Discursos 2001 353


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MYANMAR


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 17 de noviembre de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

1. En nombre del Señor que es "el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios" (Ap 3,14), os saludo, obispos de Myanmar, mientras realizáis vuestra peregrinación quinquenal ad limina Apostolorum. Os abrazo con alegría en el vínculo de la fe, porque "conozco vuestra conducta: vuestras fatigas y paciencia" (Ap 2,2). Al venir a orar ante las tumbas de san Pedro y san Pablo, el Obispo de Roma desea honrar el testimonio dado por los fieles de Cristo en vuestro país.

En Myanmar la Iglesia, durante sus primeros años, conoció el martirio y aún hoy vive bajo el signo de la cruz del Salvador. Sin embargo, la cruz es la fuente de nuestra esperanza y nuestra certeza; porque toda gracia que ilumina y fortalece el corazón humano brota del costado traspasado del Señor crucificado. De este misterio salvífico tomáis la fuerza para salir una vez más al mar de la misión de la Iglesia: el gran océano de la evangelización que se extiende ante nosotros en el alba del tercer milenio cristiano.

2. Con ocasión de vuestra visita ad limina traéis las alegrías y las tristezas, las esperanzas y las decepciones no sólo de los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, sino también de todo el pueblo de Myanmar. Entre las dificultades están la pobreza generalizada, a pesar de los abundantes recursos del país, y los límites puestos a los derechos y a las libertades fundamentales. Estos problemas se ven agravados de muchas maneras por el aislamiento, que es aún más perjudicial cuando la interacción entre los pueblos y entre las naciones aumenta y resulta cada día más compleja. Además, el mundo atraviesa un período difícil, en el que una profunda e inesperada confusión se ha apoderado de la comunidad internacional. En esta situación, los pastores de la Iglesia deben preocuparse mucho más por estar cercanos a su pueblo y guiarlo por la senda del Evangelio.

En esta tarea nos guía el Señor mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Jesucristo mismo es el camino, porque sólo él es la verdad salvífica que lleva a la plenitud de la vida a la que todos los hombres aspiran. Esta es la grandeza de nuestra fe, que brilló tan espléndidamente durante el año del gran jubileo. En ese tiempo de gracia, toda la Iglesia contempló con más profundidad y alegría el rostro de Cristo, desfigurado por el sufrimiento pero radiante por la gloria de Dios (cf. 2 Co 4, 6; Novo millennio ineunte NM 25-28). En este rostro vemos tanto la grandeza del amor divino como la de la dignidad humana. Cristo habla ahora de esto al corazón de la Iglesia en Myanmar, exhortándoos a vosotros y a vuestros fieles a redescubrir "la sobreabundante riqueza de la gracia [de Dios], por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús" (Ep 2,7).

3. Contemplando el rostro de Cristo, vosotros y vuestro pueblo encontraréis la fuerza para vivir la humildad, la pobreza e incluso la soledad de vuestra situación, no como un peso, sino como una virtud evangélica, que conforta y libera. "Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos" (Novo millennio ineunte NM 49). Queridos hermanos en el episcopado, sé que a pesar de vuestros escasos recursos habéis elegido este camino. Vuestro testimonio será mucho más convincente aún si los demás ven "con mayor fuerza a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres" (ib.). Esta fue una de las recomendaciones principales de la reciente X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, durante la cual los padres subrayaron la necesidad de que los obispos sean verdaderos padres de los pobres.

4. Queridos hermanos en el episcopado, seguid con decisión el camino de la libertad evangélica, que es el camino de una obediencia cada vez más profunda a Cristo. Es una paradoja que cuando prevalece el poder humano las restricciones esclavizan; pero cuando nos sometemos al poder de Cristo, nuestra obediencia es realmente liberadora. Esta es la paradoja de la vida en Cristo, el único que ya "ha vencido al mundo" (Jn 16,33). Debemos creer en la verdad de las palabras del Apóstol: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Ph 4,13) y en la verdad de la promesa del Señor: "Vuestra alegría nadie os la podrá quitar" (Jn 16,22). En medio de la aflicción podemos experimentar la libertad y la alegría de la Pascua.

