Discursos 2003 57


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ESCOCIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 4 de marzo de 2003



Queridos hermanos en el episcopado:

1. "A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7). Con afecto fraterno os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de Escocia, con ocasión de vuestra primera visita ad limina Apostolorum de este nuevo milenio. Nuestros encuentros nos brindan la oportunidad de afianzar, una vez más, nuestra comunión colegial y profundizar los vínculos de amor y paz que nos sostienen y nos animan en nuestro servicio a la Iglesia de Cristo.
Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por la fe y la entrega de los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos a los que habéis sido llamados a guiar en el amor y en la verdad. En vuestras comunidades locales constatamos la maravillosa fuerza del Espíritu Santo, "que a través de los siglos ha recibido del tesoro de la redención de Cristo, dando a los hombres la nueva vida, realizando en ellos la adopción en el Hijo unigénito, santificándolos, de tal modo que puedan repetir con san Pablo: "Hemos recibido el Espíritu que viene de Dios" (1Co 2,12)" (Dominum et vivificantem DEV 53). Este mismo Espíritu nos guía a la verdad completa (cf. Jn Jn 16,13) y nos impulsa en este nuevo milenio a recomenzar, sostenidos por la esperanza que "no defrauda" (Rm 5,5).

2. Las relaciones que habéis traído de vuestras diversas diócesis atestiguan las nuevas y exigentes situaciones que representan hoy desafíos pastorales para la Iglesia. De hecho, podemos observar que en Escocia, como en muchos países evangelizados hace siglos y marcados por el cristianismo, ya no existe la realidad de una "sociedad cristiana", esto es, una sociedad que, a pesar de las debilidades y los fallos humanos, considera el Evangelio como la medida explícita de su vida y de sus valores. Más bien, la civilización moderna, aunque está muy desarrollada desde el punto de vista de la tecnología, a menudo está bloqueada en su interior por una tendencia a excluir a Dios o a mantenerlo a distancia. Es lo que definí en mi carta apostólica Tertio millennio ineunte como "crisis de la civilización", una crisis a la que se ha de responder con "la civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" (n. 52). La nueva evangelización a la que invité a toda la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte NM 40) puede resultar un instrumento muy eficaz para contribuir a promover esta civilización del amor.

Desde luego, la nueva evangelización, como toda evangelización cristiana auténtica, debe distinguirse por la esperanza. En efecto, la esperanza cristiana es la que sostiene el anuncio de la verdad liberadora de Cristo, reaviva las comunidades de fe y enriquece la sociedad con los valores del evangelio de la vida, que defiende siempre la dignidad de la persona humana y promueve el bien común. De este modo, la vida cristiana misma se revitaliza y las iniciativas pastorales se orientan más fácilmente hacia su verdadera finalidad: la santidad. De hecho, la santidad es un aspecto intrínseco y esencial de la Iglesia: gracias a la santidad tanto las personas como las comunidades se configuran con Cristo. A través del bautismo, el creyente entra en la santidad de Dios mismo, al ser incorporado a Cristo y transformado en morada de su Espíritu. Por tanto, la santidad es un don, pero un don que, a la vez, se convierte en tarea, un compromiso "que ha de dirigir toda la vida cristiana" (Novo millennio ineunte NM 30). Es un signo del auténtico seguimiento de Cristo, accesible a todos los que desean verdaderamente seguir a Jesús con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente (cf. Mt Mt 22,37).
58 Búsqueda de la santidad

3. El concepto de santidad no se debe considerar algo extraordinario, algo que supera los límites de la vida normal de todos los días, porque Dios llama a su pueblo a vivir una vida santa en las circunstancias ordinarias en las que se encuentra: en el hogar, en la parroquia, en el lugar de trabajo, en la escuela y en el campo de juego. Hay muchas cosas en la sociedad que alejan a la gente -a veces intencionalmente- de la búsqueda de la santidad, difícil pero muy satisfactoria. Como pastores de almas, no debéis desanimaros jamás en vuestros esfuerzos por orientar cada vez más a la comunidad cristiana, y toda la vida cristiana, a lo largo del camino de la santidad. Por tanto, la formación de vuestra grey en una santidad práctica y gozosa, en el contexto de una espiritualidad sana y teológicamente fundada, debe ser una prioridad pastoral (cf. Congregación para el clero, instrucción El sacerdote, pastor y guía de la comunidad parroquial, n. 28). Esto requiere la participación comprometida de todos los sectores de la vida diocesana. El trabajo realizado por los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos en las parroquias y en las escuelas, así como en los campos de la asistencia sanitaria y el servicio social, constituye una inestimable contribución para lograr la santidad de vida a la que todos los fieles están llamados. Podría resultar particularmente útil promover la participación activa de las comunidades monásticas y de las demás comunidades de vida consagrada, de acuerdo con la finalidad propia de sus carismas y sus apostolados particulares, especialmente en proyectos destinados a la formación de los jóvenes en la escuela de santidad.

