Discursos 2002 122

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A MONSEÑOR GIUSEPPE VERUCCHI,


ARZOBISPO DE RÁVENA-CERVIA (ITALIA)




Al venerado hermano

GIUSEPPE VERUCCHI

Arzobispo de Rávena-Cervia

1. Este año se celebra el milenario de la construcción de la primera iglesia dedicada en Rávena a san Adalberto, obispo de Praga, y del envío a Polonia de los monjes Giovanni de Classe y Benedetto de Benevento.

En esta feliz circunstancia, deseo unirme a la alegría de toda la archidiócesis de Rávena-Cervia al elevar al Señor una ferviente acción de gracias porque quiso hacerla partícipe, de modo singular, del anuncio cristiano a los pueblos eslavos y, en especial, al polaco.

Deseo que las solemnes celebraciones jubilares, que comenzaron el pasado otoño y que ahora están a punto de terminar, susciten en el pueblo de Dios que está en Rávena-Cervia asombro y gratitud por los signos luminosos encendidos en su seno por el amor de Dios, así como un renovado celo misionero al seguir las huellas de tan grandes testigos de la fe, cuya memoria está viva en esa comunidad eclesial.

Al inicio del segundo milenio, de la antigua y noble ciudad de Rávena, convertida en una importante encrucijada de caminos de la fe cristiana, salieron diversas misiones apostólicas que, en pocos decenios, contribuyeron de manera decisiva a la implantatio ecclesiae en Europa oriental, donde se habían asentado los pueblos eslavo y magiar.

123 2. En ese marco, destaca la figura del abad san Romualdo, que en la isla de Peréo, entre las actuales San Alberto y Mandriole, había fundado un eremitorio, reuniendo en torno a sí una comunidad monástica. El emperador Otón III, de vuelta de su peregrinación a la tumba de su antiguo maestro y amigo san Adalberto, en la ciudad polaca de Gniezno, transmitió al santo abad la petición de Boleslao I, soberano de Polonia, de poder recibir misioneros que prosiguieran la obra evangelizadora interrumpida por la muerte violenta del obispo de Praga. Dos monjes romualdinos, Giovanni de Classe y Benedetto de Benevento, partieron en el verano de 1001 y llegaron a Polonia en otoño del mismo año.

El joven emperador trató de implicar a san Romualdo en el generoso proyecto, madurado bajo la guía y la inspiración del Papa Silvestre II, de promover la difusión de la fe católica entre los eslavos. Con ese fin, fundó un monasterio, separado del eremitorio, para la formación de los monjes destinados a la misión en los países orientales y, en otoño de 1001, se edificó la nueva iglesia, dedicada al mártir san Adalberto. En ella se depositó una valiosa reliquia del santo, llevada desde Polonia por el mismo emperador y donada a san Romualdo.

¿Qué impulsó a estos fieles discípulos de Cristo a embarcarse en una empresa tan compleja? ¿Por qué lo dejaron todo y eligieron vivir entre pueblos diversos y, por entonces, casi desconocidos? Los animaba, sin duda, una viva fe en la fuerza liberadora del Evangelio y un deseo vital de anunciar, incluso a costa del martirio, a Cristo salvador.

3. El amor a Cristo, que caracterizó la existencia de san Adalberto, obispo de Praga, de san Romualdo y de los santos monjes Giovanni y Benedetto, debe seguir impulsando a cuantos quieran proseguir su obra misionera. En efecto, el proyecto de evangelización del Papa Silvestre II y del emperador Otón III supera el marco histórico de entonces, y para los creyentes de hoy se convierte en estímulo a ser cada vez más conscientes de que el gran mosaico de la identidad social y religiosa del continente europeo tiene en la fe cristiana uno de los principales factores de su unidad más profunda.

Por tanto, las celebraciones del milenario representan una singular ocasión para reflexionar en el patrimonio espiritual y cultural recibido de ellos en herencia. Su estilo de vida y su amor al hombre, animado por la fuerza del Evangelio, constituyen un modelo válido y precioso para construir una sociedad fundada en los valores de la espiritualidad, del respeto a la persona, de la búsqueda del diálogo y de la concordia entre los hombres y los pueblos.

A los cristianos de nuestro tiempo, herederos de un patrimonio tan rico de fe y de civilización, les corresponde desempeñar a fondo su papel. Se les pide que infundan en la sociedad actual, con el anuncio y el testimonio del Evangelio, el suplemento de alma y la fuerza ideal que constituyen la garantía de un futuro prometedor y fecundo.

