Discursos 2002 246


A LOS ABADES Y ABADESAS DE LA ORDEN CISTERCIENSE


DE LA ESTRICTA OBSERVANCIA


Castelgandolfo, jueves 19 de septiembre de 2002



247 1. La reunión de los dos capítulos generales de vuestra venerada Orden cisterciense de la estricta observancia me brinda la grata oportunidad de encontrarme con vosotros, queridos abades, abadesas y representantes de los monjes y de las monjas trapenses.

Gracias por esta visita, con la que queréis renovar la expresión de vuestra fiel adhesión al Sucesor de Pedro. Os saludo con afecto a cada uno. Saludo en particular y expreso mi agradecimiento a dom Bernardo Olivera, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes, ilustrando también la finalidad y los objetivos de vuestra asamblea. A través de vosotros, saludo a los hermanos y a las hermanas de vuestros monasterios esparcidos por todo el mundo. El Papa os da las gracias porque del silencio de vuestros claustros se eleva al cielo una incesante oración por su ministerio y por las intenciones y las necesidades de toda la comunidad eclesial.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, os habéis reunido durante estos días para reflexionar sobre cómo hacer para que vuestro patrimonio espiritual común, conservando inalterado el espíritu de los orígenes, responda cada vez mejor a las exigencias del momento presente. La humanidad, también a causa de los recientes hechos trágicos, cuyo aniversario se conmemora precisamente en estos días, aparece desorientada, en busca de seguridad: anhela la verdad, aspira a la paz.

Pero ¿dónde buscar un refugio seguro sino en Dios? Como recordé durante mi reciente viaje a Polonia, sólo en la misericordia divina el mundo puede encontrar la paz, y el hombre, la felicidad. De este secreto, oculto a los sabios y a los entendidos, pero revelado a los pequeños (cf. Mt
Mt 11,25), vuestros monasterios son testigos privilegiados desde hace siglos.

En efecto, desde el inicio, los cistercienses se han caracterizado por una especie de "pasión mística", demostrando que la búsqueda sincera de Dios, a través de un austero itinerario ascético, conduce a la inefable alegría del encuentro esponsal con él en Cristo. Al respecto, san Bernardo enseña que quien tiene sed del Altísimo ya no posee nada propio: todo lo tiene en común con Dios. Y añade que el alma, en esta situación, "no pide libertad ni merced ni herencia, y tampoco doctrina, sino el beso [de Dios] a modo de esposa castísima, ardiente en santo amor, y totalmente incapaz de ocultar la llama en la que arde" (Super Cantica canticorum, 7, 2).

3. Esta elevada espiritualidad conserva todo su valor de testimonio en el actual marco cultural, que con demasiada frecuencia estimula el deseo de bienes falaces y de paraísos artificiales. En efecto, amadísimos hermanos y hermanas, vuestra vocación consiste en testimoniar, con vuestra existencia retirada en la trapa, el elevado ideal de la santidad, compendiado en un amor incondicional a Dios, bondad infinita, y, como consecuencia, un amor que en la oración abarca místicamente a toda la humanidad.

El estilo de vida que os caracteriza subraya bien estas dos coordenadas fundamentales del amor. No vivís como eremitas en comunidad, sino como cenobitas en un desierto singular. Dios se manifiesta en vuestra soledad personal, así como en la solidaridad que os une a los miembros de la comunidad. Estáis solos y separados del mundo para avanzar por el sendero de la intimidad divina. Al mismo tiempo, compartís esta experiencia espiritual con otros hermanos y hermanas, en un equilibrio constante entre contemplación personal y unión con la liturgia de la Iglesia.

Conservad inalterado este patrimonio carismático. Constituye una riqueza para todo el pueblo cristiano.

4. El desarrollo de la Orden os pone hoy en contacto, especialmente en el Extremo Oriente, con diferentes tradiciones religiosas, con las que es necesario entablar un diálogo sabio y prudente, para que resplandezca por doquier, en la pluralidad de las culturas, la única luz de Cristo. Jesús es el sol resplandeciente, del que la Iglesia debe ser reflejo fiel, según la expresión "mysterium lunae", tan frecuente en la contemplación de los Padres. Como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, esta tarea hace temblar si se tiene en cuenta la fragilidad humana, pero es posible cuando se abre a la gracia renovadora de Dios (cf. n. 55).

