Discursos 2001 303


VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto de Ereván, 25 de septiembre de 2001



Señor presidente;
Santidad;
queridos amigos de Armenia:

1. Doy gracias a Dios todopoderoso porque hoy, por primera vez, el Obispo de Roma se encuentra en tierra de Armenia, esta antigua y amada tierra, de la que así cantaba vuestro gran poeta Daniel Varujan: "Desde las aldeas hasta los horizontes se extiende la maternidad de vuestra tierra" (La llamada de las tierras). Desde hace mucho tiempo esperaba este momento de gracia y alegría, y especialmente desde las visitas que me hicieron en el Vaticano usted, señor presidente, y usted, Santidad, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios.

Le expreso mi más sincera gratitud, señor presidente, por las amables palabras de bienvenida que me acaba de dirigir en nombre del Gobierno y de los habitantes de Armenia. También doy las gracias a las autoridades civiles y militares, así como al Cuerpo diplomático acreditado en Armenia, por haber venido hoy a darme la bienvenida. Al dirigirme a usted, señor presidente, deseo extender la manifestación de mi estima y mi amistad no sólo a los ciudadanos que viven en la patria, sino también a los millones de armenios esparcidos por el mundo entero, los cuales permanecen fieles a su herencia y a su identidad, y hoy miran a su tierra de origen con renovado orgullo y satisfacción.
También en su corazón laten los sentimientos que expresó Varujan en una poesía: "Mi corazón se deleita al sumergirse en la ola luminosa de azul, al naufragar -si es necesario- en los fuegos celestiales; al conocer nuevas estrellas, la antigua patria perdida, de donde mi alma caída llora aún la nostalgia del cielo" (Noche en la era).

2. Santidad, Catholicós Karekin, lo abrazo con amor fraterno en el Señor a usted y a la Iglesia que preside. Sin su apoyo yo no estaría hoy aquí, como peregrino en viaje espiritual para honrar el extraordinario testimonio de vida cristiana que ha dado la Iglesia apostólica armenia a lo largo de tantos siglos, y sobre todo en el siglo XX, que para vosotros fue un tiempo de indecible terror y sufrimiento. En el XVII centenario de la proclamación del cristianismo como religión oficial de esta amadísima tierra, la Iglesia católica entera comparte vuestra íntima alegría y la de todos los armenios.

304 Abrazo también a los hermanos obispos y a todos los fieles de la Iglesia católica en Armenia y de las regiones vecinas, con la alegría de confirmaros en el amor de nuestro Señor Jesucristo, así como en el servicio al prójimo y a vuestro país.

3. Me conmueve profundamente pensar en la gloriosa historia del cristianismo en esta tierra, que, según la tradición, se remonta a la predicación de los apóstoles Tadeo y Bartolomé. A continuación, a través del testimonio y la obra de san Gregorio el Iluminador, el cristianismo se convirtió, por primera vez, en la fe de una nación entera. Los anales de la Iglesia universal afirmarán siempre que las gentes de Armenia fueron las primeras, como pueblo, en abrazar la gracia y la verdad del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Desde aquellos tiempos épicos, vuestra Iglesia nunca ha dejado de cantar las alabanzas de Dios Padre, de celebrar el misterio de la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, y de invocar la ayuda del Espíritu Santo, el Consolador. Vosotros conserváis con celo la memoria de vuestros numerosos mártires, y en verdad el martirio ha sido un signo distintivo de la Iglesia y del pueblo armenios.

4. El pasado de Armenia es inseparable de su fe cristiana. La fidelidad al Evangelio de Jesucristo contribuirá también al futuro que la nación está construyendo, después de las devastaciones del siglo pasado. Señor presidente, queridos amigos, acabáis de celebrar el décimo aniversario de vuestra independencia. Se ha tratado de un paso significativo en el camino hacia una sociedad justa y armoniosa, en la que todos se sientan plenamente como en su casa y puedan ver respetados sus legítimos derechos. Todos, y especialmente los responsables de la cosa pública, están llamados hoy a un auténtico compromiso en favor del bien común, en la justicia y la solidaridad, anteponiendo el progreso del pueblo a cualquier otro interés parcial. Y esto es verdad también en la urgente búsqueda de la paz en esta región. La paz sólo se puede construir sobre los sólidos cimientos del respeto recíproco, la justicia en las relaciones entre comunidades diversas y la magnanimidad de los fuertes.

