Discursos 2002 92

92 La necesidad de construir puentes se extiende, más allá de la región de los Balcanes, a toda Europa. Los esfuerzos del continente para formar un nuevo tipo de unidad, como usted ha observado, requieren "la total integración de Europa sudoriental en una nueva estructura política, económica y cultural". Europa necesita a las naciones de los Balcanes, y ellas a Europa. Se trata de una realidad que los recientes conflictos han podido oscurecer, pero en la que insisten la historia y la cultura.

4. La Iglesia católica, fiel a los principios espirituales y éticos de su misión universal, no busca promover ningún estrecho interés ideológico o nacional, sino el pleno desarrollo de todos los pueblos, con particular atención a la solidaridad con los más necesitados. Por eso la Iglesia, gracias a su tradición de comunión y a su larga experiencia en compaginar las diferencias, está profundamente comprometida, mediante su actividad religiosa y cultural, a cooperar con Yugoslavia para desarrollar una democracia madura con perspectivas de futuro, basada en el respeto de la dignidad, la libertad y los derechos de toda persona humana.

Es importante que todos reconozcan que en una situación como la que afronta su país, la religión no es la raíz del problema, sino una parte esencial de su solución. En la reciente Jornada de oración por la paz, en Asís, puse de relieve que "las religiones están al servicio de la paz", y a ellas les corresponde "difundir entre los hombres de nuestro tiempo una renovada conciencia de la urgencia de construir la paz" (Discurso, 24 de enero de 2002, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de febrero de 2002, p. 6). Por eso me complace que se haya vuelto a introducir la educación religiosa en las escuelas de Serbia, porque brinda una oportunidad especial para enseñar a los jóvenes los valores universales que están arraigados en la naturaleza de la persona y, en última instancia, en Dios. De esta manera, los ciudadanos se forman en un auténtico humanismo y en una auténtica cultura de paz. La educación religiosa también abre a los jóvenes a la trascendencia, de modo que les resulta más difícil recaer en el mundo alienante del ateísmo materialista.

5. Señor embajador, al entrar en la comunidad de los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, le aseguro la plena colaboración de los diversos dicasterios de la Curia romana. Que su misión sirva para fortalecer los vínculos de amistad y cooperación entre su Gobierno y la Santa Sede; y que estos vínculos contribuyan en gran medida al bienestar de su nación en este tiempo decisivo.
Sobre su excelencia y sobre los amados habitantes de la República federal de Yugoslavia invoco las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.






A LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES


Jueves 11 de abril de 2002



Señor presidente;
excelencia;
señoras y señores académicos:

1. Me alegra acogeros con ocasión de la VIII asamblea plenaria de la Academia pontificia de ciencias sociales. Saludo en particular al señor Edmond Malinvaud, vuestro presidente, al que expreso mi gratitud por las palabras que acaba de dirigirme en nombre de todos vosotros, y doy las gracias también a monseñor Marcelo Sánchez Sorondo y a todas las personas que coordinan los trabajos de vuestra academia. Con vuestras competencias, habéis elegido proseguir vuestra reflexión sobre los temas de la democracia y la globalización, iniciando así la investigación sobre la cuestión de la solidaridad entre las generaciones. Esta reflexión es valiosa para el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, para la educación de los pueblos y para la participación de los cristianos en la vida pública, en todas las instancias de la sociedad civil.

2. Vuestro análisis pretende también esclarecer la dimensión ética de las opciones que los responsables de la sociedad civil y todo hombre tienen que realizar. La creciente interdependencia entre las personas, las familias, las empresas y las naciones, así como entre las economías y los mercados -interdependencia que se suele llamar globalización-, ha cambiado el sistema de las interacciones y de las relaciones sociales. Aunque entraña aspectos positivos, también conlleva amenazas inquietantes, sobre todo el aumento de las desigualdades entre las economías poderosas y las dependientes, entre las personas que se benefician de nuevas oportunidades y las que son excluidas. Así pues, esto invita a pensar de un modo nuevo la cuestión de la solidaridad.

