Audiencias 2002


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Enero de 2002


Miércoles 2 de enero de 2002

1. En este primer encuentro del nuevo año, al día siguiente de la solemnidad de María, Madre de Dios, y de la Jornada mundial de la paz, queremos renovar nuestra acción de gracias a Dios por los innumerables beneficios con los que enriquece diariamente nuestra vida. Al mismo tiempo, prolongamos la contemplación del gran misterio de la Encarnación, que estamos viviendo en estos días y que constituye un auténtico fulcro del tiempo litúrgico.

Retomando la expresión de san Juan: "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14), la reflexión doctrinal de la Iglesia ha acuñado el término "encarnación" para indicar el hecho de que el Hijo de Dios asumió plena y completamente la naturaleza humana para realizar en ella y a través de ella nuestra salvación. El Catecismo de la Iglesia católica recuerda que la fe en la encarnación real del Hijo de Dios es el "signo distintivo" de la fe cristiana (cf. CEC 463).

Por lo demás, es lo que profesamos con las palabras del Credo niceno-constantinopolitano: "Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre".

2. En el nacimiento del Hijo de Dios del seno virginal de María los cristianos reconocen la infinita condescendencia del Altísimo hacia el hombre y hacia la creación entera. Con la Encarnación, Dios viene a visitar a su pueblo: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo" (Lc 1,68-69). Y la visita de Dios siempre es eficaz: libera de la aflicción y da esperanza, trae salvación y alegría.

En el relato del nacimiento de Jesús, vemos que la alegre nueva de la venida del Salvador esperado es comunicada en primer lugar a un grupo de pobres pastores, como refiere el evangelio de san Lucas: "Un ángel del Señor se presentó a los pastores" (Lc 2,9). De ese modo, san Lucas, que en cierto sentido podríamos definir el "evangelista" de la Navidad, quiere subrayar la benevolencia y la delicadeza de Dios para con los pequeños y los humildes, a los que se manifiesta y que de ordinario están mejor dispuestos a reconocerlo y acogerlo.

La señal que se da a los pastores, la manifestación de la majestad infinita de Dios en un niño, está llena de esperanzas y promesas: "Aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12).

Ese mensaje encuentra un eco inmediato en el corazón humilde y disponible de los pastores. Para ellos la palabra que el Señor les da a conocer es seguramente algo real, un "acontecimiento" (cf. Lc 2,15). Por eso, acuden presurosos, encuentran la señal que se les había prometido e inmediatamente se convierten en los primeros misioneros del Evangelio, difundiendo en su entorno la buena nueva del nacimiento de Jesús.

3. En estos días hemos escuchado nuevamente el canto de los ángeles en Belén: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama" (Lc 2,14). Este canto debe difundirse en el mundo también en nuestro tiempo, que entraña grandes esperanzas y extraordinarias aperturas en todos los ámbitos, pero que igualmente encierra fuertes tensiones y dificultades. Para que en el nuevo año, recién comenzado, la humanidad pueda avanzar de un modo más ágil y seguro por los caminos de la paz, hace falta la colaboración activa de todos.

2 Por eso, ayer, con ocasión de la Jornada mundial de la paz, quise subrayar el vínculo que existe entre la paz, la justicia y el perdón. Realmente "no hay paz sin justicia" y "no hay justicia sin perdón". Por tanto, debe crecer en todos un fuerte deseo de reconciliación, sostenido por una sincera voluntad de perdón. A lo largo de todo el año nuestra oración debe hacerse más fuerte e insistente, para obtener de Dios el don de la paz y de la fraternidad, especialmente en las zonas más agitadas del mundo.

4. Así entramos en el nuevo año con confianza, imitando la fe y la dócil disponibilidad de María, que conserva y medita en su corazón (cf.
Lc 2,19) todas las cosas maravillosas que están aconteciendo ante sus ojos. Dios mismo realiza por medio de su Hijo unigénito la plena y definitiva salvación en favor de la humanidad entera.

Contemplamos a la Virgen mientras acoge entre sus brazos a Jesús para darlo a todos los hombres. Como ella, también nosotros miramos con atención y conservamos en el corazón las maravillas que Dios lleva a cabo cada día en la historia. Así aprenderemos a reconocer en la trama de la vida diaria la intervención constante de la divina Providencia, que todo lo guía con sabiduría y amor. Una vez más, ¡Feliz Año nuevo a todos!

