Discursos 2001 379


CON OCASIÓN DEL 20 ANIVERSARIO DE LA MUERTE


DEL CARDENAL CROATA FRANJO SEPER


Viernes 30 de noviembre de 2001



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Muy oportunamente habéis querido recordar al cardenal Franjo Seper, que fue prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte. Con este fin os habéis reunido primero en Zagreb y ahora en Roma, adonde habéis acudido en gran número también vosotros, queridos fieles de la amada tierra de Croacia. Os saludo a todos con afecto, y agradezco al arzobispo de Zagreb, monseñor Josip Bozanic, las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Deseo saludar en particular al cardenal Joseph Ratzinger, que desde hace veinte años dirige la Congregación para la doctrina de la fe en el prestigioso cargo que ocupó el cardenal Seper.

380 2. Nuestro pensamiento se dirige así al ilustre pastor, que tanta importancia tuvo para la vida de la Iglesia en Zagreb, en particular de 1954 a 1968, en un período muy delicado para las relaciones entre la Iglesia y el Estado, primero como arzobispo coadjutor, y después, a partir de 1960, al suceder al beato Alojzije Stepinac, como arzobispo metropolitano y también como presidente de la Conferencia episcopal de Yugoslavia.

En aquella etapa tan agitada de la vida de los cristianos en su país, después de la segunda guerra mundial, no se rindió ante los problemas; al contrario, promovió importantes iniciativas, sobre todo pastorales, caritativas y culturales, también en el ámbito de los medios de comunicación social, en beneficio de todos los católicos croatas.

Su ministerio tuvo asimismo un amplio alcance ecuménico, pues trabajó activamente en la promoción de la unidad de los cristianos. Quisiera recordar, en esta ocasión, la atención que prestó a la Comunidad de Taizé. Al mismo tiempo, se preocupó por mantener contactos con la comunidad judía, incluso después de la segunda guerra mundial, como los había mantenido durante la misma, siguiendo el ejemplo de su heroico predecesor.

3. La actividad del cardenal Seper durante aquellos años no se limitó a la solicitud por su diócesis y la Iglesia de su país. Participó en la preparación del concilio Vaticano II como miembro de la Comisión para los sacramentos y de la Comisión central preparatoria. Durante el Concilio mismo fue miembro de la Comisión central. En calidad de padre conciliar fomentó la introducción del diaconado permanente, de las lenguas vernáculas en la liturgia, de la comunión bajo las dos especies y de la concelebración. Se esforzó, además, por la valoración del papel de los laicos en la Iglesia y por la promoción de las relaciones de los cristianos con el pueblo judío.

Otros puntos particulares que subrayó en sus intervenciones fueron: la acentuación de la maternidad de la Iglesia como dimensión que implica a todos los fieles, el mayor arraigo de la devoción a la Madre de Dios en las fuentes bíblicas y en la gran tradición, y el reconocimiento de las responsabilidades también de los cristianos en el nacimiento del ateísmo contemporáneo.

4. Los temas expuestos por el cardenal Seper en sus intervenciones fueron recogidos tanto en los documentos conciliares como en los posconciliares; así se comprende por qué en 1968 el Papa Pablo VI lo nombró prefecto de la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe. Actuando con gran sabiduría y prudencia en aquellos años difíciles, el cardenal Seper se encargó ante todo de la reorganización del trabajo del dicasterio, renovado en sus finalidades y en sus métodos. En este ámbito se sitúa, en particular, la publicación del Estatuto provisional de la Comisión teológica internacional, que acababa de ser instituida, y sus primeros pasos, así como los de la nueva Pontificia Comisión bíblica. Bajo la guía del cardenal Seper, la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, ante los errores y las desviaciones que se difundían, emanó una serie de documentos para promover y defender la doctrina católica.

Durante aquellos años de su estancia en Roma pude conocer mejor al cardenal Seper. También tuve la alegría de acogerlo en mi archidiócesis de Cracovia, y durante uno de esos encuentros amistosos lo acompañé a visitar el campo de concentración de Auschwitz.

Repasar ahora, veinte años después de su muerte, el testimonio del cardenal Seper constituye para nosotros un significativo impulso a proseguir con compromiso renovado al servicio del Evangelio de Cristo, según el elocuente ejemplo que nos ha dejado.

5. Al respecto, quisiera subrayar ante todo su arraigo en la Iglesia local y, a la vez, su sentido de pertenencia a la Iglesia universal. En el itinerario religioso del cardenal Seper, estos dos aspectos, lejos de contraponerse, se complementaban. También en esto es un ejemplo para nosotros: el cristiano debe sumergirse en el pueblo y en la cultura en que vive para acoger todos sus elementos válidos y, al mismo tiempo, no debe perder jamás la conciencia de que pertenece a un pueblo más grande, el pueblo de Dios, que atraviesa todos los tiempos y todos los continentes y tiene en la Sede de Pedro un instrumento fundamental de unidad.

