Discursos 2002 216


VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICO

XVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

VIGILIA DE ORACIÓN


Toronto, Parque Downsview

217

Sábado 27 de julio de 2002

Queridos jóvenes:

1. Cuando, en el ya lejano 1985, quise poner en marcha las Jornadas mundiales de la juventud, tenía en el corazón las palabras del apóstol san Juan que acabamos de escuchar esta noche: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (...) os lo anunciamos también a vosotros" (cf. 1Jn 1,1 1Jn 1,3). E imaginaba las Jornadas mundiales como un momento fuerte en el que los jóvenes del mundo pudieran encontrarse con Cristo, el eternamente joven, y aprender de él a ser los evangelizadores de los demás jóvenes.

Esta noche, juntamente con vosotros, bendigo y doy gracias al Señor por el don que ha hecho a la Iglesia a través de las Jornadas mundiales de la juventud. Millones de jóvenes han participado en ellas, sacando motivaciones de compromiso y testimonio cristiano. Os doy las gracias en particular a vosotros, que, aceptando mi invitación, os habéis reunido aquí, en Toronto, para "contar al mundo vuestra alegría de haber encontrado a Jesucristo, vuestro deseo de conocerlo cada vez mejor, vuestro compromiso de anunciar el Evangelio de salvación hasta los últimos confines de la tierra" Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de agosto de 2001, p. 3).

2. El nuevo milenio se ha inaugurado con dos escenarios contrapuestos: el de la multitud de peregrinos que acudieron a Roma durante el gran jubileo para cruzar la Puerta santa que es Cristo, Salvador y Redentor del hombre; y el del terrible atentado terrorista de Nueva York, icono de un mundo en el que parece prevalecer la dialéctica de la enemistad y el odio.

La pregunta que se impone es dramática: ¿sobre qué bases es preciso construir la nueva época histórica que surge de las grandes transformaciones del siglo XX? ¿Será suficiente apostar por la revolución tecnológica actual, que parece regulada únicamente por criterios de productividad y eficiencia, sin ninguna referencia a la dimensión religiosa del hombre y sin un discernimiento ético universalmente compartido? ¿Está bien contentarse con respuestas provisionales a los problemas de fondo y dejar que la vida quede a merced de impulsos instintivos, de sensaciones efímeras, de entusiasmos pasajeros?

Vuelve la misma pregunta: ¿sobre qué bases, sobre qué certezas es preciso construir la propia existencia y la de la comunidad a la que se pertenece?

3. Queridos amigos, vosotros lo sentís instintivamente dentro de vosotros, en el entusiasmo de vuestra edad juvenil, y lo afirmáis con vuestra presencia aquí esta noche: sólo Cristo es la "piedra angular" sobre la que es posible construir sólidamente el edificio de la propia existencia. Sólo Cristo, conocido, contemplado y amado, es el amigo fiel que no defrauda, que se hace compañero de camino y cuyas palabras hacen arder el corazón (cf. Lc Lc 24,13-35).

El siglo XX a menudo pretendió prescindir de esa "piedra angular", intentando construir la ciudad del hombre sin hacer referencia a él y acabó por edificarla de hecho contra el hombre. Pero los cristianos lo saben: no se puede rechazar o marginar a Dios, sin correr el riesgo de humillar al hombre.

4. La expectativa, que la humanidad va cultivando entre tantas injusticias y sufrimientos, es la de una nueva civilización marcada por la libertad y la paz. Pero para esa empresa se requiere una nueva generación de constructores que, movidos no por el miedo o la violencia sino por la urgencia de un amor auténtico, sepan poner piedra sobre piedra para edificar, en la ciudad del hombre, la ciudad de Dios.

Queridos jóvenes, permitidme que os manifieste mi esperanza: esos "constructores" debéis ser vosotros. Vosotros sois los hombres y las mujeres del mañana; en vuestro corazón y en vuestras manos se encuentra el futuro. A vosotros Dios encomienda la tarea, difícil pero entusiasmante, de colaborar con él en la edificación de la civilización del amor.

