Discursos 2002 76


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA



Sábado 16 de marzo de 2002




Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

1. Me alegra acogeros al término de la asamblea plenaria de vuestro dicasterio, durante la cual habéis querido tomar como punto de partida la carta Novo millennio ineunte, para dar vuestra contribución a la misión de la Iglesia en el tercer milenio (cf. n. 40). Vuestro encuentro coincide con el vigésimo aniversario de la creación del Consejo pontificio para la cultura. Dando las gracias por el trabajo que han realizado los miembros y los colaboradores del Consejo pontificio durante los veinte años transcurridos, saludo al señor cardenal Poupard, y le agradezco sus amables palabras, que interpretan los sentimientos de todos.

A todos os expreso mi gratitud por vuestra generosa colaboración al servicio de la misión universal del Sucesor de Pedro, y os animo a proseguir, con renovado celo, vuestras relaciones con las culturas, para crear puentes entre los hombres, testimoniar a Cristo y ayudar a nuestros hermanos a acoger el Evangelio (cf. constitución apostólica Pastor bonus, art. 166-168). En efecto, esto se realiza mediante un diálogo abierto con todas las personas de buena voluntad, diversas por su pertenencia y sus tradiciones, marcadas por su religión o por su no creencia, pero todas unidas en su condición humana y llamadas a compartir la vida de Cristo, Redentor del hombre.

2. La creación del Consejo pontificio para la cultura, con el fin de "dar a toda la Iglesia un impulso común en el encuentro, continuamente renovado, del mensaje salvífico del Evangelio con la pluralidad de las culturas, en la diversidad de los pueblos, a los cuales debe ofrecer sus frutos de gracia" (Carta al cardenal Casaroli para la creación del Consejo pontificio para la cultura, 20 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19), sigue la misma línea de la reflexión y de las decisiones del concilio ecuménico Vaticano II. En efecto, los padres habían destacado con fuerza el lugar central de la cultura en la vida de los hombres y su importancia para la penetración de los valores evangélicos, así como para la difusión del mensaje bíblico en las costumbres, las ciencias y las artes. Con este mismo espíritu, la unión del Consejo pontificio para el diálogo con los no creyentes y del Consejo pontificio para la cultura en un único consejo, el 25 de marzo de 1993, tuvo como objetivo promover "el estudio del problema de la no creencia y la indiferencia religiosa presente, de varias formas, en los diversos ambientes culturales, (...) con el fin de proporcionar ayudas adecuadas a la acción pastoral de la Iglesia para la evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio" (Motu proprio "Inde a Pontificatus": L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de mayo de 1993, p. 5).

77 La transmisión del mensaje evangélico en el mundo actual es particularmente ardua, sobre todo porque nuestros contemporáneos están inmersos en ambientes culturales frecuentemente ajenos a cualquier dimensión espiritual y de interioridad, en situaciones donde dominan aspectos esencialmente materialistas. No cabe duda de que en este período de la historia, más que en cualquier otro, también es necesario constatar una ruptura en el proceso de transmisión de los valores morales y religiosos entre las generaciones, que conduce a una especie de heterogeneidad entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Desde esta perspectiva, el Consejo desempeña un papel particularmente importante de observatorio, por un lado, para identificar el desarrollo de las diferentes culturas y las cuestiones antropológicas que se plantean en ellas, y, por otro, para afrontar las posibles relaciones entre las culturas y la fe cristiana, a fin de proponer nuevos modos de evangelización, a partir de las expectativas de nuestros contemporáneos. En efecto, es importante llegar a los hombres donde se hallan, con sus preocupaciones e interrogantes, para permitirles descubrir los puntos de referencia morales y espirituales necesarios para toda existencia conforme a nuestra vocación específica, y encontrar en la llamada de Cristo la esperanza que no defrauda jamás (cf. Rm Rm 5,5), basándose en la experiencia del apóstol san Pablo en el Areópago de Atenas (cf. Ac 17,22-34). Desde luego, la atención a la cultura permite ir lo más lejos posible en el encuentro con los hombres. Por tanto, es una mediación privilegiada entre comunicación y evangelización.

