Discursos 2002 16

PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL INICIO DE LA COMIDA EN EL VATICANO


Viernes 25 de enero de 2002



Distinguidos huéspedes, queridos amigos:

Lo que aconteció ayer en Asís permanecerá durante mucho tiempo en nuestro corazón, y esperamos que tenga un eco profundo entre los pueblos del mundo. Deseo daros las gracias a cada uno por la generosidad con que habéis aceptado mi invitación. Reconozco que vuestra venida aquí ha significado un gran esfuerzo. Os agradezco, sobre todo, vuestra voluntad de trabajar por la paz, así como vuestra valentía de declarar ante el mundo que la violencia y la religión jamás pueden ir juntas.

Desde las colinas de Umbría hemos venido a las colinas de Roma, y con gran alegría os doy la bienvenida a mi casa. La puerta de esta casa está abierta a todos, y vosotros venís a esta mesa no como extraños, sino como amigos. Ayer nos reunimos a la sombra de san Francisco. Aquí nos hemos reunido a la sombra de Pedro, el pescador. Asís y Roma, Francisco y Pedro: los lugares y los hombres son muy diferentes. Pero ambos fueron heraldos del mensaje de paz anunciado por los ángeles en Belén: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Con todas nuestras diferencias, estamos sentados a esta mesa, unidos en nuestro compromiso en favor de la causa de la paz. Este compromiso, nacido de un sincero sentimiento religioso, es seguramente lo que Dios espera de nosotros. Es lo que el mundo busca en las personas religiosas. Este compromiso es la esperanza que hemos de ofrecer en este tiempo especial. Que Dios nos conceda a todos ser humildes y eficaces instrumentos de su paz.

Que nos bendiga a nosotros y este alimento, que nos viene de la próvida bondad de la tierra que él creó.

Amén.






A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE ORIA


Sábado 26 de enero de 2002



Venerado hermano en el episcopado;
17 amadísimos sacerdotes;
hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros a cada uno una cordial bienvenida. Con esta peregrinación queréis prepararos para la visita pastoral que vuestro obispo se dispone a realizar a la diócesis. Os agradezco esta presencia festiva, que culmina vuestro deseo de "ver a Pedro".

Saludo ante todo a vuestro pastor, monseñor Marcello Semeraro, que en la reciente Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos desempeñó el cargo de secretario especial, dando una valiosa contribución a esa importante reunión. Mucho le agradezco las afectuosas palabras que, hace unos momentos, ha querido dirigirme en nombre de todos. Saludo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los laicos comprometidos activamente en el apostolado, a los niños, a los jóvenes y a las familias presentes.

Asimismo, dirijo mi deferente saludo a las autoridades civiles y militares que participan en este encuentro.

2. La visita pastoral, práctica eclesial que se inició con el concilio de Trento, representa, como dijo mi predecesor el siervo de Dios Pablo VI, "una búsqueda de almas que necesitan saberse amadas y guiadas, una búsqueda de la Iglesia para que verdaderamente sea Iglesia" (Homilía durante la inauguración de la visita pastoral a la diócesis de Roma, 9 de abril de 1967).

Amadísimos hermanos y hermanas, estoy seguro de que también para vosotros la visita de vuestro pastor constituirá una intensa oportunidad de encontraros con Cristo y escuchar su voz. El Señor os ha colmado de innumerables dones de gracia y santidad, y llama a todos a un renovado compromiso de fidelidad evangélica. Os invita a "remar mar adentro" hacia nuevas fronteras apostólicas, siguiendo el ejemplo del beato Bartolo Longo, hijo eximio de vuestra tierra, muy devoto de la Madre de Dios, a la que dedicó el santuario de Pompeya.

3. Espero de corazón que este providencial acontecimiento suscite un fuerte impulso misionero especialmente en las parroquias, donde la comunión eclesial halla su expresión más inmediata y visible. En efecto, en ellas "la misma Iglesia vive entre las casas de sus hijos y sus hijas" (Christifideles laici
CL 26).

