Discursos 2003 42

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN INTERRELIGIOSA DE INDONESIA


Jueves 20 de febrero de 2003



Eminencia; distinguidos amigos:

Me complace saludaros, miembros de la delegación interreligiosa de Indonesia.Vuestra presencia aquí me recuerda vivamente la visita pastoral que realicé a Indonesia, en 1989, una ocasión llena de afecto y aprecio mutuos, que me permitió experimentar personalmente la variedad de vuestra rica herencia cultural y religiosa.

43 En este tiempo de gran tensión para el mundo, habéis venido a Roma, y me alegra tener esta ocasión de hablaros. Con la posibilidad real de la guerra que se vislumbra en el horizonte, no debemos permitir que las cuestiones políticas se conviertan en una fuente de ulterior división entre las religiones del mundo. En efecto, ni la amenaza de la guerra ni la guerra en sí misma deberían sembrar la discordia entre cristianos, musulmanes, budistas, hinduistas y los miembros de otras religiones. Como líderes religiosos comprometidos en favor de la paz, deberíamos trabajar juntos con nuestro pueblo, con los creyentes de las demás religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para promover la comprensión, la cooperación y la solidaridad. Al inicio de este año, dije: "La guerra es siempre una derrota de la humanidad" (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 13 de enero de 2003, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de enero de 2003, p. 3). También es una tragedia para la religión.

Oro fervientemente a Dios para que nuestros esfuerzos por promover la comprensión y la confianza mutuas den abundantes frutos y ayuden al mundo a evitar el conflicto, porque, con el compromiso y la cooperación continua, las culturas y las religiones lograrán "echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, fomentar la recíproca comprensión y perdonar a cuantos nos hayan injuriado" (Pacem in terris, V). Este es el camino que lleva a la verdadera paz en la tierra. Trabajemos y oremos juntos por esta paz.

Sobre vosotros y sobre el amado pueblo de Indonesia invoco abundantes bendiciones divinas.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA ASAMBLEA NACIONAL DE LOS CONSILIARIOS


DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA




Amadísimos consiliarios de la Acción católica italiana:

1. Me alegra saludaros en esta ocasión, en que os halláis reunidos en Roma para la asamblea nacional sobre el tema: "Renovar la Acción católica en la parroquia". Saludo en particular al consiliario general, monseñor Francesco Lambiasi, y a la presidenta nacional, doctora Paola Bignardi.

Durante estos días estáis reflexionando sobre cómo puede contribuir la Acción católica, al inicio del nuevo milenio, a renovar el rostro de la parroquia, estructura base del cuerpo eclesial. La experiencia bimilenaria del pueblo de Dios, como reafirmaron autorizadamente el concilio Vaticano II y el Código de derecho canónico, enseña que la Iglesia no puede renunciar a estructurarse en parroquias, comunidades de creyentes arraigadas en el territorio y unidas entre sí en torno al obispo en la red de la comunión diocesana. La parroquia es la "casa de la comunidad cristiana" a la que se pertenece por la gracia del santo bautismo; es la "escuela de la santidad" para todos los cristianos, incluso para los que no se afilian a movimientos eclesiales definidos o no cultivan espiritualidades particulares; es el "laboratorio de la fe", en el que se transmiten los elementos fundamentales de la tradición católica; y es el "gimnasio de la formación", donde las personas se educan en la fe y son iniciadas en la misión apostólica.

Teniendo en cuenta los rápidos cambios que caracterizan el comienzo de este milenio, es preciso que la parroquia sienta con más fuerza la necesidad de vivir y testimoniar el Evangelio, entablando un diálogo fecundo con el territorio y con las personas que en él viven o pasan una parte significativa de su tiempo, y reservando una atención particular a cuantos viven en la pobreza material y espiritual y esperan una palabra que los acompañe en su búsqueda de Dios.

