Discursos 2002 232

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL 170° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN


DE LA PEQUEÑA CASA DE LA DIVINA PROVIDENCIA




233 Al reverendo padre

ALDO SAROTTO

Superior general de la Sociedad de los Sacerdotes
de San José Benito Cottolengo

1. Han pasado 175 años desde que, el 2 de septiembre de 1827, san José Benito Cottolengo, llamado a la cabecera de una joven madre de tres hijos que no había sido acogida en los hospitales de la ciudad, tuvo la inspiración de fundar en Turín una obra para los más pobres y abandonados. Cinco años después, el 27 de abril de 1832, fundó efectivamente la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que la sabiduría popular definió "ciudad del milagro". Según las palabras del santo fundador, en ella recibirían asistencia los enfermos que, "de otro modo, morirían abandonados, porque a causa de su enfermedad no eran admitidos en ningún hospital respetable", además de "otras clases de personas pobres y abandonadas", que era necesario llevar "por el camino del trabajo y de la salud". Asimismo, a cada uno se aseguraría "una habitación de educación santa", es decir, la posibilidad de vivir una existencia cristiana comprometida y fervorosa.

Diez años después, el 30 de abril de 1842, con sólo 56 años, moría Cottolengo. En ese decenio de intenso fervor apostólico abrió las puertas a toda clase de necesitados, y fundó la comunidad de las religiosas, de los religiosos hermanos y de los sacerdotes, así como algunos monasterios de vida contemplativa.

Con el paso del tiempo, la semilla de la Pequeña Casa se ha convertido en un robusto árbol de caridad, que sigue produciendo abundantes frutos. Las diversas ramas de esta familia religiosa, aun habiendo sido aprobadas separadamente por la Santa Sede, trabajan juntas bajo la guía del padre de la Pequeña Casa, sucesor del fundador. Desde hace cerca de cuarenta años se ha multiplicado también el número de los voluntarios que prestan su colaboración, al mismo tiempo que un numeroso grupo de laicos ha dado vida recientemente a la asociación "Amigos de Cottolengo".
Las felices celebraciones, que tienen lugar en este año 2002, ofrecen la oportunidad providencial de dar gracias al Señor por el creciente desarrollo de la Pequeña Casa, que actualmente extiende su radio de acción fuera de sus estructuras originarias, abriendo los brazos a los pobres de otras ciudades y naciones, entre las cuales figuran Kenia, Estados Unidos, Suiza, India, Ecuador y, desde el año pasado, Tanzania. El fuego encendido por Cottolengo arde ya en numerosas regiones de la tierra.

2. "Charitas Christi urget nos" (2Co 5,14), solía repetir, consciente de que toda actividad asistencial debe inspirarse en la página evangélica del juicio final (cf. Mt Mt 25,31-40) y en la exhortación de Jesús a abandonarse con confianza a la divina Providencia (cf. Mt Mt 6,25-34). Esta convicción suya resulta evidente, por ejemplo, en la fundación de la casa para discapacitados mentales, llamados "buenos hijos" y "buenas hijas". La caridad cristiana iluminada por la fe le decía: "Quod uni ex minimis meis fecistis, mihi fecistis".

¡Qué patrimonio carismático tan significativo y rico lega Cottolengo a sus hijos e hijas espirituales! Es un patrimonio que deben conservar celosamente, más aún, actualizar y renovar con valentía, teniendo en cuenta los nuevos desafíos de nuestro tiempo. Es un servicio eclesial que llega a los más necesitados y a los últimos; un servicio alimentado por una incesante confianza en la divina Providencia. En una época en la que a menudo se desconoce e incluso se desprecia la vida; en la que el egoísmo, el interés y el provecho personal parecen ser los criterios predominantes de comportamiento; y en la que la brecha entre pobres y ricos se ensancha peligrosamente en el planeta, pagando las consecuencias especialmente los humildes, las personas más frágiles y débiles, es urgente proclamar y testimoniar el evangelio de la caridad y de la solidaridad. La caridad es el tesoro precioso de la Iglesia, la cual, con sus obras caritativas, habla también a los corazones más duros y aparentemente insensibles.