218 5. Hemos escuchado en la carta de san Juan -el Apóstol más joven y tal vez por eso el más amado por el Señor- que "Dios es luz y en él no hay tinieblas" (1Jn 1,5). Sin embargo, a Dios nadie lo ha visto, observa san Juan. Es Jesús, el Hijo unigénito del Padre, quien nos lo ha revelado (cf. Jn Jn 1,18). Pero si Jesús ha revelado a Dios, ha revelado la luz. En efecto, con Cristo vino al mundo "la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

Queridos jóvenes, dejaos conquistar por la luz de Cristo y difundidla en el ambiente en que vivís. "La luz de la mirada de Jesús -dice el Catecismo de la Iglesia católica- ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a verlo todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres" (n. 2715).

En la medida en que vuestra amistad con Cristo, vuestro conocimiento de su misterio, vuestra entrega a él, sean auténticos y profundos, seréis "hijos de la luz" y os convertiréis, también vosotros, en "luz del mundo". Por eso, os repito las palabras del Evangelio: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

6. Esta noche el Papa, juntamente con vosotros, jóvenes de los diversos continentes, reafirma la fe que sostiene la vida de la Iglesia: Cristo es la luz de los pueblos; él ha muerto y resucitado para devolver a los hombres, que caminan en la historia, la esperanza de la eternidad. Su Evangelio no menoscaba lo humano: todo valor auténtico, en cualquier cultura donde se manifieste, es acogido y asumido por Cristo. El cristiano, consciente de ello, no puede por menos de sentir vibrar en su interior el arrojo y la responsabilidad de convertirse en testigo de la luz del Evangelio.

Precisamente por eso, os digo esta noche: haced que resplandezca la luz de Cristo en vuestra vida. No esperéis a tener más años para aventuraros por la senda de la santidad. La santidad es siempre joven, como es eterna la juventud de Dios.

Comunicad a todos la belleza del encuentro con Dios, que da sentido a vuestra vida. Que nadie os gane en la búsqueda de la justicia, en la promoción de la paz, en el compromiso de fraternidad y solidaridad.

¡Cuán hermoso es el canto que ha resonado en estos días: «Luz del mundo, sal de la tierra.

»Sed para el mundo el rostro del amor.

»Sed para la tierra el reflejo de su luz»!

Es el don más hermoso y valioso que podéis hacer a la Iglesia y al mundo. El Papa os acompaña, como sabéis, con su oración y con una afectuosa bendición.

7. Quisiera saludar una vez más a los jóvenes de lengua polaca.

219 Queridos jóvenes, amigos míos, os agradezco vuestra presencia en Toronto, en Wadowice y en cualquier lugar donde estéis espiritualmente unidos con los jóvenes del mundo que viven su XVII Jornada mundial. Os quiero asegurar que constantemente os abrazo a cada uno y cada una de vosotros con el corazón y con la oración, pidiendo a Dios que seáis la sal y la luz de la tierra ahora y en la vida adulta. Dios os bendiga.







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICO

XVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


AL COMITÉ NACIONAL PARA LA PREPARACIÓN


DEL VIAJE PASTORAL A TORONTO


Morrow Park, Casa madre de las Religiosas de San José

Domingo 28 de julio de 2002



Os saludo con afecto a todos los que habéis venido a visitarme al final de esta XVII Jornada mundial de la juventud.

Doy las gracias al arzobispo de Toronto, cardenal Aloysius Ambrozic, que, juntamente con el obispo mons. Anthony Meagher, ha dirigido el largo trabajo de preparación de este gran acontecimiento. Asimismo, doy las gracias a cuantos han contribuido con su entrega y también con su apoyo económico al éxito de la Jornada.

Saludo al grupo de jóvenes indígenas que proceden de las tierras de la beata Catalina Tekakwitha. Con razón la llamáis kaiatano (persona nobilísima y dignísima): que sea para vosotros un modelo de cómo los cristianos pueden ser la sal y la luz de la tierra.

