Discursos 2002 188


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DE LA ROACO


Jueves 27 de junio de 2002




Señor cardenal;
189 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

1. Me agrada particularmente daros a cada uno mi cordial bienvenida, expresándoos mi gratitud por esta amable visita, con ocasión de la asamblea anual de la Reunión de las obras para la ayuda a las Iglesias orientales.

Saludo cordialmente al señor cardenal Ignace Moussa I Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales y presidente de la ROACO. Saludo al arzobispo secretario, monseñor Antonio Maria Vegliò, y a todos los colaboradores del dicasterio, así como a los responsables de los diversos organismos. Gracias a todos por la activa participación en la solicitud del Papa por las Iglesias orientales.

Al comprobar que, a pesar de las dificultades actuales, no disminuye el compromiso generoso de las Obras que representáis aquí, quisiera reafirmar lo que dije en la carta apostólica Orientale lumen: "Las comunidades de Occidente han de sentir ante todo el deber de compartir, donde sea posible, proyectos de servicio con los hermanos de las Iglesias de Oriente o contribuir a la realización de cuanto ellas emprenden al servicio de sus pueblos" (n. 23).

2. En este momento vuelvo con la mente a mi reciente visita a Bulgaria, y en particular a Plovdiv, donde proclamé beatos a los mártires padre Pablo Djidjov, Pedro Vitchev y Josafat Chichkov. Como tantos otros, a menudo desconocidos, estos auténticos testigos de Cristo tienen el mérito de haber mantenido encendida la antorcha de la fe durante el rígido invierno ateo del siglo pasado y de haberla transmitido más viva que nunca a las generaciones sucesivas.

Su beatificación no fue sólo el culmen de toda mi peregrinación, sino también la confirmación más clara y luminosa de la estima y del afecto que me une al noble pueblo búlgaro, por el que os invito a orar para que Dios le conceda largos días de progreso, prosperidad y paz.

Me permito mencionaros esas queridas comunidades cristianas, para que os preocupéis aún más por ellas y sigáis sosteniéndolas en sus necesidades. Os exhorto, sobre todo, a no descuidar las expectativas de los jóvenes, a ayudar a las familias cristianas y a favorecer de todos los modos posibles la formación de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa.

3. La atención especial con la que la Sede apostólica sigue la evolución de la situación en Tierra Santa y, más en general, la prolongación del estado de tensión en Oriente Próximo, me impulsa asimismo a recomendar encarecidamente a vuestra solicitud a los hermanos en la fe que viven allí. Estoy seguro de que vuestro esfuerzo, también gracias a la tradicional colecta para Tierra Santa, permitirá enviar a esas martirizadas regiones, desde los lugares más diversos del mundo, signos concretos de solidaridad cristiana. También estoy convencido de que en vuestra benéfica acción encontraréis una grata correspondencia en los pastores y en los fieles de las Iglesias católicas orientales y de la comunidad latina de Tierra Santa. Esa tierra bendita, en la que el Salvador nació, vivió, murió y resucitó, es un patrimonio mundial de espiritualidad y un tesoro de valor inigualable.

Lo saben bien los peregrinos que todos los años visitan los santos lugares. Después de rezar y confrontarse con el Evangelio en el sugestivo marco de esos escenarios, vuelven a sus comunidades enriquecidos por una experiencia extraordinaria. Sobre todo se dan cuenta de que junto a los santuarios existe y actúa una activa comunidad de creyentes, compuesta por fieles pertenecientes a diversos ritos, con tradiciones arraigadas en la pluralidad típica de la Iglesia de los primeros siglos.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestro compromiso consiste en responder de modo cada vez más atento e inmediato a las urgencias de las Iglesias orientales católicas, procurando implicar oportunamente a las comunidades locales. Mediante sesiones especiales de reflexión y encuentros de estudio, ayudáis a programar intervenciones y a establecer planes pastorales según reconocidas prioridades de evangelización, de caridad y de compromiso educativo. Me congratulo con vosotros, y deseo animaros a proseguir con generosidad y clarividencia por el camino emprendido, que da frutos de bien para toda la Iglesia.

190 En este proceso tan importante os acompaña la Congregación para las Iglesias orientales, la cual sostiene las diversas iniciativas que promovéis en el campo de los estudios, de la profundización de la liturgia, en el compromiso formativo y en la planificación pastoral práctica.