Armenia se ha convertido en miembro del Consejo de Europa; eso indica vuestra determinación de trabajar con decisión y valentía para llevar a cabo las reformas democráticas de las instituciones del Estado, necesarias para garantizar el respeto de los derechos humanos y civiles de los ciudadanos. Son tiempos difíciles, pero también tiempos que constituyen un desafío para la nación y le infunden valor. Cada uno debe decidir firmemente amar su propia tierra y sacrificarse por el desarrollo genuino así como por el bienestar espiritual y material de su pueblo.

¡Dios bendiga al pueblo armenio con la libertad, la prosperidad y la paz!

VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA


EN LA CATEDRAL DE ECHMIADZIN




Venerado hermano, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios;
amadísimos hermanos y hermanas en Cristo,
¡descienda sobre todos la bendición de Dios!

1. Mis pasos de peregrino me han traído a Armenia para alabar a Dios por la luz del Evangelio que, hace diecisiete siglos, se difundió en esta tierra desde este lugar, donde san Gregorio el Iluminador recibió la visión celestial del Hijo de Dios en forma de luz. La santa Echmiadzin se yergue como gran símbolo de la fe de Armenia en el unigénito Hijo de Dios, que bajó del cielo, murió para redimirnos del pecado, y cuya resurrección inaugura los nuevos cielos y la nueva tierra. Para todos los armenios Echmiadzin es la prenda de la perseverancia en esa misma fe, a pesar de los sufrimientos y el derramamiento de sangre de ayer y de hoy, que vuestra atormentada historia ha exigido como precio de vuestra fidelidad. En este lugar deseo testimoniar que vuestra fe es nuestra fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre: "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (Ep 4,5).

Aquí, en la santa Echmiadzin, con el alma rebosante de alegría, devuelvo el beso de paz que Su Santidad me dio el mes de noviembre del año pasado junto a la tumba del apóstol Pedro en Roma. Con intensa emoción lo saludo a usted, a los arzobispos, obispos, monjes, sacerdotes y fieles de la amada Iglesia apostólica armenia. Como Obispo de Roma, me arrodillo con admiración ante el don celestial del bautismo de vuestro pueblo, y rindo homenaje a este templo, símbolo de la nación, que desde los inicios, según la visión de san Gregorio, lleva sobre sus columnas el signo del martirio.

2. Gracias, Santidad, por haberme dado la bienvenida en su casa. Es la primera vez que el Papa, durante toda su estancia en un país, se hospeda en la casa de un hermano suyo que preside una gloriosa Iglesia de Oriente, y comparte con él la vida diaria bajo el mismo techo. Gracias por este signo de amor, que me conmueve profundamente y habla al corazón de todos los católicos de profunda amistad y caridad fraterna.

305 Mi pensamiento se dirige, en este momento, a sus venerados predecesores. Me refiero al Catholicós Vasken I, que tanto hizo para que su pueblo pudiera ver la tierra prometida de la libertad, y volvió a Dios precisamente en el momento en que logró la independencia. Pienso en el inolvidable Catholicós Karekin I, que fue para mí como un hermano. Aunque lo deseaba de todo corazón, no pude realizar mi plan de visitarle cuando sus condiciones de salud se agravaron. Ese deseo se cumple hoy aquí con Su Santidad, hermano igualmente querido y amado. Espero vivamente los próximos días, en los que, de la mano de usted, me encontraré con el pueblo armenio y juntos daremos gracias a Dios todopoderoso por sus diecisiete siglos de fidelidad a Cristo.

3. Jesucristo, Señor y Salvador, concédenos comprender la espléndida verdad que san Gregorio escuchó en este lugar: "las puertas de tu amor a tus criaturas están abiertas de par en par (...); la luz que llena la tierra es la predicación de tu Evangelio".

Señor, haznos dignos de la gracia de estos días. Acoge nuestra oración común; acepta la gratitud de la Iglesia entera por la fe del pueblo armenio. Inspíranos palabras y gestos que demuestren el amor del hermano al hermano. Te lo pedimos por intercesión de María, la gran Madre de Dios, Reina de Armenia, y de san Gregorio, al que el Verbo se apareció aquí en forma de luz. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN EL MEMORIAL DE TZITZERNAKABERD


Miércoles 26 de septiembre de 2001




Juez de vivos y muertos, ten piedad de nosotros.

Escucha, Señor, la lamentación
que se eleva desde este lugar,
la invocación de los muertos desde
los abismos del Metz Yeghérn,
el grito de sangre inocente
que implora como la sangre de Abel,
306 como Raquel que llora a sus hijos, porque ya no existen.
Escucha, Señor, la voz del Obispo de Roma,
que repite la súplica de su predecesor,
el Papa Benedicto XV,
cuando en el año 1915 elevó su voz en defensa
"del pueblo armenio gravemente afligido,
empujado hasta el umbral de la aniquilación".

