover una cultura de apertura y de aceptación recíprocas. Eso exige iniciativas educativas adecuadas y una tutela legal de los derechos fundamentales de todos. La tradición irlandesa de cordial hospitalidad no puede fallar precisamente cuando el mundo necesita actitudes de equidad, justicia y solidaridad con los necesitados.


Recuerdo a menudo mi visita de 1979 a Irlanda, en la que experimenté personalmente la cordialidad, la hospitalidad y la profunda fe religiosa de su pueblo. En aquella ocasión pedí a cuantos estaban implicados en la violencia en Irlanda del norte que renunciaran al uso de las armas y emprendieran el camino de la paz y del diálogo. En tiempos recientes se han producido notables progresos a este respecto y debemos esperar que en todos los niveles se consolide un nuevo espíritu de compromiso clarividente en favor del bien común. Las actuales dificultades recuerdan que la paz es una realidad frágil, que exige constante buena voluntad y la puesta en práctica de las medidas concretas que se requieren para una sociedad justa y armoniosa.


265
Señor embajador, ahora que comienza su labor de representante de su país ante la Santa Sede, le aseguro mis oraciones por el éxito de su misión. Tenga la seguridad de que los diversos organismos de la Curia romana le ayudarán en esta tarea. Pido a Dios omnipotente abundantes bendiciones para usted y para el amado pueblo de Irlanda.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL

DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN


Viernes 7 de septiembre de 2001

. Reverendo prior general;
queridos padres de la Orden de San Agustín:

1. Os acojo con íntima alegría, con ocasión del capítulo general de vuestra Orden. Saludo en especial al prior general, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los cordiales sentimientos de todos los presentes. Os saludo a cada uno de vosotros, padres capitulares, y extiendo mi afectuoso saludo a toda la Orden de San Agustín, que durante estos días se halla espiritualmente unida a vuestra asamblea. Este encuentro reviste para vosotros una importancia singular, porque se sitúa al comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, mientras todavía sigue vivo el recuerdo del gran jubileo, que imprimió una huella indeleble en la vida y en la historia de la Iglesia y del mundo.

A lo largo de todo el Año santo pudimos experimentar a Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8), más cercano o, con las palabras mismas de san Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra misma intimidad" (Confesiones, 3, 11). Fue un año de intensa contemplación del misterio de la Encarnación, en el que se realizó un extraordinario "diálogo de amor" entre Dios y la humanidad. Al respecto, san Agustín escribió: "El que era Dios se hizo hombre, asumiendo lo que no era, sin perder lo que era; y de este modo Dios se hizo hombre. En este misterio encuentras la ayuda para tu debilidad y hallas en él cuanto necesitas para alcanzar tu perfección. Que Cristo te eleve en virtud de su humanidad; te guíe en virtud de su humana divinidad, y te conduzca a su divinidad" (Comentario al evangelio de san Jn 23,6).

2. Dios vino en ayuda de la debilidad radical del hombre, que advierte en sí una inquietud interior, pues tiende, a veces de modo inconsciente, a algo que lo trasciende. San Agustín llegó al encuentro con Dios precisamente a través de estos senderos de la inquietud existencial, teniendo como compañeros de camino el estudio de la palabra de Dios y la oración.

La experiencia de san Agustín es similar a la de muchos contemporáneos, y por eso vosotros, queridos padres agustinos, con formas modernas de servicio pastoral podéis ayudarles a descubrir el sentido trascendente de la vida. Debéis ser para ellos acompañantes sabios hacia una fe más personal y, al mismo tiempo, más comunitaria, porque es la Iglesia la que mantiene viva la memoria de Cristo. San Agustín escribió: "La Iglesia habla en Cristo y Cristo habla en la Iglesia; el cuerpo habla en la Cabeza y la Cabeza habla en el cuerpo" (Comentario al Salmo 30, 2. 4).

Queridos hijos espirituales de san Agustín, prestad a la Iglesia este importante servicio misionero, sacando del inagotable tesoro de vuestro gran maestro sugerencias y propuestas para una renovada acción apostólica. Seguid reflexionando en estos temas, que comenzasteis a abordar en el capítulo general intermedio de 1998, celebrado en Villanova, Estados Unidos. Proveed con sabiduría a la revisión de las Constituciones y a las reformas jurídicas y organizativas de la Orden de modo que permitan una transmisión más clara del carisma agustiniano. Si embargo, la tarea más importante consiste en salvaguardar inalterada y viva la herencia del mensaje de doctrina y de vida de san Agustín, en quien puede reflejarse la humanidad de todas las épocas sedienta de verdad, felicidad y amor.

3. San Agustín, profundo conocedor del corazón humano, sabe que en el fondo de la inquietud de la persona está Dios mismo, "belleza siempre antigua y siempre nueva" (Confesiones X, 27, 38). Dios se hace presente a través de múltiples signos y de muchas maneras, yendo al encuentro de su criatura sedienta de trascendencia y de interioridad. Vosotros, queridos padres agustinos, sed los "pedagogos de la interioridad", al servicio de los hombres del tercer milenio que buscan a Cristo. A él no se llega a través de un sendero superficial, sino por el camino de la interioridad. Es san Agustín mismo quien nos recuerda que sólo penetrando en el propio centro interior de gravedad es posible el contacto con la Verdad que reina en el espíritu (cf. De Magistro 11, 38).