Que cada comunidad parroquial sea lugar privilegiado de la escucha y del anuncio de la Palabra; casa de oración congregada en torno a la Eucaristía; verdadera escuela de comunión, en la que el ardor de la caridad venza la tentación de una religiosidad superficial y folclórica, y constituya un ambiente adecuado para formar a los fieles en el alto grado de la vida cristiana ordinaria que es la santidad (cf. Novo millennio ineunte NM 31). Los creyentes, así estimulados, no se contentarán con una existencia vivida con mediocridad y reducida al minimalismo ético, sino que, por el contrario, tomarán mayor conciencia de los compromisos del bautismo.

Cuando crece la aspiración a la santidad, se supera todo cansancio y desilusión, se robustece la "creatividad de la caridad" y madura la atención a cuantos están afligidos por antiguas y nuevas formas de pobreza. El cristiano comprometido siente la necesidad de afrontar con valentía y competencia los graves problemas sociales y culturales del momento actual y está dispuesto a aceptar los desafíos planteados por el ambiente en el que vive, brindando una aportación personal para mejorar la calidad de la convivencia civil.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, en el compromiso que debe caracterizar vuestra acción apostólica prestad atención especial a la familia, célula primaria de la sociedad y baluarte para el futuro de la humanidad, reaccionando con firmeza ante algunas graves presiones culturales que ofenden y relativizan el valor del matrimonio.

18 En las familias cristianas surgen más fácilmente vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Que Dios bendiga a la diócesis de Oria con un abundante florecimiento de vocaciones, para que no le falten ministros y apóstoles de Cristo, entregados totalmente a la construcción del Reino.

5. Ruego al Señor para que la visita pastoral de vuestro obispo constituya un tiempo de gracia singular, que ayude a todos los creyentes a crecer en la escucha de Dios y en la comunión fraterna. Vivida así, despertará en los sacerdotes y en los diáconos un celo apostólico más vivo. Estimulará a las personas consagradas a dar un testimonio evangélico más intenso. A los fieles laicos -en particular a los comprometidos en las diversas asociaciones laicales, como cofradías, asociaciones y nuevos movimientos- los animará a caminar en plena sintonía con las directrices de los párrocos y del obispo. Será para toda la comunidad diocesana ocasión de edificación recíproca.

Amadísimos hermanos y hermanas, os acompañen vuestros protectores celestiales; os sostenga, en particular, la protección materna de la Virgen María, venerada con especiales títulos en diferentes iglesias y santuarios de vuestra diócesis. Asegurándoos el apoyo de mi oración, imparto con afecto al obispo y a toda la querida Iglesia de Oria una especial bendición apostólica.






A LOS PRELADOS AUDITORES,


DEFENSORES DEL VÍNCULO


Y ABOGADOS DE LA ROTA ROMANA,


CON OCASIÓN DE LA APERTURA DE LA AÑO JUDICIAL


Lunes 28 de enero de 2002



1. Doy vivamente las gracias al monseñor decano, que, interpretando bien vuestros sentimientos y vuestras preocupaciones, con breves observaciones y datos concretos ha destacado vuestro trabajo diario y las graves y complejas cuestiones, objeto de vuestros juicios.

La solemne inauguración del año judicial me brinda la grata ocasión de un cordial encuentro con cuantos trabajan en el Tribunal de la Rota romana -prelados auditores, promotores de justicia, defensores del vínculo, oficiales y abogados-, para manifestarles mi gratitud, mi estima y mi aliento. La administración de la justicia en el seno de la comunidad cristiana es un servicio valioso, porque constituye la premisa indispensable para una caridad auténtica.

Como ha subrayado el monseñor decano, vuestra actividad judicial atañe sobre todo a las causas de nulidad del matrimonio. En esta materia, junto con los demás tribunales eclesiásticos y con una función especialísima entre ellos, que subrayé en la Pastor bonus (cf. art. 126), constituís una manifestación institucional específica de la solicitud de la Iglesia al juzgar, conforme a la verdad y a la justicia, la delicada cuestión concerniente a la existencia, o no, de un matrimonio. Esta tarea de los tribunales en la Iglesia se sitúa, como contribución imprescindible, en el marco de toda la pastoral matrimonial y familiar. Precisamente la perspectiva de la pastoralidad exige un esfuerzo constante de profundización de la verdad sobre el matrimonio y la familia, también como condición necesaria para la administración de la justicia en este campo.