Saludos

Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos venidos de España y de Latinoamérica. Que a lo largo de todo el año nuestra oración se haga más fuerte e insistente, para obtener de Dios el don de la paz. ¡Feliz año nuevo a todos!

(En lengua croata)
Queridísimos hermanos, ojalá que el nuevo año del Señor que acaba de comenzar sea para cada uno de vosotros y para vuestras familias una nueva etapa de crecimiento en la fe, así como un nuevo período de gracia, esperanza y concordia. De buen grado imparto a todos la bendición apostólica. ¡Alabados sean Jesús y María!.

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los Legionarios de Cristo, que hoy han querido estar presentes con toda su comunidad de Roma, en particular con los sacerdotes recién ordenados y las jóvenes consagradas del "Regnum Christi". Queridísimos hermanos: el misterio de la Encarnación celebrado en este tiempo litúrgico os ilumine en el camino de fidelidad a Cristo. A ejemplo de María, conservad, meditad y seguid al Verbo que en Belén se hizo carne, para difundir con entusiasmo el mensaje de la salvación.

Un pensamiento especial va también al grupo de esposos de la parroquia San Miguel en Solofra, que recuerdan el aniversario de su matrimonio. Queridísimos hermanos, poniendo de relieve el delicado gesto que vuestra comunidad parroquial ha llevado a cabo al ofrecer una medalla de oro a "L'Osservatore Romano" en el 140° aniversario de su fundación, os exhorto a perseverar en el empeño de generoso testimonio cristiano.

A todos los peregrinos de lengua italiana presentes en esta primera audiencia general del 2002 expreso un afectuoso deseo de serenidad y bienestar para el nuevo año.

3 Me dirijo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

A vosotros, queridos jóvenes, os deseo que consideréis cada día como un don de Dios, lo acojáis con agradecimiento y lo viváis con rectitud. A vosotros, queridos enfermos, que el nuevo año os traiga consuelo en el cuerpo y en el espíritu. Y vosotros, queridos recién casados, esforzaos por imitar a la Sagrada Familia de Nazaret, realizando una auténtica comunión de vida y amor.




Miércoles 9 de enero de 2002



1. El himno en que se ha apoyado ahora nuestra oración es el último canto del Salterio, el salmo 150. La palabra que resuena al final en el libro de la oración de Israel es el aleluya, es decir, la alabanza pura de Dios; por eso, la liturgia de Laudes propone este salmo dos veces, en los domingos segundo y cuarto.

En este breve texto se suceden diez imperativos, que repiten la misma palabra: "Hallelú", "alabad". Esos imperativos, que son casi música y canto perenne, parecen no apagarse nunca, como acontecerá también en el célebre "aleluya" del Mesías de Händel. La alabanza a Dios se convierte en una especie de respiración del alma, sin pausa. Como se ha escrito, "esta es una de las recompensas de ser hombres: la serena exaltación, la capacidad de celebrar. Se halla bien expresada en una frase que el rabí Akiba dirigió a sus discípulos: Un canto cada día, un canto para cada día" (A.J. Heschel, Chi è l'uomo?, Milán 1971, p. 198).

2. El salmo 150 parece desarrollarse en tres momentos. Al inicio, en los primeros dos versículos (vv. 1-2), la mirada se dirige al "Señor" en su "santuario", a "su fuerza", a sus "grandes hazañas", a su "inmensa grandeza". En un segundo momento -semejante a un auténtico movimiento musical- se une a la alabanza la orquesta del templo de Sión (cf. vv. 3-5 b), que acompaña el canto y la danza sagrada. En el tercer momento, en el último versículo del salmo (cf. v. 5 c), entra en escena el universo, representado por "todo ser vivo" o, si se quiere traducir con más fidelidad al original hebreo, por "todo cuanto respira". La vida misma se hace alabanza, una alabanza que se eleva de las criaturas al Creador.

3. En este primer comentario del salmo 150 sólo nos detendremos en los momentos primero y último del himno. Forman una especie de marco para el segundo momento, que ocupa el centro de la composición y que examinaremos más adelante, cuando la liturgia de Laudes nos vuelva a proponer este salmo.

