Discursos 2001 406

406 3. La Iglesia caldea que está en Irak atraviesa ahora un período difícil y las causas de esta crisis son múltiples, tanto en su seno como en el exterior. Pero, ¿no es precisamente en los tiempos de crisis cuando los obispos debemos "oír lo que el Espíritu dice a las Iglesias"? (Ap 2,7).

Queridos hermanos, os manifiesto una vez más mi compasión por vuestras comunidades que están en Irak, probadas como toda la población del país, que desde hace muchos años sufre el rigor del embargo que se le ha impuesto. Pido al Señor que ilumine la mente y el corazón de los responsables de las naciones, para que se esfuercen por restablecer una paz justa y duradera en esa región del mundo, y para que cesen todos los atentados contra la seguridad de las personas y contra el bien de los pueblos. El día de ayuno al que he invitado a todos los fieles católicos será una ocasión propicia para que toda la Iglesia, experimentando la privación de alimentos, esté en relación más estrecha con los hombres que sufren. Ese día pediremos a Dios que asista a vuestro pueblo y abra el corazón de los hombres a los sufrimientos causados injustamente a tantos hermanos suyos.

4. A lo largo de los dos mil años transcurridos, el Señor no ha dejado de amar y proteger a vuestra Iglesia, permaneciendo fiel a su promesa: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). En cierto modo, esta fidelidad amorosa del Señor hacia los suyos es el espejo en el que los obispos pueden discernir su propia fidelidad, como mostró la reciente Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, subrayando que estaban llamados a vivir la santidad "en el ejercicio de su ministerio apostólico, con la humildad y la fuerza del buen pastor" (Mensaje de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, n. 14: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de noviembre de 2001, p. 9). Como ya he tenido ocasión de afirmar, el ministerio episcopal "no se ejerce bajo el signo del triunfalismo; más bien está marcado por la cruz de Cristo" (Discurso a los obispos nombrados desde el 1 de enero de 2000, 5 de julio de 2001, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de julio de 2001, p. 8), que os convierte en servidores de vuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de aquel que fue el Servidor de todos. En vuestras Relaciones quinquenales, el obispo aparece como el servidor de la unidad cuando se esmera por sostener a los sacerdotes, sus colaboradores en el ejercicio del ministerio apostólico, y los reúne en un mismo dinamismo misionero, arraigado siempre en la fraternidad sacramental, es decir, en la comunión más profunda del misterio de Cristo. Juntamente con ellos, el obispo se preocupa porque todos los fieles, según sus carismas propios, sigan las orientaciones pastorales que da a su Iglesia, para que cumpla su misión principal, que consiste en anunciar el Evangelio. El obispo es también servidor de la unidad cuando, con sus hermanos en el episcopado de una misma región o de un mismo rito, o de ritos diferentes, se esfuerza por impulsar colaboraciones y discernir los signos de los tiempos. El patriarca y los obispos, al ser los pastores de la grey, preocupándose por residir regularmente en su diócesis, como lo recuerda oportunamente el Código de cánones de las Iglesias orientales (cc. 93 y 204), dan un testimonio a todo el pueblo, cumpliendo con prudencia y equidad la misión que se les ha confiado y poniendo sumo cuidado en llevar una vida conforme a su ministerio.

5. Con razón vuestra Iglesia se siente orgullosa de sus sacerdotes, sus religiosos y sus fieles: son su fuerza viva en la prueba, y es conveniente no desanimarlos. Quiero dar las gracias ante todo a los sacerdotes. Transmitidles el saludo afectuoso del Papa, que les agradece todo lo que realizan en su ministerio. Viven en medio de sus hermanos, en condiciones a veces muy difíciles, para anunciarles la buena nueva de la salvación, celebrar los sacramentos de la nueva Alianza y guiarlos a través de las vicisitudes del tiempo presente hasta la patria celestial. Están particularmente atentos a la situación de los jóvenes, sosteniendo su esperanza cristiana y ayudándoles a insertarse en la sociedad. También están cercanos a quienes han dejado su país de origen y viven en condiciones precarias como refugiados o inmigrantes. Ojalá que prosigan con valentía su labor apostólica, sin cansarse de hacer el bien (cf. 2Th 3,13).