2. Las propiedades esenciales del matrimonio -la unidad y la indisolubilidad (cf. Código de derecho canónico, c. 1056; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 776, 3)- ofrecen la oportunidad para una provechosa reflexión sobre el matrimonio mismo. Por eso hoy, continuando el tema de mi discurso del año 2000 acerca de la indisolubilidad (cf. AAS 92 [2000] 350-355), deseo considerar la indisolubilidad como bien para los esposos, para los hijos, para la Iglesia y para la humanidad entera.

Es importante la presentación positiva de la unión indisoluble, para redescubrir su bien y su belleza. Ante todo, es preciso superar la visión de la indisolubilidad como un límite a la libertad de los contrayentes, y por tanto como un peso, que a veces puede resultar insoportable. En esta concepción, la indisolubilidad se ve como ley extrínseca al matrimonio, como "imposición" de una norma contra las "legítimas" expectativas de una ulterior realización de la persona. A esto se añade la idea, bastante difundida, según la cual el matrimonio indisoluble sería propio de los creyentes, por lo cual ellos no pueden pretender "imponerlo" a la sociedad civil en su conjunto.

3. Para dar una respuesta válida y exhaustiva a este problema es necesario partir de la palabra de Dios. Pienso concretamente en el pasaje del evangelio de san Mateo que recoge el diálogo de Jesús con algunos fariseos, y después con sus discípulos, acerca del divorcio (cf. Mt Mt 19,3-12). Jesús supera radicalmente las discusiones de entonces sobre los motivos que podían autorizar el divorcio, afirmando: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así" (Mt 19,8).

Según la enseñanza de Jesús, es Dios quien ha unido en el vínculo conyugal al hombre y a la mujer. Ciertamente, esta unión tiene lugar a través del libre consentimiento de ambos, pero este consentimiento humano se da a un designio que es divino. En otras palabras, es la dimensión natural de la unión y, más concretamente, la naturaleza del hombre modelada por Dios mismo, la que proporciona la clave indispensable de lectura de las propiedades esenciales del matrimonio. Su ulterior fortalecimiento en el matrimonio cristiano a través del sacramento (cf. Código de derecho canónico, c. 1056) se apoya en un fundamento de derecho natural, sin el cual sería incomprensible la misma obra salvífica y la elevación que Cristo realizó una vez para siempre con respecto a la realidad conyugal.

19 4. A este designio divino natural se han conformado innumerables hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, también antes de la venida del Salvador, y se conforman después de su venida muchos otros, incluso sin saberlo. Su libertad se abre al don de Dios, tanto en el momento de casarse como durante toda su vida conyugal. Sin embargo, existe siempre la posibilidad de rebelarse contra ese designio de amor: se manifiesta entonces la "dureza de corazón" (cf. Mt Mt 19,8) por la que Moisés permitió el repudio, pero que Cristo venció definitivamente. A esas situaciones es necesario responder con la humilde valentía de la fe, de una fe que sostiene y corrobora a la razón misma, para permitirle dialogar con todos, buscando el verdadero bien de la persona humana y de la sociedad. Considerar la indisolubilidad no como una norma jurídica natural, sino como un simple ideal, desvirtúa el sentido de la inequívoca declaración de Jesucristo, que rechazó absolutamente el divorcio, porque "al principio no fue así" (Mt 19,8).

El matrimonio "es" indisoluble: esta propiedad expresa una dimensión de su mismo ser objetivo; no es un mero hecho subjetivo. En consecuencia, el bien de la indisolubilidad es el bien del matrimonio mismo; y la incomprensión de su índole indisoluble constituye la incomprensión del matrimonio en su esencia. De aquí se desprende que el "peso" de la indisolubilidad y los límites que implica para la libertad humana no son, por decirlo así, más que el reverso de la medalla con respecto al bien y a las potencialidades ínsitas en la institución familiar como tal. Desde esta perspectiva, no tiene sentido hablar de "imposición" por parte de la ley humana, puesto que esta debe reflejar y tutelar la ley natural y divina, que es siempre verdad liberadora (cf. Jn Jn 8,32).
Actuar con comprensión claridad y fortaleza

5. Esta verdad sobre la indisolubilidad del matrimonio, como todo el mensaje cristiano, está destinada a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos y lugares. Para que eso se realice, es necesario que esta verdad sea testimoniada por la Iglesia y, en particular, por cada familia como "iglesia doméstica", en la que el esposo y la esposa se reconocen mutuamente unidos para siempre, con un vínculo que exige un amor siempre renovado, generoso y dispuesto al sacrificio.