Además, el dicasterio tiene el deber de salir al encuentro de las necesidades de los seminaristas y los sacerdotes, de los religiosos y las religiosas, así como de los laicos enviados a Roma por sus obispos y superiores para completar la formación espiritual y pastoral, conocer realidades eclesiales diversas y realizar los estudios superiores en las diferentes disciplinas eclesiásticas.

Quiera Dios que las comunidades eclesiales de Oriente, ayudadas por la Congregación para las Iglesias orientales y por la ROACO, vivan una vida evangélica cada vez más intensa y un renovado impulso apostólico.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, que la Madre de Dios, María santísima, os confirme en vuestros buenos propósitos. Os sostenga en vuestro esfuerzo de unir la caridad de la palabra con la caridad de las obras, expresada en tantos signos de solidaridad y fraternidad.

También yo os acompaño con mi afecto y mi oración, e imparto de corazón a cada uno de vosotros una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestros seres queridos, a las Iglesias a las que pertenecéis, a los organismos que representáis y a cuantos se benefician de las iniciativas por las que trabajáis.













ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO


ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA


Sábado 29 de junio de 2002



Queridos hermanos en Cristo:

1. "Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1 Jn 4, 7).

Con alegría os doy la bienvenida a Roma en este día de fiesta. Agradezco de todo corazón al patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, y al Santo Sínodo, que os han enviado para esta celebración con espíritu de fraternidad eclesial y de caridad recíproca.

2. El intercambio anual de visitas, a Roma para la fiesta de San Pedro y San Pablo, y al Fanar para la fiesta de San Andrés, reaviva la caridad de nuestro corazón y nos estimula a proseguir nuestro camino hacia la comunión plena. Así ya podemos vivir una forma de armonía en la perspectiva de la unidad plena en torno al único altar del Señor. Durante este año, el Señor nos ha dado varias ocasiones para manifestar al mundo nuestra voluntad común de buscar y recorrer todas las sendas que pueden conducirnos a la unidad, y de dirigir a la humanidad un llamamiento en favor de la paz y la fraternidad, en el respeto mutuo, en la justicia y en la caridad.

3. Deseo renovar hoy al patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, la expresión de mi profunda gratitud por su participación fraterna en la Jornada de oración por la paz en Asís. Con otros hermanos, proclamamos al mundo, de diversas formas, la exhortación de san Juan: "Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios". Si la humanidad se compromete decididamente en este camino, entonces se atenuarán poco a poco la violencia y las amenazas que se ciernen sobre los hombres.

191 4. Al término del IV Simposio sobre el ambiente, dedicado al mar Adriático, tuve la alegría de firmar con Su Santidad Bartolomé I la Declaración de Venecia. Ese texto expresa nuestro compromiso común por la salvaguardia y el respeto de la naturaleza; manifiesta igualmente nuestra voluntad de trabajar para que, en nuestro mundo, la ciencia esté al servicio de los hombres y estos se sientan cada vez más responsables de la creación.

5. Queda mucho por hacer para que reine una mayor fraternidad en la tierra. El deseo de venganza prevalece frecuentemente sobre la paz, particularmente en Tierra Santa y en otras regiones del mundo afectadas por una violencia ciega; esto nos hace sentir la precariedad de la paz, que necesita que unamos nuestras fuerzas, que estemos juntos y que actuemos juntos, para que el mundo encuentre en nuestro testimonio común la fuerza necesaria para realizar los cambios que se imponen. Este camino de colaboración nos conducirá también a la comunión plena, según la voluntad de Cristo con respecto a sus discípulos.

6. Pero, aunque estamos firmemente convencidos de su necesidad, el diálogo de la caridad y nuestra fraternidad no bastan. Debemos perseverar aún para que el diálogo de la caridad sostenga y alimente de nuevo nuestro diálogo de la verdad; me refiero al diálogo teológico, cuyo comienzo anunciamos al mundo con ocasión de la fiesta de san Andrés, en 1979, con el patriarca Dimitrios, que en paz descanse, poniendo en esta iniciativa grandes esperanzas.

A pesar de nuestros esfuerzos, este diálogo teológico se ha estancado. Constatamos nuestra impotencia para superar nuestras divisiones y encontrar en nosotros la fuerza para dirigirnos con esperanza hacia el futuro. Sin embargo, esta fase delicada no debe desanimarnos. No podemos aceptar con indiferencia este estado de hecho. No podemos renunciar a proseguir el diálogo teológico, camino indispensable con vistas a la unidad.

