Discursos 2002 56


IOANNES PAULUS II



MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL CAPÍTULO GENERAL DE LA SOCIEDAD SALESIANA


DE SAN JUAN BOSCO




Amadísimos hijos de don Bosco:

1. Con gran afecto me dirijo a vosotros, que habéis venido de los cinco continentes para la celebración del XXV capítulo general de vuestro instituto. Es el primero del tercer milenio, y os ofrece la oportunidad de reflexionar en los desafíos de la educación y la evangelización de los jóvenes, desafíos a los que los salesianos quieren responder siguiendo las huellas de su fundador, san Juan Bosco. Os deseo que el capítulo sea para vosotros un tiempo de comunión y de trabajo provechoso, durante el cual podáis compartir el celo que os une en la misión entre los muchachos, así como el amor a la Iglesia y el deseo de abriros a nuevas fronteras apostólicas.

El pensamiento, en este momento, va espontáneamente al recordado rector mayor, don Juan Vecchi, que falleció recientemente tras una larga enfermedad, ofrecida a Dios por toda la Congregación y, especialmente, por esta asamblea capitular. A la vez que doy gracias al Señor por el servicio que prestó a vuestra familia religiosa y a la Iglesia, así como por el testimonio de fidelidad evangélica que siempre lo distinguió, aseguro una especial oración de sufragio por su alma. A vosotros os corresponde ahora proseguir la obra que realizó felizmente, siguiendo las huellas de sus predecesores.

Vosotros, que sois educadores atentos y directores espirituales competentes, sabréis ir al encuentro de los jóvenes que anhelan "ver a Jesús". Sabréis guiarlos con dulce firmeza hacia metas arduas de fidelidad cristiana. "Duc in altum!". Que este sea también el lema programático de vuestra congregación, que con la actual asamblea capitular estimula a todos sus miembros a impulsar con audacia su acción evangelizadora.

2. Habéis elegido como tema del capítulo: "La comunidad salesiana hoy". Sois plenamente conscientes de que debéis renovar métodos y modalidades de trabajo para que se manifieste con claridad vuestra identidad "salesiana" en las nuevas situaciones sociales, que exigen también, entre otras cosas, la apertura a la aportación de colaboradores laicos, compartiendo con ellos el espíritu y el carisma legados por don Bosco. La experiencia de los últimos años ha mostrado las grandes oportunidades de esa colaboración, que permite a los diversos componentes y grupos de vuestra familia salesiana crecer en la comunión y desarrollar un dinamismo apostólico y misionero común.
Y para abriros a la cooperación con los laicos es importante para vosotros definir bien la identidad peculiar de vuestras comunidades: han de ser, como quería don Bosco, comunidades congregadas en torno a la Eucaristía y animadas por un profundo amor a María santísima, dispuestas a trabajar juntas, compartiendo un único proyecto educativo y pastoral. Comunidades capaces de animar y comprometer a los demás sobre todo con el ejemplo.

3. De este modo, don Bosco sigue estando presente entre vosotros. Vive a través de vuestra fidelidad a la herencia espiritual que os dejó. Él imprimió a su obra un estilo singular de santidad. ¡Y santidad es lo que, ante todo, necesita hoy el mundo! Por tanto, oportunamente, el capítulo general quiere volver a proponer con valentía "la aspiración a la santidad" como respuesta principal a los desafíos del mundo contemporáneo. En definitiva, no se trata tanto de emprender nuevas actividades e iniciativas, cuanto de vivir y testimoniar el Evangelio sin componendas, para estimular a la santidad a los jóvenes que encontréis. Salesianos del tercer milenio, sed maestros y guías apasionados, santos y formadores de santos, como lo fue san Juan Bosco.

Procurad ser educadores de la juventud en la santidad, poniendo en práctica la pedagogía típica de santidad alegre y serena que os distingue. Sed acogedores y paternos, capaces de interpelar en cualquier ocasión a los jóvenes con vuestra vida: "¿Quieres ser santo?". Y no dudéis en proponerles el "alto grado" de la vida cristiana, acompañándolos a lo largo del camino de una adhesión radical a Cristo, el cual en el sermón de la montaña proclama: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,48).