La primera sede en la que se desarrolla el hilo musical y orante es la del "santuario" (cf. v. 1). El original hebreo habla del área "sagrada", pura y trascendente, en la que mora Dios. Por tanto, hay una referencia al horizonte celestial y paradisíaco, donde, como precisará el libro del Apocalipsis, se celebra la eterna y perfecta liturgia del Cordero (cf., por ejemplo, Ap 5,6-14). El misterio de Dios, en el que los santos son acogidos para una comunión plena, es un ámbito de luz y de alegría, de revelación y de amor. Precisamente por eso, aunque con cierta libertad, la antigua traducción griega de los Setenta e incluso la traducción latina de la Vulgata propusieron, en vez de "santuario", la palabra "santos": "Alabad al Señor entre sus santos".

4. Desde el cielo el pensamiento pasa implícitamente a la tierra al poner el acento en las "grandes hazañas" realizadas por Dios, las cuales manifiestan "su inmensa grandeza" (v. 2). Estas hazañas son descritas en el salmo 104, el cual invita a los israelitas a "meditar todas las maravillas" de Dios (v. 2), a recordar "las maravillas que ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca" (v. 5); el salmista recuerda entonces "la alianza que pactó con Abraham" (v. 9), la historia extraordinaria de José, los prodigios de la liberación de Egipto y del viaje por el desierto, y, por último, el don de la tierra. Otro salmo habla de situaciones difíciles de las que el Señor salva a los que "claman" a él; las personas salvadas son invitadas repetidamente a dar gracias por los prodigios realizados por Dios: "Den gracias al Señor por su piedad, por sus prodigios en favor de los hijos de los hombres" (Ps 106,8 Ps 106,15 Ps 106,21 Ps 106,31).

Así se puede comprender la referencia de nuestro salmo a las "obras fuertes", como dice el original hebreo, es decir, a las grandes "hazañas" (cf. v. 2) que Dios realiza en el decurso de la historia de la salvación. La alabanza se transforma en profesión de fe en Dios, Creador y Redentor, celebración festiva del amor divino, que se manifiesta creando y salvando, dando la vida y la liberación.

5. Llegamos así al último versículo del salmo 150 (cf. v. 5 c). El término hebreo usado para indicar a los "vivos" que alaban a Dios alude a la respiración, como decíamos, pero también a algo íntimo y profundo, inherente al hombre.

4 Aunque se puede pensar que toda la vida de la creación es un himno de alabanza al Creador, es más preciso considerar que en este coro el primado corresponde a la criatura humana. A través del ser humano, portavoz de la creación entera, todos los seres vivos alaban al Señor. Nuestra respiración vital, que expresa autoconciencia y libertad (cf. Pr Pr 20,27), se transforma en canto y oración de toda la vida que late en el universo.

Por eso, todos hemos de elevar al Señor, con todo nuestro corazón, "salmos, himnos y cánticos inspirados" (Ep 5,19).

6. Los manuscritos hebraicos, al transcribir los versículos del salmo 150, reproducen a menudo el Menorah, el famoso candelabro de siete brazos situado en el Santo de los Santos del templo de Jerusalén. Así sugieren una hermosa interpretación de este salmo, auténtico Amén en la oración de siempre de nuestros "hermanos mayores": todo el hombre, con todos los instrumentos y las formas musicales que ha inventado su genio -"trompetas, arpas, cítaras, tambores, danzas, trompas, flautas, platillos sonoros, platillos vibrantes", como dice el Salmo- pero también "todo ser vivo" es invitado a arder como el Menorah ante el Santo de los Santos, en constante oración de alabanza y acción de gracias.

En unión con el Hijo, voz perfecta de todo el mundo creado por él, nos convertimos también nosotros en oración incesante ante el trono de Dios.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta audiencia. A todos os deseo un feliz y próspero año 2002, apenas comenzado, augurando que a lo largo del mismo podáis alabar al Señor continuamente, como nos ha indicado el salmo que hemos comentado hoy.

(En checo)
En este tiempo de Navidad resuena en nuestras almas el canto de los ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama" (Lc 2,14). Ojalá que también vosotros difundáis la paz de Cristo en la tierra. Con este deseo os bendigo de corazón.


