Discursos 2002 158

158 4. A ejemplo de vuestros fundadores, habéis reconocido en la espiritualidad de la consagración al Espíritu Santo una escuela de libertad evangélica y de disponibilidad para la misión. "Es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el diálogo. (...) ¡Él es el protagonista de la misión!" (Redemptoris missio RMi 29 y 30). El Espíritu Santo, que descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés para convertirlos en los primeros misioneros del Evangelio, sigue animando a la Iglesia y enviándola a anunciar la buena nueva a todos los rincones del mundo. Conservad esta devoción al Espíritu Santo, que caracteriza a vuestra familia religiosa.

El Espíritu que une a la Iglesia y la congrega de todas las partes para hacer de ella el pueblo de la nueva Alianza os ha llamado a la vida comunitaria. Estad atentos a vivir esta experiencia en vuestra vida diaria. En efecto, la vida común y fraterna es una ayuda valiosa en el camino a veces difícil de los consejos evangélicos y del compromiso misionero. Además, es para nuestros contemporáneos un testimonio del amor de Cristo: "Hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1Jn 4,21).

5. En los caminos de la evangelización no faltan las dificultades. Sobre todo en ciertos países sufrís la falta de vocaciones, que debilita vuestro dinamismo. Esta prueba no es específicamente vuestra; afecta a muchas diócesis y familias religiosas hoy. Pero esta crisis os atañe especialmente a vosotros, que habéis atribuido siempre un lugar importante a las vocaciones en vuestra pastoral misionera, creando seminarios menores en las Iglesias jóvenes que se os han confiado. Esta atención particular os ha llevado también a recibir la responsabilidad del Pontificio seminario francés de Roma. Preocupaos por ayudar a los seminaristas a prepararse para su ministerio, mediante una formación humana, intelectual y pastoral que les permita insertarse en la vida eclesial de sus diócesis. Esto supone un conocimiento preciso de las Iglesias locales y un diálogo permanente con sus pastores. Por tanto, la disminución del número de seminaristas y de vocaciones misioneras no debe atenuar la calidad del discernimiento ni las exigencias, sobre todo espirituales y morales, requeridas para el ministerio sacerdotal. En efecto, el anuncio del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo exige testigos fieles, animados por el Espíritu de santidad, que sean signos para sus hermanos con la fuerza de su palabra y, sobre todo, con la autenticidad de su vida.

6. Queridos hermanos en Cristo, no olvido el verdadero nombre de vuestra congregación: "Congregación del Espíritu Santo, bajo la protección del Corazón Inmaculado de María". Pido a María, Madre del Señor y Reina de los misioneros, su benévola intercesión por vosotros y también por los numerosos miembros de vuestra congregación, esparcidos por todo el mundo al servicio del Evangelio. Que la Virgen bendita sea siempre un ejemplo y un modelo espiritual para vosotros.
Que su sí al Señor sea la regla de vuestra vida. A todos imparto de corazón una particular bendición apostólica.


Vaticano, 20 de mayo de 2002







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

ENCUENTRO CON REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA




Sofía, viernes 24 de mayo de 2002



Ilustres señores;
amables señoras:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, exponentes de las diversas expresiones de la cultura y del arte. Con vuestras competencias respectivas, hacéis presente aquí, de alguna manera, a todo el amado pueblo búlgaro. Me dirijo a vosotros con respeto y admiración, consciente de cuán delicada e importante es la contribución que dais a la noble empresa de la construcción de una sociedad en la que pueda realizarse "la mutua comprensión y la prontitud en la cooperación mediante un generoso intercambio de los bienes culturales y espirituales" (Slavorum apostoli, 27).

Doy sinceramente las gracias a los que han interpretado con nobles palabras los sentimientos de los presentes, así como a todos los que, de diversos modos, han contribuido a la preparación de mi visita a vuestro hermoso país. También saludo cordialmente a los promotores de la iniciativa "campanas por la paz" y les entrego gustoso esta "campana del Papa", esperando que sus tañidos recuerden a los niños y a los jóvenes de Bulgaria el deber y el compromiso de desarrollar la amistad y la comprensión entre las diferentes naciones de la tierra.