3. Entre los mayores obstáculos actuales pueden citarse las dificultades que encuentran las familias y las instituciones escolares, que tienen la ardua tarea de transmitir a las jóvenes generaciones los valores humanos, morales y espirituales que les permitirán ser hombres y mujeres deseosos de llevar una vida personal digna y comprometerse en la vida social. De igual modo, la transmisión del mensaje cristiano y de los valores que derivan de él y que conducen a decisiones y a comportamientos coherentes constituye un desafío que todas las comunidades eclesiales deben afrontar, principalmente en el campo de la catequesis y del catecumenado. Otros períodos de la historia de la Iglesia, por ejemplo el tiempo de san Agustín o, más recientemente, el siglo XX, en el que se pudo registrar la aportación de numerosos filósofos cristianos, nos han enseñado a fundar nuestra reflexión y nuestra manera de evangelizar en una sana antropología y en una sana filosofía.
En efecto, desde que la filosofía pasa a Cristo, el Evangelio puede comenzar de verdad a extenderse en todas las naciones. Urge, pues, que todos los protagonistas de los sistemas educativos se dediquen a un estudio antropológico serio, para dar razón de lo que es el hombre y de lo que lo hace vivir. Las familias tienen gran necesidad de ser secundadas por educadores que respeten sus valores y les ayuden a proponer reflexiones sobre las cuestiones fundamentales que se plantean los jóvenes, aunque esto parezca ir contra corriente con respecto a las propuestas de la sociedad actual. En todas las épocas, los hombres y las mujeres han sabido hacer resplandecer la verdad con valentía profética. Esta misma actitud se requiere también en nuestros días.

El fenómeno de la globalización, que se ha convertido hoy en un hecho cultural, constituye a la vez una dificultad y una oportunidad. Aun tendiendo a nivelar las identidades específicas de las diferentes comunidades y a reducirlas algunas veces a simples recuerdos folclóricos de antiguas tradiciones despojadas de su significado y de su valor cultural y religioso originales, este fenómeno también permite superar las barreras entre las culturas y da a las personas la posibilidad de encontrarse y conocerse; al mismo tiempo, obliga a las autoridades de las naciones y a los hombres de buena voluntad a hacer que se respete lo que es propio de los individuos y de las culturas, a fin de garantizar el bien de las personas y de los pueblos, y poner por obra la fraternidad y la solidaridad. La sociedad entera también afronta temibles interrogantes sobre el hombre y sobre su futuro, especialmente en campos como la bioética, el uso de los recursos del planeta y las decisiones en materia económica y política, para que el hombre sea reconocido en toda su dignidad y siga siendo el protagonista de la sociedad y el criterio último de las decisiones sociales.
La Iglesia no pretende de ningún modo suplantar a los responsables de los asuntos públicos, pero desea participar en los debates, para iluminar las conciencias a la luz del sentido del hombre, inscrito en su misma naturaleza.

4. Corresponde al Consejo pontificio para la cultura proseguir su acción y dar su aportación a los obispos, a las comunidades católicas y a todas las instituciones que lo deseen, a fin de que los cristianos tengan los medios para testimoniar su fe y su esperanza de manera coherente y responsable, y todos los hombres de buena voluntad se comprometan en la construcción de una sociedad en la que se promueva el ser integral de toda persona. El futuro del hombre y de las culturas, el anuncio del Evangelio y la vida de la Iglesia dependen de esto.

Contribuid a una renovada toma de conciencia del lugar de la cultura para el futuro del hombre y de la sociedad, así como para la evangelización, a fin de que el hombre llegue a ser cada vez más libre y use esta libertad de manera responsable. Al término de vuestro encuentro, encomendando vuestra misión a la Virgen María, os imparto de buen grado a vosotros, así como a todos los que colaboran con vosotros y a vuestros seres queridos, una particular bendición apostólica.