4. Un aspecto importante de la nueva evangelización es la exigencia, profundamente sentida, de la evangelización de la cultura. Las culturas humanas no son estáticas, sino que están en constante evolución a través de los contactos que las personas tienen unas con otras y a través de las nuevas experiencias que comparten. La comunicación de valores es lo que permite a una cultura sobrevivir y florecer. El ambiente cultural mismo impregna la vida de la fe cristiana, la cual, a su vez, contribuye a plasmar el ambiente. Por consiguiente, los cristianos están llamados a llevar la inmutable verdad de Dios a toda cultura. Y puesto que "el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura", hay que ayudar a los fieles a favorecer el progreso de todo lo que hay de implícito en las diferentes culturas "hacia su plena explicitación en la verdad" (Fides et ratio
FR 71).

En las sociedades donde la fe y la religión se consideran algo que debería limitarse a la esfera privada y que, por tanto, no tiene cabida en el debate público o político, es más importante aún que el mensaje cristiano se comprenda claramente por lo que es: la buena nueva de verdad y amor que libera al hombre y a la mujer. Cuando los cimientos de una cultura específica se apoyan en el cristianismo, la voz del cristianismo no puede silenciarse sin que se empobrezca seriamente esa cultura. Por otra parte, si la cultura es el contexto en el que la persona se trasciende a sí misma, desplazar al Absoluto de dicho contexto, o marginarlo como irrelevante, constituye una peligrosa fragmentación de la realidad y origina crisis, porque la cultura ya no es capaz de presentar a las generaciones más jóvenes la fuente de significado y de sabiduría que en definitiva buscan. Por esta razón, los cristianos deberían estar unidos en diakonía con la sociedad: con un auténtico espíritu de cooperación ecuménica, a través de vuestra participación activa, los discípulos de Cristo no deben dejar de hacer presente en todas las áreas de la vida -pública y privada- la luz que la enseñanza del Señor irradia sobre la dignidad de la persona humana.

Esta es la luz de la verdad, que disipa las tinieblas de los intereses egoístas y de la corrupción social, la luz que ilumina el camino de un desarrollo económico justo para todos. Y los cristianos no están solos en la tarea de hacer que esta luz brille cada vez con más claridad en la sociedad. Vuestras comunidades católicas, juntamente con los hombres y las mujeres de otras creencias religiosas y con las personas de buena voluntad, con quienes comparten valores y principios comunes, están llamadas a trabajar por el progreso de la sociedad y por la coexistencia pacífica de los pueblos y las culturas. Por tanto, el compromiso y la colaboración interreligiosos son también un medio importante para servir a la familia humana. En efecto, cuando en el debate público no se permite que brille la luz de la verdad, el error y el engaño se multiplican fácilmente y a menudo llegan a predominar en las decisiones políticas. Esta situación resulta aún más crítica cuando los que han perdido o abandonado la fe en Dios atacan la religión: puede surgir una nueva forma de sectarismo, lo cual es tan amargo como trágico, añadiendo un ulterior elemento de división en el seno de la sociedad.

5. En la tarea de la nueva evangelización, debéis estar atentos y mostrar gran solicitud de manera muy especial por los jóvenes. Son la nueva generación de constructores, que responderán a la aspiración de la humanidad de una civilización del amor caracterizada por una libertad verdadera y una paz auténtica. En la Jornada mundial de la juventud celebrada el año pasado en Toronto, les encomendé con confianza esta tarea, y os animo a vosotros a hacer lo mismo, prestándoles toda la ayuda posible para afrontar este desafío. Me complace ver en vuestras relaciones que los jóvenes de Escocia están mostrando entusiasmo por su fe y un deseo cada vez mayor de encontrarse y trabajar con vosotros, sus obispos. La Iglesia, como madre y maestra, debe guiarlos hacia un conocimiento y una experiencia cada vez más plenos en la fe de Jesús de Nazaret, pues sólo Cristo es la piedra angular y el fundamento seguro de su vida; sólo él les permite abrazar plenamente el "misterio" de su vida (cf. Fides et ratio FR 15).

