Discursos 2002 22


DURANTE LA INAUGURACIÓN SOLEMNE


DEL AÑO ACADÉMICO EN LA UNIVERSIDAD ROMA III


Jueves 31 de enero de 2002



Rector magnífico;
ilustres huéspedes y profesores;
queridos alumnos:

1. Es para mí motivo de alegría visitar a vuestra comunidad universitaria, con ocasión de la solemne inauguración del décimo año académico. Deseo saludar ante todo al señor rector, profesor Guido Fabiani, a quien agradezco la invitación que me hizo, así como las palabras de bienvenida con las que ha querido acogerme. He escuchado atentamente los proyectos del Ateneo, que ha ilustrado, y he apreciado mucho la apertura que anima a este Centro académico, así como el deseo de cooperar de modo especial con los países del tercer mundo, destinando, entre otras ayudas, cinco becas para jóvenes procedentes de ellos.

Saludo a los decanos de las diversas facultades y a las autoridades institucionales y académicas, que con su presencia dan prestigio a este encuentro. Saludo también con deferencia a la señora Letizia Moratti, ministra de Educación, universidades e investigación, que nos honra con su presencia.

Dirijo asimismo un afectuoso saludo al cardenal vicario Camillo Ruini, al obispo auxiliar del sector y a los sacerdotes que se encargan de la formación espiritual de cuantos frecuentan este Centro universitario, que la Iglesia de Roma mira con simpatía y atención. La Iglesia ofrece su disponibilidad a colaborar, para prestar juntos un cualificado servicio, orientado a crear, en la diversidad de los papeles, ocasiones de diálogo, confrontación y propuestas. Estoy seguro de que esta comunión de intenciones crecerá, sostenida también por la acción constante de la capellanía universitaria.

Os saludo sobre todo a vosotros, amadísimos estudiantes, que aquí os preparáis para colaborar en la construcción de la sociedad del futuro. Saludo de modo especial a vuestro representante, al que doy las gracias por haberse hecho intérprete, con palabras ponderadas, de vuestros sentimientos comunes. Vuestro futuro dependerá en gran medida de la seriedad con que durante estos años os apliquéis en las diversas disciplinas, que son instrumentos útiles en la búsqueda diaria de la verdad sobre vosotros mismos y sobre los diferentes aspectos del mundo.

2. Con el fin de prepararos para este encuentro, habéis reflexionado en la contribución que, como universitarios, estáis llamados a dar al bien común, y habéis concluido que vuestra primera tarea consiste en ser fieles a la misión típica de un centro universitario. La universidad tiene como tarea esencial ser lugar de búsqueda de la verdad: desde las verdades más simples, como las relativas a los elementos materiales y a los seres vivos, pasando por las más articuladas, como las relacionadas con las leyes del conocimiento, de la vida asociada y del uso de las ciencias, hasta las más profundas, como las del sentido del comportamiento humano y de los valores que animan la actividad individual y comunitaria.

23 La humanidad necesita cátedras de verdad, y si la universidad es una fragua del saber, los que trabajan en ella no pueden por menos de tener como brújula de su comportamiento la honradez intelectual, gracias a la cual es posible distinguir lo falso de lo verdadero, la parte del todo y el instrumento del fin. Aquí se da ya una contribución significativa a la construcción de un futuro fundado en los valores firmes y universales de la libertad, la justicia y la paz.

3. Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebramos el lunes pasado, observaba que "genus humanum arte et ratione vivit" (In Arist. Post. Analyt., 1). Todo conocimiento inmediato y científico se ha de remitir a los valores y a las tradiciones que constituyen la riqueza de un pueblo. Inspirándose en esos valores que unen y a la vez distinguen a un pueblo de otro, la universidad se transforma en cátedra de una cultura verdaderamente a la medida del hombre, y se sitúa como ambiente ideal para armonizar el genio individual de una nación y los valores espirituales que pertenecen a toda la familia humana.

Usted, señor rector, acaba de mencionar algo que recordé hace algunos años, es decir, que el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura. Cultura y culturas no deben estar en contraposición entre sí; al contrario, han de entablar un diálogo enriquecedor para la unidad y la diversidad de la vida humana. Estamos aquí en presencia de una pluralidad fecunda, que permite a la persona desarrollarse sin perder sus raíces, porque le ayuda a conservar la dimensión fundamental de su ser integral.

