Discursos 2002 8


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE



Viernes 18 de enero de 2002


. Venerados señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros al término de la sesión plenaria de vuestro dicasterio. Dirijo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, y deseo agradecer en particular al señor cardenal Joseph Ratzinger, vuestro prefecto, las nobles palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos.

He escuchado cuanto el cardenal prefecto me ha expuesto sobre los trabajos que habéis realizado durante estos intensos días de reflexión. A este respecto, permitidme ante todo proponeros algunas reflexiones y convicciones sobre el significado más profundo de vuestra reunión. La Iglesia exige y vive de esta continua confrontación fraterna, de este flujo y reflujo, de los que sólo puede nacer una colaboración más efectiva y eficaz entre los dicasterios de la Curia romana, con las Conferencias episcopales y, por consiguiente, también con los superiores generales de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica. Sin esta colaboración, que brota de una consolidada unidad de propósitos, la Iglesia no podría ser verdaderamente ella misma, comunidad de los que se han reunido con el más estrecho de los vínculos, el que nace de la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Por tanto, buscar esta unidad y colaboración y ser después fieles a las convicciones que deben guiar, en este tiempo histórico, nuestro común testimonio de cristianos, es la exigencia primaria de nuestra fidelidad al Señor, fidelidad que da sentido a nuestra existencia. Así pues, una comunicación y una colaboración más intensa aún entre los dicasterios, las Conferencias episcopales y los superiores generales es el primer fruto que debemos invocar juntos para nuestro encuentro de hoy.

2. En cuanto a los temas que me ha expuesto el cardenal prefecto, considero oportuno reflexionar, en primer lugar, sobre el problema de la recepción de los documentos doctrinales que vuestra Congregación, como organismo valioso al servicio de mi ministerio de Pastor universal, va publicando progresivamente. Al respecto, existe ante todo un problema de asimilación de sus contenidos y de colaboración en la difusión y en la aplicación de las consecuencias prácticas que derivan de ellos; esto afecta a todos los dicasterios de la Curia romana, unidos precisamente por la misma fe y por la misma voluntad de anuncio y testimonio. En efecto, en la Iglesia todo está encaminado al anuncio de Jesucristo Salvador.

9 Existe, además, un problema de transmisión de las verdades fundamentales, que estos documentos recuerdan a todos los fieles, más aún, a todas las personas y, en particular, a los teólogos y a los hombres de cultura. Aquí la cuestión se hace más difícil y exige atención y ponderación. ¿Cuánto influye la dinámica de los medios de comunicación de masa en estas dificultades de recepción? ¿Cuánto depende de situaciones históricas particulares? O ¿cuánto obedece simplemente a la dificultad de aceptar las estrictas exigencias del lenguaje evangélico que, sin embargo, tiene una fuerza liberadora? Estos son temas que ciertamente vuestra asamblea ya habrá examinado, pero que evidentemente exigen tiempo y estudios adecuados.

Por mi parte, sólo deseo recordar la utilidad de esta escucha recíproca, para que las diversas sugerencias, oportunamente ponderadas y meditadas, permitan que el mensaje llegue íntegro al mayor número posible de personas. Es evidente asimismo la necesidad de una implicación cada vez mayor de las Conferencias episcopales, de cada uno de los obispos y, por medio de ellos, de todos los anunciadores del Evangelio en la obra de sensibilización sobre los temas más urgentes de la proclamación de la fe hoy. Por último, existe un problema de estilo, de coherencia en la vida; estas reacciones son asimismo una provocación y una invitación a testimoniar cada vez más, también con la vida, la centralidad del amor de Cristo en nuestra existencia frente a perspectivas efímeras, que ofuscan su fuerza persuasiva.

3. Por lo que respecta también al tema de la Eucaristía y la Iglesia, no es necesario que me explaye sobre su centralidad para la vida del mundo, al que el Señor nos ha enviado como semillas de renovación. Reconducir la Iglesia a su fuente eucarística le dará ciertamente autenticidad y fuerza, aliviándola del peso de discusiones menos urgentes de carácter organizativo, y ofreciéndole, en cambio, las perspectivas de consagración a Dios y de comunión fraterna que, con el tiempo, permitirán superar también fragmentaciones y divisiones. Por otra parte, el dramatismo del sacrificio eucarístico de Cristo no permite su reducción a un simple encuentro convival, sino que es siempre signo de contradicción y, por tanto, también de verificación de nuestra conformidad con el radicalismo de su mensaje, tanto con respecto a Dios como a los demás hermanos.

