Discursos 2001 273


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DE HAITÍ EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 14 de septiembre de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros, obispos de la Iglesia católica en Haití, mientras realizáis vuestra visita ad limina. Llenos de gratitud a Jesucristo, que os da la fuerza y os ha considerado dignos de ejercer vuestro ministerio (cf. 1Tm 1,12), habéis venido a confirmar los vínculos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro. Deseo que estos momentos de encuentro con el Papa y sus colaboradores, alimentados con una intensa oración de acción de gracias, consoliden los vínculos de unidad en el seno de vuestra Conferencia episcopal y os conforten en vuestra entrega al servicio del pueblo de Dios. Que el Espíritu Santo haga fecunda vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para que renovéis vuestro impulso misionero.

"Tenemos presentes ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1Th 1,3). Con este saludo del apóstol san Pablo, quiero hacerme eco de las amables palabras que acaba de dirigirme monseñor Hubert Constant, obispo de Fort-Liberté y nuevo presidente de vuestra Conferencia episcopal, haciéndome partícipe de vuestras alegrías y preocupaciones. Cuando volváis a Haití, decid a los sacerdotes de vuestras diócesis, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los fieles laicos, especialmente a los jóvenes, que el Papa ora por ellos y los acompaña en las duras batallas que tienen que librar para anunciar el Evangelio y promover una humanidad renovada según el corazón de Dios. Que su fe esté cada vez más arraigada en la palabra de Cristo, fortalecida por los sacramentos de la Iglesia y sostenida por la enseñanza de sus pastores. Que no flaquee su esperanza, encontrando en el misterio pascual la seguridad de que las fuerzas de muerte no tendrán jamás la última palabra de la historia.

2. Vuestros informes quinquenales reflejan la dramática situación política y económica de Haití. El notable aumento de la población y la precariedad de la coyuntura agrícola e industrial han causado un desempleo endémico, impulsando a numerosos habitantes del campo hacia las ciudades. Este éxodo altera el equilibrio ecológico y debilita a la familia, célula vital de la sociedad. En este marco, los católicos están llamados a participar activamente en la puesta en práctica de una audaz política de desarrollo, respetando los derechos fundamentales de todos los haitianos; es de esperar asimismo que la comunidad internacional se muestre solidaria también en este campo, para ayudar a las poblaciones afectadas por la miseria. Aliviar la pobreza representa en Haití el mayor desafío, pero también obliga a la Iglesia a interrogarse sobre la manera de proponer la fe y testimoniar la esperanza. En efecto, el sentimiento religioso de los fieles necesita ser evangelizado continuamente, puesto que el sincretismo y la ignorancia de los cristianos proporcionan un terreno favorable a la proliferación de grupos sectarios que tratan de explotar la credulidad de los más pobres.

A lo largo de estos años dolorosos no habéis dejado de denunciar todo lo que envilece la dignidad del hombre en su legítima búsqueda de amor, justicia, verdad y libertad, manifestando así vuestro compromiso perseverante y el de vuestras comunidades al lado del pueblo a menudo desamparado. Os invito a desarrollar cada vez más la caridad pastoral y el espíritu misionero que os animan. Con vuestras intervenciones constantes y vuestra presencia activa en las diócesis preocupaos siempre de la edificación de las comunidades eclesiales y del bien común de la sociedad.

3. En la difícil situación del país, son numerosos los gérmenes de división. Por eso es esencial lograr que la comunión sea cada vez más fuerte y visible. Desde esta perspectiva, ya recordé que sus expresiones deben sostenerse y extenderse en el entramado de la vida de cada Iglesia, particularmente en las relaciones entre los obispos, los sacerdotes y los diáconos, entre los pastores y todo el pueblo de Dios, entre el clero diocesano y los religiosos, entre las asociaciones y los movimientos eclesiales (cf. Novo millennio ineunte NM 45). Os aliento a buscar caminos nuevos para que la Iglesia en Haití se convierta en una casa y en una escuela de comunión.

274 Corresponde a vuestra Conferencia episcopal favorecer, mediante una reflexión teológica y propuestas pastorales continuas, el arraigo de esta espiritualidad de comunión en vuestra cultura, al servicio de la edificación de comunidades cristianas verdaderamente misioneras. En la inculturación, la Iglesia llega a ser un "signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión" (Redemptoris missio RMi 52). Con una colaboración cada vez más intensa entre los diversos agentes eclesiales, impulsad la caridad pastoral que os anima, sacando la fuerza apostólica de la fuente del amor trinitario.