Amadísimos hermanos y hermanas, que no os desanimen las dificultades y las pruebas, aunque sean muy dolorosas. A este propósito, pienso en los siete monjes de Nuestra Señora de Atlas, en Tibhirine (Argelia), asesinados bárbaramente en mayo de 1996. Que su sangre derramada sea semilla de numerosas y santas vocaciones para vuestros monasterios en Europa, donde es más notable el envejecimiento de las comunidades de monjes y monjas, y en las demás partes del planeta, donde se manifiesta otra urgencia, la de garantizar la formación de los numerosos aspirantes a la vida cisterciense. Espero, además, que una coordinación más orgánica entre las diversas ramas de la Orden haga cada vez más elocuente el testimonio del carisma común.

5. "Duc in altum!" (Lc 5,4). Amadísimos hermanos y hermanas, también a vosotros os dirijo la invitación de Jesús a remar mar adentro; una invitación que resonó para todo el pueblo cristiano al término del gran jubileo del año 2000. Avanzad sin temor por el camino emprendido, animados por el "buen celo" del que habla san Benito en su Regla, sin anteponer absolutamente nada a Cristo (cf. cap. LXXII).

248 Os acompaña solícita la santísima Virgen María, y juntamente con ella os protegen los santos y los beatos de la Orden. El Papa os asegura un recuerdo constante en la oración, a la vez que os bendice de corazón a vosotros, aquí presentes, y a vuestras comunidades monásticas.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CAPÍTULO GENERAL DE LAS RELIGIOSAS


HOSPITALARIAS DE LA MISERICORDIA






A la reverenda madre

AURELIA DAMIANI

Superiora general de la Congregación
de las Religiosas Hospitalarias
de la Misericordia

1. Me alegra dirigirle a usted y a las hermanas mi saludo cordial con ocasión del XLII capítulo general, durante el cual estáis comprometidas en la búsqueda concorde de la voluntad de Dios con respecto a vuestro instituto, en este singular momento de la historia, al inicio de un nuevo milenio.
Extiendo la expresión de mi aprecio paterno a todas las hermanas Hospitalarias de la Misericordia, que cumplen su misión en Italia y en otras naciones. Queridas hermanas, ¡qué valioso es el servicio que prestáis a tantas personas necesitadas, con intenso celo pastoral! ¡Qué gran mérito tiene vuestra misión! Al trabajar en el ámbito hospitalario, lleváis alivio a los enfermos y a las personas que sufren, y les testimoniáis la providente misericordia divina. Conservad siempre vivo este singular carisma, confirmado por el vínculo de un voto especial.

2. Cada día en la cabecera de los enfermos y en contacto con sus familiares, así como con el personal sanitario, tenéis la posibilidad de dar a cada uno un elocuente testimonio evangélico, en plena fidelidad al mandato de Cristo: "Id y anunciad el reino de Dios y curad a los enfermos" (cf. Lc Lc 5,1-2).

Se trata de una de las formas más urgentes de evangelización, a la que, como reafirmasteis con ocasión del gran jubileo del año 2000, y aún más en el actual capítulo, vuestra familia religiosa quiere dedicarse, profundizando en el sentido y en las modalidades concretas de vuestra tarea. Así, practicáis la "creatividad de la caridad", de la que hablé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, advirtiendo que debe promover "no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de mostrarse cercanos y solidarios con quien sufre" (n. 50). En esta misma perspectiva se sitúa el tema de vuestro capítulo: "Arraigadas en la caridad, para vivir y testimoniar la misericordia de Cristo, buen samaritano de todos los tiempos y de todas las culturas".
A los hermanos y a las hermanas necesitados debéis asegurarles, con la palabra y el ejemplo, que "fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre" (Homilía durante la misa de consagración del santuario de la Misericordia Divina en Lagiewniki, Cracovia, 17 de agosto de 2002, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 2002, p. 4).