CON MOTIVO DEL 90° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN


DEL SEMINARIO TEOLÓGICO "SAN PÍO X" DE CATANZARO


Lunes 18 de marzo de 2002






Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos seminaristas:

1. Gracias por esta visita, que habéis querido hacerme con ocasión de las celebraciones del 90° aniversario de la fundación de vuestro seminario. Gracias por el afecto con que habéis expresado vuestra adhesión al Sucesor de Pedro.

78 Saludo con profunda gratitud a monseñor Antonio Cantisani, que con sus palabras ha querido hacerse intérprete de los sentimientos de sus hermanos en el episcopado. También doy las gracias al rector del seminario, que ha hablado en nombre de los superiores y de todos los presentes.

Esta visita me brinda la ocasión de continuar el diálogo que comenzamos el 6 de octubre de 1984, cuando fui a visitar personalmente vuestra casa, el seminario regional San Pío X de Catanzaro. De aquel encuentro, aunque lejano en el tiempo, conservo un recuerdo vivo y agradable. Fue para mí un momento particularmente intenso. Entonces tuve la ocasión de meditar junto con los sacerdotes y los seminaristas de Calabria sobre la gracia de la llamada divina, que compromete constantemente a convertirse en iconos vivos del buen Pastor en medio de su pueblo.

2. Al recibir como regalo el primer ejemplar de vuestra "Regla de vida", he descubierto con alegría que el diálogo de fe, iniciado durante aquel encuentro, no se ha interrumpido jamás. En efecto, el discurso que dirigí entonces a los seminaristas ha llegado a ser casi un "portal" que introduce en el proyecto formativo de vuestra comunidad, confirmando la comunión que desde los comienzos os une al Papa.

¡Cómo no recordar en esta circunstancia a mi venerado predecesor san Pío X que, con corazón paterno y generoso, quiso erigir un centro de formación altamente cualificado para el futuro clero de Calabria! ¡Cómo no recordar los innumerables signos de predilección que dispensó a la incipiente institución, interesándose personalmente por la compra del terreno, el proyecto y la construcción del edificio, y ofreciendo además, con la constitución apostólica Susceptum inde, directrices sabias para la organización de la labor formativa!

Esa predilección prosiguió solícitamente en la obra de sus Sucesores y, particularmente, del siervo de Dios Papa Pío XII, el cual, tras el funesto incendio de septiembre de 1940, al reconstruir en 1954 el seminario, se convirtió prácticamente en su segundo fundador.

La excelente relación entre el Sucesor de Pedro y vuestro centro de formación tiene en este encuentro una valiosa ocasión para reforzarse y constituir un renovado e influyente factor de la calidad de la formación espiritual y teológica de los futuros sacerdotes en Calabria.

3. "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (
Mt 16,13). Esta es la pregunta que Jesús formula a aquellos "seminaristas" muy particulares, que fueron los Apóstoles. Esta misma pregunta os la hace a cada uno de vosotros, llamados a ser los evangelizadores de la tierra de Calabria. En efecto, ¿no es el seminario una escuela de fe, en la que se aprende a ofrecer a Jesús con el corazón, la inteligencia y la vida, la respuesta que él espera de los "suyos"? El apóstol san Pedro expresó de modo inigualable esa respuesta con las palabras: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16).

"Sobre todo hoy, en una sociedad marcada por el fenómeno de la secularización, es necesaria claridad de propósitos y firmeza de voluntad, que se obtienen directamente en las fuentes genuinas del Evangelio. (...) Cuanto más se descristianiza el mundo, más aquejado está por la incertidumbre o la indiferencia, más necesidad tiene de ver en la persona de los sacerdotes esta fe radical, que es como un faro en la noche o la roca en la que se apoya" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de noviembre de 1984, p. 11). Estas palabras, que dirigí a los sacerdotes calabreses durante el citado encuentro, siguen siendo actuales e impulsan a comprometerse en una formación que debe tener como finalidad primera e irrenunciable la renovada y radical adhesión a Cristo por parte de los candidatos al sacerdocio. En efecto, la apuesta formativa del seminario depende totalmente de la capacidad de ofrecer a los jóvenes un itinerario real y comprometedor de fe que, sin dar nada por descontado, los capacite para acoger en la verdad el misterio de la persona de Jesús, es decir, para reconocer en él al Hijo de Dios vivo y al Señor de la historia, y seguirlo cada vez más generosamente "en el camino a Jerusalén".

