Discursos 2002 83

ALOCUCIÓNDEL PAPA JUAN PABLO II


AL COMITÉ PONTIFICIO PARA LOS CONGRESOS


EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros y saludaros con gran cordialidad. Saludo con afecto ante todo al señor cardenal Jozef Tomko, presidente del Comité pontificio para los congresos eucarísticos internacionales, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
Durante estos días, en que estáis reunidos para programar la actividad del Comité recientemente renovado en sus componentes, habéis deseado este encuentro con el Papa. Os agradezco vuestra visita, os doy a cada uno mi cordial bienvenida y os deseo un buen trabajo.

2. Aprovecho de buen grado esta propicia ocasión para manifestar mi aprecio más sincero a vuestro Comité, comprometido a promover en toda la Iglesia el culto eucarístico. Los Congresos eucarísticos constituyen importantes experiencias de fe y de intensa oración, porque ofrecen a muchos creyentes la oportunidad de contemplar el rostro de Cristo misteriosamente velado en el sacramento de la Eucaristía. Por medio de vosotros quisiera expresar mi más sincera gratitud a los delegados nacionales y a cuantos contribuyen de diversos modos al éxito de tan importantes manifestaciones de piedad cristiana.

84 Sabéis bien cuán importante es la devoción eucarística para la vida de la Iglesia y para la difusión del Evangelio. En efecto, en la Eucaristía está contenido el bien espiritual más valioso de la comunidad cristiana, es decir, Cristo mismo, que en la cruz se inmoló por la salvación de la humanidad. Proseguid, pues, con dedicación y entusiasmo vuestra obra tan apreciada.
Al mismo tiempo que os aseguro mi recuerdo en la oración, os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.








A LOS PARTICIPANTES EN EL XXIX CAPÍTULO GENERAL


DE LA CONGREGACIÓN DE LOS HERMANOS CRISTIANOS


Viernes 22 de marzo de 2002



Querido hermano Garvey;
queridos hermanos en Cristo:

1. "Paz a todos los que estáis en Cristo" (1P 5,14). Con estas palabras del apóstol san Pedro os saludo, con ocasión del XXIX capítulo general de la congregación de los Hermanos Cristianos. Me alegra especialmente daros la bienvenida este año, en que celebráis vuestro bicentenario, porque nos permite alabar a Dios por el carisma que suscitó a través del beato Edmundo Ignacio Rice y que perdura hasta hoy en vosotros, que soy sus hijos y hermanos. Aprovecho la oportunidad para daros las gracias en nombre de la Iglesia por todo lo que los Hermanos Cristianos han hecho durante dos siglos en favor de la educación de los jóvenes.

2. La historia de gracia que celebráis en este capítulo general empezó en un tiempo de gran agitación social en Europa y de fuerte estrechez en Irlanda, tierra donde nació Edmundo Rice. Cuando vuestro fundador era joven, el continente se vio sacudido por corrientes revolucionarias, que llevaron a la caída de un orden antiguo y al nacimiento de uno nuevo, el cual surgió con gran dificultad de guerras sangrientas que turbaron Europa en el alba del siglo XIX.

También para Irlanda fueron años de pobreza y persecución religiosa, y las grandes tradiciones de la vida católica irlandesa corrieron grave peligro. En cambio, esas tradiciones florecieron de un modo nuevo y notable cuando Dios impulsó a personas como Edmundo Rice a asumir la tarea de educar a los jóvenes, de otro modo condenados a una pobreza material, intelectual, moral y espiritual que no sólo los perjudicaría a ellos, sino también a la sociedad entera. Al responder a la llamada de Dios, vuestro fundador no sólo siguió las profundas inspiraciones del Espíritu Santo, que nos enseña todo (cf. Jn Jn 14,26); también sostuvo el camino de la Iglesia católica, que ha puesto siempre la educación en el centro mismo de su misión de anunciar el Evangelio. Más aún, Edmundo se mantuvo fiel a la antigua tradición de las grandes escuelas monásticas de Irlanda, que habían creado un profundo vínculo entre santidad y enseñanza, entre humanidad y educación, para gloria de Europa y de todo el mundo cristiano.