Vuestra historia es rica en santos, muchos de los cuales jóvenes. En la "Colina de las bienaventuranzas juveniles", como hoy llamáis a la Colina don Bosco, donde nació el santo, durante mi visita del 3 de septiembre de 1988 tuve la alegría de proclamar beata a Laura Vicuña, la joven salesiana chilena que conocéis bien. Otros salesianos están en camino hacia esa meta: se trata de vuestros hermanos, Artémides Zatti y Luis Variara, y de una Hija de María Auxiliadora, sor María Romero. En Artémides Zatti destacan el valor y la actualidad del papel del salesiano coadjutor; en don Luis Variara, sacerdote y fundador, se manifiesta una realización ulterior de vuestro carisma misionero.

4. Al numeroso grupo de santos y beatos salesianos estáis llamados a uniros también vosotros, comprometidos a seguir las huellas de Cristo, fuente de santidad para todo creyente. Haced que toda vuestra congregación resplandezca por la santidad y la comunión fraterna.

57 Al inicio de este milenio, como recordé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, el gran desafío de la Iglesia consiste en "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (n. 43). Para que el apostolado dé frutos de bien, es indispensable que las comunidades vivan un espíritu de fraternidad mutua y real. Para realizar un único proyecto educativo y pastoral, es necesario que todas las comunidades estén unidas por un firme espíritu de familia. Que cada comunidad sea verdadera escuela de fe y de oración abierta a los jóvenes, donde sea posible compartir sus expectativas y dificultades, y responder a los desafíos que deben afrontar los adolescentes y los jóvenes.

Pero ¿dónde se halla el secreto de la unión de los corazones y de la acción apostólica sino en la fidelidad al carisma? Por tanto, tened los ojos siempre fijos en don Bosco. Vivía totalmente en Dios y recomendaba la unidad de las comunidades en torno a la Eucaristía. Sólo del Tabernáculo puede nacer el espíritu de comunión que se transforma en fuente de esperanza y compromiso para todo creyente.

Que el afecto por vuestro padre siga inspirándoos y sosteniéndoos. Su enseñanza os invita a la confianza mutua, al perdón diario, a la corrección fraterna y a la alegría de compartir. Ese es el camino que él recorrió, y por el que podéis atraer a los fieles laicos, especialmente a los jóvenes, para compartir la propuesta evangélica y vocacional que os une.

5. Como veis, aparece a menudo, también en este Mensaje, la referencia a los jóvenes. No sorprende este vínculo que une a los salesianos con la juventud. Podríamos decir que los jóvenes y los salesianos caminan juntos. En efecto, queridos hermanos, vuestra vida transcurre en medio de los muchachos, tal como quería don Bosco. Sois felices entre ellos, y ellos disfrutan de vuestra presencia amistosa. En vuestras "casas" se encuentran bien. ¿No es este el apostolado que os distingue en todas las partes del mundo? Seguid abriendo vuestras instituciones especialmente a los muchachos pobres, para que se sientan como "en su casa", disfrutando de vuestra caridad activa y del testimonio de vuestra pobreza. Acompañadlos en su inserción en el mundo del trabajo, de la cultura y de la comunicación social, promoviendo un clima de optimismo cristiano en el ámbito de una clara y fuerte conciencia de los valores morales. Ayudadles a ser, a su vez, apóstoles de sus amigos y coetáneos.

Esta comprometedora acción pastoral os pone en relación con las numerosas realidades que actúan en el campo de la educación de las nuevas generaciones. Estad dispuestos a dar generosamente vuestra aportación en los diversos niveles, cooperando con cuantos elaboran políticas educativas en los países donde os encontráis. Defended y promoved los valores humanos y evangélicos: desde el respeto a la persona hasta el amor al prójimo, especialmente a los pobres y a los marginados. Trabajad para que la realidad multicultural y multirreligiosa de la sociedad actual se oriente hacia una integración cada vez más armoniosa y pacífica.