4. El episodio de Cesarea de Filipo, que nos transmitieron los evangelistas san Mateo y san Lucas, y la Tradición viva de la Iglesia nos recuerdan que "a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista san Juan: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14)" (Novo millennio ineunte NM 20).

No podemos menos de ver en estas sugerencias la invitación a hacer del seminario el "lugar del silencio" y la "casa de la oración", donde el Señor sigue llamando a los "suyos" a "un lugar apartado" (cf. Lc Lc 9,18) para vivir una intensa experiencia de encuentro y contemplación. Por este camino quiere prepararlos para que sean "maestros de la fe" y "educadores del pueblo de Dios en la fe", y valerse de ellos para "proclamar con autoridad la palabra de Dios", "reunir al pueblo de Dios que estaba disperso", alimentarlo con los sacramentos, signos eficaces de la acción de Cristo, "ponerlo en el camino de la salvación" y conservarlo en la unidad, es decir, "animar sin cesar a esta comunidad reunida en torno a Cristo, siguiendo la línea de su vocación más íntima" (Evangelii nuntiandi EN 68).

En este ámbito, el estudio se transforma en momento irrenunciable de un itinerario pedagógico orientado a la educación en una fe viva y operante por medio de la caridad, instrumento privilegiado de un conocimiento sapiencial y científico capaz de fundar y consolidar todo el edificio de la formación espiritual y pastoral de los futuros presbíteros. Estos deben prepararse para vivir la caridad pastoral como expresión de su fe en Cristo, que da su vida por la Iglesia (cf. Ef Ep 5,25-27), como modalidad de misión universal (cf. Mt Mt 28,18-20) y como respuesta plena a la caridad del Señor (cf. Jn Jn 21,15-20), juntamente con sus hermanos del presbiterio, bajo la guía del obispo.

79 5. El vínculo cristológico, rasgo fundamental de la identidad del presbítero, y su pertenencia al único presbiterio de la diócesis, a cuyo servicio está asignado bajo la dirección de su obispo (cf. Presbyterorum ordinis PO 8), son elementos fundamentales que deben marcar la formación de los seminaristas.

Esta deberá llevar a los candidatos a valorar cada una de sus acciones en referencia a Cristo y a considerar su pertenencia al único presbiterio como dimensión previa de la actuación pastoral y testimonio de comunión, indispensables para servir eficazmente al misterio de la Iglesia y a su misión en el mundo.

A partir de estas perspectivas comprenderemos el período de la formación en el seminario como un tiempo especial de silencio y espera, de pobreza y comunión, de búsqueda de Dios y amor a los hermanos, especialmente a los últimos, haciendo de la comunidad del seminario una expresión privilegiada de la Iglesia, "germen y comienzo" en la tierra del reino de Cristo y de Dios (cf. Lumen gentium LG 5).

6. Queridos seminaristas, nuestro encuentro se celebra en la víspera de la solemnidad de san José, esposo de la Virgen y custodio del Redentor, el cual resplandece en la Iglesia por su singular vocación vivida en el silencio, en la búsqueda atenta del designio amoroso de Dios y en la dedicación total a Cristo. Él, que estuvo cerca de Jesús en los años de su vida oculta en Nazaret, os ayude a descubrir cada día el valioso tesoro del amor de Cristo, convirtiéndoos en heraldos gozosos de su Evangelio.