No hay que rendirse ante la mentalidad divorcista: lo impide la confianza en los dones naturales y sobrenaturales de Dios al hombre. La actividad pastoral debe sostener y promover la indisolubilidad. Los aspectos doctrinales se han de transmitir, clarificar y defender, pero más importantes aún son las acciones coherentes. Cuando un matrimonio atraviesa dificultades, los pastores y los demás fieles, además de tener comprensión, deben recordarles con claridad y fortaleza que el amor conyugal es el camino para resolver positivamente la crisis. Precisamente porque Dios los ha unido mediante un vínculo indisoluble, el esposo y la esposa, empleando todos sus recursos humanos con buena voluntad, pero sobre todo confiando en la ayuda de la gracia divina, pueden y deben salir renovados y fortalecidos de los momentos de extravío.

6. Cuando se considera la función del derecho en las crisis matrimoniales, con demasiada frecuencia se piensa casi exclusivamente en los procesos que sancionan la nulidad matrimonial o la disolución del vínculo. Esta mentalidad se extiende a veces también al derecho canónico, que aparece así como el camino para encontrar soluciones de conciencia a los problemas matrimoniales de los fieles. Esto tiene parte de verdad, pero esas posibles soluciones se deben examinar de modo que la indisolubilidad del vínculo, cuando resulte contraído válidamente, se siga salvaguardando.
Más aún, la actitud de la Iglesia es favorable a convalidar, si es posible, los matrimonios nulos (cf. Código de derecho canónico, c. 1676; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 1362). Es verdad que la declaración de nulidad matrimonial, según la verdad adquirida a través del proceso legítimo, devuelve la paz a las conciencias, pero esa declaración -y lo mismo vale para la disolución del matrimonio rato y no consumado y para el privilegio de la fe- debe presentarse y actuarse en un ámbito eclesial profundamente a favor del matrimonio indisoluble y de la familia fundada en él. Los esposos mismos deben ser los primeros en comprender que sólo en la búsqueda leal de la verdad se encuentra su verdadero bien, sin excluir a priori la posible convalidación de una unión que, aun sin ser todavía matrimonial, contiene elementos de bien, para ellos y para los hijos, que se han de valorar atentamente en conciencia antes de tomar una decisión diferente.

7. La actividad judicial de la Iglesia, que en su especificidad es también actividad verdaderamente pastoral, se inspira en el principio de la indisolubilidad del matrimonio y tiende a garantizar su efectividad en el pueblo de Dios. En efecto, sin los procesos y las sentencias de los tribunales eclesiásticos, la cuestión sobre la existencia, o no, de un matrimonio indisoluble de los fieles se relegaría únicamente a la conciencia de los mismos, con el peligro evidente de subjetivismo, especialmente cuando en la sociedad civil hay una profunda crisis de la institución del matrimonio.
Toda sentencia justa de validez o nulidad del matrimonio es una aportación a la cultura de la indisolubilidad, tanto en la Iglesia como en el mundo. Se trata de una contribución muy importante y necesaria. En efecto, se sitúa en un plano inmediatamente práctico, dando certeza no sólo a cada una de las personas implicadas, sino también a todos los matrimonios y a las familias.
En consecuencia, la injusticia de una declaración de nulidad, opuesta a la verdad de los principios normativos y de los hechos, reviste particular gravedad, dado que su relación oficial con la Iglesia favorece la difusión de actitudes en las que la indisolubilidad se sostiene con palabras pero se ofusca en la vida.

A veces, en estos años, se ha obstaculizado el tradicional "favor matrimonii", en nombre de un "favor libertatis" o "favor personae". En esta dialéctica es obvio que el tema de fondo es el de la indisolubilidad, pero la antítesis es más radical aún porque concierne a la verdad misma sobre el matrimonio, relativizada más o menos abiertamente. Contra la verdad de un vínculo conyugal no es correcto invocar la libertad de los contrayentes que, al asumirlo libremente, se han comprometido a respetar las exigencias objetivas de la realidad matrimonial, la cual no puede ser alterada por la libertad humana. Por tanto, la actividad judicial debe inspirarse en un "favor indissolubilitatis", el cual, obviamente, no entraña prejuicio contra las justas declaraciones de nulidad, sino la convicción operativa sobre el bien que está en juego en los procesos, así como el optimismo siempre renovado que proviene de la índole natural del matrimonio y del apoyo del Señor a los esposos.