93 3. Desde esta perspectiva, y con el alargamiento progresivo de la vida humana, la solidaridad entre las generaciones debe ser objeto de gran atención, con una solicitud particular por los miembros más débiles, los niños y las personas ancianas. Antes, la solidaridad entre las generaciones era en numerosos países una actitud natural por parte de la familia; ahora se ha convertido también en un deber de la comunidad, que debe ejercerlo con espíritu de justicia y equidad, velando para que cada uno tenga su justa parte en los frutos del trabajo y viva dignamente en cualquier circunstancia.
Con el progreso de la era industrial, se ha visto que algunos Estados adoptaban sistemas de ayuda a las familias, principalmente por lo que concierne a la educación de los jóvenes y al sistema de pensiones. Conviene que se desarrolle la actitud de hacerse cargo de las personas a través de una verdadera solidaridad nacional, para que nadie se vea excluido sino que todos tengan acceso a la seguridad social. No se puede por menos de alegrarse de estos avances, aunque sólo se beneficie de ellos una pequeña parte de los habitantes del planeta.

Con este espíritu, corresponde en primer lugar a todos los responsables políticos y económicos emplear todos los medios posibles para que la globalización no se realice en detrimento de los más necesitados y de los más débiles, ensanchando aún más la brecha entre pobres y ricos, entre naciones pobres y ricas. Invito a los que tienen funciones de gobierno y a los responsables de la vida social a ser particularmente solícitos, reflexionando para tomar decisiones a largo plazo y crear equilibrios económicos y sociales, sobre todo para la puesta en práctica de sistemas de solidaridad que tengan en cuenta las transformaciones causadas por la globalización y eviten que estos fenómenos empobrezcan cada vez más a importantes sectores de ciertas poblaciones, o incluso de países enteros.

4. A escala mundial, es preciso programar y poner en práctica opciones colectivas a través de un proceso que favorezca la participación responsable de todos los hombres, llamados a construir juntos su futuro. Desde esta perspectiva, la promoción de modos democráticos de gobierno permite implicar a toda la población en la gestión de la res publica, "sobre la base de una recta concepción de la persona humana" (Centesimus annus
CA 46) y respetando los valores antropológicos y espirituales fundamentales. La solidaridad social supone salir de la simple búsqueda de intereses particulares, que deben valorarse y armonizarse "según una equilibrada jerarquía de valores y, en última instancia, según una exacta comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona" (ib., 47). Así pues, conviene esforzarse por educar a las generaciones jóvenes en un espíritu de solidaridad y en una verdadera cultura de apertura a lo universal y de atención a todas las personas, independientemente de su raza, cultura o religión.

5. Los responsables de la sociedad civil son fieles a su misión cuando buscan ante todo el bien común, respetando plenamente la dignidad del ser humano. La importancia de las cuestiones que afrontan nuestras sociedades y de los desafíos del futuro debe impulsar a todos a buscar este bien común para un crecimiento armonioso y pacífico de las sociedades, así como para el bienestar de todos. Invito a los organismos de regulación que están al servicio de la comunidad humana, como las organizaciones intergubernamentales o internacionales, a apoyar, con rigor, justicia y comprensión, los esfuerzos de las naciones con vistas al "bien común universal". Así se asegurarán poco a poco las modalidades de una globalización no impuesta, sino controlada.

En realidad, corresponde a la esfera política regular los mercados y someter las leyes del mercado a las de la solidaridad, para que las personas y las sociedades no queden a merced de todo tipo de cambios económicos y estén protegidas de las sacudidas vinculadas a la falta de regulación de los mercados. Por tanto, aliento una vez más a los protagonistas de la vida social, política y económica a desarrollar las posibilidades de la cooperación entre personas, empresas y naciones, para que la gestión de la tierra se realice teniendo en cuenta a las personas y a los pueblos, y no exclusivamente el lucro. Los hombres están llamados a salir de su egoísmo y a mostrarse más solidarios. Ojalá que la humanidad de hoy, en su camino hacia una unidad, una solidaridad y una paz mayores, transmita a las generaciones futuras los bienes de la creación y la esperanza en un futuro mejor.