2. El vínculo entre la parroquia y la Acción católica italiana es desde siempre muy estrecho. En las comunidades parroquiales la Acción católica ha anticipado de modo capilar y con intuición profética la actualización pastoral del Concilio y ha acompañado a lo largo de los años su camino de actuación. Ha llevado a la parroquia la sensibilidad y las exigencias de cuantos experimentan, en la fatiga de la vida de cada día, las consecuencias de ese cambio que, de diferentes modos, afecta a toda persona aun antes que a las comunidades, e influye en los ambientes de vida antes que en la organización de la pastoral. Queda aún mucho por hacer. A cuarenta años de distancia de su inicio, el Vaticano II sigue siendo "una brújula segura" para orientar la navegación de la barca de Pedro (cf. Novo millennio ineunte NM 57), y los documentos conciliares representan "la puerta santa" que toda comunidad parroquial debe atravesar para entrar no sólo cronológicamente, sino sobre todo espiritualmente, en el tercer milenio de la era cristiana.

Estoy seguro de que la Acción católica aportará a la impostergable obra de renovación de las parroquias un testimonio diario de comunión; y estará dispuesta a prestar su servicio en la formación de laicos maduros en la fe, llevando a todo ambiente el celo apostólico de la misión. Una espiritualidad de comunión, vivida con el obispo y con la Iglesia local, es la contribución que la Acción católica italiana puede dar a la comunidad cristiana. A este propósito, me complace recordar lo que escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se forman los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz se ha de reconocer también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado" (n. 43).

3. Sólo una Acción católica renovada puede contribuir a revitalizar la parroquia. Por tanto, amadísimos consiliarios, acompañad a la asociación por el camino de renovación lúcidamente presentado y audazmente emprendido por la última asamblea nacional. Sostenedla con vuestro ministerio sacerdotal, para que la "valentía del futuro" y la "creatividad de la santidad", que ciertamente el Espíritu del Señor otorgará a los responsables y a los miembros, la hagan cada vez más fiel a su mandato misionero.

Os exhorto a contribuir, con la fecundidad de vuestro ministerio sacerdotal, a la promoción de una vasta y capilar obra educativa, que favorezca el encuentro entre el vigor del Evangelio y la vida a menudo insatisfecha e inquieta de tantas personas. Para esto es preciso asegurar a la asociación responsables, educadores y animadores bien formados, y suscitar figuras laicas capaces de dar un fuerte impulso apostólico, que lleven a todos los ambientes el anuncio del Evangelio. De este modo, la Acción católica podrá volver a expresar su carisma de asociación elegida y promovida por los obispos, mediante una colaboración directa y orgánica con su ministerio para la evangelización del mundo a través de la formación y la santificación de sus miembros (cf. Estatuto, art. 2).

44 Con ocasión de la XI asamblea nacional de vuestra asociación, subrayé que una auténtica renovación de la Acción católica es posible mediante "la humilde audacia" de fijar la mirada en Jesús, que lo transforma todo. Sólo manteniendo los ojos fijos en él se puede distinguir lo que es necesario de lo que no lo es. Os pido que seáis los primeros en adoptar esta mirada contemplativa, para dar testimonio de la novedad de vida que brota de ella a nivel personal y comunitario. La indispensable renovación estructural y organizativa será el resultado de una singular "aventura del Espíritu", que conlleva la conversión interior y radical de las personas y de las asociaciones en varios niveles: parroquial, diocesano y nacional.

4. Queridos hermanos, poned al servicio de este compromiso formativo y misionero vuestras mejores energías: la sabiduría del discernimiento espiritual, la santidad de vida, las diversas competencias teológicas y pastorales, y la familiaridad de relaciones sencillas y auténticas.
En las asociaciones diocesanas y parroquiales, sed padres y hermanos capaces de animar, de suscitar el deseo de una existencia evangélica y de sostener en las dificultades de la vida a los niños, a los jóvenes, a los adultos, a las familias y a los ancianos. Esforzaos por formar personalidades cristianas fuertes y libres, sabias y humildes, que promuevan la cultura de la vida, de la justicia y del bien común.

El Papa está cerca de vosotros y os exhorta a no desanimaros, sobre todo cuando, debiendo prestar el servicio de consiliario simultáneamente con otros encargos en la diócesis, experimentáis a veces el cansancio y la complejidad de este ministerio. Estad seguros de que ser consiliarios de la Acción católica, precisamente por la singular relación de corresponsabilidad ínsita en la experiencia misma de la asociación, constituye un manantial de fecundidad para vuestro trabajo apostólico y para la santidad de vuestra vida.