(A los seminaristas de la diócesis italiana de Massa Carrara-Pontremoli)
Amadísimos hermanos, os exhorto a sacar cada día vuestra fuerza espiritual del inagotable amor de Cristo, mediante la oración, para prepararos a ser, el día de mañana, maestros de espiritualidad al servicio del pueblo de Dios.


Mi pensamiento va, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
5 Amadísimos hermanos, en estos días que siguen a la fiesta de la Epifanía, continuemos meditando en la manifestación de Jesús a todos los pueblos. La Iglesia os invita a vosotros, queridos jóvenes, a ser testigos entusiastas de Jesucristo entre vuestros coetáneos; os exhorta a vosotros, queridos enfermos, a difundir cada día su luz con serena paciencia; y os estimula a vosotros, queridos recién casados, a ser signo de su presencia renovadora con vuestro amor fiel.




Miércoles 16 de enero de 2002

El deseo del Señor y de su templo

1. Una cierva sedienta, con la garganta seca, lanza su lamento ante el desierto árido, anhelando las frescas aguas de un arroyo. Con esta célebre imagen comienza el salmo 41, que nos acaban de cantar. En ella podemos ver casi el símbolo de la profunda espiritualidad de esta composición, auténtica joya de fe y poesía. En realidad, según los estudiosos del Salterio, nuestro salmo se debe unir estrechamente al sucesivo, el 42, del que se separó cuando los salmos fueron ordenados para formar el libro de oración del pueblo de Dios. En efecto, ambos salmos, además de estar unidos por su tema y su desarrollo, contienen la misma antífona: "¿Por qué te acongojas, alma mía?, ¿por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío" (Ps 41,6 Ps 41,12 Ps 42,5). Este llamamiento, repetido dos veces en nuestro salmo, y una tercera vez en el salmo sucesivo, es una invitación que el orante se hace a sí mismo a evitar la melancolía por medio de la confianza en Dios, que con seguridad se manifestará de nuevo como Salvador.

2. Pero volvamos a la imagen inicial del salmo, que convendría meditar con el fondo musical del canto gregoriano o de esa gran composición polifónica que es el Sicut cervus de Pierluigi de Palestrina. En efecto, la cierva sedienta es el símbolo del orante que tiende con todo su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que siente lejano pero a la vez necesario: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Ps 41,3). En hebraico una sola palabra, nefesh, indica a la vez el "alma" y la "garganta". Por eso, podemos decir que el alma y el cuerpo del orante están implicados en el deseo primario, espontáneo, sustancial de Dios (cf. Ps 62,2). No es de extrañar que una larga tradición describa la oración como "respiración": es originaria, necesaria, fundamental como el aliento vital.

Orígenes, gran autor cristiano del siglo III, explicaba que la búsqueda de Dios por parte del hombre es una empresa que nunca termina, porque siempre son posibles y necesarios nuevos progresos. En una de sus homilías sobre el libro de los Números, escribe: "Los que recorren el camino de la búsqueda de la sabiduría de Dios no construyen casas estables, sino tiendas de campaña, porque realizan un viaje continuo, progresando siempre, y cuanto más progresan tanto más se abre ante ellos el camino, proyectándose un horizonte que se pierde en la inmensidad" (Homilía XVII in Numeros, GCS VII, 159-160).

3. Tratemos ahora de intuir la trama de esta súplica, que podríamos imaginar compuesta de tres actos, dos de los cuales se hallan en nuestro salmo, mientras el último se abrirá en el salmo sucesivo, el 42, que comentaremos seguidamente. La primera escena (cf. Ps 41,2-6) expresa la profunda nostalgia suscitada por el recuerdo de un pasado feliz a causa de las hermosas celebraciones litúrgicas ya inaccesibles: "Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta" (v. 5).

"La casa de Dios", con su liturgia, es el templo de Jerusalén que el fiel frecuentaba en otro tiempo, pero es también la sed de intimidad con Dios, "manantial de aguas vivas", como canta Jeremías (Jr 2,13). Ahora la única agua que aflora a sus pupilas es la de las lágrimas (cf. Ps 41,4) por la lejanía de la fuente de la vida. La oración festiva de entonces, elevada al Señor durante el culto en el templo, ha sido sustituida ahora por el llanto, el lamento y la imploración.