Renovándoos la seguridad de mi estima y mi agradecimiento por el servicio que prestáis a la Iglesia y a la humanidad, invoco sobre vosotros la asistencia del Señor resucitado y, de todo corazón, os imparto la bendición apostólica a vosotros, así como a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL 750° ANIVERSARIO


DEL MARTIRIO DE SAN PEDRO DE VERONA




Al venerado hermano
señor cardenal

CARLO MARIA MARTINI

Arzobispo de Milán

1. He sabido con alegría que la Iglesia ambrosiana y la Orden de Frailes Predicadores se preparan para celebrar el 750° aniversario del martirio de san Pedro de Verona, religioso dominico, asesinado por la fe juntamente con su hermano fray Domingo el 6 de abril de 1252, sábado in albis, cerca de Seveso, mientras se dirigía a Milán para emprender una nueva misión de evangelización y de defensa de la fe católica.

94 Este aniversario, que también este año coincide con el sábado después de Pascua, nos impulsa a considerar con admirado reconocimiento la figura y la obra de este santo que, conquistado por Cristo, hizo de su vida la realización de las palabras del apóstol san Pablo: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16) y obtuvo con el martirio la gracia de la configuración plena con la víctima pascual.

En esta singular y feliz circunstancia, me uno a la alegría de la archidiócesis de Milán, que, beneficiada por su fervorosa actividad, promovió a su tiempo su canonización y conserva sus restos mortales y el lugar de su martirio. También me uno cordialmente a los beneméritos hijos de santo Domingo, que en él honran a su primer hermano mártir, modelo singular también para los consagrados y para los cristianos de nuestro tiempo.

2. Durante toda su vida, san Pedro de Verona se distinguió por la defensa de la verdad expresada en el "Credo" o Símbolo de los Apóstoles, que empezó a rezar a la edad de siete años, aunque había nacido en el seno de una familia imbuida de la herejía cátara, y siguió proclamándolo "hasta el instante supremo" (cf. Bullarium Romanum, III, Augustae Taurinorum 1858, p. 564). La fe católica que recibió en su infancia lo preservó de los peligros del ambiente universitario de Bolonia, a donde fue para cursar los estudios académicos y donde se encontró con santo Domingo, de quien se convirtió en fervoroso discípulo, viviendo después, en la Orden de Frailes Predicadores, el resto de su existencia.

Tras la ordenación sacerdotal, diversas ciudades de la Italia septentrional, de Toscana, de Romaña y de La Marca Anconitana, así como la misma Roma, fueron testigos de su celo apostólico, que se manifestaba principalmente a través del ministerio de la predicación y de la reconciliación. Prior de los conventos de Asti, Piacenza y Como, extendió su solicitud pastoral a las monjas de clausura, para las cuales fundó el monasterio dominicano de San Pedro en Campo Santo, en Milán.

Ante los daños causados por la herejía, se consagró con esmero a la formación cristiana de los laicos, haciéndose promotor, tanto en Milán como en Florencia, de sociedades dedicadas a la defensa de la ortodoxia, a la difusión del culto a la santísima Virgen María y a las obras de misericordia. En Florencia entabló una profunda amistad espiritual con los siete santos fundadores de los Siervos de María, de quienes fue valioso consejero.

3. El 13 de junio de 1251, mi venerado predecesor, Inocencio IV, le confió, siendo prior en Como, el mandato especial de luchar contra la herejía cátara en Cremona, y, en el otoño sucesivo, lo nombró inquisidor para las ciudades y los territorios de Milán y de la misma Como.