159 2. Este encuentro tiene lugar en un día muy significativo: en efecto, Bulgaria celebra hoy la fiesta de los santos hermanos Cirilo y Metodio, heraldos intrépidos del Evangelio de Cristo y fundadores de la lengua y de la cultura de los pueblos eslavos. Su memoria litúrgica reviste un carácter particular, pues es al mismo tiempo la "fiesta de las letras búlgaras". Esta fiesta, que no sólo celebran los creyentes ortodoxos y católicos, lleva a todos a reflexionar en ese patrimonio cultural, cuyo inicio se debió a la acción de los dos santos hermanos de Tesalónica.

El kan protobúlgaro Omurtag escribió sobre la columna que se conserva en Veliko Tarnovo, en la iglesia de los Santos Cuarenta Mártires: "El hombre, aunque viva bien, muere, y otro nace. El que nazca más tarde, cuando vea esta inscripción, recuerde al que la compuso" (AA.VV., Las fuentes de la historia búlgara, ed. Otechestwo, Sofía 1994, p. 24). Así pues, quisiera que este encuentro asumiera la característica de un solemne acto común de veneración y gratitud hacia los santos Cirilo y Metodio, a los que en 1980 proclamé patronos de Europa juntamente con san Benito de Nursia, y que aún hoy tienen tanto que enseñarnos a todos nosotros, en Oriente y en Occidente.

3. Esos santos hermanos, al introducir el Evangelio en la peculiar cultura de los pueblos que evangelizaban, con la creación genial y original de un alfabeto, adquirieron méritos especiales. Para responder a las necesidades de su servicio apostólico, tradujeron a la lengua local los libros sagrados con fines litúrgicos y catequéticos, poniendo así las bases de la literatura en las lenguas de aquellos pueblos. Por eso, con razón se les considera no sólo los apóstoles de los eslavos, sino también los padres de su cultura. La cultura es la expresión, encarnada en la historia, de la identidad de un pueblo; forja el alma de una nación, que se reconoce en determinados valores, se manifiesta en símbolos precisos, y se comunica a través de sus propios signos.

Por medio de sus discípulos, la misión de san Cirilo y san Metodio se consolidó admirablemente en Bulgaria. Aquí, gracias a san Clemente de Ocrida, surgieron centros dinámicos de vida monástica, y aquí se desarrolló de manera especial el alfabeto cirílico. Desde aquí también el cristianismo pasó a otros territorios, hasta llegar, a través de la vecina Rumanía, a la antigua Rus' de Kiev; luego se extendió hacia Moscú y otras regiones orientales.

La obra de san Cirilo y san Metodio constituye una contribución eminente a la formación de las raíces cristianas comunes de Europa, las raíces que por su profundidad y vitalidad configuran uno de los puntos de referencia cultural más sólidos. Cualquier intento serio de restablecer de modo nuevo y actual la unidad del continente no puede prescindir de esas raíces.

4. El criterio inspirador de la ingente obra llevada a cabo por san Cirilo y san Metodio fue la fe cristiana. En efecto, la cultura y la fe no sólo no se oponen, sino que mantienen entre sí relaciones semejantes a las que existen entre el fruto y el árbol. Es un hecho histórico innegable que las Iglesias cristianas, tanto de Oriente como de Occidente, favorecieron y propagaron entre los pueblos, a lo largo de los siglos, el amor a la propia cultura y el respeto a la de los demás. Así fue como se edificaron magníficas iglesias y lugares de culto llenos de riquezas arquitectónicas y de imágenes sagradas, como los iconos, fruto de oración y penitencia, así como de gusto y refinada técnica artística. Precisamente por este motivo se redactaron tantos documentos y escritos de índole religiosa y cultural, en los que se expresó y se afinó el genio de pueblos en crecimiento hacia una identidad nacional cada vez más madura.

El patrimonio cultural que los santos hermanos de Tesalónica dejaron a los pueblos eslavos era el fruto del árbol de su fe, profundamente arraigada en sus almas. Sucesivamente, se desarrollaron en aquel árbol nuevas ramas, las cuales produjeron nuevos frutos, enriqueciendo aún más el extraordinario patrimonio de pensamiento y arte que el mundo reconoce a las naciones eslavas.

5. La experiencia histórica demuestra que el anuncio de la fe cristiana no sólo no mortificó, sino que, al contrario, integró y exaltó los auténticos valores humanos y culturales típicos del genio de los países evangelizados, y también contribuyó a su apertura recíproca, ayudándoles a superar los antagonismos y a crear un patrimonio espiritual y cultural común, presupuesto de relaciones de paz estables y constructivas.