Vivir de este modo significa compartir el amor que es el corazón de la "espiritualidad de comunión" (Novo millennio ineunte NM 43), a la que están llamados especialmente los obispos. La comunión de la que somos servidores y administradores es el fruto maravilloso de la decisión de Dios tres veces santo de habitar entre nosotros (cf. ib.). Es la novedad de la gracia en nuestro corazón la que permite al obispo vivir una colegialidad afectiva y efectiva con el Sucesor de Pedro y con el Episcopado de todo el mundo; le permite vivir junto a sus sacerdotes en un vínculo de apertura fraterna y solicitud paterna, trabajar con espíritu de colaboración con los religiosos y con los laicos consagrados de la diócesis, y abrazar con particular amor a los pobres y a los oprimidos, porque ve resplandecer en el rostro de estos hermanos y hermanas la luz de Dios mismo (cf. ib.; Mt 25,35-37). En esta gracia encontraréis la fuerza para fomentar un auténtico entendimiento ecuménico entre todos los cristianos y promover el diálogo interreligioso, tan importante en este tiempo en que las relaciones entre los pueblos de diferentes culturas y tradiciones están sometidas a grandes tensiones.

Por eso, queridos hermanos, os exhorto a modelar cada vez más vuestra vida espiritual y vuestro ministerio pastoral según esta espiritualidad de comunión, sin la cual el ministerio episcopal carece de vida y energía, y resulta desalentador y gravoso. Os animo a meditar incesantemente en las exigencias prácticas de esta espiritualidad y a actuar con confianza y valentía como ejemplos y maestros de esa comunión. Así, desempeñaréis mejor el ministerio al que habéis sido llamados por Aquel que desea que "vuestro gozo sea colmado" (Jn 16,24).

354 5. La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia aclara que "comunión y misión están inseparablemente unidas" (n. 24). Como resultado del gran jubileo, toda la Iglesia está llamada a una nueva evangelización, inspirándose en las palabras de Cristo: "Rema mar adentro" (Lc 5,4). Ahora es el momento de realizar nuevos esfuerzos pastorales. Todos los bautizados -obispos, sacerdotes, religiosos y laicos- deben estar preparados para desempeñar su papel en la tarea que tiene ante sí la Iglesia en Myanmar. Los signos de la gracia tienen que verse por doquier entre vosotros. Uno de ellos es el número esperanzador de vocaciones, tanto al sacerdocio como a la vida consagrada; otro es la devoción y el entusiasmo de vuestro pueblo. Pero se necesita más.
La clave del éxito es una formación adecuada en todos los niveles, especialmente para vuestros sacerdotes. Sabréis cuáles iniciativas tomar para proporcionar una formación espiritual, intelectual y pastoral, así como la formación en la doctrina social de la Iglesia. De igual modo, todo lo que podáis hacer por mejorar la preparación de los catequistas representará un gran beneficio, porque desempeñan un papel indispensable para transmitir la fe y sostener el vigor de vuestras comunidades. También la vida consagrada, con su abundancia de vocaciones, exige la atención de cada obispo y de la Conferencia episcopal, para fortalecer sus estructuras y ofrecer a sus miembros una sólida formación.

6. Queridos hermanos en el episcopado, las exigencias de vuestro ministerio son muchas, y estáis familiarizados con los obstáculos y hasta con la oposición, pero seguís siendo -según las palabras del reciente Sínodo- servidores intrépidos del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Ojalá que esta esperanza sea cada vez más rica y fuerte en vosotros, "hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana" (2P 1,19).

Invocando sobre vosotros una nueva efusión de los dones del Espíritu Santo y encomendando a toda la familia de Dios en Myanmar a la poderosa intercesión de María, Madre del Redentor, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de infinita misericordia en Jesucristo, el primero y el último, el que vive (cf. Ap Ap 1,17-18).








A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS


Y A LOS REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES


EPISCOPALIANAS NORTEAMERICANAS EN EUROPA


Sábado 17 de noviembre de 2001



Querido cardenal Kasper;
queridos amigos en Cristo:

Me da mucha alegría saludaros a vosotros, participantes en la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, al término de vuestra semana de encuentro.

En la verdad y el amor: estas palabras podrían expresar la esencia de vuestro estudio y de vuestros debates en estos días, durante los cuales habéis procurado hacer un balance del progreso logrado recientemente en el diálogo ecuménico. Espero que mi mensaje al comienzo de vuestro encuentro os haya confirmado que para el Obispo de Roma y para la Iglesia católica el movimiento hacia la comunión visible de todos los seguidores de Cristo no es un mero apéndice de la actividad de la Iglesia, sino un aspecto esencial de su vida y su misión.