20 8. La Iglesia y todo cristiano deben ser luz del mundo: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Estas palabras de Jesús se pueden aplicar hoy de forma singular al matrimonio indisoluble. Podría parecer que el divorcio está tan arraigado en ciertos ambientes sociales, que casi no vale la pena seguir combatiéndolo mediante la difusión de una mentalidad, una costumbre social y una legislación civil favorable a la indisolubilidad. Y, sin embargo, ¡vale la pena! En realidad, este bien se sitúa precisamente en la base de toda la sociedad, como condición necesaria de la existencia de la familia. Por tanto, su ausencia tiene consecuencias devastadoras, que se propagan en el cuerpo social como una plaga -según el término que usó el concilio Vaticano II para describir el divorcio (cf. Gaudium et spes GS 47)-, e influyen negativamente en las nuevas generaciones, ante las cuales se ofusca la belleza del verdadero matrimonio.

9. El testimonio esencial sobre el valor de la indisolubilidad se da mediante la vida matrimonial de los esposos, en la fidelidad a su vínculo a través de las alegrías y las pruebas de la vida. Pero el valor de la indisolubilidad no puede considerarse objeto de una mera opción privada: atañe a uno de los fundamentos de la sociedad entera. Por tanto, así como es preciso impulsar las numerosas iniciativas que los cristianos promueven, junto con otras personas de buena voluntad, por el bien de las familias (por ejemplo, las celebraciones de los aniversarios de boda), del mismo modo hay que evitar el peligro del permisivismo en cuestiones de fondo concernientes a la esencia del matrimonio y de la familia (cf. Carta a las familias, 17).

Entre esas iniciativas no pueden faltar las que se orientan al reconocimiento público del matrimonio indisoluble en los ordenamientos jurídicos civiles (cf. ib.). La oposición decidida a todas las medidas legales y administrativas que introduzcan el divorcio o equiparen las uniones de hecho, incluso las homosexuales, al matrimonio ha de ir acompañada por una actitud de proponer medidas jurídicas que tiendan a mejorar el reconocimiento social del matrimonio verdadero en el ámbito de los ordenamientos que, lamentablemente, admiten el divorcio.

Por otra parte, los agentes del derecho en campo civil deben evitar implicarse personalmente en lo que conlleve una cooperación al divorcio.Para los jueces esto puede resultar difícil, ya que los ordenamientos no reconocen una objeción de conciencia para eximirlos de sentenciar. Así pues, por motivos graves y proporcionados pueden actuar según los principios tradicionales de la cooperación material al mal. Pero también ellos deben encontrar medios eficaces para favorecer las uniones matrimoniales, sobre todo mediante una labor de conciliación sabiamente realizada.
Los abogados, como profesionales libres, deben declinar siempre el uso de su profesión para una finalidad contraria a la justicia, como es el divorcio; sólo pueden colaborar en una acción en este sentido cuando, en la intención del cliente, no se oriente a la ruptura del matrimonio, sino a otros efectos legítimos que sólo pueden obtenerse mediante esta vía judicial en un determinado ordenamiento (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 2383). De este modo, con su obra de ayuda y pacificación de las personas que atraviesan crisis matrimoniales, los abogados sirven verdaderamente a los derechos de las mismas, y evitan convertirse en meros técnicos al servicio de cualquier interés.

10. A la intercesión de María, Reina de la familia y Espejo de justicia, encomiendo el crecimiento de la conciencia de todos sobre el bien de la indisolubilidad del matrimonio. A ella le encomiendo, además, el compromiso de la Iglesia y de sus hijos, así como el de muchas otras personas de buena voluntad, en esta causa tan decisiva para el futuro de la humanidad.

Con estos deseos, invocando la asistencia divina sobre vuestra actividad, queridos prelados auditores, oficiales y abogados de la Rota romana, a todos imparto con afecto mi bendición.






