Discursos 2001 267

267 Al mismo tiempo que os animo a proseguir por este camino, abriéndoos a las exigencias de la nueva evangelización, ruego al Señor que os asista siempre con la fuerza de su amor. Dios bendiga, en particular, vuestro proyecto de ulteriores fundaciones en Europa y África, a fin de que vuestra espiritualidad se difunda para su gloria y para el bien de las almas.

3. Queridos padres benedictinos silvestrinos, la meta elevada y exigente, a la que debemos tender sin cesar, es ante todo la santidad. Es importante no olvidarlo, especialmente en esta época, en que se siente cada vez más la exigencia de Dios en la sociedad. Es preciso mantener orientado el espíritu hacia él en nuestro apostolado diario. Esta conciencia está muy presente en vuestra congregación, en la que en todas las épocas el Espíritu Santo ha suscitado monjes generosos que se han distinguido por su ejemplo y su celo apostólico. Basta pensar, en la era moderna, en los obispos misioneros Giuseppe Bravi, Ilarione Sillani y Giuseppe Pagnani, vicarios apostólicos de Colombo, en el siglo XIX; en Bede Beekmayer, primer prelado nativo de Ceilán, y en Bernardo Regno, obispo de Kandy. Veinte años después de su piadosa muerte, la fama de este último sigue todavía viva tanto entre los desheredados de las plantaciones de té como en Fabriano, su ciudad natal. Una mención particular merecen, asimismo, los dos pioneros de la fundación de 1910 en Estados Unidos: Giuseppe Cipolletti y Filippo Bartoccetti, misioneros pacientes e intrépidos entre los mineros de Kansas. Y, por último, quisiera recordar al siervo de Dios, abad Ildebrando Gregori, cuya causa de canonización ya se ha incoado.

Por tanto, tender a la santidad ha de ser el objetivo primero y fundamental de vuestra vida personal y comunitaria. Para esto os ha llamado el Señor, encomendándoos una importante misión apostólica.

4. En este marco se sitúa el tema de vuestra asamblea capitular: celebrar la memoria, celebrar la esperanza, que se inspira en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Queréis concentrar vuestra atención en la identidad monástica en el tercer milenio, según el espíritu de los santos padres Benito y Silvestre, para suscitar "comunidades evangélicas multiculturales, abiertas al futuro, pero, al mismo tiempo, bien arraigadas en la tradición".

Una familia monástica, como la vuestra, está llamada hoy a dar una valiosa aportación ante todo a la dimensión contemplativa de la vida personal y eclesial. A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que, a menudo de modo implícito, repiten: "Queremos ver a Jesús" (
Jn 12,21), es urgente responderles indicando, en primer lugar con el ejemplo, el camino real de la oración, que lleva a contemplar el rostro de Dios revelado en Cristo. Por tanto, queridos hermanos, contemplad con fervor este santo rostro, para que el mensaje de Jesús resplandezca en vuestra existencia.

Sacad de una incesante oración renovado vigor para "remar mar adentro" sin miedo, recorriendo, según vuestro carisma, el camino de la entrega total a Cristo y a su Evangelio. Así crearéis comunidades abiertas al futuro y arraigadas en la tradición, gracias a la constante fidelidad a la Regla de los padres Benito y Silvestre.

Que en este camino os asista maternalmente la Virgen María, de quien hoy celebramos la fiesta de su Natividad. Que su Magníficat, que celebra la memoria y la esperanza del pueblo de Dios, se transforme en el cántico de alabanza de vuestra congregación, al comienzo de este nuevo milenio.

Confirmo este deseo con la seguridad de mi oración y con una especial bendición apostólica, que os imparto a vosotros, a vuestros hermanos y a todos los que son objeto de vuestra solicitud apostólica.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ORDEN DE LOS HERMANOS DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DEL MONTE CARMELO

. Al reverendísimo padre

JOSEPH CHALMERS

Prior general de la Orden de los Hermanos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo

268 1. He sabido con alegría que la plurisecular Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo está celebrando su capítulo general, animada por el deseo de seguir sirviendo a Cristo y a la Iglesia con total fidelidad a su carisma y a las directrices del Magisterio pontificio.

