Discursos 2002 165


VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A AZERBAIYÁN Y BULGARIA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

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Aeropuerto de Plovdiv, 26 de mayo de 2002



Ilustres autoridades;
queridos hermanos en el episcopado;
hermanas y hermanos en el Señor:

1. Mi visita a la amada tierra de Bulgaria, a pesar de su breve duración, ha colmado mi corazón de emoción y alegría. El Papa ha tenido la oportunidad de encontrarse con el pueblo búlgaro, admirar sus virtudes y cualidades, y apreciar sus grandes talentos y sus generosas energías. Doy gracias a Dios, que me ha concedido realizar esta peregrinación precisamente en los días en que se celebra la memoria de los santos hermanos Cirilo y Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos.

Doy las gracias a cuantos han contribuido a hacer agradable y útil este viaje. Ante todo, al señor presidente de la República y a las autoridades del Gobierno, que me han invitado, han colaborado eficazmente en la realización de mi visita y han honrado con su presencia los diversos encuentros.

Manifiesto, asimismo, mi sincera gratitud a Su Santidad el patriarca Maxim, a los metropolitas y obispos del Santo Sínodo, y a todos los fieles de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria. Juntamente con los católicos, también los ortodoxos sufrieron en años aún recientes una dura persecución a causa de su fidelidad al Evangelio: ojalá que tanto sacrificio haga fecundo el testimonio de los cristianos en este país y, con la gracia de Dios, apresure el día en que podamos gozar de la unidad plena restablecida entre nosotros.

Dirijo también un saludo cordial a los fieles del islam y a la comunidad judía: que la adoración al único Dios altísimo inspire en todos propósitos de paz, de comprensión y de respeto mutuo, con el compromiso de construir una sociedad justa y solidaria.

2. Por último, dirijo mi saludo de despedida con particular afecto a los queridos hermanos en el episcopado y a todos los hijos de la Iglesia católica: he venido a Bulgaria para celebrar juntamente con vosotros los misterios de nuestra fe y reconocer el don sublime del martirio con el que los beatos Eugenio Bossilkov, Pedro Vitchev, Pablo Djidjov y Josafat Chichkov confirmaron su fidelidad al Señor. Que su ejemplo sea para todos vosotros un fuerte estímulo a una generosa coherencia en la práctica de la vida cristiana.

A la luz de su glorioso testimonio, os exhorto: "Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1P 3,15). De este modo, serviréis eficazmente a la causa del Evangelio y contribuiréis con creatividad original al verdadero progreso de Bulgaria.

3. Una última palabra a todo el amado pueblo búlgaro, sin distinción alguna. Una palabra que es eco de la que pronunció mi venerado predecesor, el beato Papa Juan XXIII, en el momento de dejar este país, en diciembre de 1934. Se refirió entonces a una tradición irlandesa según la cual, en la vigilia de Navidad, cada casa debe tener una vela encendida en la ventana para indicar a José y a María que allí los espera una familia en torno al fuego del hogar. A la multitud que había ido a despedirlo, monseñor Roncalli le dijo: "Si alguien de Bulgaria pasa por mi casa, durante la noche, en medio de las dificultades de la vida, encontrará siempre en mi ventana la lámpara encendida. Llame, llame. No le preguntaré si es católico u ortodoxo: basta que sea hermano de Bulgaria. Entre; dos brazos hermanos y un corazón afectuoso de amigo lo acogerán con alegría" (Homilía de Navidad, 25 de diciembre de 1934).

167 Estas palabras las repite hoy el Papa de Roma que, partiendo del hermoso País de las rosas, conserva en los ojos y en el corazón las imágenes de sus encuentros con todos vosotros.
Dios bendiga a Bulgaria; con la abundancia de su gracia haga que sus habitantes sientan mi afecto y mi gratitud; y conceda a la nación días de progreso, prosperidad y paz.








