Discursos 2002 68


AL NUEVO EMBAJADOR DEL ECUADOR


ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 11 de marzo de 2002



Señor Embajador:

69 1. Me es grato recibirle en esta Audiencia en la que me entrega las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Ecuador. Al recibirlas, le doy también la bienvenida y le expreso los mejores deseos para el desempeño de la alta responsabilidad que su Gobierno le ha encomendado, con el fin de consolidar e incrementar las buenas relaciones diplomáticas existentes entre su País y esta Sede Apostólica.

En las amables palabras que me ha dirigido, y que agradezco de corazón, se ha referido Usted al pasado, presente y futuro del pueblo ecuatoriano, cuya trayectoria e identidad se encuentran constantemente con sus raíces cristianas, con la intensa actividad evangelizadora de la Iglesia y su incansable compromiso de promover en todos sus aspectos una vida digna para todos los ciudadanos. Como tuve ocasión de decir a los ecuatorianos en mi inolvidable visita esa querida Nación, "el Papa os lleva en su corazón y pide a Dios para vosotros el pan del cuerpo y del espíritu" (Discurso en el Guasmo, Guayaquil, 1-2-1985, 7).

Le ruego que transmita al Señor Presidente, Doctor Gustavo Noboa Bejarano, mi cordial saludo y le exprese mi profundo aprecio por el pueblo ecuatoriano, que con tanto entusiasmo me recibió y manifestó su afecto y adhesión al Sucesor de Pedro.

2. Las relaciones diplomáticas entre el Ecuador y la Santa Sede se rigen, como Usted ha señalado, por el Modus vivendi, del que ahora se cumplen 65 años y que ha producido abundantes frutos de cooperación en el respeto y aprecio mutuos, en beneficio del pueblo ecuatoriano. Los tiempos y las circunstancias han requerido recientemente nuevas medidas, como el Decreto sobre el Culto, del 16 de enero de 2000, que mejora algunos aspectos administrativos del reconocimiento jurídico de las instituciones eclesiales. En efecto, no sólo la realidad cambiante exige adecuar tempestivamente los instrumentos legales, nacionales e internacionales, sino que una relación verdaderamente cordial encuentra también cada día nuevos aspectos en los que puede crecer y fortalecerse. Por eso se ha de ir limando cualquier reticencia infundada o estrechez de miras que dificulten a las dos partes dar lo mejor de sí.

En efecto, la Iglesia y el Estado, en sus respectivos ámbitos, tienen por objeto común el bien - material y espiritual - de la persona humana misma en un determinado momento de la historia. Por eso la Iglesia inculca a todos sus fieles a que, con el espíritu y la energía que proviene del deseo de servir al prójimo según el principal mandato de Cristo, se esfuercen en promover acciones que favorezcan un auténtico desarrollo, contribuyendo así al bien común y al bienestar de su país.

3. Es bien conocida la intensa actividad que la Iglesia, en cumplimiento de su misión evangelizadora y a través de sus pastores y sacerdotes, las personas consagradas, los movimientos e instituciones de diverso tipo o la aportación personal de tantos fieles, ejerce en favor de todos los ecuatorianos. También ha estado solícita, especialmente en los momentos de particular dificultad que el País ha sufrido en los últimos años, en procurar colaboraciones extraordinarias, tanto directamente, mediante sus propias instituciones internacionales, como a través de sus llamados a la solidaridad ante otras Naciones. De este modo trata de hacer efectivo su esfuerzo por construir una auténtica "cultura de la solidaridad" (Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la Paz, 1-1-2001, 17). Es un esfuerzo que se integra en su incansable afán por un orden mundial que salvaguarde los valores éticos fundamentales y proteja las instituciones básicas de la sociedad, como es el matrimonio y la familia.

En este contexto cobra especial relieve el cuidado y la educación de las nuevas generaciones, llamadas a ser protagonistas del futuro y artífices de la comunidad patria. Por eso es imprescindible que todos los ecuatorianos, de cualquier clase o condición, tengan acceso a una formación integral, en la que a los conocimientos humanistas y técnicos, se añadan los valores éticos y la apertura a la dimensión trascendente y religiosa de la existencia, respetando escrupulosamente el derecho de las familias a elegir el tipo de educación para sus hijos. De la fructuosa colaboración entre la Iglesia y el Estado en este campo resultará un bien precioso para toda la comunidad nacional. Es, pues, de desear que las legislaciones y acuerdos en este aspecto respeten fielmente dichas exigencias, que son derecho de los ciudadanos, se apliquen con rigor en todo el territorio y ofrezcan los medios adecuados para hacerlas efectivas, sobre todo cuando se trata de atender a la población menos pudiente.