4. En esta perspectiva, os invito hoy a que toméis la promoción del laicado como una de vuestras prioridades pastorales. Para ello es necesario proponer una sólida formación espiritual, intelectual y eclesial a los laicos, a fin de que puedan actuar en la vida pública, orientándola siempre hacia el bien común. Confirmad a los fieles laicos en su vocación de encarnar los valores evangélicos en los diversos ambientes de la vida familiar, social, profesional, cultural y política, para que no abandonen los lugares donde son invitados a testimoniar su fe. Doy gracias por las numerosas personas que colaboran con generosidad y competencia en los organismos caritativos, nacionales e internacionales. Testimonian con celo que la Iglesia desea comprometerse cada vez más entre los pobres, recordando que "en la persona de los pobres hay una presencia especial de Cristo, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos" (Novo millennio ineunte NM 49).

Saludo afectuosamente a los catequistas, colaboradores valiosos, invitándolos a proseguir sin desanimarse su misión insustituible de consolidación de la fe de los fieles y de transmisión de puntos de referencia y de valores evangélicos, sobre todo entre los jóvenes. Deseo vivamente que reciban una formación teológica sólida, para responder plenamente a su vocación cristiana de anunciar la verdad de Cristo Salvador. Asimismo, con su ejemplo de vida cristiana inspirada en la caridad de Cristo han de ser auténticos testigos del Evangelio, arraigando su servicio eclesial en una meditación asidua de la palabra de Dios y en la recepción regular de los sacramentos.

Insistid en la necesidad de desarrollar una pastoral familiar vigorosa para responder a los nuevos desafíos que debe afrontar la Iglesia en Haití. También es importante suscitar y animar una pastoral familiar de cercanía, que ayude a las personas a descubrir la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida. Centrando esta pastoral en los valores esenciales de la familia y del matrimonio cristiano, sostened los esfuerzos de los sacerdotes y los agentes pastorales, para que susciten en las personas el interés por el testimonio insustituible de la familia, escuela fundamental de la vida social. Que alienten en particular a los padres a educar a sus hijos en el sentido de la justicia verdadera y del amor auténtico, que implica la atención sincera y el servicio desinteresado a los demás, en particular a las personas más necesitadas (cf. Familiaris consortio FC 37).

5. En una sociedad marcada por el egoísmo, los jóvenes deben seguir siendo objeto de vuestra solicitud constante. Con frecuencia sienten la tentación de responder con la violencia, la marginación, el exilio o la resignación a las escandalosas desigualdades que los privan de perspectivas de futuro y destruyen su esperanza. Espero que se tomen cada vez más en cuenta los interrogantes legítimos de las nuevas generaciones, que tendrán que hacerse cargo del patrimonio multiforme de valores, deberes y aspiraciones de la nación a la que pertenecen.

Os invito a intensificar una pastoral de los jóvenes que les ayude a desarrollar su vida interior y eclesial, y a construir una sociedad justa, reconciliada y solidaria. Transmitid a los jóvenes de Haití la exhortación que el Papa les dirige: Queridos jóvenes, vosotros sois el presente y el futuro de la sociedad y de la Iglesia en Haití, que cuentan con vosotros. Sed la sal de la tierra, dad el gusto del Evangelio a vuestro país herido por tantos años de sufrimiento. Enraizados en Cristo, que indica el camino de la vida entregada por la salvación de todos, testimoniad que un mundo nuevo es posible. Sed la luz del mundo, brillad más que la noche, como los centinelas de la aurora que anuncian la llegada del día, Cristo resucitado (cf. Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 25 de julio de 2001, n. 3).

La Iglesia ha considerado siempre que la educación constituye un terreno insustituible para el sano crecimiento de las generaciones jóvenes, contribuyendo a hacer que se respeten sus derechos humanos fundamentales. En efecto, "nunca será posible liberar a los indigentes de su pobreza si antes no se los libera de la miseria debida a la carencia de una educación digna" (Ecclesia in America ). Para combatir el azote del analfabetismo y asegurar a los jóvenes una formación humana, espiritual y moral, las escuelas católicas, con la rica diversidad de sus carismas y proyectos pedagógicos, brindan un servicio esencial a la vida de la Iglesia y de la nación.
Agradezco a las comunidades educativas su compromiso al servicio del desarrollo integral de los jóvenes que se les han confiado. Las animo a proseguir su noble misión, deseando que la educación cristiana que promueven haga madurar los frutos de una cultura basada en el respeto mutuo, la solidaridad y el diálogo, para sanar las fracturas sociales que impiden todavía el desarrollo pleno de todos los haitianos.