3. Ciertamente, muchas situaciones han cambiado con respecto a cuando se fundó la Pequeña Casa. Por lo general, ha mejorado el nivel de vida y se presta mayor atención y respeto a la dignidad del hombre, como demuestran las normas en materia de legislación asistencial.
En el ámbito eclesial, la vida consagrada afronta desafíos inéditos en la época actual, después de haber atravesado en el pasado reciente una preocupante crisis vocacional, que ha afectado incluso a los institutos de Cottolengo. Ha crecido el papel de los laicos y el voluntariado ha llegado a ser un recurso importante en la gestión de muchas iniciativas socio-asistenciales.

234 En este marco, la intuición carismática de Cottolengo, expresada muy bien en el lema de la Pequeña Casa, es hoy más actual que nunca. Ahora, como entonces, san José Benito Cottolengo recuerda que todo servicio a los hermanos debe nacer de un contacto constante y profundo con Dios. A cuantos se encuentran en dificultades no bastan respuestas contingentes, y quienes los asisten no se deben contentar con satisfacer sus exigencias materiales, por lo demás legítimas. Es necesario tener ante los ojos la salvación de las almas, buscando siempre la gloria de Dios, dispuestos a cumplir su voluntad, abandonándose con confianza a sus misteriosos designios salvíficos. En una palabra, es preciso tender a la santidad, "perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral" (Novo millennio ineunte NM 30).

A "este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31) han de tender todos los hijos e hijas espirituales de Cottolengo, preocupándose, como él mismo recomendaba, por ocupar lo más posible su corazón y su mente en Dios y en las cosas relacionadas con la salud del alma. Que el ejercicio del amor sea como un único fuego con dos llamas, dirigidas una al Señor y la otra al hombre pobre, porque -como decía el santo- "el celo por la gloria de Dios y el beneficio de los enfermos van siempre juntos".

4. "¡Virgen María, Madre de Jesús, haznos santos!". Que esta invocación habitual del fundador sea para cada miembro de la familia de Cottolengo una llamada a tender cada día a la santidad, la profecía más significativa que la Pequeña Casa de la Divina Providencia puede ofrecer a la humanidad del tercer milenio.

Repito aquí de buen grado lo que dije durante mi visita a vuestra institución de Turín, auténtica ciudad del sufrimiento y de la piedad, el 13 de abril de 1980: "Si a vuestro compromiso llegase a faltar esta dimensión sobrenatural, el Cottolengo dejaría de existir" (n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1980, p. 9).

Para vivir este alto ideal ascético y apostólico, Cottolengo fundó tres institutos que, a pesar de la diversidad de su condición canónica, dan un valioso y singular testimonio, actuando de forma unitaria en el ámbito de la Pequeña Casa. Espero que sigan caminando unidos, fieles a las opciones caritativas y pastorales de fondo que él realizó, implicando en su acción, con clarividente prudencia, a los laicos y especialmente a los jóvenes. Que sean incansables en el servicio a los últimos, sin olvidar, al mismo tiempo, que -como afirmaba el fundador- "la oración es nuestro trabajo primero y más importante porque la oración da vida a la Pequeña Casa". A este respecto, ¡cuán providencial fue su intuición de instituir, al final de su peregrinación terrena, monasterios de vida contemplativa! Mientras algunos hermanos y hermanas velan día y noche al servicio de los más pobres, otros arden silenciosamente ante Dios, consumándose como cirios en la contemplación y en la oración.

¡Qué extraordinario ejemplo se ofrece así al mundo de la síntesis armoniosa entre acción y oración que debe caracterizar la existencia de todo cristiano!