6. Amadísimos hijos de don Bosco, a vosotros se os confía la tarea de ser educadores y evangelizadores de los jóvenes del tercer milenio, llamados a ser "centinelas del futuro", como les dije en Tor Vergata, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud del año 2000. Caminad juntamente con ellos, sosteniéndolos con vuestra experiencia y vuestro testimonio personal y comunitario. Os acompañe la Virgen santísima, a la que invocáis con el hermoso título de María Auxiliadora. Siguiendo a don Bosco, confiad siempre en ella y proponed su devoción a cuantos encontréis. Con su ayuda se puede hacer mucho; más aún, como solía repetir don Bosco, es ella la que lo ha hecho todo en vuestra congregación.

El Papa os expresa su complacencia por vuestro compromiso apostólico y educativo y ora por vosotros, para que sigáis caminando con plena fidelidad a la Iglesia y en estrecha colaboración entre vosotros. Os acompañen don Bosco y la multitud de santos y beatos salesianos.

Confirmo estos deseos con una especial bendición apostólica, que os envío a vosotros, miembros del capítulo general, a vuestros hermanos esparcidos por todo el mundo y a la entera familia salesiana.

Vaticano, 22 de febrero de 2002, fiesta de la Cátedra de San Pedro






A LA ASAMBLEA GENERAL


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA



Miércoles 27 de febrero de 2002




1. Una vez más se renueva nuestro encuentro, queridos e ilustres miembros de la Academia pontificia para la vida, un encuentro que siempre constituye para mí motivo de alegría y de esperanza.

Dirijo mi saludo con viva cordialidad a cada uno personalmente. Doy las gracias, en particular, al presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, por las amables palabras con las que ha querido hacerse intérprete de vuestros sentimientos. Dirijo un saludo especial también al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, animador solícito de la actividad de la Academia pontificia.

58 2. Estáis celebrando durante estos días vuestra VIII asamblea general, y, con este fin, habéis acudido aquí en gran número desde vuestros países respectivos, para afrontar una temática fundamental en el ámbito de la reflexión más general sobre la dignidad de la vida humana: "Naturaleza y dignidad de la persona humana como fundamento del derecho a la vida. Los desafíos del contexto cultural contemporáneo".

Habéis elegido tratar uno de los puntos esenciales que constituyen el fundamento de toda reflexión ulterior, tanto de tipo ético-aplicativo en el campo de la bioética como de tipo sociocultural para la promoción de una nueva mentalidad en favor de la vida.

Para muchos pensadores contemporáneos los conceptos de "naturaleza" y de "ley natural" sólo se pueden aplicar al mundo físico y biológico o, en cuanto expresión del orden del cosmos, a la investigación científica y a la ecología. Por desgracia, desde esa perspectiva resulta difícil captar el significado de la naturaleza humana en sentido metafísico, así como el de ley natural en el orden moral.

Ciertamente, la pérdida casi total del concepto de creación, concepto que se puede referir a toda la realidad cósmica, pero que reviste un significado particular en relación con el hombre, ha contribuido a hacer más difícil ese paso hacia la profundidad de lo real. También ha influido en ello el debilitamiento de la confianza en la razón, que caracteriza a gran parte de la filosofía contemporánea, como afirmé en la encíclica Fides et ratio (cf. n. 61).

Por tanto, hace falta un renovado esfuerzo cognoscitivo para volver a captar en sus raíces, y en todo su alcance, el significado antropológico y ético de la ley natural y del relativo concepto de derecho natural. En efecto, se trata de demostrar si es posible, y cómo, "reconocer" los rasgos propios de todo ser humano, en términos de naturaleza y dignidad, como fundamento del derecho a la vida, en sus múltiples formulaciones históricas. Sólo sobre esta base es posible un verdadero diálogo y una auténtica colaboración entre creyentes y no creyentes.