Las poderosas fuerzas de los medios de comunicación social y la industria del espectáculo se dirigen en gran parte a los jóvenes, que se descubren a sí mismos como el objetivo de ideologías opuestas que tratan de condicionar e influir en sus actitudes y acciones. Se crea confusión en los jóvenes, acosados por el relativismo moral y el indiferentismo religioso. ¿Cómo pueden afrontar la cuestión de la verdad y las exigencias de coherencia en el comportamiento moral cuando la cultura moderna les enseña a vivir como si no existieran valores absolutos, o les dice que se contenten con una vaga religiosidad? La pérdida generalizada del sentido trascendente de la existencia humana lleva al fracaso en la vida moral y social. Vuestra tarea, queridos hermanos en el episcopado, es mostrar la enorme importancia para los hombres y mujeres contemporáneos -y para las generaciones más jóvenes- de Jesucristo y su Evangelio, puesto que en él encuentran su realización las aspiraciones y necesidades más profundas del hombre. Es necesario escuchar de nuevo el mensaje salvífico de Jesucristo en todo su vigor y su fuerza, para experimentarlo y gustarlo plenamente.

6. Al hablar de la nueva evangelización, no presentamos un "nuevo programa", sino que acogemos una vez más la llamada del Evangelio tal como se ha encarnado en la tradición viva de la Iglesia. Sin embargo, la revitalización de la vida cristiana requiere iniciativas pastorales adaptadas a las circunstancias actuales de cada comunidad, basadas en el diálogo y plasmadas por la participación de los diversos sectores del pueblo santo de Dios. El esfuerzo común de obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos es esencial para afrontar cuestiones de gran importancia no sólo para la Iglesia, sino también para toda la sociedad escocesa. El matrimonio y la vida familiar representan dos ámbitos en los que esta cooperación no sólo es conveniente sino también necesaria. A este respecto, me complace saber que se celebrará próximamente una reunión de los obispos de Escocia con instituciones implicadas en estos mismos campos. Las fuerzas unidas de todos los fieles serán particularmente valiosas para afrontar otro asunto: la acogida que deben dar vuestras comunidades a los refugiados y a los que piden asilo, especialmente a través de programas destinados a la asistencia, a la educación y a la integración social. Del mismo modo, el proceso de consulta y planificación que habéis emprendido con respecto a la cuestión de los seminarios escoceses demuestra la importancia de la colaboración al tratar urgentes cuestiones relativas a la Iglesia en el ámbito nacional, diocesano o local.

7. La formación sacerdotal sigue siendo, naturalmente, una de vuestras principales prioridades. Es esencial que los candidatos al sacerdocio estén firmemente arraigados en una relación de profunda comunión y amistad con Jesús, el buen Pastor (cf. Pastores dabo vobis PDV 42). Sin esta relación personal, a través de la cual tenemos un "trato de corazón a corazón con nuestro Señor" (instrucción El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, n. 27), faltaría la búsqueda de la santidad, que caracteriza al sacerdocio como vida de intimidad con Dios, y se empobrecería no sólo el sacerdote como persona, sino también la comunidad entera. Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita sacerdotes santos, cuyo camino diario de conversión inspire en otros el deseo de buscar la santidad que todo el pueblo de Dios está llamado a perseguir (cf. Lumen gentium LG 39). Los hombres que se están formando para el sacerdocio, dado que se preparan para ser instrumentos y discípulos de Cristo, Sacerdote eterno, deben recibir ayuda en su esfuerzo por vivir una vida verdaderamente caracterizada por la pobreza, la castidad y la humildad, a imitación de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, de quien han de convertirse en iconos vivos (cf. Pastores dabo vobis PDV 33).