Este propósito cobra singular elocuencia al comienzo del nuevo milenio, en el que la Iglesia se encamina con confianza hacia el futuro teniendo la mirada fija en Cristo -"el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (
Ap 22,13)- y esforzándose por cumplir fielmente la misión que él mismo le ha confiado.

Asimismo, no puedo por menos de subrayar el hecho de que el capítulo general tiene lugar durante el año en que se conmemora el 750° aniversario de la entrega del escapulario. Para este especial jubileo quise enviar, el pasado 25 de marzo, un mensaje especial a toda la familia del Carmen.
Además, este año se celebra el VII centenario del nacimiento del gran obispo carmelita san Andrés Corsini, recordado justamente como ejemplo para los pastores y modelo de vida consagrada para todos los religiosos y religiosas.

Al mismo tiempo que me uno espiritualmente a la asamblea capitular para invocar el Espíritu del Señor sobre los trabajos, lo saludo a usted, reverendísimo padre, y le agradezco el servicio que durante este sexenio ha prestado a la Orden del Carmen y a la Iglesia. Saludo, asimismo, a los participantes en el capítulo general, que provienen de diversas naciones y, a través de ellos, extiendo mi afectuoso saludo a toda la orden carmelitana.

2. El tema de la asamblea capitular es: El viaje continúa. La referencia a la experiencia humana del camino es típica de la espiritualidad carmelitana. Ya desde los primeros ermitaños que se establecieron en el monte Carmelo y que habían ido como peregrinos a la tierra del Señor Jesús, la vida se suele representar como una ascesis hasta llegar a Cristo nuestro Señor, monte de salvación (cf. Misal romano, Oración colecta de la misa en honor de nuestra Señora del Carmen, 16 de julio). Orientan esa peregrinación interior dos iconos bíblicos muy apreciados por la tradición carmelitana: el del profeta Elías y el de la Virgen María.

El profeta Elías arde en celo por el Señor (cf. 1R 19,10); se pone en marcha hacia el monte Horeb y, aunque se siente cansado, sigue caminando hasta alcanzar la meta. Sólo al término de su arduo itinerario encuentra al Señor en el susurro de una brisa suave (cf. 1R 19,1-18).
Contemplando su ejemplo, los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo comprenden más profundamente que sólo quien se mantiene entrenado para escuchar a Dios e interpretar los signos de los tiempos es capaz de encontrar al Señor y reconocerlo en los acontecimientos diarios. Dios habla de muchos modos, incluso a través de realidades que a veces pueden parecer insignificantes.

El otro icono es el de la Virgen María, a quien veneráis bajo el título de Hermana y Belleza del Carmelo. La Virgen se pone en camino para ir a visitar a su anciana prima, santa Isabel. En cuanto recibe el anuncio del ángel (cf. Lc Lc 1,26-38), al saber que Isabel necesita ayuda, parte generosamente, casi corriendo por los senderos del monte (cf. Ct Ct 2,8 Is 52,7). Durante el encuentro con su prima, de su alma brota un cántico de alegría: el Magníficat (cf. Lc Lc 1,39-56). Cántico de alabanza al Señor y testimonio de humilde disponibilidad a servir a sus hermanos. En el misterio de la Visitación todo cristiano ve el modelo de su vocación. Así debe ser especialmente para vosotros, reunidos en asamblea capitular con la finalidad de imprimir a la Orden un nuevo impulso ascético y misionero. Con el corazón rebosante de alabanza al Señor en la contemplación de su misterio, avanzad con alegría por los caminos de la caridad, abriéndoos a la acogida fraterna, para ser testigos creíbles del amor misericordioso del Verbo de Dios hecho hombre para redimir el mundo.

