Discursos 2002 129


A LA XXX ASAMBLEA GENERAL


DEL CENTRO CATÓLICO INTERNACIONAL


PARA LA UNESCO


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Viernes 10 de mayo de 2002



Señor cardenal;
señor presidente;
queridos amigos del Centro católico internacional para la Unesco:

1. Me alegra acogeros esta mañana, para expresaros mi gratitud y reafirmaros mi confianza con ocasión de vuestra XXX asamblea general, que tiene por tema: "El diálogo intercultural e interreligioso: una oportunidad para la humanidad". Agradezco al presidente, señor Bernard Lacan, sus amables palabras. Saludo a los miembros del Centro católico, en particular al señor Gilles Deliance, su director, y os expreso a todos mi gratitud por la actividad que desempeñáis al servicio de la cultura. Me alegra que esté presente con vosotros el observador permanente de la Santa Sede ante la Unesco, monseñor Lorenzo Frana, al que agradezco el trabajo que ha realizado durante muchos años en esta Organización de las Naciones Unidas.

Este año se celebra el quincuagésimo aniversario del nombramiento del primer observador permanente de la Santa Sede ante la Unesco, en la persona de monseñor Roncalli, el beato Papa Juan XXIII. Desde entonces la Santa Sede sigue con atención las actividades de la Unesco en los campos fundamentales de la educación, las ciencias, las ciencias humanas, la comunicación y la información, todos ellos aspectos de la cultura, "realidad fundamental que nos une y que está en la base del establecimiento y de las finalidades de la Unesco" (Discurso a la Unesco, París, 2 de junio de 1980, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 11).

2. Vuestro centro facilita el trabajo y la cooperación de las Organizaciones católicas internacionales que participan en las grandes actividades de la Unesco vinculadas a la educación y a la formación. Os animo, en la misión que os compete, a difundir, a través de vuestras iniciativas y vuestras publicaciones, el saber y el arte específicos, ofreciendo a nuestros contemporáneos la posibilidad de afrontar los grandes desafíos culturales de nuestro tiempo, dándoles respuestas dignas de la persona humana.

Los grandes campos de la educación y la cultura, de la comunicación y la ciencia conllevan una dimensión ética fundamental. Para darles respuestas adecuadas, es conveniente adquirir un justo conocimiento científico, realizar una reflexión profunda y proponer la luz del humanismo cristiano y de los valores morales universales. La familia debe ser objeto de una atención particular, dado que a ella, en primer lugar, le corresponde la misión de educar a los jóvenes.

3. Os aliento a proseguir sin cesar vuestro trabajo, para que se entable un diálogo fecundo entre el mensaje de Cristo y las culturas. Os agradezco el servicio que prestáis en la formación de expertos católicos, preocupándoos de prepararlos seriamente y arraigarlos en la fe, capacitándolos para dar al mundo un testimonio creíble, alimentado por la palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. Es de desear que vuestras investigaciones sobre los temas científicos, culturales y educativos, realizadas a la luz del Evangelio, se pongan a disposición de los católicos que trabajan en esos campos, y esto de manera habitual y accesible, según las posibilidades que brindan los medios modernos.

Habéis elegido Roma para celebrar vuestros encuentros, manifestando así vuestra adhesión al Sucesor de Pedro y a la Santa Sede. Aprecio este gesto y os agradezco la misión eclesial que realizáis de modo generoso y atento ante la Unesco, al servicio de todos los hombres.

A cada uno y a cada una de vosotros, así como a todos vuestros seres queridos, imparto de buen grado la bendición apostólica.







DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO


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Viernes 10 de mayo de 2002



Amadísimos directivos y socios del Círculo de San Pedro:

1. Bienvenidos a este encuentro, que cada año me ayuda a conoceros mejor y a apreciar la obra atenta y solícita que realizáis. Os saludo con viva cordialidad a cada uno y, a través de vosotros, a los socios que no están presentes. Saludo a vuestras familias, que comparten el generoso compromiso del benemérito Círculo de San Pedro.