Mira al pueblo de esta tierra,
que desde hace tanto tiempo ha puesto en ti su confianza,
que ha pasado por la gran tribulación
y siempre se ha mantenido fiel a ti.
307 Enjuga las lágrimas de sus ojos
y haz que su agonía durante el siglo XX
se transforme en una cosecha de vida
que dura para siempre.

Profundamente turbados
por la terrible violencia infligida al pueblo armenio,
nos preguntamos con estupor
cómo es posible que el mundo
siga sufriendo aberraciones tan inhumanas.
Pero, renovando nuestra esperanza en tu promesa, Señor,
imploramos para los difuntos
308 el descanso en la paz que no tiene fin,
y la cicatrización, por la fuerza de tu amor,
de heridas aún abiertas.
Nuestra alma espera en ti, Señor,
como el centinela espera la aurora,
mientras aguardamos el cumplimiento
de la redención conquistada en la cruz,
la luz de Pascua, que es el alba de una vida invencible,
la gloria de la nueva Jerusalén,
donde ya no habrá muerte.

Juez de vivos y muertos, ten piedad de nosotros.

Señor, ten piedad
309 Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DE LA PLENARIA

DEL DICASTERIO PARA LA VIDA CONSAGRADA




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio:

1. "A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1 Co 1, 2-3).

Con el saludo del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto me dirijo ante todo a usted, señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, que con tanto acierto y prudencia guía la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Extiendo mi saludo a los demás señores cardenales, a los venerados prelados y a los oficiales de la Congregación que participan en la plenaria, en la que se reflexiona sobre el profundo y sugestivo tema: "Recomenzar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio".

Os agradezco la colaboración que prestáis a la Santa Sede en el estudio y el discernimiento de las orientaciones que conviene proponer a las personas consagradas. La Iglesia cuenta con la entrega constante de este selecto grupo de hijos e hijas suyos, con su deseo de santidad y con el entusiasmo de su servicio para "favorecer y sostener el esfuerzo de todo cristiano por la perfección" y fortalecer la "solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" (Vita consecrata VC 39). De este modo, se testimonia la presencia vivificante de la caridad de Cristo en medio de los hombres.

2. Sigue vivo el recuerdo del gran jubileo, al término del cual invité a toda la Iglesia a proseguir el itinerario espiritual emprendido, recomenzando con renovado vigor de la "contemplación del rostro de Cristo: considerado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, y confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino" (Novo millennio ineunte NM 15).

En este camino, que concierne a toda la comunidad eclesial, las personas consagradas, llamadas a "poner la propia existencia al servicio de la causa del reino de Dios, dejando todo e imitando de cerca la forma de vida de Jesucristo" (Vita consecrata VC 14), desempeñan un papel eminentemente pedagógico para todo el pueblo de Dios. La escucha asidua de la Palabra, la alabanza frecuente al Padre, dador de todo bien, y el testimonio de una caridad operante con los hermanos más necesitados muestra a todos "el abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios" (Rm 11,33).

Para desempeñar este ministerio pedagógico en la Iglesia, la vida consagrada debe desarrollar relaciones espirituales y apostólicas cada vez más auténticas dentro del entramado ordinario de las comunidades cristianas, compartiendo los bienes espirituales: el camino de fe y la experiencia de Dios, el carisma y los dones del Espíritu que la distinguen. Gracias a esta participación, madurará en cada comunidad eclesial un apoyo recíproco y más intenso. Cada uno se hará responsable del otro y, al mismo tiempo, necesitará de él, avanzando en la vida de fe según su carisma y su ministerio propio.

3. Es un compromiso importante, que requiere un renovado impulso de santidad. "La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar en el programa de las familias de vida consagrada, de tal modo que cada instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica" (Vita consecrata VC 93). La vida diaria de los consagrados y las consagradas, iluminada por el contacto asiduo con el Señor en el silencio y la oración, por la gratuidad del amor y del servicio, especialmente en favor de los más pobres, testimonia que la libertad es fruto de haber encontrado la perla preciosa (cf. Mt Mt 13,45-46), Cristo, por quien se está dispuesto a abandonarlo todo, afectos y seguridades terrenas, diciendo con alegría: Maestro, "te seguiré adondequiera que vayas" (Lc 9,57). Este es el itinerario de tantos consagrados y consagradas en muchas partes de la tierra, que llegan incluso hasta el don supremo de su vida con el martirio.