6. Queridos hermanos en el episcopado, llevad a todos los sacerdotes de vuestras diócesis la profunda gratitud del Papa por la dedicación a su ministerio de pastores, evangelizadores y animadores de la comunión eclesial. Sé que están atentos a los problemas y a las esperanzas de su pueblo. Conozco las condiciones difíciles en las que tienen que anunciar el Evangelio. Sostenedlos en su ministerio y estad cerca de ellos, preocupándoos de su vida espiritual y material, para que realicen con celo su tarea apostólica, a través de su presencia activa en las parroquias y su vida sencilla.

Exhorto a los sacerdotes a recomenzar sin cesar desde Cristo, para encontrar en él la fuente de la fecundidad misionera de su ministerio y responder a la sed espiritual de los haitianos. Es necesario que la oración personal y la meditación de la palabra de Dios alimenten diariamente su apostolado.
La celebración de la Eucaristía debe ser verdaderamente el corazón de su ministerio, recordándoles también que han sido ordenados para el servicio de una única misión, en comunión con su obispo y en la unidad del presbiterio. Por último, es importante que testimonien gozosamente su entrega cada vez más incondicional a Cristo y a su Iglesia, respetando las exigencias del celibato eclesiástico, que han aceptado libremente.

275 7. Las comunidades eclesiales de base han de ser objeto de una atención renovada por parte de los sacerdotes. Viviendo realmente en la unidad de la Iglesia, son "verdadera expresión de comunión e instrumento para edificar una comunión más profunda" (Redemptoris missio RMi 51). Por eso exhorto a los pastores a seguir velando para que esas comunidades sean verdaderamente misioneras, evitando todo aislamiento cobarde y toda apropiación indebida de identidad o de partido. Dando prueba de discernimiento y espíritu apostólico, también deberán interesarse por construir el Cuerpo de Cristo y acoger todos los dones del Espíritu.

Queridos hermanos en el episcopado, sabéis que la santidad de vida de los sacerdotes, de los consagrados y de los laicos es un fuerte testimonio para los jóvenes que quieren responder a la llamada de Cristo, disponiéndose a servir a la Iglesia como sacerdotes, religiosos o religiosas. La generosidad de estos jóvenes constituye para la Iglesia en Haití un inmenso motivo de esperanza y alegría. Como primeros responsables de la formación sacerdotal, tenéis que velar por la acogida, el acompañamiento y el discernimiento de las vocaciones presbiterales. Es necesario, por tanto, elegir con cuidado a los formadores y directores espirituales del seminario. Al ayudar a los seminaristas a fundar su vida en Cristo, les permitirán llegar a ser auténticos servidores de la comunión y mantenerse como instrumentos de la misericordia del Señor en medio de su pueblo, plenamente conscientes de que "no se puede nunca considerar la vida sacerdotal como una promoción simplemente humana, ni la misión del ministro como un simple proyecto personal" (Pastores dabo vobis PDV 36). Queridos hermanos en el episcopado, apoyad con vuestra oración y vuestra cercanía afectuosa a la comunidad del seminario mayor. Así, no sólo la ayudaréis a vivir su inserción en la Iglesia particular, en comunión con vosotros, sino que también confirmaréis y contribuiréis a la finalidad pastoral que caracteriza la formación de los candidatos al sacerdocio.