Eminencia, queridos miembros de la delegación, os agradezco vuestra visita. Os ruego que transmitáis mi saludo fraterno a Su Santidad Bartolomé I, a los miembros del Santo Sínodo y a todos los fieles del patriarcado ecuménico. Mi visita al Fanar es para mí un recuerdo inolvidable, que evoco con grandísima alegría. El Señor esté siempre con todos nosotros.









                                                                                  Julio de 2002


ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS

QUE RECIBIERON EL PALIO


Lunes 1 de julio de 2002



Venerados arzobispos;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho acogeros y renovaros mi cordial saludo. Después de la celebración del sábado pasado, solemnidad de San Pedro y San Pablo, durante la cual, según la tradición, os entregué el sagrado palio a vosotros, arzobispos metropolitanos nombrados en el último año, esta audiencia nos permite volvernos a encontrar en una dimensión más familiar.

Al dirigir hoy mi mirada a vosotros, procedentes de comunidades diocesanas de los cinco continentes, puedo admirar también la familia de la Iglesia.

192 2. Saludo con afecto al patriarca de Venecia y al arzobispo de Catania, juntamente con los numerosos hermanos, amigos y fieles que han querido acompañarlos en esta singular peregrinación. Ojalá que vuestras diócesis se distingan siempre por un intenso y efectivo espíritu de comunión.
Dirijo un saludo cordial a los peregrinos de lengua francesa que han venido para acompañar a los arzobispos durante la recepción del palio, en particular a los fieles de las diócesis de Gagnoa, en Costa de Marfil, de Saint-Boniface, en Canadá, y de Burdeos, en Francia. Que este signo, dado a vuestros obispos, os ayude a vivir cada vez más en comunión con toda la Iglesia.

Saludo cordialmente a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa y a los peregrinos que los acompañan: de Newark, Madang, Visakhapatnam, Cardiff, Adelaide, Kumasi, Nueva Orleans, Glasgow, Calcuta y Kingston. Vuestra presencia es un signo elocuente de la universalidad de la Iglesia y un fuerte testimonio de la comunión a través de la cual la Iglesia vive y cumple su misión salvífica.

Queridos amigos, que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe católica que nos viene de los Apóstoles. A vosotros, y a las Iglesias locales que representáis, os ofrezco la seguridad de mis oraciones y de mi afecto en el Señor.

Saludo con afecto a los nuevos arzobispos de las archidiócesis de Burgos y Oviedo en España, Asunción en Paraguay, y Calabazo y Cumaná en Venezuela, así como también a sus familiares y amigos. Al tiempo que os expreso mi cordial felicitación por este día de la recepción del palio, deseo que, revestidos de este ornamento, señal de un particular vínculo de comunión con la Sede de Pedro, podáis ser testigos vivos de la fe y portadores de la esperanza en Cristo resucitado en las Iglesias particulares que os han sido confiadas.

Saludo también con afecto a los nuevos arzobispos brasileños, con sus familiares y amigos, de las archidiócesis de Río de Janeiro, Juiz de Fora, Florianópolis, Goiânia, Vitória da Conquista y de Feira de Santana. Juntamente con mi felicitación por esta fecha, os expreso mi deseo de que, revestidos de este ornamento, signo de un vínculo particular de comunión con la Sede de Pedro, sirváis de estímulo a la fe y a la esperanza en Cristo resucitado en las Iglesias particulares que os han sido confiadas.

Me alegra saludar a monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, y al grupo de familiares, amigos y fieles reunidos en torno a él. La Virgen Theotókos alcance a cada uno, y en particular a la comunidad católica rusa, las gracias deseadas.

Saludo cordialmente a los peregrinos venidos de Poznan, que acompañan a su arzobispo Stanislaw Gadecki, con ocasión de la entrega del palio, signo de la unión con el Sucesor de Pedro. Os pido que estéis siempre fielmente junto a él y lo sostengáis con vuestra oración. Que Dios os bendiga.
3. "Plebs adunata de unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti": esto es la Iglesia, según la antigua definición de san Cipriano (De Orat. Dom. 23: PL 4, 553), citada por el concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium
LG 5).