La celestial Madre de Dios y san José Benito Cottolengo ayuden a todas vuestras comunidades a conservar con vigor esta intuición carismática de los orígenes. Por mi parte, os acompaño con profundo afecto, bendiciendo a todos, juntamente con los huéspedes de las diferentes casas, a sus familias y a cuantos generosamente sostienen una obra tan providencial nacida del corazón de un gran apóstol de la caridad del siglo XIX.

Castelgandolfo, 26 de agosto de 2002







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA VI ASAMBLEA PLENARIA


DE LA FEDERACIÓN BÍBLICA CATÓLICA


Al reverendísimo
Mons. VINCENZO PAGLIA
Obispo de Terni-Narni-Amelia
235 Presidente de la Federación bíblica católica


Con ocasión de la VI asamblea plenaria de la Federación bíblica católica, que tendrá lugar en Beirut del 3 al 12 de septiembre de 2002, y cuyo tema es: "Me enseñarás el sendero de la vida" (
Ps 16,11 cf. Hch Ac 2,28), saludo cordialmente a los delegados y participantes, y les aseguro mi cercanía en la oración durante estos días de trabajo y reflexión.

Del este y el oeste, del norte y el sur os habéis congregado para compartir vuestras experiencias y renovar vuestro compromiso en favor del apostolado bíblico bajo la guía del Espíritu Santo, con la convicción de que la palabra de Dios, la verdadera fuente de la vida, es una bendición para todas las naciones. La sede misma de vuestro encuentro es particularmente significativa: el Líbano es uno de los lugares de la Biblia desde donde la Palabra, la realización de la promesa de bendición para todos los pueblos, comenzó su viaje por un mundo diversificado y pluralista.

Confiando en la fuerza y en el poder de la palabra de Dios, la Federación bíblica católica ha asumido la gran responsabilidad -que compete a toda la Iglesia- de hacer accesible la palabra divina a las personas en todas las partes del mundo, para que arraigue y crezca en su corazón. En efecto, "la Iglesia siempre ha venerado la sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo. (...) La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición" (Dei Verbum DV 21).

Vuestro compromiso de promover una escucha renovada de la palabra de Dios, que es un elemento necesario de la nueva evangelización, refuerza también los vínculos de unidad que ya existen entre todos los cristianos. En el diálogo ecuménico las sagradas Escrituras "son un instrumento precioso en la mano poderosa de Dios para lograr la unidad que el Salvador muestra a todos los hombres" (Unitatis redintegratio UR 21).

Ruego para que la VI asamblea plenaria de la Federación bíblica católica os ofrezca una provechosa oportunidad de evaluar lo que se ha realizado hasta ahora, y determinar lo que es necesario hacer aún para proclamar la palabra de Dios en un mundo que anhela la verdad.
Que el Espíritu Santo, el agente principal de nuestra misión, que enseña a la Iglesia, mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y permite a todos aceptar y creer en la verdad divina, guíe vuestro trabajo durante estos días.

En el amor de nuestro Señor Jesucristo, el Verbo hecho carne, os imparto a todos mi bendición apostólica.

Castelgandolfo, 30 de agosto de 2002








AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 5 de septiembre de 2002

Queridos hermanos en el episcopado:

236 1. En este tiempo fuerte de vuestro ministerio episcopal que es la visita ad limina, es para mí una gran alegría acogeros a vosotros, que tenéis el encargo pastoral de la Iglesia en la región Este-1 de Brasil, de la que forman parte las diócesis del Estado de Río de Janeiro y la "Unión de San Juan María Vianney", que he querido constituir en Campos como administración apostólica personal. Habéis venido a orar ante la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para hacer crecer en vosotros el impulso apostólico que los animaba y los condujo hasta aquí, para ser testigos del evangelio de Cristo, aceptando así la entrega total de su vida. Al encontraros con el Obispo de Roma y sus colaboradores, queréis manifestar también vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. El Señor bendiga vuestra iniciativa y os sostenga en el servicio al pueblo que os ha sido confiado.

