Discursos 2002 30

30 Todos los hombres y mujeres sensatos reconocen que el bien común es el fin de un buen gobierno. Pero este bien es un bien humano, que está orientado al bienestar integral del pueblo en toda la complejidad de su vida personal e interpersonal. Sería un gran error limitar las políticas públicas a la búsqueda del progreso económico, que con demasiada frecuencia se mide en función del consumismo, cada vez mayor, como si sólo eso colmara las aspiraciones de la gente. Como escribí en la carta encíclica Centesimus annus: "No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo" (n. 36). El verdadero progreso ha de tener debidamente en cuenta las necesidades y las tradiciones culturales y espirituales de la gente. En este sentido, las políticas y los programas se cumplen o fallan, dependiendo de si favorecen o no el desarrollo humano integral. Así, la creciente globalización de la economía, al nivelar las diferencias culturales, no es precisamente y en todos los casos una solución para las necesidades reales. De hecho, puede agravar los desequilibrios ya evidentes en las relaciones entre los que se benefician de la capacidad, cada vez mayor, del mundo de producir riqueza y los que se han quedado al margen del progreso. El gran desafío moral que afrontan las naciones y la comunidad internacional consiste en armonizar el desarrollo con la solidaridad -una auténtica comunión de beneficios-, para superar tanto un desarrollo, deshumanizador como el "superdesarrollo", que considera a las personas como meras unidades económicas en un sistema consumista (cf. Ecclesia in Asia ).
Por tanto, el desarrollo no es nunca una cuestión meramente técnica o económica; es fundamentalmente una cuestión humana y moral. Requiere un profundo sentido del compromiso moral por parte de quienes están al servicio del bien común.

Con frecuencia, la cuestión hoy es saber si la cultura dominante puede insertar la vida económica y política en un marco auténticamente moral, para asegurar que contribuya al bien común. Precisamente aquí hace falta una fecunda cooperación entre las autoridades públicas y la Iglesia.
Cada uno en su propia esfera sirve al desarrollo integral de los miembros de la sociedad. En su país, señor embajador, existe una larga tradición de apoyo y cooperación mutua entre la Iglesia y la sociedad civil. No han faltado momentos de dificultad, pero, en general, se han superado rápidamente y de forma correcta. En muchas ocasiones he estimulado a los obispos filipinos en sus esfuerzos por educar y formar a los laicos en la enseñanza religiosa y social que los capacite para transformar y construir con justicia y solidaridad la sociedad en la que viven. Los desafíos que tiene planteados su nación son grandes, y requieren el máximo compromiso de todos sus ciudadanos, incluyendo la contribución especial de sus jóvenes. Al construir sobre la base de las mejores tradiciones filipinas de vida familiar y de mutua solicitud y servicio, y al limitar el exceso de privilegios y de intereses de partido, la nación puede esperar un futuro muy brillante.

Señor embajador, al entrar en la comunidad de los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, es consciente de que entra en un ambiente diferente del que encuentran generalmente los representantes diplomáticos. Aquí tiene la posibilidad de reflexionar personalmente en las cuestiones más profundas que atañen al progreso de la humanidad. Aquí podrá contribuir a un debate continuo sobre las verdades que subyacen en los acontecimientos y en las corrientes de la historia humana. Con los mejores deseos de éxito para su misión, invoco las bendiciones de Dios todopoderoso sobre usted, sobre su familia y sobre el amado pueblo filipino.






