Discursos 2002 182

182 "Como verdaderas Hijas de San Camilo debéis sobresalir en la caridad y estar dispuestas, por caridad, a hacer siempre cualquier sacrificio". Así escribió el beato Luis Tezza a las primeras discípulas, ofreciendo de este modo a todas sus hijas un valioso criterio para vivir fielmente su vocación.

4. Asimismo, además de una asistencia llena de humanidad con respecto al enfermo, icono vivo de Cristo, se os pide, en el trabajo diario, que llevéis a todos el mensaje salvífico del Evangelio.

A través de las instituciones socio-sanitarias y las escuelas que gestionáis promoved auténticos crisoles de humanidad y caridad, capaces de suscitar en cuantos están en contacto con los enfermos el deseo de transformar la curación en solicitud y la profesión en vocación. Para lograr este objetivo, hace falta una síntesis armoniosa de inteligencia y corazón, de técnica y capacidad de acogida del enfermo. Al mismo tiempo, es necesario sostener la "cultura de la vida", poniendo como fundamento de toda enseñanza la convicción de que la persona posee un valor único y que la vida humana es sagrada. Por eso hay que defenderla y protegerla siempre, desde su nacimiento hasta su término natural.

5. Amadísimas hermanas, permaneced fieles a vuestra maravillosa vocación y esforzaos por vivirla con entrega y alegría. Como os lo recuerda el testimonio de vuestros fundadores, constituye para vosotras el camino hacia la perfección de la caridad y hacia la conformación plena con Cristo, al que habéis elegido servir en los enfermos y en los que sufren.

Con estos sentimientos, a la vez que os encomiendo a la intercesión celestial de la Madre del Señor, Consuelo de los afligidos, de san Camilo de Lelis y de los beatos Luis Tezza y Josefina Vannini, os imparto de corazón a cada una la bendición apostólica, extendiéndola de buen grado a todas vuestras hermanas esparcidas por el mundo.








A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO


EN LA CANONIZACIÓN DEL PADRE PÍO DE PIETRELCINA


Lunes 17 de junio de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Es una gran alegría encontrarme de nuevo con vosotros, al día siguiente de la solemne canonización del humilde capuchino de San Giovanni Rotondo. Os saludo con afecto, queridos peregrinos y devotos que habéis venido a Roma en gran número para esta singular circunstancia. Dirijo mi saludo ante todo a los obispos presentes, a los sacerdotes y a los religiosos. Un recuerdo especial para los queridos frailes capuchinos que, en comunión con toda la Iglesia, alaban y dan gracias al Señor por las maravillas que realizó en este ejemplar hermano suyo. El padre Pío es un auténtico modelo de espiritualidad y de humanidad, dos características peculiares de la tradición franciscana y capuchina.

Saludo a los miembros de los "Grupos de oración Padre Pío" y a los representantes de la familia de la "Casa de alivio del sufrimiento", gran obra para la curación y la asistencia de los enfermos, nacida de la caridad del nuevo santo. Os abrazo a vosotros, queridos peregrinos que provenís de la noble tierra donde nació el padre Pío, de las demás regiones de Italia y de todas las partes del mundo. Con vuestra presencia testimoniáis la amplia difusión que han tenido en la Iglesia y en todos los continentes la devoción y la confianza en el santo fraile del Gargano.

2. Pero, ¿cuál es el secreto de tanta admiración y amor por este nuevo santo? Es, ante todo, un "fraile del pueblo", característica tradicional de los capuchinos. Además, es un santo taumaturgo, como testimonian los acontecimientos extraordinarios que jalonan su vida. Pero el padre Pío es, sobre todo, un religioso sinceramente enamorado de Cristo crucificado. Durante su vida participó, también de modo físico, en el misterio de la cruz.

Solía unir la gloria del Tabor al misterio de la Pasión, como leemos en una de sus cartas: "Antes de exclamar también nosotros con san Pedro: "Bueno es estar aquí", es necesario subir primero al Calvario, donde no se ve más que muerte, clavos, espinas, sufrimiento, tinieblas extraordinarias, abandonos y desmayos" (Epistolario III, p. 287).

183 El padre Pío recorrió este camino de exigente ascesis espiritual en profunda comunión con la Iglesia. Algunas incomprensiones momentáneas con diversas autoridades eclesiales no alteraron su actitud de filial obediencia. El padre Pío fue, de igual modo, fiel y valiente hijo de la Iglesia, siguiendo también en esto el luminoso ejemplo del Poverello de Asís.