Dirijo un saludo particular al presidente general, doctor Marcello Sacchetti, al que agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme, ilustrando los ideales que os guían y las diversas actividades de vuestra asociación. Sus palabras han ofrecido a todos la medida de la consistencia y de la calidad de vuestro compromiso litúrgico y caritativo, así como de vuestra capacidad de afrontar con amor creativo las necesidades de los hermanos.

Dirijo también un saludo fraterno a vuestro asistente espiritual, el arzobispo Ettore Cunial, y a los sacerdotes que se dedican a vuestra constante formación cristiana.

2. "Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto" (Mt 6,3-4).

En estas palabras de Jesús, recogidas por el evangelista san Mateo, se inspiran el estilo y el programa de vuestra asociación, que desde hace más de un siglo presta un valioso servicio social y apostólico. Un servicio quizá poco conocido por los medios de comunicación social, pero que constituye un punto de referencia seguro y acogedor para los que, solos y abandonados, deben afrontar situaciones de pobreza y graves problemas de salud.

Vuestro presidente acaba de recordar que por amor a Cristo habéis elegido considerar como "primeros", es decir, como objeto de atención prioritaria y servicio amoroso, a los que el mundo y las lógicas del beneficio consideran los "últimos", marginándolos de la sociedad opulenta.
De este espíritu de caridad han nacido vuestras obras centenarias y las instituidas más recientemente, como la Clínica para la terapia del dolor.

Todas estas iniciativas benéficas pueden contar con la disponibilidad y con los sacrificios de los miembros de vuestra asociación que, reproduciendo la imagen del buen samaritano, se acercan a los hermanos heridos en la carne y en el espíritu para llevarles, además de la ayuda material, el consuelo de una palabra de esperanza y de un gesto de caridad fraterna.

3. Que en vuestras múltiples actividades no falte nunca tiempo para la escucha de la palabra de Dios, y que el Evangelio sea el vademécum de vuestro amor a los pobres. Ante las formas de neopaganismo, que fascinan a mucha gente, deseo que vuestra caridad discreta y operante, alimentada por una intensa oración, constituya un signo elocuente de la ternura de Dios hacia cada ser humano.

132 En la realización de vuestra importante acción caritativa queréis testimoniar la solicitud del Papa en favor de los necesitados. En cierto sentido, el Círculo de San Pedro es una prolongación de su "mano caritativa" hacia los más pobres y abandonados. De vuestra misión forma parte también la colecta del Óbolo de San Pedro en Roma, con ocasión de la Jornada de la caridad del Papa, confiada a vuestra asociación por un antiguo privilegio. Como de costumbre, en este encuentro me presentáis el fruto de esa colecta. Os agradezco este delicado y significativo gesto.

La Virgen María os acompañe y proteja a cada uno de vosotros y a vuestras familias, particularmente en este mes de mayo, dedicado a ella.

También yo os acompaño con la oración, y os imparto de corazón a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a los pobres que asistís amorosamente, una especial bendición apostólica.








A UNA DELEGACIÓN DE BULGARIA


CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN CIRILO Y SAN METODIO


Sábado 11 de mayo de 2002



Queridos amigos búlgaros:

Una vez más tengo la alegría de dar la bienvenida a una delegación búlgara con ocasión de la fiesta de san Cirilo y san Metodio. Vuestra visita ya se ha convertido en una tradición. Este año tiene un significado especial, teniendo en cuenta la visita que realizaré a Bulgaria dentro de dos semanas.
Agradezco a su excelencia el ministro de Asuntos exteriores las amables palabras que me ha dirigido, y a su excelencia el metropolita Kalinik sus palabras fraternas y el saludo que me ha transmitido de parte del patriarca Maxim. Aseguro a vuestra delegación mis fervientes oraciones por el bienestar del pueblo búlgaro, tan rico en historia y en humanidad.

Aunque mi visita a vuestro país tendrá una finalidad pastoral, es decir, confirmar a mis hermanos y hermanas católicos en su fe, también deseo ardientemente fortalecer los vínculos de comunión cristiana entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa búlgara. Ciertamente, nuestro encuentro ayudará a Bulgaria a consolidar sus bases cristianas en un momento en que ha terminado el antiguo orden y una nueva vida está tomando forma en vuestro país. Sería un servicio prestado por las Iglesias al continente europeo que trata de construir una nueva unidad, tomando más abundantemente de las riquezas tanto de Oriente como de Occidente.