En este mismo contexto, podemos observar que la formación permanente del clero se considera con razón como parte integrante de la vida sacerdotal. En mi exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis ya comenté y desarrollé ulteriormente la exhortación del concilio Vaticano II a la formación posterior al seminario (cf. Optatam totius OT 22). Sin repetir todo lo que escribí en ese documento, quisiera destacar que "la formación permanente de los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, es la continuación natural y absolutamente necesaria del proceso de estructuración de la personalidad presbiteral" (n. 71). Os exhorto a considerar siempre a vuestros sacerdotes como "hijos y amigos" (Christus Dominus CD 16), y a preocuparos por su bienestar en los aspectos humano, espiritual, intelectual y pastoral de su vida sacerdotal. Estad a su lado, escuchadlos y promoved la fraternidad y la amistad entre ellos.

8. Queridos hermanos en el episcopado, estas son algunas de las reflexiones que suscita en mí vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles. Con gratitud y afecto las comparto con vosotros, y os aliento a cada uno en vuestra misión de "verdadero padre" para vuestro pueblo, a imagen del buen Pastor, "que conoce a sus ovejas y las suyas lo conocen a él" (cf. Jn Jn 10,14). Os aseguro mis oraciones mientras "proclamáis la Palabra a tiempo y a destiempo, reprendiendo, reprochando y exhortando con toda paciencia y doctrina" (cf. 2Tm 4,2). Tenéis el sublime deber de anunciar la buena nueva de la salvación en Jesucristo: cumplidlo con la certeza de que el Espíritu Santo sigue guiándoos e iluminándoos siempre. El mensaje de esperanza y de vida que anunciáis suscitará un nuevo fervor y un compromiso renovado en favor de la vida cristiana en Escocia. En este Año del Rosario, os encomiendo a María, "Estrella de la nueva evangelización", para que os sostenga en la sabiduría pastoral, os confirme en la fortaleza y encienda en vuestro corazón el amor y la compasión. A vosotros y a los sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis, imparto de corazón mi bendición apostólica.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL COMIENZO DE LA CAMPAÑA


DE FRATERNIDAD EN BRASIL






59 Al venerado hermano en el episcopado
Mons. Jayme Henrique CHEMELLO
Presidente de la Conferencia episcopal de Brasil

"Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato" (
Ps 90,12).

Con particular afecto saludo al Episcopado de Brasil y a todo el pueblo de esa amada nación que, con ocasión del miércoles de Ceniza, inicia su camino hacia la Pascua de Resurrección, con el estímulo de una nueva Campaña de fraternidad, este año con el lema: "Vida, dignidad y esperanza".

El compromiso sincero de reflexionar y profundizar, precisamente en el período de la Cuaresma, en el tema de la fraternidad con las personas ancianas, puede insertarse en el marco de la "sabiduría". En su existencia, los ancianos están invitados a vivir el plan que Dios tiene para cada uno, repitiendo con el salmista: "No me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido" (Ps 118,12). A la vez, la certeza de que el tiempo de la vida es limitado, los lleva a afrontarlo todo a la luz de la verdad divina, reconociendo que cualquier otra realidad es relativa. Pero la vida terrena, a pesar de sus límites y sufrimientos, conserva siempre su valor y debe aceptarse hasta el fin. Para el cristiano, "tiene los rasgos característicos de un paso, de un puente tendido desde la vida a la vida, entre la frágil e insegura alegría de esta tierra y la alegría plena que el Señor reserva a sus siervos fieles" (Carta a los ancianos, 16).

La Iglesia, experta en humanidad, indica, por mandato del Redentor, el camino que conduce al bien espiritual y humano, camino de reconciliación y de penitencia, mediante la conversión personal y la solidaridad con el prójimo. Esta solidaridad, hoy necesaria especialmente con los ancianos, se debe al aumento de la edad media, que el progreso de la medicina ha hecho posible. La vejez siempre ha existido, pero hoy se presenta con características particulares a causa de la mayor longevidad de las personas. Por tanto, es necesario programar con urgencia la ayuda a esos hermanos y hermanas nuestros. Esto exige un cambio de mentalidad: es urgente sustituir la cultura utilitaria e materialista, que mide el valor del hombre según lo que produce y consume, con una cultura que reconozca el valor "absoluto" de cada persona, sea cual sea el grado de capacidad y eficiencia que posea.