Por último, un saludo particular a los jóvenes y adultos del Comité nacional para la Jornada mundial: amadísimos hermanos, sé con cuánto empeño y cuánta generosidad habéis trabajado a lo largo de estos dos años. En nombre de todos los jóvenes que han venido a Toronto y han gozado de los frutos de vuestro esfuerzo, el Papa os dice ¡gracias!

Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras familias invoco la bendición del Señor.







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional de Ciudad de Guatemala

Lunes 29 de julio de 2002



Señor Presidente;
220 queridos hermanos en el episcopado;
excelentísimas autoridades;
miembros del Cuerpo diplomático;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ante todo quiero expresar mi gran alegría al venir por tercera vez como peregrino de amor y de esperanza a esta querida tierra guatemalteca. Doy gracias a Dios por haberme permitido volver aquí para celebrar la canonización de un personaje tan querido y admirado por vosotros, el Hermano Pedro de San José de Betancurt, hijo de la isla canaria de Tenerife, el cual, impulsado por un gran espíritu misionero, vino a Guatemala, entregándose al servicio de los pobres y necesitados.

2. Me complace saludar, en primer lugar, al Presidente de la República, Excelentísimo Señor Alfonso Antonio Portillo Cabrera, al cual manifiesto mi más viva gratitud por las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme dándome la cordial bienvenida. Aprecio mucho la presencia de los Presidentes de las otras Repúblicas hermanas de Centroamérica, de la República Dominicana y del Primer Ministro de Belice. Mi agradecimiento se hace extensivo al Gobierno de la Nación, a las demás Autoridades y al Cuerpo Diplomático, por su grata presencia en este acto y por su preciosa colaboración en los preparativos de mi Visita.

Saludo entrañablemente a mis Hermanos en el Episcopado, en particular al Señor Arzobispo de Guatemala y Presidente de la Conferencia Episcopal, así como a los demás Arzobispos y Obispos. Mi saludo fraterno se extiende también con gran afecto a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a todos los guatemaltecos, dirigiéndome con afecto a las poblaciones indígenas, y también a las personas venidas de otros Países latinoamericanos y de España.

3. Mañana tendré la dicha de proclamar Santo al Hermano Pedro de Betancurt, que fue expresión del amor de Dios a su pueblo. Esta celebración ha de ser un verdadero momento de gracia y renovación para Guatemala. En efecto, el ejemplo de su vida y la elocuencia de su mensaje son un valioso aporte a la construcción de la sociedad que se abre ahora a los desafíos del tercer milenio. Deseo fervientemente que el noble pueblo guatemalteco, sediento de Dios y de los valores espirituales, ansioso de paz y reconciliación, tanto en su seno como con los pueblos vecinos y hermanos, de solidaridad y justicia pueda vivir y disfrutar de la dignidad que le corresponde.

4. Encomendándome a la protección del Santo Cristo de Esquipulas, y sintiéndome muy unido a los amados hijos de toda Guatemala, inicio este Viaje Apostólico, mientras de corazón os bendigo a todos, de modo particular a los pobres, a los indígenas y campesinos, a los enfermos y a los marginados, y muy especialmente a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu. A todos mi saludo cordial.

¡Alabado sea Jesucristo!







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional de Ciudad de México

221

Martes 30 de julio de 2002



Señor Presidente de los Estados Unidos Mexicanos,
Señor Cardenal Arzobispo de Ciudad del México,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Ilustres Autoridades y Miembros del Cuerpo Diplomático,
Queridos mexicanos:

1. Es inmensa mi alegría al poder venir por quinta vez a esta hospitalaria tierra en la que inicié mi apostolado itinerante que, como Sucesor del apóstol Pedro, me ha llevado a tantas partes del mundo, acercándome así a muchos hombres y mujeres para confirmarles en la fe en Jesucristo salvador.

Después de haber celebrado en Toronto la XVII Jornada Mundial de la Juventud, he tenido hoy la dicha de agregar al número de los santos a un admirable evangelizador de este Continente: el Hermano Pedro de San José de Betancurt. Mañana, con gran gozo, canonizaré a Juan Diego y, al día siguiente beatificaré a otros dos compatriotas vuestros: Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, que se unen así a los hermosos ejemplos de santidad en estas queridas tierras americanas, donde el mensaje cristiano ha sido acogido con corazón abierto, ha impregnado sus culturas y ha dado abundantes frutos.