8. Saludo especialmente, por medio de vosotros, a las congregaciones y los institutos de vida consagrada presentes en vuestro país. Testigos y protagonistas de la evangelización en Haití desde hace muchos años, hacen presente a Cristo en los campos más variados, principalmente en la educación, la sanidad y la promoción social. Es necesario que se desarrollen cada vez más los vínculos de comunión que unen la Conferencia episcopal con los organismos diocesanos y nacionales de vida consagrada, en particular con la Conferencia haitiana de religiosos. Os invito asimismo a reflexionar en las condiciones concretas de apoyo espiritual y asistencia material a las congregaciones religiosas nacidas en vuestra tierra, cuyos carismas corresponden a necesidades profundas de la Iglesia. Al permitir que se estime, promueva e integre la vida consagrada en la pastoral de vuestras Iglesias diocesanas, ayudaréis a los fieles y a los pastores a descubrir su presencia indispensable para la vitalidad eclesial.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al término de este encuentro deseo expresaros de nuevo mi cercanía espiritual a la Iglesia de Haití. Al comienzo del tercer milenio, ha llegado la hora de testimoniar con audacia la esperanza que está en vosotros, realizando en la unidad, con vuestra vida de santidad y vuestras iniciativas pastorales, el vínculo estrecho que existe, en el misterio pascual, entre el anuncio del Evangelio y la promoción del hombre. Teniendo en cuenta que en el año 2004 se celebrará el bicentenario de la independencia de vuestro país, quiero dirigirme a todas vuestras comunidades: "Iglesia en Haití, rica en la fe y el dinamismo de tus pastores y tus comunidades, valiente en las pruebas, renueva tu confianza en Cristo Salvador. Para remar mar adentro, abre tu corazón al Espíritu, que quiere hacer en ti nuevas todas las cosas".

Encomendando todas vuestras diócesis a la intercesión de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, os imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de Haití.

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DEL XVII CENTENARIO

DE LA CONSTITUCIÓN DE SAN MARINO


EN SOCIEDAD CIVIL Y COMUNIDAD ECLESIAL




Al venerado hermano
Monseñor PAOLO RABITTI
Obispo de San Marino-Montefeltro

1. Han pasado mil setecientos años desde el momento en que vuestro gran san Marino constituyó en sociedad civil y comunidad eclesial a la población sanmarinesa. Desde entonces, esta lo venera con gran devoción como su fundador y patrono.

En esta feliz celebración jubilar, a la vez que lo saludo con afecto a usted, venerado hermano, a los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, las religiosas y los fieles de la querida diócesis de San Marino-Montefeltro, deseo enviar mi cordial saludo a los Serenísimos capitanes regentes, al Consejo grande y general, a los miembros del Gobierno, a los capitanes de castillo de la República, así como a los alcaldes de Montefeltro y a todos los habitantes de San Marino y de Montefeltro.

Estos diecisiete siglos de independencia y laboriosidad han permitido a los sanmarineses constituir un pueblo libre que, a pesar de tener un territorio muy exiguo, no ha dejado de dar al mundo una específica contribución de civilización, irradiando en los territorios confinantes la luz de una convivencia inspirada en criterios de democracia y solidaridad, y arraigada firmemente en los valores de la fe cristiana.

276 "Auctor libertatis": así fue llamado san Marino, que dio su nombre a la homónima República. El término "autor" puede significar, siguiendo su etimología, "creador" o "educador". Obviamente, el verdadero "creador", que está en el origen de la libertad, es Dios. Sólo él libera al hombre, porque tiene el poder de romper las cadenas que sujetan a la persona tanto desde dentro como desde fuera (cf. Ga Ga 5,1). Solamente "donde está el Espíritu de Cristo Señor, allí está la libertad" (2Co 3,17). Pero es preciso "educarse" en la libertad, que es don de Dios, pero también conquista humana. En mi primera encíclica escribí: "Demasiado frecuentemente se confunde la libertad con el instinto del interés, individual o colectivo, o incluso con el instinto de lucha y de dominio" (Redemptor hominis RH 16). La libertad auténtica supone el conocimiento de la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo. Para lograrlo es necesario estar libres de toda codicia, a fin de poder dominarse a sí mismos, evitando malgastar la propia vida. Este es el requisito para entregarse con responsabilidad a cumplir las tareas que Dios asigna a cada uno.

2. San Marino acogió la libertad que le dio el Espíritu de Cristo y supo educarse en ella con generoso empeño personal. Así, llegó a ser servidor libre de Dios, obediente a él como un súbdito y libre como un rey ante los hombres. Sufrió el exilio, afrontó la dura emigración, y en el nuevo ambiente reorganizó su vida y su trabajo. Podía haberse aislado en su vida privada, satisfecho de recibir su salario; por el contrario, se comprometió hasta convertirse en punto de convergencia para sus compañeros de trabajo, según cuanto nos ha conservado la tradición (cf. Vita sancti Marini, nn. 20, 28 y 60).