A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE TAIWAN


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 29 de enero de 2002



Querido cardenal Shan;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me da gran alegría recibiros a vosotros, obispos de Taiwan, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, una visita que expresa y fortalece los vínculos de comunión eclesial que unen a los pastores de las Iglesias particulares con el Sucesor de Pedro en el servicio al Evangelio de Jesucristo. Pido al Señor que, al orar ante las tumbas de los Apóstoles y reflexionar en vuestro ministerio a la luz de su enseñanza y de su ejemplo, encontréis nueva inspiración y fuerza para vuestra misión de edificación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, en vuestras diócesis. Pienso con afecto en los fieles católicos de Taiwan, y pido a nuestro Padre celestial que les dé a conocer cada vez más profundamente "la grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ep 1,19).

21 2. El gran jubileo del año 2000 fue un acontecimiento gozoso para toda la Iglesia, porque ponderamos con renovada admiración las obras de la gracia de Dios y su capacidad de realizar más de lo que podemos pedir o pensar (cf. Ef Ep 3,21-22). Durante el jubileo innumerables personas acudieron en peregrinación a Roma o a otros lugares sagrados para renovar su compromiso con Cristo mediante la oración y los sacramentos, y en particular para obtener su misericordia, especialmente en el sacramento de la penitencia. En la misa de clausura de la Puerta santa afirmé que "el cristianismo nace y se regenera continuamente a partir de la contemplación de la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo" (Homilía, 6 de enero de 2001, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de enero de 2001, p. 4). Expresé la esperanza de que toda la comunidad cristiana recomenzara desde esta contemplación de Cristo, con nuevo entusiasmo y nuevo compromiso, la búsqueda de la santidad, para testimoniar su amor "mediante la práctica de la vida cristiana marcada por la comunión, por la caridad y por el testimonio en el mundo" (ib., n. 8). Esta es la tarea que confié a la solicitud de las Iglesias particulares en la carta apostólica Novo millennio ineunte, como un modo de construir partiendo de los frutos del jubileo en la vida de las personas y las comunidades.

Durante el año pasado, la comunidad católica en Taiwan asumió esta misión reflexionando sobre el tema: "Nuevo siglo, nueva evangelización", con el fin de contribuir con iniciativas concretas a la renovación de la vida de la Iglesia en vuestras diócesis. Ahora es tiempo de recomenzar con confianza en el Señor y poner en práctica esos propósitos, para responder a los desafíos del nuevo milenio.

3. Vuestras iniciativas darán fruto si reflejan las dos dimensiones necesarias en todas las actividades de la Iglesia: la dimensión ad intra y la dimensión ad extra. Ad intra: un espíritu de oración y contemplación, vital para la vida cristiana, debe ser el sello distintivo de todo lo que decimos y hacemos: "Nada iguala a la oración, porque hace posible lo imposible, fácil lo difícil" (san Juan Crisóstomo, De Anna, 4, 5). Ad extra: el deber de anunciar a Cristo, convencidos de que la difusión del Evangelio es "el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual" (Redemptoris missio RMi 2). Ambas dimensiones son inseparables, porque la espiritualidad manifiesta su autenticidad en el anuncio y en el testimonio de Cristo, mientras que la actividad sólo produce resultados positivos cuando está arraigada en una comunión íntima con Dios: sin oración, nuestra evangelización sería vana; sin misión, la comunidad cristiana perdería su sabor y su gusto.