3. En efecto, en esta línea se sitúa toda vuestra historia desde los comienzos, cuando nacisteis para curar a los enfermos del Estado pontificio. Reconociendo las necesidades más urgentes del tiempo, la princesa Teresa Orsini de Doria Pamphili, con la ayuda del cardenal Giuseppe Antonio Sala y bajo el patrocinio del Papa Pío VII, dio inicio a vuestra congregación en el hospital de San Juan, en Roma. Doy gracias, juntamente con vosotras, al Señor que, por medio de su Espíritu, suscitó en la Iglesia vuestro instituto para servir a Cristo en el enfermo, y os animo de buen grado a perseverar en este compromiso de amor y fidelidad a Dios y a la Iglesia, encarnando en las situaciones actuales el carisma típico que os distingue y que representa un don para toda la sociedad.

249 El desafío de la inculturación exige hoy a los creyentes anunciar la buena nueva con lenguajes y modos comprensibles a los hombres de este tiempo. Una misión urgente y vastas perspectivas apostólicas se abren también para vosotras, queridas hermanas Hospitalarias de la Misericordia. Un atento discernimiento de las realidades socioculturales modernas ofrece indicaciones concretas para que la presencia de vuestro instituto en el ámbito del cuidado de la salud sea más eficaz, descubriendo al mismo tiempo itinerarios más idóneos de penetración apostólica.

Conservad siempre ante vuestros ojos el rostro sufriente de Cristo. Recomenzad desde él cada día con valentía humilde, para ser testigos de su amor misericordioso en el vasto campo de la enfermedad y del dolor. Como escribí en la citada carta Novo millennio ineunte, "no se trata de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo" (n. 29).

4. Reverenda madre, sé bien cuán valiosa es la labor de quien está diariamente al servicio de los enfermos, y soy consciente de las numerosas dificultades que se encuentran. Hallaréis la fuerza para superarlas todas, si os esforzáis por ver a Cristo en cada persona. Pero es necesario que no falte jamás esta tensión espiritual en vuestra difícil actividad apostólica. Por eso, vivificad vuestra jornada con una oración intensa y vigilante. La contemplación ha de ser el apoyo de vuestra acción.

El modelo en el que debéis inspiraros es María, Madre de misericordia e imagen de viva adhesión a la voluntad de Dios. A ella le encomiendo vuestro capítulo general, para que surjan de él opciones valientes y sabias para todo el instituto; opciones que se hagan manteniendo siempre la mirada fija en el rostro de Cristo.

Con estos sentimientos, le imparto de corazón a usted y a su consejo, a las capitulares y a todas las hermanas Hospitalarias de la Misericordia, una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 14 de septiembre de 2002








AL CUARTO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 21 de septiembre de 2002



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Es para mí motivo de alegría recibiros hoy, arzobispos y obispos de las provincias eclesiásticas de las regiones Oeste 1 y 2, correspondientes respectivamente al Mato Grosso del sur y al Mato Grosso, que habéis venido a Roma para renovar vuestra fe ante las tumbas de los Apóstoles. Esta es la primera vez que la diócesis de Juína y la prelatura de Paranatinga, erigidas en el último quinquenio, realizan la visita ad limina, con la que todos los obispos reafirman su vínculo de comunión con el Sucesor de Pedro.

Agradezco de corazón a monseñor Bonifácio Piccinini, arzobispo de Cuiabá, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos; y a cada uno de vosotros, la oportunidad que me habéis proporcionado, en las audiencias particulares, de conocer los sentimientos de las comunidades a las que servís como pastores, participando así en el anhelo de que vuestra grey crezca "en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo" (Ep 4,15).

Con el fin de impulsar vuestra solicitud pastoral, deseo compartir ahora con vosotros algunas reflexiones, sugeridas por la situación concreta en la que ejercéis el ministerio de dar a conocer y "anunciar el misterio de Cristo" (Col 4,3).

250 2. La visita ad limina de los sucesivos y numerosos grupos de pastores que forman el Episcopado de Brasil marca el camino y constituye una fuerte experiencia de comunión, afectiva y efectiva, a través de muchos y enriquecedores diálogos, como he querido subrayar en el precedente encuentro con el grupo de la Amazonia. Constato con satisfacción el esfuerzo que estáis realizando, tanto de manera conjunta como en las diversas diócesis, para forjar una comunidad eclesial llena de vitalidad y evangelizadora, que viva una profunda experiencia cristiana alimentada por la palabra de Dios, por la oración y por los sacramentos, coherente con los valores evangélicos en su existencia personal, familiar y social.