Una vez logrado un salario suficiente como lapidario cualificado, hubiera podido insertarse en la sociedad que, en definitiva, lo había acogido. Sin embargo, primero de modo esporádico y después definitivamente, quiso abandonar incluso el trabajo, sus compañeros, una vida confortable y su casa, para retirarse a la soledad y apoyarse en Dios como su única seguridad (cf. ib., nn. 60 y 64). En esa búsqueda espiritual, Marino encontró nuevos hermanos, y a ellos dedicó el resto de su vida, proponiéndoseles como testigo del Señor de la libertad y de la caridad (cf. ib., n. 82). Así, se transformó en educador y maestro de la libertad cristiana, que constituye el fundamento de todas las demás libertades auténticas.

San Marino educó a ser libres de las personas: nadie es dueño de los demás, ni puede violar la conciencia ajena, erigirse en juez de las intenciones del otro e impedirle pensar libremente. Educó a ser libres de las cosas: ninguna realidad llena el corazón humano y ningún bien realiza plenamente la vida. Educó a ser libres del poder: por su experiencia de dálmata, de obrero y de exiliado, sabía bien que demasiado a menudo "los que tienen en su mano el poder traman maldad, son ávidos, oprimen al hombre y a su casa, al propietario y a su heredad" (cf. Mi Mi 2,1-2); "juntan casa con casa, y anexionan campo a campo; absuelven al culpable por soborno y quitan al inocente su derecho" (cf. Is Is 5,8-23).

Por tanto, con razón los sanmarineses honran a su santo como promotor de auténtica libertad, porque inculcó en ellos un sentido tan vivo de la libertad religiosa, política, cívica y psicológica, que hizo prácticamente sinónimos los términos sanmarinés y libre: "Nos enim in libertate constituti sumus", recuerda una inscripción de vuestro Palacio público.

Deseo de corazón que la amada República de San Marino prosiga por este camino. Quisiera repetir aquí lo que escribió san Pablo a los cristianos de Galacia: "Hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne" (Ga 5,13). Y san Pedro insistía: "Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios" (1P 2,16).

Hoy ser libres de las cosas se ha vuelto más difícil, porque el bienestar económico amenaza con subordinarlo todo al enriquecimiento y al consumismo. Ser libres de la concupiscencia es cada vez más difícil a causa de los modelos hedonistas tan difundidos, que ofuscan la mente y amenazan con anular toda moralidad. Por este motivo, al encontrarme con los sanmarineses el 19 de abril de 1997, les recomendé que permanecieran firmemente arraigados en los valores morales, familiares y sociales característicos de su historia (cf. Discurso a la diócesis de San Marino-Montefeltro).

Añado ahora que hay que conservar la libertad inmune de todo ataque. A este propósito, me viene espontáneo referirme a otra elocuente inscripción esculpida en las salas de vuestro renovado Palacio público: "Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere". Honradez, respeto, justicia: estos son los pilares de la libertad.

3. "Aedificator Ecclesiae": este es otro título con el que se designa a san Marino (cf. Vita sancti Marini, nn. 83 y 113). Cuando llegó a vuestra tierra, encontró el Titán como un "desierto"; a su muerte, lo dejó "floreciente" (cf. Is Is 35,1), como Iglesia del Señor.

San Marino dio un ordenamiento jurídico incipiente a la pequeña comunidad del Titán. Su perfil de "fundador de la República" es muy apreciado por los sanmarineses, que ven en él el símbolo de su historia y de su nación. Pero para comprender a fondo los rasgos espirituales del fundador, como organizador de la vida social de la reducida población cuya "necesidad y aflicción" vio (Vita sancti Marini, n. 28), es preciso remontarse a la totalidad de la misión que fue a cumplir en el Titán: "edificar para el Rey del cielo otra ciudad celestial construida con piedras vivas" (ib., n. 36). Con las poblaciones asentadas en la región supo formar una comunidad eclesial "edificada sobre el fundamento de los Apóstoles" (ib., n. 83).

La presencia de la Iglesia tiene efectos positivos para la vida misma de la República. Lo sabía bien el fundador, que orientó su obra de civilizador y evangelizador en esta perspectiva. Hoy oportunamente se tiende a distinguir bien la realidad "laica", "independiente" y, en su propia esfera, "autónoma" de la "ciudad terrena", de la realidad de la Iglesia, también ella autónoma en su propia esfera, que anticipa por los caminos de la historia la "ciudad celestial".