4. Que el recuerdo de Adalberto, Romualdo, Giovanni y Benedetto, en esta celebración jubilar, impulse a esa comunidad diocesana y a todos los cristianos a salvaguardar la dimensión espiritual y moral de Europa, ofreciendo al proyecto de la unidad de los pueblos europeos un "fundamento trascendente" mediante un reconocimiento explícito de los "derechos de Dios". Esta es la única garantía verdaderamente indiscutible de la dignidad del hombre y de la libertad de los pueblos.
Superando las normativas técnicas, administrativas, económicas y monetarias, por lo demás necesarias, se debe recuperar la identidad auténtica y el patrimonio de civilización que tienen en el cristianismo un componente fundamental, inspirador del sueño de un universalismo europeo que se ha conservado durante tantas generaciones.

Adalberto, Romualdo, Giovanni y Benedetto encontraron en la fe cristiana las motivaciones para superar la tentación de estrechas visiones existenciales y políticas. Así, se preocuparon por el destino de pueblos en gran parte desconocidos. También ahora la plena adhesión a valores de matriz cristiana, como la espiritualidad, la solidaridad, la subsidiariedad y la centralidad de la persona, será lo que permitirá a Europa desarrollarse de manera armoniosa y desempeñar un papel significativo en el concierto de las naciones.

5. Los pueblos de Europa oriental, primeros beneficiarios de los acontecimientos que este año se celebran en Rávena, darán sin duda, por su parte, una aportación eficaz al proyecto de relanzamiento de la identidad europea. Desde hace algunos años se han liberado de dictaduras ateas y comunistas, que intentaron desarraigar de su cultura y de su vida los valores religiosos y morales que estaban profundamente inscritos en su historia nacional. Afortunadamente, con la libertad recuperada, se ha constatado que ese patrimonio, lejos de haber sido eliminado, ha adquirido en algunos casos, precisamente gracias a las persecuciones, nuevo vigor, y puede ofrecerse como principal contribución a los pueblos de Europa occidental, a menudo víctimas del mal sutil de la indiferencia y del secularismo.

¡Ojalá que este intercambio de dones enriquezca a todos! Para que esto suceda es importante que, al adentrarnos en el tercer milenio, nuestra mirada permanezca fija en Cristo, Redentor del hombre ayer, hoy y siempre. Él es la roca firme sobre la que se puede construir un mundo más justo y solidario.

124 A la vez que invoco sobre usted, venerado hermano, sobre los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y sobre la amada archidiócesis de Rávena-Cervia la intercesión materna de la Virgen María, de san Adalberto, de san Romualdo, de los cinco hermanos protomártires de Polonia y de todos los santos que han enriquecido la historia espiritual de esa comunidad eclesial, imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica, prenda de gracia y de fervor espiritual.

Vaticano, 23 de abril de 2002








A UN GRUPO DE RESPONSABLES ITALIANOS


DEL MOVIMIENTO CURSILLOS DE CRISTIANDAD


Sábado 4 de mayo de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de alegría encontrarme hoy con vosotros: ¡gracias por esta visita! Vuestra presencia, tan numerosa y alegre, testimonia cuanto dije a los cursillistas de todo el mundo que acudieron a Roma con ocasión del gran jubileo del año 2000: en verdad, "la pequeña semilla sembrada en España hace más de cincuenta años se ha convertido en un gran árbol lleno de frutos del Espíritu" (Discurso a los participantes en la III Ultreya, 29 de julio de 2000, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de agosto de 2000, p. 3). Doy a todos mi más cordial bienvenida. Saludo, en particular, a vuestros dos representantes, que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes, así como a los animadores espirituales y a los diversos responsables del Movimiento.

Los Cursillos de cristiandad están presentes actualmente en más de sesenta países de todos los continentes y en ochocientas diócesis. Aquella semilla ha germinado y ha crecido durante estos años también en tierra italiana, dando abundantes frutos de conversión y santidad de vida, en profunda sintonía con las orientaciones pastorales de la Conferencia episcopal italiana.

2. En este momento deseo volver con el pensamiento, juntamente con vosotros, a dos citas que tuvieron gran significado y alcance. Me refiero, ante todo, al encuentro con los miembros de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, en la plaza de San Pedro, durante la inolvidable vigilia de Pentecostés, el 30 de mayo de 1998.

En aquella ocasión reconocí en estas nuevas realidades eclesiales una respuesta providencial, suscitada por el Espíritu Santo para la formación cristiana y para la evangelización. Pero, al mismo tiempo, exhorté a crecer en la conciencia y en la identidad eclesial: "Hoy ante vosotros se abre una etapa nueva: la de la madurez eclesial. (...) La Iglesia espera de vosotros frutos "maduros" de comunión y de compromiso" ( Discurso en el encuentro mundial de los movimientos, 30 de mayo de 1998, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de junio de 1998, p. 14).