En el marco de la vasta y exigente responsabilidad que tenéis, quiero reflexionar hoy particularmente sobre la colaboración de los fieles laicos en la vida diocesana, y sobre todo en el ministerio sagrado de los sacerdotes.

No es una novedad el hecho de que vuestro país cuenta con el mayor número de bautizados en la Iglesia católica de todo el mundo. En la línea del concilio Vaticano II, del Sínodo de los obispos de 1987 y de la exhortación apostólica Christifideles laici, que es su fruto, se ha puesto de relieve la identidad de los laicos, fundada en la "radical novedad cristiana que deriva del bautismo" (n. 10). La llamada hecha a todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo a participar activamente en la edificación del pueblo de Dios, resuena continuamente en los documentos del Magisterio (cf. Lumen gentium
LG 3 Apostolicam actuositatem AA 24).

3. En 1997 se volvió a poner énfasis en este principio, en el que se reafirmó la identidad propia, en la dignidad común y en la diversidad de funciones, de los fieles laicos, de los ministros sagrados y de los consagrados (cf. Instrucción sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes. Premisa). Es importante reflexionar en esta participación, para realizarla de la manera más oportuna, especialmente en las comunidades que constituyen normalmente la vida de las diócesis y en torno a las cuales sus miembros colaboran activamente.

La Iglesia nace "por una decisión totalmente libre y misteriosa de la sabiduría y bondad del Padre" (Lumen gentium LG 2) de salvar a todos los hombres a través de su Hijo y en el Espíritu Santo. "De unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs adunata": así describe a la Iglesia el obispo mártir san Cipriano (De Orat. dom. 23: PL 4, 553). Cristo, al fundar su Iglesia, lo hace no como una simple institución que se autosustentaría jurídicamente y en la que se insertarían los hombres para alcanzar la salvación. La Iglesia es mucho más que eso. El Padre ha llamado a hombres y mujeres para que constituyan un pueblo de hijos en el Hijo, en Cristo, mediante la carne inmolada de su Hijo hecho hombre; en otras palabras, para que sean el cuerpo de Cristo.

El Concilio se abrió a una visión positiva de la índole peculiar de los fieles laicos, que tienen como fin específico "buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen gentium LG 31). Los que viven en el mundo, y en él encuentran los medios de santificación, procuran transformar las realidades humanas para fomentar el bien común familiar, social y político, pero sobre todo para elevarlas a Dios, glorificando al Creador y viviendo cristianamente entre sus semejantes.

Algunos de los señores obispos aquí presentes recordarán que, con ocasión de mi encuentro con el laicado católico en Campo Grande, en 1991, quise recordar las "diferentes formas de participación orgánica de los laicos en la única misión de la Iglesia-comunión" (Discurso del 17 de octubre de 1991, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de noviembre de 1991, p. 8), precisamente en la situación, en el lugar que Dios dispuso que ocuparan en el mundo.
La Iglesia tiene como finalidad continuar en el mundo la misión salvífica de Cristo. A lo largo de la historia, se esfuerza por realizar este mandato con la luz del Espíritu Santo, mediante la acción de sus miembros, en los límites de la función propia que cada uno ejerce dentro del Cuerpo místico de Cristo.

4. Entre los objetivos de la reforma litúrgica, establecida por el concilio Vaticano II, estaba la necesidad de llevar "a todos los fieles a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la que tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1P 2,9)" (Sacrosanctum Concilium SC 14).

Pero en la práctica, en los años posteriores al Concilio, para cumplir este deseo se extendió arbitrariamente "la confusión de las funciones, especialmente por lo que se refiere al ministerio sacerdotal y a la función de los seglares: recitación indiscriminada y común de la plegaria eucarística, homilías pronunciadas por seglares, seglares que distribuyen la comunión mientras los sacerdotes se eximen" (Instrucción Inestimabile donum, 3 de abril de 1980, Introducción: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de junio de 1980, p. 17).