El santo mártir comenzó así su última misión, que lo llevaría a morir por la fe católica. Para cumplir ese importante encargo, intensificó la predicación, anunciando el Evangelio de Cristo y explicando la sana doctrina de la Iglesia, sin preocuparse de las reiteradas amenazas de muerte que le llegaban de muchas partes.

El celo misionero y la obediencia lo llevaron a menudo a la sede de san Ambrosio, donde ante grandes multitudes exponía los misterios del cristianismo, sosteniendo numerosas disputas públicas contra los jefes de la herejía cátara. Su predicación, fundada en un sólido conocimiento de la Escritura, iba acompañada por un ardiente testimonio de caridad y confirmada por milagros. Con su infatigable acción apostólica suscitaba por doquier fervor espiritual, estimulando un auténtico florecimiento de la vida cristiana.

Por desgracia, el 6 de abril de 1252, mientras se dirigía desde Como, donde había celebrado la Pascua con su comunidad, a Milán con el propósito de proseguir la misión que le había encomendado el Vicario de Cristo, fue asesinado por un sicario reclutado por los herejes, que lo hirió en la cabeza con un alfanje, en Seveso, en el territorio de Farga, que después tomó el nombre del mártir y donde hoy se encuentran el santuario y la parroquia dedicados a él.

4. Santa Catalina de Siena afirma que, con el martirio, el corazón de este insigne defensor de la fe, ardiente de caridad divina, siguió irradiando "luz en las tinieblas de las numerosas herejías". Su mismo asesino, Carino de Bálsamo, al que perdonó, se convirtió y vistió a continuación el hábito dominicano. Es conocida, asimismo, la amplia e intensa conmoción que suscitó ese cruel asesinato: no sólo tuvo eco en la Orden dominicana y en la diócesis de Milán, sino también en Italia y en toda la Europa cristiana. Las autoridades milanesas, haciéndose intérpretes de la veneración unánime al mártir, solicitaron al Papa Inocencio IV su canonización, la cual tuvo lugar en Perusa, poco antes de cumplirse un año de su muerte, en marzo de 1253. En la bula, con la que lo inscribió en el catálogo de los mártires, mi venerado predecesor elogiaba su "devoción, humildad, obediencia, benignidad, piedad, paciencia y caridad", y lo presentaba como "amante ferviente de la fe, su cultivador eximio y, más aún, su ardiente defensor".

El culto en honor de san Pedro de Verona se difundió rápidamente a través de la Orden dominicana entre el pueblo cristiano, como testimonian numerosas obras de arte que evocan su fe intrépida y su martirio. Un testimonio singular de esta incesante devoción lo ofrecen el santuario de Seveso y la basílica de San Eustorgio, en Milán, donde, desde el 7 de abril de 1252, descansan los venerados restos mortales de este insigne mártir.

95 El Sumo Pontífice san Pío V quiso dedicarle una artística capilla en la torre Pía, que hoy forma parte de los Museos vaticanos. En ella, mi santo predecesor celebraba a menudo el sacrificio eucarístico. Desde 1818, san Pedro de Verona acompaña y sostiene, con su protección celestial, la formación de los seminaristas ambrosianos, pues desde aquella fecha, en el antiguo convento de Seveso, anejo al santuario que recuerda su martirio, tiene su sede una comunidad del seminario diocesano.

5. A 750 años de su muerte, san Pedro de Verona, fiel discípulo del único Maestro, buscado continuamente en el silencio y en la contemplación, anunciado incansablemente y amado hasta la entrega suprema de la vida, exhorta a los cristianos de nuestro tiempo a superar la tentación de una adhesión tibia y parcial a la fe de la Iglesia. Invita a todos a centrar, con renovado compromiso, la existencia en Cristo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte
NM 29). San Pedro indica y vuelve a proponer a los creyentes el camino de la santidad, el "alto grado de la vida cristiana ordinaria", para que la comunidad eclesial, las personas y las familias se orienten siempre en esa dirección (cf. ib., 31). Todo cristiano, siguiendo su ejemplo, se siente animado a resistir a los halagos del poder y de la riqueza para buscar ante todo "el reino de Dios y su justicia" (Mt 6,33), y para contribuir a la instauración de un orden social que responda cada vez más a las exigencias de la dignidad de la persona.