277 Ciertamente, cuando se dice que san Marino partió del proyecto de Iglesia para imprimir al pueblo del Titán un rostro cívico, además del eclesial, no se quiere afirmar que la competencia espiritual del evangelizador engloba y subordina la del ordenador de la vida social y cívica. Lo que se quiere precisar es que san Marino no consideró acabado su proyecto de civilización hasta que los componentes de su pueblo no llegaron a formar una comunidad cristiana viva y bien estructurada.
Tenía presentes las palabras de Jesús: "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (
Jn 8,31-32); y, al mismo tiempo, sabía que sólo en la Iglesia "se tiene el carisma seguro de la verdad" (san Ireneo, Adversus haereses, IV, 26, 2), porque Cristo la ha constituido "columna y fundamento de la verdad" (1Tm 3,15). Sólo gracias a la "levadura", que es el Evangelio anunciado por la Iglesia, la "masa" de la nación puede mantenerse en la verdad y en la libertad que les transmitió su fundador.

4. San Marino, revestido del ministerio diaconal y con el mandato del obispo Gaudencio, trabajó intensamente por la difusión del Evangelio. Vivió en comunión de fe y de misión con san León, al que se le había confiado el oficio pastoral (cf. Vita sancti Marini, nn. 98-99). Fortaleció con la palabra de Dios al pueblo (cf. ib., n. 99); santificó el lugar de su morada con las virtudes típicas de los hombres de Dios: la caridad, la humildad, la castidad, la oración, la lucha contra el maligno y la penitencia (cf. ib., nn. 36 y 38).

Por tanto, si la República siente que está apoyada en la sabiduría y en la autenticidad del humanismo de su fundador san Marino, de igual modo la Iglesia, que también lleva su nombre y el de san León, advierte que las "columnas de su basamento" son los mismos "santos hombres que vinieron a esta tierra por disposición divina, como enviados del cielo" (ib., nn. 98 y 100). Por tanto, "el ser Iglesia" y el haber tenido recientemente la ratificación pontificia de poder "seguir siendo Iglesia" (cf. Decreto de la Sagrada Congregación para los obispos, 25 de febrero de 1977), debe ser considerado por los "hijos de san Marino y san León" como un don inconmensurable.

Ojalá que esa gloriosa República tenga siempre plena conciencia de la suerte que constituye para sus habitantes la presencia en su territorio de una Iglesia particular reunida en torno a un sucesor de los Apóstoles. Es como si Dios garantizara que sus ojos están abiertos día y noche sobre el pueblo que habita en ella. Las palabras de Jesús son claras: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Es un don que no se ha de subestimar. Cuando, de diversos modos, se ponen dificultades a la vida de la Iglesia, la sociedad se ve privada de un valioso aliado para promover una cultura atenta al hombre y al bien común. La Iglesia no exige privilegios; sólo pide el apoyo jurídico y moral que necesita para cumplir su misión.

5. Conozco el compromiso de todos los miembros de esa Iglesia particular, comenzando por los sacerdotes y los religiosos, por promover la vida cristiana en sus diversos aspectos. Por desgracia, también en San Marino, como en otros lugares, se encuentran dificultades y obstáculos. Pienso en los que viven como si Dios no existiera; en la incoherencia de algunos cristianos que no logran conjugar la fe con los problemas de la vida; en la crisis de muchas familias a causa de la debilidad del matrimonio contraído y de la fragilidad psicológica y espiritual de la pareja; en la escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas, junto al progresivo envejecimiento de los sacerdotes, que se sienten desbordados por la situación; y en la dificultad de conseguir la continuidad formativa y apostólica en los jóvenes, que a pesar de todo se abren a la vida cristiana.

Y ¿qué decir de la separación progresiva de la vida social, civil y política de los criterios de la fe, con una "paganización" inquietante de centros y barriadas del territorio? No cabe duda de que, humanamente hablando, se tiene la sensación de que está apagándose gradualmente el entusiasmo religioso en la sociedad, aunque esté impregnada de valores evangélicos. Como los judíos experimentaron la dureza de su "desierto", por no haber hecho caso de las indicaciones de Moisés (cf. Nm NM 16,13), a menudo los cristianos de hoy deben compartir la lamentación de Noemí: "Colmada partí yo, vacía me devuelve el Señor" (Rt 1,21).