Con estos deseos, encomiendo vuestros generosos propósitos y vuestras expectativas a la protección materna de la Virgen santísima, de su castísimo esposo y de todos los santos que han marcado el camino de fe de la amada Calabria, y con gran afecto imparto a todos una especial bendición apostólica.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO


INTERNACIONAL ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD LATERANENSE




Al venerado hermano
Monseñor SALVATORE FISICHELLA
Rector magnífico de la
Pontificia Universidad Lateranense

1. He sabido con agrado que el Institutum Utriusque Iuris de esa Pontificia Universidad Lateranense ha organizado un simposio jurídico internacional para profundizar en la relación intrínseca entre los contenidos fundamentales del derecho y el ideal de justicia propio de la legislación canónica. Al dirigirle mi saludo, venerado hermano, me complace renovarle mi felicitación por la tarea que se le ha confiado recientemente de dirigir la que, con razón, es calificada como la "Universidad del Papa". Extiendo mi cordial saludo al presidente del Instituto Utriusque Iuris, padre Domingo Andrés, y a los decanos de las facultades de derecho canónico y de derecho civil, a los cuales se ha encargado la organización y la dirección de esta importante iniciativa jurídica y cultural.

La elección del tema del simposio es un signo más de la adhesión de ese Instituto a la Cátedra de Pedro y de su fidelidad al magisterio de la Iglesia. En efecto, mediante el trabajo académico y formativo de sus dos facultades, las de derecho canónico y de derecho civil, está llamado a preparar juristas cualificados en ambos ordenamientos del derecho, el de la Iglesia y el de la comunidad civil, con una perspectiva que, partiendo de su tradición consolidada, se abra a las cuestiones planteadas por la ciencia jurídica contemporánea y, al mismo tiempo, a las exigencias siempre nuevas que maduran en ambos ordenamientos jurídicos.

80 2. Durante estos días estáis reflexionando sobre la relación inseparable entre derecho y justicia en la vigente legislación canónica, a partir de la promulgación del nuevo Código de derecho canónico y del Código de cánones de las Iglesias orientales, y sobre el modo como esta relación es acogida en las diversas legislaciones y en los contenidos sustanciales que caracterizan los ordenamientos civiles, desde los internos de cada Estado hasta el internacional.

En este esfuerzo de profundización os ayuda, como criterio de investigación, el principio según el cual la justicia es la esencia de todo acto, que por su misma naturaleza está orientado al bien de una comunidad y de cuantos forman parte de ella. Por tanto, según el método propio del utrumque ius, se os pide que asociéis el análisis de la vigente legislación canónica a cuanto madura en los ordenamientos jurídicos de la sociedad civil, contribuyendo así a delinear la aportación recíproca entre los dos derechos y descubriendo sus convergencias y peculiaridades desde el punto de vista del servicio a la persona humana.

No cabe duda de que la unidad del derecho y de la ciencia jurídica tiene su fundamento en una justicia dinámica, expresión no sólo del estricto orden legal, sino también y sobre todo de la recta ratio que debe gobernar tanto los comportamientos de las personas como los de la autoridad. Esto es lo que afirma santo Tomás de Aquino, cuando recuerda que "toda ley positiva humana, en tanto tiene fuerza de ley, en cuanto deriva de la ley natural" ("Omnis lex humanitus posita in tantum habet de ratione legis, in quantum a lege naturae derivatur" (Summa Theol., I-II, q. 95, a. 2).

3. En la visión cristiana los términos derecho y justicia, en cuanto operantes al estructurarse los ordenamientos jurídicos, constituyen otras tantas llamadas a una justicia superior, que se convierte en criterio de confrontación para cada comportamiento jurídicamente relevante, desde el de los legisladores hasta el de cuantos, de diferentes modos, actúan en el campo de la justicia.
En efecto, a partir de la esencia misma del derecho de la Iglesia brota inmediatamente la exigencia de garantizar la salus animarum como criterio de la correcta relación entre norma jurídica y aspiraciones legítimas de los christifideles. El ordenamiento jurídico de la comunidad eclesial tiende en primer lugar a realizar la comunión eclesial, haciendo prevalecer la dignidad de todo bautizado, en la igualdad sustancial y en la diversidad de las funciones de cada uno. En realidad, esta diversidad no es simplemente expresión de una "exigencia funcional"; también es índice de la peculiar visión antropológica cristiana y de la realidad sacramental e institucional de la Iglesia.