Asimismo, quisiera recordar la actitud pastoral del cardenal Seper, que supo verdaderamente hacerse "forma gregis" (cf.
1P 5,3), caminando junto a sus fieles, en quienes, con su vida, con sus palabras y con sus iniciativas, infundía el estilo evangélico que el Señor pide a sus servidores. En este sentido, nos estimula a nosotros, pastores de hoy, a no separarnos del pueblo que se nos ha confiado, sino a recorrer con él los caminos de la historia, siempre atentos a comunicar a todos el mensaje de la pasión y de la gloria de Cristo. Al mismo tiempo el cardenal Seper, con su ejemplo, sigue siendo para los fieles una invitación a confiar en los pastores, escuchando su enseñanza y acogiendo con generosa disponibilidad las orientaciones pastorales que dan en sintonía con la cabeza del Colegio episcopal, el Sucesor de Pedro.

Deseando que esta significativa conmemoración suscite un renovado compromiso de testimonio cristiano, imparto a todos con afecto la bendición apostólica.

381 ¡Alabados sean Jesús y María!







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PATRIARCA BARTOLOMÉ I


CON MOTIVO D E LA FIESTA DE SAN ANDRÉS




A Su Santidad

BARTOLOMÉ I

Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

"La gracia, la misericordia y la paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, estarán con nosotros según la verdad y el amor" (2Jn 3).

Con esta bendición del apóstol san Juan, lo saludo a usted, Santidad, así como a todos los miembros del Santo Sínodo y a todos los fieles del Patriarcado ecuménico en esta feliz circunstancia de la fiesta de san Andrés, apóstol y hermano de san Pedro. La delegación guiada en mi nombre por nuestro hermano el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, asegurará la participación fraterna de la Iglesia de Roma. Se unirá a vosotros para implorar del Señor "la estabilidad de las santas Iglesias de Dios y la unión entre todos" (Liturgia de san Juan Crisóstomo).

La fiesta de san Andrés, el primero de los Apóstoles en haber sido llamado por Jesús, nos recuerda constantemente el misterio de la vocación cristiana y el deber de anunciar la buena nueva: "Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús" (Jn 1,40). La vocación cristiana está intrínsecamente unida al reconocimiento del Mesías, indicado por el Bautista: "He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,36), a quien los Apóstoles proclamarán sin cesar con sus palabras y sus obras, con su vida e incluso con su martirio, como san Pedro y san Andrés.

En nuestros días, los discípulos de Cristo están llamados a proclamar con una misma voz el anuncio de la salvación. Al celebrar juntos a san Andrés y a san Pedro, manifestamos nuestra voluntad común de transmitir unidos la fe apostólica a los hombres de nuestro tiempo, los cuales muy a menudo caen en una indiferencia religiosa que lleva a la pérdida del sentido de la existencia. Así pues, nuestra preocupación misionera exige de nosotros un testimonio cristiano común y fiel "en la verdad y en el amor". Las divisiones que aún persisten y la aspereza que se manifiesta a veces entre los cristianos debilitan la fuerza de la predicación cristiana, que proclama el amor de Dios y el amor al prójimo. Pero tengo confianza, pues "el Señor ha concedido a los cristianos de nuestro tiempo ir superando las discusiones tradicionales" (Ut unum sint UUS 49).

Santidad, deseo expresarle mi gratitud por la disponibilidad que ha manifestado con constancia, respondiendo favorablemente a las peticiones de colaboración que provienen de la Iglesia católica y apoyando las iniciativas de las Iglesias ortodoxas que prevén la participación de la Iglesia de Roma. Aprecio, en particular, el nombramiento de un delegado fraterno del Patriarcado ecuménico a la reciente Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos de la Iglesia católica. Fue una nueva ocasión de diálogo, de intercambio fraterno y de conocimiento recíproco.

La Iglesia católica está dispuesta a hacer todo lo posible para promover el desarrollo de las relaciones con las Iglesias ortodoxas. Hay que analizar y superar las dificultades encontradas durante estos últimos años por la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico. El diálogo debe recuperar su espíritu positivo inicial y estar animado por la voluntad de resolver los verdaderos problemas. También debe dar prueba de un cierto entusiasmo, que sólo la fe y la esperanza teologales pueden alimentar.

Según la invitación del concilio Vaticano II (cf. Unitatis redintegratio UR 24), pongamos nuestra esperanza en Dios para que avancemos por el camino de la unidad y el mundo conozca un futuro mejor. En estos últimos tiempos, el terrorismo y las guerras, con toda su carga de muerte y desastre que conllevan, han engendrado una ansiedad que paraliza a las poblaciones y turba el ritmo normal de la vida civil. Para implorar de Dios su protección sobre todos los pueblos y reavivar la conciencia de los hombres, he considerado oportuno convocar a todos los creyentes a una jornada de ayuno y oración por la paz, el 24 de enero del año próximo. El Señor escuchará la invocación que, con un solo corazón, elevaremos juntos por la salvación de toda la humanidad.

382 En la inminencia de la fiesta del apóstol san Andrés, antes de ese próximo encuentro, elevemos juntos nuestra oración al Señor y acojamos la invitación que san Juan, en su segunda carta, hace a los cristianos de Asia menor: "Amémonos unos a otros" (2Jn 5). Así caminaremos en el amor y en la verdad. Y la paz estará en todos nosotros.