3. "El viaje continúa". Sí, amadísimos hermanos, vuestro viaje espiritual continúa en el mundo de hoy. Estáis llamados a releer vuestra rica herencia espiritual a la luz de los desafíos actuales, a fin de que "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de todos los afligidos", sean "también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo" (Gaudium et spes GS 1), y, de manera singular, de todo carmelita.

En el año en que conmemoráis el 750° aniversario de la entrega del escapulario, no podéis menos de hacer más fuerte y decidido vuestro compromiso de revestiros de Cristo (cf. Rm Rm 13,14). Pedid a María, tan solícita y delicada con el Niño Jesús (cf. Lc Lc 2,7), que os revista a cada uno de la sabiduría y del amor de su Hijo divino. Y, conscientes de la misión que Dios confía a vuestra benemérita Orden, dad al mundo el testimonio de vuestra fidelidad, para que todos conozcan a Cristo y lo acojan como el único Salvador del hombre, ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8).
269 Con este fin, invoco sobre vosotros la abundancia de la gracia divina. Que el Espíritu Santo, como en un renovado Pentecostés, descienda sobre vosotros y os ilumine para que descubráis la voluntad del Padre celestial misericordioso, de modo que seáis capaces de hablar a los hombres y a las mujeres del mundo mediante las formas más adecuadas y eficaces para ellos (cf. Hch Ac 2,1-13).

Con estos sentimientos, les imparto de corazón la bendición apostólica a usted, a los frailes capitulares y a toda la familia del Carmen, implorando sobre cada uno la protección materna de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, junto con la intercesión del profeta Elías y de los numerosos santos y santas de la Orden.

Castelgandolfo, 8 de septiembre de 2001

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN

DE UN SEMINARIO EN PINSK (BIELORRUSIA)




Al venerado hermano Señor Cardenal

KAZIMIERZ SWIATEK

Arzobispo de Minsk-Mohilev

Me ha complacido saber que ya se aproxima la inauguración del seminario mayor interdiocesano de Pinsk. Me congratulo con usted, venerado hermano, que, con solicitud paterna, ha promovido esa obra, junto con toda la comunidad eclesial que está en Bielorrusia, pensando en el servicio que ese edificio renovado podrá dar a la formación de los candidatos al presbiterado, así como a la promoción de una pastoral vocacional eficaz.

Ese edificio, hoy renovado, evoca páginas significativas de la historia vivida por la Iglesia en Bielorrusia. Fue ya el seminario del siervo de Dios Zygmunt Lozinski, inolvidable pastor de la grey de Cristo en ese país en años difíciles del siglo pasado. Luego, el régimen comunista lo confiscó, usándolo para otros fines. Reformado de acuerdo con las finalidades originarias y oportunamente dedicado al patrono universal de los estudios teológicos, santo Tomás de Aquino, se abre ahora para brindar sus servicios a las diócesis de Minsk-Mohilev, Pinsk y Vitebsk.

No podemos menos de ver en este renovado seminario un signo prometedor para el futuro de la Iglesia en esa región. En efecto, el cultivo de las vocaciones sacerdotales es, por excelencia, un trabajo apostólico que mira al futuro, a la "mies" que "es mucha" (Mt 9,37) y requiere obreros celosos y bien preparados. Por eso, es importante cuidar la formación de los aspirantes a la vida sacerdotal, lo cual supone, ante todo, una insistente y confiada oración al "Dueño de la mies" para que "envíe obreros a su mies" (Mt 9,38), y exige asimismo una paciente y atenta acción educativa, que acompañe y sostenga a cada uno de los llamados en su crecimiento humano y cristiano.

Usted, señor cardenal, sabe muy bien cuán presente está en mi espíritu la necesidad de una seria formación de los futuros ministros del altar. El servicio pastoral de sacerdotes bien formados y celosos es garantía de un desarrollo sereno para las comunidades cristianas. Precisamente por eso debemos orar sin cesar por esta intención. Deseo de corazón que el seminario mayor interdiocesano de Pinsk llegue a ser, en primer lugar, casa de oración constante por las vocaciones y por los sacerdotes. María santísima vele sobre el seminario, para que ofrezca toda la ayuda oportuna a cuantos pasen en él años importantes de su vida, convirtiéndose así en crisol de numerosos y santos presbíteros.