3. Este santo capuchino, al que tantas personas se dirigen desde todos los rincones de la tierra, nos indica los medios para alcanzar la santidad, que es el fin de nuestra vida cristiana. ¡Cuántos fieles, de todas las condiciones sociales, provenientes de los lugares más diversos y de las situaciones más difíciles, acudían a él para consultarlo! A todos sabía ofrecer lo que más necesitaban, y que a menudo buscaban casi a ciegas, sin tener plena conciencia de ello. Les transmitía la palabra consoladora e iluminadora de Dios, permitiendo que cada uno se beneficiara de las fuentes de la gracia mediante la dedicación asidua al ministerio de la confesión y la celebración fervorosa de la Eucaristía.

A una de sus hijas espirituales escribió: "No temas acercarte al altar del Señor para saciarte con la carne del Cordero inmaculado, porque nadie reunirá mejor tu espíritu que su rey, nada lo calentará mejor que su sol, y nada lo aliviará mejor que su bálsamo" (ib., p. 944).

4. ¡La misa del padre Pío! Era para los sacerdotes una elocuente llamada a la belleza de la vocación presbiteral; para los religiosos y los laicos, que acudían a San Giovanni Rotondo incluso en horas muy tempranas, era una extraordinaria catequesis sobre el valor y la importancia del sacrificio eucarístico.

La santa misa era el centro y la fuente de toda su espiritualidad: "En la misa -solía decir- está todo el Calvario". Los fieles, que se congregaban en torno a su altar, quedaban profundamente impresionados por la intensidad de su "inmersión" en el Misterio, y percibían que "el padre" participaba personalmente en los sufrimientos del Redentor.

5. San Pío de Pietrelcina se presenta así ante todos -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- como un testigo creíble de Cristo y de su Evangelio. Su ejemplo y su intercesión impulsan a cada uno a un amor cada vez mayor a Dios y a la solidaridad concreta con el prójimo, especialmente con el más necesitado.

Que la Virgen María, a la que el padre Pío invocaba con el hermoso título de "Santa María de las Gracias", nos ayude a seguir las huellas de este religioso tan amado por la gente.

Con este deseo, os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestros seres queridos y a cuantos se esfuerzan por seguir el camino espiritual del querido santo de Pietrelcina.










MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL CONGRESO EUCARÍSTICO


DE LA ARCHIDIÓCESIS DE BENEVENTO




Al venerado hermano

SERAFINO SPROVIERI

Arzobispo de Benevento

1. He sabido con alegría que esa archidiócesis concluye con particular solemnidad, en la fiesta litúrgica del Corpus Christi, la celebración del Congreso eucarístico. Por tanto, me alegra mucho enviarle, por medio del querido cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, que presidirá la celebración, mi más cordial saludo a usted, venerado hermano, y a toda la amada Iglesia de Benevento, profundamente unida por múltiples vínculos a la Sede de Pedro. Recuerdo la visita que realicé, hace cerca de doce años, a la comunidad eclesial de Benevento y, a la vez que pienso con gratitud en el arzobispo Carlo Minchiatti, su predecesor de venerada memoria, recuerdo mi visita al nuevo seminario, que tuve la posibilidad de bendecir.
184 Junto con usted, venerado hermano, saludo a los presbíteros, a los religiosos y las religiosas, a los socios de la Acción católica, a los miembros de las asociaciones y movimientos eclesiales, y a toda la comunidad cristiana, que afronta con valentía, bajo su guía iluminada y clarividente, los desafíos de la posmodernidad. Me uno con afecto a cuantos están reunidos en la plaza, la mayor de la ciudad, para la solemne concelebración conclusiva de las diversas manifestaciones en honor de la Eucaristía, a la que seguirá la consagración a Cristo, coronamiento de todo el Congreso. Animo a todos a ofrecer al "Señor de los señores" un corazón sincero y un espíritu renovado, encomendándose a él con esperanza cierta.