Por último, deseo aprovechar esta ocasión para invitar a todos los presbíteros a "no tener miedo" de acoger en la parroquia la experiencia asociativa de la Acción católica. En efecto, en ella no sólo podrán encontrar un apoyo válido y motivado, sino también una cercanía y una amistad espiritual, además de la riqueza que proviene del compartir los dones espirituales de todos los componentes de la comunidad.

Encomiendo estos deseos, así como los que cada uno de vosotros lleva en su corazón, a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros y a todos los presbíteros que con vosotros ejercen el ministerio de consiliario de la Acción católica en la Iglesia italiana.


Vaticano, 19 de febrero de 2003










A LOS DIRECTORES DE LAS OBRAS MISIONALES


PONTIFICIAS DE ESTADOS UNIDOS


Viernes 21 de febrero de 2003



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me complace daros la bienvenida, directores diocesanos de las Obras misionales pontificias de Estados Unidos, con ocasión de vuestro encuentro en Roma. Con gran alegría me uno a vosotros hoy en la inauguración de un nuevo sitio web que promete abrir un nuevo capítulo en los esfuerzos de vuestras Obras por fomentar un espíritu misionero universal en todo el pueblo de Dios.

El desarrollo de internet en los últimos años ofrece una oportunidad sin precedentes para la expansión del impulso misionero de la Iglesia, puesto que se ha convertido en la fuente principal de información y comunicación para muchos de nuestros contemporáneos, especialmente para los jóvenes. Espero que el nuevo sitio web de las Obras misionales pontificias despierte en los católicos de Estados Unidos un mayor aprecio por el mandato misionero universal de la Iglesia y una mayor conciencia de la rica variedad de culturas y de pueblos en los que el evangelio de Jesucristo sigue arraigando en nuestro tiempo. Confío en que el nuevo sitio suscite en muchas personas una fe más profunda en Cristo, lleve a un aumento de las vocaciones misioneras e impulse a un mayor compromiso en favor de la proclamación del Evangelio ad gentes y de la nueva evangelización en los países tradicionalmente cristianos.

45 Queridos amigos, siguiendo la línea del gran jubileo, la Iglesia está llamada a contemplar de nuevo el rostro de Cristo para cumplir con más entusiasmo su mandato de hacer discípulos a todas las gentes (cf. Novo millennio ineunte NM 58). Ojalá que la actividad de vuestras Obras sea una auténtica levadura de celo misionero entre los católicos de Estados Unidos, y dé abundantes frutos para la difusión del reino de Cristo en las nuevas fronteras que se están abriendo ahora ante nosotros. Encomendándoos a vosotros y vuestro importante apostolado a las oraciones de María, Madre de la Iglesia, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de fuerza y de paz en el Señor.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL REGIONAL


DEL NORTE DE ÁFRICA (CERNA)


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 22 de febrero de 2003



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Os acojo con alegría, pastores de la Iglesia de Cristo en la región del norte de África, que venís en peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Doy las gracias a monseñor Teissier, arzobispo de Argel y presidente de vuestra Conferencia episcopal, que acaba de expresar en vuestro nombre las esperanzas que os animan y las dificultades que encontráis, así como la solidaridad profunda que os une a vuestros pueblos. Deseo que esta visita, que manifiesta vuestra comunión fraterna con el Obispo de Roma, sea para todos vosotros un apoyo y la ocasión de un dinamismo renovado, a fin de que cumpláis siempre con valentía la tarea del ministerio apostólico en vuestras diócesis. Sed también entre todos vuestros fieles los testigos de la solicitud del Papa por la Iglesia de los países del Magreb.