A LOS SUPERIORES Y SUPERIORAS GENERALES


DE INSTITUTOS MISIONEROS


Viernes 31 de mayo de 2002



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la reunión organizada por la Congregación para la evangelización de los pueblos con los superiores y las superioras de los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica comprometidos al servicio de la misión ad gentes.

Saludo al señor cardenal Crescenzio Sepe y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de los sentimientos de los presentes. Os saludo a cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas que representáis a los numerosos institutos y sociedades dedicados al trabajo misionero. Os agradezco a todos el servicio eclesial que prestáis según vuestro carisma propio, y la cooperación que dais cada día a la difusión del Evangelio en todo el mundo.

En la encíclica Redemptoris missio escribí que, después de dos mil años, "la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse" (n. 1). El concilio Vaticano II reafirmó que toda la Iglesia es misionera y, por tanto, todo bautizado debe sentirse llamado a dar su contribución al anuncio del Evangelio.

2. Además, si se mira bien, la misión y la vida consagrada son realidades estrechamente interdependientes. En efecto, la dimensión misionera, al formar parte de la naturaleza misma de la Iglesia, no puede ser facultativa para los religiosos y las religiosas, los cuales, "dado que, por su misma consagración, se dedican al servicio de la Iglesia, están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su instituto" (ib., 69; cf. Código de derecho canónico, c. 783). Así pues, se puede decir que el espíritu misionero se halla en el corazón mismo de toda forma de vida consagrada (cf. Vita consecrata VC 25).

A lo largo de los siglos las personas consagradas han estado siempre en la vanguardia de la acción misionera ad gentes. Muchas de ellas han dejado su casa, su familia y su país de origen para ir con valentía "hasta los confines de la tierra" (cf. Hch Ac 1,8), a fin de llevar a todo hombre y a toda mujer el mensaje del Evangelio. Han debido afrontar a menudo dificultades y obstáculos, renuncias y sacrificios. Algunos, ciertamente no pocos, han sellado con el martirio su testimonio de Cristo.

168 Tras esas huellas también vuestros institutos siguen caminando con una única finalidad, la de hacer que la luz del Evangelio ilumine a cuantos "habitan en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1,79).

3. Aprovecho de buen grado este encuentro para agradeceros vuestro generoso compromiso en favor de la misión. Al mismo tiempo, os quisiera invitar a dedicaros con mayor determinación aún a esta causa, reviviendo en vosotros el celo ardiente de san Pablo, que exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16).

Ciertamente, la misión es exigente y ante los problemas, las incomodidades, las incomprensiones y la disminución de las vocaciones misioneras ad vitam, podría surgir a veces la tentación del desaliento y del cansancio. Podríais contagiaros del peligro de la rutina o de una cierta aridez espiritual. Resistid a estos peligros, hallando en la unión profunda con Dios el vigor para superar todo obstáculo.

Que os sostenga la certeza de que Cristo está presente. Él nos asegura: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). El Señor está siempre con nosotros, tanto en los momentos de intensidad espiritual y de "cosecha de frutos", como en los tiempos del trabajo y el dolor "de la siembra". Como recuerda el salmista, también el misionero "al ir va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas" (Ps 125,6).

4. En la prometedora etapa de la nueva evangelización, que estamos viviendo, es necesario seguir cultivando una fecunda comunión entre los institutos misioneros, los obispos y las Iglesias particulares, manteniendo un diálogo constante, animado por la caridad, tanto a nivel diocesano como nacional, con las Uniones de superiores y superioras, en el respeto de los diversos carismas, tareas y ministerios.

A este propósito, son muy útiles los convenios estipulados entre los obispos y los moderadores de los institutos que se dedican a la tarea misional (cf. Código de derecho canónico CIC 790, 1, 2°), para que las relaciones establecidas, los esfuerzos realizados y las estructuras creadas contribuyan del mejor modo posible a la actividad misional de la Iglesia.