2. Sé que esta intensa semana de celebraciones ha sido preparada con muchas iniciativas, en sintonía con las indicaciones y las sugerencias que ofrecí en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Me congratulo por ello con usted, con el clero, con los religiosos y con los fieles de esa antigua Iglesia particular, deseando que todos prosigan juntos el camino iniciado con el gran jubileo, "no sólo como memoria del pasado, sino también como profecía del futuro" (n. 3). Todo debe converger en el Sagrario, nueva "tienda del encuentro" y lugar privilegiado para contemplar, "hasta el arrebato del corazón" (ib., 33), el rostro del Señor: rostro doliente de Cristo crucificado, "en el que se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo" (ib., 28); rostro glorioso de Cristo resucitado, en el que la Iglesia, "su Esposa, contempla su tesoro y su alegría" (ib.).

Hoy deseo repetiros a vosotros cuanto dije ya al inicio de mi pontificado: "¡Cristo es el Redentor del hombre!". Él, el mismo a lo largo de los siglos (cf. Hb
He 13,8), es verdaderamente el único Salvador del hombre, porque "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Ac 4,12). Así pues, la vida cristiana no puede por menos de desarrollarse a partir de él. Debemos "recomenzar desde Cristo" cada día, buscando un "alto grado" de vida evangélica y poniendo por obra una "auténtica pedagogía de la santidad" (Novo millennio ineunte NM 31).

3. Iglesia de Benevento, congregada en torno a Cristo vivo en la Eucaristía, prosigue con constancia y generosidad tu compromiso de la adoración eucarística semanal, recién reanudado, poniendo en marcha múltiples y frecuentadas "escuelas de oración", donde se acoja a los numerosos jóvenes deseosos de descubrir en Jesús su compañero de viaje. Valoriza los "centros de escucha" para profundizar el misterio eucarístico con los hermanos en la fe, movilizando a las familias, a fin de que desempeñen con responsabilidad el papel difícil pero exaltante de la educación de sus hijos en la fe. Redobla tu solicitud y tu testimonio de solidaridad con los enfermos y los ancianos, los pobres y los marginados, implicando a todos en una cruzada de oraciones por el triunfo de Cristo y de su Iglesia.

Iglesia de Benevento, trata de aplicar lo que propuse a todo el pueblo de Dios sobre el carácter central de la Eucaristía, realizando todo esfuerzo pastoral encaminado a dar cada vez mayor impulso a la celebración comunitaria de la eucaristía dominical (cf. Novo millennio ineunte NM 35) y valorizar el "día del Señor" como "día de la Iglesia y del hombre", sacando de él nueva inspiración de comunión para todos los componentes de la comunidad eclesial, que así estará más preparada para intervenir eficazmente a fin de afrontar las múltiples formas de pobreza presentes en el territorio con numerosas iniciativas de solidaridad y de amor concreto.

Iglesia de Benevento, sé verdadera "comunidad eucarística", que intente recuperar a las "personas alejadas" mediante la obra ininterrumpida de la "cadena de mensajeros", iniciativa muy oportuna para perfeccionar la reconversión ambiental, purificando el Sannio y la Irpinia de las sacas residuales de superstición y de concepciones inadecuadas de la religiosidad.

4. Amada Iglesia de Benevento, la Virgen santísima de las Gracias y los numerosos santos que velan sobre ti: san Bartolomé apóstol, san Jenaro, san Barbato, san Pompilio, san José Moscati y san Alberico Crescitelli, así como el beato Pío de Pietrelcina, te ayuden a proseguir con renovado impulso tu camino de fe y de testimonio de los valores cristianos perennes. Que te obtengan numerosas y santas vocaciones sacerdotales y de especial consagración, para que a tus hijos no les falte nunca quien parta el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

Con estos sentimientos y deseos, imparto de buen grado la implorada bendición apostólica al señor cardenal Joseph Ratzinger, portador de este mensaje, a usted, venerado hermano, al clero, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas y a las autoridades civiles a las que se ha confiado el camino futuro de estas tierras y de la amada comunidad de Benevento.

Vaticano, 1 de junio de 2002













ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL DOCTOR GEORGE CAREY, ARZOBISPO DE CANTERBURY


Viernes 21 de junio de 2002

Su Gracia;
185 queridos amigos:

Es para motivo de gran alegría darle la bienvenida en la "gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (
Phm 1,3). Le estoy muy agradecido por haber querido realizar una visita de despedida aquí, antes de su próximo retiro. Su visita es un signo vivo de las estrechas relaciones que se han seguido desarrollando a lo largo de los años entre la Comunión anglicana y la Iglesia católica.