310 En esta profunda relación de amor a Cristo y de camino espiritual tras sus huellas se halla encerrada toda esperanza de futuro para la vida consagrada, que requiere un compromiso personal, consciente, voluntario, libre y amoroso con vistas a la santidad. Los consagrados y las consagradas están llamados a mostrar en este camino una auténtica "profesionalidad" espiritual, afrontando con gozosa esperanza los sacrificios y las renuncias, las dificultades y las expectativas que conlleva y exige. Es el camino del regreso a la casa del Padre, que Cristo nos abrió y en el que nos precedió. Es renuncia y, al mismo tiempo, búsqueda; une los aspectos duros de la renuncia a los aspectos gozosos del amor (cf. Lc Lc 9,23 ss). Los consagrados y las consagradas, fieles a su vocación, podrán un día cantar jubilosos con el salmista: "Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación: cuando atraviesan áridos valles los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones; caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión" (Ps 84,5-8).

4. La pedagogía de la santidad se expresa de modo singular dando prioridad a la comunión que debe resplandecer en la vida consagrada de todos los tiempos. Cada comunidad religiosa está llamada a ser lugar donde se aprende naturalmente a orar, donde se educa a reconocer y a contemplar el rostro de Cristo, y donde se crece día a día en el seguimiento radical del Señor, buscando con sinceridad la verdad sobre uno mismo y orientándose decididamente al servicio del reino de Dios y de su justicia.

Compartir la fe, con humildad y empeño, lleva a la comunión auténtica. En efecto, no sólo impulsa a poner en común los dones de bondad y gracia, sino también los límites y la pobreza de cada persona. Los bienes de gracia y bondad se comparten para que alimenten la santidad de todos; se participa de la pobreza humana y espiritual de cada uno, para asumirla y celebrar juntos la misericordia del Padre.

Así, la auténtica comunión en Cristo promueve un nuevo estilo de apostolado. El anuncio del evangelio de la vida consagrada, cuando parte de una fraternidad intensa y generosa, llega a ser cada vez más vivo y eficaz. Es lo que nos enseña el apóstol san Juan en su primera carta: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (...) os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros" (1Jn 1,1 1Jn 1,3).

De este modo, también lo más típico de la vida consagrada, como por ejemplo los votos o su espiritualidad peculiar, se convierte en un don recibido que no se ha de guardar celosamente para sí, sino que hay que comunicar humilde y generosamente al pueblo de Dios con la palabra y el testimonio, para que todos, incluidos los que se hallan alejados o parecen hostiles, conozcan y comprendan la profunda novedad del cristianismo.

5. En la historia de la Iglesia la vida consagrada ha estado siempre en primera línea en la obra de evangelización. También hoy se hace peregrina, camina junto a toda persona, comparte sus vicisitudes, inflama su corazón con el amor recibido en la contemplación del rostro de Cristo, y la conduce a las fuentes de agua viva de la gracia divina, compartiendo con ella el pan de la Eucaristía y de la caridad. En este itinerario misterioso, hecho de entrega y acogida, de renuncias y conquistas, los consagrados aprenden a reconocer las provocaciones y los desafíos de la sociedad actual.

Al seguir a Cristo pobre, casto y obediente, con todo su corazón y con todas sus fuerzas, brindan el testimonio de una existencia capaz de dar sentido y esperanza a todo compromiso personal y, por tanto, de una existencia alternativa al modo de vivir del mundo.

Este testimonio es el camino más eficaz para fomentar las vocaciones a la vida consagrada. Sí, es preciso presentar a los jóvenes el rostro de Cristo contemplado en la oración y servido tiernamente en los hermanos con amor gratuito. Debemos convencernos de que "no será una fórmula lo que nos salve, sino una Persona" (Novo millennio ineunte NM 29). Jesús nos asegura: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). No sólo debemos "hablar" de él; debemos también "mostrarlo" con el testimonio audaz de la fe y de la caridad. Cristo debe convertirse en el punto de referencia seguro; su rostro, en la fuente de luz, fuerte y misericordiosa, que ilumina el mundo. Solamente en él se encuentra la energía sobrenatural que puede transformar el mundo según el designio divino.

Deseando a todos un sereno y fecundo trabajo bajo la guía luminosa del Espíritu Santo, os imparto con afecto a cada uno de vosotros y a todos los miembros de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, mi paterna bendición apostólica.

Vaticano, 21 de septiembre de 2001

DECLARACIÓN COMÚN

DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Y SU SANTIDAD KAREKIN II



La celebración del XVII centenario de la proclamación del cristianismo como religión de Armenia nos ha reunido a nosotros, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia católica, y Karekin II, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios; damos gracias a Dios por brindarnos esta feliz oportunidad de unirnos de nuevo en la oración común, para alabar su santísimo nombre. Bendita sea la santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y por siempre.