Asimismo, expreso mi aprecio y gratitud a cuantos, de varias maneras, han colaborado en esa importante obra eclesial, que producirá grandes beneficios a todo el pueblo católico de la región. Dios los recompense a todos.

Con estos sentimientos, le imparto de corazón a usted y a sus colaboradores una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las comunidades diocesanas y, en particular, a cuantos se están preparando para el sacerdocio.

270 Castelgandolfo, 25 de julio de 2001

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL EMBAJADOR DE LOS ESTADOS UNIDOS

DE AMÉRICA DURANTE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


Jueves 13 de septiembre de 2001



Señor embajador:

Me complace aceptar las cartas credenciales que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Estados Unidos ante la Santa Sede. Usted comienza su misión en un momento inmensamente trágico para su país. En este tiempo de luto nacional por las víctimas de los ataques terroristas en Washington y Nueva York, deseo asegurarle personalmente mi profunda participación en el dolor del pueblo estadounidense y mis oraciones cordiales por el presidente y las autoridades civiles, por todas las personas que trabajan en las operaciones de rescate y ayuda a los supervivientes y, de modo especial, por las víctimas y sus familias. Ruego para que ese acto inhumano suscite en el corazón de todos los pueblos del mundo una firme decisión de rechazar el camino de la violencia, combatir todo lo que siembra odio y división dentro de la familia humana, y trabajar para que nazca una nueva era de cooperación internacional, inspirada en los ideales más altos de solidaridad, justicia y paz.

En mi reciente encuentro con el presidente Bush manifesté mi profunda estima por el rico patrimonio de valores humanos, religiosos y morales que ha forjado históricamente el carácter de los estadounidenses. Expresé mi convicción de que el constante liderazgo moral de Estados Unidos en el mundo depende de su fidelidad a sus principios fundacionales. En la base del compromiso de su nación en favor de la libertad, la autodeterminación y la igualdad de oportunidades se hallan verdades universales heredadas de sus raíces religiosas. De ellas brotan el respeto a la santidad de la vida y a la dignidad de cada persona humana creada a imagen y semejanza de Dios; la responsabilidad compartida por el bien común; la preocupación por la educación de la juventud y el futuro de la sociedad; y la necesidad de una sabia administración de los recursos naturales concedidos tan liberalmente por la generosidad de Dios. Al afrontar los desafíos del futuro, Estados Unidos está llamado a cultivar y vivir los valores más profundos de su herencia nacional: la solidaridad y la cooperación entre los pueblos; el respeto a los derechos humanos; y la justicia, que es condición indispensable para la auténtica libertad y la paz duradera.

En el siglo que acaba de comenzar, la humanidad tiene la oportunidad de dar grandes pasos contra algunos de sus enemigos tradicionales: la pobreza, la enfermedad y la violencia. Como dije en la sede de las Naciones Unidas en 1995, tenemos el deber de lograr que a un siglo de lágrimas, el siglo XX, le siga el XXI con una "primavera del espíritu humano". Las posibilidades de la familia humana son inmensas, aunque no siempre sean evidentes en un mundo donde muchos de nuestros hermanos y hermanas sufren hambre, desnutrición, no pueden acceder a la asistencia sanitaria y a la educación, o se hallan oprimidos por gobiernos injustos, conflictos armados, desplazamientos forzados y nuevas formas de esclavitud. Para aprovechar las oportunidades hacen falta clarividencia y generosidad, especialmente de parte de quienes han sido bendecidos con libertad, riqueza y abundantes recursos. Las urgentes cuestiones éticas planteadas por la división entre los que gozan de los beneficios de la globalización de la economía mundial y los que están excluidos de los mismos exigen respuestas nuevas y creativas de toda la comunidad internacional. A este respecto deseo recalcar una vez más lo que dije en mi reciente encuentro con el presidente Bush, o sea, que la revolución de la libertad en el mundo debe completarse con una "revolución de oportunidades" que permita a todos los miembros de la familia humana gozar de una existencia digna y participar en los beneficios de un desarrollo verdaderamente global.