En efecto, sólo en la comunión orgánica de la comunidad eclesial la dignidad de los christifideles encuentra el espacio y los modos para situar la exigencia legítima de tutela de los derechos y de asunción de deberes. Por eso, la comunión exige que esté siempre presente la caridad, que no contradice el derecho, sino que lo eleva a instrumento de verdad, contribuyendo a crear la certeza de las reglas y, por consiguiente, el desarrollo ordenado de las relaciones jurídicas que no van contra la justicia.

4. Al considerar la realidad actual de los ordenamientos de la sociedad civil, aun en presencia de diversidades culturales y de concepciones en las que se inspiran los distintos sistemas jurídicos, podemos notar que el sentido del derecho es muy apreciado por doquier, hasta llegar a verdaderas reivindicaciones cuando surgen conflictos o incluso actitudes profundas que se oponen a una justicia efectiva.

Lamentablemente, a menudo se formulan normas que, en vez de responder a las exigencias del bien común con la garantía de la tutela legítima de las personas, se limitan a considerar sólo los intereses de algunas categorías, deformando así la idea misma de justicia y reduciendo el ordenamiento jurídico a mero instrumento de reglamentación pragmática. Más aún, en muchos casos, un rápido e insólito aumento de las normas, justificado en nombre de una aparente necesidad de reglamentar todos los aspectos del orden social, tiende a sustraer a las personas y a las formaciones sociales intermedias los espacios vitales necesarios para garantizar las aspiraciones más profundas del hombre.

Es evidente que la dignidad de la persona humana, aun reconocida formalmente como fundamento de todo derecho, resultaría violada o al menos desatendida, si la justicia se redujera a la simple función de solución de controversias. En este caso, también el papel de la ciencia jurídica se vería perjudicado y la actividad de los agentes de justicia se reduciría a la aplicación de decisiones puramente técnicas.

5. Los ordenamientos jurídicos presentan hoy lagunas preocupantes con respecto a los sectores donde los progresos de la tecnología y de la investigación científica, así como los nuevos estilos de vida, han planteado interrogantes inéditos. En estos casos el recurso a funciones de suplencia, o a la analogía con otras situaciones y normas jurídicas, no siempre resulta adecuado; también muestra todos sus límites la aplicación del criterio según el cual es moralmente permitido y practicable lo que el ordenamiento jurídico no prohíbe.

Esta situación cultural pone de manifiesto una creciente carencia de referencias a presupuestos éticos y a valores que funden el orden social inspirados en la doctrina moral objetiva que está en el origen de toda convivencia humana justa. Así pues, es preciso reafirmar que la función legislativa, en cualquier nivel, no puede encontrar justificación o fundamento recurriendo simplemente a la aplicación de la sola regla de la mayoría, puesto que, como subrayé en la encíclica Veritatis splendor, "la doctrina moral no puede depender ciertamente del simple respeto de un procedimiento; en efecto, esta no viene determinada en modo alguno por las reglas y formas de una deliberación de tipo democrático" (n. 113).

81 6. Partiendo de este presupuesto, se pueden comprender mejor también las dificultades que se encuentran actualmente en el orden internacional, en el que una separación gradual de inderogables presupuestos éticos corre el riesgo de limitar los efectos de los principios insustituibles propios de este orden, debilitando, por consiguiente, la fuerza del derecho internacional pacientemente construido. Asistimos a veces, con dolor, a comportamientos en la comunidad de las naciones que desatienden el principio fundamental del pacta sunt servanda, prefiriendo un recurso continuo a la praxis del consensus para adoptar actos que, sujetos a las interpretaciones más diversas, resultan limitados en las obligaciones que crean para los destinatarios y, por tanto, condicionados en sus efectos.

Se trata, por desgracia, de actitudes existentes no sólo en las relaciones ordinarias entre los Estados, sino también en los procesos de integración supranacional, que a menudo parecen orientados a separar la dimensión material y social del hombre de las dimensiones ética y religiosa, con consecuencias inmediatas también en la esfera política y normativa. El hecho religioso no puede equipararse a una mera convicción subjetiva y, sobre todo, no puede reducirse a una manifestación individual de culto, puesto que, por su naturaleza intrínseca, la religión conlleva la exigencia de una expresión comunitaria y de una adecuada formación de sus miembros.