En una sociedad como la actual, donde se advierte con frecuencia una inquietante ruptura entre Evangelio y cultura, drama recurrente en la historia del mundo cristiano, san Pedro de Verona testimonia que esta brecha sólo puede colmarse cuando los diversos componentes del pueblo de Dios se comprometen a ser "lámparas" que brillan en el candelero, orientando a los hermanos hacia Cristo, que da sentido último a la búsqueda y a las expectativas del hombre.

Expreso mis mejores deseos de que las celebraciones programadas en honor de este ejemplar hijo de santo Domingo sean ocasión de gracia, de fervor espiritual y de renovado compromiso de anunciar con valentía y alegría siempre nueva el Evangelio.

Con estos deseos, le imparto a usted, venerado hermano, a la amada archidiócesis de Milán, a cuantos están preparándose para el sacerdocio en el seminario dedicado al santo mártir, a la Orden de Frailes Predicadores y a todos los que se encomiendan a la celestial intercesión de san Pedro de Verona, la implorada bendición apostólica.

Vaticano, 25 de marzo de 2002






A LA MISIÓN CIUDADANA DE LATINOAMÉRICA EN ROMA


Sábado 13 de abril de 2002



Queridos Hermanos y Hermanas de Latinoamérica en Roma:

1. Me complace tener este encuentro, que me da la oportunidad de saludaros personalmente, con ocasión de la Misión Ciudadana promovida por la diócesis de Roma para vuestras comunidades.

Habéis solicitado esta audiencia para reafirmar vuestra devoción al Sucesor de Pedro, bella expresión de la fe propia de vuestras Naciones de origen. Os doy a todos mi más cordial bienvenida. Saludo de manera particular al Cardenal Vicario Camillo Ruini, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido.

Saludo y agradezco a los Señores Cardenales, a los Arzobispos y Obispos Latinoamericanos que han querido estar presentes, al Vicegerente, a los responsables de la Migrantes diocesana y al Capellán de vuestra comunidad, que han preparado y promovido la misión, así como a tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y misioneros laicos que han apoyado la iniciativa desde sus comienzos hasta la conclusión.

96 2. "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28).

Esta es la invitación suave y firme del Salvador, que la misión ha hecho resonar en estos meses en el alma de tantos inmigrantes latinoamericanos. El cansancio y el desánimo de quien se siente oprimido, débil e indefenso, encuentran alivio en el encuentro de fe con el Señor, porque Él carga con nuestras penas y miserias más profundas, haciendo renacer el vigor y la esperanza para seguir viviendo. Aprendiendo de Él, manso y humilde de corazón, y siguiendo la vía de su Evangelio, podemos encontrar paz y serenidad también en los momentos más costosos y difíciles, porque su yugo es suave y su carga ligera (cf. Mt Mt 11,28-29). Se trata de una vivencia singular de amor y de misericordia que vosotros, queridos hermanos y hermanas latinoamericanos, habéis experimentado tantas veces en vuestras comunidades de origen, donde la fe en Cristo Salvador marca profundamente la vida personal y familiar, así como la cultura de vuestros Países.

Conservad con celo, testimoniándolo también aquí, en la tierra de emigración, el apego a vuestro patrimonio de fe y de cultura, rico de valores espirituales y de tradiciones religiosas que se expresan en el canto y en las fiestas, en la danza y en el atuendo, en las peregrinaciones y en la devoción popular a las imágenes del Señor, de la Virgen y de los Santos Patronos, como habéis manifestado con gran gozo y unidad durante esta misión.

Yo mismo, con ocasión de mis visitas a vuestros Países del querido Continente Latinoamericano, he podido experimentar directamente el calor, el entusiasmo y la alegría que la fe católica desencadena en el corazón de las personas, de las familias y de los jóvenes.