Edmundo no sólo afrontó una crisis social o nacional, sino también una grave crisis personal, que suscitó en su vida la gracia que llevó al nacimiento de vuestra congregación. Cuando murió su joven esposa, en 1789, pensó primero en retirarse a la vida contemplativa. Pero esta no era su vocación. Edmundo descubrió que Dios lo llamaba a una vida activa enraizada en la contemplación. Tenía vocación para emprender "una nueva creatividad de la caridad" (Novo millennio ineunte NM 50), que fue la verdadera revolución en una época revolucionaria, una revolución que no surgía de la violencia, sino de la escucha serena y paciente de Dios.

3. La contemplación de Cristo, el Maestro, por parte de Edmundo lo modeló cada vez más según la imagen del Señor, que en los evangelios se presenta "a la vez majestuosa y familiar, impresionante y tranquilizadora" (Catechesi tradendae CTR 8). Cristo, a quien él siguió, conocía "lo que hay en el hombre" (Jn 2,25); fue compasivo, pero no tuvo miedo de decir la verdad; tenía autoridad, pero sin ser nunca autoritario; estaba arraigado en la tradición, pero afrontaba con creatividad las necesidades de su tiempo.

Queridos hermanos, Cristo y vuestro fundador os llaman a alcanzar esas mismas alturas al iniciar vuestro tercer siglo; como Edmundo, descubriréis "el rostro del dolor" (cf. Novo millennio ineunte NM 26-27), el rostro del Señor crucificado. Ahora, más que nunca, debemos fijar nuestra mirada en él: el Siervo sufriente, que soportó el castigo que nos trae la paz (cf. Is Is 53,2-9). Al que fue traspasado por nuestras culpas debéis llevarle vuestras heridas y sufrimientos; al que fue herido por nuestras iniquidades debéis llevarle vuestros fracasos. ¿Quién sino el Señor de toda misericordia sanará nuestras heridas? ¿Quién sino él transformará nuestros sufrimientos en alegría? ¿Quién sino él convertirá nuestros pecados en una nueva vida? Queridos hermanos, os digo esto en vísperas de la Semana santa, cuando toda la Iglesia celebra el misterio de la cruz del Señor, que es la clave de todos los misterios de vida y de muerte.

85 El Calvario os enseña la verdad de vuestra historia: vuestra congregación nació de la crisis; y de la crisis de estos tiempos está naciendo también esta vez vuestro futuro, el futuro de Dios para vosotros. Por eso, con el apóstol san Pablo, os digo: "Estad siempre alegres en el Señor" (Ph 4,4), porque a la luz de la Pascua comprendemos el significado de lo que dice san Pablo: "Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Co 12, 10). Con la ayuda de Dios, no hay herida que no pueda convertirse en un manantial de vida nueva. Esta es la razón de nuestra esperanza; esta es la fuente de nuestra alegría.

4. Desde Waterford, donde nació en 1802, vuestra congregación se extendió por toda Irlanda, en la diáspora irlandesa y más allá. Ahora el número de vuestros miembros disminuye en algunos lugares, mientras que en otros aumenta. Y más allá de los confines de la Congregación, el movimiento Edmundo Rice está suscitando nuevas energías entre los laicos, hombres y mujeres, que comparten vuestro espíritu y vuestra obra. La llama de la fe encendida por vuestro fundador arde intensamente aún, y a vosotros corresponde garantizar que este "fuego sobre la tierra" (Lc 12,49) sea tan creativo ahora como lo fue en el pasado. En un tiempo en el que muchas culturas sufren una crisis de comunicación de los valores religiosos y morales a los jóvenes, la misión educativa confiada a vosotros es más importante que nunca. Pero es también más estimulante, porque este es un tiempo en que, como observó el Papa Pablo VI, la gente "escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos" (Evangelii nuntiandi EN 41). Habéis sido siempre excelentes maestros; ahora debéis ser más conocidos aún por vuestro testimonio valiente y gozoso de Cristo ante los jóvenes, en el momento en que la Iglesia emprende de nuevo "la gran aventura de la nueva evangelización" (cf. Novo millennio ineunte NM 58).