Al daros las gracias a cada uno por el empeño y la competencia con que servís a la Iglesia en esta delicada tarea, deseo animaros a realizar mayores esfuerzos. Es cada vez más evidente que el mundo necesita el testimonio común de los cristianos. En un mundo cada vez más globalizado las divisiones entre los cristianos constituyen hoy, más que nunca, un obstáculo para el anuncio del Evangelio.

Sobre todos vosotros invoco los dones del Espíritu Santo de sabiduría y fortaleza, y os expreso mi aprecio y mi gratitud personales.

355 Se hallan aquí con vosotros representantes de las comunidades episcopalianas norteamericanas en Europa, que se han reunido este fin de semana en Roma con ocasión de su asamblea anual.
Queridos amigos, os saludo y os agradezco vuestra presencia. Entre vosotros hay algunos jóvenes, signo claro de esperanza de que la búsqueda de la unidad de los cristianos proseguirá gracias a una nueva generación de hombres y mujeres comprometidos en hacer realidad la oración del Señor: "Que todos sean uno" (
Jn 17,21). Pido a Dios que derrame sobre vosotros sus abundantes bendiciones durante estos días de vuestro encuentro y vuestra visita a Roma. Por medio de vosotros envío mi saludo y mis mejores deseos en el Señor a todas las parroquias episcopalianas norteamericanas en Europa. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (1Co 1,3).










A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA


INTERNACIONAL SOBRE "SALUD Y PODER"


Sábado 17 de noviembre de 2001



Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que participáis en la XVI Conferencia internacional, organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, sobre el tema Salud y poder.

Dirijo mi afectuoso saludo al presidente de vuestro Consejo pontificio, monseñor Javier Lozano Barragán, a quien agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes. Extiendo mi saludo a todos vosotros, que trabajáis en un campo tan significativo para la calidad de la vida humana y el anuncio del Evangelio.

El tema de vuestro congreso es arduo y complejo, además de actual y urgente; en particular, es singularmente útil para renovar la cultura del servicio a la salud y a la vida, a partir de la atención a las personas más débiles e indigentes.

En la carta encíclica Sollicitudo rei socialis recordé que "entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las estructuras que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y, por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad... a cualquier precio" (n. 37).

Me congratulo con vosotros que, durante estas jornadas de estudio, queréis dar una aportación específica para que en el mundo de la salud el ejercicio del poder no se inspire en el afán de dominio o de lucro, sino que esté animado por un sincero espíritu de servicio. Como en cualquier otro campo, también en el ámbito de la sanidad el ejercicio del poder resulta bueno cuando promueve el bien integral de la persona y de toda la comunidad.

Esta armonía se realiza plenamente en el misterio de Cristo, en el que el Padre nos ha elegido como hijos adoptivos y con la riqueza de la gracia "nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ep 1,9-10).

356 2. Con vuestra Conferencia internacional queréis realizar, a la luz de la revelación, una lectura profunda de la realidad de la salud en cada uno de sus aspectos. En el mundo de la salud se encuentran e interactúan diversos tipos de poder: el económico, el político, el de los medios de comunicación, el profesional, el de las industrias farmacéuticas, el de los organismos nacionales e internacionales y el de las organizaciones religiosas.

Todo esto da origen a una amplia red de intervenciones en las que, por una parte, se ponen de relieve las inmensas posibilidades existentes para mejorar el servicio a la vida y a la salud, y, por otra, se subraya el peligro de poderes ejercidos sin respeto a la vida y al hombre.
Vuestra reflexión quiere ofrecer elementos valiosos a una realidad tan vasta y compleja, con vistas a un discernimiento ético y pastoral, valorando asimismo las contribuciones que surgen de un respetuoso diálogo interreligioso.

Espero que durante estos días de estudio surjan indicaciones útiles, especialmente por cuanto concierne a la acción social y espiritual de la Iglesia en el campo del cuidado de la salud, considerada en su totalidad.