En cuanto a la otra temática, o sea, el estudio sobre la pérdida de relevancia de la ley natural, creo oportuno recordar, como he afirmado por lo demás muchas veces en las cartas encíclicas Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio, que aquí nos hallamos en presencia de una doctrina perteneciente al gran patrimonio de la sabiduría humana, purificado y llevado a su plenitud gracias a la luz de la Revelación. La ley natural es la participación de la criatura racional en la ley eterna de Dios. Su identificación crea, por una parte, un vínculo fundamental con la ley nueva del Espíritu de vida en Cristo Jesús, y, por otra, permite también una amplia base de diálogo con personas de otra orientación o formación, con vistas a la búsqueda del bien común. En un momento de tanta preocupación por el destino de numerosas naciones, comunidades y personas, sobre todo las más débiles en todo el mundo, no puedo dejar de alegrarme por el estudio emprendido con el fin de redescubrir el valor de esta doctrina, también con vistas a los desafíos que aguardan a los legisladores cristianos en su deber de defender la dignidad y los derechos del hombre.

4. Por último, os agradezco el servicio que, como Congregación, habéis decidido prestar con vuestra colaboración en el juicio de algunos graves problemas morales, que exigen competencia y profundización particulares y para los cuales, además de las necesarias intervenciones saludables, será cada vez más necesario estudiar adecuados itinerarios educativos y de acompañamiento formativo.

"Duc in altum, rema mar adentro": dijo Jesús a Pedro y a sus compañeros a orillas del mar de Galilea. Con estos temas, que ha afrontado en el alba del nuevo milenio, la Congregación para la doctrina de la fe "rema mar adentro", es decir, se compromete en una reflexión de largo alcance, que permitirá a toda la Iglesia entrar con más fuerza en el corazón y en la mente de todos los miembros de la familia humana, para reconducir de este modo a todos a su único origen: el Padre, que nos amó tanto, que nos dio a su Hijo único, el Hijo predilecto, para la redención del mundo.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA


Sábado 19 de enero de 2002



Queridos amigos en Cristo:

Una vez más tengo el agrado de dar la bienvenida a una delegación ecuménica de Finlandia con ocasión de la fiesta de san Enrique, apóstol y patrono de vuestro país. Es una feliz coincidencia que vuestra visita tenga lugar durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos.

Es de vital importancia que los cristianos rueguen incesantemente por la unidad, que llegará no como fruto del esfuerzo humano, sino como gracia otorgada en un tiempo y de un modo que no conocemos. Nuestra súplica debe ir acompañada de la decisión de predicar el Evangelio de Jesucristo con un solo corazón y una sola voz, "para que el mundo crea" (Jn 17,21).

Esta tarea exigirá sacrificio y compromiso, tal como sucedió en la vida de san Enrique. Predicamos la cruz de Cristo, y precisamente en la fuerza de la cruz se apoya nuestra fe. Del costado del Señor crucificado brota el torrente vivificante que sanará las heridas de la división. Finlandia también tiene necesidad de Cristo. Lo más profundo del alma finlandesa puede leerse en los santos de vuestra historia y en construcciones como la catedral de Turku. Y ¿quién, sino Cristo, puede satisfacer los deseos que surgen de esas profundidades?

10 Ya hemos recorrido un largo trecho del camino ecuménico, y no se puede volver atrás. Ciertamente, la Iglesia católica sigue "comprometida de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica" (Ut unum sint UUS 3).

Nos anima en ello "la esperanza de estar guiados por la presencia de Cristo resucitado y por la fuerza inagotable de su Espíritu, capaz de sorpresas siempre nuevas" (Novo millennio ineunte NM 12).

El Espíritu debe conducirnos, paso a paso, a descubrir las cosas que podemos hacer juntos para apresurar la comunión plena y visible de todos los cristianos. Él, que tiene poder para "realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar" (Ep 3,20), nos ayude en esta tarea. Amén.






A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS


DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA


Sábado 19 de enero de 2002



Señor cardenal;
queridos superiores y alumnos del Almo Colegio Capránica:

1. Me dirijo a vosotros con afecto en esta tradicional cita anual, poco antes de la memoria litúrgica de santa Inés, vuestra patrona especial, y a todos os doy mi cordial bienvenida. Saludo ante todo al señor cardenal Camillo Ruini, presidente de la Comisión episcopal encargada de la dirección del Colegio, a quien agradezco las amables palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Extiendo mi saludo al rector, monseñor Michele Pennisi, a los superiores y a vosotros, amadísimos alumnos de la comunidad del Capránica. Vuestro Colegio, testigo de un vínculo secular con la Sede apostólica y con el Sucesor de Pedro, es una de las instituciones más antiguas e ilustres para la formación de los candidatos al sacerdocio, no sólo de la diócesis de Roma, sino también de otras diócesis de Italia y de otros países del mundo.