4. Es ciertamente comprensible que la coyuntura económica del País ocupe un lugar de preferencia entre las preocupaciones del gobierno y del pueblo ecuatorianos. La crisis, en efecto, no sólo agudiza problemas sociales preexistentes y ensombrece la esperanza de los ciudadanos en un futuro mejor, al menos a corto plazo, sino que desencadena fenómenos lamentables, como deficiencias en la cobertura de la asistencia social o sanitaria, escasez de puestos de trabajo o paralización de proyectos de desarrollo y promoción en los sectores más necesitados.

Puede estar seguro, Señor Embajador, de que la Iglesia no permanece insensible ante tantos dramas personales, familiares y sociales que se derivan de una situación como ésta. Hace y hará todo posible por estar muy cerca del pueblo ecuatoriano, aportando todo tipo de ayuda que esté en sus manos, especialmente a los más necesitados, que con frecuencia son también los más olvidados a la hora de distribuir los recursos disponibles.

La Iglesia asume estas tareas por fidelidad a su propia doctrina social, que "tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización" (Centesimus annus
CA 54), sin pretender inmiscuirse, suplir o suplantar las competencias de quienes tienen la responsabilidad de gobernar en la sociedad civil. Pero está convencida de que su tradicional llamado a que las cuestiones económicas no dejen de lado la dimensión ética, las repercusiones sociales y el valor irrenunciable de la dignidad humana, contribuye también al desarrollo armónico de los pueblos. En efecto, un progreso de los pueblos, que sea estable e integral, requiere honestidad en sus administradores, equidad en la distribución de los bienes y una conciencia de responsabilidad y solidaridad entre todos los ciudadanos, es decir, valores éticos, sin los cuales se puede aumentar la producción, pero no conseguir verdaderos bienes.

5. En el Ecuador se ha agudizado en los últimos años uno de los fenómenos más complejos y dramáticos de la crisis económica, como es el de la emigración de muchos de sus ciudadanos a otros países. A la incertidumbre de quien parte en busca de mejores condiciones de vida se añade el problema del desarraigo cultural, el riesgo de desorientación religiosa con el alejamiento de sus manifestaciones tradicionales y, en muchos casos, la dolorosa dispersión del núcleo familiar, sin olvidar las funestas consecuencias de tantos casos de ilegalidad y clandestinidad.

70 Aún sabiendo que "en una materia tan compleja, no hay fórmulas mágicas" (Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la Paz, 1-1-2001, 13), la Iglesia no se limita a reiterar el principio ético fundamental de que "los emigrantes han de ser tratados siempre con el respeto a la dignidad de toda persona humana" (ibíd.), sino que pone en movimiento todos sus recursos para atenderlos de la mejor manera posible. Con cierta frecuencia, en efecto, las iglesias y otras instituciones católicas son para ellos en principal punto de referencia para reunirse, celebrar sus fiestas, manteniendo viva su identidad patria, y donde pueden encontrar un válido apoyo, cuando no el único, para defender sus derechos o resolver situaciones apuradas.

Pero la acción desarrollada en los países de destino, debe estar acompañada por una decidida atención en el País de origen a este problema, pues en él es donde se gesta en la mayoría de los casos. Por eso se han de combatir, ante todo, las causas por las que muchos ciudadanos se ven casi obligados a dejar su tierra y, cuando el fenómeno no puede evitarse completamente, se ha de impedir por todos los medios cualquier forma de ilegalidad, corrupción o incluso delincuencia despiadada que tantas veces convierte a los emigrantes en un moderno y cruel tráfico de esclavos. Por otro lado, los ecuatorianos residentes en el extranjero no deben sentirse olvidados por su País, el cual, a veces con medios sencillos, puede proporcionarles atenciones y servicios que les ayuden a mantener vivo el afecto de su tierra y el legítimo orgullo de su origen.

6. Las recientes iniciativas de diálogo entre las autoridades del Estado y los diversos grupos étnicos, con el fin de mejorar el entendimiento y lograr una mayor participación en la vida y los recursos de la nación, son un signo esperanzador que debe continuar. Siguiendo por este camino, el Ecuador puede llegar a ser, en el contexto andino, un ejemplo y un promotor de la convivencia y de la paz.