2. El mundo en que vivimos se caracteriza por una multiplicación de intercambios, por una interdependencia más fuerte y por la apertura cada vez mayor de las fronteras: es el fenómeno de la globalización, con sus aspectos positivos y negativos, que las naciones deben aprender a gestionar de manera constructiva. Por lo que la concierne, la Iglesia católica conoce bien la dimensión universal, que constituye su identidad. Desde el día de Pentecostés (cf. Hch Ac 2,8-11), sabe que todas las naciones están llamadas a oír la buena nueva de la salvación y que el pueblo de Dios está presente en todos los pueblos de la tierra (cf. Lumen gentium LG 13). Vuestras diócesis han sido siempre sensibles a esta dimensión de la catolicidad y al vínculo vital que las une a la Iglesia universal, dado que los pastores y los fieles provienen de diversos países. Pero esta realidad ha cobrado una dimensión nueva en vuestra región, durante estos últimos años, con el desarrollo de las relaciones y los intercambios entre el norte y el sur del Sáhara. Por múltiples razones, muchos hombres y mujeres originarios de los países del África subsahariana, a menudo cristianos, se han establecido en los países del Magreb, donde permanecen temporalmente. Vuestra Conferencia episcopal, la CERNA, ha organizado recientemente, con los obispos de las regiones del sur del Sáhara, una reflexión pastoral sobre este tema. Os felicito por la calidad y la importancia de este trabajo, y os invito a proseguirlo y a intensificarlo, pues estoy convencido de que este "intercambio de dones" es una gracia de enriquecimiento y de renovación para todas las partes implicadas.

3. Estad profundamente arraigados en el misterio de la Iglesia. Cristo la envía a llevar a los hombres la buena nueva del amor de Dios. Como recuerda justamente el concilio Vaticano II, "este pueblo mesiánico, aunque de hecho aún no abarque a todos los hombres y muchas veces parezca un pequeño rebaño, sin embargo, es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Cristo hizo de él una comunión de vida, de amor y de unidad, lo asume también como instrumento de redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra" (Lumen gentium LG 9).

Con este espíritu, os invito a valorar las riquezas de las diferentes tradiciones espirituales que han alimentado la historia cristiana de vuestros países, desde la antigüedad hasta el gran impulso misionero de los dos últimos siglos. Esas riquezas han destacado y puesto de relieve diversos aspectos del tesoro del Evangelio: el sentido de la comunidad y el gusto por la comunión fraterna, el signo de la pobreza y la disponibilidad hacia el prójimo, la escucha atenta del otro y el sentido de la presencia discreta y afectuosa, y la alegría de anunciar y compartir la buena nueva. Estas riquezas espirituales, vividas con fidelidad por las familias religiosas que participan en la vida de vuestras diócesis, siempre pueden dar fruto para bien de vuestras comunidades. Asimismo, no temáis acoger la novedad que pueden aportar los hermanos y las hermanas procedentes de otros continentes o de otras culturas, con espiritualidades y sensibilidades diferentes. La Iglesia siempre se alegrará de ser, a imagen de la primera comunidad de Jerusalén, una comunidad fraterna donde cada uno puede encontrar su lugar, al servicio del bien común (cf. Hch Ac 2,32).

4. A este respecto, vuestras relaciones subrayan la presencia importante y activa en vuestras diócesis de jóvenes que han llegado de los países subsaharianos para un período de estudios en las universidades de vuestros países. Su acogida y su participación en la vida de las comunidades cristianas manifiestan claramente que el Evangelio no está vinculado a una cultura. Habéis realizado importantes esfuerzos de atención pastoral destinados a estos jóvenes, para ayudarles a superar su aislamiento, y les habéis propuesto una formación cristiana sólida, a fin de que crezcan en la fe.

5. Destacáis, queridos hermanos, la buena calidad de las relaciones entre los cristianos de vuestras comunidades y la población musulmana, y quiero congratularme por la buena voluntad de las autoridades civiles con respecto a la Iglesia. Todo esto es posible gracias al conocimiento recíproco, a los encuentros de la vida diaria y a los intercambios, sobre todo con las familias. Seguid impulsando estos encuentros día a día como una prioridad, ya que contribuyen a transformar, en una parte y en otra, las mentalidades, y ayudan a superar las imágenes estereotipadas que muy a menudo transmiten aún los medios de comunicación social.
Acompañados de diálogos oficiales, importantes y necesarios, entablan vínculos nuevos entre las religiones, entre las culturas y sobre todo entre las personas, y acrecientan en todos la estima por la libertad religiosa y el respeto mutuo, que son elementos fundamentales de la vida personal y social. Revelando los valores comunes a todas las culturas, puesto que están arraigados en la naturaleza de la persona, muestran que "la apertura recíproca de los seguidores de las diversas religiones puede aportar muchos beneficios para la causa de la paz y del bien común de la humanidad" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 16).