Con esta esperanza, orando por todos los miembros de su patriarcado, intercambio con Su Santidad el beso de la paz y le aseguro mi afecto fraterno.

Vaticano, 22 de noviembre de 2001







                                                                                  Diciembre de 2001




A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO


INTERNACIONAL SOBRE EL VOLUNTARIADO


Sábado 1 de diciembre de 2001




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os dirijo un cordial saludo a todos vosotros, al final del simposio internacional sobre el voluntariado católico en la sanidad, promovido y organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud.

Saludo con afecto, ante todo, a monseñor Javier Lozano Barragán, presidente de vuestro Consejo pontificio, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a los demás prelados, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los representantes de los Estados y de los Gobiernos, a los estudiosos y a los investigadores, así como a los delegados de las numerosas asociaciones de voluntariado que, con su presencia y su contribución científica, han querido honrar esta importante manifestación.

A través de cada uno de vosotros deseo enviar mi saludo y mi agradecimiento a todos los voluntarios que, comprometidos en múltiples formas de solidaridad, trabajan en nombre de la Iglesia junto a los pobres y a los que sufren.

2. Vuestro simposio, que tiene como lema las palabras del Evangelio "Vade et tu fac similiter", "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37), se sitúa en el marco del Año internacional del voluntariado, proclamado oficialmente por las Naciones Unidas. Por tanto, constituye una magnífica ocasión para reflexionar en el servicio voluntario, que la Iglesia ha alentado siempre con fuerza.

En una sociedad que siente la influencia del materialismo y el hedonismo, la vitalidad del voluntariado representa un signo prometedor de esperanza. La acción de los voluntarios destaca el valor de la solidaridad, contribución insustituible para responder a las expectativas profundas de la persona y resolver los graves y urgentes problemas de la humanidad. El voluntariado se caracteriza precisamente por su capacidad de testimoniar amor gratuito al prójimo, contribuyendo de este modo a realizar la anhelada civilización del amor.

383 3. "Ve y haz tú lo mismo". Como modelo de referencia de vuestra acción, habéis elegido, queridos voluntarios, al buen samaritano, del que habla la conocida parábola evangélica. Parábola muy elocuente, que exhorta a todo creyente y a todo hombre de buena voluntad a testimoniar personalmente el amor, en especial a los que sufren. Jesús es el modelo por excelencia del voluntario cristiano. Él "no vino a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28), y "siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza" (2 Co 8, 9). En el Cenáculo, durante la última Cena, después de lavar los pies a sus discípulos, el Maestro les dijo: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15). Siguiendo su ejemplo, los voluntarios llevan a toda persona que sufre el bálsamo del amor divino.

Para cumplir fielmente esta misión, es preciso que mantengan fija la mirada en Cristo, porque sólo de su corazón viene el vigor espiritual que transforma la existencia. En nuestras sociedades modernas socialmente avanzadas, pero que prevén instituciones específicas para responder a las exigencias de los pobres y de los que sufren, se siente con fuerza la necesidad de un "suplemento de alma" que infunda esperanza incluso en la experiencia amarga del sufrimiento y de la precariedad, respetando plenamente la dignidad de todo ser humano. Ciertamente, las instituciones pueden responder a las necesidades sociales de la gente, pero ninguna de ellas es capaz de sustituir el corazón del hombre, su compasión, su amor y su iniciativa.

4. Gracias a Dios, numerosos fieles laicos están comprometidos hoy en múltiples formas de voluntariado. La comunidad cristiana realiza, a través de su obra, una profética fantasía de la caridad, evocando el espíritu de la primera comunidad de Jerusalén, que "ofreció a los no cristianos la imagen conmovedora de un intercambio espontáneo de dones, hasta la comunión de los bienes, en favor de los más pobres" (Novo millennio ineunte NM 53).

Queridos voluntarios, que este sea siempre vuestro estilo de servicio, especialmente cuando tengáis que atender a los enfermos y a los que sufren. Que vuestras actividades sean expresión visible de la caridad de las obras, a través de la cual el anuncio del Evangelio, que es la primera caridad, no corre el riesgo de "ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día". En efecto, "la caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras" (ib., 50).

Cuando con voluntarios de diferentes religiones, o que se declaran no creyentes, realizáis una acción común en favor del hombre, considerad providencial esta oportunidad para poner en práctica el diálogo y la colaboración interreligiosa e intercultural. En efecto, la defensa y la promoción de la vida no son monopolio de nadie; más bien, constituyen una tarea confiada a todos.

Juntos es más fácil combatir y derrotar las graves formas de injusticia y miseria que ofenden la dignidad humana; juntos es posible dar una contribución decisiva para el crecimiento de la sociedad civil, cuyas instituciones resultan a menudo insuficientes para satisfacer la petición de ayuda que se eleva de las personas necesitadas. Juntos se puede dar vida a un mundo más acogedor.

Por tanto, es interés de las mismas instituciones públicas incentivar y sostener las actividades del voluntariado, tanto las que realizan algunas personas individualmente como las que promueven las asociaciones organizadas para acelerar el camino hacia la construcción de una sociedad solidaria, donde reinen la justicia y la paz.