2. Amadísimos alumnos, me dirijo ahora de modo especial a vosotros. Estáis llamados a convertiros en testigos y en "modelos de la grey" (1P 5,3) que se os confiará. Y, para serlo, es necesario que adquiráis disposiciones interiores y comportamientos específicos, que son el fundamento de la espiritualidad sacerdotal. Modelo de este significativo crecimiento espiritual e intelectual es Cristo mismo. En efecto, los presbíteros, "mediante la unción del Espíritu Santo, son marcados con un carácter especial. Así están identificados con Cristo sacerdote, de tal manera que pueden actuar como representantes de Cristo" (Presbyterorum ordinis, PO 2). Precisamente porque estáis llamados a seguir más íntimamente al Maestro, debéis ser asiduos "contempladores de su rostro" (Novo millennio ineunte, NM 16). Por ello, conscientes de vuestra futura misión, tended a la santidad y difundid por doquier el amor de Cristo. Sed también fieles a la Iglesia y trabajad en ella siempre en comunión con vuestros obispos. En efecto, el sacerdote no es hombre de iniciativas aisladas e independientes; es el ministro del Evangelio en nombre de la Iglesia. Toda su obra apostólica parte de la Iglesia y vuelve a la Iglesia.

Si a veces esta misión puede pareceros difícil, ¡no temáis! Ya desde estos años de vuestra preparación, aprended a remar mar adentro con las velas desplegadas al viento del Espíritu Santo. Así, seréis felices por todo lo que el Señor realizará por medio de vosotros y experimentaréis, aun en medio de las pruebas y las dificultades, la grandeza y la alegría de vuestra misión.

3. Por tanto, que la comunidad de vuestro Colegio esté a la escucha permanente de la palabra de Dios. Que profundice en los vínculos de comunión que ayuden a cada uno de vosotros a proyectarse en la misión evangelizadora hacia el mundo. Vivid intensamente vuestra experiencia comunitaria. Constituirá la estructura maestra de toda vuestra existencia. En efecto, estáis llamados a vivir y estar con los demás, y a ser para los demás.

Al que quiere seguirlo, Jesús le pone condiciones claras: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9,23). Jesús no es el Mesías del triunfo y del poder. Como Siervo auténtico del Señor, cumplió su misión de Mesías a través de la solidaridad, el servicio y la humillación de la muerte. Caminad con valentía en pos de él y proseguid con confianza, renovando cada día la fidelidad a Cristo y abriéndoos a las necesidades de los hermanos.

11 Que os sostengan en este esfuerzo el ejemplo y la intercesión de los santos y los mártires, que permanecieron siempre fieles al Señor. En particular, que os protejan los santos de esta Iglesia de Roma, entre los cuales figura la joven que tanto queréis, santa Inés, quien, con su testimonio de virginidad y martirio, invita a todos a seguir al Cordero inmolado por la salvación del mundo. Que os acompañe María, la Madre de la Iglesia, y os obtenga a cada uno un año rico de frutos espirituales y culturales.

Con estos sentimientos, os imparto a vosotros, alumnos aquí presentes, a vuestros superiores y formadores, y a toda la familia del Colegio Capránica, una especial bendición apostólica.






A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE VIETNAM


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 22 de enero de 2002



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Os acojo con alegría a vosotros, obispos de Vietnam, que habéis recorrido un largo camino para realizar en Roma vuestra visita ad limina Apostolorum. Con esta peregrinación a la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo queréis confirmar vuestra fe y vuestro ministerio, orar por vuestras Iglesias diocesanas y fortalecer los vínculos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro. Deseo que los diferentes momentos de encuentro que podréis vivir os ayuden a proseguir con valentía la misión de amor y de servicio a Jesucristo Salvador, y os renueven en vuestro ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo.

Agradezco a monseñor Paul Nguyên Van Hòa, obispo de Nha Trang y nuevo presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que me acaba de dirigir en vuestro nombre, haciéndome partícipe de los signos de esperanza y de las preocupaciones pastorales de vuestras Iglesias diocesanas. Expreso también mis mejores deseos para aquellos de entre vosotros que han recibido recientemente la ordenación episcopal. Durante esta visita ad limina, me alegra mucho poder encontrarme con todos los obispos de la Conferencia episcopal. Es hermoso poder vivir todos juntos este tiempo de intensa comunión espiritual y fraterna. Cuando volváis a vuestro noble país, decid a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas, a los fieles laicos, y especialmente a los jóvenes, que el Papa ora por ellos y los anima a afrontar los desafíos que plantea el Evangelio, siguiendo el ejemplo de los santos y los mártires que los han precedido por el camino de la fe y cuya sangre derramada es una semilla de vida nueva para todo el país.