311 Al conmemorar este extraordinario acontecimiento, recordamos con reverencia, gratitud y amor al gran confesor de nuestro Señor Jesucristo, san Gregorio el Iluminador, así como a sus colaboradores y sucesores, los cuales no sólo han iluminado al pueblo de Armenia, sino también a otros en las regiones vecinas del Cáucaso. Gracias a su testimonio, entrega y ejemplo, el pueblo armenio en el año 301 después de Cristo fue inundado con la luz divina y se adhirió totalmente a Cristo, como la verdad, la vida y el camino de salvación.

Los armenios han adorado a Dios como su Padre, han confesado a Cristo como su Señor y han invocado al Espíritu Santo como su santificador; han amado a la Iglesia apostólica universal como su Madre. El mandamiento supremo de Cristo -amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos- se ha convertido en un estilo de vida para los armenios desde la antigüedad. Sostenidos por su gran fe, eligieron dar testimonio de la verdad y aceptaron morir cuando fue necesario, para participar en la vida eterna. Así, el martirio por amor a Cristo se convirtió en una gran herencia para muchas generaciones de armenios. El tesoro más precioso que una generación podía legar a la sucesiva era la fidelidad al Evangelio, para que, con la gracia del Espíritu Santo, los jóvenes llegaran a ser tan firmes como sus antepasados en el testimonio de la verdad. El exterminio de un millón y medio de cristianos armenios, en lo que se considera generalmente como el primer genocidio del siglo XX, y la siguiente aniquilación de miles bajo el antiguo régimen totalitario, son tragedias que todavía perduran en la memoria de la generación actual. Esos inocentes que fueron asesinados sin motivo no han sido canonizados, pero muchos de ellos fueron ciertamente confesores y mártires por el nombre de Cristo. Oramos por el descanso de sus almas y exhortamos a los fieles a no perder jamás de vista el sentido de su sacrificio. Damos gracias a Dios porque el cristianismo en Armenia ha sobrevivido a las adversidades de los diecisiete siglos pasados, y porque la Iglesia armenia ahora goza de libertad para cumplir su misión de proclamar la buena nueva en la moderna República de Armenia y en muchas regiones cercanas y lejanas, donde hay comunidades armenias.

Armenia es de nuevo un país libre, como en tiempos del rey Tirídates y de san Gregorio el Iluminador. Durante los últimos diez años en la naciente República ha sido reconocido el derecho de los ciudadanos de profesar libremente su religión. En Armenia y en la diáspora se han fundado nuevas instituciones armenias, se han construido iglesias y se han creado asociaciones y escuelas. En todo ello reconocemos la mano amorosa de Dios, porque ha obrado milagros a lo largo de la historia de una nación pequeña, que ha conservado su identidad peculiar gracias a su fe cristiana. Por su fe y su Iglesia, el pueblo armenio ha desarrollado una única cultura cristiana que es, sin duda alguna, una contribución muy valiosa al tesoro del cristianismo en su conjunto.

El ejemplo de la Armenia cristiana atestigua que la fe en Cristo infunde esperanza en cualquier situación humana, por difícil que sea. Oramos para que la luz salvífica de la fe cristiana brille sobre los débiles y los fuertes, sobre las naciones desarrolladas de este mundo y sobre las que están en vías de desarrollo. Hoy, en particular, la complejidad y los desafíos de la situación internacional exigen una elección entre el bien y el mal, entre las tinieblas y la luz, entre la humanidad y la inhumanidad, entre la verdad y la mentira. Las cuestiones actuales relativas a la ley, a la política, a la ciencia y a la vida familiar atañen al significado mismo de la humanidad y de su vocación.
Interpelan a los cristianos de hoy, como a los mártires de otros tiempos, a dar testimonio de la verdad, incluso con el riesgo de pagar un precio muy alto.

Este testimonio será mucho más convincente si todos los discípulos de Cristo profesan juntos la única fe y sanan las heridas de la división entre ellos. Que el Espíritu Santo guíe a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad por el camino de la reconciliación y de la fraternidad. Aquí, en la santa Echmiadzin, renovamos nuestro solemne compromiso de orar y trabajar para apresurar el día de la comunión entre todos los miembros de la grey fiel de Cristo, respetando verdaderamente nuestras respectivas tradiciones sagradas.

Con la ayuda de Dios, no haremos nada contra el amor, sino que, "teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudiremos todo lastre y el pecado que nos asedia, y correremos con perseverancia la prueba que se nos propone" (cf. Hb
He 12,1).