Esa invitación conserva plenamente su actualidad y urgencia, y constituye un auténtico desafío que es preciso afrontar con valentía y determinación. En la línea de este compromiso para alcanzar una madurez eclesial cada vez más sólida se sitúa la solicitud que el organismo mundial de los Cursillos ha hecho al dicasterio competente de la Curia romana, a fin de obtener el reconocimiento canónico y la aprobación de sus estatutos.

3. El segundo acontecimiento importante que quisiera recordar aquí es la III Ultreya mundial, que culminó con el encuentro jubilar de vuestros miembros en la plaza de San Pedro, al que acabo de referirme. A este propósito, deseo renovaros la exhortación que os dirigí en aquella ocasión a ser testigos audaces de la "diaconía de la verdad", trabajando incansablemente con la "fuerza de la comunión".

En efecto, esa consigna es cada día más necesaria y comprometedora. Vosotros daréis ciertamente la valiosa contribución que brota de vuestro carisma particular. En efecto, el anuncio kerigmático que constituye el corazón de vuestro movimiento consiste únicamente en "fijar la mirada en el rostro de Cristo", a lo cual invité en la Novo millennio ineunte (cf. n. 16 ss). Esa mirada conlleva respetar "la primacía de la gracia", para emprender un camino de catequesis y oración, de conversión y santidad de vida. Los frutos que produce son un sentido más fuerte de pertenencia a la Iglesia y un nuevo impulso de evangelización en los ambientes de vida y de actividad diaria.

125 4. Amadísimos cursillistas, proseguid con confianza el camino de formación y vida cristiana que habéis emprendido con tanta generosidad. Duc in altum! Os encomiendo a la protección materna de María santísima, ejemplo admirable de obediencia a la voluntad del Padre y discípula fiel de su Hijo.

Asegurándoos un recuerdo especial en la oración, con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos.







VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE ISCHIA


AL FINAL DEL ÁGAPE FRATERNO



Hay un proverbio latino que reza: "Repetitio est mater studiorum". Esta vez el proverbio no se refiere a los estudiosos; se refiere, por una parte, al Papa y, por otra, a la Iglesia de Dios que está en Campania. He tenido varias veces la posibilidad de conocer estas Iglesias a través de las visitas "ad limina" y de las visitas pastorales a algunas de vuestras diócesis. Sin embargo, era conveniente y oportuno venir de nuevo a Campania. Pocas cosas han quedado como antes y algunas personas ya no están. Pensemos con gratitud en todos.

Hay otro proverbio que reza: "Visa repetita placent". Pero debemos encontrar siempre un nuevo punto de observación, un ángulo más interesante para admirar.

La visita a esta diócesis me brinda la posibilidad de admirar la belleza de vuestra región y de esta isla; de gozar de la armonía que hay entre el cielo y la tierra; de palpar las maravillas de la naturaleza, de la gente y de la religiosidad popular. Os doy las gracias por todo esto y os deseo una buena continuación. A todos vosotros también os deseo esto: "Repetitio est mater studiorum", "visa repetita placent".







VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE ISCHIA


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN ISCHIA


Domingo 5 de mayo de 2002



Amadísimos jóvenes:

1. "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13-14). Como sabéis, estas palabras de Jesús constituyen el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. Las dirigió el Maestro divino a sus discípulos a orillas del lago de Galilea, hace dos mil años. Y las dirigirá de nuevo a miles de jóvenes cristianos de todas las partes del mundo, durante el próximo verano, en Toronto. Esas mismas palabras resuenan hoy aquí, a orillas del mar Tirreno, mientras concluye mi rápida, pero intensa visita a vuestra hermosa isla. Resuenan para vosotros, queridos jóvenes de Ischia. Y es para mí una gran alegría hacerme eco de la voz de Cristo, que os invita a escuchar, reflexionar y actuar.Sólo la palabra de Cristo puede iluminar verdaderamente vuestros pasos.

Os saludo con gran afecto, amadísimos jóvenes amigos, a todos y a cada uno. Doy las gracias a vuestro obispo, que os ha presentado como "centinelas de la mañana". Doy las gracias a vuestros representantes, que han hablado en nombre de toda la juventud de Ischia. Gracias por vuestra cordial acogida, que pone de manifiesto el entusiasmo de la juventud y el "genio" de vuestra tierra.