2. Después de vuestra última visita ad limina, la Iglesia en Asia ha sido invitada de forma especial a profundizar el gozoso mensaje de la Redención, afrontando de manera singular la cuestión fundamental del anuncio explícito de la salvación a la multitud de asiáticos que aún no han oído hablar de Cristo. Al igual que las demás Iglesias particulares en Asia, la comunidad católica de Vietnam ha realizado su propia reflexión teológica, espiritual y pastoral al ritmo de los grandes acontecimientos eclesiales: la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, la rica experiencia del gran jubileo del año 2000 y la reciente Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, en la que algunos de vosotros tuvisteis la alegría de participar. El amor de Cristo impulsa a la Iglesia a evangelizar y alienta a los obispos a promover la evangelización, tarea y responsabilidad principales de su ministerio.

3. La Iglesia en Vietnam está llamada a remar mar adentro. Por eso, deseo animaros a tener gran solicitud por la evangelización y la misión en vuestros programas pastorales. Conozco vuestro celo y las difíciles condiciones en las que tenéis que ejercer vuestro ministerio. Que el soplo del Espíritu Santo fecunde vuestras iniciativas apostólicas, dando así nuevo impulso a vuestra predicación, a la catequesis, a la formación de los sacerdotes y religiosos, a la oración de los fieles y al apostolado entre los jóvenes y las familias. En vuestras diócesis y en el seno de la Conferencia episcopal os preocupáis de proponer opciones pastorales adaptadas a la situación y a las necesidades de vuestra Iglesia particular, teniendo en cuenta el terreno humano en el que vivís, terreno labrado por las múltiples culturas y las numerosas tradiciones religiosas que componen el paisaje espiritual de vuestro país. Con este espíritu, la organización de la Conferencia episcopal que acabáis de realizar, particularmente creando comisiones especiales, es un instrumento al servicio de este nuevo dinamismo misionero que necesitan vuestras comunidades. La urgencia de la misión debe inspirar siempre las opciones valientes que tenéis que hacer, guiados por el Espíritu Santo, protagonista principal de la evangelización, con cuya ayuda podréis responder eficazmente a las exigencias del anuncio del Evangelio.

Vuestras relaciones quinquenales evocan con frecuencia la necesidad de desarrollar la formación catequística inicial, así como la formación permanente de los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los fieles. Los numerosos años de conflicto, la dispersión de las comunidades cristianas y las diferencias en el nivel de instrucción de los fieles han dificultado la propuesta y la organización de esta formación. Por eso, os animo a promover y sostener todas las iniciativas que, mediante una apropiada formación, permitan a los pastores y a los fieles estructurar su fe y vivirla, para testimoniarla mejor. En particular, es importante ofrecerles una sólida enseñanza sobre la doctrina social de la Iglesia.

4. Para perpetuar su misión de amor y servicio, la Iglesia católica está invitada también a compartir su esperanza proponiendo sin cesar el camino del diálogo, que tiene su origen y encuentra su fecundidad en el diálogo salvífico de amor del Padre con la humanidad, por el Hijo y en el poder del Espíritu Santo. Sólo un diálogo confiado y constructivo entre todos los componentes de la sociedad civil permitirá dar una esperanza nueva a todo el pueblo de Vietnam.
12 Para los cristianos, este diálogo, impulsado por la caridad y arraigado en el deseo del auténtico encuentro con Cristo Salvador, alimenta la relación viva con el prójimo, sea quien sea, en su inalienable dignidad de hijo de Dios, sobre todo cuando experimenta la pobreza o la exclusión. Exhortad a las comunidades a contemplar a Cristo en el rostro de aquellos con quienes él mismo quiso identificarse, invitándolas así a discernir en ese encuentro la fidelidad de la Iglesia a su misión.

5. Como nos recuerda el concilio Vaticano II, "la Iglesia, en razón de su función y de su competencia, no se confunde de ningún modo con la comunidad política y no está ligada a ningún sistema político" (Gaudium et spes
GS 76). Por eso "la comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo" (ib.). Sin embargo, al estar llamadas ambas a cumplir su misión específica en bien de los mismos hombres, este servicio será tanto más eficaz cuanto más "procuren una sana cooperación entre sí" (ib).

En nombre de esta "sana cooperación", la Iglesia invita a todos sus miembros a trabajar lealmente por el crecimiento de todos y por la construcción de una sociedad justa, solidaria y equitativa. No pretende de ningún modo tomar el lugar de los responsables de la nación y sustituir la acción de las personas, ni en el ámbito individual ni en el colectivo, pues sólo desea ejercer su misión específica. Sin embargo, por medio de sus miembros, con espíritu de diálogo y colaboración fraterna, quiere tener una justa participación en la vida de la nación, al servicio de todo el pueblo y de la unidad de la sociedad. Participando activamente, en el lugar que le corresponde y según su vocación propia, en el desarrollo humano y espiritual de las personas, "no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz (...), especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la consistencia de la sociedad humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres" (ib., 40).