En muchas de vuestras diócesis, hay jóvenes que quieren ser sacerdotes. Es un signo de la vitalidad espiritual de las comunidades en las que crecen. Insisto en la oportunidad y la responsabilidad que representan para vosotros, los obispos, estas vocaciones de jóvenes, y en la necesidad de acompañarlos con discernimiento hasta la ordenación. El seminario patriarcal interritual, que se encuentra en Bagdad, debe ser una preocupación importante de vuestro ministerio episcopal. Conviene que esté animado por un equipo de sacerdotes competentes y estimados, capaces de transmitir a los seminaristas el depósito de la fe y abrirlos a la comprensión y a la contemplación del misterio cristiano. El hecho de que en el seminario se formen seminaristas de diferentes ritos es esperanzador para el futuro de la Iglesia, pues permite a los futuros sacerdotes profundizar más su tradición propia, acogiendo con estima y benevolencia la de los otros ritos, con vistas a las colaboraciones necesarias, y abrirse también a las posibles cooperaciones con los fieles de las demás Iglesias y comunidades eclesiales.

Hay que dar gracias de igual modo a los religiosos y a las religiosas, que aportan su valiosa colaboración a la vida de vuestras diócesis. Con una gran cercanía pastoral al pueblo, testimonian valientemente los valores evangélicos, según sus votos religiosos, y dan prueba de una gran disponibilidad al servicio de la misión, colaborando con los sacerdotes diocesanos. Comprometidos frecuentemente en el servicio de la educación de los niños y los jóvenes, así como en la asistencia a los enfermos y los pobres, son testigos de la ternura de Dios hacia un pueblo que sufre.

6. Los fieles tienen sed de la palabra de Dios, pero también de una sólida formación doctrinal y espiritual para crecer en la experiencia de Dios y encontrar fuerza y aliento, a fin de ser verdaderos testigos del Evangelio en la vida diaria, familiar, profesional y social. Os invito a desarrollar dondequiera que sea posible programas de formación de los laicos que respondan a estas expectativas. Así, los laicos podrán participar, de manera específica y original, con el testimonio de su vida y el anuncio de Cristo Salvador, en la obra de la nueva evangelización, manifestando respeto y voluntad de diálogo con los creyentes de las demás religiones, en medio de los cuales viven.

7. Queridos hermanos, acabáis de celebrar aquí, en Roma, un Sínodo de vuestra Iglesia patriarcal, y doy gracias por este trabajo fraterno que os proporciona un apoyo mutuo, os ayuda a considerar juntos las necesidades de la Iglesia y a valorar los progresos comunes, para proseguir con valentía la necesaria renovación de vuestras comunidades, según el espíritu de su gran tradición y con fidelidad al concilio ecuménico Vaticano II.

Os pido que estéis particularmente atentos a las estructuras de comunión en el seno de vuestra Iglesia patriarcal. En una Iglesia oriental católica, la Asamblea sinodal es uno de los lugares privilegiados de la comunión fraterna, que seguirá siendo siempre la fuente de vuestra eficacia apostólica, según el mandamiento del Señor: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). En nombre del Señor, os exhorto a superar cualquier espíritu partidista, para unir cada vez más vuestras fuerzas. Que todo se supere con sinceridad fraterna, para que busquéis siempre la voluntad del Señor y para que el interés personal no ensombrezca el servicio pastoral que se os ha encomendado. El patriarca es "padre y cabeza" de vuestra Iglesia. Por eso mismo, tiene el deber de dar ejemplo y favorecer la comunión en el seno del episcopado, llamado a trabajar por el bien de todos. Pido al Espíritu Santo que consolide entre vosotros un clima verdaderamente fraterno y confiado, para superar las dificultades actuales.
Deseo vivamente que, desde esta misma perspectiva, deis nuevo impulso al trabajo de la Reunión interritual de los obispos de Irak, que debe convocarse a intervalos regulares para proseguir un trabajo común, real y eficaz, al servicio de la evangelización.