Este es el tesoro más preciado que cada uno de vosotros posee en lo más íntimo de sí y que da cohesión a vuestra unidad y solidaridad. La misión lo ha recalcado vigorosamente a todos los latinoamericanos a través del generoso compromiso de los misioneros -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- que han llevado el Evangelio de Marcos a las casas, a las cárceles y hospitales, por las calles y a cualquier lugar donde podría encontrarse un hermano o hermana emigrado.

A ellos les doy las gracias de todo corazón, a la vez que les invito a proseguir con empuje esta obra de acercamiento capilar a los propios compatriotas, para hacer sentir a cada uno de ellos el amor de Cristo y el abrazo materno de la Iglesia, ofreciendo la posibilidad de consolidar la fe y la solidaridad con la propia comunidad étnica presente en la ciudad.

La misión ha reservado una atención particular a los jóvenes, a los que me dirijo para invitarles a que se hagan promotores de la evangelización entre sus coetáneos y en su comunidad. Os renuevo también a vosotros, queridos jóvenes latinoamericanos, la invitación del Señor, que preside la próxima Jornada mundial de Toronto: ¡sed la sal de la tierra y la luz del mundo! Junto con los jóvenes de la Diócesis esforzaos por mantener vivo el anuncio del Evangelio en la ciudad y en el mundo juvenil, dando testimonio de la alegría que nace del encuentro con Jesucristo y con su Iglesia.

3. La misión ha podido aprovechar el eficaz apoyo de los centros pastorales que desde hace años operan en la ciudad y que procuran atender las necesidades espirituales y humanas de los inmigrantes, promoviendo la catequesis, las celebraciones litúrgicas y sacramentales, y brindando todo tipo de ayuda necesaria para afrontar las dificultades que el inmigrante encuentra para satisfacer sus necesidades primarias, desde el trabajo a la casa o al servicio sanitario. Estos centros han surgido principalmente en el seno de Parroquias donde párrocos y sacerdotes diligentes han abierto generosamente las puertas de la comunidad a tantos hermanos y hermanas inmigrantes, dándoles hospitalidad y apoyo material y espiritual.

La misión ha querido valorar estos centros, que espero que se multipliquen, favoreciendo la necesaria integración de vuestras comunidades étnicas con las comunidades cristianas y civiles de Roma, para un intercambio mutuo de dones espirituales y culturales. Vuestra presencia y vuestro servicio es muy apreciado por el empeño con que realizáis vuestro trabajo, especialmente con tantos ancianos, en las casas y en otros ámbitos de la vida social.

Hago los mejores votos para que la misión haga crecer este espíritu de acogida y de mutua comunión, y que cada inmigrado sea considerado no como extranjero o huésped, sino como persona portadora de valores humanos, culturales y religiosos, que enriquecen la sociedad y la Iglesia local. Para ello es preciso que se reconozca a cada uno los derechos fundamentales de toda persona y, en particular, la posibilidad de la reunificación familiar y el conjunto de condiciones de vida y de trabajo necesarias para llevar una existencia digna y serena en la sociedad.

4. Venid a mí ... y yo os aliviaré.

97 Sí, queridos hermanos y hermanas latinoamericanos, acojamos con gozo la invitación del Señor. Acudamos a Él sin temor y con confianza. Confirmemos que sólo Él es nuestra esperanza.

Llevemos a todos, con el anuncio y el testimonio, esta consoladora palabra del Salvador, sobre todo a los que, lejos de su tierra y su familia, sufren situaciones de desorientación y desánimo en el campo de la fe y la vida cristiana. Que la misión prosiga su compromiso de mantener viva en el corazón de cada hermano y hermana inmigrado la fe en Cristo, la luz de su Evangelio, la solidaridad con los más pobres y necesitados, la voluntad de consolidar la comunión y la unidad entre todos los latinoamericanos y las comunidades cristianas de la ciudad.