En este marco, no puedo menos de mencionar, entre las numerosas situaciones preocupantes del mundo, la trágica violencia que sigue afectando a Oriente Próximo y que pone en peligro el proceso de paz iniciado en Madrid. También gracias al compromiso de Estados Unidos, el proceso ha suscitado la esperanza en el corazón de todos los que consideran la Tierra Santa como un lugar único de encuentro y oración entre los pueblos. Estoy seguro de que su país no dudará en promover un diálogo realista que permita a las partes implicadas alcanzar la seguridad, la justicia y la paz, respetando plenamente los derechos humanos y el derecho internacional.

Señor embajador, la clarividencia y la fuerza moral que Estados Unidos debe poseer al inicio de este nuevo siglo y en un mundo en rápida transformación, exigen el reconocimiento de las raíces espirituales de la crisis que están atravesando las democracias occidentales, una crisis caracterizada por el avance de una concepción del mundo materialista, utilitaria y en definitiva inhumana, que se aparta trágicamente de los fundamentos morales de la civilización occidental. Para sobrevivir y prosperar, la democracia y sus correspondientes estructuras económicas y políticas deben guiarse por una visión centrada en la dignidad dada por Dios y los derechos inalienables de todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. Cuando algunas vidas, incluyendo la de los niños por nacer, quedan sujetas a la elección personal de los demás, ya no se puede garantizar ningún valor o derecho, y la sociedad se verá gobernada inevitablemente por intereses y conveniencias particulares. La libertad no puede apoyarse en un clima cultural en el que la dignidad humana se mide en términos meramente utilitarios. Nunca ha sido tan urgente como ahora fortalecer la visión moral y la decisión fundamental de salvaguardar una sociedad justa y libre.

En este ámbito, pienso en los jóvenes estadounidenses, la esperanza de la nación. En mis visitas pastorales a Estados Unidos y sobre todo durante mi visita a Denver en 1993 con ocasión de la celebración de la Jornada mundial de la juventud, pude comprobar personalmente las reservas de generosidad y buena voluntad de la juventud de su país. Los jóvenes son ciertamente el tesoro más valioso de su nación. Por eso necesitan urgentemente una educación completa, que les permita rechazar el cinismo y el egoísmo, y llegar a ser miembros informados, prudentes y moralmente responsables de la comunidad. Al inicio de un nuevo milenio, hay que dar a los jóvenes la oportunidad de desempeñar su papel como "artífices de una nueva humanidad, donde hermanos y hermanas, todos miembros de una misma familia, puedan vivir finalmente en paz" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 22: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 11).

Señor embajador, al comenzar su misión como representante de su país ante la Santa Sede, le reitero mi esperanza de que el pueblo estadounidense, al afrontar los desafíos del presente y del futuro, aproveche los grandes recursos espirituales y morales que han inspirado y guiado el desarrollo de la nación, y que siguen siendo la prenda más segura de su grandeza. Confío en que la comunidad católica de Estados Unidos, que ha desempeñado históricamente un papel crucial en la educación de ciudadanos responsables y en la asistencia a los pobres, los enfermos y los necesitados, esté presente de forma activa en el proceso de discernimiento del rumbo futuro de su país. Sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo estadounidense invoco cordialmente las bendiciones de alegría y paz de Dios.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS RELIGIOSAS DE LA PÍA SOCIEDAD

DE HIJAS DE SAN PABLO


Jueves 13 de septiembre de 2001




271 Amadísimas Hijas de San Pablo:

1. Con alegría os saludo a todas vosotras, que os habéis reunido en Ariccia para celebrar el capítulo general de vuestro instituto. Se trata de un importante encuentro de "familia", que deseáis sea rico en comunión y esperanza. La presencia de delegadas procedentes de los cinco continentes pone de relieve el rostro ya "universal" de vuestra congregación.