Venerados hermanos en el episcopado, sed siempre servidores apasionados de la unidad de la Iglesia. Y vosotros, queridos hermanos y hermanas, colaborad siempre con ellos, para que toda comunidad eclesial viva y actúe con un solo corazón y una sola alma.

A la vez que invoco sobre los pastores y sobre su ministerio la constante protección de María santísima, Madre de la Iglesia, a todos renuevo con gran afecto mi bendición.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL PERÚ


EN VISITA "AD LIMINA"


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Martes 2 de julio de 2002




Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me es grato daros la bienvenida a este encuentro con vosotros, Pastores de la Iglesia de Cristo en el Perú, que realizáis la visita ad limina a la sede de Pedro, el Apóstol que recibió el mandato de “confirmar en la fe a sus hermanos” (cf. Lc
Lc 22,32) y que en Roma culminó su testimonio de amor y fidelidad al Señor derramando su sangre por Él.

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido Mons. Luis Armando Bambarén Gasteluzmendi, Obispo de Chimbote y Presidente de la Conferencia Episcopal, en las que ha destacado los “lazos de unidad, de amor y de paz” que os unen al Obispo de Roma (Lumen gentium LG 22), así como los principales anhelos que animan vuestra misión apostólica en las diversas Iglesias particulares que os han sido confiadas. Movido por la solicitud de Pastor de la Iglesia universal me siento unido a vuestras preocupaciones y os animo a proseguir con generosidad y grandeza de espíritu vuestra entrega, impulsando la apasionante tarea de renovación pastoral en este comienzo del nuevo milenio.

2. Uno de los retos cruciales de nuestro tiempo, como he señalado en la Carta Apostólica Novo millenio ineunte, es precisamente el espíritu de comunión que ha de reinar en la Iglesia y presidir todos los aspectos y sectores de la acción pastoral (cf. nn. 43-45). En efecto, la comunión como espiritualidad radicada en la Trinidad, como principio educativo y actitud cristiana de la que se debe dar abierto testimonio, además de ser una exigencia imperiosa del mensaje de Cristo (cf. Ecclesia in America ), es también una respuesta “a las esperanzas profundas del mundo” (Novo millenio ineunte, 43).

Por vuestra amplia experiencia pastoral conocéis bien la paradoja de un momento histórico en que la capacidad casi inconmensurable de interrelación convive con un frecuente sentimiento de aislamiento, que causa fragmentación e incluso conflictos en diversos ámbitos de la familia humana. Ante ello, la Iglesia ha de recordar y revivir continuamente la incomparable experiencia de Pentecostés, cuando “todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones” (S. Ireneo, Adv. haer., 3,17,2). Así pues, vosotros, Hermanos en el Episcopado, estáis llamados a ser ejemplo de comunión en el afecto colegial, sin prejuicio de la responsabilidad que cada uno tiene en su propia Iglesia local, en la que, a su vez, “es principio y fundamento visible de la unidad” (Lumen gentium LG 23).

3. Si la escasez de medios, las incomprensiones, la diversidad de pareceres o de origen en vuestro pueblo u otras dificultades aún, pueden inducir al desánimo, Jesús nos conforta siempre al hacernos ver que “hasta los vientos y el mar le obedecen” (Mt 8,27). Por ello es preciso afianzarse en Él, haciendo crecer en todos los creyentes un verdadero deseo de santidad, a la que todos estamos llamados y en la que culminan las más profundas aspiraciones del ser humano.

El Perú, que ha sido bendecido por Dios con numerosos frutos de santidad, tiene sobrados ejemplos que pueden iluminar y abrir grandes perspectivas a las generaciones actuales. No se deben olvidar figuras de la talla de Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano o San Juan Macías, entre otros. Son modelo para los Pastores, que han de identificarse con el estilo personal de Jesucristo, hecho de sencillez, pobreza, cercanía, renuncia a ventajas personales y confianza plena en la fuerza del Espíritu por encima de los medios humanos (cf. Ecclesia in America ). Lo son también para los demás creyentes, que en los santos tienen la prueba viviente de las maravillas de Dios en el corazón bien dispuesto, cualquiera que sea la condición social o la situación de vida en que acogen su gracia.