Al repasar los últimos once años, durante los cuales usted ha sido arzobispo de Canterbury, pienso especialmente en la Declaración común que firmamos en 1996. Aun reconociendo los obstáculos que nos impiden la comunión plena, decidimos "seguirnos consultando sobre los progresos en las relaciones entre la Comunión anglicana y la Iglesia católica". En los últimos meses hemos comenzado a ver los frutos de este espíritu de perseverancia con la creación de la nueva Comisión internacional anglicano-católica para la unidad y la misión, que apoyará el trabajo permanente de la Comisión mixta internacional anglicano-católica.

Me complace repetir lo que escribí en mi encíclica Ut unum sint, es decir, que "verdaderamente el Señor nos lleva de la mano y nos guía" (n. 25). Con la esperanza que nace del Espíritu, confiamos en que las iniciativas y los instrumentos de reconciliación que hemos promovido e impulsado sean guiados siempre por el Espíritu Santo, que siempre puede derramar abundantes bendiciones.

Cuando reflexionamos en los peligros y los desafíos que afronta el mundo en la actualidad, no podemos por menos de sentir la urgente necesidad de colaborar en la promoción de la paz y de la justicia. Sé que Su Gracia se ha esforzado con empeño por sostener el diálogo en Tierra Santa, reuniendo a los líderes cristianos, judíos y musulmanes para buscar una solución duradera. Quiera Dios que esta y todas sus iniciativas en favor de una paz justa encuentren apoyo y den esperanza en medio del conflicto y del dolor.

Su Gracia, oro para que la próxima etapa de su vida le ofrezca nuevos modos de compartir sus dones a lo largo del camino de la reconciliación que hemos emprendido. Sepa que usted y la señora Carey, juntamente con toda la Comunión anglicana, están presentes en mis oraciones. Que el Señor lo bendiga abundantemente.









MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA III ASAMBLEA PLENARIA DE LA ACADEMIA


PONTIFICIA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO




A los participantes
en la III asamblea plenaria
de la Academia pontificia
de Santo Tomás de Aquino

1. Me alegra enviaros este mensaje, queridos socios ordinarios de la Academia pontificia de Santo Tomás de Aquino, con ocasión de vuestra asamblea plenaria. Os saludo cordialmente y, de modo particular, al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura, que preside las actividades de las Academias pontificias, así como al presidente y al secretario de vuestra benemérita Academia. Quisiera recordar, además, a monseñor Antonio Piolanti, antiguo presidente de vuestra Academia, que durante largos años prestó a la Iglesia un valioso servicio.

186 Vuestra ilustre Academia, tras renovar sus estatutos y enriquecerse con la presencia de estudiosos de fama internacional, sigue dedicándose con provecho al estudio de la obra de santo Tomás, al que "la Iglesia ha propuesto siempre (...) como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología" (Fides et ratio FR 43). En la actual asamblea plenaria vuestra reflexión ha estudiado el tema: "El diálogo sobre el bien", desde la perspectiva trascendental, que analiza la relación del bien con el ser y, por tanto, también con Dios.

2. Proseguid, queridos y estimados investigadores, por este camino. Hoy, además de los maravillosos descubrimientos científicos y los sorprendentes progresos tecnológicos, no faltan en el panorama de la cultura y de la investigación sombras y lagunas. Se están produciendo algunos olvidos importantes: el olvido de Dios y del ser, el olvido del alma y de la dignidad del hombre.
Esto genera a veces situaciones de angustia, a las que es preciso dar respuestas llenas de verdad y de esperanza. Ante pensadores paganos que, sin la luz superior de la Revelación, no podían dar solución a los problemas radicales del hombre, santo Tomás exclamaba: "Quantam angustiam patiebantur hinc et inde illa praeclara ingenia!" (Summa contra gentiles , III, III 58,13).

Es necesario, ante todo, volver a la metafísica. En la encíclica Fides et ratio, entre las exigencias y tareas actuales de la filosofía, indiqué como "necesaria una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental" (n. 83). El discurso sobre el bien postula una reflexión metafísica. En efecto, en el ser la verdad tiene su fundamento y el bien, su consistencia. Entre el ser, la verdad y el bien santo Tomás descubre una interacción real y profunda.