Os animo a mantener buenas relaciones con nuestros hermanos cristianos de otras confesiones, esmerándoos por suscitar nuevas iniciativas de oración y testimonio comunes, e invoco con ardor sobre todos los discípulos de Cristo el don de la unidad, por la que el Señor pidió tanto. Sé que mantenéis buenas relaciones con las demás autoridades religiosas de vuestro país. Consciente de la importancia que reviste hoy el diálogo interreligioso, al servicio de la comprensión y la paz entre todos los hombres, y con el espíritu de la invitación que he hecho recientemente a todos los responsables de las religiones del mundo para reunirse una vez más en Asís, proseguid con todos este diálogo de la vida diaria.

407 8. Debéis afrontar concretamente la urgencia pastoral de vuestros fieles en situación de diáspora. Sé que experimentáis como una grave dificultad el fenómeno de la emigración, pues empobrece a las comunidades locales y pone a las personas en situación de desarraigo; ese fenómeno se ve más acentuado aún por las sanciones económicas contra Irak. Sólo colegialmente podéis afrontar este drama, con la convicción de que el futuro de la Iglesia caldea depende también de la diáspora. Estad seguros de que la Santa Sede y las Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo os ayudarán a afrontar las necesidades pastorales de la diáspora, a la cual os corresponde asegurar el necesario acompañamiento pastoral.

9. Beatitud, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, llevad a todos los fieles de la Iglesia caldea de vuestras diócesis el saludo cordial del Sucesor de Pedro, y transmitid mi aliento afectuoso a los sacerdotes y a los diáconos, así como a los religiosos y a las religiosas, todos tan entregados al servicio de sus hermanos. Que la protección materna de la Virgen María, a quien acabamos de celebrar en su Inmaculada Concepción, os acompañe cada día en vuestra misión. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.





ENCUENTRO SOBRE EL "FUTURO DE LOS CRISTIANOS EN TIERRA SANTA

ALOCUCIÓN DE JUAN PABLO II

Jueves 13 de diciembre de 2001

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Como ya se os ha anticipado en la carta de invitación, este encuentro quiere reafirmar, una vez más, el interés y la preocupación con que la Santa Sede sigue la situación en Tierra Santa, compartiendo, a través de una particular cercanía espiritual, el drama de aquellas poblaciones, desde hace mucho tiempo duramente probadas por actos de violencia y discriminación. Quiere, además, testimoniar la solicitud de toda la Iglesia por los cristianos que están en Tierra Santa, en particular por la comunidad católica, manifestar el compromiso común por la continuidad de su presencia milenaria en aquella región y dar su contribución a la justicia y la reconciliación entre cuantos tienen las raíces de su fe en aquellos lugares.

Por desgracia, nos encontramos reunidos en un momento que no dudo en definir "dramático", tanto para las poblaciones que viven en aquellas queridas regiones como para nuestros hermanos en la fe. En efecto, estos parecen agobiados por el peso de dos extremismos diversos que, independientemente de las razones que los alimentan, están desfigurando el rostro de la Tierra Santa.

Con ocasión del inicio del gran jubileo del año 2000, los patriarcas y los responsables de las comunidades cristianas de Tierra Santa dirigieron a sus fieles y a los cristianos del mundo entero un mensaje de fe, esperanza y caridad; un mensaje espiritual que, desde la gruta de Belén, invitaba con valentía y determinación a todos los habitantes de Tierra Santa y del mundo entero a vivir en un clima de justicia y paz.

Nos hubiera gustado que ese mensaje hubiera sido escuchado y encarnado rápidamente. Nos hubiera gustado que ya no hubiera habido necesidad de repetirlo. Hubiéramos querido ver a nuestros hermanos judíos y musulmanes caminando juntamente con nosotros en un pacto solidario de amor para devolver a la Tierra Santa su verdadero rostro de "encrucijada de paz" y "tierra de paz".

A vosotros, queridos hermanos en el episcopado de Tierra Santa, os corresponde la gravosa tarea de seguir siendo testigos de la presencia del amor de Dios en aquellas tierras y heraldos de su mensaje en ambientes de mayoría musulmana o judía.