Mientras escucháis a Dios durante estos días del capítulo general -dando gracias por el pasado, procurando comprender el presente y planificando el futuro-, pido al Señor que derrame su Espíritu sobre vosotros de modos nuevos y eficaces. Encomendando la congregación de los Hermanos Cristianos a la protección amorosa de nuestra Señora del Perpetuo Socorro y a la intercesión de vuestro beato fundador, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de infinita misericordia en Jesucristo, que vive para siempre en nuestro corazón.








A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO


DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE GASTROENTEROLOGÍA


Sábado 23 de marzo de 2002



Ilustres señores y amables señoras:

1. Os dirijo de buen grado mi cordial saludo a todos los que participáis en este congreso que pretende sensibilizar a la opinión pública sobre el problema de la prevención del cáncer del aparato digestivo, con particular atención al cáncer de colon. Saludo, de modo especial, al profesor Alberto Montori, presidente de la Federación europea de enfermedades digestivas, y a cuantos han venido de diversas naciones para vuestro importante encuentro internacional.

Al mismo tiempo, expreso mi vivo aprecio a los organizadores del congreso, a los miembros del comité científico, a los delegados, a los moderadores, a los relatores, a los estudiosos y a todos los que trabajan para combatir esa enfermedad, en la que se concentra vuestra atención.
No podemos por menos de alegrarnos al constatar la creciente disponibilidad de recursos técnicos y farmacológicos, que permiten descubrir oportunamente en la mayor parte de los casos los síntomas del cáncer e intervenir así con más rapidez y eficacia. Os exhorto a no conformaros con los resultados obtenidos; es necesario continuar con confianza y tenacidad tanto en la investigación como en la terapia, utilizando los recursos científicos más avanzados. Ojalá que los jóvenes médicos sigan vuestro ejemplo y aprendan, gracias a vuestra ayuda, a recorrer este camino tan benéfico para la salud de todos.

2. Ciertamente, no se puede olvidar que el hombre es un ser limitado y mortal. Por tanto, es preciso acercarse al enfermo con un sano realismo, evitando crear en el que sufre el espejismo de que la medicina es omnipotente. Hay límites que son humanamente insuperables; en estos casos, es necesario saber acoger con serenidad la propia condición humana, que el creyente sabe leer a la luz de la voluntad divina. Esta se manifiesta también en la muerte, meta natural del curso de la vida en la tierra. Educar a la gente para que la acepte serenamente forma parte de vuestra misión.
La complejidad del ser humano exige además que, al proporcionarle los cuidados necesarios, no sólo se tenga en cuenta el cuerpo, sino también el espíritu. Sería presuntuoso contar entonces únicamente con la técnica. Desde este punto de vista, un ensañamiento terapéutico exasperado, incluso con la mejor intención, en definitiva no sólo sería inútil, sino que no respetaría plenamente al enfermo que ya ha llegado a un estadio terminal.

El concepto de salud, tan querido para el pensamiento cristiano, contrasta con una visión que la reduzca a puro equilibrio psíquico-físico. Esta visión, descuidando las dimensiones espirituales de la persona, terminaría por perjudicar su verdadero bien. Para el creyente, como escribí en el Mensaje para la VIII Jornada mundial del enfermo, la salud "se presenta como aspiración a una armonía más plena y a un sano equilibrio físico, psíquico, espiritual y social" (n. 13: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de agosto de 1999, p. 5). Jesús, en su enseñanza y testimonio, se mostró muy sensible a los sufrimientos humanos. Con su ayuda, también nosotros debemos esforzarnos por estar junto a los hombres de hoy para asistirlos y, si es posible, curarlos, sin olvidar jamás las exigencias de su espíritu.