También subrayáis que los dramáticos sucesos que vivieron algunos miembros de la comunidad cristiana y compartió la población musulmana no sólo han aumentado la solidaridad humana, sino también la atención al otro y a sus valores religiosos. La experiencia espiritual de la Iglesia, que reconoce en la cruz del Señor la expresión del amor más grande, ha considerado siempre el don de los mártires como un testimonio elocuente y una fuente fecunda para la vida de los cristianos. Es, pues, legítimo esperar también de estos sucesos trágicos frutos de paz y de santidad para todos.

46 En el camino del diálogo, la atención a la cultura ocupa un lugar importante entre vuestras preocupaciones: gracias a la apertura o al mantenimiento de centros de estudio y de bibliotecas de calidad, os esforzáis por proponer el acceso al conocimiento de las religiones y las culturas, ofreciendo así a los habitantes de los países del Magreb los medios para redescubrir su pasado.
Me complace, en particular, la feliz iniciativa del congreso dedicado a san Agustín, organizado por las autoridades argelinas, en colaboración con la Iglesia.

6. En toda comunidad cristiana, aunque sea minoritaria y frágil, el servicio de la caridad hacia los más pobres sigue siendo una prioridad, pues es la expresión de la bondad de Dios con todos los hombres y de la comunión que todos están llamados a vivir, sin distinción de raza, cultura o religión. Vivís especialmente esta diaconía en vuestra relación con las personas enfermas o discapacitadas, acogidas y asistidas en los hospitales, o en los centros de atención que los religiosos ponen a disposición de la población. Proseguid también la acogida de los emigrantes, que atraviesan vuestros países del Magreb con la esperanza de llegar a Europa, para ofrecerles en su indigencia y en su condición precaria un momento de descanso y de comunión fraterna. A través de organismos de ayuda, como Cáritas, y en unión con las asociaciones locales, seguid testimoniando la caridad de Cristo, que vino para aliviar a todos los que están agobiados (cf. Mt
Mt 11,28).

7. Sé que vuestros sacerdotes desempeñan su ministerio con gran caridad pastoral y valentía, tratando de estar muy cerca de la población. Les expreso, a través de vosotros, mi profunda estima, exhortándolos a poner cada vez más la Eucaristía en el centro de su vida. Es la fuente diaria donde se alimenta su relación personal con Cristo, y de donde brota la caridad que incrementa sin cesar su oración y su celo misionero, como proclama la Plegaria eucarística IV: "Acuérdate (...) de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón". En efecto, mediante la participación en la intercesión y en la ofrenda de Cristo se constituye el pueblo de Dios. Invito una vez más a los sacerdotes a estar disponibles a las llamadas de la Iglesia, en función de las nuevas necesidades. Han de esforzarse por cultivar entre sí relaciones fraternas, en el seno del presbiterio diocesano, compartiendo sus experiencias apostólicas, sus diferentes enfoques pastorales y sus descubrimientos espirituales.
Saludo cordialmente a los religiosos y a las religiosas, que constituyen frecuentemente el núcleo permanente de la presencia cristiana en vuestras comunidades. Su fidelidad, arraigada en la oración y a veces vivida de manera dramática, es un apoyo esencial para el ministerio de los sacerdotes, como para los laicos que quieren vivir los compromisos de su bautismo. Invito, pues, a los institutos de vida consagrada, a pesar de las dificultades actuales, a mantener y renovar su presencia tan importante en vuestras diócesis.

Animo una vez más a todos los fieles laicos: unos han permanecido en el país desde su independencia, otros han ido por un tiempo específico de servicio o de estudio; algunos han ido para participar, temporalmente, en el desarrollo económico del país, y otros, en fin, son del país. Los saludo a todos en particular, exhortándolos a alimentar su fe mediante su arraigo en la oración y mediante una formación apropiada; así podrán discernir mejor los signos de la presencia de Cristo y responder generosamente a su llamada. Les aseguro mi oración y mi afecto paterno.

8. Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, como destaca el documento que habéis redactado con ocasión del gran jubileo, Las Iglesias del Magreb en el año 2000, que monseñor Teissier me ha enviado en vuestro nombre, acabamos de entrar en el nuevo milenio, y ya sabemos que el camino hacia la paz está sembrado de obstáculos, que será necesario superar con valentía y perseverancia. También es preciso proseguir con paciencia y determinación el diálogo interreligioso, para vencer la desconfianza mutua y aprender a servir juntos al bien común de la humanidad. El camino hacia la unidad plena de los cristianos exige, asimismo, tiempo y el compromiso de una voluntad firme. Lejos de desanimarnos ante estos desafíos y estas dificultades, hacemos nuestra la confianza del Apóstol: "El Dios de nuestro Señor Jesucristo (...) ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos" (Ep 1,17-20). Así, arraigados en el amor de Cristo muerto y resucitado, sed decididos y fuertes para vivir el evangelio de la paz (cf. Ef Ep 6,15), testimoniando cada día, con vuestra presencia y vuestra acogida del otro, el amor incondicional de Dios a todo hombre.

Pido a la Virgen María, Nuestra Señora de Atlas, que vele sobre cada uno de vosotros y os lleve cada vez más al encuentro de su Hijo divino. De todo corazón os imparto a vosotros, así como a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis, una afectuosa bendición apostólica.










A UN GRUPO DE LA FEDERACIÓN NACIONAL ITALIANA


DE LOS CABALLEROS DEL TRABAJO


Sábado 22 de febrero de 2003



Ilustres señores y gentiles señoras:

1. Me alegra acogeros en esta audiencia especial, que me brinda la grata oportunidad de encontrarme con algunos representantes cualificados del mundo del trabajo y del empresariado en Italia. Os saludo cordialmente a todos, y en especial al presidente de la Federación nacional de los Caballeros del trabajo, ingeniero Mario Federici, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Saludo, asimismo, al doctor Biagio Agnes, presidente de la Comisión de comunicación e imagen.

47 La Orden del mérito en el trabajo es reconocida, por lo general, como una de las más prestigiosas. Confiere el título de Caballero del trabajo a personas que, como vosotros, se han distinguido por su capacidad empresarial y, sobre todo, por su rigor moral en los diversos campos de las actividades productivas.

2. No sólo representáis a un grupo selecto del empresariado italiano, sino también a los promotores de un crecimiento solidario y equilibrado de la economía nacional.
A este propósito, permitidme que os dirija la invitación a prestar en vuestra actividad una atención cada vez más prioritaria a los principios éticos y morales.

En la encíclica Sollicitudo rei socialis recordé que "la cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombre es un deber de todos para con todos" (n. 32). Precisamente en vuestra calidad de "Caballeros del trabajo", sed los paladines y los primeros testigos de este "deber" universal. Se trata de una tarea más urgente aún a la luz de la actual evolución de la sociedad, marcada por el proceso de globalización, dentro del cual hay que salvaguardar el valor de la solidaridad, la garantía de acceso a los recursos y la distribución equitativa de la riqueza producida.

3. En la sociedad contemporánea la familia, a menudo, parece penalizada por las reglas que imponen la producción y el mercado. Por tanto, entre vuestros esfuerzos debe estar el de sostenerla eficazmente, para que se la respete cada vez más como sujeto activo también del sector de la producción y de la economía.

Además, vuestra federación desde hace años se interesa por la formación de los jóvenes. A este propósito, pienso en la residencia universitaria Lamaro-Pozzani, destinada a los que frecuentan los cursos de doctorado en Roma. Seguid invirtiendo en los jóvenes, ayudándoles a superar la brecha existente entre la formación escolar y las exigencias reales de las empresas de producción. Así permitiréis que las nuevas generaciones, también gracias a un sólido arraigo en el patrimonio de los valores humanos y cristianos, contribuyan a hacer que el mundo del trabajo sea cada vez más a la medida del hombre.

Renovando mi cordial agradecimiento por esta visita, os deseo a cada uno éxito en los diversos campos profesionales. Invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros seres queridos la intercesión de san Benito de Nursia, patrono de los Caballeros del trabajo, y de corazón os bendigo a todos.