A la vez que agradezco al cardenal Eugênio de Araújo Sales las palabras que me ha dirigido para expresar sentimientos de afecto y devoción, os saludo a todos vosotros aquí presentes y, por medio de vosotros, dirijo mi saludo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los demás laicos de vuestras diócesis. El Señor les dé fuerza y audacia para ser, en todas las circunstancias, testigos vigilantes del amor de Dios en medio de sus hermanos.

2. Tanto la archidiócesis de Niterói como la de Río de Janeiro poseen una tradición rica y dinámica. En esta última, desde los albores de la historia de Brasil, cuando mi venerado predecesor el Papa Gregorio III creó, el 19 de julio de 1575, la prelatura de San Sebastián, hasta hoy, la Iglesia católica ha impulsado numerosas iniciativas pastorales, gracias a la generosa entrega de eminentes figuras como las de los cardenales Arcoverde, Sebastião Leme, Jaime de Barros Câmara y Eugênio Sales, por citar sólo algunos. Esta Sede de Pedro quiere rendir homenaje a todos los prelados, obispos y arzobispos de ambas archidiócesis, que han servido a la causa del reino de Dios en medio del pueblo de esa gran nación, haciendo crecer las semillas del Verbo, hasta transformarse en un árbol frondoso (cf. Mt
Mt 13,31-32). En la línea de esta tradición, expreso mis mejores deseos de que esa región siga ejerciendo una influencia positiva en toda la Iglesia que está en Brasil, fomentando un intenso espíritu de comunión con el Episcopado nacional y con la Santa Sede. Aprovecho esta ocasión para expresar también mis mejores deseos al señor arzobispo de Río de Janeiro, mons. Eusébio Oscar Scheid, que está a punto de iniciar su misión como nuevo pastor de la archidiócesis.

3. En el marco de estos auspicios, desearía hacer algunas consideraciones con respecto a los seminarios en la formación de los futuros presbíteros en Brasil, como prioridad absoluta para una pastoral renovada y misionera.

Está aún vivo en mi memoria el gran encuentro con el Episcopado latinoamericano en Santo Domingo, en 1992. Los temas abordados en aquella ocasión abarcaban circunstancias y situaciones de la Iglesia, que superaban los estrechos límites de una o de algunas naciones. En ellos retomaba uno de los motivos principales que exigía aquella gran asamblea. En esa ocasión dije: "Condición indispensable para la nueva evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados. Por ello, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas, así como de otros agentes de pastoral, ha de ser una prioridad de los obispos y un compromiso de todo el pueblo de Dios" (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano, 12 de octubre de 1992, n. 26: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 1992, p. 12).

Pasados ya casi diez años, no cabe duda de que se ha hecho mucho en este sentido, especialmente en vuestra tierra, donde el crecimiento demográfico sigue a ritmo acelerado, y la necesidad de delimitar las nuevas fronteras eclesiásticas ha tratado de acompañar, con gran esfuerzo, esa evolución. Pensando en la inmensidad del territorio brasileño y en la falta de sacerdotes, colaboradores inmediatos en el ministerio profético, sacerdotal y real, quiero compartir con vosotros, como quien debe confirmar en la fe a sus hermanos, este problema que es de la Iglesia universal. Nuestros sentimientos deben ser los mismos del Señor, que "al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella" y dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,37-38). La debilidad humana, por la oración, se transforma en fuerza divina, pues todo lo podemos en Aquel que nos conforta (cf. Flp Ph 4,13).
En la fuerza de Dios y en el trabajo humano, realizado con sabiduría, está el secreto para obtener buenos resultados. Son sabios los pastores que unen sus fuerzas, sea a través de seminarios diocesanos abiertos a alumnos de otras diócesis, sea a través de seminarios interdiocesanos, siempre que tengan una orientación de comunión clara y bien definida con las normas de la Iglesia universal. Son sabios los pastores que no dudan en dedicar a la "sementera de sacerdotes" a sus mejores "agricultores" preparados intelectual, espiritual y pastoralmente, para constituir el equipo de formadores que necesita la Iglesia, en número adecuado a cada seminario. Es sabiduría potenciar los centros de formación, y prudencia loable no descuidar la calidad de la formación al buscar el aumento de la cantidad, aun considerando la inmensidad de la mies.

