Discursos 2002 269

DECLARACIÓN COMÚN DEL PAPA JUAN PABLO II


Y DE SU BEATITUD EL PATRIARCA TEOCTIST




"Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,22-23).

En la alegría profunda de nuestro nuevo encuentro en la ciudad de Roma, junto a la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo, nos intercambiamos el beso de la paz bajo la mirada de Aquel que vela sobre su Iglesia y guía nuestros pasos; y meditamos una vez más en estas palabras que el evangelista san Juan nos ha transmitido y que constituyen la conmovedora oración de Cristo en la víspera de su pasión.

1. Nuestro encuentro se sitúa en la línea del abrazo que nos dimos en Bucarest, en el mes de mayo de 1999, mientras resuena aún en nuestro corazón el apremiante llamamiento: "¡Unitate, unitate! ¡Unidad, unidad!", que una gran multitud de fieles hizo espontáneamente ante nosotros en aquella ocasión. Ese llamamiento se hacía eco de la oración de nuestro Señor, "para que todos sean uno" (Jn 17,21).

El encuentro de este día refuerza nuestro compromiso de orar y trabajar para alcanzar la plena unidad visible de todos los discípulos de Cristo. Nuestro objetivo y nuestro deseo ardiente es la comunión plena, que no es absorción, sino comunión en la verdad y en el amor. Es un camino irreversible, para el que no hay alternativas: es el camino de la Iglesia.

270 2. Las comunidades cristianas en Rumanía, marcadas todavía por el triste período histórico durante el cual se negó el nombre y el señorío del Redentor, encuentran frecuentemente, aún hoy, dificultades para superar los efectos negativos que esos años produjeron en el ejercicio de la fraternidad y de la participación, así como en la búsqueda de la comunión. Nuestro encuentro debe considerarse un ejemplo: los hermanos deben encontrarse para reconciliarse, para reflexionar juntos, para descubrir los medios que permitan llegar a entenderse, y para exponer y explicar las razones de unos y de otros. Por tanto, a los que están llamados a convivir en la misma tierra rumana los exhortamos a encontrar soluciones justas y caritativas. Es necesario superar, mediante un diálogo sincero, los conflictos, los malentendidos y las sospechas surgidos en el pasado, para que, en este período decisivo de su historia, los cristianos en Rumanía sean testigos de paz y reconciliación.

3. Nuestras relaciones deben reflejar la comunión real y profunda en Cristo que ya existe entre nosotros, aunque no sea aún plena. En efecto, reconocemos con alegría que compartimos la tradición de la Iglesia indivisa, centrada en el misterio de la Eucaristía, que testimonian los santos que tenemos en común en nuestros calendarios. Por otra parte, los numerosos testigos de la fe en los tiempos de opresión y persecución del siglo pasado, que demostraron su fidelidad a Cristo, son un germen de esperanza en las dificultades actuales.

Para alimentar la búsqueda de la comunión plena, incluso en las divergencias doctrinales que aún subsisten, es preciso encontrar medios concretos, estableciendo consultas regulares, con la convicción de que ninguna situación difícil está destinada a perdurar de manera irremediable y que, gracias a la actitud de escucha y de diálogo y al intercambio regular de informaciones, se pueden encontrar soluciones satisfactorias para allanar los puntos de fricción y llegar a una solución justa de los problemas concretos. Conviene reforzar este proceso para que la verdad plena de la fe se convierta en patrimonio común, compartido por unos y otros, y capaz de crear una convivencia verdaderamente pacífica, arraigada y fundada en la caridad.

Sabemos bien cómo comportarnos para establecer las orientaciones que deben guiar la obra de evangelización, tan necesaria después del sombrío período del ateísmo de Estado. Estamos de acuerdo en reconocer la tradición religiosa y cultural de cada pueblo, pero también la libertad religiosa.

La evangelización no puede basarse en un espíritu de competitividad, sino en el respeto recíproco y en la cooperación, que reconocen a cada uno la libertad de vivir según sus propias convicciones, en el respeto de su pertenencia religiosa.

4. En el desarrollo de nuestros contactos, a partir de las Conferencias panortodoxas y del concilio Vaticano II, hemos sido testigos de un acercamiento prometedor entre Oriente y Occidente, fundado en la oración y en el diálogo en la caridad y en la verdad, tan lleno de momentos de profunda comunión. Por eso vemos con preocupación las dificultades que atraviesa actualmente la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, y, con ocasión de nuestro encuentro, deseamos formular el deseo de que no se descuide ninguna iniciativa para reactivar el diálogo teológico e impulsar la actividad de la Comisión. Tenemos el deber de hacerlo, puesto que el diálogo teológico hará más fuerte la afirmación de nuestra voluntad de comunión frente a la situación actual de división.