4. Por desgracia, un presente triste se opone a aquel pasado alegre y sereno. El salmista se encuentra ahora lejos de Sión: el horizonte de su entorno es el de Galilea, la región septentrional de Tierra Santa, como sugiere la mención de las fuentes del Jordán, de la cima del Hermón, de la que brota este río, y de otro monte, desconocido para nosotros, el Misar (cf. v. 7). Por tanto, nos encontramos más o menos en el área en que se hallan las cataratas del Jordán, las pequeñas cascadas con las que se inicia el recorrido de este río que atraviesa toda la Tierra prometida. Sin embargo, estas aguas no quitan la sed como las de Sión. A los ojos del salmista, más bien, son semejantes a las aguas caóticas del diluvio, que lo destruyen todo. Las siente caer sobre él como un torrente impetuoso que aniquila la vida: "tus torrentes y tus olas me han arrollado" (v. 8). En efecto, en la Biblia el caos y el mal, e incluso el juicio divino, se suelen representar como un diluvio que engendra destrucción y muerte (cf. Gn 6,5-8 Ps 68,2-3).

5. Esta irrupción es definida sucesivamente en su valor simbólico: son los malvados, los adversarios del orante, tal vez también los paganos que habitan en esa región remota donde el fiel está relegado. Desprecian al justo y se burlan de su fe, preguntándole irónicamente: "¿Dónde está tu Dios?" (v. 11; cf. v. 4). Y él lanza a Dios su angustiosa pregunta: "¿Por qué me olvidas?" (v. 10). Ese "¿por qué?" dirigido al Señor, que parece ausente en el día de la prueba, es típico de las súplicas bíblicas.

Frente a estos labios secos que gritan, frente a esta alma atormentada, frente a este rostro que está a punto de ser arrollado por un mar de fango, ¿podrá Dios quedar en silencio? Ciertamente, no. Por eso, el orante se anima de nuevo a la esperanza (cf. vv. 6 y 12). El tercer acto, que se halla en el salmo sucesivo, el 42, será una confiada invocación dirigida a Dios (cf. Ps 42,1 Ps 42,2 Ps 42,3 Ps 42,4) y usará expresiones alegres y llenas de gratitud: "Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, de mi júbilo".

Saludos
6 Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los feligreses de las parroquias de San Bartolomé, San José Obrero y San Francisco, de Murcia. Invito a todos a persistir en la oración, afianzando así la fe y avanzando por los caminos del Señor. Gracias por vuestra atención.

(En italiano)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los directivos de sociedades y empresas que sostienen "L'Osservatore Romano", que están aquí presentes junto con sus familiares. Queridísimos hermanos, os doy las gracias por la generosa disponibilidad con que os esforzáis por lograr que el mensaje evangélico, la voz del Sucesor de Pedro y el magisterio de la Iglesia llegue al mayor número posible de creyentes. Que Dios haga fecunda vuestra colaboración.

Saludo también a los representantes de la "Casa Pío XII" de Pozzuoli y deseo que cada uno de vosotros continúe con renovado impulso el servicio de amor a los más necesitados, siguiendo el ejemplo luminoso de san Vicente de Paúl.


Mi pensamiento va asimismo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos el domingo pasado, evoque en vosotros, queridos jóvenes, el recuerdo de vuestro bautismo y os sirva de estímulo para testimoniar con alegría la fe en Cristo; para vosotros, queridos enfermos, constituya un consuelo en el sufrimiento; y a vosotros, queridos recién casados, os ayude a profundizar y testimoniar valientemente la fe para transmitirla luego con fidelidad a vuestros hijos. A todos imparto mi bendición.




Miércoles 23 de enero de 2002

La oración por el pueblo santo de Dios

1. En el Antiguo Testamento no sólo existe el libro oficial de la oración del pueblo de Dios, es decir, el Salterio. Muchas páginas bíblicas están llenas de cánticos, himnos, salmos, súplicas, oraciones e invocaciones que se elevan al Señor como respuesta a su palabra. Así la Biblia se presenta como un diálogo entre Dios y la humanidad, un encuentro que se realiza bajo el signo de la palabra divina, de la gracia y del amor.