Exhortamos a nuestros fieles a orar sin cesar para que el Espíritu Santo nos conceda a todos, como a los santos mártires de todos los tiempos y lugares, la sabiduría y la valentía de seguir a Cristo, camino, verdad y vida.

Santa Echmiadzin, 27 de septiembre de 2001

VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Ereván, 27 de septiembre de 2001



Excelencia, presidente Kocharian;
Santidad;
312 amadísimos amigos armenios:

1. Ha llegado el momento de despedirnos y de darle las gracias a usted, señor presidente, así como a los miembros del Gobierno, por la exquisita hospitalidad que me han dispensado en Armenia. Expreso mi agradecimiento a todos, a las autoridades y a los colaboradores, civiles y militares, a los hombres y mujeres de los medios de comunicación, y a cuantos han dedicado tiempo y trabajo para que esta visita tuviera éxito.

Con profunda emoción le doy las gracias a usted, Santidad, Patriarca supremo y Catholicós, a la jerarquía y a los fieles de la Iglesia apostólica armenia, por el espíritu de amor fraterno y de comunión que hemos compartido durante estos días.

2. Os saludo con afecto a vosotros, amadísimos arzobispo Nerses, arzobispo Vartan y obispo Giuseppe; y a vosotros, sacerdotes, consagrados, consagradas y fieles laicos de la Iglesia católica: con intensa alegría hemos celebrado juntos el misterio de nuestra fe, y he comprobado personalmente vuestro deseo de trabajar, juntamente con vuestros compatriotas, con vistas a una mayor justicia y a una vida mejor para los ciudadanos armenios. El Papa os lleva en su corazón y Dios mismo os dará la fuerza para afrontar los desafíos que se os presentan.

Deseo manifestar una vez más mi estima a los representantes de todas las Iglesias y comunidades eclesiales, que han participado en los acontecimientos de mi visita. Que todos los seguidores de Cristo crezcan en la confianza y en la amistad ecuménica, mientras nos adentramos en el tercer milenio y proseguimos por el camino de una unión y colaboración cada vez más estrecha.

3. Gracias a ti, pueblo de Armenia, por tu cordial amistad, por la oración que hemos compartido, por tu ardiente deseo de la unidad de los cristianos. Gracias, sobre todo, por el testimonio de tu fe; una fe que no has abandonado nunca, ni siquiera en los tiempos oscuros; una fe que sigue estando profundamente arraigada en tus familias y en tu vida nacional.

A lo largo de la historia, el monte Ararat ha sido un símbolo de estabilidad y una fuente de confianza para el pueblo armenio. En diversas ocasiones esa estabilidad y esa confianza han sido sometidas a dura prueba por la violencia y la persecución. El pueblo armenio ha pagado a un precio muy alto su existencia de frontera, de suerte que los términos "santidad" y "martirio" han llegado a ser sinónimos en vuestro vocabulario. Las terribles vicisitudes que, al inicio del siglo pasado, llevaron a vuestro pueblo "al umbral de su aniquilación", los largos años de opresión totalitaria, la devastación de un desastroso terremoto: ninguno de estos eventos fue capaz de impedir que el alma de los armenios recobrara el valor y reconquistara su gran dignidad.

4. Es verdad; estos años son difíciles y vuestro corazón a veces se siente cansado y turbado. Muchos de vuestros jóvenes han abandonado la tierra donde nacieron; no hay suficiente trabajo y la pobreza persiste; es difícil seguir trabajando por el bien común. Pero, amadísimos amigos armenios, permaneced firmes en la esperanza. Recordad que habéis depositado vuestra confianza en Cristo y le habéis dicho "sí" para siempre.

Sostenidos por vuestros hermanos y hermanas armenios de todo el mundo, estáis comprometidos en el quehacer de reconstruir vuestro país y vuestra sociedad en libertad.
El tiempo está maduro para que vuestra nación reúna sus recursos culturales y sus energías espirituales en un gran esfuerzo común para impulsar su desarrollo y su prosperidad sobre la base de las verdades fundamentales de su herencia cristiana: la dignidad de todo ser humano, la centralidad de la persona en toda relación y situación, el imperativo moral de igual justicia para todos y de solidaridad con los débiles y los más desfavorecidos. Pido también al Señor que los líderes de Armenia y de los demás pueblos de la región tengan la sensatez y la perseverancia necesarias para avanzar con valentía por la senda de la paz, pues sin la paz no podrá haber desarrollo genuino y prosperidad.