La persona es subjetividad espiritual y material, capaz de espiritualizar la materia, transformándola en dócil instrumento de sus energías espirituales, a saber, de su inteligencia y de su voluntad. Al mismo tiempo, es capaz de dar una dimensión material al espíritu, es decir, de encarnar y convertir en histórico lo que es espiritual. Pensemos, por ejemplo, en las grandes intuiciones intelectuales, artísticas y técnicas que han llegado a ser "materia", o sea, expresiones concretas y prácticas del genio, que las ha concebido antes en su mente.

4. Este camino no puede prescindir de una confrontación leal, en todos los campos, con los valores éticos y morales relacionados con la dimensión espiritual del hombre. La fe ilumina el marco de referencia fundamental de los valores irrenunciables inscritos en el corazón de cada uno. Basta mirar la historia con objetividad para darse cuenta de cuán importante ha sido la religión en la formación de las culturas y cuánto ha modelado con su influjo todo el hábitat humano. Ignorar esto o negarlo no sólo representa un error de perspectiva, sino también un mal servicio a la verdad del hombre. ¿Por qué tener miedo de abrir el conocimiento y la cultura a la fe? La pasión y el rigor de la investigación no tienen nada que perder en el diálogo sapiencial con los valores que entraña la religión. ¿No surgió de esta ósmosis el humanismo del que se siente justamente orgullosa nuestra Europa, encaminada hoy hacia nuevas metas culturales y económicas?

Por lo que depende de la Iglesia, como recuerda el concilio Vaticano II, "el deseo de que este diálogo sea conducido sólo por el amor a la verdad, guardando siempre la debida prudencia, no excluye (...) a nadie, ni a aquellos que cultivan los bienes preclaros del espíritu humano, pero no reconocen todavía a su Autor, ni a aquellos que se oponen a la Iglesia" (Gaudium et spes
GS 92).

El encuentro de Asís del jueves pasado ha demostrado que el auténtico espíritu religioso promueve un diálogo sincero que abre los corazones a la comprensión recíproca y al entendimiento en el servicio a la causa del hombre.

5. Distinguidas autoridades académicas, amables profesores y amadísimos estudiantes, os confío estas consideraciones a vosotros, que formáis la gran familia de la Universidad Roma III. Que vuestro trabajo esté sostenido siempre por un compromiso apasionado, se realice con constancia y generosidad y esté animado por un espíritu de comprensión y diálogo. De quien, como vosotros, trabaja en el ámbito de la investigación científica dependen en gran parte la renovación de nuestra sociedad y la construcción de un futuro de paz mejor para todos.

María, Madre de la Sabiduría, os sostenga en la pasión por la verdad y os ilumine en los momentos de dificultad y prueba. ¡No os desaniméis jamás! El Papa está a vuestro lado y os bendice de corazón así como a vuestros seres queridos.






A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN "CAEL"


Viernes 1 de febrero de 2002



Señor cardenal;
24 ilustres señores y señoras;
queridos hermanos y hermanas:

1. Con gran cordialidad os dirijo a todos mi saludo, que se inspira en un sentimiento de aprecio por las finalidades que os animan.

Agradezco al doctor Antonio Fazio, gobernador del Banco de Italia, las palabras que ha pronunciado en calidad de presidente del comité de honor de la Asociación para la computarización de los análisis hermenéuticos lexicológicos (CAEL) sobre santo Tomás de Aquino.

Saludo, asimismo, a los demás miembros del comité: al señor cardenal Giovanni Battista Re, con un saludo especial para el cardenal Dionigi Tettamanzi. Saludo también al doctor Camdessus y al embajador Bettini, presidente de la CAEL, así como a todos los demás participantes.

Expreso mi más vivo aprecio al padre Roberto Busa, s.j., pionero de la lingüística computarizada, y a su equipo por el trabajo realizado. Lo testimonian los 56 volúmenes del Index Thomisticus.

Santo Tomás marcó con su genio una época, y sigue siendo una figura luminosa para la búsqueda y el amor a la verdad, que dominan toda su admirable construcción filosófica y teológica.

2. Me alegra alentar vuestra intención de sostener una nueva empresa, que será realizada por un equipo internacional de jóvenes acompañados por estudiosos más maduros, a saber, la elaboración de un "Léxico tomista bicultural", que en algunos decenios debería traducir todas las voces del enorme léxico de santo Tomás a las lenguas modernas.