El diálogo, en efecto, aún cuando a veces pueda parecer un método lento y sembrado de dificultades, es siempre el procedimiento más adecuado para resolver los principales problemas, internos y externos, obteniendo así los frutos deseados para el bien de todo el pueblo ecuatoriano. Con él se desarrolla el aspecto más noble y profundo del ser humano, como es la fuerza de la razón y de la verdad, se promueve el entendimiento mutuo, se ejercita el aprecio de los valores ajenos y se suscitan actitudes de concordia, solidaridad y colaboración. Por eso sus resultados son más duraderos y su ejercicio constante es fuente de enriquecimiento para todos.

7. Señor Embajador, estoy seguro de que, como en el pasado, la Iglesia en el Ecuador continuará a ofrecer su aportación positiva en el proceso de consolidar la unión entre los diversos sectores de la sociedad civil, el espíritu de convivencia pacífica y de solidaridad entre todos, lo cual favorecerá también la consolidación de las instituciones políticas y cívicas que velan por el bien común de la nación.

Le renuevo, Señor Embajador, mi bienvenida e imploro al Todopoderoso que le ayude a Usted y a sus colaboradores en el desempeño de su alta misión, a la vez que pongo en las manos maternales de Nuestra Señora de la Presentación del Qinché la protección celeste del querido pueblo ecuatoriano.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL NUNCIO APOSTÓLICO EN CHIPRE




A monseñor PIETRO SAMBI
Nuncio apostólico en Chipre

Me complace saber que usted participará en el encuentro organizado en Nicosia (Chipre) por la Fundación cultural del santo monasterio de Kykkos, Archangelos, en colaboración con el departamento de comunicación y medios de comunicación, sección cultural, de la universidad Panteion de Atenas, y le pido que transmita a los organizadores y a todos los participantes la seguridad de mi apoyo con la oración y mi aliento.

El tema del encuentro, el diálogo entre las religiones y las culturas, es muy oportuno. Entraña el desafío de promover modos concretos encaminados a mejorar la comprensión entre los pueblos, creando así las condiciones para afrontar muchos de los problemas que afligen a la familia humana al comienzo del este milenio. La tiranía de la injusticia, del egoísmo y del prejuicio sólo puede vencerse con un amplio renacimiento del espíritu humano en el corazón de cada uno y en las relaciones entre los pueblos del mundo. Oro con fervor para que el encuentro de Nicosia muestre que no existe fundamento, ni teórico ni práctico, para una discriminación entre las personas y entre los pueblos. Todos comparten la misma dignidad humana y los derechos que derivan de ella (cf. Nostra aetate NAE 5).

En Asís, la ciudad de san Francisco, muchos líderes de las religiones del mundo se reunieron el pasado 24 de enero para rezar por la paz y comprometerse a trabajar por la causa de la paz. Quisieron mostrar que la fe religiosa auténtica es un manantial inagotable de respeto mutuo y armonía entre los pueblos. En efecto, es el antídoto principal contra la violencia y los conflictos. Este es también el mensaje que brotó del encuentro interreligioso, en el que participaron las tres religiones monoteístas, celebrado en diciembre del año pasado en Bruselas por invitación de Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico, sobre el tema: "Hacia una coexistencia pacífica y una colaboración entre las religiones monoteístas", y de la declaración ratificada el pasado 21 de enero en Alejandría por los líderes cristianos, judíos y musulmanes de Tierra Santa.

71 Estos acontecimientos, y las convicciones que expresaron, son signos de auténtica esperanza. Confío en que este encuentro en Chipre fortalecerá ulteriormente el diálogo entre las religiones y las culturas como parte esencial de la búsqueda de la paz en el mundo. Por esta razón, pido al Señor que derrame sus bendiciones sobre los participantes, y les aseguro el compromiso irrevocable de la Iglesia católica en favor de esta causa.

Vaticano, 6 de marzo de 2002






A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA


ORTODOXA DE GRECIA


Lunes 11 de marzo de 2002



Excelencias;
amadísimos hermanos en Cristo:

"A vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (2Co 1,2).

1. Con este saludo de san Pablo a los cristianos de Corinto os acojo hoy gozoso, con la esperanza de un futuro de fraternidad y comunión.