Para comprender y vivir correctamente toda forma de "poder" en el mundo de la salud, es necesario mantener fija la mirada en Cristo. Es él, el Verbo hecho carne, quien ha tomado sobre sí nuestras enfermedades para curarlas. Es él quien, habiendo venido no para ser servido sino para servir, nos enseña a ejercer toda forma de poder como servicio a la persona, especialmente cuando es débil y frágil. Es él quien ha asumido la humanidad sufriente para devolverle el rostro transfigurado de la resurrección.

3. La Iglesia, al ir al encuentro de los enfermos, de los que sufren o los discapacitados, se siente impulsada por el deseo de anunciar y testimoniar el evangelio de la vida. Así da, al mismo tiempo, una aportación concreta a la construcción armoniosa de la sociedad.

Ante una difundida cultura de indiferencia y, a veces, de desprecio por la vida, y ante la búsqueda inescrupulosa de predominio por parte de algunos sobre otros, con la consiguiente marginación de los pobres y débiles, hoy es más necesario que nunca ofrecer criterios sólidos para que el ejercicio del poder en el mundo de la salud esté en todas las circunstancias al servicio de la dignidad de la persona humana y del bien común.

Aprovecho de buen grado esta ocasión para realizar un apremiante llamamiento a quienes desempeñan cargos de responsabilidad en este importante sector, para que con espíritu de colaboración constructiva trabajen por la promoción de una verdadera cultura de la solidaridad, teniendo en cuenta las condiciones de los que viven en países marcados por una preocupante indigencia material, cultural y espiritual.

En este sentido, me hago portavoz de todos los enfermos y los que sufren, así como de los pueblos heridos por la pobreza y la violencia, a fin de que también para ellos y para toda la humanidad surja un futuro de justicia y solidaridad.

Ojalá que cuantos tienen el don de la fe se sientan comprometidos de modo especial a testimoniar con su conducta la esperanza evangélica. En efecto, sólo con el amor y el servicio es posible asistir y curar, poniendo de este modo las bases de un mundo renovado.

Con estos deseos, encomiendo los trabajos de vuestra Conferencia y vuestras personas a la protección materna de la Virgen santísima, y de corazón os imparto a cada uno una especial bendición apostólica.








A UNA PEREGRINACIÓN DE FIELES DE UCRANIA



357

Lunes 19 de noviembre de 2001



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Sed bienvenidos a la casa del Papa. Habéis venido para devolver la visita que tuve la alegría de realizar a vuestro país el pasado mes de junio. Saludo a los cardenales Lubomyr Husar y Marian Jaworski, a quienes agradezco las palabras cordiales con que han interpretado vuestros sentimientos comunes. Saludo, asimismo, a los obispos de la Iglesia greco-católica y de la latina, a los sacerdotes, religiosos y laicos de ambos ritos.

Conservo siempre vivo en la memoria y en el corazón el recuerdo de los intensos días pasados entre vosotros, y doy gracias a Dios uno y trino por haberme concedido besar la tierra ucraniana y encontrarme con su noble pueblo. Mi visita quería rendir homenaje a la fidelidad de vuestra gente al evangelio de Cristo a lo largo de los siglos, especialmente en el que acaba de concluir, durante el cual vuestras Iglesias vivieron la experiencia -dolorosa y, al mismo tiempo, gloriosa- de la confesión de la fe hasta el martirio.

Durante mi viaje pude admirar con emoción cómo vuestro pueblo ha conservado la fe, a pesar del tiempo difícil y duro de la persecución, y cómo hoy se siente orgulloso de profesarla libremente. Amadísimos hermanos y hermanas, espero que sepáis cultivar con sabiduría esta "teoforía" de la tradición cristiana ucraniana, a fin hallar en ella el alimento necesario para la vida cristiana de cada día.

2. La existencia en vuestro país de tres venerables ritos -bizantino, latino y armenio- testimonia la dimensión universal de la Iglesia presente en culturas diferentes y manifiesta visiblemente el misterio de comunión que une a todos los creyentes en Cristo. Por eso, que no haya rivalidad alguna entre vosotros, sino respeto recíproco y amor: "El Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,5-6).

Os exhorto a compartir, con actitud de recíproco intercambio de dones, vuestros tesoros espirituales, y a acoger cuanto pueda completar, enriquecer y reforzar vuestra experiencia de vida cristiana y vuestro testimonio. En efecto, la historia enseña que una comunidad que se encierra en sí misma se condena a un empobrecimiento interno y limita sus posibilidades de acción apostólica.