86 3. Ilustres señores y amables señoras, realizáis un esfuerzo notable, con la ayuda de numerosos colaboradores y voluntarios, para informar a la opinión pública sobre las posibilidades de gozar de una salud mejor, regulando racionalmente los hábitos diarios y sometiéndose a controles preventivos periódicos. Me alegro por vuestro servicio y espero que vuestra profesión, siguiendo las normas deontológicas que la regulan, se inspire siempre en los valores éticos perennes, que le dan un sólido fundamento.

Informar a los ciudadanos con respeto y verdad, sobre todo cuando se encuentran en condiciones patológicas, constituye una auténtica misión para cuantos se ocupan de la salud pública. A ello quiere dar su propia contribución vuestro congreso, al que deseo pleno éxito. Asimismo, espero de corazón que haya una amplia respuesta al mensaje que queréis dar a conocer, para implicar a los medios de comunicación social en una eficaz campaña informativa.

De buen grado os acompaño con mi oración y, encomendando a Dios vuestro trabajo, os imparto de corazón mi bendición, que extiendo complacido a vuestros seres queridos y a los que cooperan con vosotros en esta alta misión humanitaria.






A LOS JÓVENES PARTICIPANTES


EN EL XXXV CONGRESO INTERNACIONAL UNIV


Lunes 25 de marzo de 2002



Amadísimos jóvenes:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido a Roma con ocasión de la ya tradicional cita romana del UNIV. Participaréis en los ritos de la Semana santa y realizaréis así una significativa experiencia religiosa. Doy gracias al Señor, que me brinda la oportunidad de encontrarme también este año con vuestra asociación, la cual reúne a jóvenes de diversas nacionalidades, que participan en las múltiples actividades formativas de la prelatura del Opus Dei. ¡Gracias por vuestra visita y bienvenidos a esta casa, que es vuestra casa!

2. Durante vuestra estancia en Roma queréis profundizar vuestra formación cristiana, y como tema habéis elegido tres palabras: estudio, trabajo yservicio.

El término "servicio" representa una clave de lectura para comprender los otros dos términos que lo preceden. En efecto, el estudio y el trabajo presuponen una actitud personal de disponibilidad y de entrega, que llamamos precisamente servicio. Se trata de la típica dimensión que debe caracterizar el modo de ser de la persona. Lo reafirma el concilio Vaticano II cuando dice que el hombre sólo puede encontrarse plenamente a sí mismo a través de la entrega sincera (cf. Gaudium et spes GS 24). Con esta apertura a los hermanos, queridos jóvenes, cada uno de vosotros perfecciona, también gracias al estudio y al trabajo, aspectos fundamentales de su propia misión, haciendo fructificar los talentos que Dios le ha dado generosamente.

¡Cuán útiles son, al respecto, las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, de cuyo nacimiento este año se celebra el centenario! Solía subrayar con frecuencia que a Jesús se le conoce en el Evangelio como carpintero (cf. Mc 6,3), más aún, como el hijo del carpintero (cf. Mt Mt 13,55). El Hijo de Dios, aprendiz en la escuela de José, no sólo consideró el trabajo manual como una fuente de subsistencia, por lo demás necesaria, sino también como un "servicio" a la humanidad, y de hecho lo transformó en un elemento integrante del designio salvífico. De este modo, es un ejemplo para nosotros, a fin de que cada uno, siguiendo su propia vocación, explote plenamente sus potencialidades, poniéndolas al servicio del prójimo.