Habéis elegido la obra del Aquinate como auténtica enciclopedia de su tiempo, síntesis de cuarenta siglos de cultura mediterránea: judía, griega, latina, árabe y cristiana. En efecto, el "Léxico tomista bicultural" considerará en santo Tomás principalmente lo que tiene en común con los autores de su tiempo.

En la visión sapiencial de santo Tomás, aunque en algunas de sus partes depende de la ciencia de su época, el cosmos se presenta regido por un único programa universal en el que todo está vinculado orgánicamente; un programa incorporado a la naturaleza del Pensamiento divino, creador de la inteligencia humana que ha concebido la informática.

Encomiendo a la divina Providencia la obra que os disponéis a acometer, al mismo tiempo que de corazón imparto a los presentes y a sus familias mi afectuosa bendición.






A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA


25
Lunes 4 de febrero de 2002




Venerados señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de alegría acogeros al inicio de la asamblea plenaria de vuestro dicasterio. Al dirigiros a cada uno mi cordial saludo, deseo agradecer de modo particular al señor cardenal Zenon Grocholewski, vuestro prefecto, las nobles y afectuosas palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos.

He escuchado lo que el cardenal prefecto me ha expuesto acerca del programa y he visto también el material preparatorio de estos intensos días de reflexión. La Iglesia vive del continuo diálogo fraterno entre la Curia romana y las Conferencias episcopales. Este diálogo se realiza habitualmente a través de la correspondencia ordinaria, pero a veces exige también momentos de comunión e intercambio. La asamblea plenaria es uno de estos momentos, gracias a los cuales se lleva a cabo una provechosa colaboración y se refuerza la unidad de propósitos en el constante compromiso al servicio de la comunión eclesial.

2. Estáis examinando algunas Orientaciones para la utilización de las competencias psicológicas en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio. Es un documento que se presenta como instrumento útil para los formadores, llamados a discernir la idoneidad y la vocación del candidato con vistas a su bien y al de la Iglesia. Naturalmente, la ayuda de las ciencias psicológicas se ha de insertar con equilibrio en el itinerario vocacional, integrándola en el marco de la formación global del candidato, para salvaguardar el valor y el espacio propios del acompañamiento espiritual. El clima de fe, indispensable para que madure la respuesta generosa a la vocación recibida de Dios, permitirá comprender correctamente el significado y la utilidad del recurso a la psicología, que no elimina todas las dificultades y tensiones, pero favorece una mayor toma de conciencia y un ejercicio más efectivo de la libertad, para librar una lucha abierta y franca, con la ayuda insustituible de la gracia.

Por este motivo, conviene promover la preparación de psicólogos expertos que, además de alcanzar un buen nivel científico, logren una comprensión profunda de la concepción cristiana sobre la vida y la vocación al sacerdocio, para que puedan contribuir de forma eficaz a la integración necesaria entre la dimensión humana y la sobrenatural.

3. He notado también con satisfacción el gran esfuerzo realizado para llevar a cabo las visitas apostólicas a los seminarios de derecho común y el deseo de ofrecer una visión sintética de ellos a fin de asegurar su eficacia.

En la situación general en que se halla la Iglesia, el cuidado de los seminarios reviste hoy una importancia muy singular. Es necesario lograr que la formación que se imparte en ellos sea de nivel excelente tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual. Los candidatos deben ser introducidos en la práctica de la oración, de la meditación y de la ascesis personal, fundada en las virtudes teologales vividas en la cotidianidad.

De modo especial, es preciso alimentar en los alumnos la alegría de su vocación. El mismo celibato por el reino de Dios debe presentarse como una opción eminentemente favorable al anuncio gozoso de Cristo resucitado. Desde este punto de vista, es importante suscitar en el corazón de los seminaristas el gusto de la caridad eclesial y apostólica: vivir en comunión con Cristo, con los superiores y con los compañeros es la forma más adecuada de prepararse para los futuros compromisos ministeriales.

26 4. Queréis afrontar también la discusión sobre la formación de los estudiantes de derecho canónico. Se trata de un asunto muy actual: el derecho canónico, fundado en la herencia jurídico-legislativa de una larga tradición, ha de considerarse como un instrumento que, basándose en el primado del amor y de la gracia, asegura el orden correcto tanto en la vida de la sociedad eclesial como en la de las personas, que pertenecen a ella en virtud del bautismo.