2. "Vosotros sois la sal de la tierra" (Mt 5,13). Queridos muchachos y muchachas, no es difícil comprender esta primera imagen usada por Jesús: la sal. Es una imagen muy significativa. Cuando no existían medios para garantizar la larga conservación de los alimentos, la sal no sólo tenía la función de dar sabor, sino que a menudo era indispensable incluso para garantizar la posibilidad de acceso a los alimentos. Al decir: "Vosotros sois la sal de la tierra", el Redentor encomendaba a sus discípulos una doble misión: dar sabor a la vida, mostrándole el sentido revelado en él, y permitir a todos el acceso al alimento que viene de lo alto. En este doble sentido quisiera aplicarlas hoy también a vosotros.

Jóvenes de Ischia, sed la sal de la tierra, que da sabor y belleza a la vida.Mostrad, con gestos concretos y con la convicción de las palabras, que vale la pena vivir y vivir juntos el amor que Jesús vino a revelarnos y donarnos. ¿No es el amor de Cristo, vencedor del mal y de la muerte, el que nos ha transformado? Haced que el mayor número posible de jóvenes viva esta misma experiencia.

126 Sed la sal que permite que el alimento del cielo se distribuya a todos, de manera que incluso los más distraídos y alejados, gracias a vuestro entusiasmo, a vuestro celo y a vuestro compromiso humilde y perseverante, se sientan llamados a creer en Dios y a amarlo en el prójimo.
Luz del mundo

3. "Vosotros sois la luz del mundo" (
Mt 5,14). Este es el otro mensaje de Jesús a sus discípulos. La luz tiene como característica disipar las tinieblas, calentar lo que toca y exaltar sus formas. Todo esto lo hace a una altísima velocidad. Así pues, para los cristianos, y especialmente para los jóvenes cristianos, ser luz del mundo quiere decir difundir por doquier la luz que viene de lo alto. Quiere decir combatir la oscuridad, tanto la que se debe a la resistencia del mal y del pecado, como la causada por la ignorancia y los prejuicios.

Jóvenes de Ischia, sed rayos de la luz de Cristo. Él es la "luz del mundo" (Jn 8,12). Propagad esta luz en todos los ambientes, especialmente donde Jesús no es conocido y amado; incluso donde es rechazado. Con vuestra vida haced entender que la luz que proviene de lo alto no destruye lo que es humano, sino que, por el contrario, lo exalta, como el sol, que con su fulgor pone de relieve las formas y los colores. Dios no es el rival del hombre, sino su amigo verdadero, su aliado más fiel.

Es preciso transmitir este mensaje con la velocidad de la luz. No perdáis tiempo: vuestra juventud es demasiado valiosa como para desperdiciarla aunque sea sólo en una mínima parte. Dios os necesita y os llama a cada uno por su nombre.

4. Desde esta isla, rica en sol y en bellezas naturales, cubierta de verde y rodeada por las aguas maravillosas del mare nostrum, llegue a todos los jóvenes, comenzando por los muchos que vienen a visitarla, un mensaje de luz y de esperanza. Queridos muchachos y muchachas, juntamente con vuestros padres, vuestros pastores, vuestros educadores, vuestros catequistas y vuestros amigos, sed sal y luz para los que el Señor ponga en vuestro camino.

Os guíe María santísima, "Estrella del mar", que orienta hacia el puerto seguro a quienes navegan en el gran mar de la vida, resplandeciendo como estrella luminosa incluso en las horas más oscuras. Os sirvan de ejemplo vuestros santos patronos, especialmente santa Restituta y san Juan José de la Cruz. Que ninguna turbación, ningún miedo y ningún pecado os separen del amor de Dios. Jesús es la luz que vence las tinieblas; la sal que da sabor a los años de vuestra juventud y a toda vuestra existencia. Es él quien os conserva en la belleza y en la fidelidad a Dios, Padre suyo y nuestro.

Hasta la vista en Toronto, donde espero que estéis también algunos de vosotros. Juntamente con vuestros coetáneos de todos los continentes, ofreceremos al mundo un mensaje de esperanza. Vuestro obispo, al inicio, os ha presentado como "centinelas de la mañana". Sí, amadísimos jóvenes amigos, sed centinelas intrépidos del Evangelio, que esperan y preparan la llegada del día nuevo, que es Cristo Señor.

Alguien podría pensar que los jóvenes de Ischia, y los jóvenes de Italia, son muy ricos. Pero yo sé que aquí funciona otra economía: la economía evangélica de los pobres de espíritu. Os deseo que la próxima Jornada mundial de la juventud sea expresión de la madurez evangélica de todos los jóvenes del mundo y, de modo especial, de los jóvenes de Italia y de los jóvenes de vuestra hermosa isla.

Así pues, ¡ánimo! ¡Ánimo y esperanza! ¡Alabado sea Jesucristo!