Esta contribución estaría también en profunda sintonía con la visión de san Cirilo y san Metodio, una visión que no ha perdido para nada su importancia a lo largo de los siglos. Su visión, nacida del Evangelio de Jesucristo, fue una visión de unidad en la diversidad, de libertad vinculada a la verdad, y de esperanza ante toda aflicción. En Bulgaria visitaré al pueblo que nació de su testimonio y encontraré la cultura que encarna el alma de sus enseñanzas.

Al Santo Sínodo le envío saludos de paz desde las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Al Gobierno y al pueblo de Bulgaria les expreso mi alegría porque pronto estaré en vuestro país. Encomendándoos a la protección de la Madre del Salvador y a la intercesión de san Cirilo y san Metodio, invoco sobre vuestra nación las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS ALCALDES DE VARIAS CIUDADES DEL MUNDO


Lunes 13 de mayo de 2002



Queridos amigos:

133 Me alegra encontrarme con vosotros, alcaldes de algunas de las ciudades más importantes del mundo. Estáis reunidos en Roma para reflexionar sobre cómo influye la globalización en la vida de vuestras ciudades y sobre las oportunidades que ofrece para crear vínculos más estrechos entre ellas. Agradezco profundamente al honorable Walter Veltroni, alcalde de Roma, sus amables palabras de introducción y de síntesis.

Una ciudad es mucho más que un territorio, una zona de producción económica o una realidad política. Es, sobre todo, una comunidad de personas y especialmente de familias con sus hijos. Es una experiencia humana viva, arraigada históricamente y distinta culturalmente. Los que ejercen el control administrativo y político sobre ella tienen la gran responsabilidad de velar por el bien común de las personas, seres humanos dotados de una dignidad y derechos inalienables.
Precisamente en calidad de ciudadanos tienen importantes deberes con respecto a la comunidad.
En el aspecto ético, una ciudad debería caracterizarse sobre todo por la solidaridad. Cada uno de vosotros afronta serios problemas sociales y económicos que no se pueden resolver sin crear un nuevo estilo de solidaridad humana. Las instituciones y las organizaciones sociales, en diferentes niveles, así como los Estados, deben participar en la promoción de un movimiento general de solidaridad entre todos los sectores de la población, prestando atención especial a los débiles y a los marginados.

No se trata de una cuestión de conveniencia. Es una necesidad de orden moral, con vistas al cual es preciso educar a todos, y con el cual deben comprometerse, como deber de conciencia, los que ejercen cualquier tipo de influencia.

El objetivo de la solidaridad debe ser el progreso de un mundo más humano para todos, un mundo en el que todas las personas puedan participar de un modo positivo y fecundo, y en el que la riqueza de algunos ya no sea un obstáculo para el desarrollo de los demás, sino una ayuda.

Mientras reflexionáis en las numerosas y complejas cuestiones sobre las que se ha centrado vuestra conferencia, os exhorto a ver vuestra tarea como una oportunidad única para hacer el bien y para mejorar realmente el mundo en el que vivimos. Dios todopoderoso ilumine y sostenga vuestros esfuerzos. Sobre vosotros y sobre vuestros ciudadanos invoco abundantes bendiciones divinas de armonía y paz.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL PAUL POUPARD


CON OCASIÓN DEL XX ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN


DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA




Señor cardenal:

1. Me uno de buen grado a usted y a sus colaboradores, a los embajadores acreditados ante la Santa Sede y a todas las personalidades que han venido para celebrar el vigésimo aniversario de la creación del Consejo pontificio para la cultura.

Desde el inicio de mi pontificado, he aprovechado toda ocasión para reafirmar cuán importante es el diálogo entre la Iglesia y las culturas. Se trata de un ámbito vital no sólo para la nueva evangelización y la inculturación de la fe, sino también para el destino del mundo y el futuro de la humanidad.