El espíritu de comunión, que nace del sentir cum Ecclesia (cf. Vita consecrata VC 46), se desarrolla de modo significativo en la colaboración con la Sede apostólica y con los organismos encargados de la actividad misional, principalmente con la Congregación para la evangelización de los pueblos, a la que compete "dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de evangelización" (Pastor bonus, art. 85). Por tanto, me alegra el encuentro organizado durante estos días, dedicado a la reflexión, al intercambio y a la búsqueda de una colaboración más intensa y fecunda. Os invito a repetir esta experiencia y a mantener siempre vivo el clima de comunión que se crea en estas reuniones.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, os acompaño y estoy cerca de vosotros con la oración, a la vez que invoco sobre vuestro compromiso la protección celestial de los numerosos mártires y santos misioneros, y de los fundadores y fundadoras de vuestros institutos. Os encomiendo, en esta fiesta de la Visitación de la santísima Virgen María, a la Estrella de la evangelización, para que os sostenga en vuestro servicio misionero diario y sea vuestro modelo de entrega total al Evangelio.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón una bendición apostólica especial, que extiendo de buen grado a todos los miembros de vuestras comunidades respectivas y a cuantos encontréis en vuestro apostolado.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA VIII ASAMBLEA DEL MOVIMIENTO ECLESIAL


DE COMPROMISO CULTURAL




1. Me alegra enviaros mi saludo, amadísimos hermanos y hermanas, que os habéis reunido en Roma para la VIII asamblea nacional del Movimiento eclesial de compromiso cultural. Dirijo un saludo en particular a los responsables de la asociación, al consiliario, y a cada uno de los delegados, deseando a todos un trabajo fecundo.

Vuestra asamblea tiene lugar poco después de la celebrada por la Acción católica italiana, en cuya gran familia vuestro movimiento se sitúa como "vanguardia misionera" para el mundo de la cultura y profesional. Durante estos días queréis reflexionar en el proyecto pastoral de la Iglesia italiana para el próximo decenio -"Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia"-, en sintonía con el camino de toda la comunidad eclesial, a cuyo servicio consagráis generosamente vuestras dotes de mente y de corazón.

169 2. Vuestra asamblea tiene como finalidad definir con valentía y franqueza cuál debe ser hoy la misión del MEIC en el ámbito de la comunidad eclesial y en la sociedad civil, manteniéndoos fieles a la tradición de vuestra asociación, que cuenta con ilustres maestros de espiritualidad y de humanidad, servidores fieles del Evangelio y de las instituciones civiles. Además, os proponéis profundizar y renovar la conciencia misionera, que siempre debe distinguiros, teniendo muy presente la compleja situación intercultural en la que tenéis que actuar.

Debéis traducir la "creatividad de la caridad" en formas originales que se conviertan en "servicio a la cultura, a la política, a la economía y a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización" (Novo millennio ineunte
NM 51).

Esta renovada conciencia misionera os llama, hoy más que nunca, a ser testigos creíbles del humanismo cristiano. En la medida en que afirméis sin titubeos la presencia trascendente de Dios en la historia, seréis capaces de aceptar y salvaguardar el misterio que envuelve a la persona y que supera toda explicación científica e interpretación racional, y podréis conjugar con provecho el carácter sagrado y la calidad de vida del hombre.

3. La Iglesia, sin reducir jamás la fe a la cultura, se esfuerza por dar consistencia cultural a la vida de fe, y por lograr que esta inspire toda la vida privada y pública, así como la realidad nacional e internacional. A este respecto, sabéis con qué interés la Santa Sede sigue los trabajos de la Convención europea. Yo mismo he expresado mi tristeza por haberse omitido la referencia a los valores cristianos y religiosos en la redacción de la Carta de los derechos fundamentales. Espero vivamente que también el MEIC se comprometa para lograr que no se ignore el componente religioso que, a lo largo de los siglos, ha impregnado la formación de las instituciones europeas. No se debe dispersar ni ignorar el patrimonio cristiano de civilización, que ha contribuido tanto a la defensa de los valores de la democracia, la libertad y la solidaridad entre los pueblos de Europa.