A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO INTERNACIONAL


ORGANIZADO POR LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO


Viernes 8 de febrero de 2002



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

1. Me alegra particularmente dirigiros mi saludo mientras participáis en el IV Encuentro internacional de obispos y sacerdotes amigos de la Comunidad de San Egidio. Habéis venido a Roma de diversas partes del mundo para vivir juntos algunos días de reflexión sobre el primado de la santidad y de la oración en la misión de la Iglesia. Sé que han querido participar en el encuentro también personas pertenecientes a otras Iglesias y comunidades eclesiales. Con alegría les doy mi bienvenida y las saludo fraternalmente. El inicio de este nuevo milenio exige a todos los seguidores de Cristo mayor fidelidad en la adhesión al Evangelio y en la búsqueda de la unidad.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que indico algunas perspectivas prioritarias para la Iglesia después del jubileo, exhorté a "remar mar adentro" con valentía en el mar del nuevo milenio. No partimos confiando en nuestras pobres fuerzas, sino en la certeza de la ayuda del Señor, como él aseguró mientras subía al cielo: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Entre las dimensiones decisivas del camino de la Iglesia están la santidad y la oración: "Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración" (Novo millennio ineunte NM 32). "Sí, queridos hermanos y hermanas -concluía-, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas "escuelas" de oración" (ib., 33). La Comunidad de San Egidio ha tomado su fuerza de amor precisamente del esfuerzo por llegar a ser "escuela de oración". Todas las tardes, en Roma, sus miembros se reúnen en la basílica de Santa María en Trastévere para orar. Lo mismo hacen los miembros de la Comunidad en las iglesias esparcidas en muchas otras partes del mundo.

2. Las reflexiones que hagáis durante estos días y las resoluciones que toméis están destinadas a enriquecer vuestro bagaje espiritual y pastoral para el futuro. El siglo recién iniciado espera que el Evangelio se comunique sin glosa, como solía decir san Francisco; espera discípulos que sean testigos coherentes hasta sus últimas consecuencias. Tenemos vivo el recuerdo de los innumerables obispos, sacerdotes y fieles que durante el siglo XX dieron su vida por el Evangelio. Ojalá que el testimonio de estos "nuevos mártires", que quise recordar de modo particular durante el jubileo, sea para todos nosotros una valiosa herencia.

31 Estoy seguro de que la amistad con la Comunidad de San Egidio os resultará benéfica tanto en el plano personal como en el eclesial. Me he encontrado con la Comunidad desde el comienzo de mi pontificado, y he podido constatar su vitalidad espiritual y su celo misionero. La he visto trabajar en la Iglesia de Roma y, desde aquí, encaminarse por las sendas del mundo. Me agrada recordar un hermoso canto que la acompaña por doquier: "No tenemos muchas riquezas, sino sólo la palabra del Señor". Este canto, eco de las palabras de Pedro al paralítico sentado junto a la puerta Hermosa del Templo (cf. Hch Ac 3,6), recuerda que el Evangelio es la verdadera fuerza de la Iglesia y su riqueza. Lo era al comienzo y lo es aún hoy, en el alba del nuevo siglo.

3. Sé que ayer habéis celebrado el aniversario de la Comunidad de San Egidio en la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma. A la vez que agradezco a monseñor Vincenzo Paglia las palabras que me ha dirigido, saludo de corazón al profesor Andrea Riccardi, que en aquel 7 de febrero de 1968 inició el camino de la Comunidad. Ya han pasado 34 años. Han sido años de escucha del Evangelio y de amistad con todos.

Podría decirse que la amistad caracteriza todas las dimensiones de la vida de la Comunidad de San Egidio. La amistad vivida con sensibilidad evangélica es un modo eficaz de ser cristianos en el mundo: permite superar fronteras y colmar distancias, incluso las que parecen insuperables. Se trata de un verdadero arte del encuentro, de una solícita atención al diálogo y de un celo amoroso por comunicar el Evangelio. Esta amistad se transforma en fuerza de reconciliación; una fuerza realmente necesaria en este tiempo dramáticamente marcado por conflictos y enfrentamientos violentos.

4. Acabamos de celebrar el encuentro de oración por la paz en la ciudad de san Francisco. Desde el primer encuentro de 1986, la Comunidad ha organizado, año tras año, encuentros que han hecho soplar el "espíritu de Asís" en el cielo de diversas ciudades europeas. De ahí ha nacido un singular movimiento de hombres y mujeres de distintas religiones, los cuales, sin confusión alguna, imploran de Dios incesantemente la paz para todos los pueblos.

Que el inicio de este milenio, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, amigos de la Comunidad de San Egidio, os encuentre a todos atentos a la llamada del Señor, para que "reméis mar adentro" a fin de comunicar a todos los pueblos el Evangelio del amor. Con este deseo, asegurándoos mi oración, os bendigo a todos de corazón.






A LA FUNDACIÓN "CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"


Sábado 9 de febrero de 2002



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
gentiles señoras e ilustres señores:

1. Es para mí motivo de alegría acogeros en este encuentro, con el que queréis renovar los sentimientos de afecto que os unen al Sucesor de Pedro, manifestando al mismo tiempo vuestra solidaridad efectiva con las necesidades de la Iglesia. Gracias por vuestra visita.