DISCORSO DI GIOVANNI PAOLO II


AI MEMBRI DELLA PONTIFICIA ACCADEMIA PER LA VITA


Lunedì, 24 febbraio 2003

: Carissimi membri della Pontificia Accademia per la Vita!

1. La celebrazione della vostra Assemblea mi offre l'occasione di rivolgervi con gioia il mio saluto, esprimendovi apprezzamento per l'intenso impegno con cui l'Accademia per la Vita si dedica allo studio dei nuovi problemi nel campo soprattutto della bioetica.

Un particolare ringraziamento rivolgo al Presidente, Prof. Juan de Dios Vial Correa, per le amabili parole di saluto indirizzatemi, come pure al Vice Presidente, Mons. Elio Sgreccia, solerte e valido nella sua dedizione al compito affidatogli. Saluto anche con affetto i membri del Consiglio Direttivo e i Relatori di questa importante riunione.

48 2. Nei lavori della vostra Assemblea avete voluto affrontare, in un programma articolato e denso di riflessioni fra loro complementari, il tema della ricerca biomedica, ponendovi dal punto di vista della ragione illuminata dalla fede. E' una prospettiva che non restringe il campo di osservazione, ma piuttosto lo amplia, perché la luce della Rivelazione viene in aiuto della ragione per una più piena comprensione di ciò che è proprio della dignità dell'uomo. Non è forse l'uomo che, come scienziato, promuove la ricerca? Spesso è ancora l'uomo il soggetto su cui si compie la sperimentazione. In ogni caso, è sempre lui il destinatario dei risultati della ricerca biomedica.

E' un fatto da tutti riconosciuto che i miglioramenti della medicina nella cura delle malattie dipendono prioritariamente dai progressi della ricerca. In particolare, è soprattutto in questo modo che la medicina ha potuto contribuire in maniera decisiva a sconfiggere epidemie letali e ad affrontare con esiti positivi gravi malattie, migliorando notevolmente, in grandi aree del mondo sviluppato, la durata e la qualità della vita.

Tutti, credenti e non credenti, dobbiamo rendere omaggio ed esprimere sincero appoggio a questo sforzo della scienza biomedica, rivolto non soltanto a farci meglio conoscere le meraviglie del corpo umano, ma anche a favorire un degno livello di salute e di vita per le popolazioni del pianeta.

3. La Chiesa cattolica intende esprimere anche un ulteriore motivo di gratitudine a tanti scienziati dediti alla ricerca nell'ambito della biomedicina: molte volte, infatti, il Magistero ha richiesto il loro aiuto per la soluzione di delicati problemi morali e sociali, ricevendone una convinta ed efficace collaborazione.

Qui vorrei ricordare in particolare l'invito che il Papa Paolo VI, nell'Enciclica Humanae Vitae, rivolse a ricercatori e scienziati, affinché offrissero il loro contributo "al bene della famiglia e del matrimonio", cercando di "chiarire più a fondo le diverse condizioni che favoriscono un'onesta regolazione della procreazione umana" (n. 24). E' invito che faccio mio sottolineandone la permanente attualità, resa anche più acuta dalla crescente urgenza di trovare soluzioni "naturali" ai problemi di infertilità coniugale.

Io stesso, nell'Enciclica Evangelium vitae, ho fatto appello agli intellettuali cattolici perché si rendessero presenti negli ambienti privilegiati dell'elaborazione culturale e della ricerca scientifica per rendere operante nella società una nuova cultura della vita (cfr n. 98). Proprio in questa prospettiva ho istituito la vostra Accademia per la Vita con il compito di "studiare, formare e informare circa i principali problemi di biomedicina e di diritto, relativi alla promozione e alla difesa della vita, soprattutto nel diretto rapporto che essi hanno con la morale cristiana e le direttive del magistero della Chiesa" (Motu proprio Vitae mysterium, 4).

Nel terreno della ricerca biomedica l'Accademia per la Vita può quindi costituire un punto di riferimento e di illuminazione non solo per i ricercatori cattolici, ma anche per quanti desiderano operare in questo settore della biomedicina per il bene vero di ogni uomo.