Para realizar esta "sana cooperación", la Iglesia espera de la comunidad política el respeto total de su independencia y de su autonomía. El valiosísimo bien de la libertad religiosa -cuestión afrontada en el concilio Vaticano II, pero también en las Declaraciones y en las Convenciones internacionales- se dirige a la vez a las personas y a las comunidades religiosas. La libertad religiosa garantiza a las personas el derecho de profesar y practicar sin coacción su religión, recibir una educación inspirada en los principios de su fe, seguir su vocación religiosa y realizar actos privados y públicos que manifiesten la relación interior que las une a Dios y a sus hermanos. A las comunidades religiosas la libertad religiosa asegura derechos fundamentales, como regirse de manera autónoma, celebrar sin restricción el culto público, enseñar públicamente su fe y testimoniarla de palabra y por escrito, sostener a sus miembros en la práctica de la vida religiosa, elegir, educar, nombrar y trasladar a sus ministros, manifestar la fuerza singular de su doctrina social y promover iniciativas en los campos educativo, cultural, caritativo y social (cf. Dignitatis humanae DH 4). Expreso mi ferviente deseo de que todos los componentes de la nación se unan para promover una civilización del amor fundada en los valores universales de la paz, la justicia, la solidaridad y la libertad.

6. ¡Cómo no dar gracias por la vitalidad y la audacia de los laicos de vuestras diócesis, llamados a vivir y celebrar su fe en condiciones a menudo difíciles! Con su testimonio creíble y entusiasta, son dignos herederos de sus predecesores en el camino del Evangelio. Los invito a tomar cada vez más en serio su vocación de bautizados y a "asumir el papel que les corresponde en la vida y en la misión del pueblo de Dios, como testigos de Cristo dondequiera que se encuentren" (Ecclesia in Asia ). Hay que poner a su disposición medios para proporcionarles una formación que haga de ellos testigos en la vida social, política y económica.

Saludo con afecto a los sacerdotes, vuestros valiosos colaboradores, que anuncian con decisión e intrepidez el evangelio de Cristo en el país. Sé con cuánta generosidad y con qué pasión trabajan para construir comunidades fraternas que den testimonio de una Iglesia acogedora y misionera. Son conscientes de que la tarea de la evangelización concierne a todo el pueblo de Dios y requiere nuevo ardor, nuevos métodos y un nuevo lenguaje. Vosotros debéis estar cada vez más cerca de ellos para sostenerlos en sus proyectos pastorales, estar atentos a su vida diaria y acompañarlos, sobre todo cuando vivan pruebas vinculadas a su ministerio. También es necesario brindarles una formación espiritual e intelectual adecuada a los desafíos misioneros que deben afrontar.

Me alegra la disponibilidad que impulsa a numerosos jóvenes de vuestras diócesis a dejarlo todo para responder generosamente a la llamada de Cristo en el sacerdocio, convirtiéndose así en fieles administradores de sus misterios. Es un signo elocuente de vitalidad eclesial manifestada por los jóvenes, sedientos de valores espirituales que a su vez desean compartir con todos sus hermanos. Os corresponde a vosotros velar por las condiciones de una formación y de un discernimiento sólidos, eligiendo con esmero formadores y profesores que hayan adquirido una madurez humana y sacerdotal.

El florecimiento de las vocaciones a la vida consagrada, especialmente a la vida religiosa femenina, es sin duda un don magnífico del Señor a la Iglesia en Vietnam, don por el que conviene dar gracias y al que la Iglesia no puede renunciar. Animo a todas las personas consagradas a no cejar en su compromiso misionero y a dedicarse con renovado fervor a anunciar a Cristo y a servir a todos los hombres. Ojalá que las personas consagradas, a ejemplo del testimonio audaz dado por los institutos durante los siglos pasados, se dejen transformar sin cesar por la gracia de Dios, entregándose más al Evangelio.

7. Queridos hermanos en el episcopado, deseo agradeceros una vez más vuestra generosidad y vuestro compromiso ejemplares. Doy gracias por vuestra perseverancia y por vuestro valiente testimonio. Que la esperanza cristiana fecunde vuestro celo apostólico y os dé nuevas fuerzas para anunciar a Cristo, el Salvador, que vino "para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

Os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de La Vang, a la que celebrasteis de forma particular el año pasado con ocasión del centenario del gran congreso mariano del 15 de agosto. Conozco la confianza filial que tenéis en la Madre de Cristo. Que ella ilumine vuestro camino. A cada uno de vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos de Vietnam imparto de buen grado una afectuosa bendición apostólica.





JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ EN EL MUNDO


SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS REPRESENTANTES DE LAS CONFESIONES CRISTIANAS


Y DE LAS DIVERSAS RELIGIONES


Asís, 24 de enero de 2002



13 1. Os acojo a todos con alegría y doy a cada uno mi cordial bienvenida. Gracias por haber aceptado mi invitación, participando, aquí en Asís, en este encuentro de oración por la paz, que trae a la memoria el de 1986, y del que constituye como una significativa prolongación. El objetivo es siempre el mismo, es decir, orar por la paz, la cual es ante todo don de Dios, que hay que implorar con ferviente y confiada insistencia. En los momentos de más intenso temor por el destino del mundo, se siente con mayor fuerza el deber de comprometerse personalmente en la defensa y en la promoción del bien fundamental de la paz.

2. Dirijo un saludo especial al patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, y a cuantos lo acompañan; al patriarca de Antioquía y de todo Oriente, Su Beatitud Ignace IV; al catholicós patriarca de la Iglesia asiria de Oriente, Su Santidad Mar Dinkha IV; al arzobispo de Tirana, Durrës y de toda Albania, Su Beatitud Anastas; a los delegados de los patriarcas de Alejandría, Jerusalén, Moscú, Serbia y Rumanía; de las Iglesias ortodoxas de Bulgaria, Chipre y Polonia; a los delegados de las antiguas Iglesias de Oriente: el patriarcado siro-ortodoxo de Antioquía, la Iglesia apostólica armenia, el catholicosado armenio de Cilicia y la Iglesia siro-ortodoxa de Malankar.
Saludo al representante del arzobispo de Canterbury, Su Gracia George Carey, y a los numerosos representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales, federaciones y alianzas cristianas de Occidente; al secretario general del Consejo ecuménico de las Iglesias y a los representantes del judaísmo mundial, que se han adherido a esta especial Jornada de oración por la paz.

3. Asimismo, deseo dar mi más cordial bienvenida a los exponentes de las diversas confesiones religiosas: a los representantes del islam, que han acudido aquí de Albania, Arabia Saudí, Bosnia, Bulgaria, Egipto, Jerusalén, Jordania, Irán, Irak, Líbano, Libia, Marruecos, Senegal, Estados Unidos, Sudán y Turquía; a los representantes del budismo, que han venido de Taiwan y Gran Bretaña, y a los del hinduismo, que han venido de la India; a los representantes pertenecientes a la religión tradicional africana, que vienen de Ghana y Benin, así como a los que vienen de Japón en representación de diferentes religiones y movimientos; a los representantes sijs de la India, Singapur y Gran Bretaña; a los delegados del confucianismo, del zoroastrismo y del jainismo. No me es posible nombrarlos a todos, pero quisiera que mi saludo no olvidara a ninguno de vosotros, amables y gratos huéspedes, a quienes agradezco una vez más el que hayáis aceptado participar en esta significativa jornada.

4. Mi gratitud se extiende a los venerados cardenales y obispos presentes; en particular, al cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York, ciudad tan duramente probada en los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre; saludo asimismo a los representantes de los episcopados de las naciones donde se siente con mayor fuerza la exigencia de la paz. Dirijo un saludo especial al cardenal Lorenzo Antonetti, delegado pontificio para la basílica patriarcal de San Francisco en Asís, y a los queridos Frailes Menores Conventuales, que, como siempre, nos brindan una acogida generosa y una hospitalidad familiar.

Saludo con deferencia al presidente del Gobierno italiano, señor Silvio Berlusconi, al ministro de Infraestructuras y Transportes y a las demás autoridades que nos honran con su presencia, así como a las fuerzas de policía y a cuantos contribuyen a asegurar el buen desarrollo de esta jornada.

Por último, os saludo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas presentes, y especialmente a vosotros, queridos jóvenes que habéis permanecido en vela durante toda la noche. Dios nos conceda que de este encuentro broten los frutos de paz para el mundo entero que todos deseamos de corazón.





JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ EN EL MUNDO


AL FINAL DEL ACTO DE PRESENTACIÓN


DE LOS TESTIMONIO POR LA PAZ


Asís, 24 de enero de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hemos venido a Asís en peregrinación de paz. Estamos aquí, como representantes de las diversas religiones, para interrogarnos ante Dios sobre nuestro compromiso en favor de la paz, para pedirle ese don y para testimoniar nuestro anhelo común de un mundo más justo y solidario.

Queremos dar nuestra contribución para alejar los nubarrones del terrorismo, del odio y de los conflictos armados, nubarrones que en estos últimos meses se han cernido particularmente sobre el horizonte de la humanidad. Por eso queremos escucharnos los unos a los otros: sentimos que esto ya es un signo de paz, ya es una respuesta a los inquietantes interrogantes que nos preocupan, ya sirve para disipar las tinieblas de la sospecha y de la incomprensión.

14 Las tinieblas no se disipan con las armas; las tinieblas se alejan encendiendo faros de luz. Hace algunos días recordé al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede que el odio sólo se vence con el amor.