Confiemos los frutos de la misión a la Virgen María, Señora de Guadalupe, dulce madre de todo latinoamericano, Señora y patrona del Continente.






A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON


EN LA BEATIFICACIÓN


Lunes 15 de abril de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al día siguiente de la proclamación de seis nuevos beatos, me alegra encontrarme nuevamente con todos vosotros, que habéis venido a Roma para participar en esta solemne celebración eclesial. En este clima de fiesta, en sintonía con el júbilo pascual, queremos contemplar una vez más las maravillas realizadas por el Señor a través de la vida y de la actividad de los nuevos beatos: Cayetano Errico, Ludovico Pavoni, Luis Variara, María Romero, Artémides Zatti y María del Tránsito de Jesús Sacramentado. Queremos profundizar su espiritualidad y acoger su ejemplo, para seguirlos en su generoso camino hacia la santidad.

2. Me dirijo ante todo a vosotros, amadísimos Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, y a cuantos comparten con vosotros la alegría por la beatificación de Cayetano Errico, apóstol del amor misericordioso de Dios y mártir del confesonario.

¡Cuánta necesidad tiene nuestra época de personas que anuncien la ternura y el perdón de Dios a los pecadores, en particular mediante el sacramento de la penitencia! En el secreto del confesonario se confía a los sacerdotes un gran ministerio, como reafirmé en la carta que dirigí a todos los sacerdotes con ocasión del Jueves santo: "El buen Pastor -les escribí-, mediante el rostro y la voz del sacerdote, se hace cercano a cada uno, para entablar con él un diálogo personal hecho de escucha, de consejo, de consuelo y de perdón" (n. 9).

A los jansenistas, que insistían demasiado en la justicia de Dios, infundiendo en las almas miedo y desaliento, Cayetano Errico contraponía el anuncio de la misericordia divina. No se cansaba de exhortar a los sacerdotes: "Si vienen almas llenas de culpas graves, animadlas a levantarse, impulsadlas a la confianza, decidles que el Señor las perdonará a todas, si se arrepienten de corazón". ¡Cuánto habla aún hoy al corazón del hombre el amor misericordioso de Dios, que estimula a vencer el mal, el sufrimiento, la injusticia y el pecado!

3. Os saludo cordialmente a vosotros, amadísimos Hijos de María Inmaculada, que, juntamente con toda la comunidad eclesial, os alegráis por la beatificación de vuestro fundador, Ludovico Pavoni. El nuevo beato supo elaborar, siguiendo la secular tradición de Brescia, un método educativo que se basa en los medios típicos de la pedagogía preventiva, como la religión y la razón, el amor y la dulzura, la vigilancia y el conocimiento.

Logró organizar un modelo de instrucción y de formación para el trabajo, que fue el preludio de las modernas escuelas profesionales, introduciendo reformas que anticiparon proféticamente la doctrina social de la Iglesia, expresada después en la Rerum novarum de León XIII. Pero ¿cuál fue el secreto de una actividad tan intensa? Él mismo nos lo recuerda: "En la fe bien meditada encuentra apoyo muy seguro la voluntad y el corazón, poniendo toda nuestra confianza en Dios. La firme esperanza mantiene la verdadera humildad... La caridad bien encendida en el corazón hará sentir vivamente los intereses de Dios y del prójimo".

98 4. Me alegra saludar también a los peregrinos italianos que han venido a Roma para la beatificación de don Luis Variara y del coadjutor salesiano Artémides Zatti. Me uno a la alegría de las parroquias de Viarigi, en la diócesis de Asti, y de Boretto, en la diócesis de Reggio Emilia, por la exaltación de los hijos de su tierra.

5. Saludo ahora con gran afecto a los peregrinos latinoamericanos, especialmente de Costa Rica, Nicaragua, Colombia y Argentina, venidos para participar con júbilo en la solemne ceremonia de la beatificación del padre Luis Variara, sor María Romero y Artémides Zatti, todos ellos salesianos, y de la madre María del Tránsito de Jesús Sacramentado Cabanillas, argentina y fundadora de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas.