Saludo cordialmente al señor cardenal Agostino Cacciavillan, presidente de la Administración del patrimonio de la Sede apostólica, al que agradezco las nobles palabras que acaba de dirigirme en vuestro nombre. Mi saludo se extiende a monseñor Claudio Maria Celli, secretario de la misma Administración, y al doctor Lorenzo Rossi de Montelera, presidente de la Fundación "Centesimus annus, pro Pontifice".

32 Doy también una cordial bienvenida a todos los miembros de la asociación y les expreso mi viva satisfacción por la obra realizada durante el año recién concluido. Una obra muy benemérita por la contribución dada a la Santa Sede en su actividad caritativa. ¡Cómo no percibir en vuestra solicitud el deseo constante de participar directamente en la misión de todo el pueblo de Dios, según la vocación específica de cada creyente! También por ello deseo manifestaros mi gratitud, conociendo bien las motivaciones espirituales que impulsan vuestra acción benéfica.

Dirijo un saludo especial a los que han venido de Estados Unidos. Durante los últimos meses he tenido muy presente a vuestro amado país en mis pensamientos y en mis oraciones. También doy la bienvenida a quienes han venido de Canadá. A todos agradezco los esfuerzos por apoyar a la Fundación en la consecución de sus nobles propósitos.

Extiendo, además, mi gratitud a los arzobispos y obispos que en Italia, en Polonia y en otros países, en el ámbito diocesano y en el marco de la Conferencia episcopal, han ofrecido su apoyo a la Fundación, juntamente con los asistentes eclesiásticos nacionales y locales.

2. Vuestra Fundación, con sus intervenciones en el ámbito económico y social, constituye una valiosa forma de apostolado laical. Como dije en nuestro primer encuentro, el 5 de junio de 1993, la "Centesimus annus, pro Pontifice" es "una significativa expresión de vuestro compromiso de fieles laicos" (n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1993, p. 9). En efecto, a ellos se les confía el ministerio de "buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen gentium
LG 31).

Vuestra actividad es más actual aún, porque quiere dedicar una atención especial a la familia y a la valoración de su papel, indispensable en la sociedad. Una familia serena y laboriosa se transforma en un crisol ardiente para construir la paz. Con ocasión del vigésimo aniversario de la exhortación Familiaris consortio, celebrado hace dos meses, recordé que "la familia, cuando vive con plenitud las exigencias del amor y del perdón, se convierte en baluarte seguro de la civilización del amor y en esperanza para el futuro de la humanidad" (Mensaje al cardenal Alfonso López Trujillo, 22 de noviembre de 2001, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de diciembre de 2001, p. 12). En las familias sanas y armoniosas tienen su origen los senderos de la civilización del amor, gracias a la acogida y a la ayuda recíproca que se viven en ellas. Por tanto, es preciso orar y trabajar sin cesar para que la familia sea protagonista de un camino constructivo de paz en su seno y en su entorno.

3. En el mundo existe hoy un gran deseo de verdad, de justicia y de concordia. Pude experimentarlo hace dos semanas, en Asís, cuando, en un clima de escucha atenta y de diálogo, pasamos con los representantes de las religiones una jornada entera dedicada a la reflexión y a la oración por la paz.

Nos sentimos hijos de un Dios creador y omnipotente y necesitados de su próvida ayuda. Constatamos con preocupación que los gérmenes del odio y de la violencia pueden arruinar la concordia y la comprensión. Por el contrario, es necesario promover el amor en la sociedad, y para ello es preciso partir de la célula primordial de la humanidad, que es la familia. Si no se ayuda a la familia a vivir y prosperar con seguridad y serenidad, se debilita y se derrumba con grave daño para las personas y para la sociedad. Por tanto, es importante, entre otras cosas, garantizar a cada familia una adecuada seguridad económica, social, educativa y cultural, para que cumpla las obligaciones que le corresponden en primera instancia. El Estado debe favorecer y solicitar positivamente la iniciativa responsable de las familias (cf. Familiaris consortio FC 45).