3. Durante estos días de Semana santa, el misterio de la cruz domina la reflexión de los creyentes. Desde esta perspectiva podemos comprender mejor el valor del servicio, del trabajo y, para vosotros, queridos jóvenes, también del estudio. La cruz es símbolo de un amor que se hace entrega total y gratuita. ¿No testimonia la cruz el amor de Cristo a nosotros? La cruz es una silenciosa cátedra de amor, en la que se aprende a amar en serio. Al seguir a Cristo, Rey crucificado, los creyentes aprenden que "reinar" es servir buscando el bien de los demás, y descubren que en la entrega sincera de sí se expresa el sentido auténtico del amor. San Pablo nos repite que Jesús "nos amó y se entregó por nosotros" (cf. Ga Ga 2,20).

"Esta dignidad del trabajo -escribió el beato Escrivá- está fundada en el Amor". Y continuaba: "El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. (...) El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor" (Es Cristo que pasa, n. 48).

87 Cuando, fieles a este itinerario espiritual, os aplicáis seriamente al estudio y al trabajo, os convertís realmente en sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt Mt 5,13-14). Esta es la invitación que os dirige a vosotros, jóvenes, el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud: ser sal de la tierra y luz del mundo en la vida diaria.

Este camino no es fácil y, a menudo, está en contraste con la mentalidad de vuestros coetáneos. Ciertamente, implica ir contra corriente con respecto a comportamientos y modas que dominan en la actualidad.

4. Queridos muchachos y muchachas, que todo ello no os sorprenda, pues el misterio de la cruz lleva a un estilo de vida y de acción que no va de acuerdo con el espíritu de este mundo. A este respecto, el Apóstol advierte muy oportunamente: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12,2).

Resistid, queridos jóvenes de UNIV, a la tentación de la mediocridad y del conformismo. Sólo así podréis hacer de la vida un don y un servicio a la humanidad; sólo de este modo contribuiréis a aliviar las heridas y los sufrimientos de los numerosos pobres y marginados aún presentes en nuestro mundo tecnológicamente avanzado. Para ello, dejad que la ley de Dios os oriente hoy en el estudio y, en el futuro, en la actividad profesional. Así resplandecerá "vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

Para que todo esto sea posible es preciso poner en el primer lugar la oración, diálogo íntimo con Aquel que os llama a ser sus discípulos. Sed muchachos y muchachas de actividad generosa, pero, al mismo tiempo, de profunda contemplación del misterio de Dios. Haced que la Eucaristía sea el centro de vuestra jornada. En unión con el sacrificio de la cruz, que en ella se representa, ofreced el estudio y el trabajo, de modo que vosotros mismos seáis "sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (1P 2,5).

Junto a vosotros está siempre María, como estuvo junto a Jesús. A ella, Ancilla Domini y Sedes sapientiae, le encomiendo vuestros propósitos y anhelos. Por mi parte, os aseguro un constante recuerdo en la oración, a la vez que os deseo un fecundo Triduo pascual y una santa Pascua. Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a todos.







VIA CRUCIS EN EL COLISEO

Viernes Santo, 29 de marzo de 2002



"Adoramus te, Christe". Hoy, Viernes santo, en el centro de toda la liturgia se encuentra: "Adoramus te, Christe".

La Iglesia no pronuncia hoy las palabras sacramentales de la Eucaristía: "Hoc est corpus meum, quod pro vobis tradetur... Hic est enim calix Sanguinis mei, novi et aeterni testamenti, qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum".

La Iglesia canta: "Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit. Venite, adoremus. Adoramus te, Christe".

El centro de la liturgia de hoy es este. El vía crucis en el Coliseo nos lleva también a esto: "Per sanctam crucem tuam redemisti mundum; redemisti mundum".

88 Después de la muerte en cruz, el cuerpo de Cristo fue sepultado. Esta tumba, este sepulcro, cerca del Gólgota, se ha convertido en lugar de un misterioso cambio.

"Mors et vita duello conflixere mirando: dux vitae mortuus, regnat vivus".

Como Cristo había anunciado, "tertia die resurrexit". Así nosotros caminamos en esta jornada, en este Viernes santo, cerca del Gólgota, cerca de la tumba abierta, cerca de la tumba vacía, con gran esperanza.