En vuestro mensaje con ocasión del inicio del Año jubilar (4 de diciembre de 1999), al subrayar que vuestra vocación consiste en "ser cristianos en Tierra Santa y no en otro país del mundo", invitasteis a todos a no amedrentarse y a no perder la esperanza ante las dificultades: "Frente a cualquier problema -se lee en vuestro conmovedor mensaje- permanezcamos firmes con la fuerza del Espíritu de Dios y la de su amor (...). El camino al tercer milenio exige de nosotros una reflexión profunda y una mayor conciencia de nuestra identidad y de nuestra misión, a fin de aceptar lo que Dios quiere para nosotros hoy y mañana en nuestra Tierra Santa".

También hoy, como hice durante mi encuentro con vosotros en Ammán, el 21 de marzo de 2000, os invito a tener confianza en el Señor, a permanecer unidos a él en la oración, para que él, vuestra luz, os ayude a guiar la grey que se os ha confiado.

408 La presencia, aquí entre nosotros, de algunos hermanos en representación del Episcopado del mundo entero, testimonia que en vuestra difícil tarea no estáis solos: la Iglesia entera está con vosotros. Toda la Iglesia comparte vuestras preocupaciones, sostiene vuestros esfuerzos diarios, está cercana a los sufrimientos de vuestros fieles y, a través de la oración, mantiene viva la esperanza. Sí, toda la Iglesia, en este tiempo de Adviento, grita: "Ven, Señor, visítanos con tu paz y nos alegraremos en tu presencia".






A LOS ARTISTAS DEL CONCIERTO DE NAVIDAD


Viernes 14 de diciembre de 2001



Gentiles señoras e ilustres señores:

1. También este año me alegra recibir vuestra grata visita. Este encuentro cordial me brinda la oportunidad de expresaros a cada uno mi profunda satisfacción por la realización del ya tradicional concierto de Navidad en el Vaticano. Se trata de una significativa manifestación artística y musical, que se ha convertido en una cita esperada y familiar, y que se inserta bien entre las diversas iniciativas organizadas en nuestra ciudad de Roma con ocasión de la santa Navidad.
Espero que vuestro concierto navideño tenga pleno éxito, y deseo que brinde alegría, serenidad y paz a cuantos asistan.

2. Las fiestas navideñas evocan sentimientos de solidaridad y atención al prójimo, y vosotros, muy oportunamente, al idear este concierto habéis querido asignarle una finalidad benéfica y espiritual muy precisa. En efecto, queréis recordar a la opinión pública una necesidad muy sentida en la comunidad cristiana de la ciudad: la falta de iglesias y lugares de culto, especialmente en algunos barrios de la periferia.

Con vuestra manifestación deseáis recoger fondos para financiar concretamente proyectos de iglesias y locales adecuados de acogida. También gracias a vosotros, los fieles podrán expresar mejor su fe, contando con instalaciones idóneas para sus reuniones de oración y catequesis y para las demás actividades pastorales y sociales.

3. Gentiles señoras e ilustres señores, vuestro concierto, como todos los años, vuelve a proponer cantos antiguos y modernos, inspirados en gran parte en la gran solemnidad cristiana de la Navidad.

La Navidad es recuerdo gozoso de lo que se realizó una noche hace dos mil años y que sigue suscitando en los creyentes emoción y admiración. Dios se hizo niño para estar más cerca del hombre de todos los tiempos, demostrándole su infinita ternura. Ojalá que esta gran fiesta cristiana sea ocasión propicia para que todos descubran y experimenten el gran amor de Dios al hombre, a todo hombre y a todos los hombres.

Felicito cordialmente a los organizadores y a los promotores, a los artistas y a los gratos huéspedes, así como a cuantos, mediante la televisión, asistan a este concierto navideño.

Confirmo estos deseos con una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.






AL SENADO ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD


"CARDENAL STEFAN WYSZYNSKI" DE VARSOVIA


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Sábado 15 de diciembre de 2001

Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros, y os agradezco la benevolencia que me habéis mostrado al conferirme el título de doctor honoris causa de vuestra Universidad. Lo acepto con gratitud, en consideración del cordial recuerdo del Primado del milenio, cuyo nombre lleva vuestro Ateneo, especialmente porque este año, con ocasión del centenario de su nacimiento, se reavivan de modo particular los recuerdos de este gran pastor y estadista. Acepto este título también por la esperanza que albergo, a saber, que la Universidad dedicada al cardenal Stefan Wyszynski, cuya historia es breve, pero sus raíces antiguas, se desarrolle en todos sus aspectos y se convierta en un centro científico y cultural cada vez más dinámico y más importante en Polonia.