En las circunstancias actuales la Iglesia necesita especialistas en esta materia para afrontar las exigencias jurídico-pastorales, que hoy son más complejas que en el pasado. Las reflexiones que propongáis al respecto, con la aportación de los padres de la plenaria procedentes de diversas partes del mundo, os permitirán elaborar indicaciones apropiadas para la actividad futura del dicasterio.

5. Vuestra atención, en estos días, se centrará también en el papel de las personas consagradas (religiosos y religiosas) en el mundo de la educación. La Iglesia tiene una deuda de gratitud hacia las personas consagradas por las admirables páginas de santidad y de entrega a la causa de la educación y de la evangelización que han escrito, sobre todo durante los últimos dos siglos. Ya en la exhortación postsinodal Vita consecrata subrayé que son insustituibles en el mundo de la educación. Aun conociendo las dificultades de muchas familias religiosas, renuevo hoy la invitación a seguir introduciendo "en el horizonte educativo el testimonio radical de los bienes del Reino" (n. 96).

Una característica peculiar de la comunidad educativa, que trabaja en la escuela católica, es la presencia de personas consagradas y laicos. Unos y otros pueden y deben enriquecer el proceso educativo con su experiencia propia. Esto sucederá si, en su formación espiritual, eclesial y profesional, saben perseguir el objetivo de una misión compartida.

6. En lo que atañe al sector vocacional es valioso el trabajo de la Obra pontificia para las vocaciones eclesiásticas, que desde el año 1941 acompaña y anima la pastoral vocacional. En ella, la acción princeps es la oración, cumpliendo el mandato de Cristo: "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (
Mt 9,38 Lc 10,2). Por eso, tiene gran valor la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que se celebra ya desde hace treinta y nueve años, para comprometer a todas las comunidades cristianas en una intensa oración común, a fin de que no falten numerosas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas.

Veo con satisfacción que, gracias al impulso de la citada Obra pontificia, prosigue el programa de las celebraciones de los congresos continentales sobre las vocaciones a los ministerios ordenados y a la vida consagrada. En el próximo mes de abril, después de un provechoso trabajo de implicación de las comunidades diocesanas y regionales, se celebrará en Montreal el III Congreso para América del Norte, como continuación de los de América Latina y Europa, que tuvieron tanto éxito. Es un acontecimiento que toda la Iglesia apoyará con la oración, como ya invité a hacer en mi Mensaje para la próxima Jornada mundial de oración por las vocaciones. Confío en que este importante acontecimiento eclesial, providencialmente cercano en el tiempo y en el lugar a la celebración de la Jornada mundial de la juventud en Toronto, haga crecer en las Iglesias locales un renovado compromiso al servicio de las vocaciones y un entusiasmo más generoso entre los cristianos del "nuevo mundo".

Proseguid vuestro servicio en apoyo de la pastoral vocacional con espíritu de gozosa gratitud al Señor por el don continuo de vocaciones al ministerio ordenado y a la vida consagrada, y afrontad con confianza activa los motivos de preocupación por la falta de vocaciones en algunas partes del mundo, así como por las graves exigencias del discernimiento y de la formación de los llamados.

7. Por último, os agradezco el servicio que, como Congregación, prestáis diariamente a la Iglesia en el campo de los seminarios, las universidades y las escuelas, en una palabra, en el vasto sector de la educación. De las instituciones educativas se espera una contribución fundamental para la construcción de un mundo más humano, fundado en los valores de la justicia y la solidaridad.
Asegurándoos una oración especial por vuestro trabajo durante la asamblea plenaria, invoco sobre todos abundantes luces celestiales, en prenda de las cuales de corazón os imparto mi bendición.






A LAS RELIGIOSAS CAPUCHINAS


DE LA MADRE RUBATTO


Jueves 7 de febrero de 2002



Amadísimas religiosas Capuchinas de la Madre Rubatto:

27 1. Me alegra encontrarme con vosotras, al concluir vuestro capítulo general. Os saludo con afecto. Saludo en particular a la madre general y a las hermanas que colaboran con ella en el arduo servicio de gobierno y animación del instituto. Extiendo mi cordial saludo a todas las religiosas que trabajan en las diversas partes del mundo, difundiendo, mediante múltiples actividades de apostolado, de formación y de solidaridad, la buena semilla del Evangelio, según el específico carisma franciscano y capuchino del Instituto.