Diócesis de San Marino-Montefeltro, no te desanimes. También a ti te digo: "Duc in altum!". Sigue el método espiritual y pastoral que utilizaron san Marino y san León. Fueron "unánimes" (cf. Vita sancti Marini, n. 98) "en el amor de una única voluntad" (ib., n. 10): sé también tú un solo corazón y una sola alma y, como Marino, "arde con el fuego de la caridad" (ib., n. 35).

Fueron "predicantes et roborantes verbum Dei in populo" (ib.), es decir, predicadores y fortalecedores: también vosotros, sacerdotes, sembradores de la Palabra, sed "expertos agricultores que riegan la mies con el rocío de la gracia" (ib., n. 39), apacentando las ovejas "en los prados de las divinas escrituras" (ib., n. 17).

Fueron activos en el bien, hasta el punto de "no dejar un día sin compromiso" (ib., n. 18): sed también vosotros "celosos sin negligencia, de espíritu fervoroso y constantes en la tribulación" (cf. Rm Rm 12,11-12).

Fueron rigurosos e inflexibles contra el mal y el maligno, "vigilando con la oración y la penitencia" (Vita sancti Marini, nn. 77 y 65): sed también vosotros sobrios y velad para combatir contra aquel que trata de destruiros a vosotros y a vuestra Iglesia (cf. 1P 5,8 Ep 6,12-13).

278 Fueron apóstoles "celosos" (cf. Vita sancti Marini, n. 38), hasta el punto de que "tota ipsa urbs -toda la ciudad-" se convirtió y creyó (cf. ib., nn. 38 y 96): de igual modo, vosotros, rebosantes de amor a Dios, no dudéis en comenzar con fuerza una nueva evangelización. Dios estará con vosotros.

6. Amada diócesis de san Marino y san León, bajo la guía de tu pastor fortalece y vuelve a proponer con impulso la fe, la pureza y la valentía de tus grandes patronos. Dios bendecirá este compromiso con una prometedora cosecha de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Permanece "unida" en torno al obispo, gracias a la comunión fiel de los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los diáconos y los laicos de cada parroquia y asociación apostólica.

Envío un saludo especial a la ciudad de San León y a la ciudad de Pennabilli, unidas por la vocación de ser sedes de la única catedral constituida simultáneamente por el espléndido templo milenario erigido sobre el venerado sarcófago de san León, en el monte Féretro, y por la hermosa catedral renacentista, construida en las laderas del monte Carpegna, en Las Marcas, gracias al celo del inolvidable obispo monseñor Giovanni Francesco Sormani, y ahora, con ocasión del gran jubileo, renovada con tanto amor por usted, venerado hermano, a quien he encomendado apacentar esa amada porción del pueblo de Dios.

Con estos sentimientos, invoco sobre usted, así como sobre el clero, los religiosos y los fieles de todo el territorio de San Marino-Montefeltro, la protección de la Madre de Dios, venerada allí como Virgen de las gracias, de la misericordia y del consuelo.

Y ahora, poniéndome yo también bajo la protección de la Madre de Dios y de san Marino y san León, con gran afecto envío a todos una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 29 de agosto de 2001

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA CONFERENCIA INTERNACIONAL

EN EL XX ANIVERSARIO DE LA "LABOREM EXERCENS"




Señor cardenal,
Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
Ilustres señores y señoras:

1. Me alegra enviaros mi saludo con ocasión de la Conferencia internacional sobre "El trabajo, clave de la cuestión social", que ha organizado el Consejo pontificio Justicia y paz en colaboración con algunas prestigiosas instituciones científicas y culturales. Es un encuentro abierto a los estudiosos de ciencias sociales de las universidades y centros de investigación, con ocasión del XX aniversario de la encíclica Laborem exercens, de la que quiere ser una significativa conmemoración.

Dirijo mi saludo cordial a todos los participantes y, de modo particular, al señor cardenal François Xavier Nguyên Van Thuân, presidente del Consejo pontificio Justicia y paz. Deseo a cada uno que estos días de reflexión y útiles intercambios de experiencias sean ocasión propicia para poner de relieve la dimensión subjetiva del trabajo, frente a las profundas transformaciones económicas y sociales que la época actual está viviendo.


Discursos 2001 273