Doy sinceramente las gracias a Su Beatitud Cristódulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, por haberos enviado a Roma como mensajeros de paz, después del encuentro fraterno que tuve con él durante mi peregrinación al Areópago, siguiendo las huellas benditas del apóstol san Pablo.

2. El conocimiento personal recíproco y el intercambio de información, así como un diálogo franco sobre los medios para entablar las relaciones entre nuestras Iglesias, constituyen el preámbulo indispensable a fin de progresar con espíritu de fraternidad eclesial. Son también la condición esencial para poner por obra una colaboración que permita a los católicos y a los ortodoxos dar juntos un testimonio vivo de su patrimonio cristiano común. Esto vale, sobre todo, en la sociedad actual, donde parece debilitarse la armonización entre los estilos de vida y el Evangelio, y también parece disminuir el reconocimiento del valor de las enseñanzas evangélicas por lo que concierne al respeto del hombre, creado a imagen de Dios, y de su dignidad, así como la justicia, la caridad y la búsqueda de la verdad.

3. En el marco de la evolución que caracteriza actualmente nuestro continente, ha llegado la hora de la colaboración. Teniendo en cuenta la necesidad de una nueva evangelización de Europa, que le permita recuperar plenamente sus raíces cristianas, las tradiciones oriental y occidental, ambas fundadas en la grande y única tradición cristiana y en la Iglesia apostólica, deberían apoyarse en el carisma luminoso de Máximo el Confesor, que fue una especie de puente entre las dos tradiciones, entre Oriente y Occidente, y que supo privilegiar la práctica del sympathos para afrontar las cuestiones del mundo. Nos incumbe también a nosotros afrontar estas cuestiones de manera dinámica y positiva, y, con la fuerza de la esperanza que el Espíritu Paráclito infunde en nosotros, tratar de encontrarles solución.

Nuestra tarea consiste en transmitir el patrimonio cristiano que hemos heredado. Por tanto, resulta cada vez más urgente que los cristianos den a la sociedad una imagen ejemplar de su comportamiento común, enraizándose en la fe; que traten de encontrar juntos una respuesta a los graves problemas éticos que plantean las ciencias y los métodos que querrían prescindir de cualquier referencia a la dimensión trascendente del hombre, o incluso negarla. Esto quiere subrayar, como hicimos en el pasado el arzobispo de Atenas y de toda Grecia y yo mismo, nuestro deber de "hacer todo lo posible para que se conserven invioladas las raíces cristianas de Europa y su alma cristiana" (Declaración común en el Areópago de Atenas, 4 de mayo de 2001, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de mayo de 2001, p. 10).

72 4. La Iglesia ortodoxa de Grecia, por el modo como ha conservado su herencia de fe y de vida cristiana, tiene una responsabilidad particular en todo esto. Durante mi estancia en Atenas, recordé que "el nombre de Grecia resuena dondequiera que se anuncia el Evangelio. (...) Desde la época apostólica hasta hoy, la Iglesia ortodoxa de Grecia ha sido una fuente rica, de la que también la Iglesia en Occidente ha bebido para su liturgia, su espiritualidad y su jurisprudencia" (Discurso durante el encuentro con Su Beatitud Cristódulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, 4 de mayo de 2001, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de mayo de 2001, p. 8). En nuestra responsabilidad, que consiste en tender hacia ese ecumenismo de la santidad, que nos conducirá finalmente, con la ayuda de Dios, hacia la comunión plena, que no significa absorción ni fusión, sino un encuentro en la verdad y en el amor (cf. Slavorum apostoli, 27), debemos incrementar nuestra colaboración y trabajar juntos para hacer que resuene con fuerza la voz del Evangelio en esta Europa nuestra, donde las raíces cristianas de los pueblos deben renacer.

5. En este período que nos lleva hacia la Pascua, la fiesta de las fiestas, que lamentablemente no podremos celebrar en la misma fecha, nosotros, católicos y ortodoxos, sin embargo, estamos unidos en la proclamación del kerigma de la Resurrección. Este anuncio que queremos proclamar juntos dará a los hombres de nuestro tiempo una razón para vivir y esperar; nuestra voluntad de buscar la comunión entre nosotros podrá inspirar también a las sociedades civiles un justo modelo de convivencia.

6. A la vez que os agradezco vuestra amable visita, os pido que transmitáis mi cordial saludo a Su Beatitud Cristódulos, a los miembros del Santo Sínodo y a todos los fieles cristianos de Grecia. Citando las palabras de san Pablo, con las que concluye nuestra Declaración común en Atenas, ruego al Señor para que guíe nuestro camino y "nos haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos".