3. En la comprensión del bien se encuentra también la solución al misterio del mal. Santo Tomás dedicó toda su obra a la reflexión sobre Dios, y en este contexto desarrolló las dieciséis cuestiones sobre el mal (De malo). Siguiendo a san Agustín, se pregunta: "Unde malum, unde hoc monstrum?". En el célebre artículo de la Summa Theologiae sobre las cinco vías por las que la inteligencia humana llega a la existencia de Dios, reconoce como gran obstáculo en ese camino la realidad del mal en el mundo (cf. q. I, 2, ob. 3).

Muchos de nuestros contemporáneos se preguntan: si Dios existe, ¿por qué permite el mal? Por eso, es preciso hacer comprender que el mal es privación del bien debido, y el pecado es aversión del hombre a Dios, fuente de todo bien.

Un problema antropológico, tan central para la cultura de hoy, no encuentra solución si no es a la luz de la que podríamos definir "meta-antropología". Se trata de la comprensión del ser humano como ser consciente y libre, homo viator, que al mismo tiempo es y deviene. En él se concilian las diversidades: unidad y multiplicidad, cuerpo y alma, varón y mujer, persona y familia, individuo y sociedad, naturaleza e historia.

4. Santo Tomás, además de insigne filósofo y teólogo, fue maestro de humanidad. Doctor humanitatis lo definí en 1980, precisamente por su característica comprensión del hombre en su racionalidad y en su condición de ser libre. En París, mientras comentaba la obra de las Sentencias de Pedro Lombardo, descubrió el papel de la razón práctica en el ser y en el devenir del hombre. Mientras la razón especulativa está ordenada al conocimiento de la verdad, la razón práctica está ordenada al obrar, es decir, a la dirección de la actividad humana.

El hombre, que ha recibido de Dios como don la existencia, tiene encomendada la tarea de gestionarla de modo conforme a la verdad, descubriendo su sentido auténtico (cf. Fides et ratio FR 81). En esta búsqueda emerge la constante cuestión moral, formulada en el evangelio con la pregunta: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno?" (Mt 19,16). La cultura de nuestro tiempo habla mucho del hombre, y de él sabe muchas cosas, pero a menudo da la impresión de que ignora lo que es verdaderamente. En efecto, el hombre sólo se comprende plenamente a sí mismo a la luz de Dios. Es imago Dei, creado por amor y destinado a vivir en la eternidad en comunión con él.

El concilio ecuménico Vaticano II enseña que el misterio del hombre únicamente encuentra solución a la luz del misterio de Cristo (cf. Gaudium et spes GS 22). En esta línea, en la encíclica Redemptor hominis yo también quise reafirmar que el hombre es el camino primero y principal que recorre la Iglesia (cf. n. 14). Ante la tragedia del humanismo ateo, los creyentes tienen la tarea de anunciar y testimoniar que el verdadero humanismo se manifiesta en Cristo. Sólo en Cristo la persona puede realizarse plenamente.

5. Ilustres y queridos miembros de la Academia pontificia de Santo Tomás, que la fuerza del Espíritu guíe vuestros trabajos y haga eficaz vuestra investigación.

187 Al invocar la constante protección de María, Sedes Sapientiae, y de santo Tomás de Aquino sobre cada uno de vosotros y sobre vuestra Academia, os bendigo de corazón a todos.

Vaticano, 21 de junio de 2002







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO


SOBRE LA NUEVA CONSTITUCIÓN EUROPEA




Ilustres señores y amables señoras:

1. Me alegra enviaros mi cordial saludo con ocasión del Congreso europeo de estudio que ha organizado la oficina del Vicariato de Roma para la pastoral universitaria, en colaboración con la comisión de los Episcopados de la Unión europea y la Federación de universidades católicas de Europa.

El interrogante escogido como tema del Congreso -"¿Hacia una constitución europea?"- subraya la fase particularmente importante en la que ha entrado el proceso de construcción de la "casa común europea". En efecto, parece que ha llegado el momento de poner en marcha importantes reformas institucionales, deseadas y preparadas durante los últimos años, y que ahora resultan más urgentes y necesarias a causa de la prevista adhesión de nuevos Estados miembros.

La ampliación de la Unión europea o, mejor aún, el proceso de "europeización" de toda el área continental, deseo que he manifestado en repetidas ocasiones, constituye una prioridad, que se debe buscar con valentía y tempestividad, dando respuesta efectiva a las expectativas de millones de hombres y mujeres conscientes de que están vinculados por una historia común y que esperan un destino de unidad y solidaridad. Esto requiere una revisión de las estructuras institucionales de la Unión europea, para adecuarlas a las nuevas exigencias; al mismo tiempo, exige la identificación de un nuevo ordenamiento en el que se expliciten los objetivos de la construcción europea, las competencias de la Unión y los valores en los que debe basarse.