4. Amadísimos hermanos y hermanas, durante el gran jubileo del año 2000 profundizasteis el tema de la ética y las finanzas, con referencia a la globalización financiera, en constante expansión en el mundo. Como una prolongación de esa reflexión, este año habéis decidido considerar el principio de subsidiariedad, que es un elemento fundamental de la doctrina social de la Iglesia. Al aplicar este principio a las relaciones de la familia con el Estado, se manifiesta ante todo la urgencia de poner por obra todos los instrumentos posibles para tutelar la promoción de los valores que enriquecen a la familia, santuario de la vida y ambiente en el que nacen y se forman los ciudadanos del futuro. Además, el Estado no puede por menos de tener presente que "una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común" (Centesimus annus CA 48).

Sin duda, vuestra Fundación seguirá esforzándose en esta dirección, para hacer realidad una auténtica solidaridad, que traduzca en obras el principio de subsidiariedad. Os agradezco vuestro esfuerzo común y espero que podáis contar con la colaboración de las diversas fuerzas que componen el entramado de la comunidad civil. Frente a las numerosas necesidades que surgen en el momento actual, debéis intensificar, de modo especial, vuestros esfuerzos con vistas a una auténtica renovación social, teniendo como punto de referencia la perenne enseñanza del Evangelio y como brújula la doctrina social de la Iglesia. Quiera Dios que vuestro benemérito y laudable compromiso se vea coronado con abundantes frutos.

Renovándoos la expresión de mi estima y mi cercanía espiritual, os encomiendo a la protección celestial de la Madre de Dios, para que os ampare bajo su maternal manto de gracia. Os acompañe también mi bendición, que de todo corazón os imparto a vosotros, a vuestras familias, a todos vuestros seres queridos y especialmente a los niños que se encuentran en esta sala.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL INICIO DE LA CAMPAÑA


DE FRATERNIDAD EN BRASIL




Al venerable hermano en el episcopado
33 Mons. Raymundo DAMASCENO ASSIS
Secretario general de la
Conferencia episcopal de Brasil

"Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de salvación" (
2Co 6,2).

Con estas palabras de la sagrada Escritura deseo unirme a toda la Iglesia que está en Brasil, para iniciar la campaña de fraternidad de este año, que tiene como tema "Fraternidad y pueblos indígenas" y como lema "Por una tierra sin males", con el deseo de estimular la fraternidad cristiana con todos los pueblos de la misma familia humana.

En este "tiempo favorable, tiempo de salvación", que es la Cuaresma, invocamos la luz del Altísimo para que conceda a todos el arrepentimiento y el conocimiento de la verdad (cf. 2Tm 2,25). Y la verdad, como afirmé durante mi segundo viaje pastoral a Brasil, es que "ante los ojos de Dios (...) sólo existe una raza: la raza de los hombres llamados a ser hijos de Dios. Ante los ojos de Dios sólo existe un pueblo, formado por muchos pueblos, cada uno de los cuales con su modo de ser, su cultura y sus tradiciones: la humanidad que Jesucristo rescató y salvó, pagando con su sangre" (Discurso durante el encuentro con los indígenas en Cuiabá, 16 de octubre de 1991, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 12). Ahora bien, "Dios reunió al grupo de los que creen en Jesús y lo consideran el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y fundó la Iglesia para que sea para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad que nos salva. La Iglesia se inserta en la historia de los hombres destinada a extenderse por todos los países, y, sin embargo, desborda los límites de tiempo y lugar" (Lumen gentium LG 9). De este modo, la Iglesia quiere introducir el Evangelio en las culturas de los pueblos, transmitiéndoles su verdad, asumiendo, sin menoscabar de ningún modo la especificidad y la integridad de la fe cristiana, lo que hay de bueno en esas culturas y renovándolas desde dentro (cf. Redemptoris missio RMi 52), y llevando a todos el mensaje de la salvación realizada por Cristo.

Mientras que Cristo no conoció el pecado, sino que vino sólo para expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, "abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación" (Lumen gentium LG 8). ¡Ahora es el "tiempo favorable"! En su dimensión penitencial y bautismal (cf. Sacrosanctum Concilium SC 109), la Cuaresma lleva a todos los bautizados a revivir y profundizar todas las etapas del camino de fe, para que, consciente y generosamente, renueven su alianza con Dios. La conciencia de la filiación divina por el bautismo podrá impulsar a la renovación espiritual y la fraternidad con sus hermanos, sobre todo con los que reclaman una justicia y una solidaridad mayores.