Vuestra Nación misma ha de sentirse privilegiada por tantos frutos de santidad, pues resaltan sobremanera la profunda raigambre cristiana de su pueblo, la cual ha contribuido decisivamente a fraguar su propia identidad y que, lejos de ignorarse, debe ser salvaguarda por ser un valor irrenunciable.

4. En este contexto, es de particular importancia suscitar, especialmente entre los jóvenes, la pasión por los grandes ideales del Evangelio, de tal manera que un creciente número de ellos se sienta atraído a consagrar por entero su vida a proclamar y dar testimonio de que “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Co 3,17). De este modo, la evangelización de las nuevas generaciones ha de ir acompañada, casi de manera espontánea, con una pastoral vocacional, cada día más urgente, que abra nuevos horizontes de esperanza en las Iglesias locales.

Es importante también una esmerada atención a la formación impartida en los seminarios. Además de cultivar la madurez humana de los candidatos para se pongan totalmente a disposición de Dios y de la Iglesia con plena conciencia y responsabilidad, se les ha de guiar sabiamente hacia una profunda vida espiritual que les haga idóneos para asumir efectiva y afectivamente el futuro ministerio con todas sus exigencias. Es preciso presentar y afrontar de manera clara y completa los requisitos de un seguimiento incondicional a Jesús en el ministerio o en la vida consagrada, pues quien lo ama de verdad, repetirá en su corazón ante cualquier dificultad aquellas palabras de Pedro: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

194 Vuestro País necesita sacerdotes y evangelizadores, santos, doctos y fieles a su vocación, a lo que no se puede renunciar por su escaso número o por otras circunstancias sociales y culturales. Ésta es una tarea en la que el Obispo ha de mostrar una particular cercanía de padre y maestro a sus seminaristas, contando con la incondicional y transparente cooperación de los formadores. Se ha de subrayar también el espíritu de colaboración entre diversas Diócesis para proporcionar mejores medios personales y materiales a los propios candidatos al sacerdocio, que tan buenos resultados puede dar y que manifiesta una solidaridad concreta con las Iglesias particulares más precarias de recursos.

5. También habéis manifestado vuestra preocupación por los problemas que afectan al matrimonio y a la familia, bien a causa de ciertos factores culturales, bien por un determinado ambiente a veces “militante” contra el significado genuino de tales instituciones (cf. Novo millenio ineunte, 47). En este sentido, es importante que el proyecto cristiano de santidad impregne también el amor humano y la convivencia familiar, pues se ha de respetar íntegramente el designio de Dios para todo el género humano y su excelsa dignidad de ser signo del amor que une a Cristo con su Iglesia (cf. Ef
Ep 5,32).

La complejidad de los aspectos implicados en este campo requiere también una acción pastoral multidisciplinar, en la que la iniciativa catequética de los pastores se integre con la acción educativa de otros fieles laicos, la ayuda mutua entre las mismas familias y la promoción de aquellas condiciones que favorecen el crecimiento del amor de los esposos y la estabilidad familiar. En efecto, es imprescindible que los jóvenes conozcan la verdadera belleza del amor, “ya que el amor es de Dios” (1Jn 4,7), que maduren en él en actitud de entrega y no de egoísmo, que se inicien en la convivencia con espíritu limpio y puro, incluyendo en ella también la riqueza de la experiencia de fe compartida, y que afronten su futuro como una verdadera vocación a la que Dios les llama para colaborar en la inefable tarea de ser dador de vida.

La pastoral familiar ha de contemplar también aquellos aspectos que pueden condicionar el digno desarrollo de los deberes propios de esta institución fundamental, promoviendo un mejor sustento económico a los nuevos hogares que se van formando, mayores posibilidades de obtener viviendas decorosas que eviten el deterioro familiar y facilidad efectiva de ejercer el derecho de educar a los hijos según la propia fe y sentido ético de la vida. Por eso, los Pastores han de hacer oír su voz para resaltar la importancia de la familia como célula primigenia y fundamental de la sociedad, y su insustituible contribución al bien común de todos los ciudadanos. Esto es particularmente urgente cuando, por razones más o menos oportunistas, se plantean proyectos políticos antinatalistas, se sofocan los deseos de fidelidad matrimonial o se dificulta de otros modos el normal desarrollo de la vida familiar.