Quien quiera trabajar eficazmente en la edificación de una auténtica unidad europea no puede prescindir de estos datos históricos, que tienen una elocuencia indiscutible. Como ya afirmé en otra ocasión, "la marginación de las religiones, que han contribuido y siguen contribuyendo a la cultura y al humanismo de los que Europa se siente legítimamente orgullosa, me parece que es al mismo tiempo una injusticia y un error de perspectiva" (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 10 de enero de 2002, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de enero de 2002, p. 3). En efecto, el Evangelio no lleva al empobrecimiento o desaparición de todo lo auténtico que cada hombre, pueblo y nación reconocen y realizan como bien, verdad y belleza (cf. Slavorum apostoli, 18).

6. Volviendo la mirada atrás, debemos reconocer que, al lado de una Europa de la cultura con los grandes movimientos filosóficos, artísticos y religiosos que la distinguen, y al lado de una Europa del trabajo con las conquistas tecnológicas e informáticas del siglo que acaba de concluir, existe por desgracia una Europa de los regímenes dictatoriales y de las guerras, una Europa de la sangre, de las lágrimas y de las crueldades más espantosas. Tal vez también por estas amargas experiencias del pasado, en la Europa de hoy parece aún más fuerte la tentación del escepticismo y de la indiferencia ante el derrumbe de valores morales fundamentales de la vida personal y social.

Es preciso reaccionar. En el preocupante contexto contemporáneo urge afirmar que Europa, para recobrar su identidad profunda, no puede por menos de volver a sus raíces cristianas, y en particular a la obra de hombres como san Benito, san Cirilo y san Metodio, cuyo testimonio constituye una contribución de importancia fundamental para la renovación espiritual y moral del continente.

160 Así pues, el mensaje de los patronos de Europa y de todos los místicos y santos cristianos que han testimoniado el Evangelio entre las poblaciones europeas es este: el sentido último de la vida y de la historia humana nos lo ofreció el Verbo de Dios, que se encarnó para redimir al hombre del mal del pecado y del abismo de la angustia.

7. Desde esta perspectiva, me complace mucho la iniciativa de los obispos católicos de promover la traducción a la lengua búlgara del Catecismo de la Iglesia católica, el cual "tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son la sagrada Escritura, los santos Padres, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia" (Prólogo, 11).

Quisiera entregarlo simbólicamente también a aquellos de entre vosotros que, aun sin ser católicos, comparten con nosotros el único bautismo, para que puedan conocer de cerca lo que la Iglesia católica cree y anuncia.

8. El monje Paisij, del monasterio de Chilandar, afirmaba con razón que una nación con un pasado glorioso tiene derecho a un futuro espléndido (cf. Istoria slavianobolgarskaia, 1722-1773).
Ilustres señores y amables señoras, el Papa de Roma os mira con confianza y repite ante vosotros su convicción sobre la gran tarea encomendada a los hombres y mujeres de cultura de conservar y transmitir la ciencia y la sabiduría que han inspirado en los diversos tiempos la vida de sus respectivos pueblos.

Deseo a Bulgaria, el hermoso país de las rosas, un "futuro espléndido" para que, siendo como hasta ahora tierra de encuentro entre Oriente y Occidente, con la bendición del Dios Altísimo prospere en la libertad, en el progreso y en la paz.







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

VISITA AL MONASTERIO DE SAN JUAN DE RILA

Sábado 25 de mayo de 2002



Venerables metropolitas y obispos;
amadísimos monjes y monjas de Bulgaria
y de todas las santas Iglesias ortodoxas:

1. ¡La paz esté con vosotros! Os saludo a todos con afecto en el Señor. En particular, saludo al egúmeno de este monasterio, el obispo Joan, que, como observador enviado por Su Santidad el patriarca Cirilo, participó conmigo en las sesiones del concilio ecuménico Vaticano II.

161 Durante esta visita a Bulgaria, deseaba venir en peregrinación a Rila para venerar las reliquias del santo monje Juan y poder testimoniaros a todos vosotros mi gratitud y afecto: "En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 2-3).

Sí, queridos hermanos y hermanas, el monaquismo oriental, juntamente con el occidental, constituye un gran don para toda la Iglesia.