Mañana, Sábado santo, es el día del silencio, de la misteriosa atención al manifestarse del misterio de la Resurrección. "Tertia die", el domingo por la mañana, el que fue crucificado y sepultado saldrá de la tumba.

"Mors et vita duello conflixere mirando: dux vitae mortuus, regnat vivus".

Y nosotros lo esperamos, "tertia die", el domingo por la mañana, como vencedor de la muerte, como Salvador del mundo.

"Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum".
Que el Señor nos inspire un profundo silencio y una profunda esperanza, para llegar a aquel momento, cuando las mujeres encuentren la tumba vacía: "No está aquí. Ha resucitado".

Resurrexit! "No está aquí". Resurrexit!

¡Alabado sea Jesucristo!


* * * * * * *


89 1. Crucem tuam adoramus, Domine!– ¡Adoramos tu Cruz, oh Señor!

Al final de esta sugestiva conmemoración de la pasión de Cristo, nuestra mirada queda fija en la Cruz. Contemplamos en la fe el misterio de la salvación, revelada por ella. Jesús muriendo ha quitado el velo de delante de nuestros ojos, y ahora la Cruz brilla en el mundo con todo su esplendor. El silencio pacificador de Aquel, que la maldad humana ha colgado en aquel Leño, comunica paz y amor. En la Cruz muere el Hijo del hombre, haciéndose cargo de todo sufrimiento humano e injusticia. En el Gólgota muere por nosotros Aquel que con su muerte redimió al mundo.

2. “Mirarán al que traspasaron” (
Jn 19,37)

En el Viernes Santo se cumplen las palabras proféticas que el evangelista Juan, testigo ocular, refiere con meditada precisión. Al Dios hecho hombre, que por amor aceptó el suplicio más humillante, lo contemplan multitudes de toda raza y cultura. Cuando los ojos son guiados por la intuición profunda de la fe, descubren en el Crucificado al “testigo” supremo del Amor.

En la Cruz Jesús reúne en un solo pueblo a judíos y paganos, manifestando la voluntad del Padre celeste de hacer de todos los hombres una única familia reunida en su nombre.

En el dolor agudo del Siervo sufriente se vislumbra ya el grito triunfante del Señor resucitado. Cristo en la Cruz es el Rey del nuevo pueblo rescatado del peso del pecado y de la muerte. Aunque el curso de la historia pueda aparecer convulso y confuso, nosotros sabemos que, caminando tras la huellas del Nazareno crucificado, alcanzaremos la meta. Entre las contradicciones de un mundo dominado a menudo por el egoísmo y el odio, nosotros, los creyentes, estamos llamados a proclamar la victoria del Amor. Hoy, Viernes Santo, testimoniamos la victoria de Cristo crucificado.

3. Crucem tuam adoramus, Domine!

Sí, te adoramos, Señor elevado en la Cruz entre la tierra y el cielo, Mediador único de nuestra salvación. ¡Tu Cruz es el estandarte de nuestra victoria!

Te adoramos, Hijo de la Virgen Santísima, erguida al pie de tu Cruz, con actitud valiente de compartir tu sacrificio redentor.

Por medio del Leño en el cual has sido crucificado ha venido al mundo entero la alegría – Propter Lignum venit gaudium in universo mundo. De esto somos hoy aún más conscientes, mientras nuestra mirada se proyecta hacia el prodigio inefable de tu resurrección. “¡Adoramos, Señor, tu Cruz, alabamos y glorificamos tu santa resurrección!”.

Con estos sentimientos, a todos, queridos Hermanos y Hermanas, dirijo una cordial felicitación pascual, que acompaño complacido con mi Bendición.