Por eso, la Iglesia permanecerá siempre al lado de los que sufren las consecuencias de la pobreza y la marginación, y seguirá extendiendo su mano materna a los pueblos indígenas para colaborar en la construcción de una sociedad donde todos y cada uno, creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,26), vean respetados sus derechos, con condiciones de vida conformes a su dignidad de hijos de Dios y hermanos en Jesucristo.

Pido a Dios, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, que proteja a Brasil y a su pueblo, y como señal de mi afecto más sincero por la Tierra de la Santa Cruz, envío una propiciadora bendición apostólica.

Vaticano, 26 de noviembre de 2001





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SERVICIO DE ANIMACIÓN COMUNITARIA


DEL "MOVIMIENTO POR UN MUNDO MEJOR"




Al reverendo
34 Don GINO MORO, f.d.p.
Director general del
"Servicio de animación comunitaria
del Movimiento por un mundo mejor"

1. Me alegra enviarle a usted y a todos los miembros del "Servicio de animación comunitaria del Movimiento por un mundo mejor" mi saludo y mis mejores deseos con ocasión del quincuagésimo aniversario de la fundación del grupo promotor, que tiene su origen en el mensaje radiofónico del Papa Pío XII a la diócesis de Roma, conocido con el nombre de "Proclama por un mundo mejor". "Es todo un mundo lo que es preciso rehacer desde sus cimientos", afirmó el Papa con palabras inolvidables, un mundo que "es necesario transformar de salvaje en humano, de humano en divino, es decir, según el corazón de Dios" (Discorsi e radiomessaggi di S.S. Pio XII, XIII, p. 471).

La "Proclama por un mundo mejor" estaba dirigida a la diócesis de Roma. El Papa Pío XII quería que Roma fuera la primera en renovarse, y por eso convocó a toda la comunidad diocesana con palabras proféticas y muy actuales: "Anhelamos entregaros a vosotros, amados hijos de Roma, la bandera de un mundo mejor (...). Acoged la santa consigna que vuestro Pastor y Padre hoy os da: iniciar un poderoso despertar de pensamiento y de obras. Un despertar que comprometa a todos, sin excepción alguna, al clero y al pueblo, a las autoridades y a las familias, a los grupos, a todos y cada uno, en la tarea de la renovación total de la vida cristiana, en la línea de la defensa de los valores morales, practicando la justicia social y reconstruyendo el orden cristiano" (ib.).

2. La iniciativa de 1952, que se conmemora este año, no puede por menos de traer a la memoria los desarrollos sucesivos, desde el concilio Vaticano II, pasando por el vasto movimiento posconciliar y el Sínodo diocesano de Roma, hasta la más reciente Misión ciudadana, que se realizó durante los años 1996-1999 como preparación para el gran jubileo del año 2000. La misma inspiración ha guiado el compromiso de la Iglesia durante estos años: el viento del Espíritu Santo impulsa las velas de la Iglesia, que ya surca las aguas del tercer milenio.

Espero de corazón que esta feliz celebración jubilar os ayude a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a redescubrir la herencia espiritual del padre Lombardi como fuente de entusiasmo y eficacia apostólica. Durante estos decenios el Movimiento se ha difundido en cerca de cuarenta naciones, esforzándose por traducir en proyectos la amplia y articulada visión propuesta por el concilio Vaticano II y por el magisterio sucesivo, con la perspectiva de una "comunión" eclesial cada vez más intensa. Proseguid esta obra, cooperando de modo dócil y constante con los pastores y estando siempre atentos para captar los "signos" de los tiempos.

3. Prestáis singular atención a la promoción del sacerdocio común de los fieles y de la vocación profética de los laicos en los diversos campos de la actividad humana, para que, "percibiendo con mayor claridad su vocación íntegra, acomoden más el mundo a la excelsa dignidad del hombre, busquen una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor, respondan, con un esfuerzo generoso y organizado, a las urgentes exigencias de nuestro tiempo" (Gaudium et spes
GS 91). En efecto, los fieles laicos son los primeros llamados a trabajar en la construcción de una sociedad animada por los valores de la civilización del amor.