Que la gracia y la paz de Dios os acompañen durante vuestra visita y os permitan conocer la caridad sincera y fraterna con la que la Santa Sede y el Obispo de Roma os acogen.






AL NUEVO EMBAJADOR DE COREA


ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 14 de marzo de 2002



Señor embajador:

Con agrado le doy la bienvenida al Vaticano y recibo las cartas credenciales que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Corea ante la Santa Sede. Le doy las gracias por los saludos que me ha transmitido de parte del presidente de Corea Kim Dae-jung, y le pido amablemente que le exprese mis mejores deseos. Aseguro al Gobierno y a todos los ciudadanos de Corea mi profunda estima, y ofrezco mis oraciones por el bien de la nación; no he olvidado la espléndida hospitalidad que me dispensaron durante mis visitas de 1984 y 1989.

Señor embajador, su país está atravesando una fase muy delicada en las relaciones entre Norte y Sur, y debemos esperar que el reciente signo de buena voluntad y progreso, aunque sea pequeño, madure y no se vea obstaculizado por problemas que no están relacionados directamente con el bienestar de todo el pueblo coreano. Como usted mismo ha observado, ha habido un significativo cambio en la península al encaminarse los Gobierno de Seúl y de Pyongyang hacia la reconciliación de toda la nación coreana, independientemente de la forma que pueda asumir el acuerdo político.
Se trata de un proceso difícil y complejo con importantes implicaciones para la región y para el mundo entero.

Es verdad que en un mundo cada vez más interdependiente ninguna región puede evitar que el marco más amplio de acontecimientos y relaciones globales influya en ella profundamente, pero también es cierto que lo que sucede en cada país tiene repercusiones inmediatas en los demás. Precisamente por esta razón, la comunidad internacional debe encontrar medios eficaces para equilibrar las fuerzas que actúan en el escenario internacional, donde entidades comerciales, financieras y relacionadas con medios de comunicación ejercen cada vez más un influjo que antes correspondía exclusivamente al sector de la vida pública y política.

La nueva configuración de la comunidad internacional implica un gran desafío a la función y a la misión de la diplomacia, precisamente el arte que usted, señor embajador, está llamado a ejercer en nombre de su país. Debido a los cambios en la relación existente entre el mundo de los negocios y el Gobierno, por ejemplo, a menudo se confunden las relaciones internacionales y las comerciales. Quizá esto sea inevitable, pero se corre el riesgo de concentrar la atención meramente en la economía, reduciendo las relaciones entre las naciones y los pueblos a transacciones comerciales motivadas casi exclusivamente por el lucro y la conveniencia. La diplomacia debe sostener su elevado ideal de servir al desarrollo integral de los pueblos y al bien común de toda la familia humana, tal como pretende hacer. La diplomacia desempeña un papel esencial para asegurar que las relaciones y las políticas internacionales se basen en una sólida y clara comprensión del hombre y de la sociedad, tal como se establece en la Carta fundacional de la Organización de las Naciones Unidas y, en particular, en la Declaración universal de derechos humanos.

73 En este ámbito, la Iglesia católica está presente y actúa en el foro internacional para contribuir al desarrollo integral de los pueblos, como pide el Evangelio. Señor embajador, usted es plenamente consciente de que en el centro de la Iglesia hay una ética de comunión entre las personas, los pueblos y sus comunidades e instituciones. La larga experiencia de esta ética hace que la Iglesia sea experta en la promoción del diálogo y de la solidaridad, tan necesarios en este momento crítico de la historia. Hablar de diálogo y de solidaridad significa implícitamente recordar lo que subrayé en el Mensaje para la jornada mundial de la paz de este año, al que usted mismo se ha referido: no puede haber paz sin justicia, ni justicia sin perdón. La Iglesia católica en Corea está profundamente comprometida en dar testimonio de la inseparabilidad de la justicia, el perdón y la paz, para ayudar a todos los coreanos a proseguir por el camino del diálogo y de la solidaridad, el único que puede llevar a una nueva era de concordia.

Señor embajador, al asumir sus elevadas responsabilidades en la comunidad diplomática acreditada ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos de éxito en su misión, y le aseguro que las diversas oficinas de la Curia romana estarán dispuestas siempre a ayudarle en el cumplimiento de sus obligaciones. Sobre usted y sobre el amado pueblo coreano invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.