A LOS NUEVOS RECLUTAS


DE LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA


Lunes 6 de mayo de 2002

127 . Ilustre señor comandante;
reverendo capellán;
queridos guardias;
queridos familiares y amigos de la Guardia suiza:

1. Os saludo cordialmente aquí, en el palacio apostólico. Doy una particular bienvenida a los reclutas que hoy se han reunido festivamente con sus padres, familiares y amigos. Vosotros, queridos guardias, tenéis el privilegio de trabajar durante algunos años en la ciudad santa y vivir en la "ciudad eterna".

Vuestras familias y los numerosos huéspedes, aquí presentes, además de participar en la ceremonia de juramento, realizan una peregrinación a los lugares santos de nuestra fe, a las tumbas de los Apóstoles. A todos os deseo que hagáis aquí, en Roma, la experiencia excepcional de lo que significa la "Iglesia universal" y, sobre todo, que el gozoso oficio divino y los encuentros de este día renueven y profundicen vuestra fe.

2. Hoy, 6 de mayo, es un día significativo y memorable en la vida de la Guardia suiza pontificia y de todas las personas vinculadas a ella, tanto en Roma como en vuestra amada Suiza. Queridos guardias, hace 475 años vuestros predecesores, durante el "saqueo de Roma" de 1527, demostraron su fidelidad heroica a la Sede de Pedro y al Sumo Pontífice con el sacrificio de su vida. A lo largo de la historia los soldados de la Guardia suiza han querido demostrar siempre al Papa y a toda la Iglesia que el Sucesor de Pedro podía contar con ellos. El servicio honrado y valiente de la protección de la persona del Santo Padre no podía cumplirse entonces, como tampoco puede cumplirse hoy, sin las características que distinguen a todo guardia suizo: firmeza en la fe católica, fidelidad y amor a la Iglesia de Jesucristo, escrupulosidad y constancia en los pequeños y grandes deberes del servicio diario, valentía y humildad, altruismo y humanidad. Estas son las virtudes que deben embargar vuestro corazón cuando prestáis el servicio de honor y de seguridad en el Vaticano.

3. Queridos jóvenes, os doy las gracias por haber aceptado dedicar algunos años de vuestra vida a velar por el Papa y garantizar la seguridad de todos los que trabajan para la Santa Sede, convirtiéndoos así en herederos de una larga tradición de fidelidad y entrega, en el seno de la Guardia suiza. Deseo que, a pesar de las dificultades y las fatigas de vuestro servicio, viváis plenamente este tiempo de misión como una profundización de vuestra fe y de vuestra adhesión a la Iglesia, y como una experiencia de fraternidad entre vosotros. Estad atentos los unos a los otros, para sosteneros en el trabajo diario y para enriqueceros mutuamente, recordando siempre que, como dice el Apóstol, "mayor felicidad hay en dar que en recibir" (
Ac 20,35). Dirijo un saludo cordial a vuestras familias y a vuestros amigos, así como a los representantes de las autoridades suizas, que han venido para acompañaros en este día de fiesta.

4. Queridos reclutas, no olvidéis nunca vivir el servicio responsable que prestáis a la Santa Sede en calidad de "soldados del Papa" como misión que el Señor mismo os confía. Aprovechad el tiempo que pasáis aquí, en Roma, en el centro de la Iglesia, para crecer en la amistad con Cristo y caminar hacia la meta de toda verdadera vida cristiana: la santidad.

María, a la que honramos de modo especial en el mes de mayo, os ayude a experimentar cada día más la comunión profunda con Dios que para nosotros, los creyentes, comienza en la tierra y culminará en el cielo. En efecto, como recuerda san Pablo, estamos llamados a ser "conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ep 2,19).

5. Encomendándoos a vosotros, a vuestras familias, a vuestros amigos y a cuantos han venido a Roma con ocasión de vuestro juramento a la intercesión de la santísima Virgen María, Madre de Dios, de vuestros patronos san Martín y san Sebastián, y del protector de vuestra patria, Nicolás de Flüe, os imparto de corazón la bendición apostólica.






A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LAS ANTILLAS


EN VISITA "AD LIMINA"


128
Martes 7 de mayo de 2002




Queridos hermanos en el episcopado:

1. "Paz a los hermanos, y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (
Ep 6,23). Con estas palabras del apóstol san Pablo y en la alegría de la Pascua os acojo a vosotros, obispos de las Antillas, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. A través de vosotros, saludo a todos los fieles de Cristo confiados a vuestro cuidado pastoral. Que la paz del Señor resucitado reine en todos los corazones y en todos los hogares de la región caribeña.