90                                                                                   Abril de 2002

                                              


A UN GRUPO DE JÓVENES DE RUÁN


Sábado 6 de abril de 2002



Queridos jóvenes de la archidiócesis de Ruán:

Me alegra daros una cordial bienvenida. Desde hace algunos días estáis realizando una peregrinación diocesana a Roma, aprovechando el tiempo para seguir a Cristo muerto y resucitado, que os invita a vivir su vida y a ser sus testigos. Saludo a los que os acompañan en vuestro itinerario, en particular a vuestro arzobispo, monseñor Joseph Duval, así como a los sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos presentes. Durante esta semana de encuentros, de oración y de visitas, os han ayudado a entrar en la intimidad de Jesús, para dejaros instruir por él.
Habéis descubierto que sois valiosos a los ojos del Señor, el cual confía en vosotros para que cada día seáis responsables de vuestra existencia y de las opciones que debéis hacer. Deseo vivamente que este tiempo de gracia os permita abrir cada vez más vuestro corazón a Cristo, para responder con confianza y generosidad a la llamada personal que os hace a cada uno y a cada una de vosotros. ¡No tengáis miedo de dejaros conquistar por el Señor! Él os ayudará a vivir con plenitud, puesto que quiere hacer de toda vuestra existencia algo hermoso.

Durante vuestras jornadas romanas, habéis podido descubrir la vida de las comunidades cristianas de los primeros siglos. Habéis conocido aún más a los apóstoles san Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia. Siguiendo su ejemplo, cuando volváis a vuestros hogares poneos regularmente a la escucha de la palabra de Dios, que cambia el corazón e impulsa a la audacia misionera. Dedicad tiempo a contemplar, en el secreto de la oración, el rostro de Aquel que dio su vida por sus amigos y que os invita a hacer lo mismo. Acoged esta vida que Cristo os ofrece plenamente en los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación. Entonces, seréis felices de ser testigos del Señor, que es el camino, la verdad y la vida. La luz del Resucitado os ayudará a hacer rodar las pesadas piedras del egoísmo, la violencia, el placer fácil y la desesperación, que con mucha frecuencia cierran el corazón de numerosos jóvenes, impidiendo la construcción estable de su ser interior y un auténtico compromiso en favor de la promoción de la paz, la justicia y la solidaridad. La Iglesia, pueblo de los creyentes del que sois miembros por el bautismo, os invita a acoger el tesoro del Evangelio, para vivirlo con plenitud y darlo a conocer con audacia. Ojalá que el testimonio de los que, entre vosotros, van a recibir el sacramento de la confirmación durante esta peregrinación, reavive en todos la gracia de vuestro bautismo. Así, como jóvenes centinelas de este nuevo milenio, deseosos de poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas, podréis avanzar sin miedo para convertiros en sal de la tierra y luz del mundo.

En este camino difícil, pero tan exaltante, de vuestra maduración humana, intelectual y espiritual, os acompaño con la oración, y, encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, que dijo "sí" a Dios, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros, así como a todos los que os acompañan y a vuestras familias.






A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL


Lunes 8 de abril de 2002



Queridos amigos en Cristo:

Con la alegría pascual de la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte me complace saludaros a vosotros, miembros de la Fundación Papal, durante vuestra peregrinación anual a Roma. "A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7).

91 Estas palabras del apóstol san Pablo nos recuerdan que nuestro mundo presenta muchas pruebas evidentes de la necesidad urgente que tiene la humanidad de la gracia y la paz de Dios. Aún se puede constatar las consecuencias dramáticas de los trágicos eventos del 11 de septiembre. La espiral de violencia y la hostilidad armada en Tierra Santa -la tierra donde nació, murió y resucitó nuestro Señor, una tierra considerada sagrada por las tres religiones monoteístas- se ha incrementado hasta alcanzar niveles inimaginables e intolerables. En todo el mundo hombres, mujeres y niños inocentes siguen sufriendo los estragos de la guerra, la pobreza, la injusticia y la explotación de todo tipo.

En efecto, vivimos diariamente una situación internacional muy difícil. Pero la victoria del Señor y su promesa de permanecer con nosotros "hasta el fin del mundo" (
Mt 28,20) son faros de luz que nos iluminan para afrontar con valentía y confianza los desafíos que se nos presentan. La Fundación Papal, gracias a la generosidad de muchas personas, permite realizar obras necesarias en nombre de Cristo y de su Iglesia. Por eso os estoy muy agradecido: con vuestro apoyo, el mensaje pascual de alegría, esperanza y paz se proclama más ampliamente.