2. Nos encontramos en Asís, donde todo habla de un singular profeta de la paz, llamado Francisco. No sólo lo aman los cristianos, sino también muchos otros creyentes y gente que, aun estando alejada de la religión, se reconoce en sus ideales de justicia, reconciliación y paz.

Aquí el Poverello de Asís nos invita, ante todo, a elevar un cántico de acción de gracias a Dios por todos sus dones. Alabamos a Dios por la belleza del cosmos y de la tierra, "jardín" maravilloso que confió al hombre para que lo cultivara y conservara (cf. Gn
Gn 2,15). Conviene que los hombres recuerden que se encuentran en un "huerto" del inmenso universo, creado por Dios para ellos. Es importante que se den cuenta de que ni ellos ni los asuntos por los que tanto se preocupan son todo. Sólo Dios es todo, y al final cada uno deberá presentarse ante él para rendir cuentas.

Alabamos a Dios, Creador y Señor del universo, por el don de la vida, y especialmente de la vida humana, que surgió en el planeta por un misterioso designio de su bondad. La vida en todas sus formas ha sido confiada de manera especial a la responsabilidad de los hombres.

Con admiración renovada cada día constatamos la variedad con que se manifiesta la vida humana, desde la complementariedad femenina y masculina, hasta una multiplicidad de dones característicos, propios de las diversas culturas y tradiciones, que forman un multiforme y poliédrico cosmos lingüístico, cultural y artístico. Es una multiplicidad llamada a integrarse en la confrontación y en el diálogo para enriquecimiento y alegría de todos.

Dios mismo ha puesto en el corazón humano un estímulo instintivo a vivir en paz y armonía. Es un anhelo más íntimo y tenaz que cualquier instinto de violencia, un anhelo que hemos venido a reafirmar aquí juntos, en Asís. Lo hacemos con la certeza de interpretar el sentimiento más profundo de todo ser humano.

En la historia han existido y siguen existiendo hombres y mujeres que, precisamente en cuanto creyentes, se han distinguido como testigos de paz. Con su ejemplo, nos han enseñado que es posible construir entre las personas y entre los pueblos puentes para encontrarse y caminar juntos por los senderos de la paz. En ellos queremos inspirarnos con vistas a nuestro compromiso al servicio de la humanidad. Nos alientan a esperar que, también en el nuevo milenio recién iniciado, no falten hombres y mujeres de paz, capaces de irradiar en el mundo la luz del amor y de la esperanza.

3. ¡La paz! La humanidad necesita siempre la paz, pero mucho más ahora, después de los trágicos acontecimientos que han menoscabado su confianza y en presencia de los persistentes focos de desgarradores conflictos que tienen en vilo al mundo. En el Mensaje para el pasado 1 de enero puse de relieve los dos "pilares" sobre los que se apoya la paz: el compromiso en favor de la justicia y la disponibilidad al perdón.

Justicia, en primer lugar, porque sólo puede haber verdadera paz si se respetan la dignidad de las personas y de los pueblos, los derechos y los deberes de cada uno, y si se da una distribución equitativa de beneficios y obligaciones entre personas y colectividades. No se puede olvidar que situaciones de opresión y marginación están a menudo en la raíz de las manifestaciones de violencia y terrorismo. Y también perdón, porque la justicia humana está expuesta a la fragilidad y a los límites de los egoísmos individuales y de grupo. Sólo el perdón sana las heridas del corazón y restablece íntegramente las relaciones humanas alteradas.

Escuchemos las palabras, escuchemos el viento. El viento nos recuerda al Espíritu: "El Espíritu sopla donde quiere".

Hacen falta humildad y valentía para emprender este itinerario. El marco de este encuentro, es decir, el diálogo con Dios, nos brinda la oportunidad de reafirmar que en Dios encontramos la unión eminente de la justicia y la misericordia. Él es sumamente fiel a sí mismo y al hombre, incluso cuando el ser humano se aleja de él. Por eso las religiones están al servicio de la paz. A ellas, y sobre todos a sus líderes, les corresponde la tarea de difundir entre los hombres de nuestro tiempo una renovada conciencia de la urgencia de construir la paz.

15 4. Lo reconocieron los participantes en la Asamblea interreligiosa que se celebró en el Vaticano en octubre de 1999, al afirmar que las tradiciones religiosas poseen los recursos necesarios para superar las divisiones y fomentar la amistad recíproca y el respeto entre los pueblos. En aquella ocasión se reconoció también que conflictos trágicos derivan a menudo de la asociación injusta de la religión con intereses nacionalistas, políticos, económicos o de otro tipo. Reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda.

Por tanto, es necesario que las personas y las comunidades religiosas manifiesten el más neto y radical rechazo de la violencia, de toda violencia, desde la que pretende disfrazarse de religiosidad, recurriendo incluso al nombre sacrosanto de Dios para ofender al hombre. La ofensa al hombre es, en definitiva, ofensa a Dios. No existe ninguna finalidad religiosa que pueda justificar la práctica de la violencia del hombre contra el hombre.