Esos graves abusos prácticos han tenido con frecuencia su origen en errores doctrinales, sobre todo por lo que respecta a la naturaleza de la liturgia, del sacerdocio común de los cristianos, de la vocación y de la misión de los laicos, en lo referente al ministerio ordenado de los sacerdotes.
251 Venerados hermanos en el episcopado, como sabéis, el Concilio consideró la liturgia "como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (Sacrosanctum Concilium SC 7).
La redención es realizada totalmente por Cristo. Mientras tanto, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, nuestro Salvador asocia siempre a sí a su Esposa amadísima, la Iglesia (cf. ib.). A través de la liturgia, el Señor "continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1069).

La liturgia es acción de todo el Cuerpo místico de Cristo, Cabeza y miembros (cf. ib., n. 1071). Es acción de todos los fieles, porque todos participan en el sacerdocio de Cristo (cf. ib., nn. 1141 y 1273). Pero no todos tienen la misma función, porque no todos participan del mismo modo en el sacerdocio de Cristo. "Por el bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común de los fieles". A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del orden" (ib., n. 1591), o sea, el "sacerdocio ministerial". "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia, sin embargo, es esencial y no sólo de grado. En efecto, el sacerdocio ministerial, por el poder sagrado de que goza, configura y dirige al pueblo sacerdotal, realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo. Los fieles, en cambio, participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras" (Lumen gentium LG 10).

5. Prescindir de esta diferencia esencial, y de la ordenación mutua entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común de los fieles, ha tenido repercusiones inmediatas en las celebraciones litúrgicas, acciones de la Iglesia estructurada orgánicamente.

He querido recordar esas declaraciones del magisterio de la Iglesia con la certeza de que, aun conociéndolas, volváis a exponerlas con sencillez, para que los laicos eviten realizar en la liturgia las funciones que son de competencia exclusiva del sacerdocio ministerial, puesto que sólo este actúa específicamente in persona Christi capitis.

Ya me he referido a la confusión y, a veces, a la equiparación entre sacerdocio común y sacerdocio ministerial, a la escasa observancia de ciertas leyes y normas eclesiásticas, a la interpretación arbitraria del concepto de "suplencia", a la tendencia a la "clericalización" de los fieles laicos, etc., señalando la necesidad de que "los pastores estén vigilantes para que se evite un fácil y abusivo recurso a presuntas "situaciones de emergencia" o de "necesaria suplencia", allí donde no se dan objetivamente o donde es posible remediarlo con una programación pastoral más racional" (Christifideles laici CL 23).

Deseo recordar aquí que los fieles no ordenados pueden ejercer ciertas tareas o funciones de colaboración en el servicio pastoral, cuando sean expresamente habilitados para ello por sus respectivos pastores sagrados y de acuerdo con las prescripciones del derecho (cf. Código de derecho canónico, c. 228, 1). Igualmente, en el consejo presbiteral, no gozan del derecho a voz activa ni pasiva los diáconos y los demás fieles no ordenados, así como los presbíteros que han perdido el estado clerical o que, en cualquier caso, han abandonado el ejercicio del sagrado ministerio (cf. Instrucción sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, art. 5, 1).

Por último, recuerdo también que los miembros del consejo pastoral diocesano o parroquial gozan exclusivamente de voto consultivo, el cual, por tanto, no puede convertirse en deliberativo (ib., 2). El obispo oirá a los fieles, clérigos y laicos, para formarse una opinión, aunque estos no pueden formular el juicio definitivo de la Iglesia, que corresponde al obispo discernir y pronunciar, no por mera cuestión de conciencia, sino como maestro de la fe (cf. Código de derecho canónico, cc. 212 y 512, 2). De este modo, se evitará que el consejo pastoral pueda entenderse de modo impositivo como órgano representativo o portavoz de los fieles de la diócesis.

6. En un contexto más amplio, pero sin querer apartarme de estas consideraciones que os acabo de hacer, deseo referirme también al tema de la restauración del diaconado permanente para los hombres casados, que ha constituido un importante enriquecimiento para la misión de la Iglesia después del Concilio.

De hecho, el Catecismo de la Iglesia católica considera su conveniencia "ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las obras sociales y caritativas" (n. 1571). La colaboración que el diácono permanente brinda a la Iglesia, de modo especial donde hay escasez de presbíteros es, sin duda, de gran beneficio en la vida eclesial. Existe en Brasil la Comisión nacional de diáconos, que tiene la función de velar para que la índole de su servicio actúe, bajo la autoridad de los obispos, donde se requiera para el bien del pueblo fiel. Ciertamente, el servicio del diácono permanente se limita, y lo estará siempre, a las prescripciones del derecho, puesto que corresponde a los presbíteros ejercer la plena potestad ministerial; de esta forma se evita el peligro de ambigüedad, que puede confundir a los fieles, sobre todo en las celebraciones litúrgicas.