2. Agradezco las amables palabras de bienvenida que, en nombre de todos los mexicanos, me ha dirigido el Señor Presidente de la República. A ellas deseo corresponder renovando una vez más mis sentimientos de afecto y estima por este pueblo, rico de historia y de culturas ancestrales, y animando a todos a comprometerse en la construcción de una Patria siempre renovada y en constante progreso. Saludo con afecto a los Señores Cardenales y Obispos, a los queridos Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, a todos los fieles que día a día se esfuerzan en practicar la fe cristiana y que con su vida hacen realidad la frase que es esperanza y programa de futuro: “México siempre fiel”. Desde aquí, mando también un saludo afectuoso a los jóvenes reunidos en vigilia de oración en la Plaza del Zócalo de la Catedral Primada, y les digo que el Papa cuenta con ellos y les pide que sean verdaderos amigos de Jesús y testigos de su Evangelio.

3. Queridos mexicanos: Gracias por vuestra hospitalidad, por vuestro afecto constante, por vuestra fidelidad a la Iglesia. En ese camino, continuad siendo fieles, alentados por los maravillosos ejemplos de santidad surgidos en esta noble Nación. ¡Sed santos! Recordando cuanto ya dije en la Basílica de Guadalupe en 1990, servid a Dios, a la Iglesia y a la Nación, asumiendo cada cual la responsabilidad de trasmitir el mensaje evangélico y de dar testimonio de una fe viva y operante en la sociedad.

A cada uno os bendigo de corazón, utilizando para ello la fórmula con la que vuestros antepasados se dirigían a sus seres más queridos: “Que Dios os haga como Juan Diego”.

222 ¡México siempre fiel!







                                                                         Agosto de 2002

                                                          


AL INICIO DE LA MISA EN LA FIESTA


DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


Lunes 6 de agosto de 2002

"Su rostro se puso brillante como el sol" (Mt 17,2): así leemos en el evangelio de hoy. El rostro de Cristo es rostro de luz que disipa la oscuridad de la muerte: es anuncio y prenda de nuestra gloria, puesto que es el rostro del Crucificado resucitado. En él, la Iglesia, su Esposa, contempla su tesoro y su gloria: "Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia".


Recordamos hoy a mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, que hace veinticuatro años, en el ocaso de este día, fiesta de la Transfiguración del Señor, precisamente desde este lugar entró en la paz de Dios, para contemplar su gloria resplandeciente.

¡Cuántas veces, recogido en oración, anheló ver en la fe el rostro del Señor! Su inquebrantable testimonio de Cristo, luz del mundo, en los tiempos difíciles en los que desempeñó el supremo pontificado, vive aún hoy en la Iglesia. Fue un incansable y paciente artífice de la construcción de la "civilización del amor", iluminada por el rostro resplandeciente del Redentor.

Mientras nos preparamos para celebrar la santa misa, encomendemos a Dios el alma de este fiel siervo suyo. Pidamos, además, a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que cada día de nuestra vida sea un testimonio concreto de amor al Señor, cuyo rostro sigue brillando sobre nosotros (cf. Sal Ps 67,3).







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A POLONIA

CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto de Kraków-Balice

Viernes 16 de agosto de 2002



Señor presidente de la República polaca;
223 señor cardenal primado;
señor cardenal metropolitano de Cracovia;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Saludo de nuevo a Polonia y a todos mis compatriotas. Lo hago con los mismos sentimientos de emoción y alegría que experimento cada vez que me encuentro en mi patria. Agradezco profundamente al señor presidente las palabras de saludo que acaba de dirigirme en su nombre y en el de las autoridades civiles de la República polaca. Agradezco al cardenal Franciszek Macharski, mi sucesor en la sede de Cracovia, las expresiones de benevolencia que me ha dirigido en nombre de la Iglesia metropolitana de Cracovia, tan cercana a mí, así como en nombre del Episcopado polaco y de todo el pueblo de Dios que vive en nuestra patria.