5. Vuestro interesante simposio se concluye hoy, un día rico en significado, en el que se celebra la Jornada mundial de lucha contra el sida.Con esta ocasión la opinión pública está invitada a tomar conciencia de las causas y las consecuencias de esta grave enfermedad.

Queridos hermanos y hermanas enfermos de sida, no os sintáis solos. El Papa está cerca de vosotros con afecto y os sostiene en vuestro difícil camino. La Iglesia acompaña a los hombres de ciencia, y anima a todos los que trabajan incansablemente para curar y derrotar esta grave forma de enfermedad. Siguiendo el ejemplo de Cristo, considera la asistencia a quien sufre como un componente fundamental de su misión, y se siente interpelada personalmente por este nuevo ámbito del sufrimiento humano. Consciente de que todo enfermo es un "camino particular" para la acogida de la Palabra, se inclina con amor sobre todo hermano y hermana afectados por la enfermedad.

Queridos profesionales de la salud y queridos voluntarios, se os ha confiado la tarea de hacer sentir a quien sufre el amor y el consuelo de Cristo. Que a través de vosotros resuene en el corazón de estos hermanos y hermanas nuestros doloridos la invitación, llena de amor, de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28).

María, la Virgen del consuelo y de la misericordia, os acompañe con su ternura materna y sostenga vuestros pasos.

384 Con estos deseos, os imparto de corazón a cada uno de vosotros, a cuantos comparten vuestro laudable compromiso y a aquellos a quienes servís y consoláis en nombre de Cristo, una especial bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO


DE ESTUDIO SOBRE LOS NÓMADAS


Sábado 1 de diciembre de 2001



1. Deseo saludar ahora a los participantes en el Encuentro internacional de estudio de los directores nacionales y expertos de la pastoral de los nómadas, organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, presidido por el arzobispo Stephen Fumio Hamao, a quien doy las gracias por sus palabras.

Amadísimos hermanos y hermanas, habéis venido a Roma de los países de Europa occidental y oriental, así como de Estados Unidos, de México y de la India, para profundizar juntos durante estos días en los objetivos y los métodos de vuestro apostolado específico.

Deseo reafirmar, en esta circunstancia, la constante atención que la Iglesia presta a la vida de las comunidades de nómadas. Han encontrado un lugar "en el corazón de la Iglesia", como solía decir mi predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, y los trabajos de vuestro encuentro internacional son una ulterior y significativa confirmación.

Es preciso redescubrir los valores típicos de los nómadas. También los comienzos de Israel, como recuerda la Biblia, se caracterizaron por el nomadismo. Los nómadas son pobres en seguridades humanas, obligados cada día a afrontar la precariedad y la incertidumbre del futuro. Precisamente por esto profundizan en el sentido de la hospitalidad y de la solidaridad y, a la vez, se fortalecen en la fe y en la esperanza en la ayuda de Dios.

2. Por tanto, al elaborar los principios y las orientaciones de la pastoral para los nómadas conviene prestar la debida atención a estos valores espirituales y culturales, ofreciéndoles un apoyo concreto para afrontar las complejas problemáticas que acompañan su camino en las diversas partes del mundo. Pienso, por ejemplo, en la dificultad de la comprensión recíproca con su entorno, en la carencia de estructuras adecuadas de acogida, en la instrucción y en la integración en el territorio. Sólo un compromiso pastoral atento y clarividente puede brindar una contribución determinante para dar soluciones adecuadas a estos problemas.

Amadísimos hermanos y hermanas, ¡gracias por el servicio que prestáis a la comunidad nómada! Que en vuestro apostolado diario os acompañe el ejemplo y la intercesión del beato Ceferino Giménez Malla, llamado "el Pelé", a quien tuve la alegría de elevar al honor de los altares en 1997. Él nos recuerda que siempre debemos promover la convivencia pacífica entre los pueblos que se diferencian por su origen étnico y su cultura.

Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a vosotros, a vuestras comunidades de proveniencia y a todos los grupos nómadas esparcidos por el mundo.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE FIÉSOLE CON MOTIVO DEL VII CENTENARIO


DEL NACIMIENTO DE SAN ANDRÉS CORSINI




Al venerado hermano

LUCIANO GIOVANNETTI

Obispo de Fiésole (Italia)

385 1. He sabido con alegría que este año en la diócesis de Fiésole se celebra el VII centenario del nacimiento de san Andrés Corsini, obispo de 1349 a 1374. En esta feliz ocasión deseo unirme a toda la comunidad diocesana, que da gracias al Señor por los beneficios con los que la ha enriquecido mediante el testimonio y la intercesión de este insigne copatrono suyo. Al saludar con afecto a usted, venerado hermano, y al pueblo cristiano confiado a su cuidado pastoral, quisiera aprovechar la ocasión para subrayar algunos aspectos de la poliédrica personalidad de un hijo tan ilustre de esa región.