Por tanto, los pastores deben sentir la necesidad de promover la pastoral vocacional de los jóvenes que, por amor a Dios y a su Iglesia, quieren entregarse a la causa de Dios en el celibato apostólico real y definitivo, con rectitud moral y auténtica libertad espiritual. La propuesta del celibato sacerdotal por parte de la Iglesia es clara en sus exigencias: abraza la continencia perfecta por el reino de los cielos.

252 7. Al terminar este encuentro, os ruego encarecidamente que seáis portadores de mi recuerdo cordial a vuestros diocesanos de Mato Grosso. Tengo presentes especialmente a los jóvenes al inicio de su camino eclesial. Participad en la experiencia de las comunidades diocesanas más antiguas y estimulaos a vivir con alegría la fe en Cristo, nuestro Salvador.

Confío vuestros propósitos y proyectos pastorales a la protección materna de la Virgen María, a la que con tanto fervor se invoca siempre en Brasil como Nuestra Señora Aparecida. Aprovecho también la ocasión para saludar, por medio de vosotros, a los presbíteros y a todos los ministros de la Iglesia, a los diáconos permanentes, a las comunidades de consagrados, a las parroquias, a las asociaciones cristianas, a las familias, a los ancianos y a los que sufren todo tipo de dolores físicos o morales; recuerdo también con alegría a los jóvenes y a los niños, objeto de mis mayores esperanzas. Por último, llevad a todos los queridos diocesanos de Mato Grosso y de Mato Grosso del sur la seguridad de mi afecto y mi aliento a vivir su vocación cristiana en unión con Dios nuestro Señor y con el Sucesor de Pedro, juntamente con la bendición apostólica, que les imparto de todo corazón.






A UN GRUPO DE CATEQUISTAS Y PRESBÍTEROS


DEL CAMINO NEOCATECUMENAL


Sábado 21 de septiembre de 2002



1. Me alegra recibiros, queridos catequistas y presbíteros del Camino neocatecumenal, que habéis venido hoy aquí para encontraros con el Papa. Os saludo y acojo con afecto a cada uno y, a través de vosotros, saludo a todo el Camino neocatecumenal, una realidad eclesial difundida ya en muchos países y apreciada por parte de numerosos pastores. Agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido el señor Kiko Argüello, iniciador del Camino juntamente con la señorita Carmen Hernández. Con sus palabras, además de expresar vuestra adhesión fiel a la Sede de Pedro, ha testimoniado vuestro amor concorde a la Iglesia.

2. ¡Cómo no dar gracias al Señor por los frutos producidos por el Camino neocatecumenal en sus más de treinta años de existencia! En una sociedad secularizada como la nuestra, donde reina la indiferencia religiosa y muchas personas viven como si Dios no existiera, son numerosos los que necesitan redescubrir los sacramentos de la iniciación cristiana, especialmente el bautismo. El Camino es, sin duda alguna, una de las respuestas providenciales a esta necesidad urgente.
Contemplamos vuestras comunidades: ¡cuántos redescubrimientos de la belleza y de la grandeza de la vocación bautismal recibida! ¡Cuánta generosidad y celo en el anuncio del Evangelio de Jesucristo, en particular a los más alejados! ¡Cuántas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa surgidas gracias a este itinerario de formación cristiana!

3. Conservo vivo en la memoria nuestro último encuentro, celebrado en el mes de enero de 1997, inmediatamente después de vuestra reunión en las cercanías del monte Sinaí para conmemorar los treinta años de vida del Camino neocatecumenal. En aquel momento os dije que la redacción de los Estatutos del Camino "es un paso muy importante, que abre la senda hacia su formal reconocimiento jurídico, por parte de la Iglesia, dándoos una garantía ulterior de la autenticidad de vuestro carisma" (Discurso a un grupo de miembros del Camino neocatecumenal, 24 de enero de 1997, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de febrero de 1997, p. 8).