Durante los veinte años transcurridos han cambiado notablemente los modelos de pensamiento y las costumbres de nuestras sociedades, mientras que los progresos técnicos, con la llegada de las tecnologías modernas de la comunicación, han influido profundamente en las relaciones del hombre con la naturaleza, consigo mismo y con los demás. La globalización misma, inicialmente asociada al ámbito económico, se ha convertido ahora en un fenómeno que afecta también a otros sectores de la vida humana. Ante estos cambios culturales es muy pertinente la reflexión de los padres del concilio ecuménico Vaticano II, que, en la constitución pastoral Gaudium et spes, quisieron subrayar la importancia de la cultura para el pleno desarrollo del hombre. En la carta autógrafa para la creación del Consejo pontificio para la cultura escribí: "La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida" (Carta al cardenal secretario de Estado, 20 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

134 2. Después del Concilio, durante las Asambleas del Sínodo de los obispos, reaparecieron a menudo estos temas, que recogí en exhortaciones apostólicas específicas. Quisiera agradecer a ese Consejo pontificio, creado por mí el 20 de mayo de 1982, la ayuda que me ha prestado en este campo tan importante para la acción misionera de la Iglesia.

Además, en 1993 decidí unir el Consejo pontificio para el diálogo con los no creyentes, instituido por mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, a este dicasterio, con la convicción de que la cultura es un camino privilegiado para comprender el modo de pensar y sentir de los hombres de nuestro tiempo que no tienen ninguna creencia religiosa como punto de referencia. Desde esta perspectiva, escribí en aquella ocasión: "El Consejo promueve el encuentro entre el mensaje salvífico del Evangelio y las culturas de nuestro tiempo, a menudo marcadas por la no creencia y la indiferencia religiosa, a fin de que se abran cada vez más a la fe cristiana, creadora de cultura y de ciencias, y fuente inspiradora de literatura y arte" (Inde a pontificatus, 25 de marzo de 1993, art. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de mayo de 1993, p. 5).

3. Señor cardenal, quisiera aprovechar esta feliz circunstancia para animar al Consejo pontificio para la cultura y a todos sus componentes a proseguir el camino emprendido, haciendo que la voz de la Santa Sede llegue a los diversos "areópagos" de la cultura moderna, manteniendo contactos fecundos con los cultivadores del arte y la ciencia, las letras y la filosofía.

En los encuentros eclesiales e interculturales de ciencia, cultura y educación, así como en las organizaciones internacionales, esforzaos constantemente por testimoniar el interés de la Iglesia por el diálogo fecundo del Evangelio de Cristo con las culturas y en una participación activa de los católicos en la construcción de una sociedad cada vez más respetuosa de la persona humana, creada a imagen de Dios.

Invocando, ante la perspectiva de la inminente fiesta de Pentecostés, la luz del Espíritu divino sobre la actividad del dicasterio, le imparto de corazón a usted, señor cardenal, a sus colaboradores y a todos los que se han reunido para celebrar este feliz aniversario, una especial y afectuosa bendición apostólica.

Vaticano, 13 de mayo de 2002








A LA ASAMBLEA GENERAL DE LOS DIRECTORES


NACIONALES DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Jueves 16 de mayo de 2002



1. El encuentro anual con vosotros, queridos directores nacionales, colaboradores y colaboradoras de las Obras misionales pontificias es para mí motivo de gran alegría.

La realidad misionera de la Iglesia constituye un fuerte estímulo a responder, con responsabilidad y clarividencia, a los desafíos del mundo actual. Frente a las dificultades y a las expectativas del tiempo presente, que interpelan nuestra fe, la Iglesia, con humilde valentía, señala como respuesta a Jesucristo, esperanza viva. La Iglesia es consciente de que "la evangelización misionera (...) constituye el primer servicio que (...) puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual" (Redemptoris missio RMi 2), revelando el amor de Dios, que se manifestó en el Redentor. Así, la comunidad de los creyentes avanza a lo largo de los siglos cumpliendo el mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...), enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20).