Vuestras Iglesias particulares, cada una con su tradición, su espiritualidad y su piedad, manifiestan, como enseña san Ignacio Teóforo, la magnífica sinfonía interna de la Iglesia de Cristo. De esta manera, en su unidad católica, son y serán guardianas y portadoras de un gran patrimonio espiritual del que todos los pueblos de la tierra pueden beneficiarse.

3. Queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo milenio los cristianos tienen una importante tarea y una gran responsabilidad: se trata del anuncio siempre nuevo de Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn Jn 14,6) para los hombres y las mujeres de todos los tiempos y de todos los países. Por tanto, estáis llamados a hacer accesibles, con sabiduría y eficacia, los tesoros de la fe, tanto a los que ya tienen algún conocimiento como a los que se acercan por primera vez a ellos. Todos sabéis que para cumplir esta misión es necesario ante todo vivir con coherencia la vocación recibida en el bautismo y organizar la vida personal y social según la ley de Dios. No escatiméis esfuerzos para aseguraros a vosotros mismos y a las jóvenes generaciones una profunda formación humana, espiritual y cultural, que os capacite para dar a todos razón de vuestra esperanza (cf. 1P 3,15).

358 Durante decenios un cruel régimen ateo trató de desarraigar por la fuerza a Cristo de Ucrania: varias generaciones han sido educadas sin Cristo o incluso contra él. Hoy se puede hablar libremente de Dios en vuestra tierra. Pero al hombre contemporáneo, sumergido en el ruido y en la confusión de la vida diaria, las palabras ya no le bastan: no quiere sólo oír "hablar" de Cristo, sino que, en cierto modo, desea "verlo" (cf. Novo millennio ineunte NM 16).

4. Con respeto y sincero reconocimiento de la gracia propia de cada Iglesia, me dirijo a todos los cristianos de vuestro gran país -católicos, ortodoxos y protestantes-, y los exhorto a "la mansedumbre y la benignidad de Cristo" (2Co 10,1): dad al pueblo ucraniano la posibilidad de conocer a Cristo. Dadle la posibilidad de ver a su Salvador. No esperéis que alguien cree las condiciones favorables para el compromiso y el trabajo pastoral; suscitadlas vosotros mismos con creatividad y generosidad. Pero, sobre todo, testimoniad con la vida y con las obras la presencia del Resucitado en medio de vosotros. Será el mensaje más elocuente y eficaz, el servicio más elevado que podréis prestar a vuestros compatriotas.

La realización del mandamiento del amor al prójimo será la prueba de la verdad de vuestro compromiso. Cristo Salvador nos lo enseña claramente cuando dice: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

5. Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y fieles de todas las Iglesias cristianas, con vuestra vida mostrad a Ucrania el rostro divino de Cristo. Cuanto más presente esté Cristo en cada uno de vosotros, tanto más creíble será vuestro testimonio en favor de su Evangelio de salvación.

Os encomiendo a la santísima Madre de Dios, patrona de Ucrania, para que os proteja a todos. Y os acompaño con afecto y simpatía, a la vez que ruego constantemente por vosotros, para que el Señor omnipotente colme "todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús" (Ph 4,19).

Con estos sentimientos, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos y a todos los fieles de vuestra amada tierra.

Saludo a los peregrinos polacos que vinieron con los ucranios

Doy una cordial bienvenida a todos los peregrinos que hablan polaco.

Saludo al señor cardenal Marian Jaworski, metropolita de Lvov de los latinos, a los obispos, los presbíteros, las personas consagradas y los fieles laicos. Me alegra vuestra presencia. Saludo a la Iglesia greco-católica que está en Ucrania y en Polonia. Saludo a los peregrinos que han venido de Wilamowice.