Ojalá se renueven los programas sociales y sanitarios de protección de la vejez, no sólo por parte de las instituciones públicas y privadas, sino también a través de las diversas pastorales diocesanas.
Mi pensamiento se dirige a todos los ancianos de Brasil, de modo especial a los viudos y a las viudas, a los religiosos y las religiosas ancianos, y a los amadísimos hermanos en el sacerdocio. A todos los que se encuentran en los hogares para ancianos, en las residencias, en los hospitales, sobre todo a los pobres, les envío mi cordial abrazo y mi aliento para que no se dejen abatir por el desaliento. Si Dios permite el sufrimiento debido a la enfermedad o a cualquier otro motivo, "nos da siempre la gracia y la fuerza para que nos unamos con más amor al sacrificio de su Hijo y participemos con más intensidad en su proyecto salvífico" (ib., 13).

A todos los queridos ancianos brasileños les envío, como estímulo para su valiosa presencia en la sociedad, en prenda de abundantes favores de Dios, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 4 de enero de 2003






DURANTE EL TRADICIONAL ENCUENTRO


CON EL CLERO DE ROMA


60

Jueves 6 de marzo de 2003



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos sacerdotes romanos:

1. Nuestro habitual encuentro al inicio de la Cuaresma tiene lugar este año, como ha subrayado el cardenal vicario, en el vigésimo quinto año de mi servicio pastoral como Obispo de Roma. Es un aniversario que recuerda el ministerio sacerdotal, en el que el obispo y sus sacerdotes están íntimamente unidos con la certeza del don que Dios les ha concedido y con el compromiso de "corresponder", entregando con alegría su vida al servicio de Cristo y de los hermanos.

Os saludo con afecto a todos y cada uno y os agradezco el servicio generoso que prestáis a la Iglesia de Roma. Os agradezco sobre todo el clima que se ha creado hoy: un clima especial, podríamos decir, abierto. Saludo y doy las gracias al cardenal vicario, al vicegerente, a los obispos auxiliares y a quienes de entre vosotros me han dirigido la palabra.

2. "La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). "Quien a vosotros os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado" (Mt 10,40). En estas dos afirmaciones de Jesús se encierra el misterio de nuestro sacerdocio, que encuentra su verdad y su identidad en ser derivación y continuación de Cristo mismo y de la misión que él recibió del Padre.

Otras dos expresiones de Jesús nos ayudan a entrar más profundamente en este misterio. La primera se refiere a él en persona: "En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre" (Jn 5,19). La segunda se dirige a nosotros y a todos nuestros hermanos en la fe: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Este "nada" repetido nos remite a Cristo, y Cristo al Padre. Es el signo de una dependencia total, de la necesidad de desprendernos de nosotros mismos, pero es también el signo de la grandeza del don que hemos recibido. En efecto, unidos a Cristo y al Padre, en virtud del sacramento del orden, podemos perdonar los pecados y pronunciar sobre el pan y el vino las palabras: "Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre". En la celebración de la Eucaristía, actuamos verdaderamente in persona Christi: lo que Cristo realizó en el altar de la cruz, y que ya antes había establecido como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo (cf. Don y misterio, p. 89).

3. Amadísimos hermanos sacerdotes de Roma, esto exige que nosotros, en el ejercicio de nuestro ministerio y en toda nuestra vida, seamos verdaderamente hombres de Dios. No sólo los fieles más cercanos a nosotros, sino también las personas débiles e inciertas en su fe y alejadas de la práctica de la vida cristiana son sensibles a la presencia y al testimonio de un sacerdote que es realmente "hombre de Dios"; por el contrario, en la medida en que lo conocen, lo estiman y tienden a abrirse a él.

Por eso es muy importante que nosotros, los sacerdotes, seamos los primeros en responder con sinceridad y generosidad a la llamada a la santidad que Dios dirige a todos los bautizados. El camino real e insustituible para avanzar por el camino de la santificación es la oración: estando con el Señor, nos convertimos en amigos del Señor, su mirada se transforma progresivamente en nuestra mirada, y su corazón en nuestro corazón. Si queremos de verdad que nuestras comunidades sean "escuelas de oración" (cf. Novo millennio ineunte NM 33), nosotros primero debemos ser hombres de oración, entrando, por tanto, en la escuela de Jesús, de María y de los santos, maestros de oración.