Agradezco al arzobispo Clarke las amables palabras con las que ha expresado la espiritualidad de comunión que es el centro de la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte NM 43-45). Esta comunión os trae a Roma, en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, donde renováis vuestra fidelidad a la tradición apostólica, cuyas raíces se remontan al mandato del Señor (cf. Mt Mt 28,19-20) y, en último término, implican la vida íntima de la Trinidad, fundamento de toda realidad.

Venís como pastores llamados a compartir plenamente el sacerdocio eterno de Cristo. Ante todo, sois sacerdotes: no sois ejecutivos, directores de empresa, agentes financieros o burócratas, sino sacerdotes. Esto significa, sobre todo, que habéis sido llamados a ofrecer el sacrificio, pues esta es la esencia del sacerdocio, y el centro del sacerdocio cristiano es la ofrenda del sacrificio de Cristo. Por eso la Eucaristía es la esencia misma de lo que somos como sacerdotes; por eso, no podemos hacer nada más importante que ofrecer el sacrificio eucarístico; y, por eso, nuestra celebración comunitaria de la Eucaristía es el centro de vuestra visita ad limina. No podemos olvidar nunca que las tumbas de los Apóstoles que veneramos en Roma son tumbas de mártires, cuya vida y muerte penetraron hasta tal punto en lo más profundo del sacrificio de Cristo, que pudieron decir: "Con Cristo estoy crucificado: y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,19-20). Este fue el seno de su extraordinaria obra misionera que nosotros, sus sucesores, debemos emular en nuestra época si queremos ser fieles a la nueva evangelización, para la que el concilio Vaticano II preparó providencialmente a la Iglesia.

2. El Concilio fue "la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX" (Novo millennio ineunte NM 57). Aunque los decenios que nos separan de él no han estado exentos de dificultades -ha habido períodos durante los cuales parecían peligrar elementos importantes de la vida cristiana-, numerosos signos indican ahora esta nueva primavera del espíritu, cuyo carácter profético mostró de manera evidente el gran jubileo del año 2000. Durante los años posteriores al Concilio, la aparición de nuevas aspiraciones espirituales y de nuevas energías apostólicas entre los fieles de la Iglesia ha sido sin duda uno de los frutos del Espíritu. Los laicos viven la gracia de su bautismo bajo formas que manifiestan de manera más resplandeciente la rica gama de los carismas en la Iglesia; por esto no dejamos de dar gracias a Dios.

Asimismo, es verdad que el despertar de los fieles laicos en la Iglesia ha suscitado al mismo tiempo, también en vuestro país, problemas relativos a la llamada al sacerdocio, unidos al menor número de candidatos a entrar en los seminarios de las Iglesias que os han sido encomendadas. Como pastores, estáis sumamente preocupados, puesto que, como sabéis bien, la Iglesia católica no puede existir sin el ministerio sacerdotal que Cristo mismo desea para ella.

Algunas personas, como sabéis, afirman que la disminución del número de sacerdotes es obra del Espíritu Santo y que Dios mismo guiará a la Iglesia, haciendo que el gobierno de los fieles laicos sustituya el gobierno de los sacerdotes. Ciertamente, esa afirmación no tiene en cuenta lo que los padres conciliares expresaron cuando trataron de impulsar una implicación mayor de los fieles laicos en la Iglesia. En su enseñanza, los padres conciliares destacaron simplemente la profunda complementariedad entre los sacerdotes y los laicos que entraña la naturaleza sinfónica de la Iglesia. Una comprensión errónea de esta complementariedad lleva a veces a una crisis de identidad y de confianza en los sacerdotes, y también a formas de compromiso laico demasiado clericales o demasiado politizadas.

El compromiso de los laicos se convierte en una forma de clericalismo cuando las funciones sacramentales o litúrgicas que corresponden al sacerdote son asumidas por los fieles laicos, o cuando estos desempeñan tareas que competen al gobierno pastoral propio del sacerdote. En esas situaciones, frecuentemente no se tiene en cuenta lo que el Concilio enseñó sobre el carácter esencialmente secular de la vocación laica (cf. Lumen gentium LG 31). El sacerdote, en cuanto ministro ordenado, preside en nombre de Cristo la comunidad cristiana, tanto en el plano litúrgico como en el pastoral. Los laicos le ayudan de muchas maneras en esta tarea. Pero el ámbito principal del ejercicio de la vocación laical es el mundo de las realidades económicas, sociales, políticas y culturales. Es en este mundo donde los laicos están invitados a vivir su vocación bautismal, no como consumidores pasivos, sino como miembros activos de la gran obra que expresa el carácter cristiano.Al sacerdote corresponde presidir la comunidad cristiana para permitir a los laicos realizar la tarea eclesial y misionera que les compete. En un tiempo de secularización insidiosa, puede parecer extraño que la Iglesia insista tanto en la vocación secular de los laicos. Ahora bien, precisamente el testimonio evangélico de los fieles en el mundo es el centro de la respuesta de la Iglesia al mal de la secularización (cf. Ecclesia in America ).