Es el caso de la súplica que acabamos de elevar al "Señor, Dios del universo" (v. 1). Se encuentra en el libro del Sirácida, un sabio que recogió sus reflexiones, sus consejos y sus cantos probablemente en torno al 190-180 a.C., al inicio de la epopeya de liberación que vivió Israel bajo la guía de los hermanos Macabeos. En el 138 a.C., un nieto de este sabio, como se narra en el prólogo del libro, tradujo al griego la obra de su abuelo, a fin de ofrecer estas enseñanzas a un círculo más amplio de lectores y discípulos.

La tradición cristiana llamó "Eclesiástico" al libro del Sirácida. Este libro, al no haber sido incluido en el canon hebreo, terminó por caracterizar, junto con otros, la así llamada "veritas christiana". De este modo, los valores propuestos por esta obra sapiencial entraron en la educación cristiana de la época patrística, sobre todo en el ámbito monástico, convirtiéndose en una especie de manual de conducta práctica de los discípulos de Cristo.

2. La invocación del capítulo 36 del Sirácida, que la Liturgia de las Horas utiliza como oración de Laudes en una forma simplificada, está estructurada siguiendo algunas líneas temáticas.

7 Ante todo, encontramos la súplica a Dios para que intervenga en favor de Israel y contra las naciones extranjeras que la oprimen. En el pasado, Dios mostró su santidad castigando las culpas de su pueblo, dejando que cayera en manos de sus enemigos. Ahora el orante pide a Dios que muestre su gloria castigando la prepotencia de los opresores e instaurando una nueva era con matices mesiánicos.

Ciertamente, la súplica refleja la tradición orante de Israel y, en realidad, está llena de reminiscencias bíblicas. En cierto sentido, puede considerarse un modelo de plegaria, adecuada para los tiempos de persecución y opresión, como aquel en el que vivía el autor, bajo el dominio, más bien duro y severo, de los soberanos extranjeros siro-helenísticos.

3. La primera parte de esta oración comienza con una súplica ardiente dirigida al Señor para que tenga piedad y mire (cf. v. 1). Pero inmediatamente la atención se desplaza hacia la acción divina, que se pondera con una serie de verbos muy sugestivos: "Ten piedad (...), mira (...), infunde tu terror (...), alza tu mano (...), muéstrate grande (...), renueva los prodigios, repite los portentos (...), exalta tu mano, robustece tu brazo (...)".

El Dios de la Biblia no es indiferente frente al mal. Y aunque sus caminos no sean nuestros caminos, aunque sus tiempos y proyectos sean diferentes de los nuestros (cf.
Is 55,8-9), sin embargo, se pone de parte de las víctimas y se presenta como juez severo de los violentos, de los opresores, de los vencedores que no tienen piedad.

Pero su intervención no está encaminada a la destrucción. Al mostrar su poder y su fidelidad en el amor, puede despertar también en la conciencia del malvado un sentimiento que lo lleve a la conversión. "Sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti, Señor" (v. 4).

4. La segunda parte del himno abre una perspectiva más positiva. En efecto, mientras la primera parte pide la intervención de Dios contra los enemigos, la segunda no habla ya de los enemigos, sino que invoca los favores de Dios para Israel, implora su piedad para el pueblo elegido y para la ciudad santa, Jerusalén.

El sueño de un regreso de todos los desterrados, incluidos los del reino del norte, se convierte en el objeto de la oración: "Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente" (v. 10). Así se solicita una especie de renacimiento de todo Israel, como en los tiempos felices de la ocupación de toda la Tierra prometida.

Para hacer más apremiante la oración, el orante insiste en la relación que une a Dios con Israel y con Jerusalén. Israel es designado como "el pueblo que lleva tu nombre", "a quien nombraste tu primogénito"; Jerusalén es "tu ciudad santa", "lugar de tu reposo". Luego expresa el deseo de que la relación se vuelva aún más estrecha y, por tanto, más gloriosa: "Llena a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria" (v. 13). Al llenar de su majestad el templo de Jerusalén, que atraerá hacia sí a todas las naciones (cf. Is 2,2-4 Mi 4,1-3), el Señor llenará a su pueblo de su gloria.