Durante estos días habéis reflexionado en vuestra identidad y en vuestra misión, para orientar a todo el instituto hacia nuevas empresas apostólicas. Espero de corazón que, gracias a las indicaciones surgidas de los trabajos capitulares, florezca un renovado impulso de espiritualidad y de compromiso, sobre las sólidas bases de la intuición original de vuestra fundadora.

2. La existencia de la madre Francesca Rubatto, a la que tuve la alegría de proclamar beata el 10 de octubre de 1993, se apoya en dos grandes pilares: el amor ardiente a Dios, percibido como "sumo bien" (cf. san Francisco de Asís, Cántico al Dios altísimo, 5: Fuentes franciscanas, 261), y el incansable servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados y abandonados. Bajo la guía de sabios maestros espirituales, vuestra madre siguió el ejemplo de san Francisco y de santa Clara, para ser en la Iglesia y en la sociedad un signo humilde pero elocuente del Evangelio vivido "sin glosa" (cf. Leyenda perusina, 69. 113: Fuentes franciscanas, 1622. 1672).

Como hijas espirituales suyas, también vosotras sed pobres en la existencia personal y en la actividad diaria, eligiendo el último lugar en la sencillez y la minoridad, y sirviendo a los hermanos con alegría franciscana. Así seréis las religiosas misioneras del pueblo, dedicadas a anunciar y testimoniar el Evangelio a todos los que encontráis en vuestro camino.

De este modo, la actividad apostólica y el servicio a los hermanos tendrán frutos significativos de amor, tomando su savia de la íntima unión con Dios, alimentada por la oración y, en particular, por la familiaridad con Jesús Eucaristía. La madre Francesca tenía una fe viva y ardiente en Jesús presente en el Santísimo Sacramento, y quería que la Eucaristía fuera el corazón de la familia religiosa fundada por ella. Unida a Cristo en la ofrenda de su propia vida, expresaba su participación en el misterio pascual con una entrega total al prójimo.

Siguiendo el ejemplo de vuestra beata fundadora, también vosotras partid el pan de vuestra vida de personas consagradas en los diversos campos de vuestro servicio al prójimo: la catequesis, la educación escolar, la asistencia a los enfermos, la solidaridad con las personas necesitadas, la colaboración en la pastoral parroquial y la misión "ad gentes".

Frente a los desafíos de los nuevos tiempos, haced revivir la inspiración fundamental de la madre Francesca, aplicándola en los nuevos ámbitos apostólicos que se abren ante vosotras, sostenidas por su mismo celo por Dios y su misma disponibilidad hacia las necesidades del prójimo.

3. Sobre todo, conservad intacto vuestro estilo de vida, destacado en muchas oportunidades por vuestra fundadora. A propósito del espíritu que debe animar a la religiosa capuchina, escribió a un grupo de novicias: "Sirve al Señor con alegría, realiza con amor las tareas que se le confían y trabaja incansablemente porque sabe que el trabajo es precioso a los ojos del Señor. Y, después de cansarse por la gloria de Dios, a quien ama tanto, se llama sierva inútil de su Señor, y está convencida de serlo, porque sabe que no es capaz de hacer nada sin la ayuda divina" (A las novicias de Montevideo y de Rosario: Cartas, Génova 1995, p. 550).

Servir a los hermanos sin reservas y sin confines: esto impulsó a la beata Francesca Rubatto a abrir su corazón y la vida del Instituto a la dimensión misionera, que ella misma reconoció "como una gracia especial concedida a nuestra comunidad" (A sor Felicidad: ib., p. 129). Este mismo espíritu animó a las hermanas misioneras que, el 13 de marzo de 1901, testimoniaron, hasta el supremo sacrificio de la vida, fidelidad a Cristo y entrega de amor al prójimo en la misión de Alto Alegre, en Brasil.

Que su ejemplo os estimule a intensificar todo esfuerzo por traducir de modo cada vez más adecuado vuestro carisma en nuevas opciones de vida y de actividad apostólica. Por mi parte, de buen grado os aseguro mi cercanía espiritual con el afecto y la oración.