3. La experiencia diaria muestra la existencia de una realidad de fondo común a todos los seres humanos, gracias a la cual pueden reconocerse como tales. Es necesario hacer referencia siempre a "la naturaleza propia y originaria del hombre, a la naturaleza de la persona humana, que es la persona misma en la unidad de alma y cuerpo; en la unidad de sus inclinaciones de orden espiritual y biológico, así como de todas las demás características específicas, necesarias para alcanzar su fin" (Veritatis splendor
VS 50 cf. también Gaudium et spes GS 14).

Esta naturaleza peculiar funda los derechos de todo individuo humano, que tiene dignidad de persona desde el momento de su concepción. Esta dignidad objetiva, que tiene su origen en Dios creador, se basa en la espiritualidad que es propia del alma, pero se extiende también a su corporeidad, que es uno de sus componentes esenciales. Nadie puede quitarla, más aún, todos la deben respetar en sí y en los demás. Es una dignidad igual en todos, y permanece intacta en cada estadio de la vida humana individual.

El reconocimiento de esta dignidad natural es la base del orden social, como nos recuerda el concilio Vaticano II: "Aunque existen diferencias justas entre los hombres, la igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa" (Gaudium et spes GS 29).

La persona humana, con su razón, es capaz de reconocer tanto esta dignidad profunda y objetiva de su ser como las exigencias éticas que derivan de ella. En otras palabras, el hombre puede leer en sí el valor y las exigencias morales de su dignidad. Y esta lectura constituye un descubrimiento siempre perfectible, según las coordenadas de la "historicidad" típicas del conocimiento humano.

Es lo que afirmé en la encíclica Veritatis splendor, a propósito de la ley moral natural, que, según las palabras de santo Tomás de Aquino, "no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley en la creación" (n. 40; cf. también Catecismo de la Iglesia católica CEC 1954-1955).

4. Es importante ayudar a nuestros contemporáneos a comprender el valor positivo y humanizador de la ley moral natural, aclarando una serie de malentendidos e interpretaciones falaces.

59 El primer equívoco que conviene eliminar es "el presunto conflicto entre libertad y naturaleza", que "repercute también sobre la interpretación de algunos aspectos específicos de la ley natural, principalmente sobre su universalidad e inmutabilidad" (Veritatis splendor VS 51). En efecto, también la libertad pertenece a la naturaleza racional del hombre, y puede y debe ser guiada por la razón: "Precisamente gracias a esta verdad, la ley natural implica la universalidad. En cuanto inscrita en la naturaleza racional de la persona, se impone a todo ser dotado de razón y que vive en la historia" (ib.).

5. Otro punto que hace falta aclarar es el presunto carácter estático y determinista atribuido a la noción de ley moral natural, sugerido quizá por una analogía errónea con el concepto de naturaleza propio de las realidades físicas. En verdad, el carácter de universalidad y obligatoriedad moral estimula y urge el crecimiento de la persona. "Para perfeccionarse en su orden específico, la persona debe realizar el bien y evitar el mal, preservar la transmisión y la conservación de la vida, mejorar y desarrollar las riquezas del mundo sensible, cultivar la vida social, buscar la verdad, practicar el bien y contemplar la belleza" (ib.; cf. santo Tomás, Suma teológica, I-II, q. 94, a. 2).

De hecho, el magisterio de la Iglesia se refiere a la universalidad y al carácter dinámico y perfectivo de la ley natural con relación a la transmisión de la vida, tanto para mantener en el acto procreador la plenitud de la unión esponsal como para conservar en el amor conyugal la apertura a la vida (cf. Humanae vitae HV 10 Donum vitae, II, 1-8). Análoga referencia hace el Magisterio cuando se trata del respeto a la vida humana inocente: aquí el pensamiento va al aborto, a la eutanasia y a la supresión y experimentación que destruye los embriones y los fetos humanos (cf. Evangelium vitae EV 52-67).