Saludo cordialmente, ante todo, a la superiora general, sor Giovannamaria Carrara, y a sus colaboradoras directas. Saludo a cada una de las capitulares y, a través de ellas, a todas las Hijas de San Pablo, presentes en 50 naciones del mundo.

Deseo expresaros mi profunda gratitud por el amor operante que alimentáis hacia la Iglesia y por el empeño que ponéis en revivir el espíritu del apóstol san Pablo al anunciar el Evangelio en el vasto y complejo "areópago" constituido por los medios de comunicación social.

2. Hace poco habéis conmemorado la singular noche del comienzo del siglo XX en la que el entonces joven Alberione, en oración ante Jesús Eucaristía en la catedral de Alba, tuvo la inspiración que marcaría luego toda su vida de apóstol y evangelizador.

Él mismo recordaba con emoción aquella experiencia, cuando una luz misteriosa brotó de la Hostia santa y le resultó más fácil acoger la invitación de Jesús: "Venite ad me omnes" (
Mt 11,28).
Aquella noche le pareció comprender mejor los deseos del Papa y las exhortaciones de la Iglesia sobre la auténtica misión del sacerdote. Vio con claridad las exigencias que derivaban del deber de los cristianos de ser evangelizadores y comprendió que debían aprender a usar los mismos medios que los adversarios de la fe utilizaban a menudo con más astucia y habilidad. Entonces se sintió impulsado a prepararse para realizar algo nuevo al servicio del Señor en el campo apostólico. Era consciente de sus limitaciones, pero, al mismo tiempo, lo confortaban las palabras del divino Maestro: "Vobiscum sum usque ad consummationem saeculi" (Mt 28,20). Contemplando la Eucaristía entendió plenamente que Jesús en el santísimo Sacramento está siempre con nosotros. En él encontramos luz, alimento y fuerza para vencer el mal y hacer el bien.

3. Con el capítulo general queréis recordar aquellos extraordinarios momentos de gracia. El tema mismo de la asamblea capitular está en sintonía con cuanto vuestro fundador vivió en aquella memorable noche de oración: "De la Eucaristía a la misión. Juntas para comunicar el Evangelio hoy". Este tema os remite a las raíces de vuestra vocación y ensancha vuestro espíritu a las exigencias de vuestra misión al servicio de la nueva evangelización. El Señor os atrae a sí: "Venid a mí todos...", para daros luego un preciso mandato misionero: "Id a todas las gentes".
¡Id juntas! Es lo que os repite durante los trabajos capitulares. Id con confianza, porque os sostiene la Eucaristía, fuente de vida nueva, de la que podéis obtener la luz, la fuerza y la gracia necesarias para vuestra tarea misionera. De este supremo misterio podréis sacar celo y entusiasmo para anunciar la esperanza que no defrauda (cf. Flp Ph 1,20) a los hombres de nuestro tiempo con medios cada vez más rápidos y eficaces.

4. Don Alberione, que tenía clara la urgencia que distingue a vuestra misión, os imaginaba "apóstoles que arden de amor a Dios por la íntima vida espiritual"; y os quería religiosas siempre "en camino", "portadoras de Cristo y miembros vivos y operantes de la Iglesia".

Con el testimonio de su vida os dejó una herencia espiritual que se resume bien en estas palabras suyas: "Habéis sido fundadas sobre la Hostia. Llamaos siempre "paulinas": Jesús atrajo a Pablo, y Pablo, injertado en Cristo, produjo los frutos de Cristo..." (Ejercicios y meditaciones, Estados Unidos, 1952, p. 168).