5. La Iglesia no es una realidad cerrada en sí misma: es enviada al mundo y está abierta al mundo. Las nuevas posibilidades que se crean en una Europa ya unida, y en proceso de ampliar sus fronteras para asociar a los pueblos y las culturas de la parte central y oriental del continente, constituyen un desafío que los cristianos de Oriente y de Occidente deben afrontar juntos. Cuanto más unidos estén los cristianos en su testimonio del único Señor, tanto más contribuirán a dar voz, consistencia y espacio al alma cristiana de Europa: a la santidad de la vida, a la dignidad y a los derechos fundamentales de la persona humana, a la justicia y a la solidaridad, a la paz, a la reconciliación, a los valores de la familia y a la protección de la creación. Europa entera necesita la riqueza cultural forjada por el cristianismo.

La Iglesia ortodoxa de Rumanía, centro de contactos e intercambios entre las fecundas tradiciones eslavas y bizantinas de Oriente, y la Iglesia de Roma, que en su componente latino evoca la voz occidental de la única Iglesia de Cristo, deben contribuir juntas a una tarea que caracteriza al tercer milenio. Según una expresión tradicional, muy hermosa, las Iglesias particulares suelen llamarse Iglesias hermanas. Abrirse a esta dimensión significa colaborar para devolver a Europa su ethos más profundo y su rostro auténticamente humano.

Con estas perspectivas y con estas disposiciones nos encomendamos juntos al Señor, implorándole que nos haga dignos de edificar el Cuerpo de Cristo, "hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (
Ep 4,13).

Vaticano, 12 de octubre de 2002





CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II


A MONS. LUIGI GIUSSANI




Al reverendo monseñor

LUIGI GIUSSANI

271 Con ocasión de su 80° cumpleaños, querido monseñor, me uno de buen grado a usted para dar gracias al Señor por los numerosos beneficios que le ha concedido en estos ocho decenios de crecimiento humano y espiritual.

Le renuevo los sentimientos más cordiales de mi estima y afecto y, junto con usted, deseo abarcar con una sola mirada estos 80 años para encomendarlos a María, nuestra Madre celestial, que usted se ha esforzado por indicar a todos como camino privilegiado para encontrar a Jesús y servirle fielmente.

Con corazón agradecido repaso con usted los años de su infancia, pensando en el ejemplo y en la ayuda de sus padres; los años de su camino hacia el sacerdocio, durante los cuales encontró maestros que contribuyeron en gran medida a su formación humana y espiritual; sus años de docencia escolar y universitaria, con el nacimiento y el desarrollo del movimiento de Comunión y Liberación; y los años que han visto la rápida difusión en muchos países de la obra fundada por usted.

Pero me detengo con singular participación en los años más recientes, con la prueba de la enfermedad, y le agradezco el testimonio de confiada adhesión a la voluntad divina, que usted nunca ha dejado de ofrecer al Movimiento y a la Iglesia. Que el Señor, dador de todo bien, le haga experimentar el consuelo de su presencia y la alegría de su amor.

Comparto estos deseos con sus familiares y con sus numerosos amigos, hijos e hijas espirituales, que participan en su fiesta. Le aseguro mi oración y de corazón le imparto una especial bendición, que extiendo de buen grado a todos sus seres queridos.

Vaticano, 7 de octubre de 2002






A LOS OBISPOS DE CHILE


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 15 de octubre de 2002



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Os recibo con profundo gozo, Pastores de la Iglesia en Chile, durante esta visita ad limina en la que os acercáis a las tumbas de San Pedro y San Pablo, renovando la fe en Cristo Jesús transmitida por los Apóstoles, y que a vosotros os corresponde custodiar como sucesores suyos. Habéis venido a Roma para avivar también los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y acrecentar vuestra "solicitud por todas las Iglesias" (Christus Dominus CD 6).

Agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo de Santiago y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que se ha hecho portavoz de vuestros sentimientos de afecto y adhesión al Obispo de Roma, Sede "en la que siempre residió la primacía de la cátedra apostólica" (S. Agustín, Ep 43,3), participándome al mismo tiempo vuestras principales inquietudes y esperanzas pastorales.

Al encontrarme con vosotros y alentaros en el incansable trabajo pastoral que desarrolláis, tengo muy presente al pueblo chileno, al que siento siempre muy cercano, del que guardo vivo recuerdo de mis encuentros con él y al que he visitado en su propia tierra, comprobando el profundo arraigo de la fe cristiana en sus gentes y el afecto y fidelidad de Pastores y fieles a la Sede Apostólica. Una hermosa expresión de ello son tantos frutos de santidad en vuestra tierra, como Santa Teresa de los Andes, la Beata Laura Vicuña o el Beato Padre Alberto Hurtado, de cuya santa muerte celebráis el quincuagésimo aniversario.

272 2. Dichos aspectos son fuente de inspiración y esperanza en vuestra labor pastoral en el momento actual, caracterizado en los comienzos de un nuevo milenio por rápidas transformaciones en tantos ámbitos de la vida humana y por el gran reto del fenómeno de la globalización. En él se perciben a veces serias amenazas para las naciones más débiles, desde un punto de vista económico, técnico y cultural, pero contiene también elementos que pueden ofrecer nuevas oportunidades de crecimiento.