6. La ley natural, en cuanto regula las relaciones interhumanas, se califica como "derecho natural" y, como tal, exige el respeto integral de la dignidad de cada persona en la búsqueda del bien común. Una concepción auténtica del derecho natural, entendido como tutela de la eminente e inalienable dignidad de todo ser humano, es garantía de igualdad y da contenido verdadero a los "derechos del hombre", que constituyen el fundamento de las Declaraciones internacionales.

En efecto, los derechos del hombre deben referirse a lo que el hombre es por naturaleza y en virtud de su dignidad, y no a las expresiones de opciones subjetivas propias de los que gozan del poder de participar en la vida social o de los que obtienen el consenso de la mayoría. En la encíclica Evangelium vitae denuncié el grave peligro de que esta falsa interpretación de los derechos del hombre, como derechos de la subjetividad individual o colectiva, separada de la referencia a la verdad de la naturaleza humana, puede llevar también a los regímenes democráticos a transformarse en un totalitarismo sustancial (cf. nn. 19-20).

En particular, entre los derechos fundamentales del hombre, la Iglesia católica reivindica para todo ser humano el derecho a la vida como derecho primario.Lo hace en nombre de la verdad del hombre y en defensa de su libertad, que no puede subsistir sin el respeto a la vida. La Iglesia afirma el derecho a la vida de todo ser humano inocente y en todo momento de su existencia. La distinción que se sugiere a veces en algunos documentos internacionales entre "ser humano" y "persona humana", para reconocer luego el derecho a la vida y a la integridad física sólo a la persona ya nacida, es una distinción artificial sin fundamento científico ni filosófico: todo ser humano, desde su concepción y hasta su muerte natural, posee el derecho inviolable a la vida y merece todo el respeto debido a la persona humana (cf. Donum vitae, 1).

7. Queridos hermanos, como conclusión, deseo estimular vuestra reflexión sobre la ley moral natural y sobre el derecho natural, con el deseo de que brote de ella un nuevo y fuerte impulso de instauración del verdadero bien del hombre y de un orden social justo y pacífico. Volviendo siempre a las raíces profundas de la dignidad humana y de su verdadero bien, y basándose en lo que existe de imperecedero y esencial en el hombre, se puede entablar un diálogo fecundo con los hombres de cada cultura, con vistas a una sociedad inspirada en los valores de la justicia y la fraternidad.

Agradeciéndoos una vez más vuestra colaboración, encomiendo las actividades de la Academia pontificia para la vida a la Madre de Jesús, el Verbo hecho carne en su seno virginal, a fin de que os acompañe en el compromiso que la Iglesia os ha confiado para la defensa y la promoción del don de la vida y de la dignidad de todo ser humano.

Con este deseo, os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos mi afectuosa bendición.






A LOS OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO


DE LOS FOCOLARES


Jueves 28 de febrero de 2002



Venerados hermanos:

60 1. Con gran alegría os acojo durante vuestro congreso de profundización de la espiritualidad de comunión, organizado por el movimiento de los Focolares. Os dirijo a cada uno mi cordial saludo, y doy las gracias de modo especial al cardenal Miloslav Vlk, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes, ilustrando los temas de vuestro encuentro. Deseo dirigir un saludo particular a la fundadora del movimiento, Chiara Lubich, que ha querido estar presente aquí con nosotros.

Queridos hermanos, estáis reflexionando en la comunión, realidad constitutiva de la naturaleza misma de la Iglesia. La Iglesia, como destaca muy bien el concilio Vaticano II, se encuentra, por decirlo así, entre Dios y el mundo, congregada en nombre de la santísima Trinidad para ser "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium
LG 1). Por tanto, la comunión en el seno del pueblo cristiano exige ser cada vez más asimilada, vivida y manifestada, también gracias a un decidido compromiso programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como en el de las Iglesias particulares.

Es preciso cultivar una auténtica y profunda espiritualidad de comunión, como quise subrayar en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 43). Se trata de una exigencia que atañe a todos los miembros de la comunidad eclesial. Pero esta tarea corresponde ante todo a los pastores, llamados a velar para que los diversos dones y ministerios contribuyan a la edificación común de los creyentes y a la difusión del Evangelio.