272 Pero, para llegar a ser verdaderas apóstoles de Cristo, es necesario que mantengáis la mirada fija en su rostro (cf. Hb He 12,2). Que Cristo sea el centro de vuestra existencia y de vuestra misión. Tended a la santidad. Si vuestro esfuerzo, como sucedió a los discípulos, fuera infructuoso (cf. Lc Lc 5,4-6), transformad esta experiencia aparentemente frustrante en una valiosa ocasión de oración y maduración espiritual. Son múltiples los desafíos de la época actual, y los medios a disposición para afrontarlos no siempre resultan adecuados. Pero los problemas y los obstáculos no han de ser causa de desaliento; al contrario, os deberían impulsar a abrir vuestro corazón a la gracia divina para que, fortalecidas con la palabra de Cristo, difundáis con vuestra presencia y vuestra acción la alegría y la novedad del Evangelio.

5. Amadísimas Hijas de San Pablo, os agradezco el servicio que prestáis a la Iglesia en un campo misionero complejo y vasto como es el ámbito de los medios de comunicación social. En esta época, caracterizada por la comunicación global, es preciso hacer que el mensaje de la salvación resuene con vigor. Para realizar esta tarea, es más necesaria que nunca la presencia de operadores competentes que, al mismo tiempo, sean testigos convencidos y creíbles de Cristo. Esta es vuestra vocación. Sed fieles a ella en todas las circunstancias. Sentíos verdaderas "paulinas", comunicadoras de Cristo, adhiriéndoos de manera total y dócil a las enseñanzas y a las directrices de la Iglesia.

Os repito a vosotras, queridas Hijas de San Pablo, las palabras del Redentor: "Duc in altum!" (Lc 5,4). No dudéis en remar mar adentro en el océano ilimitado de la humanidad actual. Tened el mismo celo ardiente de san Pablo, que exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). Que este sea el anhelo de toda vuestra existencia. El Señor está con vosotras, y en la Eucaristía os ilumina y conforta continuamente.

Os deseo de corazón que estos días de reflexión y encuentros os ayuden a proseguir con mayor impulso vuestro itinerario apostólico, tras las huellas de don Giacomo Alberione, de la cofundadora sor Tecla Merlo, de todas las religiosas y los hermanos que os han precedido.

Os imparto a todas mi bendición.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS CAPITULARES MISIONEROS

DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE


Viernes 14 de septiembre de 2001



Queridos miembros de la XVII Asamblea general de la congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre:

Con afecto en el Señor doy la bienvenida a la asamblea general de los Misioneros de la Preciosísima Sangre en esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Es muy oportuno nuestro encuentro en el día en que toda la Iglesia canta la gloria de la cruz de Cristo y se alegra por la fuerza de la sangre que brotó de "su fuente en lo más recóndito de su corazón para dar a los sacramentos de la Iglesia el poder de conferir la vida de gracia" (s. Buenaventura, Opusc. 3, 30). Juntamente con vosotros me arrodillo para adorar ese manantial infinitamente precioso, que brotó del costado herido de Cristo, y oro a Dios para que la asamblea general se esfuerce por asegurar que la fuerza de su sangre fluya con mayor abundancia aún a través de vuestra congregación, con vistas a la redención del mundo.

El alba del nuevo milenio es un tiempo para programar con audacia (cf. Novo millennio ineunte NM 29); por eso, es un acierto que hayáis elegido como tema: "El rostro futuro de los Misioneros de la Preciosísima Sangre". En este momento el Espíritu Santo llama a toda la Iglesia a una nueva evangelización, y el Sucesor de Pedro confía en que los Misioneros de la Preciosísima Sangre desempeñen un papel creativo y activo en los nuevos esfuerzos de la Iglesia por "hacer discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19), como Cristo manda.

Vuestra congregación ha comprendido desde el principio la importancia de las palabras del Señor: Duc in altum! (Lc 5,4). La orden dada a Pedro parecía no tener sentido: había bregado toda la noche y no había pescado nada. Así también ahora Cristo pide a la Iglesia que se dirija a personas y lugares donde aparentemente hay pocas posibilidades de éxito, y que haga cosas que en apariencia no tienen sentido según la lógica convencional. El Señor nos pide que abandonemos nuestras suposiciones y confiemos en su palabra, porque sabe que de otro modo bregaremos en vano.