¿No aseguró Jesús que estará con nosotros "todos los días hasta el fin del mundo"? (Mt 28,20). Con la certeza de su palabra, los cristianos viven cada época como el "tiempo favorable" y el "día de la salvación" (cf. 2Co 6,2), ya que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8).
Y vuestra tarea, amadísimos hermanos y hermanas, consiste precisamente en ayudar a las comunidades eclesiales a responder a los dones del Espíritu y a colaborar activamente en la obra universal de la salvación.

135 2. En las jornadas que preceden a la asamblea general de las Obras misionales pontificias habéis reflexionado, aunque sea brevemente, en la necesidad de una adecuada formación del personal misionero y en el diálogo, hoy cada vez más necesario, con las demás religiones. Estáis convencidos de que esta formación no es "algo marginal, sino central en la vida cristiana" (Redemptoris missio RMi 83).

En efecto, es necesario educar a todos los miembros de la Iglesia, en los diversos niveles de responsabilidad, para cooperar juntos en la misión misma de Cristo. Es preciso que no falten vocaciones ad gentes, y obreros con diversas funciones en el vasto campo de la evangelización. Además, la actividad misionera jamás puede reducirse a simple promoción humana, a ayuda a los pobres y a liberación de los oprimidos. Aunque se debe intervenir valientemente en esos frentes, en colaboración con todas las personas de buena voluntad, la Iglesia tiene otra tarea primaria y específica: hacer que todo hombre y toda mujer se encuentre con Cristo, único Redentor.

Por tanto, la actividad misionera debe preocuparse, antes que nada, por transmitir la salvación que Jesús realizó. Y, por otra parte, ¿quién mejor que vosotros puede testimoniar que los pobres tienen hambre ante todo de Dios, y no sólo de pan y de libertad? Cuando los creyentes en Cristo permanecen fieles a su misión, se convierten en instrumentos privilegiados de liberación global.

3. Pero la formación misionera requiere, en primer lugar, el testimonio evangélico. El verdadero misionero es el santo, y el mundo espera misioneros santos. Así, no basta dedicarse únicamente a la renovación de los métodos pastorales y de las estructuras, coordinando mejor las fuerzas eclesiales; no basta limitarse a investigar con mayor esmero las bases bíblicas y teológicas de la fe. Es indispensable suscitar un nuevo "ardor de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, y especialmente entre los colaboradores más estrechos de los misioneros.
Quisiera reafirmar aquí, una vez más, la urgencia misionera ad gentes y ad vitam. Esta vocación "conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita entregas radicales y totales, impulsos nuevos y valientes" (Redemptoris missio RMi 66).

Doy gracias al Señor por cuantos, al escuchar su voz, le responden con generosidad, aun conscientes de sus limitaciones, y se fían de sus promesas y de su ayuda. Sostenidos por la gracia divina, los misioneros -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- dedican a Cristo todas sus energías en tierras lejanas, a veces en medio de dificultades, incomprensiones, peligros e incluso persecuciones.

4. ¡Cómo no recordar con gratitud a los que, también en los últimos meses, han caído en la brecha con tal de permanecer fieles a su misión! Son obispos y sacerdotes, pero no faltan religiosos y religiosas, y muchos laicos. Son "los mártires y los testigos de la fe" de nuestro tiempo, que animan a todos los creyentes a servir al Evangelio con plena dedicación.

Elevo la oración a Dios por cada uno de ellos, a la vez que os encomiendo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, en manos de María, Estrella de la evangelización, y de corazón os imparto una especial bendición apostólica, que extiendo a vuestros colaboradores y colaboradoras en el infatigable trabajo de animación, formación y cooperación misionera






DURANTE LA PRESENTACIÓN DE CARTAS CREDENCIALES


DE OCHO NUEVOS EMBAJADORES


Viernes 17 de mayo de 1999



Excelencias:

1. Me alegra acogeros hoy y recibir las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Bielorrusia, Níger, Suecia, Tailandia, Benin, Sudán, Islandia y Jordania. Quiero daros las gracias por haberme transmitido los corteses mensajes de vuestros respectivos jefes de Estado. Os ruego que al volver les transmitáis mis saludos deferentes y mis mejores deseos para sus personas y para su alta misión al servicio de todos sus compatriotas. Por medio de vosotros, también deseo saludar cordialmente a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros conciudadanos, asegurándoles mi estima y mi amistad.