Vuestro movimiento es también muy sensible al compromiso ecuménico de la Iglesia y, además, dedica semanas de profundización teológica al examen de los desafíos que la actual sociedad multiétnica plantea al diálogo interreligioso. Queridos hermanos, proseguid por este valioso camino de formación en el sector ecuménico y en el conocimiento de las religiones. Para contribuir a crear un mundo más justo y solidario, preocupaos por difundir y poner de relieve lo que podríamos llamar el "Decálogo de Asís", que delineé con ocasión de la Jornada de oración por la paz, celebrada el pasado 24 de enero. Se trata de un camino que hay que recorrer juntos. Si es difícil convivir sin paz política y económica, no puede haber vida digna del hombre sin paz religiosa e interior.

Y aquí es muy importante la aportación que podéis dar sin temer obstáculos y dificultades, sino mirando a la realidad presente y a las perspectivas futuras con la valentía de la profecía y el optimismo de la esperanza evangélica.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, quisiera pediros que seáis testigos generosos de Cristo en todas las circunstancias, especialmente cuando las exigencias de su Evangelio se distinguen o se oponen a las expectativas más inmediatas de una época o de una cultura (cf. Conferencia episcopal italiana, Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia, 35). En efecto, más que cualquier doctrina humana, es siempre la palabra de Dios sobre el hombre, palabra transmitida fielmente por la Iglesia, la que forma las conciencias y hace más incisivo el mensaje de la salvación. Este es el sendero que Dios os llama a recorrer, un sendero que os conduce a la santidad, vocación universal de todos los bautizados. Para responder a la llamada de Dios, alimentaos de la escucha constante de su palabra en la oración. La Iglesia necesita vuestro servicio y, para prestarlo de modo eficaz, es necesario ser santos. Os acompaño con el afecto y con la oración, para que el Señor confirme vuestros propósitos y haga que den abundantes frutos.

A la vez que renuevo mis mejores deseos para la actual asamblea y para todas vuestras iniciativas, que encomiendo a la intercesión materna de María, Sede de la sabiduría, os imparto de corazón a cada uno de vosotros la bendición apostólica, extendiéndola a todos los miembros del MEIC y a sus respectivas familias.

Vaticano, 21 de mayo de 2002







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL 50° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN


DEL INSTITUTO MONÁSTICO


DEL ATENEO PONTIFICIO SAN ANSELMO




Al reverendísimo
Abad primado NOTKER WOLF, o.s.b.
170 Gran canciller del
Ateneo pontificio San Anselmo

1. He sabido con profunda satisfacción que el Instituto monástico del Ateneo pontificio San Anselmo de Roma se dispone a conmemorar el 50° aniversario de su fundación. Para esa feliz circunstancia, me complace enviarle a usted, al claustro de profesores, a los alumnos, y a cuantos participan en las celebraciones jubilares, mi cordial saludo y mis mejores deseos.

El Instituto monástico, ideado como estructura estable al servicio de un estudio metódico de la vida y de la cultura de los monjes, fue erigido dentro de la facultad teológica del Ateneo pontificio, con decreto del 21 de marzo de 1952, por la Sagrada Congregación para los seminarios, como respuesta al ardiente deseo del abad primado Bernhard Kaelin de dirigir la atención a las fuentes literarias y a las grandes figuras del monaquismo, así como a la reflexión teológica y a las implicaciones institucionales de la vida monástica. En efecto, se sentía la urgente necesidad de estudiar de modo sistemático el monaquismo. En la carta que anunciaba la apertura del Instituto, se indicaba una tarea precisa: "Es necesario que algunos monjes idóneos, capaces de enseñar a los demás, cultiven una disciplina científica metódica. No sería demasiado dar a algunos sacerdotes capacitados la posibilidad de especializarse durante dos años en ese estudio" (26 de mayo de 1952).