El compromiso de los laicos se politiza cuando el laicado es absorbido por el ejercicio del "poder" dentro de la Iglesia. Esto sucede cuando no se considera a la Iglesia como "misterio" de gracia que la caracteriza, sino en términos sociológicos, o incluso políticos, basándose frecuentemente en una comprensión errónea de la noción de "pueblo de Dios", noción que tiene profundas y ricas bases bíblicas y que el concilio Vaticano II utiliza con tanto acierto. Cuando no es el servicio sino el poder el que modela toda forma de gobierno en la Iglesia, los intereses opuestos comienzan a hacerse sentir tanto en el clero como en el laicado. El clericalismo es para los sacerdotes la forma de gobierno que manifiesta más poder que servicio, y que engendra siempre antagonismos entre los sacerdotes y el pueblo; este clericalismo se encuentra en formas de liderazgo laico que no tienen suficientemente en cuenta la naturaleza trascendente y sacramental de la Iglesia, ni su papel en el mundo. Estas dos actitudes son nocivas. Por el contrario, la Iglesia necesita un sentido de complementariedad más profundo y más creativo entre la vocación del sacerdote y la de los laicos. Sin él, no podemos esperar ser fieles a las enseñanzas del Concilio ni superar las dificultades habituales relacionadas con la identidad del sacerdote, la confianza en él y la llamada al sacerdocio.

3. Pero también debemos superar los confines de la Iglesia, porque el Concilio se preocupó esencialmente por fomentar nuevas energías para su misión en el mundo. Sois conscientes de que una parte esencial de su misión evangelizadora es la inculturación del Evangelio, y sé que en vuestra región se ha prestado mucha atención a la necesidad de desarrollar formas caribeñas de culto y vida católicos. En la encíclica Fides et ratio subrayé que "el Evangelio no es contrario a una u otra cultura como si, entrando en contacto con ella, quisiera privarla de lo que le pertenece, obligándola a asumir formas extrínsecas no conformes a la misma" (n. 71). Asimismo, afirmé que en el encuentro con el Evangelio las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que por el contrario "son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos" (ib.; cf. Ecclesia in America ).

129 Con este fin, es importante recordar los tres criterios para discernir si nuestros intentos por inculturar el Evangelio tienen bases sólidas o no. El primero es la universalidad del espíritu humano, cuyas necesidades básicas no son diferentes ni siquiera en culturas completamente diversas. Por tanto, ninguna cultura puede ser considerada absoluta hasta el punto de negar que el espíritu humano, en el nivel más profundo, es el mismo en todo tiempo, lugar y cultura. El segundo criterio es que, al comprometerse con nuevas culturas, la Iglesia no puede abandonar la valiosa herencia que proviene de su compromiso inicial con la cultura grecolatina, porque eso significaría "ir en contra del designio providencial de Dios, que conduce su Iglesia por los caminos del tiempo y de la historia" (Fides et ratio FR 72). Así pues, no se trata de rechazar la herencia grecolatina para permitir al Evangelio encarnarse en la cultura caribeña, sino, más bien, de hacer que la herencia cultural de la Iglesia entable un diálogo profundo y mutuamente enriquecedor con la cultura caribeña. El tercer criterio es que una cultura no debe encerrarse en su propia diversidad, no debe refugiarse en el aislamiento, oponiéndose a otras culturas y tradiciones. Esto implicaría negar no sólo la universalidad del espíritu humano, sino también la universalidad del Evangelio, que no es ajeno a ninguna cultura y procura arraigar en todas.

4. En la exhortación apostólica Ecclesia in America afirmé que "es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria (...) a una fe consciente, vivida personalmente. La renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad, que es Cristo" (n. 73). Por eso, es esencial desarrollar en vuestras Iglesias particulares una nueva apologética para vuestro pueblo, a fin de que comprenda lo que enseña la Iglesia y así pueda dar razón de su esperanza (cf. 1P 3,15). En un mundo donde las personas están sometidas a la continua presión cultural e ideológica de los medios de comunicación social y a la actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas, es esencial que los católicos conozcan lo que enseña la Iglesia, comprendan esa enseñanza y experimenten su fuerza liberadora. Sin esa comprensión faltará la energía espiritual necesaria para la vida cristiana y para la obra de evangelización.