Frente a las dificultades de la vida de fe hoy, los pastores podrían sentir la tentación de tomar una actitud de resignación y decir como el apóstol san Pedro: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada" (Lc 5,5). Pero aunque no veamos los resultados de nuestros esfuerzos pastorales, no debemos desanimarnos: plantamos y regamos, pero es Dios quien hace crecer (cf. 1Co 3,6). El Señor Jesús nos invita constantemente a vencer nuestro miedo y a "remar mar adentro" (Lc 5,4). Convencidos de que Jesucristo, el camino, la verdad y la vida (cf. Jn Jn 14,6), es la buena nueva para los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en su búsqueda del sentido de la vida y de la verdad de su propia humanidad (cf. Ecclesia in Asia ), jamás deberíamos tener miedo de anunciar la verdad plena sobre él, en toda su difícil realidad. La buena nueva tiene la fuerza intrínseca de atraer a los hombres.
I 4. Durante la reciente Asamblea general del Sínodo de los obispos, la figura de Cristo, buen pastor, se presentó como el "icono" del ministerio episcopal, el modelo al que tenemos que conformarnos cada vez más fielmente. Como pastores del pueblo de Dios en Taiwan, representáis a Cristo en vuestras Iglesias particulares, puesto que de él recibís la misión y el poder sagrado de actuar in persona Christi capitis y de enseñar y gobernar con autoridad en su nombre. Esto requiere una profunda intimidad, mediante la oración, con el Señor para que, tomando la condición de Cristo siervo (cf. Flp Ph 2,7), podáis trabajar con humildad, generosidad y tesón por el bien de los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral. El obispo, al cumplir su primer y principal deber, que es el cuidado de las almas, la cura animarum, debe estar cerca de las personas y conocerlas, para promover cuanto es bueno y positivo, sostener y guiar a los débiles en la fe (cf. Rm Rm 14,1), y, si fuera necesario, intervenir para desenmascarar falsedades y corregir abusos (cf. Homilía en la clausura de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, 27 de octubre de 2001, n. 4). Vuestra misión es, sobre todo, una misión de esperanza, porque sabéis que la verdadera solución para los complicados problemas que afligen a la humanidad consiste en acoger el mensaje salvífico del Evangelio. Por esta razón, vuestra programación pastoral para los primeros años del nuevo milenio debería apuntar sobre todo a lograr que el anuncio de Cristo "llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente, mediante el testimonio de los valores evangélicos, en la sociedad y en la cultura" (Novo millennio ineunte NM 29).

5. Por supuesto, no trabajáis solos: la misión pertenece a todo el pueblo de Dios. Vuestros sacerdotes son vuestros colaboradores más cercanos en la obra de evangelización, y para que tenga éxito debéis hacer todo lo posible por fomentar en vuestras diócesis estrechos vínculos de fraternidad sacerdotal y propósitos comunes. La vida de piedad y de consagración de los sacerdotes, en contacto directo no sólo con cristianos sino también con no cristianos, en las parroquias y en los diversos lugares donde ejercen su ministerio pastoral, es la medida de la vitalidad de cada comunidad. El respeto tradicional por los aspectos espirituales, característico de la cultura asiática, es una razón más para que sean hombres de oración, verdaderamente expertos en los caminos de Dios y deseosos de compartir con los demás el amor de Dios que han experimentado en su propia vida. De este modo, serán capaces de responder al hambre de Dios que tiene la sociedad moderna y de penetrar más profundamente en las esperanzas y en las necesidades de los fieles encomendados a su cuidado pastoral. Reconocéis con claridad que han de realizarse constantemente nuevos esfuerzos para presentar el ideal de la vida sacerdotal como una opción válida para todos los jóvenes que llegan a un conocimiento más profundo del Señor.
Confío en que vuestro pueblo os apoyará cuando lo exhortéis a una oración más intensa por las vocaciones y le expliquéis que para una familia es una gran gracia y un extraordinario privilegio que Dios llame a uno de sus miembros al sacerdocio o a la vida consagrada.

6. Deseo expresar mi gratitud, aprecio y aliento a los hombres y a las mujeres que pertenecen a los numerosos institutos de vida consagrada de Taiwan. Los hombres y mujeres consagrados dan una contribución única a la obra de evangelización, viviendo su consagración mediante la oración y el apostolado, de acuerdo con el carisma de cada instituto. Con su estado de vida, que implica la entrega total a Dios, amado por encima de todo, y que exige una consagración más íntima a su servicio, anuncian y proclaman en la Iglesia la gloria del mundo futuro (cf. Código de derecho canónico, c. 573) y testimonian la nueva creación inaugurada por Cristo y hecha posible en nosotros por la gracia y el poder del Espíritu Santo. A través de su dedicación generosa a las obras sociales y caritativas, a la educación y a la asistencia sanitaria, han sido y siguen siendo un gran recurso espiritual para la vida de vuestras Iglesias particulares.

Estimulad a los hombres y mujeres consagrados a estar en la vanguardia del apostolado de oración, que es el secreto de un cristianismo verdaderamente vital (cf. Novo millennio ineunte NM 32). Hoy hay una exigencia generalizada de espiritualidad auténtica, que se manifiesta en gran parte como una renovada necesidad de oración. Esto se verifica particularmente en sociedades como la vuestra, que, por una parte, tienen una rica herencia de tradiciones espirituales y, por otra, están amenazadas por el materialismo y el individualismo. Por esta razón, los hombres y mujeres de vida contemplativa no sólo deberían cultivar cuidadosamente la vida de oración a la que están llamados, sino que también deberían ser verdaderos maestros de oración para el clero y para los laicos.