En 1349, cuando Andrés Corsini, entonces provincial de la orden de los Carmelitas en Toscana, fue nombrado obispo de Fiésole, la fama de su caridad y de su piedad ya superaba el territorio de Florencia, donde había nacido el 30 de noviembre de 1301, en el seno de una de las más insignes familias y donde, a los 15 años, había vestido el hábito religioso en el convento del Carmen.
Ordenado presbítero, en los numerosos e importantes cargos desempeñados se distinguió por el fervor con que vivía el ideal carmelitano y por el empeño que prodigaba en la formación de los hermanos. El amor a Dios y al prójimo, que puso constantemente en el centro de su vida, brillaron con particular esplendor con ocasión de la terrible peste que asoló Florencia en 1348, cuando, juntamente con sus frailes, sirvió con heroica abnegación a los apestados.

2. En la bula de nombramiento a la sede de Fiésole, publicada en Aviñón el 13 de octubre de 1349, mi venerado predecesor Clemente VI subrayaba "el celo por la religión, la cultura y la pureza de la vida y de las costumbres, la habilidad en el gobierno de las almas" y "la circunspección en las cosas temporales y los demás méritos de numerosas virtudes" del elegido. Este, por su parte, confirmó enseguida estas apreciaciones favorables, aceptando el cargo con espíritu de fe y poniendo su misión en las manos de la Madre de Dios, a la que amaba tiernamente.

Los años que siguieron aportaron nuevas pruebas de las singulares virtudes del prelado. Eligió vivir en Fiésole, renunciando al cómodo palacio florentino, sede de sus predecesores a partir de 1225, y manifestó singular celo en la predicación, en la asiduidad a la oración, en la austeridad de vida, en la visita a las parroquias, en la abolición de los abusos y en la defensa de la libertad de la Iglesia contra los atropellos y las injerencias indebidas, así como acogiendo con caridad a los humildes y los desheredados que llamaban a la puerta de su casa.

3. San Andrés Corsini cuidó especialmente de sus sacerdotes, a los que pedía que vivieran de modo conforme a la santidad y a la responsabilidad de su estado. Para este fin, fundó una cofradía dedicada a la santísima Trinidad y, anticipando los decretos del concilio de Trento, emanó normas precisas acerca del reclutamiento y la preparación cultural y espiritual de los candidatos al presbiterado.

Fue llamado a desempeñar numerosos e importantes encargos al servicio de la Sede apostólica. Con ocasión de la legación a Bolonia del 1368, se mostró hombre de paz, capaz de arreglar las discordias, dirimir las disputas y aplacar los ánimos exacerbados por el odio. Se le reconocieron ampliamente estas dotes, que lo convirtieron en un apreciado servidor de la Iglesia, animado por una profunda espiritualidad.

La constante unión con Dios, rasgo dominante de su existencia, no impidió a san Andrés Corsini dedicarse con diligencia a la administración de los bienes eclesiásticos. Esto le permitió invertir ingentes sumas en la construcción y en la restauración de monasterios, iglesias y capillas, y sobre todo de la catedral y del palacio episcopal, que desde hacía siglos se encontraban en estado de abandono.

El santo obispo murió la noche de Epifanía de 1374. Sus restos, enterrados en la catedral de Fiésole, fueron trasladados sucesivamente a la basílica florentina del Carmen. Allí la familia Corsini hizo erigir en 1386 una espléndida capilla, no inferior a la que le dedicaría en 1734 Clemente XII, de su mismo linaje, en la basílica de San Juan de Letrán.

La fama de santidad que acompañó su vida, después de su muerte se difundió rápidamente en Italia y en Europa. El culto popular, que se desarrolló desde los primeros años del siglo XV, a través de los conventos carmelitanos, fue confirmado autorizadamente por el Papa Eugenio IV, que lo proclamó beato, y por el Pontífice florentino Urbano VIII, que lo declaró santo el 22 de abril de 1629.

4. A partir del 30 de noviembre de 2001 sus restos mortales serán acogidos en la catedral de Fiésole durante algunos días. Quiera Dios que esta "peregrinación", con la que se abren las celebraciones del centenario de su nacimiento, ofrezca a la entera comunidad diocesana la oportunidad de encontrarse con este gran santo para redescubrir su vocación y anunciar a los hermanos con nuevo ardor la buena nueva de que "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (
Jn 3,16).

386 Esa comunidad, sostenida y animada por el ejemplo y las enseñanzas del antiguo pastor, vislumbrando en los signos de santidad de san Andrés Corsini valiosas indicaciones para el presente, está llamada a un renovado impulso apostólico y a un fervor espiritual más intenso, como se ha subrayado también durante el reciente Sínodo diocesano.

Al considerar el ardiente celo que impulsó a san Andrés Corsini a consagrarse al crecimiento humano y espiritual del pueblo de Dios, está invitada a examinar, a la luz de la centralidad del Misterio eucarístico, la importancia de los ministerios ordenados para una fecunda vida litúrgica y un eficaz anuncio de la palabra de Dios, así como a destacar otras formas de servicio, que expresan su presencia en el territorio, su atención a los desafíos emergentes y su solicitud para con los alejados y los pobres.

5. La diócesis de Fiésole, siguiendo el ejemplo de su antiguo pastor, seguirá privilegiando la formación del clero y cuidará mucho que el seminario diocesano sea cada vez más adecuado a la preparación de los candidatos al sacerdocio, en el marco de una amplia y articulada pastoral vocacional, aspecto irrenunciable de toda auténtica programación eclesial.