6. Compruebo con satisfacción el vigor y la creatividad de la acción que la Iglesia en el Perú desarrolla en favor de los más desfavorecidos, más necesaria aún en unos momentos en que la difícil situación económica en la región hace emerger con mayor virulencia las múltiples formas, antiguas y nuevas, de pobreza. Cuando son tantos los hijos de Dios que viven en condiciones infrahumanas, hay que impulsar una pastoral social concreta, tangible y organizada, que socorra con prontitud las necesidades más perentorias y ponga los fundamentos de un desarrollo armónico y duradero basado en el espíritu de solidaridad fraterna.

En este sentido, expreso mi más sincero agradecimiento a las numerosas instituciones eclesiales que, con gran dinamismo y entrega, hacen llegar la luz del Evangelio y la ayuda fraterna a los lugares más recónditos de las tierras peruanas, tanto de la selva amazónica, de las alturas andinas o de los llanos de la costa. Es hermoso contemplar cómo en este campo se aúnan los esfuerzos, se disipan las diferencias y se traspasan las fronteras. En ello se distinguen los Institutos de vida consagrada, que pueden ser considerados “como una exégesis viviente de la palabra de Jesús: ‘Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25,40) (Vita consecrata VC 82). Corresponde a los Pastores hacer de tantas iniciativas un signo claro de la solicitud de la Iglesia, pues ninguno de sus miembros, Pastores o fieles, ha de permanecer indiferente ante la necesidad espiritual y material, sea ésta el sustento cotidiano, la dignidad personal o la oportunidad efectiva de participar en el bien común de su pueblo.

7. Al término de este encuentro fraterno, os reitero mi aliento a proseguir la labor de dirigir e iluminar la vida de vuestras Iglesias particulares, encomendándola a la dulce protección de la Santísima Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización. Os ruego que llevéis el saludo y el afecto del Papa a vuestros sacerdotes y seminaristas, a los misioneros, comunidades religiosas, catequistas, educadores y laicos comprometidos, así como a los ancianos y enfermos, que os acompañan y ayudan en la apasionante tarea de sembrar el Evangelio en el corazón de los peruanos, que es fuente de esperanza y de paz.

Mientras os acompaño siempre con mis plegarias y afecto, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.








A LAS OBLATAS DEL NIÑO JESÚS


Martes 2 de julio de 2002



Amadísimas hermanas:

1. Vuestro instituto celebra hoy el 330° aniversario de su fundación. En efecto, el 2 de julio de 1672, en Roma, Ana Moroni y doce jóvenes se consagraron a Cristo con el propósito de seguirlo y de servirlo en los "pequeños", especialmente mediante la catequesis y la educación de la juventud. En esta feliz circunstancia, me alegra dirigirme a vosotras con este mensaje especial. Os saludo a cada una y, en particular, a la superiora general, a la que agradezco los sentimientos que me ha expresado en nombre de todas.

195 Vosotras, queridas hermanas, teníais un gran deseo de encontraros con el Sucesor de Pedro, al que os une, desde hace más de tres siglos, el apreciado servicio que prestáis en la sacristía pontificia, servicio que os confió mi venerado predecesor el beato Inocencio XI. Os agradezco el asiduo y diligente esmero con que lo cumplís desde entonces. Vuestra espiritualidad, caracterizada por la contemplación del Niño Jesús en Belén, os impulsa a tratar las cosas santas necesarias para la liturgia con el mismo amor con el que la Virgen María envolvió en pañales al Hijo recién nacido y lo acostó en el pesebre (cf. Lc Lc 2,7). La adoración del Niño Jesús os estimula a ser cada vez más mansas y humildes de corazón, imitando su docilidad y laboriosidad en el seno de la Sagrada Familia.

2. "Vivir la espiritualidad de Belén alcanzando la semejanza con el Verbo encarnado": he aquí el carisma de vuestra congregación, unido íntimamente al misterio de la Encarnación. Imagino que el gran jubileo del año 2000 ha sido para vosotras una ocasión privilegiada para profundizar aún más en este "espíritu de Belén". Es el espíritu de la infancia espiritual que, como subrayan las Constituciones de vuestra congregación, os ayuda "a conquistar, por la gracia de Dios, las mismas virtudes que los niños tienen por naturaleza, en relación con Dios y con el prójimo: la inocencia, la espontaneidad, la apertura, la sinceridad, la confianza, la rectitud y la sencillez que nace de la sabiduría divina".