En el marco actual de la cultura y de la misma visión eclesiológica madurada tras el concilio Vaticano II, la influencia de la Iglesia en la transformación de la sociedad se realiza sobre todo a través de un laicado adulto en la fe y preparado para encarnarla en la historia mediante la irreprochabilidad de su testimonio y la seriedad de su competencia (cf. Christifideles laici CL 36-44).

María, Madre de la Iglesia, a la que el padre Lombardi atribuía la inspiración misma de su obra, asista con constante benevolencia todos vuestros esfuerzos y los haga fecundos. Ella os fortalezca en las dificultades que encontréis a lo largo de vuestro camino.

35 Que también os acompañe y anime la bendición, que de corazón os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros grupos locales y a todos los que, de diferentes modos, apoyan vuestro servicio en las distintas partes del mundo.

Vaticano, 10 de febrero de 2002






EN LA VISITA AL SEMINARIO ROMANO MAYOR,


CON OCASIÓN DE LA FIESTA


DE LA VIRGEN DE LA CONFIANZA



Sábado 9 de febrero de 2002


1. Doy gracias al Señor, que me ha dado la alegría de pasar, también este año, la fiesta de la Virgen de la Confianza con vosotros. Se trata ya de una cita de familia, esperada y grata, que nos permite agradecer a la celestial Madre de Dios su constante asistencia al Seminario romano, corazón de nuestra diócesis.

Quisiera hacer mías las palabras del gran escritor Alejandro Manzoni, que habéis elegido como tema de esta celebración solemne: "Oh Virgen, oh Señora, oh Toda santa, ¡qué bellos nombres te dedica cada lengua! Más de un pueblo altivo se enorgullece de tu amable protección" (Himnos sagrados, El nombre de María).

En nombre de la Virgen santísima os saludo a todos. Saludo, ante todo, al cardenal vicario y a los prelados presentes; saludo a vuestro rector y a sus colaboradores. Saludo a los ex alumnos, a los amigos del seminario, a los jóvenes y a cuantos participan en esta cita festiva. Os saludo sobre todo a vosotros, queridos alumnos, que en esta circunstancia sois invitados a reflexionar, bajo la mirada de la Virgen de la Confianza, en la importancia de vuestro itinerario formativo con vistas a la misión que un día cumpliréis en la Iglesia.

2. En el clima gozoso que caracteriza a este sábado se inserta bien el Oratorio musical de monseñor Marco Frisina, inspirado en la noble y amada figura del beato Juan XXIII, el Papa bueno, también él alumno de vuestro seminario. Con la Confianza en el corazón, Angelo Roncalli, como vosotros, se preparó con empeño para las diversas tareas que Dios le encomendaría después. Hoy quisiera destacar de él sobre todo el deseo de santidad, que durante su vida se transformó en un programa diario. Su optimismo era firme, incluso ante problemas y dificultades reales. Fortalecido por su fe, invitaba a comprender que lo que une a los discípulos del Señor, y en general a los hombres, es mucho más de lo que los separa efectivamente.

Con este espíritu favoreció el camino ecuménico, que ha obtenido notables resultados, aunque queda mucho por hacer. Siguiendo su ejemplo, todo cristiano está invitado a convertirse en dócil instrumento para que se haga realidad la ardiente súplica de Cristo en el Cenáculo: "Que todos sean uno para que el mundo crea" (Jn 17,21).

3. En esta circunstancia especial, además del beato Juan XXIII, recordamos a su inmediato sucesor, el siervo de Dios Pablo VI. En efecto, con ocasión de los trabajos realizados en la capilla mayor de vuestro seminario, precisamente en recuerdo de él se ha colocado un artístico crucifijo, obra del escultor Enrico Manfrini y regalo del querido monseñor Pasquale Macchi. Que este insigne símbolo de nuestra fe os ayude a mantener en todas las situaciones la mirada fija, como hizo el Papa Montini, en el misterio de Cristo muerto y resucitado por nosotros.