2. Ante las diversas soluciones posibles de este articulado e importante "proceso" europeo, la Iglesia, fiel a su identidad y a su misión evangelizadora, aplica lo que ya ha dicho con respecto a los diversos Estados, es decir, que no posee "título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional", y quiere respetar coherentemente la legítima autonomía del orden democrático (cf. Centesimus annus CA 47). Además, precisamente en virtud de esa misma identidad y misión, no puede permanecer indiferente ante los valores que inspiran las diversas opciones institucionales. En efecto, no cabe duda de que las opciones que se van realizando sucesivamente a este respecto implican dimensiones de orden moral, puesto que esas opciones, con las determinaciones que van vinculadas a ellas, son inevitablemente expresiones, en un marco histórico particular, de las concepciones de persona, de sociedad y de bien común de las que nacen y que subyacen en ellas. En esta precisa convicción se funda el derecho-deber de la Iglesia de intervenir, dando la contribución que le es propia y que remite a la visión de la dignidad de la persona humana con todas sus consecuencias, tal como se explicitan en la doctrina social católica.

Desde esta perspectiva, hay que reconocer que la búsqueda y la configuración de un nuevo ordenamiento, que constituyen también la finalidad de los trabajos de la "Convención" instituida por el Consejo europeo en diciembre de 2001 en Laeken, son pasos en sí mismos positivos. En efecto, están orientados al deseable fortalecimiento del marco institucional de la Unión europea que, mediante una red de vínculos y cooperaciones aceptada libremente, puede contribuir de modo eficaz al desarrollo de la paz, de la justicia y de la solidaridad en todo el continente.

3. Sin embargo, este nuevo ordenamiento europeo, para ser verdaderamente adecuado a la promoción del auténtico bien común, debe reconocer y tutelar los valores que constituyen el patrimonio más valioso del humanismo europeo, que ha asegurado y sigue asegurando a Europa una irradiación singular en la historia de la civilización. Estos valores representan la aportación intelectual y espiritual más característica que ha forjado la identidad europea a lo largo de los siglos y pertenecen al tesoro cultural propio de este continente. Como he recordado otras veces, atañen a la dignidad de la persona; el carácter sagrado de la vida humana; el papel central de la familia fundada en el matrimonio; la importancia de la educación; la libertad de pensamiento, de palabra y de profesión de las propias convicciones y de la propia religión; la tutela legal de las personas y de los grupos; la colaboración de todos con vistas al bien común; el trabajo considerado como bien personal y social; y el poder político entendido como servicio, sometido a la ley y a la razón, y "limitado" por los derechos de la persona y de los pueblos.

En particular, será necesario reconocer y salvaguardar en toda situación la dignidad de la persona humana y el derecho de libertad religiosa entendido en su triple dimensión: individual, colectiva e institucional. Además, se deberá dar espacio al principio de subsidiariedad en sus dimensiones horizontal y vertical, así como a una visión de las relaciones sociales y comunitarias fundada en una auténtica cultura y ética de la solidaridad.

4. Son múltiples las raíces culturales que han contribuido a la afirmación de los valores recordados hasta ahora: el espíritu de Grecia y el de Roma; las aportaciones de los pueblos latinos, celtas, germánicos, eslavos y ugrofineses; así como las de la cultura judía y del mundo islámico. Estos diversos factores han encontrado en la tradición judeocristiana una fuerza capaz de armonizarlos, consolidarlos y promoverlos. Al reconocer este dato histórico en el proceso actual hacia un nuevo ordenamiento institucional, Europa no podrá ignorar su herencia cristiana, puesto que gran parte de lo que ha producido en los campos jurídico, artístico, literario y filosófico ha sido influido por el mensaje evangélico.