2. En varias ocasiones he puesto de relieve la valiosa contribución que dais a la comunidad eclesial mediante la ejemplaridad de vuestra vida. En la carta apostólica Orientale lumen escribí que quería "contemplar el vasto panorama del cristianismo de Oriente desde una altura particular", es decir, la del monaquismo, "que permite descubrir muchos de sus rasgos" (n. 9). En efecto, estoy convencido de que la experiencia monástica constituye el centro de la vida cristiana, de forma que se puede proponer como punto de referencia para todos los bautizados.

Un gran monje y místico occidental, Guillermo de Saint-Thierry, llama a vuestra experiencia, que alimentó y enriqueció la vida monástica del Occidente católico, "luz que viene del Oriente" (cf. Epistula ad fratres de monte Dei I, Sources chétiennes 223, p. 145). Con él otros muchos hombres espirituales de Occidente han hecho grandes elogios de la riqueza de la espiritualidad monástica oriental. Me alegra unir hoy mi voz a este coro de aprecio, reconociendo la validez del camino de santificación trazado en los escritos y en la vida de tantos de vuestros monjes, que han dado ejemplos elocuentes de seguimiento radical de nuestro Señor Jesucristo.

3. La vida monástica, en virtud de la tradición ininterrumpida de santidad en que se apoya, conserva con amor y fidelidad algunos elementos de la vida cristiana, que también son importantes para el hombre de hoy: el monje es memoria evangélica para los cristianos y para el mundo.

Como enseña san Basilio el Grande (cf. Regulae fusius tractatae VIII, ), la vida cristiana es ante todo apotaghé, "renuncia": al pecado, a la mundanalidad y a los ídolos, para unirse al único y verdadero Dios y Señor, Jesucristo (cf.
1Th 1,9-10). En el monaquismo esa renuncia se hace radical: renuncia a la casa, a la familia, a la profesión (cf. Lc Lc 18,28-29); renuncia a los bienes terrenos en una búsqueda incesante de los eternos (cf. Col Col 3,1-2); renuncia a la philautía, como la llama san Máximo el Confesor (cf. Capita de charitate II, 8; III, 8; III, 57 y passim , PG ), es decir, al amor egoísta, para conocer el infinito amor de Dios y ser capaces de amar a los hermanos. La ascesis del monje es ante todo un camino de renuncia para poder unirse cada vez más al Señor Jesús y ser transfigurado por la fuerza del Espíritu Santo.

El beato Juan de Rila -que quise ver representado con otros santos orientales y occidentales en el mosaico de la capilla Redemptoris Mater del palacio apostólico vaticano, y del que este monasterio es un testimonio perdurable-, después de escuchar la palabra de Jesús que le pedía que renunciara a todos sus bienes para dárselos a los pobres (cf. Mc Mc 10,21), lo dejó todo por la perla preciosa del Evangelio, y siguió el ejemplo de santos ascetas para aprender el arte del combate espiritual.

4. El "combate espiritual" es otro elemento de la vida monástica, que hoy es necesario volver a aprender y proponer a todos los cristianos. Se trata de un arte secreto e interior, un combate invisible que el monje libra cada día contra las tentaciones, las sugestiones malignas, que el demonio trata de insinuar en su corazón; es un combate que llega a ser crucifixión en la palestra de la soledad con miras a la pureza del corazón, que permite ver a Dios (cf. Mt Mt 5,8), y de la caridad, que permite participar en la vida de Dios, que es amor (cf. 1Jn 4,16).

En la existencia de los cristianos, hoy más que nunca, los ídolos son seductores y las tentaciones, apremiantes: el arte del combate espiritual, el discernimiento de espíritus, la manifestación de los propios pensamientos al director espiritual y la invocación del santo nombre de Jesús y de su misericordia deben volver a formar parte de la vida interior del discípulo del Señor. Este combate resulta necesario para ser aperíspastoi, "no distraídos", y amérimnoi, "no preocupados" (cf. 1Co 7,32 1Co 7,35), y para vivir en constante unión con el Señor (cf. san Basilio Magno, Regulae fusius tractatae VIII, 3; XXXII, 1; XXXVIII).

5. Con el combate espiritual, el beato Juan de Rila vivió también la "sumisión" en la obediencia y en el servicio recíproco que exige la vida común. El cenobio es el lugar de la realización diaria del "mandamiento nuevo"; es la casa y la escuela de la comunión; es el espacio en donde se sirve a los hermanos como Jesús quiso servir a los suyos (cf. Lc Lc 22,27). ¡Qué fuerte testimonio cristiano da una comunidad monástica cuando vive la caridad auténtica! Frente a ella, incluso los no cristianos se ven estimulados a reconocer que el Señor está siempre vivo y actúa en su pueblo.