4. Y no podemos por menos de mencionar, además, otro motivo de alegría y aliento para vosotros, queridos seminaristas: el día 20 de diciembre del año pasado publiqué el decreto de heroicidad de las virtudes de un ex alumno de esta institución, el seminarista Bruno Marchesini.
Si Dios quiere, también los seminaristas podrán tener pronto un protector especial y un modelo en el que inspirarse a lo largo del camino de formación sacerdotal. Es hermoso que precisamente el seminario de la Iglesia de Roma, cuyo Obispo es el Sucesor del apóstol san Pedro, ofrezca como don a los seminaristas del mundo entero un excelente modelo de fe y de virtud, un amigo ejemplar para imitarlo y sentir a su lado en toda circunstancia. Estoy seguro de que cada uno de vosotros, al contemplarlo, se sentirá impulsado a seguir fielmente a Jesús. El Espíritu que inspiró al joven Marchesini os guíe también a vosotros, queridos hermanos, por el camino del heroísmo de la fe, a fin de que os preparéis para llevar el Evangelio a donde la Providencia os conduzca, si fuera necesario, hasta los confines de la tierra (cf. Hch Ac 1,8).

5. Me dirijo ahora a vosotros, queridos jóvenes que, como todos los años, habéis venido a vivir una intensa jornada de espiritualidad juntamente con la comunidad del seminario. Que las figuras que acabamos de evocar os estimulen también a vosotros, con el ejemplo de sus virtudes, a ser santos. La santidad es la valiosa herencia que nos han dejado; la santidad es el primer punto de cualquier programa misionero, como recordé en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. nn. 30-31).

36 Caminad sin cesar hacia esta ardua y majestuosa cumbre, atesorando la gracia que cada día se os dispensa y tratando de traducirla en fervor de buenos propósitos y de acciones intrépidas. Esta es la tarea de toda comunidad eclesial; esta debe ser la ocupación principal de todo creyente. Que en el centro de todo esté Cristo, para conocerlo, amarlo y servirlo con corazón abierto y generoso.
La santidad es un don, pero también una conquista: es el don que Dios hace a sus hijos, haciéndolos partícipes de su misma vida y llamándolos a una comunión íntima con él. Al mismo tiempo, es respuesta a ese don, y por eso conquista ardua por realizar en todo momento.

6. Gracias, muchísimas gracias por este Oratorio. Me ha recordado también algunos momentos de mi vida, especialmente la inauguración del concilio Vaticano II, al que la Providencia me concedió la posibilidad de participar personalmente. Sucedió así: el Papa Juan inauguró esa Asamblea conciliar y luego, pocos meses después, falleció. Todo eso me vino a la mente al escuchar las voces del Oratorio y seguir a la orquesta y los cantos de los participantes.

Gracias, Marco; muchas gracias por este gran don.

Palabras de despedida del Santo Padre

Gracias por la invitación a esta velada en el Seminario romano, ante la Virgen de la Confianza. Hemos escuchado que la Virgen de la Confianza guió los pasos del Papa Juan XXIII por un camino que, desde este seminario, lo llevó hasta el concilio Vaticano II, que fue también un gran seminario: el seminario de los obispos del mundo.

Agradezcamos a la Virgen de la Confianza todo lo que hizo para ayudar al Papa Roncalli en la preparación y luego en la aventura del concilio Vaticano II.

A todos os deseo que sigáis un camino parecido en vuestra vida: desde la imagen de la Virgen de la Confianza hasta los objetivos ulteriores, que la Providencia prevé para vosotros y os pide realizar.

Una vez más, muchas gracias por esta velada. ¡Muchas gracias!






DURANTE LA CELEBRACIÓN


DE LA X JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


Basílica de San Pedro

Lunes 11 de febrero de 2002, memoria de la Virgen de Lourdes


37 Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os doy una cordial bienvenida a todos vosotros, congregados aquí, en la basílica de San Pedro, con ocasión de esta cita ya tradicional, en la que se reúnen numerosos peregrinos de la Obra romana de peregrinaciones y de la Unitalsi, y que nos hace revivir el intenso clima espiritual de Lourdes.

Saludo al cardenal vicario, que ha presidido la concelebración eucarística, así como a los prelados y a los sacerdotes presentes. Saludo a los responsables de la Unitalsi y de la Obra romana de peregrinaciones, que han promovido y organizado este encuentro tan sugestivo. Os saludo especialmente a vosotros, queridos enfermos aquí presentes, y a los que, aun deseándolo, no han podido unirse a nosotros esta tarde. Os saludo a vosotros, agentes sanitarios y voluntarios, sacerdotes, religiosos y laicos, que prestáis un servicio desinteresado en este ámbito tan importante de la pastoral sanitaria.