4. Rinnovo, pertanto, un sentito appello affinché la ricerca scientifica e biomedica, evitando ogni tentazione di manipolazione dell'uomo, si dedichi con impegno ad esplorare vie e risorse per il sostegno della vita umana, la cura delle malattie e la soluzione dei sempre nuovi problemi in ambito biomedico. La Chiesa rispetta ed appoggia la ricerca scientifica, quando essa persegue un orientamento autenticamente umanistico, rifuggendo da ogni forma di strumentalizzazione o distruzione dell'essere umano e mantenendosi libera dalla schiavitù degli interessi politici ed economici. Proponendo gli orientamenti morali indicati dalla ragione naturale, la Chiesa è convinta di offrire un servizio prezioso alla ricerca scientifica, protesa verso il perseguimento del bene vero dell'uomo. In questa prospettiva essa ricorda che non solo gli scopi, ma anche i metodi e i mezzi della ricerca devono essere sempre rispettosi della dignità di ogni essere umano in qualsiasi stadio del suo sviluppo e in ogni fase della sperimentazione.

Oggi, forse più che in altri tempi dato l'enorme sviluppo delle biotecnologie anche sperimentali sull'uomo, è necessario che gli scienziati siano consapevoli dei limiti invalicabili che la tutela della vita, dell'integrità e dignità di ogni essere umano impone alla loro attività di ricerca. Sono tornato più volte su questo argomento, perché sono convinto che tacere di fronte a certi esiti o pretese della sperimentazione sull'uomo non è permesso a nessuno e tanto meno alla Chiesa, cui quell'eventuale silenzio sarebbe domani imputato da parte della storia e forse degli stessi cultori della scienza.

5. Una speciale parola di incoraggiamento desidero rivolgere agli scienziati cattolici perché, con competenza e professionalità offrano il loro contributo nei settori ove più è urgente un aiuto per la soluzione dei problemi che toccano la vita e la salute degli uomini.

Il mio appello è rivolto in particolare alle Istituzioni ed alle Università, che si fregiano della qualifica di "cattoliche", perché si impegnino ad essere sempre all'altezza dei valori ideali che ne hanno propiziato l'origine. Occorre un vero e proprio movimento di pensiero e una nuova cultura di alto profilo etico e di ineccepibile valore scientifico, per promuovere un progresso autenticamente umano ed effettivamente libero nella stessa ricerca.

49 6. Un'ultima osservazione è necessaria: cresce l'urgenza di colmare il gravissimo e inaccettabile fossato che separa il mondo in via di sviluppo dal mondo sviluppato, quanto alla capacità di portare avanti la ricerca biomedica, a beneficio dell'assistenza sanitaria e a sostegno delle popolazioni afflitte dalla miseria e da disastrose epidemie. Penso, in special modo, al dramma dell’AIDS, particolarmente grave in molti Paesi dell’Africa.

Occorre rendersi conto che lasciare queste popolazioni senza le risorse della scienza e della cultura significa non soltanto condannarle alla povertà, allo sfruttamento economico e alla mancanza di organizzazione sanitaria, ma anche commettere un'ingiustizia e alimentare una minaccia a lungo termine per il mondo globalizzato. Valorizzare le risorse umane endogene, vuol dire garantire l'equilibrio sanitario e, in definitiva, contribuire alla pace del mondo intero. L'istanza morale relativa alla ricerca scientifica biomedica si apre così necessariamente ad un discorso di giustizia e di solidarietà internazionale.

7. Auguro alla Pontificia Accademia per la Vita, che si accinge a iniziare il suo decimo anno di vita, di prendere a cuore questo messaggio e di farlo giungere a tutti i ricercatori, credenti e non credenti, contribuendo anche in questo modo alla missione della Chiesa nel nuovo Millennio.

A sostegno di questo speciale servizio, caro al mio cuore e necessario per l'umanità di oggi e di domani, invoco su di voi e sul vostro lavoro il costante aiuto di Dio e la protezione di Maria, Sede della Sapienza. Come pegno dei lumi celesti, imparto volentieri a voi e ai vostri familiari e colleghi di lavoro l'Apostolica Benedizione.








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