Esta vez vengo sólo a Cracovia, pero con un saludo cordial abrazo a toda Polonia y a todos mis compatriotas. Saludo al señor cardenal primado, a los demás cardenales, a los hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los representantes de las familias religiosas masculinas y femeninas, a los seminaristas y a todos los fieles laicos. Saludo a los representantes de las autoridades estatales, encabezadas por el presidente de la República, y locales, a los miembros del Cuerpo diplomático con su decano, el nuncio apostólico, y a las autoridades civiles de las ciudades de Cracovia, Kalwaria Zebrzydowska y Wadowice.

Quiero saludar, de modo particular, a mi ciudad de Cracovia y a toda la archidiócesis. Saludo al mundo de la ciencia y de la cultura, a los ambientes universitarios y a cuantos, con un trabajo intenso en la industria, en la agricultura y en los demás sectores, contribuyen a construir el esplendor material y espiritual de la ciudad y de la región.

Quiero abrazar a los niños y saludar cordialmente a los jóvenes. Agradezco a estos últimos el testimonio de fe que dieron hace pocos días en Toronto (Canadá), durante la inolvidable XVII Jornada mundial de la juventud. De modo particular, saludo a los que llevan el peso del sufrimiento: a los enfermos, a las personas solas, a los ancianos y a los que viven en la pobreza y en la indigencia. Durante estos días seguiré encomendando vuestros sufrimientos a la misericordia de Dios, y a vosotros os pido que oréis para que mi ministerio apostólico sea fecundo y colme toda expectativa.

Me dirijo con respeto y deferencia a los hermanos obispos y a los fieles de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia evangélica luterana, y a los fieles de las otras Iglesias y comunidades eclesiales. Saludo a la comunidad de los judíos, a los seguidores del islam y a todos los hombres de buena voluntad.

2. Hermanos y hermanas, "Dios, rico en misericordia" es el lema de esta peregrinación. Es su proclama. Está tomado de la encíclica Dives in misericordia, pero aquí, en Cracovia, en Lagiewniki, esta verdad tuvo su revelación particular. Desde aquí, gracias al humilde servicio de una insólita testigo, santa Faustina, resuena el mensaje evangélico del amor misericordioso de Dios. Por eso, la primera etapa de mi peregrinación y el primer objetivo es la visita al santuario de la Misericordia Divina. Me alegra tener la posibilidad de dedicar el nuevo templo, que se convierte en centro mundial del culto a Jesús misericordioso.

La misericordia de Dios se refleja en la misericordia de los hombres. Desde hace siglos Cracovia se gloría de grandes personajes que, confiando en el amor divino, han testimoniado la misericordia con gestos concretos de amor al prójimo. Basta mencionar a santa Eduvigis de Wawel, a san Juan de Kety, al padre Piotr Skarga o, más cerca de nuestros tiempos, a san Alberto Chmielowski. Si Dios quiere, se unirán a ellos los siervos de Dios que elevaré a la gloria de los altares durante la santa misa en el parque Blonie. La beatificación de Segismundo Félix Felinski, Juan Beyzym, Sanzia Szymkowiak y Juan Balicki constituye la segunda finalidad de mi peregrinación. Espero desde ahora que estos nuevos beatos, que dieron ejemplo de un servicio de misericordia, nos recuerden el gran don del amor de Dios y nos dispongan a practicar diariamente el amor al prójimo.

Hay una tercera finalidad de la peregrinación, a la que quiero referirme ahora. Es la oración de acción de gracias por los 400 años del santuario de Kalwaria Zebrzydowska, al que estoy unido desde la infancia. Allí, por senderos recorridos en la oración, busqué la luz y la inspiración para mi servicio a la Iglesia que está en Cracovia y en Polonia, y allí tomé varias decisiones pastorales difíciles. Precisamente allí, entre el pueblo fiel y orante, recibí la fe que me guía también en la Sede de Pedro. Por intercesión de la Virgen de Kalwaria quiero dar gracias a Dios por este don.