2. La nueva institución se encomendó a estudiosos de fama internacional, para que los monjes jóvenes se formaran adecuadamente en la espiritualidad, en la historia y en la doctrina monástica. Entre ellos, quisiera recordar a Cipriano Vagaggini, maestro de teología sapiencial, a Basilius Steidle y Adalbert de Vogüé, que estudiaron el contenido patrístico de la Regla de san Benito, así como a Benedetto Calati y Gregorio Penco, singulares intérpretes de la historia monástica.
Durante estos decenios, el Instituto monástico ha sabido traducir su finalidad general en itinerarios didácticos concretos y en líneas operativas eficaces. ¿Cómo no pensar, por ejemplo, en los monjes y monjas dedicados, con la ayuda de adecuados instrumentos de trabajo, al conocimiento crítico y al estudio metódico de las fuentes y de los textos clásicos del monaquismo? La oportunidad de investigar la historia del monaquismo cristiano oriental y occidental ha hecho posible el descubrimiento de interacciones existentes entre las respectivas escuelas de teología, de espiritualidad y de vida monástica.

A cincuenta años de distancia, damos gracias a Dios por esta institución tan providencial para los diversos monasterios benedictinos; ha desempeñado un papel significativo, estableciendo una fecunda relación entre la vida espiritual y el estudio, y ha llegado a ser un valioso punto de referencia, así como un lugar privilegiado de formación para el mundo monástico hoy.

3. El servicio prestado a la Iglesia por la Orden benedictina mediante el ya cincuentenario Instituto, que ha contribuido tanto a la formación de numerosos monjes, así como de gran número de personas interesadas en el conocimiento crítico y en la profundización de las fuentes y de los textos clásicos del monaquismo, se sitúa en el ámbito de la búsqueda más amplia y fascinante de Dios, a la que san Benito, al fundar la Schola Christi, deseaba orientar a sus discípulos. Exhorto a las autoridades religiosas y académicas a continuar trabajando en este sentido, prosiguiendo la larga y apreciada tradición cultural de la Orden.

Que este feliz aniversario, también gracias a los actos jubilares previstos, contribuya a que el Instituto monástico y el Ateneo San Anselmo identifiquen las perspectivas a las que es preciso tender para promover un vasto impulso espiritual de toda la familia benedictina. "¡Remar mar adentro!". Que este sea el compromiso de todos, en sintonía con las expectativas de la Iglesia proyectada en el tercer milenio.

4. Para que suceda esto es indispensable, ante todo, que crezca en cada uno la adhesión personal a Cristo, única fuente verdadera de renovada vitalidad evangélica. En efecto, sólo con esta condición es posible afrontar valientemente los desafíos actuales. Hoy, como en el pasado, al monje se le pide, en primer lugar, que cultive una intimidad continua con el Maestro divino. Así, el ora de la contemplación podrá conjugarse armoniosamente con el labora de la acción, en una profundización incesante del patrimonio monástico cada vez más enriquecido, a través de los siglos, gracias a la contribución de numerosos monasterios.

La Virgen María y el santo padre Benito protejan a cuantos están comprometidos en el Instituto y les ayuden a llevar a feliz término todos sus proyectos. A la vez que aseguro un constante recuerdo en la oración, le imparto de corazón a usted, padre abad primado, y a cuantos componen la familia espiritual del Instituto monástico y del Ateneo anselmiano, una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a cuantos comparten la alegría del 50° aniversario de la fundación.


171 Vaticano, 27 de mayo de 2002







                                                                            Junio de 2002





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE LA REAPERTURA DE LA CATEDRAL


DE URBINO-URBANIA-SANT'ANGELO IN VADO




Al venerado hermano

FRANCESCO MARINELLI

Arzobispo de
Urbino-Urbania-Sant'Angelo in Vado

1. Me ha alegrado saber que en la próxima solemnidad del santo patrono, el mártir Crescentino, se reabrirá al culto la basílica catedral de esa archidiócesis, después de un período de doloroso y forzado cierre a causa del terremoto que, hace cinco años, afectó a la ciudad de Urbino y a una amplia zona de las Marcas.