7. El criterio de fondo de todo ordenamiento jurídico recto debe ser siempre la referencia a la persona humana, en cuanto depositaria de una dignidad inalienable, tanto en su dimensión individual como en la comunitaria. Así, es importante hacer todo lo posible para llevar a cabo una efectiva tutela de los derechos humanos fundamentales, pero sin elaborar en torno a ellos teorías y comportamientos orientados a privilegiar sólo algunos aspectos de estos derechos, o los correspondientes a intereses y sensibilidades particulares de un determinado momento histórico. De este modo se olvidaría el principio esencial de la indivisibilidad de los derechos del hombre, que tiene su fundamento en la unidad de la persona humana y en su dignidad intrínseca.

Ilustres y queridos participantes en el simposio, al expresar mi profunda estima y mi aprecio por el compromiso y la competencia con que prestáis vuestro servicio cultural y jurídico en un ámbito tan importante y vital para la Iglesia y para la comunidad civil, invoco sobre vosotros, así como sobre vuestra actividad diaria de estudio e investigación, la protección materna de la Virgen María, Speculum iustitiae. Acompaño estos sentimientos y deseos con una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los colaboradores, a los estudiantes y a vuestros seres queridos.

Vaticano, 21 de marzo de 2002






DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES


DE LA DIÓCESIS DE ROMA



Plaza de San Pedro

Jueves 21 de marzo de 2002



1. "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13-14).

Estas palabras de Jesús resuenan en nuestro corazón, mientras nos preparamos para la celebración de la XVII Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Toronto, Canadá, el próximo mes de julio. Estas palabras nos interpelan profundamente; nos piden que nos unamos con nuestra vida a Aquel que es la verdadera luz del mundo y la sal que da sabor inalterable a la tierra: Jesucristo, el Verbo que se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros.

Amadísimos jóvenes, os agradezco este encuentro que habéis organizado y durante el cual habéis querido preguntaros juntos: "¿Qué quiere decir ser luz del mundo y sal de la tierra?". Algunos amigos vuestros ya os han ayudado a encontrar una respuesta. Acogiendo libremente la llamada de Dios, unos viven el noviazgo y otros el matrimonio. Algunos están recorriendo el camino del sacerdocio y otros el de la vida religiosa o misionera.

Les agradezco sus testimonios, que os estimulan a todos vosotros a preguntaros con sinceridad, tal como han hecho ellos: "Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Qué deseas que haga para vivir con plenitud mi bautismo y ser sal de la tierra y luz del mundo?

82 Antes que ellos, Francisco de Asís se planteó esta misma pregunta ante el crucifijo de San Damián. Tanto a ellos como a vosotros, Dios quiere revelar su designio de amor, para realizar el proyecto de vida que ha establecido desde la eternidad para cada uno.

2. Agradezco al cardenal vicario las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Doy las gracias también a la responsable de los jóvenes de la Acción católica diocesana.

Saludo a la delegación de jóvenes de las regiones de Italia, que viajará mañana a Toronto, donde se reunirá con sus coetáneos comprometidos en la preparación de la próxima Jornada mundial. Saludo asimismo al grupo que realizará una peregrinación a Tierra Santa, para llevar un testimonio de solidaridad a los jóvenes de aquellos lugares tan probados. Por último, saludo a la delegación de jóvenes procedentes de Toronto, que han venido para participar en este encuentro y en la celebración del domingo de Ramos.

Doy las gracias a los muchachos y muchachas que me han manifestado su deseo de acoger la llamada del Señor, pero que, al mismo tiempo, han reconocido que no siempre es fácil responderle con un "sí" abierto y generoso.

Amadísimos amigos, comprendo vuestras dificultades. Ciertamente, las múltiples propuestas que llegan de numerosas partes a vuestra conciencia no os ayudan a descubrir con facilidad el prodigioso designio de vida que tiene a Cristo como centro unificador y propulsor. ¿No es verdad que algunos de vuestros coetáneos viven como por momentos, eligiendo cada vez lo que puede parecer más cómodo?