A UNA DELEGACIÓN DE LA RENOVACIÓN


EN EL ESPÍRITU SANTO


Jueves 14 de marzo de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría os acojo a vosotros, representantes del grupo de la Renovación en el Espíritu Santo, con ocasión del trigésimo aniversario de vuestra presencia en Italia. Saludo al coordinador del Comité nacional de servicio y a cuantos colaboran con él.

Recuerdo con agrado los encuentros que he tenido con vosotros durante los años pasados. Desde el primero, en la solemnidad de Cristo Rey de 1980, hasta el de 1998, en la víspera del Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, con ocasión de Pentecostés. No puedo olvidar tampoco la contribución que la Renovación en el Espíritu dio con ocasión del gran jubileo del año 2000, de modo especial ayudando a los jóvenes y a las familias, que desde el comienzo de mi pontificado no me canso de indicar como ámbitos privilegiados del compromiso pastoral. También deseo agradecer a vuestros dirigentes el haber querido imprimir a la Renovación un marcado carácter de colaboración con la jerarquía y con los responsables de los demás movimientos, asociaciones y comunidades. Por todo esto, juntamente con vosotros, alabo al Señor, que enriquece a su Iglesia con innumerables dones espirituales.

2. ¡Sí! La Renovación en el Espíritu puede considerarse un don especial del Espíritu Santo a la Iglesia en nuestro tiempo. En vuestro movimiento, nacido en la Iglesia y para la Iglesia, a la luz del Evangelio se experimentan el encuentro vivo con Jesús, la fidelidad a Dios en la oración personal y comunitaria, la escucha confiada de su Palabra y el redescubrimiento vital de los sacramentos, pero también la valentía en las pruebas y la esperanza en las tribulaciones.

El amor a la Iglesia y la adhesión a su Magisterio, en un camino de maduración eclesial sostenido por una sólida formación permanente, son signos elocuentes de vuestro empeño por evitar el peligro de secundar, sin querer, una experiencia de lo divino sólo emocional, una búsqueda excesiva de lo "extraordinario" y un repliegue intimista que evite el compromiso apostólico.

3. En esta circunstancia especial deseo bendecir idealmente tres proyectos, en los que estáis trabajando, y que proyectan "fuera del Cenáculo" a los grupos y a las comunidades de la Renovación en el Espíritu con generoso impulso misionero.

Me refiero, ante todo, al apoyo que estáis dando a la implantatio Ecclesiae en Moldavia, en estrecha colaboración con la fundación "Regina Pacis" de la archidiócesis de Lecce, constituyendo una comunidad misionera unida a la diócesis de Chisinau. Saludo con afecto a los pastores de esas comunidades eclesiales, monseñor Cosmo Francesco Ruppi y monseñor Anton Cosa, así como a los obispos que participan en este encuentro.

Otro interesante proyecto es la animación espiritual en los santuarios marianos, lugares privilegiados del Espíritu, que os brinda la ocasión de ofrecer a los peregrinos itinerarios de profundización de la fe y de reflexión espiritual.

74 Por último, está el proyecto "Zarza ardiente", que es una invitación a la adoración incesante, día y noche. Habéis querido promover esta oportuna iniciativa para ayudar a los fieles a "volver al Cenáculo", a fin de que, unidos en la contemplación del misterio eucarístico, intercedan mediante el Espíritu por la unidad plena de los cristianos y por la conversión de los pecadores.

Se trata de tres diversos campos apostólicos, en los que vuestra experiencia puede dar un testimonio muy providencial. El Señor guíe vuestros pasos y haga que vuestros propósitos den abundantes frutos para vosotros mismos y para la Iglesia.

4. Si se mira bien, todas vuestras actividades de evangelización tienden, en resumidas cuentas, a promover en el pueblo de Dios un crecimiento constante en la santidad. En efecto, la santidad es la prioridad de todos los tiempos y, por tanto, también de nuestra época. La Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros seremos tanto más santos cuanto más dejemos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo. Este es el secreto de la experiencia regeneradora de la "efusión del Espíritu", experiencia típica que distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de vuestros grupos y comunidades. Deseo de corazón que la Renovación en el Espíritu sea en la Iglesia un verdadero "gimnasio" de oración y ascesis, de virtud y santidad.