El corazón de la oración cristiana y la clave del misterio de nuestro sacerdocio es, sin duda, la Eucaristía. Por eso la celebración de la santa misa ha de ser, para cada uno de nosotros, el centro de la vida y el momento más importante de cada jornada. Amadísimos hermanos, en realidad, no tenemos alternativa. Si no procuramos avanzar, de modo humilde pero confiado, por el camino de nuestra santificación, terminaremos por contentarnos con pequeñas componendas, que poco a poco se hacen más graves y pueden desembocar incluso en la traición, abierta o encubierta, al amor de predilección con el que Dios nos ha amado al llamarnos al sacerdocio.

61 4. El don del Espíritu, que nos une a Cristo y al Padre, nos vincula indisolublemente al cuerpo de Cristo y a la esposa de Cristo que es la Iglesia. Para ser sacerdotes según el corazón de Cristo, debemos amar a la Iglesia como él la amó, entregándose a sí mismo por ella (cf. Ef Ep 5,25). No debemos tener miedo de identificarnos con la Iglesia, entregándonos por ella. Debemos ser, con autenticidad y generosidad, hombres de Iglesia.

El vínculo del sacerdote con la Iglesia se desarrolla según la dinámica típicamente cristológica del buen Pastor, que es al mismo tiempo cabeza y siervo del pueblo de Dios. Es, esencialmente, hombre de comunión, que no se cansa de construir la comunidad cristiana como "casa y escuela de la comunión" (cf. Novo millennio ineunte NM 43). El Sínodo que celebramos de 1986 a 1993 fue en concreto, para toda la diócesis de Roma, gran escuela de comunión, y corresponde ante todo al sacerdote hacer que este mensaje del Sínodo se haga realidad en la vida diaria de las comunidades. Pero esto requiere que sea él el primero en dar ejemplo y testimonio de comunión dentro del presbiterio diocesano y en las relaciones con los demás sacerdotes que viven y desempeñan su ministerio en la misma parroquia o comunidad. La experiencia pastoral confirma que la comunión entre los sacerdotes contribuye en gran medida a hacer creíble y fecundo su ministerio, según las palabras de Jesús: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

5. Amadísimos hermanos, después del Sínodo, vivimos la Misión ciudadana, y ahora nuestra diócesis está comprometida a dar establemente un preciso carácter misionero a toda la pastoral.

En el ejercicio diario de nuestro ministerio debemos formar una verdadera conciencia misionera en los fieles más cercanos a nosotros, de modo que nuestras comunidades se transformen progresivamente en auténticas comunidades evangelizadoras y cada creyente se esfuerce por ser testigo de Cristo en todos los ambientes y situaciones de la vida. Es así como realizamos de la manera más plena y genuina el "don" y el "misterio" de nuestro sacerdocio.

En efecto, el sacerdocio ministerial del Nuevo Testamento es, por su misma naturaleza, sacerdocio apostólico, en cuanto que llega a la comunidad mediante la "sucesión apostólica", es decir, la transmisión del ministerio y del carisma de los Apóstoles a los obispos. A través del sacerdocio del obispo, también el sacerdocio de los presbíteros "se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia" (Pastores dabo vobis PDV 16), participando así de su orientación misionera esencial.

6. Queridos hermanos en el sacerdocio, no nos cansemos jamás de ser testigos y heraldos de Cristo; no nos desanimemos ante las dificultades y los obstáculos que encontramos tanto dentro de nosotros, en nuestra fragilidad humana, como en la indiferencia o en las incomprensiones de aquellos a quienes somos enviados, incluidas, a veces, las personas más cercanas a nosotros.
Cuando las dificultades y las tentaciones pesen en nuestro corazón, acordémonos más bien de la grandeza del don que hemos recibido, para ser capaces, también nosotros, de "dar con alegría" (cf. 2Co 9,7). En efecto, en el confesonario, pero también en todo nuestro ministerio, somos testigos e instrumentos de la misericordia divina, somos y debemos ser hombres que sepan infundir la esperanza y realizar una labor de paz y reconciliación.

Queridos hermanos, a esto nos ha llamado Dios con amor de predilección, y Dios merece toda nuestra confianza: su voluntad de salvación es más grande y más fuerte que todo el pecado del mundo.