5. Al despedirme, tengo plena confianza en vosotros, pues he visto vuestra capacidad de recuperación y la nobleza de vuestras aspiraciones. Que siempre resuenen en el corazón de los armenios las palabras de vuestro gran poeta Hjovannès Tujmaniàn sobre la patria:

313 "Tú sigues viva, de pie,
a pesar de tus llagas,
en el misterioso camino del pasado
y del presente;
en pie, sabia, pensativa, y triste,
con tu Dios...

Y llegará la aurora de una vida feliz;
esta luz, al final, en miles de almas
y en las sagradas laderas
de tu monte Ararat,
se irradiará, al final,
314 el fuego del porvenir.

Entonces cantos nuevos
y nuevos poemas
con la aurora aflorarán
a los labios de los poetas".

San Gregorio el Iluminador y el gran número de mártires y santos armenios velen por vuestro presente y vuestro futuro. La Madre de Cristo, Arca de la nueva alianza, guíe a Armenia a la paz que va más allá del diluvio, la paz de Dios, el cual hizo surgir su arco iris entre las nubes como signo de su amor que no tiene fin (cf. Gn
Gn 9,13).

Gracias, señor presidente. Gracias, amadísimo hermano Karekin. Gracias a todos vosotros.
: Octubre de 2001

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

AL IV ENCUENTRO NACIONAL ITALIANO

DE PROFESORES UNIVERSITARIOS CATÓLICOS




Ilustres profesores universitarios:

1. Ha pasado más de un año desde el encuentro que tuvimos con ocasión del jubileo, pero no ha disminuido el impulso que recibisteis en aquellos días singularmente valiosos.

Fue la ocasión para un encuentro personal con Jesús, nuestro Señor, que es ante todo nuestro único Maestro. Él es la fuente viva, el centro de irradiación, el alimento que en la Palabra y la Eucaristía se convierte en intensa experiencia interior.

315 Fue también la ocasión para adquirir una conciencia cada vez más profunda de Iglesia, en la reciprocidad de la comunión y en el apoyo fraterno entre los que se reconocen en Cristo como partícipes en una misma y gran familia. De ahí surgió un renovado impulso de testimonio, para infundir en el trabajo universitario diario el dinamismo de una presencia significativa, generosa y auténtica.

Os habéis reunido de nuevo para este encuentro, acogiendo la invitación a "remar mar adentro", que dirigí como horizonte de esperanza y acción a toda la Iglesia, y por tanto también a vosotros, para que reflexionéis en las implicaciones concretas que la perspectiva del nuevo humanismo abre a la vida de vuestras universidades.

2. Vivimos en tiempos de grandes transformaciones; incluso instituciones antiguas y venerables, como muchas de las universidades italianas, están llamadas a renovarse. En este proceso se entrecruzan múltiples factores, a veces verdaderamente nobles y dignos; otras veces, por el contrario, más instrumentales, con el peligro de reducir el saber a un medio de afirmación de sí, en detrimento de la profesionalidad docente, con un aprendizaje de tipo utilitario y pragmático.

El docente es un maestro. No transmite el saber como si fuera un objeto de uso y consumo, sino que establece ante todo una relación sapiencial que, aun cuando, por el número demasiado elevado de estudiantes, no pueda llegar al encuentro personal, se convierte en palabra viva antes que en transmisión de nociones. El docente instruye, en el significado originario del término, es decir, da una aportación fundamental a la estructuración de la personalidad; educa, según la antigua imagen socrática, ayudando a descubrir y activar las capacidades y los dones de cada uno; forma, según la comprensión humanística, que no reduce este término a la consecución, por lo demás necesaria, de una competencia profesional, sino que la encuadra en una construcción sólida y en una correlación transparente de significados de vida.

3. Estáis llamados a la enseñanza. Es una vocación, una vocación cristiana. Algunas veces se la percibe ya desde muy joven como proyecto propio; otras, se revela a través de los acontecimientos, aparentemente casuales, pero en realidad providenciales, que caracterizan la biografía de cada uno. A la cátedra Dios os ha llamado por vuestro nombre para prestar un servicio insustituible a la verdad del hombre.

Este es el corazón del nuevo humanismo. Se concreta en la capacidad de mostrar que la palabra de la fe es realmente una fuerza que ilumina la conciencia, la libera de toda esclavitud y la capacita para el bien. Las generaciones jóvenes esperan de vosotros nuevas síntesis del saber, no de tipo enciclopédico, sino humanístico. Es necesario vencer la dispersión que desorienta y delinear perfiles abiertos, capaces de motivar el compromiso de la investigación y la comunicación del saber y, al mismo tiempo, formar personas que no acaben por usar contra el hombre las inmensas y tremendas posibilidades que el progreso científico y tecnológico ha logrado en nuestro tiempo.
Como sucedió al inicio de la humanidad, también hoy, cuando el hombre quiere disponer a su arbitrio de los frutos del árbol del conocimiento, termina por convertirse en un triste agente de miedos, enfrentamientos y muerte.