Me congratulo con vosotras por el impulso espiritual que os anima: constituye la mejor garantía para una auténtica renovación de la vida consagrada. El lema "Duc in altum!", que propuse a todo el pueblo cristiano en la carta apostólica Novo millennio ineunte, encuentra una significativa interpretación en el que os legó vuestra fundadora: "De Belén al Calvario". Siguiendo a Cristo en su itinerario salvífico integral, se puede "remar mar adentro" hacia los horizontes ilimitados de la santidad, dejando que Dios actúe en nosotros, y a través de nosotros, prodigios de bondad y de amor.

3. En la Roma del siglo XVII, Ana Moroni, al igual que las primeras consagradas, no poseía muchos medios, pero era rica de Dios y, por eso, con el consejo de su director espiritual, el padre Cósimo Berlinsani, pudo hacer grandes cosas entre los pequeños y los sencillos, conjugando fe y vida y conquistando numerosas almas para Cristo. Vuestra fundadora estaba enamorada del Niño Jesús y experimentaba un éxtasis profundo por el Crucificado, al que definía como su "único libro".
Fieles a vuestro carisma, podéis responder a los nuevos desafíos de la educación y de la evangelización, privilegiando, según la especificidad de vuestro instituto, la catequesis y la pastoral juvenil. Sin desanimaros ante las dificultades y las pruebas, seguid ensanchando las fronteras de vuestra acción apostólica en el mundo, como, por ejemplo, habéis hecho recientemente -y os felicito por ello- con la nueva obra en la periferia de Lima, en Perú. Dedicarse a la educación de la infancia y de la juventud es una prioridad apostólica a la que la Iglesia jamás ha renunciado y jamás renunciará. En este complejo ámbito pastoral está en juego un aspecto esencial del mandato de Cristo a los Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19).

Vosotras, queridas religiosas Oblatas del Niño Jesús, cooperáis en esta misión con múltiples iniciativas: la catequesis, que constituye vuestro primer compromiso; las obras parroquiales; los ejercicios espirituales para jóvenes; diversas propuestas de pastoral juvenil; las residencias universitarias; la instrucción escolar; la recuperación y el apoyo a situaciones familiares difíciles; las visitas a familias pobres; y la acogida de los peregrinos.

4. En todas vuestras actividades sentíos "nodrizas del Niño Jesús", contemplando su rostro en todas las personas que encontréis, e irradiando sus virtudes mediante la obediencia filial, el abandono al Padre, la sencillez y la alegría de vivir, la pobreza y el trabajo diario, la oración y el espíritu de comunión fraterna. Con el estilo atrayente de la infancia espiritual, no os será difícil implicar en vuestro apostolado a los laicos cercanos a vosotras. Su colaboración es valiosa, porque responde a una clara enseñanza del concilio Vaticano II y permite difundir mejor la levadura evangélica en las familias y en la sociedad.

Pienso en la institución ya bien estructurada de los "Animadores laicos Ana Moroni" (ALAM) y en los programas que estáis realizando juntamente con ellos. Al dirigir mi saludo a su numerosa representación hoy presente, os exhorto a proseguir con generosidad por este camino: Dios bendecirá vuestros esfuerzos con numerosas vocaciones, y con nuevos y valiosos colaboradores.
Amadísimas hermanas, que el amor ardiente al Niño Jesús inspire cada momento de vuestra vida, así como el ejercicio de vuestro apostolado entre la juventud. Sentid la contemplación y la acción como una sola llamada, porque sólo de la unión de ambas brota la auténtica maternidad espiritual que debe guiar la acción caritativa y pedagógica a la que os dedicáis.

Os sostenga una intensa y confiada devoción a María santísima, así como a su esposo san José, a los que el Padre celestial confió el cuidado de su Hijo unigénito hecho hombre. Con afecto, os renuevo la expresión de mi estima y gratitud, a la vez que oro por cada una de vosotras y por todo vuestro instituto, que en sus múltiples actividades y perspectivas futuras quiere vivir, juntamente con sus colaboradores laicos, el testamento de la madre fundadora: "unión y concordia".

Dios os ayude a conservar e incrementar esta valiosa herencia para el bien de todos. Con este deseo, os bendigo de corazón.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL LUBOMYR HUSAR, M.S.U.,


ARZOBISPO MAYOR DE LVOV DE LOS UCRANIOS





Discursos 2002 188