5. En la Biblia el lamento de los que sufren no desemboca nunca en la desesperación; al contrario, está siempre abierto a la esperanza. Se basa en la certeza de que el Señor no abandona a sus hijos; él no deja que caigan de sus manos los que ha modelado.

La selección que hizo la Liturgia omitió una expresión feliz en nuestra oración. En ella se pide a Dios: "Da testimonio a tus primeras criaturas" (v. 14). Desde la eternidad Dios tiene un proyecto de amor y salvación destinado a todas las criaturas, llamadas a ser su pueblo. Es un designio que san Pablo reconocerá "revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (...), designio eterno que Dios ha realizado en Cristo, Señor nuestro" (Ep 3,5 Ep 3,11).

Saludos

8 Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos venidos de España y de América Latina, de modo particular a los grupos de las parroquias de San Juan y San Pablo de Murcia. Que la lectura y meditación de este cántico renueve en cada uno de vosotros la certeza de que el Señor nunca abandona a sus hijos. ¡Que Dios os bendiga!

(En inglés)
Saludo en particular a los Hermanos Maristas: que vuestro tiempo de renovación en Roma fortalezca vuestro compromiso de enseñar a los jóvenes el camino de Cristo"

(A estudiantes del instituto "Pier Giorgio Frassati" de Bratislava)
Queridos jóvenes, pasado mañana termina el Octavario de oración por la unidad de los cristianos. No dejemos de rezar por la plena comunión entre los creyentes en Cristo y por la paz en el mundo. Os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos".

(En italiano)
Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los miembros de la Asociación nacional de sordomudos, provenientes de diversas regiones italianas. Os agradezco vuestra presencia tan numerosa y os aseguro mi oración, para que se fortalezca en vosotros el deseo de conocer y seguir a Jesucristo, único Salvador del mundo.

Saludo también a los participantes en el encuentro de estudio sobre la encíclica Laborem exercens, promovido por la "Federación agrícola ambiental alimenticia industrial". Amados hermanos y hermanas, a la vez que manifiesto mi aprecio por esta iniciativa, os deseo que acreciente vuestro compromiso de testimonio evangélico en la sociedad.

Por último, como es habitual, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, que en esta Semana de oración por la unidad de los cristianos nuestra súplica sea intensa, a fin de que lo antes posible se alcance la plena comunión de todos los discípulos de Cristo. Con este espíritu, os invito a vosotros, queridos jóvenes, a ser en todas partes, y especialmente entre vuestros coetáneos, testigos de unidad en la adhesión al Evangelio; os pido a vosotros, queridos enfermos, que ofrezcáis vuestros sufrimientos para que se alcance esta meta; y os exhorto a vosotros, queridos recién casados, a que seáis en vuestra familia un solo corazón y una sola alma.
Invitación del Santo Padre a orar por la paz

con los representantes de otras Iglesias y religiones


9 Como ya sabéis, mañana iré a Asís, donde, junto con representantes de Iglesias y comunidades eclesiales, y con representantes de otras religiones, viviremos una jornada dedicada a la oración por la paz en el mundo. Es una peregrinación de esperanza, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís, profeta y testigo de paz.

Confío en que esta iniciativa, además de los frutos espirituales, que no se pueden calcular con medidas humanas, contribuya a orientar los espíritus y las decisiones hacia propósitos de justicia y de paz sinceros y valientes. Si fuese así, habremos contribuido a consolidar las bases de una paz auténtica y duradera.

Por tanto, invito a los fieles católicos a unir su oración a la que mañana, en Asís, elevaremos juntos como cristianos, fomentando al mismo tiempo en su corazón sentimientos de simpatía hacia los seguidores de otras religiones, que acudirán a la ciudad de san Francisco a orar por la paz.
A todos, a cada persona y a cada comunidad, le expreso desde ahora mi agradecimiento.






Miércoles 30 de enero de 2002

Himno a Dios creador

1. El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad.

Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares: el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1,14 Gn 1,16 Gn 1,18).

2. Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna. En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios.

Ambas partes están unidas por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble: el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares": "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9).

3. Pero consideremos ahora la primera parte del Salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos.


Audiencias 2002