El beato Juan vivió, además, la vida eremítica en la "compunción" y en el arrepentimiento, pero sobre todo en la escucha ininterrumpida de la Palabra y en la oración incesante, hasta llegar a ser, como dice san Nilo, un "teólogo" (cf. De oratione LX, ), es decir, un hombre dotado de una sabiduría que no es de este mundo, sino que viene del Espíritu Santo. El testamento que el beato Juan escribió por amor a sus discípulos deseosos de tener sus últimas palabras, es una enseñanza extraordinaria sobre la búsqueda y la experiencia de Dios para cuantos anhelan llevar una auténtica vida cristiana y monástica.

162 6. El monje, en obediencia a la llamada del Señor, emprende el itinerario que, partiendo de la renuncia a sí mismo, llega hasta la caridad perfecta, en virtud de la cual tiene los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp Ph 2,5): se hace manso y humilde de corazón (cf. Mt Mt 11,29), comparte el amor de Dios a todas las criaturas y ama, como dice Isaac el Sirio, incluso a los enemigos de la verdad (cf. Sermones ascetici, Collatio prima, LXXXI).

El monje, capacitado para ver el mundo con los ojos de Dios, y cada vez más configurado con Cristo, tiende al fin último para el que ha sido creado el hombre: la divinización, la participación en la vida trinitaria. Esto sólo es posible por gracia a quien, con la oración, las lágrimas de compunción y la caridad, se abre a acoger al Espíritu Santo, como recuerda otro gran monje de estas amadas tierras eslavas, Serafín de Sarov (cf. Coloquio con Motovilov III, en P. Evdokimov, Serafín de Sarov, hombre del Espíritu, Bose 1996, pp. 67-81).

7. ¡Cuántos testigos del camino de santidad han brillado en este monasterio de Rila durante su historia multisecular y en tantos otros monasterios ortodoxos! ¡Cuán grande es la deuda de gratitud de la Iglesia universal para con todos los ascetas que han sabido recordar lo "único necesario" (cf. Lc Lc 10,42), el destino último del hombre!

Nosotros admiramos con gratitud la valiosa tradición que los monjes orientales viven fielmente y siguen transmitiendo de generación en generación como signo auténtico del éschaton, del futuro al que Dios continúa llamando a cada hombre por medio de la fuerza íntima del Espíritu. Son signo a través de su adoración de la santísima Trinidad en la liturgia, a través de la comunión vivida en el ágape, a través de la esperanza que en su intercesión se extiende a todo hombre y a toda criatura, hasta los umbrales del infierno, como recuerda san Silvano de Athos (cf. Ieromonach Sofronij, Starec Siluan, Stavropegic Monastery of St. John the Baptist, Tolleshunt Knights by Maldon 1952 [1990], pp. 91-93).

8. Amadísimos hermanos y hermanas, todas las Iglesias ortodoxas saben que los monasterios son un patrimonio inestimable de su fe y de su cultura. ¿Qué sería Bulgaria sin el monasterio de Rila, que en los tiempos más oscuros de la historia nacional mantuvo encendida la antorcha de la fe?, ¿o Grecia sin el santo monte Athos?, ¿o Rusia sin esas innumerables moradas del Espíritu Santo que le han permitido superar el infierno de las persecuciones soviéticas? Pues bien, el Obispo de Roma está hoy aquí para deciros que también la Iglesia latina y los monjes de Occidente os agradecen vuestra existencia y vuestro testimonio.

Amadísimos monjes y monjas, ¡que Dios os bendiga! ¡Que él os confirme en la fe y en la vocación, y os haga instrumentos de comunión en su santa Iglesia y testigos de su amor en el mundo!







VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

VISITA A LA CONCATEDRAL CATÓLICA DE RITO LATINO

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE

A LOS SACERDOTES Y RELIGIOSAS

Sofía, sábado 25 de mayo de 2002


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. "El Dios de la paz (...) os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (He 13,20-21).

Con este deseo, tomado de la carta a los Hebreos, os saludo con afecto, en vuestra concatedral dedicada a San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal.
Saludo ante todo al obispo monseñor Gheorghi Jovcev, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y desde aquí deseo extender mi saludo a todos los fieles católicos de rito latino, esparcidos en las diversas regiones de Bulgaria, especialmente a los niños, a los enfermos y a los ancianos.