188 Por tanto, sin ceder a ninguna tentación de nostalgia, y sin contentarse con una duplicación mecánica de los modelos del pasado, sino abriéndose a los nuevos desafíos emergentes, será preciso inspirarse, con fidelidad creativa, en las raíces cristianas que han marcado la historia europea. Lo exige la memoria histórica, pero también, y sobre todo, la misión de Europa, llamada, también hoy, a ser maestra de verdadero progreso, a promover una globalización en la solidaridad y sin marginaciones, a contribuir a la construcción de una paz justa y duradera en su seno y en el mundo entero, y a acoger tradiciones culturales diversas para dar vida a un humanismo en el que el respeto de los derechos, la solidaridad y la creatividad permitan a todo hombre realizar sus aspiraciones más nobles.

5. Realmente no es fácil la tarea que han de cumplir los políticos europeos. Para afrontarla de modo adecuado, será preciso que, aun respetando una correcta concepción de la laicidad de las instituciones políticas, den a los valores antes mencionados un profundo arraigo de tipo trascendente, que se expresa en la apertura a la dimensión religiosa.

Esto permitirá, entre otras cosas, reafirmar que las instituciones políticas y los poderes públicos no tienen un carácter absoluto, precisamente a causa de la "pertenencia" prioritaria e innata de la persona humana a Dios, cuya imagen está impresa indeleblemente en la naturaleza misma de todo hombre y de toda mujer. Si no se hiciera así, se correría el peligro de legitimar las tendencias de laicismo y secularismo agnóstico y ateo que llevan a la exclusión de Dios y de la ley moral natural de los diversos ámbitos de la vida humana. Como ha demostrado la misma historia europea, la que pagaría trágicamente las consecuencias sería, en primer lugar, toda la convivencia civil en el continente.

6. En todo este proceso, también es necesario reconocer y salvaguardar la identidad específica y el papel social de las Iglesias y de las confesiones religiosas. En efecto, han desempeñado siempre y siguen desempeñando un papel en muchos casos determinante para educar en los valores básicos de la convivencia, para proponer respuestas a los interrogantes fundamentales sobre el sentido de la vida, para promover la cultura y la identidad de los pueblos, y para ofrecer a Europa lo que concurre a darle un deseado y necesario fundamento espiritual. Por lo demás, no pueden reducirse a meras entidades privadas, sino que actúan con una específica dimensión institucional, que merece ser apreciada y valorizada jurídicamente, respetando y no perjudicando la condición de la que gozan en los ordenamientos de los diversos Estados miembros de la Unión.

En otros términos, se trata de reaccionar ante la tentación de construir la convivencia europea excluyendo la aportación de las comunidades religiosas con la riqueza de su mensaje, de su acción y de su testimonio: eso sustraería al proceso de construcción europea, entre otras cosas, importantes energías para la fundamentación ético-cultural de la convivencia civil. Por tanto, espero que, según la lógica de la "sana colaboración" entre la comunidad eclesial y la comunidad política (cf. Gaudium et spes
GS 76), las instituciones europeas, a lo largo de este camino, entren en diálogo con las Iglesias y las confesiones religiosas según formas reguladas oportunamente, acogiendo la aportación que ciertamente pueden dar en virtud de su espiritualidad y de su compromiso de humanización de la sociedad.

7. Por último, deseo dirigirme a las mismas comunidades cristianas y a todos los creyentes en Cristo, pidiéndoles que pongan en marcha una vasta y articulada acción cultural. En efecto, es urgente y necesario mostrar, con la fuerza de argumentaciones convincentes y de ejemplos estimulantes, que construir la nueva Europa fundándola en los valores que la han forjado a lo largo de toda su historia y que hunden sus raíces en la tradición cristiana es beneficioso para todos, sea cual sea la tradición filosófica o espiritual a la que pertenezcan, y constituye el sólido fundamento para una convivencia más humana y pacífica, porque es respetuosa de todos y de cada uno.

Basándose en esos valores compartidos, será posible lograr las formas de consenso democrático necesarias para delinear, también en el ámbito institucional, el proyecto de una Europa que sea verdaderamente la casa de todos, en la que ninguna persona y ningún pueblo se sientan excluidos, sino que todos se sientan llamados a participar en la promoción del bien común en el continente y en el mundo entero.

8. Desde esta perspectiva, es lícito esperar mucho de las universidades católicas europeas, que deberán desarrollar una reflexión profunda sobre los diversos aspectos de una problemática tan estimulante. También el Congreso actual aportará seguramente a esa investigación su valiosa contribución.

Invocando sobre el compromiso de cada uno la luz y la confortación de Dios, envío a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 20 de junio de 2002







Discursos 2002 182