4. Esta Sede apostólica, en sintonía con los pastores y con la Conferencia episcopal de Brasil, ha tenido, sin duda, una preocupación constante por afrontar las exigencias de creación o revitalización de seminarios en diversas provincias eclesiásticas. De hecho, en la región noroeste del país, debido a la precaria situación económica de los territorios y, en consecuencia, a una dificultad real de los obispos para asegurar una actividad y una funcionalidad adecuadas y eficientes de los seminarios, se están concentrando los esfuerzos más urgentes. En este contexto, ciertamente es digno de alabanza el empeño por poder disponer de estructuras, aunque sean mínimas, para el reclutamiento, la selección y la formación de las vocaciones sacerdotales, que se necesitan urgentemente. Por eso, he seguido la evolución de lo que podría llegar a ser una verdadera "campaña" en favor del seminario en Brasil.

5. En realidad, este problema no es totalmente ajeno a las regiones donde existen mejores estructuras, no sólo formativas, sino también materiales. No basta, como decía antes, potenciar los centros de formación, si no se procura insistir tanto en el espíritu eclesial que debe reinar en el seminario como en la calidad de la enseñanza. La falta de medios económicos se ha suplido siempre, con el esfuerzo y la buena voluntad de todos, inclusive de las fuerzas vivas de cada diócesis; por eso, pido a Dios que recompense a todos los que han ayudado y siguen ayudando a los seminarios, que serán siempre deficitarios en sus gestiones.

Así pues, es oportuno mirar con fe la situación de las vocaciones sacerdotales. Por un lado, nos encontramos ante la confortadora realidad del aumento, en número y calidad, de las vocaciones sacerdotales. Existen muchas experiencias nuevas válidas, como las jornadas vocacionales, los discernimientos vocacionales, el acompañamiento de los posibles candidatos antes de su ingreso en el seminario, y otras más. Está también la consoladora experiencia del aumento de vocaciones en las diócesis cuyos seminarios procuran seguir con rigor las orientaciones del concilio Vaticano II y de la Santa Sede y, de modo especial, aplicando la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, que insiste en cultivar las dimensiones humano-afectiva, espiritual, intelectual y pastoral; las mismas Directrices básicas de la Conferencia episcopal de Brasil (cf. n. 55) han proporcionado valiosas ayudas para esa finalidad.

Pero, por otro lado, la influencia que el mundo moderno, con su tendencia secularizante y hedonista, ejerce en los cristianos, sobre todo en los jóvenes, deberá afrontarse con mayor decisión, para recordar y cultivar en los que tienen vocación el amor profundo a Cristo y a su reino. Es fundamental una sólida formación en la vida de oración y en la liturgia, por la cual, desde ahora, la Iglesia participa de la liturgia en la gloria del cielo.

237 En este sentido, la fidelidad a la doctrina sobre el celibato sacerdotal por el reino de los cielos debe ser "altamente estimada por la Iglesia de manera especial para la vida sacerdotal" (cf. Presbyterorum ordinis PO 16), cuando se trata de discernir en los candidatos al sacerdocio la llamada a una entrega incondicional y total. Es necesario recordarles que el celibato no es un elemento extrínseco e inútil -una superestructura- de su sacerdocio, sino una conveniencia íntima para participar en la dignidad de Cristo y en el servicio a la nueva humanidad que en él y por él tiene origen y que lleva a la plenitud.