De modo especial, seguid amando y haciendo amar la plegaria de alabanza, forma de oración que reconoce más inmediatamente que Dios es Dios; le canta por él mismo, le da gloria por lo que él es, más que por lo que hace (cf. Catecismo de la Iglesia católica
CEC 2639).

En nuestro tiempo, sediento de esperanza, dad a conocer y haced amar al Espíritu Santo. Así ayudaréis a que tome forma la "cultura de Pentecostés", la única que puede fecundar la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No os canséis de invocar con ferviente insistencia: "¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!".

La Madre santísima de Cristo y de la Iglesia, la Virgen orante en el Cenáculo, esté siempre con vosotros. Os acompañe también mi bendición, que os imparto con afecto a vosotros y a todos los miembros de la Renovación en el Espíritu.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A MONSEÑOR LUGI DE MAGISTRIS


PRO-PENITENCIARIO MAYOR




Al venerado hermano
Monseñor LUIGI DE MAGISTRIS
Pro-penitenciario mayor

1. También este año el Señor me concede la alegría de dirigir mi palabra a ese dicasterio. Lo saludo cordialmente a usted, venerado hermano, así como a los prelados y a los oficiales de la Penitenciaría apostólica, y a los religiosos de las diversas familias que ejercen el ministerio penitencial en las basílicas patriarcales de Roma. Dirijo un saludo particular a los jóvenes sacerdotes y a los candidatos al sacerdocio que participan en el tradicional curso sobre el fuero interno, que la Penitenciaría ofrece como servicio eclesial.

Querría que se percibiera en este Mensaje el testimonio del aprecio que el Papa siente no sólo por la función de la Penitenciaría, vicaria suya en el ejercicio ordinario de la potestad de las Llaves, sino también por la dedicación de los padres penitenciarios, los cuales, en la relación directa con la conciencia de cada penitente, desempeñan el ministerio de la reconciliación, y, en fin, por el esmero con que los jóvenes sacerdotes y candidatos al sacerdocio están preparándose para el altísimo oficio de confesores.

75 2. La misión del sacerdote está sintetizada eficazmente por las conocidas palabras de san Pablo: "Somos (...) embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!" (2Co 5,20).

En esta circunstancia, deseo recoger y ampliar un concepto que ya expresé en la primera audiencia a la Penitenciaría apostólica y a los padres penitenciarios de las basílicas patriarcales de Roma, el 30 de enero de 1981. Dije entonces: "El sacramento de la penitencia (...) no sólo es instrumento directo para destruir el pecado -momento negativo-, sino ejercicio precioso de virtud, expiación él mismo, escuela insustituible de espiritualidad, profunda labor altamente positiva de regeneración en las almas del "vir perfectus", "in mensuram aetatis plenitudinis Christi" (Ep 4,13)" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de febrero de 1981, p. 9). Quisiera subrayar esta eficacia "positiva" del Sacramento, para exhortar a los sacerdotes a recurrir personalmente a él, como valiosa ayuda en su camino de santificación y, por tanto, a servirse de él también como forma cualificada de dirección espiritual.

En efecto, a la santidad, y en especial a la santidad sacerdotal, sólo se puede llegar concretamente con el recurso habitual, humilde y confiado al sacramento de la penitencia, entendido como instrumento de la gracia, indispensable cuando esta, por desgracia, se haya perdido a causa del pecado mortal, y privilegiado cuando no haya habido pecado mortal; por eso, la confesión sacramental es sacramento de vivos, que no sólo acrecienta la gracia misma, sino que también corrobora las virtudes y ayuda a mitigar las tendencias heredadas a causa de la culpa original y agravadas por los pecados personales.

3. Creo que uno de los mayores dones que nos ha obtenido del Señor la celebración del Año santo 2000 ha sido una renovada conciencia en muchos fieles del papel decisivo que el sacramento de la penitencia desempeña en la vida cristiana y, por consiguiente, un consolador incremento del número de los que recurren a él.

Ciertamente, en el camino de ascesis cristiana, el Señor puede dirigir interiormente a las almas de maneras que trascienden la mediación sacramental ordinaria. Sin embargo, esto no elimina la necesidad de recurrir al sacramento de la penitencia, ni la subordinación de los carismas a la responsabilidad de la jerarquía. Esto es lo que expresa el conocido pasaje de la primera carta a los Corintios, donde el apóstol san Pablo afirma: "Dios los estableció en la Iglesia, primeramente como Apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como maestros...", y así sucesivamente (cf. 1Co 12,28-31). En el texto se enuncia claramente un orden jerárquico entre las diversas funciones, institucionales y carismáticas, en la estructura de la vida de la Iglesia. San Pablo reafirma luego esta enseñanza en todo el capítulo 14 de la misma carta, donde enuncia el principio de la subordinación de los dones carismáticos a su autoridad de Apóstol. Para ello recurre sin titubear al verbo quiero y a formas imperativas.