Deseo, ante todo, congratularme con usted, venerado hermano, y con cuantos han contribuido a devolver a ese edificio sagrado su belleza arquitectónica y su esplendor originario. Así, a través de las admirables obras de arte que contiene y las numerosas expresiones de espiritualidad y cultura cristiana que lo enriquecen, seguirá siendo testigo singular de una historia gloriosa. Además, el templo, en cuanto catedral diocesana, tiene un significado particularmente profundo para la comunidad, como observó mi predecesor de venerada memoria, el siervo de Dios Pablo VI: "La catedral, por la majestad de su arquitectura, es un símbolo del templo espiritual que se construye en el interior de las almas, con el esplendor de la divina gracia según el dicho del Apóstol Pablo: "Vosotros sois templo de Dios vivo" (2Co 6, 16" (constitución apostólica Mirificus eventus. Enchiridion Vaticanum, Supplementum 1, n. 72).

En la catedral se encuentra la cátedra del obispo, signo de magisterio y de potestad eclesial, así como símbolo de la unidad de los que comparten la fe que el obispo, como pastor de la grey de los creyentes, custodia, proclama y comparte con la Iglesia universal. Por eso la catedral debe considerarse el centro de la vida de la archidiócesis. En ella el obispo preside la liturgia, bendice el sagrado crisma y realiza las ordenaciones. Amar y venerar la catedral es amar a la Iglesia en cuanto comunidad de personas unidas por el mismo credo, por la misma liturgia y por la misma caridad. En consecuencia, todos deben esforzarse por actuar siempre con espíritu de unidad en torno al obispo, "principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (Lumen gentium LG 23).

La iglesia catedral de Urbino no sólo posee una historia gloriosa que narrar; también es expresión de una gran historia por construir. Lo que propuse a toda la catolicidad como herencia del jubileo, vale también para esa amada comunidad. Por tanto, le digo: Iglesia de Dios que vives en Urbino, Urbania y Sant'Angelo in Vado, "rema mar adentro" (Lc 5,6), mira con confianza al futuro, al que el Espíritu Santo te proyecta para formar con tus fieles, piedras vivas, el templo del Espíritu Santo (cf. 1P 2,5).

2. Desde esta perspectiva de renovada vitalidad y de impulso apostólico, deseo expresar mi aprecio y mi aliento por algunas iniciativas pastorales puestas en marcha recientemente. Me refiero, ante todo, a la reapertura, en concomitancia con este feliz acontecimiento, del seminario diocesano. La atención y la promoción de una pastoral vocacional eficaz son el signo inequívoco del vigor de la comunidad cristiana y deben ir acompañados siempre por la oración insistente al Señor, para que llame a nuevos y dignos obreros a la mies evangélica. Espero de corazón que este nuevo inicio suscite numerosas y santas vocaciones al sacerdocio ministerial y, más en general, contribuya a renovar y a hacer cada vez más eficaz y fecunda la pastoral vocacional.

En segundo lugar, merece una mención particular la presencia, en esa ciudad, de la Universidad. Nacida de la solicitud de la Iglesia por la profundización de los estudios de carácter teológico y jurídico, la universidad de Urbino vive y trabaja desde siempre en estrecha colaboración con la comunidad local, creando profesionalidad y convirtiéndose en instrumento de transmisión de formas actualizadas del saber.

172 A este respecto, expreso mi viva satisfacción por la válida y constante atención pastoral dirigida a las personas que trabajan dentro de las instituciones académicas, sobre todo a los estudiantes que provienen de diversas partes de Italia y son portadores de importantes valores, propuestas y expectativas. Aunque durante su larga historia la Universidad no ha sido jamás ajena a la comunidad cristiana, el continuo aumento del número de sus estudiantes y profesores, y el papel que ha desempeñado como factor de innovación y de creación de modelos culturales, exigen hoy un suplemento de atención y de sensibilidad pastoral.