2. El servicio a la unidad, en el que con razón soléis insistir mucho, está intrínsecamente marcado por la cruz. El Señor sufrió la pasión y la muerte para destruir la enemistad y reconciliar a los hombres con el Padre y entre sí. Siguiendo su ejemplo, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, prolonga su obra. Con la fuerza del Espíritu Santo participa íntimamente en el misterio pascual, fuera del cual no existe crecimiento del reino de Dios.

La experiencia de la historia muestra que la Iglesia vive la pasión y la cruz indisolublemente unida a su Señor resucitado, iluminada y confortada por la presencia que él mismo le garantizó todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt Mt 28,20). El mismo Señor, en cuyo cuerpo glorioso permanecen los signos de los clavos y de la lanza (cf. Jn Jn 20,20 Jn Jn 20,27), es quien asocia a sus amigos a sus sufrimientos, para conformarlos luego a su gloria. Esta fue, en primer lugar, la experiencia de los Apóstoles, a quienes los creyentes en su peregrinación hacen constante referencia. Su ministerio de comunión y evangelización gozó de la misma fecundidad que el de Cristo: la fecundidad del grano de trigo que, como recuerda el evangelista san Juan, produce mucho fruto si muere en la tierra y por morir en la tierra (cf. Jn Jn 12,24).

3. Signo por excelencia de esa fecundidad pascual son los frutos del Espíritu, ante todo "amor, alegría y paz" (Ga 5,22), que caracterizan, aun en la diversidad de estilos y de carismas, el testimonio de los santos de toda época y de toda nación. Incluso en la prueba, en las situaciones más dramáticas, nada ni nadie puede quitar al que vive unido a Cristo la certeza de su amor (cf. Rm Rm 8,37-39) y la alegría de ser y sentirse uno con él.

Pido a Dios que os conceda con abundancia este amor, esta alegría y esta paz a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos en el episcopado, y a las comunidades que se os han confiado. María, la Virgen del amor fiel, vele sobre vosotros y sobre vuestro ministerio, y os ayude a caminar en perfecta sintonía con el corazón de su Hijo divino, fuente de inconmensurable caridad y misericordia. Os aseguro un constante recuerdo en la oración, y de buen grado os imparto una especial bendición, que extiendo a cuantos encontráis diariamente en vuestro servicio pastoral.





                                                                                  Marzo de 2002




AL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Viernes 1 de marzo de 2002



Eminencias;
hermanos en el episcopado;
61 hermanos y hermanas en Cristo:

1. Desde los cinco continentes habéis venido una vez más a Roma para la asamblea plenaria del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Agradezco al arzobispo John Foley sus amables palabras y su labor de guía como presidente del Consejo, con la competente cooperación del obispo Pierfranco Pastore. Deseo aprovechar esta oportunidad para agradecer a todo el Consejo la ayuda que sigue dándome en mi ministerio apostólico. En el mundo actual, ¿cómo debe cumplir el Sucesor de Pedro su misión de predicar el Evangelio y confirmar a sus hermanos y hermanas en la fe sino a través de los medios de comunicación social? Estoy plenamente convencido de ello y, por tanto, os doy las gracias a vosotros y a los grupos que, como los Caballeros de Colón, apoyan generosamente vuestro trabajo.

2. Me parece acertado el tema que habéis elegido para esta asamblea plenaria: "Los medios de comunicación y la nueva evangelización: actividades actuales y planes para el futuro". En efecto, es esencial considerar nuestro compromiso con el mundo de los medios de comunicación como una parte vital de la nueva evangelización a la que el Espíritu Santo está convocando ahora a la Iglesia en todo el mundo. Como destaqué en mi carta apostólica Novo millennio ineunte, debemos elaborar "indicaciones programáticas (...) que permitan que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente, mediante el testimonio de los valores evangélicos, en la sociedad y en la cultura" (n. 29). No basta esperar que las cosas sucedan o actuar de un modo casual: en este tiempo urge una planificación concreta y eficaz, como la que estáis realizando en esta asamblea plenaria. El desafío especial que tenéis ante vosotros consiste en encontrar modos de asegurar que la voz de la Iglesia no sea marginada o silenciada en el ámbito moderno de los medios de comunicación. Tenéis que contribuir a garantizar que el Evangelio no sea confinado a un mundo estrictamente privado. ¡No! Es preciso anunciar a Jesucristo al mundo; por eso la Iglesia debe entrar con valentía y confianza en el gran foro de los medios de comunicación.