Por eso, es mi deber recomendar una renovada atención en la selección de las vocaciones para el seminario, utilizando todos los medios posibles con vistas a un conocimiento adecuado de los candidatos, sobre todo desde el punto de vista moral y afectivo. Que ningún obispo se sienta dispensado de este deber de conciencia, del que deberá dar cuenta directamente a Dios; sería lamentable que, por una tolerancia mal entendida, llegaran a ordenarse jóvenes inmaduros, o con signos evidentes de desviaciones afectivas, que, como es tristemente conocido, podrían causar graves anomalías en la conciencia del pueblo fiel, con evidente daño para toda la Iglesia.

La presencia, en algunas escuelas teológicas o incluso en seminarios, de profesores poco preparados, que incluso viven en desacuerdo con la Iglesia, causa profunda tristeza y preocupación. Confiamos en la misericordia de Dios, que dirige la conciencia de los jóvenes generosos, pero no es posible aceptar que quienes se están formando sean expuestos a las desviaciones de formadores y profesores sin explícita comunión eclesial y sin un testimonio claro de búsqueda de la santidad. Las mismas visitas apostólicas a los seminarios no tendrían un efecto significativo y duradero si los obispos no introdujeran decidida e inmediatamente los cambios solicitados por el visitador. En fin, es conveniente que los obispos que envían seminaristas a los seminarios de otra diócesis o provincia conozcan bien el espíritu del seminario, y lo apoyen totalmente.

6. Nunca está de más repetir aquí que, a través de "la teología, el futuro sacerdote se adhiere a la palabra de Dios, crece en su vida espiritual y se dispone a realizar su ministerio pastoral" (Pastores dabo vobis PDV 51). De ahí la importancia de que haya un acompañamiento atento y vigilante de toda la vida del seminarista, pero especialmente de los estudios teológicos, puesto que corresponde al obispo velar por la buena doctrina impartida en el seminario.

De modo especial, juntamente con la cristología, la eclesiología es hoy la piedra de toque de una formación sana de los candidatos al sacerdocio. El estudio y la enseñanza de la teología tienen exigencias que derivan de su misma naturaleza; una de ellas, sin duda imprescindible, es que la teología debe conservar en la Iglesia su identidad propia, que no depende intrínsecamente del momento histórico que atraviesa.

Los esfuerzos, ciertamente legítimos y necesarios, por armonizar el mensaje cristiano con la mentalidad y la sensibilidad del hombre moderno, y por exponer la verdad de la fe con instrumentos tomados de la filosofía moderna y de las ciencias positivas, o partiendo de la situación del hombre y de la sociedad contemporánea, si no están debidamente controlados, pueden poner en peligro la naturaleza misma de la teología e incluso el contenido de la fe. Es necesario que la razón, guiada por la palabra de Dios y por su mayor conocimiento, se oriente para evitar "caminos que la podrían conducir fuera de la verdad revelada" (Fides et ratio FR 73).

En ciertas partes del mundo, y al parecer también en Brasil, en algunas facultades o institutos de teología se ha defendido una visión mutilada de la Iglesia, según determinadas ideologías reinantes, olvidándose de lo esencial: que la Iglesia es participación en el misterio del Verbo encarnado. Por eso urge insistir en la necesidad de que la teología conserve, en la Iglesia, su identidad propia.
Por tanto, ha sido realmente profético el principio expresado en la Asamblea conciliar, según el cual el misterio de Cristo y la historia de la salvación deben constituir el centro de convergencia de las diversas disciplinas teológicas (cf. Optatam totius OT 16). El tema de la Iglesia, como misterio divino, no sólo es el primer capítulo de la Lumen gentium, sino que también impregna todo el documento. Los obispos deben tomar una actitud de vigilancia, para que las clases de teología no se reduzcan a una visión humana de la Iglesia en medio de los hombres.