224 3. La peregrinación y la meditación en el misterio de la Misericordia divina no pueden realizarse sin referencia a los acontecimientos diarios de los que viven en Polonia. Por eso, con particular atención deseo ocuparme de ellos y encomendarlos a Dios, confiando en que él multiplicará con sus bendiciones los éxitos, y que las dificultades y los problemas encontrarán feliz solución gracias a su ayuda.

Lo que acontece en Polonia me interesa mucho. Sé cuánto ha cambiado nuestra patria desde mi primera visita, en 1979. Esta es una nueva peregrinación, durante la cual puedo observar cómo los polacos gestionan la libertad reconquistada. Estoy convencido de que nuestro país se dirige valientemente hacia nuevos horizontes de desarrollo en paz y prosperidad.

Me alegra que, con el espíritu de la doctrina social de la Iglesia, muchos de mis compatriotas se comprometan a construir la casa común de la patria sobre el fundamento de la justicia, el amor y la paz. Sé que muchos observan y valoran con mirada crítica el sistema, que pretende gobernar el mundo contemporáneo según una visión materialista del hombre. La Iglesia ha recordado siempre que no se puede construir un futuro feliz de la sociedad en la pobreza, la injusticia y el sufrimiento de un hermano. Los hombres que actúan según el espíritu de la ética social católica no pueden permanecer indiferentes ante la condición de los que se quedan sin trabajo y viven en un estado de pobreza creciente, sin ninguna perspectiva de mejorar su situación y el futuro de sus hijos.

Sé que muchas familias polacas, sobre todo las más numerosas, muchos desempleados y personas ancianas soportan el peso de los cambios sociales y económicos. A todos ellos quiero decirles que comparto sus dificultades y su suerte. Comparto sus alegrías y sus sufrimientos, sus proyectos y sus compromisos, encaminados a un futuro mejor. Todos los días los sostengo en sus buenas intenciones con una ferviente oración.

A ellos y a todos mis compatriotas les traigo hoy el mensaje de la esperanza que brota de la buena nueva: Dios, rico en misericordia, revela todos los días en Cristo su amor. Él, Cristo resucitado, dice a cada uno y a cada una de vosotros: "¡No temas! Soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (
Ap 1,17-18). Esta es la proclamación de la misericordia divina, que traigo hoy a mi patria y a mis compatriotas: "¡No temas!". Confía en Dios, que es rico en misericordia. Cristo, el infalible Dador de la esperanza, está contigo.

Quiero disculparme de nuevo: el presidente está de pie; el cardenal está de pie; y yo estoy sentado. Pido disculpas por esto, pero debo constatar también que me han creado aquí una barrera, que no me permite ponerme de pie.

Amadísimos hermanos y hermanas, espero que los tres días de mi estancia en la patria hagan renacer en nosotros una profunda fe en el poder de la misericordia de Dios; que nos unan aún más en el amor; que nos estimulen a la responsabilidad por la vida de todo hombre y de toda mujer y por sus exigencias diarias; y que nos impulsen a la bondad y a la comprensión recíproca, para que estemos aún más cercanos en el espíritu de la misericordia. Que la gracia de la esperanza llene vuestros corazones.

Una vez más, saludo cordialmente a los presentes, y a todos los bendigo de corazón.

Que Dios os bendiga.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II,


FIRMADO POR EL CARDENAL SODADO,


AL "MEETING" PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS




Excelencia reverendísima:

Con ocasión de la XXIII edición del Meeting para la amistad entre los pueblos, el Santo Padre le encarga que transmita a los organizadores y a los participantes su saludo cordial, y les manifieste su profundo aprecio por esa importante iniciativa, que desde hace varios años constituye una cita significativa del mundo católico italiano.

225 El título del encuentro de este año: "El sentimiento de las cosas, la contemplación de la belleza", presenta una temática muy interesante. Cristo dijo: "Yo soy la verdad" (cf. Jn Jn 14,6), y quien lo encontró por los caminos de Palestina vio en él también al "más bello de los hijos de los hombres" (Ps 44,3). La singular coincidencia entre verdad y belleza, que se realiza en el Verbo hecho hombre, vuelve a proponerse a menudo en las representaciones del arte cristiano, suscitando, también en nuestra época, el deseo de hallarla de nuevo en las composiciones actuales. En efecto, en nuestro tiempo, el pensamiento tiende a menudo a sostener que la verdad sería ajena, como tal, al mundo del arte. Por lo demás, la belleza correspondería sólo al sentimiento y representaría una dulce evasión de las férreas leyes que gobiernan el mundo. Pero ¿es precisamente así?