Escuchadme. Si no dedicáis tiempo a la oración y no contáis con la ayuda de un director espiritual, la confusión del mundo puede llegar incluso a ahogar la voz de Dios. Como algunos han observado oportunamente, al tratar de satisfacer las propias necesidades inmediatas se pierde la capacidad de amar en nombre de Cristo y no se puede dar la vida por los demás, como él nos enseñó. ¿Qué hacer entonces?

3. Me habéis formulado la siguiente pregunta: "¿Qué debemos hacer para ser sal de la tierra y luz del mundo?".

Para responder, debemos recordar ante todo que Dios creó al hombre a su imagen, destinándolo a esa primera y fundamental vocación que es la comunión con él. En esto consiste la más alta dignidad del ser humano. Como recuerda el concilio Vaticano II, "el hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador" (Gaudium et spes
GS 19).

¡Sí, queridos amigos, hemos sido creados por Dios y para Dios, y el deseo de él está inscrito en nuestro corazón! Dado que "la gloria de Dios es el hombre que vive", como dijo san Ireneo de Lyon, Dios no deja de atraer a sí al hombre, para que encuentre en él la verdad, la belleza y la felicidad que busca sin descanso. Esta atracción que Dios ejerce sobre nosotros se llama "vocación".

4. Precisamente porque hemos sido creados a imagen de Dios, hemos recibido de él también el gran don que es la libertad. Pero si no se ejercita bien, la libertad nos puede conducir lejos de Dios. Nos puede hacer perder la dignidad de la que él nos ha revestido. Cuando no está plasmada por el Evangelio, la libertad puede transformarse en esclavitud: la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.

Queridos jóvenes, queridos muchachos y muchachas de Roma, nuestros progenitores, alejándose de la voluntad divina, cayeron en el pecado, es decir, en el mal uso de la libertad. Sin embargo, el Padre celestial no nos abandonó; envió a su Hijo Jesús para curar la libertad herida y restaurar de un modo aún más hermoso la imagen que se había desfigurado. Jesús, victorioso sobre el pecado y la muerte, afirmó su señorío sobre el mundo y sobre la historia. Él vive y nos invita a no someter nuestra libertad personal a ningún poder terreno, sino sólo a él y a su Padre omnipotente.

83 Jóvenes del nuevo milenio, no uséis mal vuestra libertad. No arruinéis la gran dignidad de hijos de Dios que os ha sido dada. Someteos únicamente a Cristo, que quiere vuestro bien y vuestra alegría auténtica (cf. Mt Mt 23,8-10); a él, que quiere que seáis hombres y mujeres plenamente felices y realizados. De este modo descubriréis que sólo cumpliendo la voluntad de Dios podemos ser luz del mundo y sal de la tierra.

5. Estas realidades tan sublimes como comprometedoras sólo se pueden comprender y vivir en un clima de constante oración. Este es el secreto para entrar y morar en la voluntad de Dios. Por tanto, son muy oportunas las iniciativas de oración -sobre todo de adoración eucarística- que se están difundiendo en la diócesis de Roma gracias a vosotros, jóvenes.

Quisiera decir además a todos y a cada uno: leed el Evangelio, personal y comunitariamente, meditadlo y vividlo. El Evangelio es la palabra viva y operante de Jesús, que nos da a conocer el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y por la humanidad entera. El Maestro divino os llama a cada uno de vosotros a trabajar en su campo; os llama a ser sus discípulos, dispuestos a comunicar también a otros amigos vuestros lo que él os ha comunicado.

Si hacéis esto, sabréis responder a la pregunta: "Señor, ¿qué quieres que haga?". En efecto, la verdadera respuesta se halla en el Evangelio, que esta tarde os entrego idealmente. Es el mandato misionero de Jesús: "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13-14). Os lo entrego por manos de María, modelo luminoso de fidelidad a la vocación que le confió el Señor.

¡Buen viaje a Toronto! ¡Ánimo!








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