¡Cómo no ver, además, en la acción paciente y generosa de san Andrés Corsini con vistas al arreglo de las disputas un aliciente a hacer de la búsqueda de la concordia y la justicia, así como de la promoción del diálogo entre diversas culturas, un distintivo constante de la vida cristiana!
Y ¿qué decir del impulso a administrar con sabiduría los bienes terrenos, y en particular los de la Iglesia, como ocasión para proveer a las exigencias pastorales y a las necesidades de los pobres, que acompañarán siempre la vida de la comunidad de los discípulos del Señor? (cf.
Jn 12,8).

6. Toda la vida de san Andrés Corsini testimonia que la nueva relación entre la Iglesia y la sociedad, en vez de alejar al creyente de las vicisitudes del mundo, lo impulsa a un anuncio valiente de Jesucristo para animar en sentido cristiano la convivencia civil.

Quiera Dios que las celebraciones jubilares del nacimiento del hijo de la noble familia Corsini, que se hizo pobre por amor a Cristo y, como obispo de Fiésole, se esforzó por modelar el corazón de sus contemporáneos según los ideales evangélicos, sean un estímulo para que los fieles de esa diócesis se conviertan en instrumentos activos y conscientes del progreso religioso y civil en su tierra.

Con estos deseos, los encomiendo a usted, venerado hermano, y a la entera comunidad diocesana a la celestial protección de san Andrés Corsini, y de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 30 de noviembre de 2001






A LOS OBISPOS DE HONDURAS


EN VISITA "AD LIMINA"


4 de diciembre de 2001



Queridos Hermanos en el Episcopado:

387 1. Me es grato recibiros hoy, con ocasión de la visita ad Limina, en la cual habéis tenido ocasión, una vez más, de peregrinar a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, y renovar vuestros vínculos de comunión con el Obispo de Roma y con la Iglesia universal. Además, es una ayuda para vivir la misión de guiar a la comunidad eclesial de Honduras, que tuve el gozo de visitar en 1983.

Agradezco cordialmente al Señor Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que me ha dirigido en nombre también de sus Hermanos Obispos, a los cuales saludo diciendo con el apóstol Pablo: "A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (
Rm 1,7). Asimismo, os ruego que trasmitáis mi afectuoso saludo a los miembros de cada comunidad eclesial de vuestro amado País.

Me siento muy unido a vosotros para compartir "el gozo y la esperanza, la tristeza y angustia" (Gaudium et spes GS 1) de los ciudadanos hondureños, teniendo presente aún el dolor y ansiedades ante la devastación causada por el huracán "Mitch" en octubre de 1998, y más recientemente la tormenta tropical "Michelle". Ante tales catástrofes tratasteis de aliviar los sufrimientos del pueblo, ya tan probado por la pobreza, y suscitar en él nuevas esperanzas. Espero, además, que los nuevos líderes políticos, elegidos recientemente, puedan continuar los trabajos de verdadera reconstrucción nacional, llevando al País a un auténtico desarrollo, respetando debidamente la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales.

2. Es también motivo de gozo y esperanza para la Iglesia en Honduras la próxima conmemoración de los 500 años de la Primera Misa celebrada en tierra firme del Continente. Esta efemérides ha de ser vivida como una oportunidad providencial para comenzar un nuevo camino lleno de iniciativas, recordando siempre las palabras del Señor: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28,20). En el pregón que habéis publicado para dicho acontecimiento, señaláis que "con los gratos recuerdos y las impresiones todavía frescas de los grandes eventos de espiritualidad del Gran Jubileo del Ano 2000, la Iglesia que peregrina en Honduras eleva su acción de gracias a Dios e invita con gran gozo a la Iglesia Universal a unirse con ella en las alabanzas al Dios Padre, que salva por la fe en su Hijo Jesucristo, constituido Señor de la Historia por el Espíritu Santo. A ello nos inspira y nos mueve la consideración de que nuestro territorio fuera escogido por Dios Providente para que el 14 de agosto del año 1502, el humilde fray Alejandro celebrara la Primera Misa en un lugar elevado y poblado de árboles que hoy conocemos con el nombre de Bahía de Trujillo" (V Centenario de la Primera Misa en el Continente Americano, Tegucigalpa, 3-1-2001). Ésta es una ocasión propicia para analizar la historia de la evangelización de esa tierra, que forma parte de la historia de vuestra Nación, lo cual ayudará a comprender la acción providencial del Señor y a mirar esperanzados hacia el futuro, a fortalecer la fe y a dar nuevo impulso a la vida eclesial en todos sus aspectos.

3. Como Pastores os preocupa seriamente la situación de persistente pobreza en Honduras, a pesar de poseer un territorio fértil en el que no escasean los recursos materiales. Esto hace pensar en la necesidad de mejorar el orden social, promoviendo una mayor justicia y unas estructuras que favorezcan una más equitativa distribución de los bienes y, sobre todo, evitar que unos pocos ciudadanos detenten tantos recursos en detrimento de la gran mayoría. Cuando se producen fenómenos como éste, a la penuria económica se añade el aislamiento de los más pobres que, encerrados en su propio mundo, pierden la esperanza de una sociedad mejor. Por eso el País sufre cuando los campesinos se sienten marginados, las etnias indígenas olvidadas y abandonados a su suerte los ciudadanos más necesitados de protección, como son los niños y los jóvenes.