Antes de compartir con vosotros la reflexión que nace en mi mente con ocasión de este día quiero saludar al señor cardenal primado, gran canciller de la Universidad, y al rector magnífico. Les agradezco las palabras que me han dirigido. Con un cordial saludo os abrazo también a vosotros: al senado, a los profesores, al personal docente y administrativo, a los estudiantes, a las personas que os acompañan y al coro. Os agradezco vuestra presencia y vuestra cercanía espiritual.

La definición del cardenal Stefan Wyszynski como gran pastor se suele asociar a la obra de preparación de la Iglesia en Polonia para entrar en el nuevo milenio del cristianismo. En cambio, cuando hablamos de él como estadista, normalmente nos viene a la memoria su firme actitud frente al ateísmo comunista, frente al totalitarismo: gracias a esta actitud la Iglesia, en condiciones de dura prueba, logró mantener su posición en la nación y la justa dirección de su desarrollo interno. Al parecer, este modo de ver su persona, aunque sea justo desde todos los puntos de vista, requiere hoy una cierta profundización. Es preciso subrayar el hecho, raramente puesto de relieve, de que el cardenal Wyszynski, como pastor y como estadista, acentuaba el papel de la cultura, entendida en sentido amplio, en la formación del rostro espiritual de la Iglesia y de la nación.Más aún, no separaba jamás estos dos campos en la influencia ejercida por la cultura. Esta cuestión debía interesarle mucho, porque en 1966, el año del milenio, afirmó: "Los estudios sobre nuestro pasado cultural, a causa del trabajo de la Iglesia y de la inspiración que la Iglesia da al arte y a todo tipo de creatividad, están siempre abiertos y son recomendables. El actual empobrecimiento del pensamiento (...) muestra una decadencia de la cultura, experimentada como consecuencia del abandono de las inspiraciones religiosas" (Varsovia, 23 de junio de 1966).

El pasado cultural, el patrimonio del esfuerzo creativo del pensamiento y de las manos de generaciones animadas por el espíritu de fe arraigado en el Evangelio es el fundamento de la identidad de la nación polaca. El Primado del milenio destacaba justamente la necesidad de estudiar este patrimonio, de conocer los fundamentos que mil años antes fueron puestos bajo la inspiración que de generación en generación lleva consigo la comunidad de la Iglesia, unida en torno a Cristo, impulsada por el Espíritu Santo, en camino hacia la casa del Padre. ¿No es esta la tarea primaria de las universidades? Más aún, ¿no es esta la tarea principal de una universidad que lleva el nombre del Primado del milenio? Del mismo modo que la sede primada de Gniezno salvaguarda la tradición religiosa de san Adalberto, así también vuestra Universidad debe salvaguardar el patrimonio cultural que tiene su fuente en esa tradición. Sed fieles a la llamada del cardenal Stefan Wyszynski a impulsar la cultura.

Recientemente he hablado en varias ocasiones a los representantes de los centros universitarios polacos sobre la urgente necesidad no sólo de formar intelectualmente a la generación joven, sino también de inculcar en ella el espíritu de un sano patriotismo, que consiste precisamente en un descubrimiento incesante de las raíces de su identidad humana, nacional y religiosa, y en un esfuerzo por participar en la creación de ese patrimonio, del que nace la realidad actual. La conciencia de saber quiénes son y la capacidad de asumir su responsabilidad por lo que son permitirá a las generaciones sucesivas de jóvenes polacos recurrir con gran apertura, pero sin un sentido de extravío, al rico patrimonio de la cultura europea y mundial. Les permitirá discernir los auténticos y perennes valores del espíritu humano, distinguiéndolos de los fugaces sucedáneos del bien, que cobran forma en el imperativo cultural de hoy.