La Iglesia está llamada a proclamar una verdad absoluta y universal al mundo en una época en la que en muchas culturas hay una profunda incertidumbre sobre si existe o no esa verdad. Por consiguiente, la Iglesia debe hablar con la fuerza del testimonio auténtico. Al considerar lo que esto entraña, el Papa Pablo VI identificó cuatro cualidades, que llamó perspicuitas, lenitas, fiducia, prudentia: claridad, afabilidad, confianza y prudencia (cf. Ecclesiam suam, 38).

Hablar con claridad significa que es preciso explicar de forma comprensible la verdad de la Revelación y las enseñanzas de la Iglesia que provienen de ella. Lo que enseñamos no siempre es accesible inmediata o fácilmente a los hombres de nuestro tiempo. Por eso, hay que explicar, no sólo repetir. Esto es lo que quería decir cuando afirmé que necesitamos una nueva apologética, adecuada a las exigencias actuales, que tenga presente que nuestra tarea consiste en ganar almas, no en vencer disputas; en librar una especie de lucha espiritual, no en enzarzarnos en controversias ideológicas; en reivindicar y promover el Evangelio, no en reivindicarnos o promovernos a nosotros mismos.

Esta apologética necesita respirar un espíritu de afabilidad, una humildad y compasión que comprenden las angustias y los interrogantes de la gente y, al mismo tiempo, no ceden a una dimensión sentimental del amor y la compasión de Cristo, separándolos de la verdad. Sabemos que el amor de Cristo puede implicar grandes exigencias, precisamente porque estas no están vinculadas al sentimentalismo, sino a la única verdad que libera (cf. Jn Jn 8,32).

Hablar con confianza significa no perder nunca de vista la verdad absoluta y universal revelada en Cristo, y tampoco el hecho de que esa es la verdad que todos los hombres anhelan, aunque parezcan indiferentes, reacios u hostiles.

Hablar con la sabiduría práctica y el buen sentido que Pablo VI llama prudencia y que san Gregorio Magno considera una virtud de los valientes (cf. Moralia, 22, 1), significa dar una respuesta clara a quienes preguntan: "¿Qué debemos hacer?" (Lc 3,10 Lc 3,12 Lc 3,14). La grave responsabilidad de nuestro ministerio episcopal se manifiesta aquí en todo su exigente desafío. Debemos implorar a diario la luz del Espíritu Santo, para hablar según la sabiduría de Dios y no según la del mundo, "para no desvirtuar la cruz de Cristo" (1Co 1,17).

El Papa Pablo VI concluía afirmando que hablar con perspicuitas, lenitas, fiducia y prudentia "nos hará sabios, nos hará maestros" (Ecclesiam suam, 38). Y eso es lo que estamos llamados a ser sobre todo: maestros de verdad, implorando siempre "la gracia de ver la vida plena y la fuerza para hablar eficazmente de ella" (san Gregorio Magno, Comentario sobre Ezequiel, I, 11, 6).

5. Queridos hermanos en el episcopado, estoy convencido de que muchos de los problemas que afrontáis en vuestro ministerio, incluyendo la necesidad de un número mayor de vocaciones sacerdotales y religiosas, se resolverán si os entregáis con mayor generosidad aún a la labor misionera. Este fue un importante objetivo del Concilio; si desde entonces ha habido problemas internos en la Iglesia, quizá eso se ha debido, en parte, a que la comunidad católica ha sido menos misionera de lo que el Señor Jesús y el Concilio querían.

Queridos hermanos en el episcopado, también vuestras Iglesias particulares deben ser misioneras, en el sentido de que deben ir con audacia a todos los rincones de la sociedad caribeña, incluso al más oscuro, irradiando la luz del Evangelio y el amor que no conoce límites. Es tiempo de que echéis vuestras redes donde parece que no hay peces (cf. Lc Lc 5,4-5): Duc in altum! Al planificar esta misión, es importante recordar que debemos "apostar por la caridad" (Novo millennio ineunte NM 49), para que "el siglo y el milenio que comienzan vean todavía, y es de desear que lo vean con mayor fuerza, a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres" (ib.). Pero más importante aún es que fijéis vuestra mirada en Jesús (cf. Hb He 12,2), sin perderlo de vista jamás, porque él es el comienzo y el fin de toda la misión cristiana.

Invocando sobre vosotros en este tiempo pascual una nueva efusión de los dones del Espíritu Santo, y encomendando a vuestras amadas comunidades, "semillas santas del cielo" (san Agustín, Sermón 34, 5), a la incesante protección de María, Madre del Redentor, os imparto mi bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos del Caribe como prenda de gracia y paz en Jesucristo, el primogénito de entre los muertos.








Discursos 2002 122