Es urgente, pues, promover la justicia verdadera, ya que "no atender a dicha exigencia podría favorecer el surgir de una tentación de respuesta violenta por parte de las víctimas de la injusticia", es decir, "las poblaciones excluidas de la distribución equitativa de los bienes, destinados en origen a todos" (Sollicitudo rei socialis SRS 10). Quiero recordar a este respecto lo que dije en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America: "La Iglesia ha de estar atenta al clamor de los más necesitados. Escuchando su voz, la Iglesia debe vivir con los pobres y participar de sus dolores" (n. 58). A este respecto, se ha de promover la difusión del rico patrimonio de la Doctrina social de la Iglesia, con el cual los católicos pueden impulsar y favorecer iniciativas encaminadas a superar situaciones de pobreza y marginación que afectan a tantos. No se ha de olvidar que la preocupación por lo social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 41) y que "la promoción humana forma parte de la evangelización, pues ésta tiende a la liberación integral de la persona" (Discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 12-X-1992, 13).

Sin olvidar la contribución importante de la Iglesia en este campo, os invito una vez más, queridos Hermanos, a insistir en una opción preferencial por los pobres, no exclusiva ni excluyente, programando también actividades pastorales en las aldeas y zonas rurales. La gente pobre y marginada tiene derecho a sentir la cercanía especial de sus Pastores, recordando lo que dice el Salmista: "Dichoso el que cuida del débil y del pobre" (Sal 41/40, 2).

4. Un fenómeno no menos preocupante en nuestros días, y que también se percibe en Honduras, es una cierta desintegración familiar. Como ponéis de relieve en las Relaciones Quinquenales, hay numerosas familias que no viven según las normas cristianas. Cualesquiera que sean las circunstancias que llevan a esta situación problemática no podemos permanecer inermes ante ella. A este respecto, en la encíclica Evangelium vitae escribí: "Si es cierto que el «futuro de la humanidad se fragua en la familia», se debe reconocer que las actuales condiciones sociales, económicas y culturales hacen con frecuencia más ardua y difícil la misión de las familia al servicio de la vida. Para que pueda realizar su vocación de «santuario de la vida», como célula de una sociedad que ama y acoge la vida, es necesario y urgente que la familia misma sea ayudada y apoyada. [...] Por su parte, la Iglesia debe promover incansablemente una pastoral familiar que ayude a cada familia a redescubrir y vivir con alegría y valor su misión en relación con el Evangelio de la vida" (n. 94). Además, cuando los hogares se destruyen, se producen otras situaciones dramáticas como la de las madres solteras o abandonadas, que tienen que luchar por el sustento y educación de los hijos, y el problema de los niños solos en la calle, hechos ante los cuales la Iglesia y la sociedad no pueden permanecer insensibles.

Por todo ello, hay que sensibilizar todos los ámbitos disponibles, incluidos los medios de comunicación social, para fortalecer el matrimonio y la familia, y hacer frente a ciertas campañas o modas que atentan solapadamente contra la institución familiar y contra la vida misma.

5. De cara al futuro de la humanidad es de capital importancia atender a la educación apropiada para los niños y jóvenes. La sociedad hondureña ha de tener en cuenta que la educación, la cual es un derecho fundamental de cada persona, está en la base del desarrollo de los individuos y de la sociedad misma. Como ya escribí en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999: "¿cómo no preocuparse al ver que en algunas regiones más pobres del mundo las oportunidades de formación, especialmente por lo que se refiere a la instrucción primaria, están disminuyendo? [...]. Cuando se limitan las oportunidades formativas [...], se predisponen estructuras de discriminación que pueden influir negativamente sobre el desarrollo integral de la sociedad" (8). En el campo de la educación todos están interesados y hace falta un esfuerzo común. La contribución de la Iglesia en Honduras no puede limitarse a unos pocos colegios. A las escuelas católicas ha de añadirse el testimonio de los profesores y maestros cristianos con el fin de asegurar una formación adecuada de las futuras generaciones.

6. La espiritualidad de comunión, que "encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia" (Novo millennio ineunte NM 42), y es un "gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza" (ibíd., 43), ha de aplicarse con premura en las Iglesias particulares, siendo responsabilidad de sus Pastores el promover la concordia entre todos y, de modo muy especial, la unión de los sacerdotes entre sí y en torno a su Obispo. Por eso os invito encarecidamente a prodigar vuestra atención a quienes son vuestros principales colaboradores, sin escatimar esfuerzos ni contentarse con una labor de gestión y organización del clero. Hace falta cercanía, trato personal asiduo, cordialidad y aliento en la misión confiada a cada uno, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor que llama a sus ovejas "una por una" (Jn 10,3). En Honduras donde los sacerdotes tienen frecuentemente a su cuidado un gran número de feligreses, a veces distribuidos en regiones de difícil acceso, y donde un número relevante de ellos han dejado su tierra de origen para servir a las comunidades eclesiales hondureñas, los Obispos han de extremar su disponibilidad para acogerles, "considerándolos sus hijos y sus amigos" (Christus Dominus CD 16).