Os asista la intercesión celestial de san Francisco y santa Clara de Asís. Os proteja la gran multitud de santos y santas de la familia religiosa capuchina, en la que resplandece con luz especial la beata Francesca Rubatto. Os acompañe también mi bendición, que os imparto de corazón a vosotras y a vuestras comunidades religiosas esparcidas por Italia y por el mundo.






A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO "COR UNUM"


28

Jueves 7 de febrero de 2002

. Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

1. Me alegra dar mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, con ocasión de la XXIV asamblea plenaria del Consejo pontificio "Cor unum". Saludo al presidente, monseñor Paul Josef Cordes, a quien agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes, comenzando por el secretario y los colaboradores del dicasterio. Saludo a los señores cardenales, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos de diversa proveniencia que participan en la plenaria; algunos de ellos han sido nombrados recientemente. A todos y a cada uno expreso mi más sincero agradecimiento por la disponibilidad y el espíritu de colaboración que muestran en un ámbito tan importante del apostolado eclesial.

A través del Consejo pontificio "Cor unum" el amor de la Iglesia llega a numerosas personas pobres y necesitadas en el mundo entero, valiéndose de múltiples intervenciones e iniciativas de las comunidades locales y de las instituciones caritativas internacionales.

2. En vuestra asamblea plenaria de este año habéis querido profundizar el tema del voluntariado, un fenómeno importante que suscita hoy tantas energías para el bien en la Iglesia y en el mundo. Se trata de un tema en el que también centró su atención la Organización de las Naciones Unidas. El año pasado la ONU dedicó su reflexión precisamente al voluntariado.

En efecto, el voluntariado, fruto de opciones conscientes, aunque a veces difíciles, ofrece a la sociedad, además de un servicio concreto, el testimonio del valor de la gratuidad. Este valor, en sí mismo muy elocuente, contrasta con el individualismo, por desgracia muy difundido en nuestras sociedades, especialmente en las opulentas. Frente a los intereses económicos, que a menudo parecen constituir la categoría dominante de las relaciones sociales, la acción de los voluntarios tiende a manifestar la centralidad del hombre. La persona, en cuanto tal, es la que merece ser servida y amada siempre, especialmente cuando está minada por el mal y el sufrimiento o cuando se la margina y vilipendia.

En este sentido, el voluntariado representa un significativo factor de humanización y de civilización. Con ocasión de la Jornada del voluntariado, el 5 de diciembre del año pasado, dirigí un mensaje a cuantos están comprometidos en el ámbito del servicio al hombre y al bien común, para subrayar el interés con que la Iglesia considera este vasto fenómeno. En él reafirmé la validez de esta experiencia, que ofrece a muchas personas la posibilidad de vivir concretamente la llamada al amor, ínsita en el corazón de todo ser humano.

3. Para los cristianos, la raíz de este compromiso se encuentra en Cristo. Por amor Jesús entregó su vida a los hermanos, y lo hizo gratuitamente. Los creyentes siguen su ejemplo. Así, comprometidos en múltiples campos de acción humanitaria, pueden convertirse para los no creyentes en un verdadero estímulo a experimentar la profundidad del mensaje evangélico.
Muestran de manera concreta que el Redentor del hombre está presente en el pobre y en el que sufre, y quiere ser reconocido y amado en toda criatura humana.

29 Para que este testimonio tenga gran influjo, espero que cuantos trabajan en asociaciones e instituciones católicas de voluntariado tomen como modelo a los numerosos santos de la caridad, que con su existencia han dejado en la Iglesia una estela de luminoso heroísmo evangélico. Cada uno ha de tratar de encontrarse personalmente con Cristo, que colma de amor el corazón de cuantos quieren servir al prójimo.

4. Vuestra plenaria se celebra pocos meses después del trigésimo aniversario de fundación del Consejo pontificio "Cor unum", instituido el 15 de julio de 1971 por el siervo de Dios Pablo VI. Ya han pasado tres decenios, durante los cuales la acción caritativa de la Iglesia ha crecido y se ha difundido a través del servicio de los organismos eclesiales y la contribución de innumerables fieles. Los resultados obtenidos confirman la validez de la intuición de mi venerado predecesor, el cual, acogiendo las orientaciones sugeridas en el concilio ecuménico Vaticano II, quiso instituir en la Sede apostólica un organismo de coordinación y animación de las numerosas instituciones presentes en la Iglesia, en el ámbito de la promoción humana y de la solidaridad cristiana.