La naturaleza, las cosas y las personas, bien miradas, son capaces de maravillarnos por su belleza. ¿Cómo no ver, por ejemplo, en un atardecer entre las montañas, en la inmensidad del mar o en el semblante de un rostro algo que nos atrae y, al mismo tiempo, nos invita a profundizar en el conocimiento de la realidad que nos rodea? Esta constatación impulsó al pensamiento griego a sostener que la filosofía nace de la admiración, jamás separada del encanto de la belleza. También lo que sobrepasa el mundo sensible posee una belleza íntima, que impresiona al espíritu y lo abre a la admiración. Pensemos en la fuerza de atracción espiritual que ejerce un acto de justicia, un gesto de perdón o el sacrificio a causa de un gran ideal vivido con alegría y generosidad.

En la belleza se transparenta la verdad, que atrae a sí a través del encanto inconfundible que emana de los grandes valores. Así, el sentimiento y la razón están unidos radicalmente por una llamada dirigida a toda la persona. La realidad, con su belleza, hace experimentar el inicio del cumplimiento y casi nos susurra: "Tú no serás infeliz; la exigencia de tu corazón se realizará, más aún, ya se está realizando".

A veces la belleza puede seducir y corromper, pero esta degeneración, como recuerda el Evangelio, representa un fruto amargo de una opción no buena, que nace en el corazón de la persona, porque "nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle" (Mc 7,15). En este caso, la mirada del hombre se detiene en lo que aparece y, negando la llamada a ir más allá, llamada presente en todo lo bello, niega su valor de signo y pretende su posesión, borrando así en el tiempo toda huella de belleza.

A esta amarga experiencia se refiere san Agustín en las Confesiones, cuando reconoce: "Me arrojaba (...) sobre la gracia de tus criaturas. (...) Yo no estaba contigo, retenido lejos de ti por esas cosas que no serían si no fuesen en ti" (X, 27, 38). Pero el obispo de Hipona recuerda que precisamente la belleza lo liberó de esta angustia: "Me has llamado, y tu grito ha forzado mi sordera; tú has brillado, y tu resplandor ha alejado mi ceguera; tú has exhalado tu perfume, yo lo he aspirado, y he aquí que ahora suspiro por ti" (ib.).

El resplandor de la belleza contemplada abre el alma al misterio de Dios. Ya el libro de la Sabiduría reprendía a los que "no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquel que es" (Sg 13,1), pues por la admiración de su belleza tendrían que haberse elevado hasta su Autor (cf. Sb Sg 13,3). En efecto, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sg 13,5). La belleza posee una fuerza pedagógica para introducir eficazmente en el conocimiento de la verdad. En definitiva, conduce a Cristo, que es la Verdad. En efecto, cuando el amor y la búsqueda de la belleza nacen de una mirada de fe, se logra penetrar más a fondo en las cosas y entrar en contacto con Aquel que es la fuente de toda belleza.
El arte cristiano, en sus mejores expresiones, constituye una espléndida confirmación de esta intuición, presentándose como un homenaje de la belleza transfigurada, hecha eterna por la mirada de la fe.

El ardiente deseo del Sumo Pontífice es que el próximo Meeting para la amistad entre los pueblos contribuya a difundir ese modo nuevo de mirar las cosas que enseña Jesús. De esta manera, el arte puede transformarse en instrumento de evangelización, ayudando a promover una renovada etapa misionera.

Expresa, además, fervientes votos para que ese encuentro constituya para todos los participantes una valiosa ocasión de comunión en la caridad, de crecimiento en la fe y de contemplación de Dios, verdadera y sobrenatural Belleza.