136 2. En la actualidad nuestro mundo afronta un cierto número de crisis graves y de actos de violencia, que los medios de comunicación social nos dan a conocer cada día. La comunidad internacional y todos los hombres de buena voluntad tienen el deber de movilizarse más intensamente para que se realicen los cambios a los que aspiran los pueblos que sufren más. La paz debe ser la primera prioridad para todos los países y en todos los continentes, a fin de que cesen los conflictos armados, que no hacen sino hipotecar el futuro de las naciones y de las poblaciones, algunas de las cuales se ven sometidas a condiciones de vida degradantes e indignas. Nadie puede desinteresarse de la situación de sus hermanos y actuar como si no supiera.

Hay, sin duda, dos elementos esenciales en los que conviene influir conjuntamente: por una parte, el diálogo y las negociaciones entre los protagonistas, llamados a convivir en la misma tierra; y, por otra, el fenómeno de la globalización y de la creciente contraposición entre las naciones ricas y las naciones pobres, que crea desigualdades cada vez más evidentes. La paz a largo plazo supone que los países menos desarrollados se beneficien del crecimiento económico y de ayudas apropiadas. La primera perspectiva debe ser sostener las economías locales y formar personas que el día de mañana se hagan cargo del futuro de su comunidad nacional, para llegar así a la necesaria autonomía del país. Eso requiere por parte de todos una solidaridad cada vez mayor y comportamientos coherentes.

3. Desde esta perspectiva, la misión de los diplomáticos es de suma importancia. Están llamados a crear vínculos entre sí y a construir puentes entre sus países respectivos, aportando así una contribución significativa a la amistad entre los pueblos, en el respeto a las personas y a las poblaciones, y favoreciendo las negociaciones y los intercambios. Vuestra nueva misión os inserta en el Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, la cual, gracias a sus propios diplomáticos y a las comunidades católicas locales, está presente en el mundo entero, trabajando por el bien común y por el respeto de la dignidad de todo ser humano. Aquí podréis captar desde dentro sus preocupaciones y sus acciones.

También hallaréis puertas abiertas para encontraros con personalidades del mundo entero y entablar vínculos fraternos. Además, con el nacimiento de nuevos Estados modernos, se han creado nuevas misiones diplomáticas estables, que amplían las relaciones internacionales y acercan los países entre sí, invitándolos a cooperar cada vez más con vistas a la paz en el mundo.

4. La desigualdad entre los pueblos nos interpela sin cesar y debe ser para todos objeto de una atención particular. Algunos países, cuyo suelo y subsuelo contienen abundantes riquezas y numerosas materias primas, se ven sometidos a presiones que impiden a enteros sectores de su población obtener beneficio alguno. Para que se realicen cambios en el ámbito internacional es preciso que cada uno acepte modificar su estilo de vida. Por eso, deseo ardientemente que en todos los hombres de buena voluntad se suscite un impulso de solidaridad y caridad fraterna. En efecto, la paz va unida a la erradicación de la miseria y a la eliminación de las desigualdades entre los pueblos. También supone brindar educación a todos. Las generaciones jóvenes, particularmente sensibles a las situaciones dramáticas, necesitan signos fuertes para que sus esperanzas no queden defraudadas.

Mediante su participación activa en el ámbito diplomático y gracias a las comunidades locales, la Iglesia católica, en los diversos países del mundo, se compromete en favor del respeto a la dignidad de las personas y del reconocimiento de los pueblos, tratando con todos los medios pacíficos de que se instaure la paz, así como un entendimiento entre las naciones y una fraternidad entre todos, para ofrecer a cada uno una tierra donde pueda vivir bien, donde pueda vivir su vida personal, familiar y social, y participar según sus posibilidades en la vida pública.