Cuando san Gaspar del Búfalo fundó vuestra congregación en 1815, mi predecesor el Papa Pío VII le pidió que fuera a donde nadie iría y realizara misiones que parecían poco prometedoras. Le pidió, por ejemplo, que enviara misioneros para evangelizar a los bandidos que por entonces tanto atormentaban la región comprendida entre Roma y Nápoles. Confiando en que la petición del Papa era una orden de Cristo, vuestro fundador no dudó en obedecer, aunque el resultado fue que algunos lo criticaron por haber sido demasiado innovador. Echando sus redes en aguas profundas y peligrosas, realizó una pesca sorprendente.

273 Dos siglos después, otro Papa llama a los hijos de san Gaspar a ser igualmente intrépidos en sus decisiones y acciones, e ir a donde otros no pueden o no quieren, y realizar misiones que parecen tener pocas posibilidades de éxito. Os pido que prosigáis vuestros esfuerzos en la construcción de la civilización de la vida, procurando proteger toda vida humana, desde la del hijo por nacer hasta la de los ancianos y los enfermos, y promoviendo la dignidad de toda persona humana, especialmente de los débiles y de quienes se ven privados de su derecho a participar de los recursos de la tierra. Os exhorto a realizar una misión de reconciliación, trabajando para reconstruir sociedades heridas por los conflictos civiles, reuniendo incluso a las víctimas y a los artífices de la violencia con espíritu de perdón, para que lleguen a conocer que "la sangre de Cristo es justamente el motivo más grande de esperanza, más aún, es el fundamento de la absoluta certeza de que, según el designio divino, la vida vencerá" (Evangelium vitae EV 25).

"El rostro futuro de los Misioneros de la Preciosísima Sangre" debe ser el rostro del Señor crucificado, que derramó su sangre por la vida del mundo. Ciertamente, es un rostro de dolor, porque "para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús no sólo debió asumir el rostro del hombre, sino también el rostro del pecado" (Novo millennio ineunte NM 25). Sin embargo, de modo misterioso, incluso en la aflicción, Jesús no dejó de experimentar la alegría de la unión con su Padre (cf. ib., 26-27). Y en el momento de la Pascua esa alegría llegó a su plenitud, porque la luz de la gloria divina resplandeció en el rostro del Señor resucitado, cuyas heridas brillan siempre como el sol. Queridos hermanos, esta es la verdad de lo que sois; este es el rostro pasado, presente y futuro de los Misioneros de la Preciosísima Sangre; este debe ser vuestro testimonio en el mundo.

Pero esto sólo será así, si vuestra misión brota de lo más profundo de la contemplación, en la que "el creyente aprende a reconocer y apreciar la dignidad casi divina de todo hombre y puede exclamar con nuevo y grato estupor: "¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido tener tan gran Redentor!"" (Evangelium vitae ). La contemplación del rostro de Cristo fue la principal herencia del gran jubileo (cf. Novo millennio ineunte NM 15), y seguirá siendo siempre el núcleo de la misión cristiana. Por tanto, una nueva evangelización exige nueva profundidad de oración. Os animo a tomar esto como prioridad en vuestras deliberaciones durante la asamblea general, para que en estos días de gracia no dejéis de decir: "Tu rostro buscaré, Señor" (Ps 26,8).

No fue una casualidad que san Gaspar del Búfalo fundara vuestra congregación en la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora. Lo hizo porque vio en la gloria de la Virgen el fruto maravilloso del sacrificio de su Hijo en la cruz. La redención de Cristo devuelve admirablemente a la humanidad el esplendor que constituyó el designio original del Creador; y este esplendor debe ser el objetivo de todos los planes y proyectos de los Misioneros de la Preciosísima Sangre. Por eso debéis mirar siempre a la Mujer "vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12,1). Encomendándoos a la solicitud amorosa de María y a la intercesión de vuestro fundador, de buen grado imparto mi bendición apostólica a toda la congregación como prenda de infinita misericordia en Aquel "que nos ha librado de nuestros pecados por su sangre" (Ap 1,5).

Discursos 2001 267