Habéis venido a Roma para dar gracias a Dios por los frutos espirituales de mi viaje a Ucrania. Me uno de buen grado a vuestra acción de gracias, recordando los maravillosos días que pude pasar entre vosotros en Kiev y Lvov. ¿Cómo podría olvidar estas magníficas ciudades situadas a orillas del Dniéper y en la Peltew, y todos esos lugares santificados por una tradición cristiana de más de un milenio? Fue para mí motivo de felicidad poder glorificar a Dios donde san Vladimiro, y juntamente con él toda la Rus' de Kiev, recibió el bautismo, por la fidelidad de este pueblo y por el testimonio cristiano que ha dado a lo largo de los siglos, sin ahorrar sacrificios, hasta el derramamiento de la sangre. Me alegro porque, precisamente en Ucrania, tuve la posibilidad de beatificar por lo menos a algunos de esa multitud inmensa de mártires. Ruego a Dios para que la siembra de su sangre haga florecer constantemente la fe en el corazón de todos los habitantes de Ucrania.

También agradezco infinitamente a Dios el haber podido elevar a la gloria de los altares al beato arzobispo José Bilczewski. Comparto esta alegría de modo particular con vosotros, habitantes de Lvov, donde él desempeñó su ministerio episcopal, pero también con vosotros, habitantes de Wilamowice, donde nació y de donde partió. Os encomiendo a todos a la protección de este patrono al que -como dije- estoy unido personalmente por un vínculo especial en la sucesión apostólica. También quiero recordar aquí al beato don Segismundo Gorazdowski. Ruego a Dios para que la intercesión de este celoso pastor sostenga de modo particular a los sacerdotes que desempeñan su ministerio en la Iglesia de Ucrania y sobre todo a las Religiosas de San José, que le deben a él la fundación de su instituto. Que la beata Josafata Micaela Hordashevska proteja a todas las religiosas que sirven con abnegación, con corazón puro, con sensibilidad femenina, dispuestas a ayudar a los necesitados.

359 Quedará grabado en mi corazón, a pesar de la intensa lluvia, el cordial encuentro con los jóvenes de Ucrania. Me alegra que a ese encuentro hayáis ido todos juntos: la Iglesia católica, en su doble tradición, que es la riqueza de Ucrania. Confío en que vuestra generación, a la que pertenece el futuro, le lleve el entusiasmo de la fe, de la esperanza y del amor, que acompañaba la oración y la fiesta ante el templo de la Natividad de la Madre de Dios. Queridos jóvenes, os abrazo a todos de corazón. Llevad mi gratitud y mi saludo a vuestros coetáneos en toda Ucrania.

De modo particular, quiero dar gracias a Dios juntamente con vosotros por el Espíritu de amor fraterno que nos unía en aquellos días. Que este Espíritu os acompañe siempre. No desoigáis sus inspiraciones. Que él encienda vuestro corazón, purifique vuestra conciencia y fortalezca vuestro deseo de caminar juntos por el camino que lleva al reino de nuestro único Padre. "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (
Ep 4,5-6).

Agradezco una vez más a toda la Iglesia de Ucrania la afectuosa acogida y el testimonio de una fe viva. Os doy las gracias a vosotros por haber venido y por vuestra oración ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, según la intención de mi ministerio en favor de la Iglesia. Es el don más valioso que podíais ofrecerme. Que esta oración llegue a ser también para vosotros fuente de inagotable gracia divina. Llevad mi saludo a vuestras familias, a vuestros seres queridos y a todos los que no han podido venir. Transmitid mi bendición a todos los fieles de Ucrania. Dios os bendiga también a vosotros.










AL CONGRESO DE LAS ASOCIACIONES UNDA Y OCIC


Martes 20 de noviembre de 2001



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me da mucha alegría saludaros a vosotros, miembros de la Asociación católica internacional para la radio y la televisión (UNDA), y de la Organización católica internacional para el cine y los audiovisuales (OCIC), mientras os preparáis para unir, dentro de algunos días, las dos organizaciones y formar SIGNIS, la nueva organización católica internacional para todos los medios audiovisuales. Espero -y estoy seguro de que vosotros también lo esperáis- que SIGNIS difunda y haga cada vez más eficaz el trabajo que vuestras dos organizaciones han realizado durante los últimos setenta años, la obra de evangelización en los medios de comunicación y a través de ellos, proclamando el Evangelio de salvación del Señor en el mundo del cine, de la radio, de la televisión y, más recientemente, de Internet.