Nos encontramos con alegría en este día, en que la Iglesia hace memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes. A esta fiesta tan familiar se asocia desde hace diez años la celebración de la Jornada mundial del enfermo, que este año tiene su "corazón" en el santuario de la "Virgen de la salud" en Vailankanny (India), conocido precisamente como "la Lourdes de Oriente". Envío un cordial saludo a cuantos están reunidos allí, en torno a mi enviado, el arzobispo Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud.

2. El tema de la X Jornada mundial del enfermo se refiere a las palabras de Jesús: "Para que tengan vida y la tengan en abundancia" (
Jn 10,10). Estas palabras invitan a una clara toma de posición en favor de la vida y a un compromiso sincero en su defensa, desde la concepción hasta su fin natural. La vida humana es un don de Dios, y como tal se ha de vivir siempre, incluso en las situaciones más críticas. Al respecto, es muy elocuente el testimonio de muchas personas, algunas presentes aquí esta tarde, que, aun viéndose obligadas desde hace años a guardar cama a causa de la enfermedad, están llenas de serenidad porque saben cuán valiosa es para la Iglesia la contribución de su sufrimiento y de su oración. Ruego a Dios que esta celebración sea para cada enfermo ocasión de extraordinario alivio físico y espiritual, y pido al Señor que ofrezca a todos, tanto sanos como enfermos, la oportunidad de comprender cada vez más el valor salvífico del sufrimiento.

3. Está bien luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Al mismo tiempo, es importante saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a la puerta de nuestra vida. Para nosotros, los creyentes, la clave de lectura de este misterio es la cruz de Cristo. El Verbo encarnado vino en ayuda de nuestra debilidad, tomándola plenamente sobre sí en el Gólgota. Desde entonces el sufrimiento ha adquirido un sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde entonces el dolor, en todas sus manifestaciones, cobra un significado nuevo y peculiar, porque se convierte en participación en la obra salvífica del Redentor (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1521). Nuestras penas sólo adquieren significado y valor plenos si están unidas a las suyas. Iluminadas por la fe, se transforman en fuente de esperanza y de salvación.

4. La Jornada mundial del enfermo nos recuerda, además, que junto a toda persona que sufre debe haber un hermano o una hermana animados por la caridad. Como el buen samaritano, del que Jesús habla en la conocida parábola evangélica, todo creyente está llamado a dar amor a quien se encuentra en la prueba. ¡Jamás hay que "pasar de largo"! Al contrario, es necesario detenerse, inclinarse sobre el hombre abatido y doliente, aliviando su carga y sus dificultades. Así se proclama el evangelio de la consolación y de la caridad; este es el testimonio que los hombres de nuestro tiempo esperan de todos los cristianos.

A este propósito, felicito a la Obra romana de peregrinaciones y a la Unitalsi por haber organizado una significativa peregrinación de "discapacitados" y de "constructores de paz" a Tierra Santa, a los lugares en los que se consumó la historia humana del Redentor y que hoy están turbados por tanta violencia y, desgraciadamente, bañados por mucha sangre. La peregrinación que llevará a discapacitados italianos a encontrarse con discapacitados de Jerusalén y Belén representa un elocuente gesto de solidaridad entre personas disminuidas y, al mismo tiempo, es un mensaje de esperanza para todos.

Deseo de corazón que esta hermosa iniciativa contribuya a que en aquella Tierra, actualmente marcada por el odio y la guerra, prevalezcan finalmente la solidaridad y la paz. La Virgen Inmaculada, que se apareció en Lourdes para confortar a la humanidad, siga velando amorosamente sobre quienes están heridos en el cuerpo y en el alma, e interceda por cuantos cuidan de ellos. Que ella obtenga para Tierra Santa y para todas las demás regiones del mundo el don de la concordia y de la paz.

Con estos sentimientos, de buen grado me uno ahora a vosotros en la tradicional procesión de antorchas, que nos recuerda a Lourdes, y a todos imparto una especial bendición apostólica.






Discursos 2002 30