5. Al comenzar vuestra misión ante la Santa Sede, os expreso mis mejores deseos. Invocando la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, así como sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis, pido al Altísimo que os colme de sus dones.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA COMUNIDAD DE LA ABADÍA DE HEILIGENKREUZ



Viernes 17 de mayo de 2002



Reverendo abad Gregor;
egregio padre decano de la Escuela superior;
reverendos rectores de los seminarios sacerdotales;
137 queridos profesores y alumnos:

1. Con gran alegría os doy la bienvenida al palacio apostólico. Habéis elegido el tiempo de la novena de Pentecostés para realizar esta peregrinación a Roma, a las tumbas de los Apóstoles y a la sede del Sucesor de Pedro, con ocasión del bicentenario de la Escuela superior de teología y filosofía de la Santa Cruz. Esta peregrinación, encabezada por el reverendísimo abad, no sólo refuerza la comunidad académica de los profesores y los estudiantes, sino que también expresa el fin último de vuestros estudios y de vuestros esfuerzos: una comunión profunda e indestructible con Dios uno y trino en su santa Iglesia, aquí y ahora en la tierra, y después en la bienaventuranza del cielo.

2. Durante estos días de Pentecostés suplicamos: "Veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium; et tui amoris in eis ignem accende!".

Vuestra peregrinación jubilar está destinada a ser una importante piedra miliar en vuestro camino de comunidad de estudios teológicos: ojalá que el espíritu de fidelidad al magisterio y a la tradición de la Iglesia, que la abadía de la Santa Cruz y vuestra escuela han mostrado desde su fundación, en 1802, experimente, gracias a la acción del Espíritu Santo, una renovación vital e impulse vuestro apostolado. Vuestro deseo más íntimo de recibir el "Espíritu de verdad" (
Jn 16,13), que fue también el de los discípulos reunidos con María, os abre a la gran tarea que os encomiendo vivamente a todos vosotros: ser agentes entusiastas y estimulantes de la nueva evangelización de Europa.

3. Arraigada firmemente en la tradición espiritual de la Orden cisterciense, vuestra escuela afronta el desafío de una seria formación de los sacerdotes y los religiosos en nuestro tiempo. Por ello doy las gracias sinceramente al abad y a los monjes del monasterio de la Santa Cruz. Deseo de corazón que la Escuela superior de teología y filosofía de la Santa Cruz, y todos sus miembros, crezcan en la fe, en la esperanza y en la caridad. Con este fin, os encomiendo a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestros hermanos que han permanecido en el monasterio, a la intercesión de María, Magna Mater Austriae, de san Bernardo y de todos los santos de la Orden cisterciense, y de corazón imparto a todos mi bendición apostólica.










A LOS HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS


Sábado 18 de mayo de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría os acojo, con ocasión del tercer centenario de la presencia en Italia de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Desde que, en 1702, el hermano Gabriel Drolin llegó a Roma procedente de Francia, la semilla plantada por él a costa de heroicos sacrificios ha dado abundantes frutos en el campo de la educación. Este campo siempre ha sido particularmente apreciado por la Iglesia que, fiel a Cristo, hace todo lo posible para que el hombre tenga vida "en abundancia" (cf. Jn Jn 10,10). Por tanto, me alegra encontrarme hoy con vosotros, los herederos de esta admirable obra, que queréis proseguir fielmente, tras las huellas de san Juan Bautista de la Salle y de Gabriel Drolin.

Saludo con afecto al superior general, hermano Álvaro Rodríguez Echeverría, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Os saludo a todos vosotros, y doy a cada uno mi más cordial bienvenida.

2. En su testamento, san Juan Bautista de la Salle escribió palabras memorables, que explican el significado eclesial del tricentenario que estáis celebrando: "A los hermanos les recomiendo que estén siempre y totalmente sometidos a la Iglesia, especialmente en tiempos tan terribles, y, para dar prueba de ello, no se separen jamás de nuestro Santo Padre, el Papa, y de la Iglesia de Roma, recordando siempre que he enviado a dos hermanos a Roma para pedir a Dios la gracia de que su Sociedad esté siempre y totalmente sometida a él".

Estas palabras no han perdido en absoluto su fuerza y su actualidad, e inspiran la misión que se os ha confiado al servicio de la formación integral de los jóvenes, según las enseñanzas de la Iglesia.