163 2. Me ha alegrado saber que pronto comenzarán los trabajos de construcción de la nueva catedral, no muy lejos de aquí, en el mismo lugar donde se hallaba la antigua iglesia destruida durante la guerra. En la oración os deseo que las diversas piedras necesarias para la construcción sean imagen de las "piedras vivas" que, en virtud del bautismo, estáis llamados a ser cada uno de vosotros, "para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo" (1P 2,5).

La intercesión y el ejemplo del beato Juan XXIII, cuya paternal figura os acoge al entrar en esta iglesia, os acompañen y sostengan en el camino de la vida.

Con mi bendición apostólica.









VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

VISITA A LA CATEDRAL CATÓLICA DE RITO BIZANTINO-ESLAVO

Sábado 25 de mayo de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

"La paz esté con vosotros. Bendecid a Dios por siempre" (Tb 12,17). Me alegra encontrarme con todos vosotros en esta catedral dedicada a la Dormición de la santísima Virgen María. Saludo con afecto a mons. Christo Proykov, vuestro exarca apostólico, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Abrazo fraternalmente a mons. Metodi Stratiev, exarca emérito, que sufrió la persecución y la cárcel juntamente con los tres sacerdotes asuncionistas que proclamaré beatos mañana en Plovdiv, y dirijo mi saludo cordial a todos los sacerdotes del exarcado y a los fieles encomendados a su solicitud pastoral y aquí representados.

Con particular afecto saludo a las monjas Carmelitas y a las religiosas Eucaristinas, recordando especialmente a aquellas de entre vosotras -vivas en la tierra o en el cielo- que vivieron durante el período de la dominación comunista la larga reclusión en el coro de la iglesia de San Francisco, manteniendo vivo el ideal de su consagración y sosteniendo con la oración y la penitencia la fidelidad de los cristianos a su Señor.

Juntamente con vosotros, recuerdo con admiración y gratitud la figura y la obra del delegado apostólico mons. Angelo Giuseppe Roncalli, el beato Papa Juan XXIII, que oró en esta catedral y se prodigó tanto por la vida de la Iglesia católica de rito bizantino-eslavo en Bulgaria. Su reliquia, que os he traído como regalo desde Roma, se conservará y venerará en la iglesia que vais a erigir y que habéis querido dedicar a su nombre.

La misma fe valiente de los que os han precedido en esta Iglesia católica que está en Bulgaria os exhorta a renovar hoy de modo intenso vuestro testimonio de Cristo Señor. Por mi parte, confortado por el mandato que Jesús mismo confirió a Pedro, deseo sosteneros y confirmaros en ese compromiso. El Señor os asista y os ayude en el propósito generoso de vida cristiana y, por intercesión de su santísima Madre, venerada con el título de Patrona de la unidad de los cristianos en el santuario de la santísima Trinidad en Malko Tyrnovo, os conceda la abundancia de sus bendiciones.










VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

Catedral de Plovdiv

Domingo 26 de mayo de 2002



164 Queridos jóvenes amigos:

1. Con particular alegría me encuentro con vosotros esta tarde. Os saludo con afecto a todos, a la vez que doy las gracias a cuantos, en vuestro nombre, acaban de dirigirme cordiales palabras de bienvenida. Al término de mi estancia en el País de las rosas, nuestra cita -precisamente por la lozanía de vuestros años y la vivacidad de vuestra acogida- es un anuncio de primavera que nos abre al futuro. La belleza de la comunión, que nos une en la caridad de Cristo (cf. Hch
Ac 2,42), impulsa a todos a remar mar adentro con confianza (cf. Lc Lc 5,4), renovando el compromiso de corresponder, día a día, a los dones y a las tareas recibidas del Señor.

Desde el comienzo de mi servicio como Sucesor de Pedro os he mirado a vosotros, jóvenes, con atención y afecto, porque estoy convencido de que la juventud no es simplemente un tiempo de paso entre la adolescencia y la edad adulta, sino más bien una época de la vida que Dios concede como don y como tarea a cada persona. Un tiempo durante el cual hay que buscar, como el joven del Evangelio (cf. Mt Mt 16,20), la respuesta a los interrogantes fundamentales y descubrir no sólo el sentido de la existencia, sino también un proyecto concreto para construirla.