También hoy, en vuestro Consejo pontificio, las diócesis y las organizaciones católicas dedicadas al ejercicio de la caridad tienen un lugar de encuentro, de diálogo y de orientación, para intervenir más eficazmente en el ámbito de las diversas formas de pobreza.

5. Al dar gracias a Dios por los treinta años de actividad de "Cor unum", siento la necesidad de renovar mi gratitud por la solicitud con la que en numerosas ocasiones, a veces en circunstancias dolorosas y trágicas, ha sido instrumento de la caridad del Papa. En particular, me complace recordar el esfuerzo realizado recientemente para prestar ayuda a los prófugos de Afganistán, así como en otras regiones de la tierra afectadas por guerras o calamidades naturales.

Queridos hermanos y hermanas, os aliento a proseguir en esta obra, que ya se lleva a cabo con buenos resultados, mediante la cual contribuís en gran medida a la promoción de la dignidad del hombre y a la causa de la paz. Además, expreso mis mejores deseos de que el esfuerzo diario que realizáis para impulsar la pastoral caritativa de las comunidades diocesanas y sostener al voluntariado católico se traduzca en un anuncio cada vez más eficaz del evangelio de la esperanza y de la caridad.

Con estos deseos, a la vez que os encomiendo a todos a la protección materna de la Virgen María, como prenda de fervor espiritual y de todo bien anhelado, os imparto de corazón a cada uno una especial bendición apostólica.






AL NUEVO EMBAJADOR DE FILIPINAS


ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 8 de febrero de 2002



Señor embajador:

Me alegra darle la bienvenida hoy al Vaticano y aceptar las cartas credenciales que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Filipinas ante la Santa Sede. Su país y la Santa Sede establecieron relaciones diplomáticas hace cincuenta años, y confío en que usted trabaje por extender y fortalecer los estrechos vínculos de amistad y cooperación existentes entre nosotros. Le agradezco mucho los saludos que me trae de su excelencia la presidenta Gloria Macapagal-Arroyo y del Gobierno y del pueblo filipinos. Le ruego que les transmita la seguridad de mi estima y mis mejores deseos, así como mis oraciones por la armonía y el continuo desarrollo de la nación.

En las palabras de su excelencia sobre las esperanzas y los esfuerzos del pueblo filipino por la causa de la paz en su patria y en el mundo hay un eco de la aspiración universal a la bondad, a la justicia y a la solidaridad en las relaciones humanas, que los acontecimientos de los últimos meses han turbado cruelmente. Como creyentes, sabemos que la paz no es resultado de planes y esfuerzos meramente humanos, sino un don de Dios al mundo que él creó. Es la plenitud de su bendición al hombre, la única criatura que Dios ama por sí misma (cf. Gaudium et spes GS 24). El reciente encuentro por la paz en Asís, que congregó a representantes de las Iglesias cristianas y de las comunidades eclesiales, así como a seguidores de muchas de las principales religiones del mundo, mostró que las personas de diferentes tradiciones religiosas y culturales están firmemente convencidas de que la violencia en todas sus formas es absolutamente incompatible con el verdadero sentimiento religioso e incluso con la dignidad humana. A los líderes de las naciones corresponde la tarea de encontrar los medios prácticos y técnicos para convertir en leyes, instituciones y acciones el deseo del corazón humano: la tranquilidad del orden, que es la verdadera paz.

También a su país le afecta lo que está sucediendo. No se ha encontrado una solución negociada para las dificultades, que persisten desde hace mucho tiempo, y ha aumentado el nivel del conflicto. Permítame repetir aquí lo que propuse en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año. Los pilares de la paz en su país, como en todos los lugares, son la justicia y el perdón: la justicia, que asegura el pleno respeto de los derechos y de las responsabilidades, y una distribución equitativa de los beneficios y las obligaciones; y el perdón, que sana y reconstruye desde sus fundamentos las relaciones humanas turbadas (cf. n. 3). Ciertamente, no podemos pensar que la justicia y el perdón se alcanzarán como resultado de la violencia y los conflictos; son virtudes morales que interpelan nuestra responsabilidad personal y colectiva de elegir lo que lleva al bien común y evitar todo lo que niega o tergiversa la verdad de nuestro ser.


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