Esto no impide confirmar la finalidad pastoral de los estudios teológicos, para que "todas las dimensiones de la formación: espiritual, intelectual y disciplinar, se orienten conjuntamente a esta finalidad pastoral; para conseguirla, todos los formadores y profesores han de esforzarse mediante una acción diligente y concorde, obedeciendo fielmente al obispo" (ib., 4).

Esto lleva, en definitiva, al elemento formal, que está en el centro mismo de la teología: el espíritu misionero. El Concilio fue muy explícito a este respecto, cuando en el decreto Ad gentes sobre la actividad misionera exhortó a los profesores de seminarios y universidades a destacar siempre, de modo especial en las disciplinas dogmáticas, bíblicas, morales e históricas, "los aspectos misioneros contenidos en ellas, para que de este modo se forme la conciencia misionera en los futuros sacerdotes" (n. 39). Una formación adecuada en los seminarios aportará un gran beneficio a la Iglesia, tanto para la acción evangelizadora como para una auténtica promoción humana.

7. Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro me dirijo una vez más a vuestro amado país y, en particular, a los hijos de esa tierra del Estado de Río de Janeiro y de su capital, cada uno en el nivel de responsabilidad que le es propio, exhortándolos a comprometerse con decisión en la construcción del reino de Dios en este mundo.

238 En este inicio de milenio, deseo a todos un tiempo de gracia, que anuncie una nueva primavera de vida cristiana y les permita responder con audacia a las llamadas del Espíritu. Encomiendo a la Virgen María, Madre del Redentor, vuestro ministerio y la vida de vuestras comunidades eclesiales, para que guíe vuestros pasos hacia su Hijo Jesús. De corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los seminaristas, a los religiosos y religiosas, a los catequistas y a todos los fieles diocesanos.








AL NUEVO EMBAJADOR DE URUGUAY


CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


Viernes 6 de septiembre de 2002



Señor Embajador

1. Me es grato recibir las cartas que acreditan a Vuestra Excelencia como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede, en este acto solemne en el cual quiero darle mi más cordial bienvenida.

Deseo manifestar también mi sincero agradecimiento por el deferente saludo del Señor Presidente de la República, del que Vuestra Excelencia se ha hecho portavoz, rogando al mismo tiempo que le haga llegar mi especial cercanía al pueblo uruguayo, que encomiendo al Todopoderoso para que, en la actual singladura de su vida social y económica, pueda encontrar las soluciones más idóneas para alcanzar metas cada vez más altas de justicia, solidaridad y progreso, según el espíritu cristiano que tanto ha contribuido a forjar la identidad nacional.

2. La Misión que su Gobierno le ha encomendado inicia en unos momentos en que diversas circunstancias atraen poderosamente la atención, tanto en el concierto de las Naciones como en su propio País. Nuevas e inesperadas inquietudes parecen hacer zozobrar, en este comienzo de milenio, los equilibrios y el progreso que se creían alcanzados, una vez superados los turbulentos acontecimientos que han caracterizado el siglo pasado.

En este contexto, la Iglesia sigue proclamando con fuerza la necesidad de unas relaciones fluidas y cordiales entre las diversas naciones, asegurando así los cauces apropiados para un diálogo ininterrumpido que ayude eficazmente a resolver los conflictos, aunar los esfuerzos para promover la concordia y construir, con la colaboración de todos, el bien común de la sociedad.

El mensaje cristiano, al invitar a esperar ‘contra toda esperanza’ (Rm 4,18), proclama su confianza en el ser humano y en su capacidad, con la ayuda de Dios, de no sucumbir a las dificultades, advirtiendo al mismo tiempo de que los progresos obtenidos en cada momento de la historia, no obstante la fascinación que pueden producir, son transitorios, susceptibles de mejoras y, en todo caso, necesitan ser reafirmados constantemente por las personas e instituciones para encauzar las más nobles aspiraciones del ser humano.