138 3. El hermano Gabriel Drolin fue elegido por Juan Bautista de la Salle para testimoniar fidelidad al Papa en aquellos tiempos de jansenismo, y para plantar el árbol de la Sociedad de las Escuelas Cristianas a la sombra y bajo la mirada bendiciente del Sucesor de Pedro. Para todos los educadores lasalianos sigue siendo un modelo inspirador de gran fuerza y relevancia.

El 21 de noviembre de 1691, juntamente con el fundador y otro hermano, emitió lo que se llama el "voto heroico", para asegurar el futuro de las Escuelas Cristianas a toda costa y al precio de una fidelidad sin cálculos ni límites: "Aunque quedáramos sólo nosotros tres y nos viéramos obligados a pedir limosna y a vivir sólo de pan".

En 1702 se dispone a partir de Francia para una misión importante y difícil: dar a conocer una nueva realidad educativa, pedagógica y metodológica, nacida veinte años antes, al otro lado de los Alpes.

4. El pensamiento ascético-educativo lasaliano versa no tanto sobre "cómo educar", cuanto sobre "cómo ser" para educar, es decir, cómo vivir en sí el estilo y la esencia del educador. El modelo es Cristo, Maestro porque está abierto a la escucha, ejemplo porque es testigo. La Salle considera la educación de los jóvenes a través de la renovación del educador.

Si el educador, con su testimonio y su palabra, no es modelo para el joven, la escuela no consigue su fin. "Vosotros -decía a los suyos- sois los embajadores y los ministros de Cristo en la profesión que ejercéis; por tanto, debéis comportaros como representantes de Cristo mismo. Él quiere que los jóvenes os miren como a él mismo, que reciban vuestras enseñanzas como si fuese él mismo quien enseñara: deben estar convencidos de que la verdad de Cristo habla por vuestros labios, que enseñáis en su nombre, y que es él mismo quien os da autoridad sobre ellos" (Med.III, para el tiempo de retiro, n. 2).

Los veintiséis años transcurridos en Roma por el hermano Gabriel, como único exponente del Instituto, constituyen una lección de fidelidad total a su vocación religiosa y educativa. Son un ejemplo de profundo espíritu religioso y de sano realismo al afrontar los imprevistos y el esfuerzo de cada día. Por eso, el hermano Gabriel es un modelo al que hay que mirar con admiración también hoy, puesto que la fidelidad al carisma y a la misión lasaliana exigen siempre valentía y fuerza de voluntad intrépida y a toda prueba.

Las obras educativas lasalianas siguen siendo un recurso providencial para el bien de la juventud, de la Iglesia y de toda la sociedad. Por eso la fidelidad al carisma necesita, hoy más que nunca, nueva inspiración y creatividad, para responder de modo adecuado a las exigencias del mundo actual.

5. Queridos hermanos, como escribí en la exhortación apostólica Vita consecrata, "vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (n. 110). Estas palabras se aplican también a vosotros, aquí en Italia y en el resto del mundo. La familia lasaliana tiene una tarea de gran importancia. Vosotros, queridos hermanos, asociados, profesores, padres, ex alumnos y jóvenes, estáis llamados a reafirmar vuestro compromiso de fidelidad y renovación.

A lo largo de tres siglos, en el marco social y cultural de la sociedad italiana, habéis caminado junto a los jóvenes, realizando el servicio educativo sobre la base de los grandes valores de la solidaridad, la tolerancia, el pluralismo, el servicio y la cultura.

6. Espero de corazón que la celebración del tricentenario no sólo represente una oportunidad para repasar el camino recorrido, sino también para revitalizar un proyecto con importantes propuestas para el hombre del tercer milenio.

Vuestro venerado fundador, junto con el hermano Gabriel Drolin, os prestará seguramente su apoyo espiritual desde el cielo. Encomiendo a la Madre de Dios, María santísima, todas vuestras escuelas y casas religiosas, especialmente las que están en Italia y de modo muy particular las de Roma. Os agradezco una vez más este cariñoso encuentro y, a la vez que os animo a seguir adelante con entusiasmo y generosidad, os bendigo de corazón a todos.








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