5. Me dirijo ahora en particular a vosotros, hermanos y hermanas cristianos. Nuestro Maestro y Señor Jesucristo nos llama a ser apóstoles de paz. Hizo suya la regla de oro conocida por la sabiduría antigua: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos" (
Mt 7,12 cf. Lc Lc 6,31), y el mandamiento de Dios a Moisés: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (cf. Lv Lv 19,18 Mt 22,39 y paralelos), llevándolos a plenitud en el mandamiento nuevo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13,34).

Con la muerte en el Gólgota imprimió en su carne los estigmas del amor de Dios por la humanidad. Testigo del designio de amor del Padre celestial, se convirtió en "nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad" (Ep 2,14).

Con Francisco, el santo que respiró el aire de estas colinas y recorrió estas aldeas, fijamos nuestra mirada en el misterio de la cruz, árbol de salvación regado por la sangre redentora de Cristo. El misterio de la cruz marcó la existencia del Poverello, de santa Clara y de muchos otros santos y mártires cristianos. Su secreto fue precisamente este signo victorioso del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del bien sobre el mal. Estamos invitados a seguir sus huellas, para que la paz de Cristo se convierta en anhelo incesante de la vida del mundo.

6. Si la paz es don de Dios y tiene su manantial en él, sólo es posible buscarla y construirla con una relación íntima y profunda con él. Por tanto, edificar la paz en el orden, la justicia y la libertad requiere el compromiso prioritario de la oración, que es apertura, escucha, diálogo y, en definitiva, unión con Dios, fuente originaria de la verdadera paz.

Orar no significa evadirse de la historia y de los problemas que plantea. Al contrario, significa optar por afrontar la realidad no solos, sino con la fuerza que viene de lo alto, la fuerza de la verdad y del amor, cuyo último manantial está en Dios. El hombre religioso, ante las insidias del mal, sabe que puede contar con Dios, voluntad absoluta de bien; sabe que puede invocarlo para obtener la valentía que le permita afrontar las dificultades, incluso las más duras, con responsabilidad personal, sin caer en fatalismos o en reacciones impulsivas.

7. Hermanos y hermanas que habéis acudido aquí de diversas partes del mundo, dentro de poco nos dirigiremos a los lugares previstos a fin de implorar de Dios el don de la paz para toda la humanidad. Pidámosle que nos conceda reconocer el camino de la paz y de las correctas relaciones con Dios y entre nosotros. Pidámosle que abra los corazones a la verdad sobre él y sobre el hombre. El objetivo es único y la intención es la misma, pero oraremos según formas diversas, respetando las demás tradiciones religiosas. En el fondo, también esto entraña un mensaje: queremos mostrar al mundo que el impulso sincero de la oración no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro, sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada uno, sin condescender de ningún modo con el relativismo ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber del testimonio y del anuncio.

Ha llegado el momento de superar decididamente las tentaciones de hostilidad que han existido incluso en la historia religiosa de la humanidad. En realidad, cuando se inspiran en la religión, expresan un rostro profundamente inmaduro de la misma. En efecto, el auténtico sentimiento religioso lleva a percibir de algún modo el misterio de Dios, fuente de la bondad, y esto constituye una fuente de respeto y armonía entre los pueblos: más aún, en él se encuentra el principal antídoto contra la violencia y los conflictos (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, n. 14).

Y hoy Asís, como el 27 de octubre de 1986, se convierte nuevamente en el "corazón" de una multitud innumerable que invoca la paz. A nosotros se unen muchas personas, que desde ayer y hasta esta tarde, oran por la paz en los lugares de culto, en las casas, en las comunidades y en el mundo entero. Son ancianos, niños, adultos y jóvenes: un pueblo que no se cansa de creer en la fuerza de la oración para obtener la paz.

Que la paz reine especialmente en el corazón de las nuevas generaciones. Jóvenes del tercer milenio, jóvenes cristianos, jóvenes de todas las religiones, os pido que seáis, como Francisco de Asís, "centinelas" dóciles y valientes de la paz verdadera, fundada en la justicia y en el perdón, en la verdad y en la misericordia.

16 Avanzad hacia el futuro enarbolando la antorcha de la paz. ¡El mundo necesita su luz!

Ha hablado el hombre. Han hablado diversos hombres aquí presentes. Ha hablado también el viento, un viento fuerte. Dice la Escritura: "El Espíritu sopla donde quiere". Que este Espíritu Santo hable hoy al corazón de todos los que nos encontramos aquí. Lo simboliza el viento que acompaña a las palabras humanas que hemos escuchado todos. Gracias.






Discursos 2002 8