Gracias por este encuentro. Gracias también por el regalo del libro, recién impreso, en el que se han recogido los textos de los discursos que os he dirigido en los encuentros de inicio de la Cuaresma, a partir del 2 de marzo de 1979. Espero que también esta iniciativa sirva para mantener vivo y fecundo el diálogo que se ha entablado entre nosotros a lo largo de estos años.

Os bendigo a todos de corazón y, juntamente con vosotros, bendigo a las comunidades que os han sido confiadas.
* * * * *


62 (Palabras del Santo Padre Juan Pablo II al final del encuentro con el clero de Roma)

Son ya casi veinticinco años. Estoy en mi vigésimo quinto año. Mi vida sacerdotal comienza en el año 1946, con la ordenación, que recibí de manos de mi gran predecesor en Cracovia, el cardenal Adam Stefan Sapieha. Después de doce años, en 1958, fui llamado al episcopado. Así, desde 1958, han pasado ya cuarenta y cinco años de episcopado. Bastantes. De estos cuarenta y cinco años, veinte en Cracovia, primero como auxiliar, luego como vicario capitular, y finalmente como arzobispo metropolitano y cardenal. Y veinticinco años en Roma. Así, con estos cálculos se ve que he llegado a ser más romano que "cracoviensis". Pero todo esto es Providencia.

El encuentro de hoy me recuerda los numerosos encuentros que tuve con los sacerdotes en mi primera diócesis, Cracovia. Debo decir que eran encuentros más frecuentes. Sobre todo pude visitar muchas parroquias. También en Roma he visitado trescientas de trescientas cuarenta. Todavía me faltan algunas. Puedo decir que vivo aún con este capital, que recogí en Cracovia: capital de experiencias, pero no sólo: también de reflexiones, de todo lo que me dio el ministerio sacerdotal y luego episcopal.

Debo confesar ante vosotros, párrocos, que nunca fui párroco; sólo fui vice párroco. Y luego, sobre todo, fui profesor en el seminario y en la universidad. Mi experiencia es principalmente de cátedra universitaria. Pero, aun sin experiencia directa, inmediata, de ser párroco, siempre tuve muchos contactos con los párrocos, y puedo decir que me comunicaron su experiencia.

Así, ante vosotros, en este vigésimo quinto año, he hecho un poco de examen de conciencia de mi vida sacerdotal. Os agradezco mucho las palabras que me habéis dirigido, el afecto que me habéis manifestado y sobre todo las oraciones, que tanto necesito siempre. Así hemos iniciado nuestra Cuaresma romana, mi vigésima quinta Cuaresma romana. Os deseo una buena Cuaresma y una buena Pascua. La Pascua es el centro, no sólo de nuestra vida cristiana, sino también de nuestra vida sacerdotal.

Muchas gracias.






A LOS JÓVENES DEL SERVICIO CIVIL


Y AL PERSONAL DEL BANCO DE CRÉDITO


COOPERATIVO SANGRO TEATINA


Sábado 8 de marzo de 2003



1. ¡Bienvenidos, queridos amigos, que formáis parte de la vasta familia del servicio civil! Gracias por esta visita, que me brinda la oportunidad de conoceros mejor y de manifestaros mi aprecio por la profesionalidad y la entrega con que salís al encuentro de cuantos se hallan en dificultades, dispuestos a ofrecerles vuestra ayuda.

Os saludo con afecto. En particular, saludo al señor Carlo Giovanardi, ministro para las relaciones con el Parlamento, al que doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes, ilustrando al mismo tiempo las actividades y las perspectivas del servicio civil en Italia.
Algunos de vosotros, por profunda convicción personal, habéis elegido prestar este servicio en lugar del militar. Otros, muchachos y muchachas, aprovechando las nuevas normas relativas al servicio civil nacional, han decidido dedicar algunos años de su juventud a la noble causa del bien común, para construir una sociedad basada en los valores humanos y espirituales, difundiendo la cultura de la acogida y de la solidaridad.

2. Por las palabras del señor Giovanardi he podido intuir cuán vasto es vuestro campo de acción: desde la defensa de los derechos de las personas, pasando por la educación para la paz, hasta la cooperación a nivel nacional e internacional. Entre vuestras actividades se encuentran la formación de los menores, la asistencia a domicilio y en hospitales, la inserción laboral de las personas discapacitadas, la promoción cultural, la salvaguardia del patrimonio histórico y la protección civil y ambiental.


Discursos 2003 57