Amadísimos muchachos y muchachas, de las opciones que realicéis durante estos años dependerá vuestro porvenir personal, profesional y social: la juventud es el tiempo en el que se ponen los cimientos; ¡una ocasión que no hay que perder, porque ya no volverá!

2. En este momento particular de vuestra vida, el Papa se alegra de estar cerca de vosotros para escuchar con respeto vuestros anhelos y preocupaciones, vuestras expectativas y esperanzas. Está aquí, con vosotros, para comunicaros la certeza que es Cristo, la verdad que es Cristo, el amor que es Cristo. La Iglesia os mira con gran atención, porque vislumbra en vosotros su futuro y en vosotros pone su esperanza.

Imagino que os estáis preguntando qué quiere deciros el Papa esta tarde, antes de su partida. Quisiera confiaros dos mensajes, dos "palabras" pronunciadas por Aquel que es la Palabra misma del Padre, con el deseo de que las custodiéis como un tesoro durante toda vuestra existencia (cf. Mt Mt 6,21).

La primera palabra es aquel "Venid y lo veréis", que Jesús dijo a los dos discípulos que le habían preguntado dónde vivía (cf. Jn Jn 1,38-39). Es una invitación que sostiene y motiva desde hace siglos el camino de la Iglesia. Queridos amigos, hoy os la repito a vosotros. Acercaos a Jesús y tratad de "ver" lo que os ofrece. No tengáis miedo de cruzar el umbral de su casa, de hablar con él cara a cara, como se habla con un amigo (cf. Ex Ex 33,11). No tengáis miedo de la "vida nueva" que os ofrece. En vuestras parroquias, en vuestros grupos y movimientos seguid el ejemplo del Maestro, para que vuestra vida sea una respuesta a la "vocación" que él, desde siempre, con amor, ha proyectado para vosotros.

En verdad, Jesús es un amigo exigente, que indica metas elevadas y pide salir de sí mismos para ir a su encuentro: "Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8,35). Esta propuesta puede parecer difícil, y en algunos casos puede incluso dar miedo. Pero, os pregunto: ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a una sociedad marcada por desigualdades, prepotencias y egoísmos, o, más bien, buscar generosamente la verdad, el bien y la justicia, trabajando por un mundo que refleje la belleza de Dios, aunque sea preciso afrontar las pruebas que esto entraña?

3. ¡Derribad las barreras de la superficialidad y del miedo! Conversad con Jesús en la oración y en la escucha de su palabra. Gustad la alegría de la reconciliación en el sacramento de la penitencia. Recibid su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, para acogerlo y servirlo después en vuestros hermanos. No cedáis a los atractivos y a los fáciles espejismos del mundo, que muy a menudo se transforman en trágicas desilusiones.

Ya sabéis que en los momentos difíciles, en los momentos de la prueba, se mide la calidad de las opciones. No existen atajos hacia la felicidad y la luz. Sólo de Jesús se pueden recibir respuestas que no engañan ni defraudan.

Así pues, caminad con sentido del deber y del sacrificio a lo largo de los caminos de la conversión, de la maduración interior, del trabajo profesional, del voluntariado, del diálogo y del respeto a todos, sin rendiros ante las dificultades o los fracasos, conscientes de que vuestra fuerza está en el Señor, que guía con amor vuestros pasos (cf. Ne Ne 8,10).

165 4. La segunda palabra que quiero dejaros esta tarde es la misma que dirigí a los jóvenes del mundo entero, que se preparan para celebrar dentro de dos meses su Jornada mundial en Toronto, Canadá: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13-14).

En la Escritura la sal es símbolo de la alianza entre el hombre y Dios (cf. Lv Lv 2,13). Al recibir el bautismo, el cristiano participa en esta alianza que dura para siempre. La sal es también signo de hospitalidad: "Tened sal en vosotros -dice Jesús- y tened paz unos con otros" (Mc 9,50). Ser sal de la tierra significa ser constructores de paz y testigos de amor.La sal sirve, además, para la conservación de los alimentos, a los que da sabor, y es símbolo de perseverancia y de inmortalidad: ser sal de la tierra significa ser portador de una promesa de eternidad. De igual modo, la sal tiene un poder curativo (cf. 2R 2,20-22), que la hace imagen de la purificación interior y de la conversión del corazón. Jesús mismo evoca la sal del sufrimiento purificador y redentor (cf. Mc Mc 9,49): el cristiano está en la tierra como testigo de la salvación obtenida mediante la cruz.