388 Estas consideraciones hacen resaltar lo acertado de la norma que prescribe la residencia personal del Obispo diocesano en su sede (cf. C.I.C., c. 395), así como la urgencia de su estricto cumplimiento. De este modo, además, se dará ejemplo para que los párrocos y demás cooperadores en el ministerio pastoral se entreguen de todo corazón a la porción de fieles que se les confían, tratando de que "florezca el sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical" (Sacrosanctum Concilium SC 42).

7. Otro ámbito en el que el espíritu de comunión ha de dar frutos abundantes en cada Iglesia particular es el de la Vida consagrada. Los diversos Institutos y Sociedades son portadores de sus propios carismas y han de conservar fielmente su espíritu fundacional, pero teniendo en cuenta también que se trata de "una gracia que no concierne sólo a un Instituto, sino que incumbe y beneficia a toda la Iglesia" (Vita consecrata VC 49). En vuestra patria, donde los consagrados y consagradas desempeñan un papel importante en las tareas evangelizadoras, es necesario que este tipo de vida "sea más estimada y promovida por Obispos, sacerdotes y comunidades cristianas" (Ecclesia in America ), integrándose a la vez plenamente en la Iglesia particular a la que pertenece (cf. ibíd.). Por eso los Pastores, al coordinar los diversos esfuerzos e iniciativas, no solamente se han de proponer una mayor eficacia en la acción pastoral, sino un crecimiento más armónico de la comunidad eclesial, en la cual hay diversidad de carismas y ministerios, pero uno sólo es el Señor y "es el mismo Dios que obra en todos" (1Co 12,6).

8. Si bien se constata con esperanza un ligero incremento en el número de seminaristas en Honduras, sigue siendo urgente un generoso esfuerzo en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración. Para ello, además de rogar con insistencia al Señor que "envíe obreros a su mies" (Mt 9,38) y procurar que la vida ejemplar de sacerdotes y personas consagradas atraigan a las nuevas generaciones, es preciso intensificar una eficaz pastoral de las vocaciones. (cf. Novo millennio ineunte NM 46).

A la pastoral de las vocaciones le corresponde la apasionante tarea de suscitar inquietudes profundas en el corazón de los jóvenes y de prepararles a acoger con generosidad la invitación del Señor: "ven, y sígueme" (Mt 19,21). No se debe eludir esta propuesta de manera explícita y directa. Pero no se ha de olvidar que la primera respuesta a la vocación es sólo el comienzo de un camino. En efecto, cada vez se percibe mejor la importancia decisiva que tiene para la Iglesia un esmerado discernimiento de las vocaciones y una seria formación espiritual, humana, teológica y cultural de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. En ningún caso la escasez de vocaciones ha de llevar a un descuido en el examen de su idoneidad, la cual, dadas las circunstancias sociales y culturales de nuestro tiempo, ha de ser aún más exigente, si cabe, que en el pasado.

9. La participación de los laicos en la vida eclesial hondureña merece un reconocimiento especial. Estoy pensando en los numerosos agentes de pastoral y en los Delegados de la Palabra de Dios, escogidos y encargados para celebraciones apropiadas los domingos, en lugares en donde el sacerdote no puede hacerse presente para celebrar la Eucaristía. No se han de olvidar tampoco los diversos Movimientos eclesiales que con su carisma propio enriquecen la vida del Pueblo de Dios. Sin duda los servicios que los fieles laicos ofrecen a la Iglesia son muy valiosos. No obstante, se ha de evitar el error de pensar que pueden sustituir a los ministros ordenados cuando éstos faltan. A los mencionados agentes de pastoral se les ha de facilitar una sólida preparación teológica en la espiritualidad de la comunión, poniendo de relieve la diferencia entre el servicio eclesial de los fieles laicos y los ministerios propios y exclusivos del Orden sagrado (cf. Lumen gentium LG 10 Christifideles laici CL 22).

A los laicos comprometidos se les ha de invitar a que colaboren de manera activa y responsable en la catequesis para la primera Comunión y para la Confirmación, así como también en la preparación de los novios para el sacramento del Matrimonio. Es primordial que las parroquias ofrezcan una educación sistemática en la fe católica, que no se limite a una preparación superficial para recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana. Todo fiel tiene derecho a recibir por parte de la Iglesia una formación profunda en la fe católica, apropiada a su edad y condición, para así crecer en la fe. Además, las carencias que se producen en este campo pueden ser una de las causas por la que muchos fieles se alejan y se pasan a las sectas.

10. Queridos Hermanos, como ya propuse en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, caminemos de nuevo desde Cristo, contemplando siempre su rostro, haciéndonos testigos de su amor para remar mar adentro. En nuestro caminar esperanzado busquemos estar más y más con Él, para ser enviados de nuevo a anunciar su mensaje salvífico a todos nuestros hermanos y hermanas.

Sobre cada uno de vosotros imploro la constante protección de la Virgen de Suyapa, para que os acompañe en estos nuevos retos pastorales. Y también encomiendo a vuestros sacerdotes, a los consagrados y consagradas, así como a todos los hijos e hijas de Honduras, a la vez que os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.








Discursos 2001 379