3. Entre las numerosas iniciativas emprendidas en el pasado ocupa un lugar destacado el Instituto superior de ciencias religiosas, nacido del compromiso conjunto de las instituciones eclesiales locales y de las autoridades académicas. Desde hace 24 años cumple la misión de preparar profesores de religión para las escuelas y de orientar a los jóvenes al estudio y a la investigación en las ciencias religiosas. Precisamente en virtud de esta atención a la dimensión cultural, el Instituto se ha convertido cada vez más en un punto de referencia seguro para estudiantes e investigadores que quieren profundizar los temas religiosos o confrontarse con el pensamiento contemporáneo de inspiración cristiana, a fin de que el mensaje evangélico exprese cada vez mejor su naturaleza de levadura y fermento también en el ámbito cultural.

Sé que esa comunidad diocesana se está empeñando de modo particular en formar un laicado católico cualificado, capaz de testimoniar y vivir los valores de la fe cristiana no sólo en la esfera privada, sino también en todos los ámbitos de la vida y de la actividad diaria. A este propósito, deseo alentar el compromiso del Foro permanente de laicos, constituido recientemente, y el camino de la Acción católica diocesana: se trata de recursos muy valiosos con vistas a la nueva evangelización.

4. En relación con cuanto acabo de ilustrar, no puedo por menos de subrayar la importancia del ámbito pastoral constituido por el mundo juvenil.Al respecto, me ha alegrado conocer el compromiso asumido por la archidiócesis de formar, tanto a nivel parroquial como diocesano, a educadores para grupos de adolescentes y jóvenes. Asimismo, es particularmente apreciable la iniciativa de llevar a las parroquias de la diócesis la Cruz de los jóvenes, en torno a la cual se reúnen, reflexionan y rezan juntos.

Pensando con afecto en los jóvenes de esa archidiócesis, dirijo un saludo particular al grupo de muchachos que participará en la próxima Jornada mundial de la juventud en Toronto: exhorto a todos a ser, en los diversos ambientes, "sal de la tierra y luz del mundo" (cf. Mt
Mt 5,13-14).
Con estos sentimientos y deseos, quiero unirme espiritualmente a usted, venerado hermano, y a la entera comunidad diocesana confiada a su cuidado pastoral, con ocasión de la significativa celebración del próximo 1 de junio: día de alegría y de fiesta, de oración y de testimonio, de esperanza y de compromiso. Desde esta perspectiva, a la vez que invoco la protección celestial de la Virgen María y del santo mártir Crescentino, le imparto de corazón a usted, al clero, a los religiosos y a las religiosas, a las familias, a los jóvenes, a los ancianos y a todos los fieles de Urbino-Urbania-Sant'Angelo in Vado, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 27 de mayo de 2002







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA


EPISCOPAL DE COLOMBIA


: A Mons. Alberto GIRALDO JARAMILLO
Arzobispo de Medellín
Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia

1. Se cumple ahora un siglo desde que el 22 de junio de 1902, los Obispos, las Autoridades civiles y el pueblo de Colombia, animados de profundos sentimientos de amor y devoción, consagraron la República al Sagrado Corazón de Jesús, prometiendo así mismo edificar un templo votivo donde se implorase la paz para la Nación. Desde entonces, con entusiasmo y esperanza constantes, se ha venido renovando anualmente esta consagración, que se hace también en las parroquias, casas religiosas y en tantas familias, acogiéndose de ese modo al amor y misericordia del Salvador, que amó y sigue amando a los hombres, y los acoge con estas dulces palabras: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28).