En los tiempos del cardenal Wyszynski se debía subrayar la importancia de la cultura y de la ciencia con vistas a la supervivencia de la nación frente a los peligros del totalitarismo. Al parecer, hoy, continuando esa obra frente a las demás amenazas surgidas en el nuevo siglo, hay que ir más allá. Observamos el proceso de unificación de los países de Europa y de la globalización de numerosos sectores de la vida en el mundo. Este proceso no puede realizarse sin tomar en consideración las tradiciones espirituales y culturales de las naciones. Por tanto, es necesario hacer que se lleve a cabo con una participación positiva y creativa de las personas y de los ambientes responsables en la cultura, la conservación y el desarrollo de su herencia secular.

Hace algunos días dije a los estudiantes reunidos en la basílica de San Pedro: "Europa necesita una nueva vitalidad intelectual. Una vitalidad que proponga proyectos de vida austera, capaz de compromiso y sacrificio, sencilla en sus aspiraciones legítimas, clara en sus realizaciones y transparente en sus comportamientos. Es necesario una nueva valentía del pensamiento, libre y creativo, dispuesto a aceptar, desde la perspectiva de la fe, las exigencias y los desafíos que surgen de la vida, para mostrar con claridad las verdades últimas del hombre. (...) Sois como un símbolo de la Europa que debéis construir juntos" (Homilía durante la santa misa con los universitarios, 11 de diciembre de 2001, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 2001, p. 8). Hoy os renuevo estas palabras a vosotros, a los representantes de la universidad "Cardenal Stefan Wyszynski", esperando que, mediante el honrado compromiso científico de los profesores y los alumnos, no sólo contribuya a formar el rostro espiritual de Polonia, sino también el de toda Europa. Es una gran tarea -podría parecer incluso demasiado grande-, pero es una misión a la que está llamada toda institución científica europea que se inspire en la tradición cristiana. Aceptad con confianza esta llamada. La juventud de vuestra institución puede ser vuestra fuerza, la fuente de nuevas energías que brotan de un modo nuevo de afrontar los problemas que los ambientes científicos tienen planteados desde hace siglos. Aprovechad las posibilidades que derivan de la juventud, de la juventud de la institución y de la juventud del espíritu. De vuestra juventud.

Este es también mi deseo para toda la universidad "Cardenal Stefan Wyszynski": que se desarrolle y tenga gran vitalidad y creatividad; que se inserte con fuerza en el futuro de Polonia y de Europa, modelando su perfil espiritual y conservando toda la riqueza del patrimonio cristiano. Que la bendición divina acompañe vuestro trabajo creativo y educativo.

Quiero saludar también a los representantes de la juventud de Varsovia, que me han traído un regalo singular: la foto de los ocho mil participantes en el encuentro de oración que se celebró el 22 de septiembre en los Campos de Wilanów. Os agradezco cordialmente este gesto de recuerdo y benevolencia y, sobre todo, el don de vuestra oración. Os bendigo de corazón a vosotros y a todos los jóvenes de Varsovia y de Polonia.

El cardenal primado me pidió que, con ocasión de nuestro encuentro, bendijera la copia de la imagen de la Virgen de Czestochowa que seguirá la peregrinación por las parroquias de las diócesis de Polonia. Lo hago de buen grado. Sé cuánto bien espiritual produce. Es una referencia particularmente fecunda a la obra del milenio realizada por el cardenal Wyszynski. Bendigo de corazón a todos los que ante esta imagen pidan ser confirmados en la fe, en la esperanza y en la caridad. Que la protección de la Señora de Jasna Góra os acompañe a vosotros y a todos mis compatriotas en Polonia. ¡Que Dios os bendiga!





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA DELEGACIÓN DE RUMANÍA


EN LA ENTREGA DEL ÁRBOL


PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO


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Lunes 17 de diciembre de 2001



Señor presidente;
distinguidas autoridades civiles y académicas;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros a todos vosotros, que habéis venido a entregarme el regalo del árbol de Navidad, que este año proviene de los montes Cárpatos orientales, corazón de la hermosa y amada Rumanía. ¡Gracias por este significativo gesto, que me conmueve! ¡Gracias también por los otros árboles navideños, destinados a adornar varios lugares del Vaticano!