Os aseguro que vuestro amor y vuestra adhesión a la Iglesia y al Sucesor de Pedro son muy apreciados. Mientras seguimos avanzando juntos por el camino de luz, os aliento a continuar en vuestro generoso compromiso, de forma que "los hombres vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Dios" (cf. Mt Mt 5,16). Encomendándoos a la intercesión de la santísima Virgen María, de la que todos somos hijos (cf. Novo millennio ineunte NM 58), os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a vuestras familias como prenda de alegría y de paz en el Salvador resucitado.






AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA FEDERAL


DE YUGOSLAVIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 11 de abril de 2002



Señor embajador:

1. Me complace darle la bienvenida al Vaticano al comienzo de su misión como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Yugoslavia ante la Santa Sede. Al aceptar sus cartas credenciales, le agradezco sus amables palabras, y le pido que transmita al presidente, doctor Vojislav Kostunica, mis más cordiales saludos y la seguridad de mis oraciones por el bien de la nación en este importante y complejo período de su historia.

2. El conflicto que tuvo lugar en su país, como usted sabe, dejó "daños materiales y morales", con la necesidad de reconstruir toda la sociedad. Me agrada observar que ese proceso largo y difícil ya se ha iniciado en Serbia y en Montenegro. Pero para que este proceso se concluya con éxito, se requieren gran determinación y paciencia por parte del pueblo, y una continua solidaridad desde fuera de sus fronteras.

En primer lugar, es necesaria la reconciliación dentro de la misma Yugoslavia, para que todos trabajen juntos, respetando las diferencias de los demás, a fin de reconstruir la sociedad y el bien común. Esto nunca es fácil, y resulta más arduo aún en el caso de Yugoslavia, a causa de la inestabilidad y los conflictos que se sucedieron tras el colapso del antiguo régimen basado en el materialismo ateo.

Mientras prosigue el proceso de reconciliación y en realidad de auténtica pacificación, es necesario dejar a un lado la introversión étnica y nacionalista y, además, construir una nación cuyas instituciones democráticas, al mismo tiempo que sostienen la unidad, aseguren que todos sus pueblos, especialmente las minorías, participen de manera activa y equitativa en la vida política y económica de sus comunidades.

3. Mirando más lejos, es importante proseguir el proceso de reconciliación en toda la región de los Balcanes, y rechazar definitivamente todo recurso a la violencia como medio para resolver los conflictos. A lo largo de su historia, su país ha conocido mejor que ningún otro que la violencia engendra más violencia, y que sólo el diálogo puede romper esa espiral letal. Las diferencias étnicas y religiosas en la región son reales, y muchos de los antagonismos tienen profundas raíces históricas, las cuales a veces hacen que la perspectiva de una paz verdadera y duradera parezca remota.

En mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, observé que "en el pasado las diferencias entre las culturas han sido a menudo fuente de incomprensiones entre los pueblos y motivo de conflictos y guerras" (n. 8); sin embargo, insistí a continuación en que el "diálogo entre las culturas [es] un instrumento privilegiado para construir la civilización del amor", y que este diálogo "se apoya en la certeza de que hay valores comunes a todas las culturas, porque están arraigados en la naturaleza de la persona" (ib., 16). Entre estos valores universales mencioné la solidaridad, la paz, la vida y la educación, los cuales para los pueblos de Yugoslavia son faros que iluminan su camino hacia el futuro. Quisiera recordar también mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, que destaca el perdón como valor fundamental, porque no hay paz sin justicia, y no hay justicia sin perdón; y los numerosos "corazones heridos", que usted ha mencionado, sólo sanarán verdaderamente si hay perdón y reconciliación.


Discursos 2002 83