Por eso “la Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación humana, devolviendo la esperanza a quienes ya no esperan” (Gaudium et spes GS 21). En ello funda su misión de contribuir al bien común de los pueblos, colaborando con las autoridades civiles y manteniéndose siempre en el ámbito que le es propio, sin pretender usurpar competencias ajenas. A ella le compete también promover los valores que son, a la vez, el alma de una nación y que favorecen la democracia, pues “una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Centesimus annus CA 46).

3. Recientemente ha tenido lugar también en el Uruguay una crisis social y económica de inusuales proporciones, que ha afectado gravemente a numerosos hogares. Esta situación, si bien obedece a factores complejos, algunos de ellos de origen externo a la Nación, debe llevarnos no obstante a una reflexión serena y realista sobre aquellas premisas que la han provocado o favorecido.

A este respecto, es oportuno recordar que la situación social no mejora aplicando exclusivamente unas medidas técnicas. Como Usted ha hecho presente, se ha de cuidar especialmente el cultivo de los valores y el respeto a la dimensión ética de la persona, de la familia y de la sociedad. Para un auténtico progreso de los pueblos se ha de fomentar la honestidad, la austeridad, la responsabilidad por el bien común, la solidaridad, el espíritu de sacrificio y la cultura del trabajo. De este modo será más fácil asegurar un desarrollo integral para todos los miembros de la comunidad nacional, para que no falten a cada uruguayo los bienes necesarios para desarrollarse como persona y como ciudadano, teniendo siempre en cuenta que, en épocas de dificultad y de crisis, se ha de prestar un especial cuidado en no seguir deteriorando la situación de aquellos que ya sufren la pobreza en sus múltiples formas.

239 4. En el ámbito de la asistencia a los más desfavorecidos, la Iglesia “está presente desde siempre con sus obras que tienden a ofrecer al hombre necesitado un apoyo material que no lo humille ni lo reduzca a ser únicamente objeto de asistencia, sino que lo ayude a salir de su situación precaria, promoviendo su dignidad de persona” (ibíd., 49). Así ha sido y continúa siendo en Uruguay, por lo que la coordinación y colaboración con las Instituciones civiles en tantos campos que promueven el bien de los ciudadanos, como la educación, la aten­ción sanitaria o la asistencia a los marginados o desprotegidos, es un modo de contribuir validamente al bien común de toda la comunidad nacional.

Al mismo tiempo, la Iglesia, precisamente por el total respeto a la dignidad de todo ser humano, cualquiera que sea su condición o situación social, defiende siempre sus derechos inalienables, como el de la vida desde su concepción hasta su ocaso natural, el derecho a nacer y crecer en una familia, a construir un hogar estable y a profesar sin obstáculos, tanto privada como públicamente, su fe religiosa. En efecto, los derechos fundamentales de la persona no pueden sacrificarse en aras de otros objetivos considerados falazmente como benéficos, pues esto atentaría contra la verdadera dignidad de todo ser humano.

5. Señor Embajador, al concluir este encuentro, le reitero mis mejores augurios en el desempeño de la alta misión que se le ha encomendado, para que las relaciones entre el Uruguay y la Santa Sede, como Usted ha puesto de relieve, se refuercen y progresen, reflejando así el gran aprecio que por el Sucesor de Pedro siente el pueblo uruguayo, el cual ha querido perpetuar la memoria de mi primera visita a ese País manteniendo como monumento nacional la Cruz que presidió la Eucaristía allí celebrada.

Le ruego que se haga portavoz de mi sincero reconocimiento por todo ello, así como de mi especial cercanía y afecto a todos los queridos hijos e hijas del Uruguay, para los que invoco siempre la maternal protección de la Virgen de los Treinta y Tres en su camino hacia una sociedad más justa, solidaria y pacífica.

Vaticano, 6 de septiembre de 2002.


Discursos 2002 232