La institución de esta Organización al comienzo del nuevo milenio es particularmente apropiada. En efecto, con los grandes avances en la tecnología de las comunicaciones y el continuo proceso de globalización, la misión de la Iglesia de dar a conocer a Cristo a todos los hombres y hacer que lo amen encuentra siempre nuevas oportunidades, así como nuevos desafíos. Durante los últimos años se ha observado un notable crecimiento de programas de radio católicos en diversos países de África y Europa, y también ha tenido un gran desarrollo la televisión católica, especialmente debido a la transmisión vía satélite y a la distribución por cable. SIGNIS debe seguir creando nuevas audiencias para la programación católica y trabajar con otras organizaciones para garantizar que no falten contenidos religiosos y espirituales positivos en las diferentes producciones de los medios de comunicación.

Las personas, particularmente los niños y los adolescentes, emplean enormes cantidades de tiempo en el consumo de los medios de comunicación. Por eso, una parte importante de vuestro trabajo consiste en enseñar a usar con sabiduría y responsabilidad los medios de comunicación. Esto significa elevar el nivel, no sólo para el público en general, sino también para los responsables de la industria de las comunicaciones. Significa lograr que la gente adquiera una profunda conciencia de la gran influencia que tienen los medios de comunicación en su vida. Significa controlar la calidad del contenido y promover un diálogo constructivo entre los productores y los consumidores.

Queridos amigos, estas son algunas de las tareas que tenéis ante vosotros, tareas que exigen valentía y compromiso, y que emprendéis de buen grado como parte de vuestra vocación cristiana. El Señor Jesús está con vosotros para sosteneros y fortaleceros, pues a los Apóstoles, cuando les dio su mandato final de hacer discípulos a todas las gentes, les dijo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Ojalá que la organización SIGNIS, que surgirá pronto, sea un instrumento siempre eficaz de la presencia permanente del Señor en nuestro mundo y de su constante amor a todos los hombres y mujeres.

A todos os imparto cordialmente mi bendición apostólica.









PROMULGACIÓN DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "ECCLESIA IN OCEANIA"


Jueves 22 de noviembre de 2001




360 "Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena" (
Ps 96,11).

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. De los lugares más remotos del mundo habéis venido a testimoniar nuestra gloriosa vida en Cristo Jesús y, en particular, a testimoniar la fe y el amor del pueblo de Dios que está en Oceanía. Con gratitud por el éxito de la celebración de la Asamblea especial del Sínodo de los obispos para Oceanía nos unimos en el gran himno de alabanza que se eleva incesantemente del corazón de la Iglesia a la santísima Trinidad.

Habría deseado visitar Oceanía una vez más para presentar los frutos del trabajo del Sínodo, la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania. Pero no ha sido posible. Por tanto, el Pacífico viene al Obispo de Roma, y "en el amor de Cristo Jesús" (Ph 1,8) os saludo a vosotros y a todos aquellos a quienes representáis. En vosotros veo el océano ilimitado que resplandece al sol; la Cruz del sur que brilla de noche en el cielo; las islas grandes y pequeñas; las ciudades y las aldeas; las playas y los bosques. Pero, sobre todo, veo en vosotros a los pueblos que son la verdadera riqueza de Oceanía: los pueblos melanesio, polinesio y micronesio, con sus magníficas galas; los aborígenes de Australia; los maoríes de Nueva Zelanda; y los numerosos inmigrantes que han hecho de Oceanía su hogar. En la gran sinfonía de Oceanía escuchamos "la voz del Señor sobre las aguas; el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica" (Ps 29,3-4).

2. La Asamblea especial fue una experiencia de intensa comunión, y una de sus numerosas gracias fue que todos los obispos pudieran participar en ella. Los padres del concilio Vaticano II -y yo entre ellos- quedaron marcados para siempre por la experiencia de comunión de aquel acontecimiento que fue, sin duda alguna, la gran gracia concedida a la Iglesia en el siglo XX (cf. Novo millennio ineunte NM 57). En la Asamblea especial para Oceanía, una nueva generación de obispos, que no participó en el Concilio, pudo experimentar algo de su extraordinaria atmósfera y de su efecto; así está mejor preparada para aplicar su enseñanza, como toda la Iglesia debe hacer, más intrépidamente que nunca, al inicio del nuevo milenio. Lejos de haber agotado su potencial, el concilio Vaticano II sigue siendo la luz que guía la peregrinación de la Iglesia.