4. Pero el mismo Señor Jesús, fuente de todo carisma, afirma del modo más solemne el carácter insustituible, para la vida de la gracia, del sacramento de la penitencia, que él confió a los Apóstoles y a sus sucesores: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22-23).

Por tanto, no es conforme a la fe querer reducir la remisión de los pecados a un contacto, por decirlo así, privado e individualista entre la conciencia de cada fiel y Dios. Ciertamente, el pecado no se perdona si no hay arrepentimiento personal, pero en el orden actual de la Providencia el perdón está subordinado al cumplimiento de la voluntad positiva de Cristo, que vinculó el perdón mismo al ministerio eclesial o, por lo menos, a la seria voluntad de recurrir a él lo antes posible, cuando no existe la posibilidad inmediata de realizar la confesión sacramental.

Igualmente errónea es la convicción de quien, aun sin negar un valor positivo al sacramento de la penitencia, lo concibe como algo supererogatorio, porque el perdón del Señor habría sido otorgado "una vez para siempre" en el Calvario, y la aplicación sacramental de la misericordia divina no resultaría necesaria para la recuperación de la gracia.

5. De manera análoga, conviene reafirmar que el sacramento de la penitencia no es un acto de terapia psicológica, sino una realidad sobrenatural destinada a producir en el corazón efectos de serenidad y de paz, que son fruto de la gracia. Aun cuando se considerasen útiles algunas técnicas psicológicas externas al sacramento, se podrán aconsejar con prudencia, pero jamás imponer (cf., por analogía, la admonición del Santo Oficio del 15 de julio de 1961, n. 4).

Por lo que respecta a formas específicas de ascetismo hacia las cuales orientar al penitente, el confesor podrá recomendarlas, con la condición de que no se inspiren en concepciones filosóficas o religiosas contrarias a la verdad cristiana. Tales son, por ejemplo, las que reducen el hombre a un elemento de la naturaleza o, por el contrario, lo exaltan como dueño de una libertad absoluta. Es fácil reconocer, sobre todo en este último caso, una renovada forma de pelagianismo.

6. El sacerdote, ministro del sacramento, ha de tener presentes estas verdades tanto en el contacto con cada penitente como en la enseñanza catequística que imparte a los fieles.

76 Por lo demás, es evidente que los sacerdotes, como receptores del sacramento de la penitencia, están llamados a aplicarse en primer lugar a sí mismos estas certezas con sus relativas orientaciones prácticas. Esto les ayudará en la búsqueda personal de la santidad, así como en el apostolado vivo y vital que deben realizar sobre todo con el ejemplo: "Las palabras mueven, los ejemplos arrastran".

De modo privilegiado, esos criterios deben guiar a los sacerdotes confesores y directores espirituales al tratar con los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. El sacramento de la penitencia es el instrumento principal para el discernimiento vocacional. En efecto, para proseguir hacia la meta del sacerdocio es necesaria una virtud madura y sólida, es decir, capaz de garantizar, dentro de lo que es posible en las cosas humanas, una fundada perspectiva de perseverancia en el futuro. Es verdad que el Señor, como hizo con Saulo en el camino de Damasco, puede transformar instantáneamente a un pecador en santo. Sin embargo, ese no es el camino habitual de la Providencia. Por eso, quien tiene la responsabilidad de autorizar a un candidato a proseguir hacia el sacerdocio debe tener "hic et nunc" la seguridad de su idoneidad actual. Si esto vale para cada virtud y hábito moral, es evidente que se exige aún más por lo que respecta a la castidad, dado que, al recibir las órdenes, el candidato estará obligado al celibato perpetuo.

7. Encomiendo estas reflexiones, que se transforman ahora en apremiante súplica a Jesús, sumo y eterno Sacerdote. Que la Virgen santísima, Madre de la Iglesia, interceda ante su Hijo, para que se digne conceder a su Iglesia santos penitentes, santos sacerdotes y santos candidatos al sacerdocio.
Con este deseo, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.

Vaticano, 15 de marzo de 2002






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