173 2. El Evangelio nos descubre las riquezas insondables del corazón de Cristo en sus actitudes de perdón y misericordia con todos; en su ardiente amor al Padre y a la humanidad entera. Al mismo tiempo, Jesús nos muestra el camino de una vida nueva: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). De ese corazón, símbolo particularmente expresivo del amor divino, atravesado por la lanza de un soldado (cf. Jn Jn 19,33-34), brotan abundantes dones para la vida del mundo: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Esos son los dones que recordaba el Papa Pío XII en su Encíclica "Haurietis Acquas": su vida misma, el Espíritu Santo, la Eucaristía y el sacerdocio, la Iglesia, su Madre, su oración incesante por nosotros (cf. nn. 36-44).

3. Ahora que los fieles católicos colombianos, presididos por sus Pastores y las Autoridades, se disponen a renovar esa Consagración centenaria de la Patria al Corazón de Jesús, deseo repetirles aquel llamado que hice al inicio de mi misión como Sucesor de Pedro: "¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!" (Homilía, 22 de octubre de 1978, n.5). Escuchad, queridos hermanos, la voz de Cristo que sigue hablando a los hombres de hoy. Como ya tuve ocasión de escribir en otra oportunidad: "Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano y a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo" (Carta al Prepósito General del la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).

4. La Consagración de los hombres y mujeres de Colombia al Sagrado Corazón de Jesús, que os disponéis a renovar siguiendo esa loable tradición consolidada por cien años, ha de significar un singular momento de gracia y de fuerte compromiso. En efecto, debe ser una súplica ardiente al Señor para que renueve a toda la sociedad colombiana, de modo que actúe con un corazón y un espíritu nuevos (cf. Ez Ez 11,19). Así será posible acoger el llamado a la oración que he hecho en la Carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. nn. 32-33) señalando cómo cada cristiano ha de distinguirse precisamente en el arte de la oración y de la contemplación del Rostro del Señor (cf. ibíd., nn. 16-28), de Aquel al que atravesaron (cf. Jn Jn 19,37); al mismo tiempo, esto favorecerá un impulso hacia una conversión incesante, base indispensable para vivir como hombres nuevos (cf. Col Col 3,10)

Pero esta conversión personal tiene que ir acompañada también de una profunda transformación social, la cual empieza por fortalecer la institución familiar, que es la más rica escuela de humanismo. En efecto, las familias sólidas son los núcleos donde se fomentan y transmiten las virtudes humanas y cristianas, se nutre la esperanza y el auténtico compromiso entre sus miembros, y la vida humana es acogida y respetada en todas las fases de su existencia, desde la concepción hasta su ocaso natural.

La sociedad que escucha y sigue el mensaje de Cristo camina hacia la auténtica paz, rechaza cualquier forma de violencia y genera nuevas formas de convivencia por el camino seguro y firme de la justicia, de la reconciliación y del perdón, fomentando lazos de unidad, fraternidad y respeto de cada uno.

5. Deseo vivamente que esta conmemoración, que desgraciadamente se celebra en momentos en los que vuestra querida Nación no goza todavía de una paz interior estable y la violencia sigue sembrando víctimas en todas las capas de la sociedad, sin excluir incluso a los Pastores de la Iglesia, sea la ocasión para que todos -sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos-, unidos a sus Obispos y procediendo capilarmente desde todos los rincones de ese amado País, den paso a un gran movimiento nacional de reconciliación y perdón. Que sea también un momento para implorar de Dios el don de la paz y para comprometerse, cada uno desde su propio lugar en la sociedad, a poner las bases para la reconstrucción moral y material de vuestra comunidad nacional. Sabéis que, en esa obra, Jesucristo, el Príncipe de la Paz, os dará la fortaleza necesaria para el restablecimiento de una sociedad justa, solidaria, responsable y pacífica.

Al unirme espiritualmente a vosotros en la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús, imploro de Él abundantes dones sobre cada uno de los colombianos, sobre las familias, las comunidades eclesiales y las diversas instituciones públicas y quienes las rigen, a la vez que, confiando esos deseos a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Reina de Colombia, os imparto con afecto la Bendición Apostólica.

Vaticano, 9 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor, del año 2002


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