5. También es muy rico el simbolismo de la luz: la lámpara ilumina, calienta y alegra. "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Ps 119,105), afirma en la oración la fe de la Iglesia. Jesús, Palabra del Padre, es la luz interior que disipa la tiniebla del pecado; es el fuego que aleja toda frialdad; es la llama que alegra la existencia; y es el resplandor de la verdad que, brillando delante de nosotros, nos precede en el camino. Quien lo sigue no camina en las tinieblas, sino que tiene la luz de la vida. Así, el discípulo de Jesús debe ser discípulo de la luz (cf. Jn Jn 8,12 Jn 3,20-21).

"Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo". Al hombre nunca se le han dicho palabras tan sencillas y, al mismo tiempo, tan grandes. Ciertamente, sólo a Cristo se le puede definir plenamente sal de la tierra y luz del mundo, porque únicamente él puede dar sabor, vigor y perennidad a nuestra vida, que sin él sería insípida, frágil y perecedera. Sólo él es capaz de iluminarnos, calentarnos y alegrarnos.

Pero es él quien, queriendo haceros partícipes de su misma misión, os dirige hoy a vosotros sin reticencia estas palabras: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo". En el misterio de la Encarnación y de la Redención, Cristo se une a todo cristiano y pone la luz de la Vida y la sal de la Sabiduría en lo más íntimo de su corazón, transmitiendo a quien lo acoge el poder de llegar a ser hijo de Dios (cf. Jn Jn 1,12) y el deber de testimoniar esta presencia íntima y esta luz escondida.

Por tanto, aceptad con humilde valentía la propuesta que Dios os hace. En su omnipotencia y ternura, os llama a ser santos. Sería de necios gloriarse de semejante llamada, pero también sería de irresponsables rechazarla. Llevaría al fracaso existencial. Léon Bloy, escritor católico francés del siglo XX, escribió: "No existe más que una tristeza: la de no ser santos" (La mujer pobre, II, 27).

6. Recordad, jóvenes amigos: estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Jesús no os pide simplemente que digáis o hagáis algo; Jesús os pide que seáis sal y luz. Y no sólo por un día, sino durante toda la vida. Es un compromiso que os vuelve a proponer cada mañana y en cada ambiente. Debéis ser sal y luz con las personas de vuestra familia y con vuestros amigos; debéis serlo con los demás jóvenes -ortodoxos, judíos y musulmanes- con los que entráis en contacto diariamente en los lugares de estudio, trabajo y diversión. También de vosotros depende la construcción de una sociedad en la que toda persona pueda encontrar su lugar y se le reconozcan y acepten su dignidad y su libertad. Dad vuestra contribución para que Bulgaria sea cada día más una tierra de acogida, de prosperidad y de paz.

Cada uno es responsable de sus opciones. Como sabéis, no se puede dar nada por descontado. Jesús mismo imagina la eventual infidelidad: "Si la sal se desvirtúa -dice-, ¿con qué se la salará?" (Mt 5,13). Queridos jóvenes, no olvidéis nunca que cuando una masa no fermenta, la culpa no es de la masa, sino de la levadura. Cuando una casa permanece a oscuras, significa que la lámpara se ha apagado. Por eso, "brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

7. Resplandecen ante nosotros las figuras de los beatos mártires de Bulgaria: el obispo Eugenio Bossilkov y los padres Asuncionistas Pedro Vitchev, Pablo Djidjov y Josafat Chichkov. Supieron ser sal y luz en momentos particularmente duros y difíciles para este país. No dudaron en dar incluso la vida para mantener la fidelidad al Señor, que los había llamado. Su sangre fecunda aún hoy vuestra tierra; su entrega y su heroísmo son ejemplo y estímulo para todos.

Os encomiendo a su intercesión, y os recuerdo ante el beato Papa Juan XXIII, que los conoció personalmente y que tanto amó a Bulgaria. Estoy seguro de interpretar los sentimientos que él tenía por los jóvenes búlgaros de su tiempo, al deciros hoy: siguiendo a Jesús es como vuestra juventud revelará sus inmensas potencialidades y cobrará plenitud de significado. Siguiendo a Jesús es como descubriréis la belleza de una vida vivida como don gratuito, impulsado únicamente por el amor. Siguiendo a Jesús es como experimentaréis desde ahora algo de la alegría sin fin que tendréis en la eternidad.

A todos os abrazo y os bendigo con afecto.













Discursos 2002 158