Vuestra presencia me trae a la memoria los días intensos que tuve la alegría de pasar en vuestra amada tierra, con ocasión de mi inolvidable visita apostólica de hace dos años. Recuerdo con gran emoción el encuentro con el patriarca Teoctist y la Iglesia ortodoxa rumana; asimismo, recuerdo con afecto al venerado cardenal Alexandru Todea y la fervorosa comunidad católica. Aprovecho de buen grado esta oportunidad para renovar a todo el pueblo rumano la expresión de mi gratitud por la exquisita hospitalidad que me brindaron en aquella oportunidad.

Señor presidente, a la vez que le agradezco su amable presencia y los cordiales sentimientos que me ha manifestado en nombre de todos, deseo subrayar la activa presencia de Rumanía, durante el año que está a punto de terminar, en la presidencia de la Organización para la seguridad y la cooperación en Europa. Entre las decisiones tomadas con la colaboración de vuestro país, me agrada citar las relativas al tema de los valores espirituales y de la libertad religiosa. Que Dios siga bendiciendo los esfuerzos de la nación rumana, para que no deje de desempeñar fielmente su misión de "puente" entre las diversas tradiciones culturales y religiosas europeas, favoreciendo así la paz y la comprensión entre los hombres.

Os deseo de modo especial a vosotros, venerados hermanos en el episcopado, y a toda la comunidad cristiana, que testimoniéis con coherencia los valores espirituales de la vida, el amor y la paz que la Navidad de Cristo difunde en el mundo. Que la Navidad os dé a vosotros, aquí presentes, y a todos los rumanos la alegría y la paz que nos trajo Jesús al nacer de la Virgen María.

A todos deseo felices fiestas de Navidad y de fin de año.

Con este deseo, os bendigo de corazón a todos.






AL NUEVO EMBAJADOR DE BULGARIA


ANTE LA SANTA SEDE


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Viernes 21 de diciembre de 2001

Señor embajador:

1. Me alegra acoger a su excelencia con motivo de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Bulgaria ante la Santa Sede. Le agradezco sus cordiales palabras y le ruego que agradezca al señor presidente de la República sus amables felicitaciones, asegurándole mis mejores deseos para su persona y para el pueblo búlgaro.

2. Como usted ha destacado, aunque las relaciones diplomáticas entre Bulgaria y la Santa Sede se han restablecido recientemente, los vínculos entre la Iglesia católica y el pueblo búlgaro se remontan al primer milenio de nuestra era, a la época de la conversión de la Europa oriental a la fe cristiana, bajo el impulso decisivo de los hermanos Cirilo y Metodio. Al traducir la Biblia a la lengua local y al adaptar la liturgia bizantina y el derecho, sembraron verdaderamente la buena nueva en la tierra eslava y dieron vida a una cultura original, alimentada en la tradición cristiana, que hoy es reconocida por todos los pueblos eslavos como una matriz de su identidad. En una época en la que Europa sufría profundas divisiones debido a las rivalidades políticas de los dos imperios bizantino y carolingio, y en la que la Iglesia misma experimentaba la desunión, trabajaron como celosos servidores de la unidad en la Iglesia, pero también en favor de Europa, de la que han llegado a ser, juntamente con san Benito, patronos celestiales.

3. Su ejemplo nos indica el camino que conviene seguir hoy, es decir, el diálogo entre las culturas y entre los pueblos, que lleva a respetar a cada uno en su identidad y en sus riquezas, pero también a abrirlo, por encima de todo nacionalismo estrecho, al conocimiento y al reconocimiento del otro. Es un camino de paz ejemplar, que exige renunciar a los medios de poder y a toda voluntad de dominio, para trabajar juntos por el bien común. Es también un camino de verdad, que a menudo exige reconocer las faltas cometidas en el pasado los unos contra los otros. Es igualmente un camino de justicia, que exige reparar los perjuicios y los daños causados a los demás y velar por el respeto de los derechos y deberes de cada uno.