Nuestro encuentro actual expresa la alegría por la reciente aprobación de los Estatutos del Camino neocatecumenal por parte de la Santa Sede. Me alegra que este itinerario, que comenzó hace más de cinco años, se haya realizado mediante un intenso trabajo de consulta, reflexión y diálogo. Mi pensamiento va ahora a la persona del cardenal James Francis Stafford, a quien deseo manifestar mi agradecimiento por el empeño y la solicitud con que el Consejo pontificio para los laicos ha acompañado al equipo internacional responsable del Camino en este proceso.

4. Deseo subrayar la importancia de los Estatutos recién aprobados para la vida actual y futura del Camino neocatecumenal. En efecto, esta norma ante todo reafirma una vez más la naturaleza eclesial del Camino neocatecumenal que, como ya dije hace algunos años, constituye "un itinerario de formación católica, válida para la sociedad y para los tiempos actuales" (Carta a mons. Paul J. Cordes, delegado "ad personam" para el apostolado de las comunidades neocatecumenales, vicepresidente del Consejo pontificio para los laicos: AAS 82 [1990] 1515).

Además, los Estatutos del Camino neocatecumenal describen los aspectos esenciales de este itinerario dirigido a los fieles que en sus comunidades parroquiales desean reavivar su fe, así como a las personas ya adultas que se preparan para recibir el sacramento del bautismo. Pero los Estatutos establecen, sobre todo, las tareas fundamentales de las diversas personas que tienen responsabilidades específicas en la realización del itinerario formativo dentro de las comunidades neocatecumenales, es decir, los presbíteros, los catequistas, las familias en misión y los equipos responsables en todos los niveles. De esta manera, los Estatutos deben constituir para el Camino neocatecumenal una "regla de vida clara y segura" (Carta al cardenal James Francis Stafford, 5 de abril de 2001, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de abril de 2001, p. 2), un punto de referencia fundamental para que este proceso de formación, que tiene como objetivo llevar a los fieles a una fe madura, se realice de un modo conforme a la doctrina y a la disciplina de la Iglesia.

5. La aprobación de los Estatutos abre una nueva etapa en la vida del Camino. La Iglesia espera ahora de vosotros un compromiso aún más fuerte y generoso en la nueva evangelización y en el servicio a las Iglesias locales y a las parroquias. Por tanto, vosotros, presbíteros y catequistas del Camino, tenéis la responsabilidad de hacer que los Estatutos se cumplan fielmente en todos sus aspectos, de modo que sean un verdadero fermento para un nuevo impulso misionero.

253 Los Estatutos constituyen, además, una importante ayuda para todos los pastores de la Iglesia, especialmente para los obispos diocesanos, a quienes el Señor ha confiado el cuidado pastoral y, en particular, la iniciación cristiana de las personas en la diócesis. "En su paternal y vigilante acompañamiento de las comunidades neocatecumenales" (Decreto del Consejo pontificio para los laicos, 29 de junio de 2002: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de julio de 2002, p. 5), los Ordinarios diocesanos podrán encontrar en los Estatutos los principios básicos de actuación del Camino neocatecumenal con fidelidad a su proyecto originario.

Deseo dirigiros una palabra en particular a vosotros, sacerdotes comprometidos al servicio de las comunidades neocatecumenales. No olvidéis nunca que, como ministros de Cristo, tenéis un papel insustituible de santificación, de enseñanza y de guía pastoral con respecto a los que recorren el itinerario del Camino. Servid con amor y generosidad a las comunidades que os han sido confiadas.

6. Queridos hermanos y hermanas, con la aprobación de los Estatutos del Camino neocatecumenal felizmente se ha llegado a definir su configuración eclesial esencial. Juntos damos gracias al Señor.
Corresponde ahora a los dicasterios competentes de la Santa Sede examinar el Directorio catequístico y toda la praxis catequística y litúrgica del Camino mismo. Estoy seguro de que sus miembros secundarán con generosa disponibilidad las indicaciones que les den esas fuentes autorizadas.

Sigo con viva atención vuestra labor en la Iglesia, y en mis oraciones os encomiendo a todos a la santísima Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, y os imparto de corazón la bendición apostólica.








Discursos 2002 246