Con este fin, asegura un recuerdo en la oración e, invocando la intercesión materna de María, Tota pulchra, envía a su excelencia, a los promotores, a los organizadores y a todos los que participen en el Meeting, una especial bendición apostólica.

Uno mis deseos personales de todo éxito para la manifestación y aprovecho la ocasión para confirmarme afectísimo en el Señor,

Card. Angelo SODANO
226 Secretario de Estado





VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A POLONIA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto de Kraków-Balice

Lunes 19 de agosto de 2002



1. "Polonia, mi amada patria, (...) Dios te eleva y te trata de modo particular, pero muéstrale tu agradecimiento por ello" (Diario, 1038). Con estas palabras, tomadas del Diario de santa Faustina, deseo despedirme de vosotros, queridos hermanos y hermanas, compatriotas míos.

En el momento en que debo volver al Vaticano, dirijo una vez más, con gran alegría, mi mirada a todos vosotros y doy gracias a Dios, que me ha permitido estar nuevamente en la patria. Con el pensamiento repaso las etapas de la peregrinación de estos tres días: Lagiewniki, Blonia de Cracovia y Kalwaria Zebrzydowska. Conservo en la memoria la multitud de fieles que oraban, testimonio de la fe de la Iglesia en Polonia y de su confianza en el poder de la misericordia de Dios. Al despedirme, quiero saludaros a todos, queridos compatriotas. Han sido numerosos los que me han esperado, los que han querido encontrarse conmigo. No todos lo han logrado. Quizá la próxima vez...

A las familias polacas les deseo que encuentren en la oración la luz y la fuerza para cumplir sus deberes, sembrando en todo ambiente el mensaje del amor misericordioso. Dios, fuente de la vida, os bendiga cada día. Saludo a aquellos con quienes me he encontrado personalmente a lo largo de mi peregrinación y a los que han participado en los encuentros del viaje apostólico a través de los medios de comunicación social. En particular, doy gracias a los enfermos y a las personas ancianas por sostener mi misión con la oración y con el sufrimiento. Les deseo que la unión espiritual con Cristo misericordioso sea para ellos fuente de alivio en sus sufrimientos físicos y espirituales.

Abrazo con la mirada del alma a toda mi amada patria. Me alegran sus éxitos, sus buenas aspiraciones y sus valientes iniciativas. He hablado con inquietud de las dificultades y de cuánto cuestan los cambios, que afectan dolorosamente a los más pobres y a los más débiles, a los desempleados, a los que carecen de un techo y a los que se ven obligados a vivir en condiciones cada vez más difíciles y en la incertidumbre del futuro.

Al partir, quiero encomendar estas situaciones precarias de nuestra patria a la Providencia divina e invitar a los responsables de la gestión del Estado a ser siempre solícitos del bien de la República y de sus ciudadanos. Que reine entre vosotros el espíritu de misericordia, de solidaridad fraterna, de concordia y de auténtica atención al bien de la patria.

Espero que, cultivando todos estos valores, la sociedad polaca, que desde hace siglos pertenece a Europa, encuentre una colocación adecuada en las estructuras de la Unión europea. Y que no sólo no pierda su identidad propia, sino que enriquezca su tradición, la del continente y de todo el mundo.

2. Los días de esta breve peregrinación me han brindado una ocasión para recordar y reflexionar profundamente. Doy gracias a Dios, que me ha dado la posibilidad de visitar Cracovia y Kalwaria Zebrzydowska. Le doy gracias por la Iglesia en Polonia, que, con espíritu de fidelidad a la cruz y al Evangelio, desde hace mil años comparte el destino de la nación, la sirve con celo y la sostiene en sus buenos propósitos y aspiraciones. Le doy gracias porque la Iglesia en Polonia permanece fiel a esta misión, y le pido que sea siempre así.

Deseo expresar mi gratitud a los que han contribuido al feliz desarrollo de la peregrinación. Doy las gracias una vez más al señor presidente de la República polaca por la invitación y por el esmero puesto en la preparación de la visita. Agradezco al señor primer ministro la colaboración entre las autoridades civiles y los representantes de la Iglesia. Agradezco este gesto de buena voluntad.


Discursos 2002 216