El mundo actual, tentado de nuevo por los enfrentamientos y la violencia ciega del terrorismo, tiene una gran necesidad de oír la voz de hombres de diálogo y de constructores de paz, y yo deseo ardientemente que esto suceda el próximo 24 de enero, cuando se reúnan en Asís, para una jornada de oración por la paz, los responsables religiosos del mundo entero. Me alegra igualmente saber que su nación, cuya situación original de puente entre la Europa del este y la del sur la convierte en cierto modo en una tierra de encuentro y tolerancia, se siente llamada a trabajar, en el concierto de las naciones y particularmente en el continente europeo, en favor de la paz y de la cooperación entre los pueblos.

4. Señor embajador, usted ha querido rendir homenaje a la actividad apostólica de dos apóstoles del siglo pasado: monseñor Angelo Roncalli, que fue visitador apostólico y después delegado apostólico en Sofía durante muchos años antes de llegar a ser mi venerado predecesor el beato Papa Juan XXIII, y monseñor Eugenio Bossilkov, obispo y mártir de la fe, también él beato. Se lo agradezco sinceramente. En ellos su nación reconoce a verdaderos servidores del Evangelio para el pueblo búlgaro, y usted honra la acción de la Iglesia en dos dimensiones esenciales de su misión, a saber, el ejercicio de la caridad y la defensa de la libertad religiosa. Permítame asegurarle la firme y constante voluntad de la Iglesia católica de trabajar siempre, siguiendo el ejemplo de estos dos testigos, por el bien de los pueblos, comunicándoles su única riqueza: la palabra de Dios, que quiere fecundar y alimentar las culturas. Deseo que la nueva ley sobre la libertad religiosa permita a la Iglesia católica, así como a las demás religiones reconocidas, ejercer libremente y sin restricciones su misión espiritual en su país, según los derechos y los deberes garantizados por la ley. Con este espíritu, espero que los diferentes servicios administrativos competentes sigan favoreciendo todas las iniciativas, permitiendo a los fieles disponer de los medios necesarios para el ejercicio de la libertad de culto.

5. Me alegra poder saludar, en esta ocasión y por medio de su persona, a la comunidad católica de diferentes ritos que vive en Bulgaria. Ciertamente es poco numerosa, en un país de mayoría ortodoxa, pero es muy vital y desea mantener buenas relaciones con todas las tradiciones religiosas presentes en el país. Saludo cordialmente a sus obispos y sacerdotes, así como a los religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos, dando gracias a Dios por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia católica. Sé que participan activamente en la construcción común, ocupando su lugar en el seno de la sociedad y contribuyendo al desarrollo del país. Cuentan con el apoyo del Sucesor de Pedro en su voluntad de servir y testimoniar su fe. Saludo igualmente con respeto, estima y afecto fraterno a nuestros hermanos de la Iglesia ortodoxa búlgara, y deseo que se multipliquen entre nosotros, y a los ojos del mundo, las ocasiones de manifestar nuestra fraternidad espiritual en Cristo.

Todos los años, en el mes de mayo, una delegación de su país visita al Obispo de Roma con ocasión de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, expresando así su devoción a estas dos grandes figuras espirituales, pero también su deseo de desarrollar, a ejemplo de ellos, vínculos de fraternidad y paz. Por mi parte, espero vivamente poder devolver esta visita al querido pueblo búlgaro, yendo próximamente a su país, para encontrarme con las autoridades civiles, reunirme con los responsables religiosos, en particular los de la Iglesia católica y los de la Iglesia ortodoxa, y manifestar a los fieles católicos mi solicitud pastoral. Así, después de mi peregrinación a las fuentes de la fe, proseguiré mi peregrinación a los orígenes de las comunidades cristianas y en favor de la paz y del diálogo entre todos.

6. Señor embajador, al comenzar oficialmente su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Puede estar seguro de que encontrará siempre entre mis colaboradores una acogida atenta y una comprensión cordial.

Sobre su excelencia, su familia, sus colaboradores de la embajada y todo el pueblo búlgaro invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.






A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA,


AL CORO "ALPINISTAS TRIDENTINOS"


Y A LA ASOCIACIÓN "AMIGOS DEL BELÉN"


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