Para alcanzar felizmente este objetivo, punto de partida y a la vez meta, como observaba san Agustín en las Confesiones (cf. I, 1, 1), es necesario un trabajo de inmersión en sí mismos, de liberación de los condicionamientos del mundo exterior y de escucha atenta y humilde de la voz de la conciencia. Se abre aquí un vasto ámbito pastoral muy acorde con vuestro carisma.

266 A este propósito, quisiera citar las palabras que mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, os dirigió con ocasión de un encuentro análogo a este: "Nos complace recordar también -escribía- un elemento en el que se puede ver un rasgo peculiar y, diríamos, el genio de la Orden de San Agustín: es la capacidad de realizar el apostolado intelectual (...). Disponéis del inestimable patrimonio doctrinal del Santo, tenéis ante vosotros una tradición ininterrumpida de estudios, contáis con un instrumento ágil y moderno, como es el Instituto patrístico "Augustinianum" y, por consiguiente, no podéis renunciar a estar activamente presentes en el campo religioso-cultural" (Carta al prior general de la Orden de San Agustín, con ocasión del capítulo general, 14 de septiembre de 1977).

4. ¡Qué abundante mies os confía el Señor! Para realizar esta tarea se requiere una adecuada formación intelectual y pastoral; pero, sobre todo, es indispensable tender a la santidad, o sea, estar enamorados de Dios y de su designio eterno de salvación.

En vuestra Orden ha florecido, en el curso de los siglos, una larga serie de santos. En estos últimos años tuve la alegría de añadirle otros. ¿No se trata de un signo de vitalidad espiritual y un estímulo para seguir por esa senda? Os sirva de ejemplo, entre otros, el testimonio de fe y caridad de vuestro hermano monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel, asesinado en los días turbios de la guerra civil española, en el corazón del siglo XX. Fiel a su lema episcopal, se entregó con alegría por las almas de sus fieles (cf.
2Co 12,15).

Pienso asimismo en el padre mexicano Elías del Socorro Nieves, asesinado por odio a la fe en 1928 y elevado a la gloria de los altares el 12 de octubre de 1997, y en la monja agustina madre María Teresa Fasce, que vivió en Casia, uno de los lugares más emblemáticos de vuestra espiritualidad, vinculada a la memoria de santa Rita, testigo del perdón sin límites y de la aceptación heroica del sufrimiento.

Contemplando esos modelos tan espléndidos y sostenidos por su intercesión, avanzad con confianza hacia el futuro. ¡Remad mar adentro! (cf. Lc Lc 5,4).

Os repito a vosotros cuanto escribí hace algunos años a todas las personas consagradas: "Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (Vita consecrata, VC 110). Que durante estas jornadas de trabajo os inspire Dios, con la fuerza de su Espíritu, y que María, Madre del Buen Consejo, os ilumine y sostenga en todas vuestras elecciones y decisiones oportunas. Con este deseo, le imparto de buen grado a usted, reverendo prior general, a los capitulares y a todos los miembros de la orden agustiniana, una especial bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN

BENEDICTINA SILVESTRINA


Sábado 8 de septiembre de 2001



Queridos y venerados Benedictinos Silvestrinos:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de vuestro capítulo general, y os doy a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo al padre Andrea Pantaloni, reelegido abad general, a quien agradezco las devotas palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a los padres capitulares y a toda la familia de los Benedictinos Silvestrinos, siempre dispuesta a dar a la Iglesia la valiosa contribución de su obra espiritual y apostólica.

La asamblea capitular constituye para vuestro instituto un momento providencial de reflexión sobre los desafíos del tiempo actual, a fin de buscar nuevos caminos de realización de vuestro carisma típico. Por tanto, habéis elegido oportunamente pasar estos días de oración y de intenso trabajo en Fabriano, en el eremitorio de Montefano, dedicado a vuestro fundador, san Silvestre abad, que, precisamente en aquel lugar, en 1231, injertó una nueva congregación en el árbol fecundo de la Orden benedictina. Silvestre, alma contemplativa y deseosa de coherencia evangélica, se hizo ermitaño practicando una ascesis rigurosa y madurando una profunda y vigorosa espiritualidad. Para sus discípulos eligió la Regla de san Benito, pues quería formar una comunidad dedicada a la contemplación que, a pesar de ello, no descuidara la realidad social de su entorno. En efecto, él mismo unía al recogimiento el ministerio de una estimada paternidad espiritual y el anuncio del Evangelio a las poblaciones de la región.

2. Sobre estas sólidas bases vuestra congregación ha recorrido más de siete siglos de historia, superando muchas dificultades. A mitad del siglo XIX se abrió a horizontes extraeuropeos, llevando por primera vez la Regla benedictina a Asia, a la isla de Ceilán, hoy Sri Lanka. Durante los últimos cien años se han realizado nuevas fundaciones en Estados Unidos, Australia, India y, recientemente, en Filipinas. Esta consoladora expansión sigue dando valiosos frutos apostólicos y misioneros. Contando con monasterios en los cuatro continentes, la congregación puede considerarse ya internacional y, gracias a Dios, experimenta un ligero pero constante incremento numérico.


Discursos 2001 261