4. La reforma actual de la escuela y la universidad en Italia interpela a la pastoral eclesial, tanto para superar formas de estancamiento en el diálogo cultural como para promover de modo nuevo el encuentro entre las inteligencias humanas, estimulando la búsqueda de la verdad, la elaboración científica y la transmisión cultural. Se debería redescubrir también hoy una renovada tensión hacia la unidad del saber -el propio de la uni-versitas- con valentía innovadora al diseñar los ordenamientos de los estudios conforme a un proyecto cultural y formativo de elevado perfil, al servicio del hombre, de todo el hombre.

En esta obra la Iglesia -que presta gran atención a la universidad, porque de ella ha recibido mucho y también espera mucho- tiene algo que dar. Ante todo, recordando sin cesar que "el corazón de cada cultura está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el misterio de Dios" (Discurso de Juan Pablo II a las Naciones Unidas con ocasión del 50° aniversario de su fundación, 5 de octubre de 1995, n. 9). Además, recordando que sólo en esta verticalidad absoluta -de quien cree y, por eso, trata siempre de profundizar la verdad encontrada, pero también de quien busca y, por tanto, está en el camino de la fe- la cultura y el saber se iluminan de verdad y se ofrecen al hombre como don de vida.

5. El humanismo cristiano no es abstracto. La libertad de investigación, tan valiosa, no puede significar neutralidad indiferente ante la verdad. La universidad está llamada a ser cada vez más laboratorio donde se cultiva y desarrolla un humanismo universal, abierto a la dimensión espiritual de la verdad.

La diaconía de la verdad representa una tarea histórica para la universidad. Evoca la dimensión contemplativa del saber que diseña el rasgo humanístico de toda disciplina en las diversas áreas afrontadas por vuestro congreso. De esta actitud interior deriva la capacidad de escrutar el sentido de los acontecimientos y valorar los descubrimientos más sorprendentes. La diaconía de la verdad es el sello de la inteligencia libre y abierta. Sólo encarnando estas convicciones en su vida diaria el profesor universitario se convierte en portador de esperanza para la vida persona y social. Los cristianos están llamados a dar testimonio de la dignidad de la razón humana, de sus exigencias y de su capacidad de investigar y conocer la verdad, superando de ese modo el escepticismo epistemológico, las reducciones ideológicas del racionalismo y las corrientes nihilistas del pensamiento débil.

316 La fe es capaz de generar cultura; no teme la confrontación cultural abierta y franca; su certeza no se asemeja de ningún modo a la rigidez ideológica basada en prejuicios; es luz clara de verdad, que no se contrapone a las riquezas del ingenio, sino sólo a las tinieblas del error. La fe cristiana ilumina y aclara la existencia en cada uno de sus ámbitos. El cristiano, animado por esta riqueza interior, la difunde con valentía y la testimonia con coherencia.

6. La cultura no se puede reducir a los ámbitos de la utilización instrumental: en el centro está y debe permanecer el hombre, con su dignidad y su apertura al Absoluto. La obra delicada y compleja de "evangelización de la cultura" y de "inculturación de la fe" no se contenta con simples ajustes, sino que exige una fiel reflexión y una nueva expresión creativa del instrumento
metodológico que la Iglesia italiana ha querido escoger en estos últimos tiempos: "el proyecto cultural orientado en sentido cristiano", que nace de la conciencia de que "la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe (...). Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida" (Juan Pablo II, Carta al cardenal secretario de Estado, Agostino Casaroli, para la institución del Consejo pontificio para la cultura, 20 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

A esta exigencia profunda responde el ejercicio de la caridad intelectual. Este es el compromiso específico que los universitarios católicos están llamados a asumir con la convicción de que la fuerza del Evangelio es capaz de una profunda renovación.

Que el Logos de Dios se encuentre con el logos humano y se transforme en dia-logos: esta es la expectativa y el deseo de la Iglesia para la universidad y el mundo de la cultura.

Ojalá que el nuevo humanismo sea para vosotros perspectiva, proyecto y compromiso. Si es así, se convertirá en una vocación a la santidad para cuantos trabajan en la universidad. A este alto grado estáis llamados al inicio del nuevo milenio.

Como confirmación de estos deseos míos para vuestro encuentro, sobre cuyos trabajos invoco abundantes luces celestiales, os envío a cada uno y a vuestras respectivas familias una especial bendición apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 2001

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