3. No sólo debemos usar los medios de comunicación para anunciar a Cristo al mundo; debemos predicar el Evangelio también al mundo de los medios de comunicación. Lo que dije en otra ocasión a propósito de Internet vale también para todos los medios de comunicación social: son "un nuevo "foro", entendido en el antiguo sentido romano de lugar público (...) muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una cultura propia" (Mensaje para la XXXVI Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24 de enero de 2002, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de enero de 2002, p. 5). ¡Esta cultura de los medios de comunicación debe ser evangelizada! Y vosotros estáis llamados a proporcionar a la Iglesia inspiración e ideas para esta gran tarea, aprovechando los modelos más elevados de profesionalidad y los recursos más profundos de la fe cristiana y de la tradición católica.

A esta tarea el Consejo pontificio se ha dedicado con gran empeño. Durante esta asamblea plenaria, por ejemplo, publicaréis dos importantes documentos cuya preparación ha requerido varios años: "Ética en Internet" y "La Iglesia e Internet". Son signos no sólo de vuestra creatividad profesional, sino también de vuestro compromiso de predicar la buena nueva en el mundo de las comunicaciones sociales, que evoluciona con tanta rapidez.

4. El Evangelio vive siempre en diálogo con la cultura, porque la Palabra eterna nunca deja de estar presente en la Iglesia y en la humanidad. Si la Iglesia se aleja de la cultura, el Evangelio queda silenciado. Por tanto, no debemos temer cruzar el umbral cultural de las comunicaciones y de la revolución de la información que está teniendo lugar ahora. "Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio" (ib.). Para la Iglesia, el reto consiste en hacer que la verdad de Cristo se difunda en este nuevo mundo, con todas sus promesas, inquietudes e interrogantes. Esto requerirá especialmente la promoción de una ética auténticamente humana, que suscite comunión más que alienación entre las personas (cf. Novo millennio ineunte
NM 43), y solidaridad más que enemistad entre los pueblos.

Sin embargo, la cuestión fundamental es: "En esta galaxia de imágenes y sonidos, ¿aparecerá el rostro de Cristo y se oirá su voz?" (Mensaje para la XXXVI Jornada mundial de las comunicaciones sociales, n. 6). En toda nuestra planificación no podemos olvidar que Cristo es la buena nueva. No tenemos otra cosa que ofrecer que Jesús, el único mediador entre Dios y el hombre (cf. 1Tm 2,5). Evangelizar es simplemente permitir que lo vean y lo escuchen, pues sabemos que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre.

Por tanto, queridos hermanos y hermanas, os exhorto a dar espacio a Cristo en toda vuestra planificación. En la prensa, en la radio y en la televisión, en el mundo del cine y en Internet, tratad de abrir puertas a Aquel que tan misericordiosamente es la puerta de salvación para nosotros.
Entonces, los medios de comunicación serán un mundo de auténtica comunicación, no un mundo ficticio sino de verdad y alegría. Pido fervientemente a Dios que así sea, y encomiendo vuestro trabajo a María, Madre del Verbo hecho carne. De buen grado imparto mi bendición apostólica a todos los que trabajan en el Consejo pontificio, como prenda de la presencia de Cristo entre vosotros y de su fuerza sobre todo lo que hacéis en su nombre.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS ESCLAVAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



A la Reverenda Madre Rita Burley
Superiora General de las Esclavas del Corazón de Jesús
62 y a las Hermanas participantes en la XVII Congregación General

1. Con ocasión de la celebración de la XVII Congregación General en Roma, que representa un acontecimiento de particular importancia para vosotras, os dirijo un saludo muy cordial, a la vez que os invito a escuchar con docilidad la voz del Espíritu para descubrir los caminos que os permitan vivir hoy, con fidelidad creativa al carisma fundacional, la consagración plena al Señor y la misión de servicio incondicional a la Iglesia.