La gran familia salesiana añade ahora a la legión de santos y beatos salesianos tres nuevos nombres.

Su vida no quedó escondida dentro de los muros de su comunidad religiosa. Se ha manifestado con sus obras y ha llegado a tantos hombres y mujeres, niños y jóvenes, que les conocieron y se beneficiaron de su labor apostólica inspirada en las enseñanzas de don Bosco.

El padre Luis Variara se presenta a nuestros ojos enriqueciendo el carisma salesiano, al que siempre fue fiel, con una nueva dimensión, la de fundador de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, con la intención de ser paño de lágrimas de los más segregados y a veces olvidados de la sociedad. Su vida invita a tender una mano a todos, a no despreciar a nadie, a ser acogedor. Hoy Colombia, donde vivió y dio lo mejor de sí con la ayuda de la gracia de Dios, puede encontrar en los ejemplos de este testigo de Jesucristo una ayuda para superar la dura situación que vive desde hace tantos años y encaminarse hacia una sociedad más fraterna y solidaria.

6. El coadjutor Artémides Zatti sembró en las tierras de Viedma, con su incesante y alegre actividad en favor de los enfermos, la misericordia que Jesús nos invitó a practicar: "Estuve enfermo y me visitasteis" (
Mt 25,36). Su carácter jovial y su especial competencia, unidos a una disponibilidad sin límites, le hicieron acreedor de la simpatía y aprecio de sus contemporáneos, lo cual ha de pervivir hoy con una disposición a imitar sus valiosos ejemplos, favoreciendo en todos los profesionales del campo de la salud una renovada actitud de servicio al enfermo que lleve a primar su condición de persona, provista de unos derechos inalienables.

De sor María Romero atrae su servicio a los pobres, con creatividad y eficacia. Las obras que ella fundó para promover la vida cristiana de los más necesitados y aliviar la situación de necesidad por la que pasaban tantos habitantes de San José y su periferia subsisten hoy en día y continúan dando motivos de fundada esperanza por medio de gestos de solidaridad hacia los más pobres. Que no llegue a faltar nunca este servicio que tanto honor da a la Iglesia de Cristo.

7. La populosa ciudad de Córdoba, en Argentina, fue testigo privilegiado de la santidad de vida de la beata madre María del Tránsito de Jesús Sacramentado Cabanillas. Su vida es un canto a las maravillas que Dios realiza en los acontecimientos comunes de la vida cotidiana. Sin espectaculares manifestaciones, esta nueva beata recorrió el camino de la santidad captando en cada momento la cercanía de Jesús y su invitación a seguirle hasta las últimas consecuencias.

Interrogándose seriamente sobre lo que Dios quería de ella, descubrió su vocación franciscana y la inspiración de un proyecto de vida religiosa que se ocupara de ayudar a la mujer a desempeñarse en la experiencia de fe. Supo ser firme y, a la vez, paciente y comprensiva, abrazar la cruz en las dificultades y permanecer en humilde silencio aun cuando sobre ella pesaban graves humillaciones y desprecios. Que su testimonio sirva de ejemplo a tantos compatriotas suyos que en la hora presente han de seguir con entusiasmo su vida de cristianos y ciudadanos, sin caer en la tentación del desánimo o, lo que sería peor, con espíritu de rivalidad o de revancha.

8. Amadísimos hermanos y hermanas, ¡qué espléndida compañía nos ofrece el Señor en estos nuevos beatos! Mientras admiramos sus ejemplos de santidad, esforcémonos por seguir sus huellas, para ser también nosotros testigos valientes del Evangelio.

La Virgen María, Madre de la Iglesia y Reina de todos los santos, os guíe y proteja siempre a lo largo de vuestro camino. Os acompañe también la bendición, que con afecto os imparto a vosotros, aquí presentes, a vuestras familias, a vuestras comunidades de proveniencia y a todos vuestros seres queridos.






Discursos 2002 92