La Asamblea especial, como el gran jubileo para el que preparó, no sólo fue "memoria del pasado, sino también profecía del futuro" (ib., 3). Juntos repasamos la historia de la evangelización en Oceanía y dimos gracias al Padre de toda misericordia por la magnífica obra de los primeros misioneros y por la acogida que los pueblos de Oceanía dieron al Señor Jesús, "caminando su camino, anunciando su verdad y viviendo su vida". Escuchamos la historia del notable desarrollo de la Iglesia en vuestras tierras, reconociendo con profunda gratitud que es "Dios quien hace crecer" (1 Co 3, 7). El Sínodo se alegró por los innumerables signos de santidad y justicia presentes en los pueblos de Oceanía, una prenda de la primavera de la fe que anhelamos y por la que trabajamos.
Pero reconocimos también que muchos desafíos que afrontan los pueblos de Oceanía en este tiempo impulsan a la Iglesia a comprometerse, con vigor y convicción renovados, en favor de los pueblos del Pacífico y sus culturas. En el Sínodo se habló de crisis económicas, inestabilidad política, corrupción, conflictos étnicos, debilitamiento de las formas tradiciones de organización social, colapso de la ley y el orden, amenaza de calentamiento global del planeta y, especialmente en las sociedades más ricas, de una auténtica crisis espiritual de sentido, que se manifiesta sobre todo en la disminución del respeto por la vida humana.

Sin embargo, los obispos no se sintieron desalentados ante este panorama. Al contrario, en la Asamblea especial resultó evidente que el Espíritu Santo está llamando a la Iglesia en Oceanía a emprender la gran tarea de una nueva evangelización. En este sentido, el Sínodo llegó a ser "una profecía del futuro", y los obispos sintieron cada vez más profundamente que son "servidores del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo", esperanza de la que la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos habló con tanta fuerza.

3. Esta nueva aventura misionera se arraiga en la "contemplación del rostro de Cristo", que es el núcleo de la rica herencia que nos ha legado la experiencia del gran jubileo (cf. Novo millennio ineunte NM 15). Ojalá que en todos los bautizados, en todos los lugares de Oceanía, se dé un grande y nuevo impulso de contemplación. Que los habitantes del Pacífico repitan sin cesar: "Tu rostro buscaré, Señor" (Ps 26,8). Que proclamen siempre alegremente con el Evangelio: "Hemos visto al Señor" (Jn 20,24). De las profundidades de la contemplación surgen la espiritualidad y la experiencia de comunión en la que tanto insistieron los obispos con ocasión de la Asamblea especial. Habiendo aportado la rica gama de sus experiencias y de sus tesoros culturales, han sido fortificados a su vez mediante el vínculo de la comunión, tanto en su dimensión local como universal. Fue para ellos fuente de profunda renovación y aliento para el futuro (cf. Ecclesia in Oceania, 9). La comunión es la matriz de la misión; dará las energías necesarias a la nueva evangelización. Quiera Dios que la Iglesia en vuestros países tenga una creatividad y una valentía cada vez mayores al lanzarse de nuevo a las profundidades del Pacífico, pues el mandato del Señor es claro: "Duc in altum" (Lc 5,4).

4. Queridos hermanos y hermanas, mientras os comprometéis en medio de las olas del futuro, no estáis solos. La Iglesia universal os acompaña. La "gran nube de testigos" (He 12,1), que constituye la comunión de los santos, os rodea. Los santos de Oceanía, reflejos de la gloria de Dios "que resplandece en la faz de Cristo" (2Co 4,6), están cerca de vosotros en este momento: san Pedro Chanel, los beatos Diego Luis de San Vitores, Pedro Calungsod, Juan Mazzuconi, María MacKillop y Pedro To Rot. Que jamás dejen de interceder por los pueblos en medio de los cuales vivieron y por los cuales murieron, ardiendo de amor. En el centro de la comunión de los santos se encuentra la Madre de Cristo, Stella maris, tan venerada por los pueblos del Pacífico. A ella le encomiendo muy especialmente la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania. María, Auxilio de los cristianos y Reina de la paz, y todos los santos os sostengan a vosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, al aplicar las enseñanzas y las indicaciones de este documento en los diversos ambientes de vuestros vastos territorios. Como prenda de gracia y paz en el Hijo de Dios, "que tiene las siete estrellas en su mano derecha" (Ap 2,1), os imparto una afectuosa bendición apostólica.








Discursos 2001 353