Además, la próxima conmemoración de los 125 años de la fundación del Instituto ha de ser una ocasión privilegiada para dar un nuevo impulso al deseo tantas veces repetido de la Madre Fundadora, Santa Rafaela María, de que la vida de cada Hermana sea "toda ella un tejido de fe y generosidad". En Roma, donde se veneran sus reliquias, el susurro de su voz, el calor de su devoción por la Eucaristía y el vigor de su ardiente empeño de "poner a Cristo a la adoración de todos los pueblos", os guiarán en vuestros trabajos y deliberaciones.

2. En sintonía con toda la Iglesia, os habéis propuesto desarrollar en esta Congregación General las directrices que os ayuden a "remar mar adentro" en este comienzo del tercer milenio, uniendo el encuentro profundo con la persona de Cristo y la contemplación de su misericordia, expresada de manera eximia en su Sagrado Corazón, al compromiso de colaborar intensamente con su acción salvadora entre los hombres y mujeres de hoy. Esta indispensable interacción entre la vida espiritual profunda y la dimensión evangelizadora es particularmente importante para todas las personas consagradas con proyección apostólica, en las que "la íntima unión entre la contemplación y la acción permitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles" (Vita consecrata
VC 74).

Muchas de vosotras y de vuestras Hermanas tienen amplia experiencia de las dificultades que encuentran en el desempeño de su misión en los cuatro continentes en los que el Instituto está presente. Algunas adquieren dimensiones dramáticas, a causa del peligro, condiciones de indigencia extrema o injusticia, mientras que otras provienen de entornos sociales particularmente insensibles al espíritu de las bienaventuranzas que las Hermanas están llamadas a testimoniar (cf. Lumen gentium LG 31). Pero no faltan ocasiones en que los obstáculos a la plena identificación con la propia misión se hallan en la vida de las personas y comunidades mismas, tentadas a veces por el tedio en el desempeño de actividades consideradas poco reconocidas o de escaso rendimiento a corto plazo. También en estos casos ha de resurgir constantemente el auténtico espíritu de servicio, viviendo gozosamente la opción radical de buscar y hacer ante todo la voluntad de Dios, tan característica de la tradición ignaciana en que vuestro Instituto se reconoce. "En la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza" (Novo millennio ineunte NM 15).

Por eso deseo expresaros el agradecimiento de la Iglesia por el servicio que prestáis a la evangelización, tanto mediante el testimonio de vida como a través de la actividad que realizáis en los diversos campos de la educación, el cuidado de centros de espiritualidad, la pastoral juvenil o la promoción de los menos favorecidos de la sociedad. Pero a la gratitud se añade la esperanza y la invitación a desarrollar una nueva imaginación de la caridad, tan necesaria para la misión de la Iglesia, y que no se mide tanto por la novedad externa o la eficacia aparente, cuanto por ser en la actitud, las formas y los métodos, un verdadero compartir fraterno (cf. Novo millennio ineunte NM 50).

3. Quiero terminar confiando a la Virgen María los frutos de la Congregación y el porvenir del Instituto. Que Ella sea el modelo de docilidad gozosa a la voluntad de Dios, propia de su "humilde esclava" (cf. Lc Lc 1,48), maestra en el saber acompañar a Cristo en todos los momentos de su vida y su misión, hasta la cruz (cf. Jn Jn 19,26), e intercesora en los momentos de dificultad o incertidumbre.

Con estos sentimientos, e implorando la protección de San Ignacio de Loyola y de Santa Rafaela María, os imparto con afecto la Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a todas vuestras Hermanas, la Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

Vaticano, 2 de marzo de 2002


Discursos 2002 56