7. En la misión de la Iglesia los laicos tienen una responsabilidad y una misión específicas: están llamados a ser "sal de la tierra" y "luz del mundo" (cf. Mt Mt 5,13-14). En virtud de su bautismo y de su confirmación todos los fieles laicos son misioneros, y están llamados a difundir el Evangelio de Jesucristo en el mundo. En la Iglesia local en Taiwan su papel es vital: aunque sean relativamente pocos, actúan como levadura en la sociedad, transformándola de acuerdo con los valores del Evangelio. Con su fe, su bondad y su servicio amoroso pueden impulsar la difusión de una auténtica cultura cristiana, caracterizada por el respeto a la vida en todas sus fases, por una intensa vida familiar, por el cuidado de los enfermos y los ancianos, por la armonía, la cooperación y la solidaridad entre todos los sectores de la sociedad, por el respeto a los que piensan de manera diferente y por el compromiso en la promoción del bien común. Al vivir su vocación cristiana, los laicos esperan de vosotros apoyo, aliento y orientación. De hecho, tienen que afrontar los desafíos de la sociedad contemporánea "no sólo con la sabiduría y la eficiencia del mundo, sino también con un corazón renovado y fortalecido por la verdad de Cristo" (Ecclesia in Asia ). Tenéis la misión de enseñarles e impulsarlos, con vuestra palabra y vuestro ejemplo, a vivir una vida plenamente cristiana, de modo que sean capaces de testimoniar a Cristo en sus hogares, en los lugares de trabajo y en todas las demás actividades.

8. Dado que es esencial para cada Iglesia particular vivir en comunión con la Iglesia universal, el obispo no puede por menos de ser sensible a las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Esta es la sollicitudo omnium Ecclesiarum de la que habla el apóstol san Pablo (cf. 2Co 11,28). La Iglesia en Taiwan ha respondido de diversos modos a las necesidades y a las aspiraciones de los cristianos de todo el mundo, muy especialmente en el ámbito regional, ofreciendo oportunidades educativas y apoyo económico al personal de la Iglesia de otras partes de Asia, y proporcionando recursos para la actividad misionera. Vuestra solicitud se manifiesta particularmente en la atención que dedicáis a vuestros hermanos y hermanas del continente, que tienen en común con vosotros tantos valores culturales, espirituales e históricos. Así, con vuestros esfuerzos tratáis de promover la comprensión mutua, la reconciliación y el amor fraterno entre todos los católicos de la gran familia china. Confío en que estos esfuerzos, realizados en comunión con otras Iglesias particulares y con la Sede de Pedro, ayudarán a superar las dificultades del pasado, a fin de que surjan nuevas oportunidades de diálogo y de recíproco enriquecimiento humano y espiritual.

22 9. Queridos hermanos en el episcopado, cada situación es una oportunidad para que los cristianos muestren el poder que la verdad de Cristo ha llegado a tener en su vida. Aunque la creciente secularización pueda dar la impresión de que la sociedad moderna está cerrada a los valores espirituales y trascendentes, muchas personas buscan el sentido de su vida y la felicidad que únicamente Dios puede dar. La convicción que me ha acompañado durante mi pontificado es esta: "La potestad absoluta y también dulce y suave del Señor responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón" (Homilía, 22 de octubre de 1978, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de octubre de 1978, p. 3). Esta fuerza, que no tiene su fuente en el poder terreno, sino en el misterio de la cruz y la resurrección, es el verdadero manantial de nuestra confianza en el ejercicio de nuestro ministerio. Sabemos que el Señor no nos abandonará jamás en nuestra misión pastoral, si ponemos nuestra confianza en él y lo invocamos. Así pues, recomenzad con valentía, con la seguridad de que Cristo, que conoce todo corazón humano, está con vosotros.

Queridos hermanos en el episcopado, con afecto en el Señor hacia cuantos están confiados a vuestro cuidado pastoral, encomiendo a toda la Iglesia en Taiwan a la protección materna de María, Estrella luminosa de la evangelización en todas las épocas, y a todos vosotros os imparto cordialmente mi bendición apostólica.






Discursos 2002 16