Es de esperar que los esfuerzos del pueblo chileno para insertarse en el mundo global no lo lleven a perder su identidad cultural, evitando que todo se reduzca a un mero intercambio económico y ofreciendo por doquier los mejores valores de su alma patria, fuertemente vinculados a su tradición católica. Esto enriquecerá el ambiente pluricultural cada vez más difuso, mediante actitudes de mutuo respeto y el cultivo de un diálogo que busca apasionadamente la verdad, alejándose de la superficialidad y el relativismo, que promueven el desinterés y deterioran la convivencia.

A ello han de contribuir las Universidades y Escuelas católicas, que gracias a Dios son numerosas en Chile. Estoy seguro que los Obispos continuarán ocupándose de ellas con gran atención, porque están destinadas a llevar a la sociedad chilena el fermento saludable del Evangelio de Cristo.

3. Hoy es necesario iluminar el camino de los pueblos con los principios cristianos, aprovechando las oportunidades que la situación actual ofrece para desarrollar una auténtica evangelización que, con nuevo lenguaje y símbolos significativos, haga más comprensible el mensaje de Jesucristo para los hombres y mujeres de hoy. Por eso es importante, como vosotros mismos habéis indicado, que al inicio del nuevo milenio la Iglesia infunda esperanza, para que todos los cambios del momento actual se conviertan de verdad en un renovado encuentro con Cristo vivo, que impulse a vuestro pueblo a la conversión y la solidaridad.

Teniendo en cuenta que la Revelación cristiana conduce a una "comprensión más profunda de las leyes de la vida social que el Creador inscribió en la naturaleza espiritual y moral del hombre" (Gaudium et spes
GS 23), la Iglesia, desde su propia misión dentro de la sociedad, no debe eximirse de acompañar y orientar también los procesos que se llevan a cabo en vuestro País en la reforma de aspectos tan cruciales para el bien común, como son, entre otros, la educación, la salud o la administración de la justicia, velando para que sirvan a la promoción de los ciudadanos, particularmente de los más débiles y desfavorecidos.

4. Conozco y valoro cuanto estáis haciendo en favor de la familia, que afronta tantas dificultades de diversa índole y está sometida a insidias que atentan a aspectos esenciales según el proyecto de Dios, como es el matrimonio con carácter indisoluble. Estos esfuerzos, que son un servicio precioso a vuestra Patria, han de ir acompañados también por una pastoral familiar integral, que incluya una adecuada preparación de los cónyuges antes del matrimonio, les asista después, especialmente cuando se presenten las dificultades, y les oriente en la educación de los hijos.

En este aspecto, nada puede suplir una verdadera cultura de la vida, una experiencia profunda de fidelidad o un arraigado espíritu de entrega, sobre lo cual la Palabra de Dios y el Magisterio eclesial iluminan sobremanera la existencia humana. Evangelizar a las familias es presentar a los cónyuges el amor sin límites de Cristo por su Iglesia, que ellos han de reflejar en este mundo (cf. Ef Ep 5, 31s). Se ha de inculcar también en sus miembros la vocación a la santidad a la que son llamados, sin temor a proponer ideales elevados que, si bien en ocasiones pueden parecer difíciles de alcanzar, son los que responden al plan divino de salvación.

5. La reciente experiencia vivida en la última Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Toronto, me lleva también a evocar el Encuentro Continental de jóvenes que tuvo lugar hace unos años en Santiago. Vosotros fuisteis protagonistas de aquella magna convocatoria, seguros de la generosidad de su respuesta y del entusiasmo de su colaboración. En ellos, como les dije en mi mensaje, "late con fuerza un deseo de servicio al prójimo y de solidaridad" (A los participantes en el primer Encuentro Continental Americano de jóvenes, 10-10-1998), que requiere la orientación y la confianza de los Pastores para que se transforme en un encuentro vivo con Cristo, en un decidido proyecto de seguir fielmente su Evangelio y de propagarlo gozosamente en la sociedad chilena y en todo el mundo.

En efecto, no obstante tantos señuelos que invitan al hedonismo, a la mediocridad o al éxito inmediato, los jóvenes no se dejan amedrentar fácilmente por las dificultades y, por tanto, son particularmente sensibles a las exigencias radicales y al compromiso sin reservas cuando se les presenta el verdadero sentido de la vida. No les asusta que éste sea un camino cuesta arriba si descubren a Cristo que lo recorrió primero y está dispuesto a recorrerlo de nuevo con ellos (cf. Discurso en la fiesta de acogida, Toronto, 25-7-2002, 3). Para ellos, llenos de iniciativa, lo más importante es hacerse constructores y artífices de la vida y del mundo al que se asoman. Por eso necesitan saber de vosotros, sin equívocos ni reservas sobre los valores evangélicos, los deberes morales o la necesidad de la gracia divina implorada en la oración y recibida en los sacramentos, cómo "poner piedra sobre piedra para edificar, en la ciudad del hombre, la ciudad de Dios" (En la Vigilia de oración, Toronto, 27-7-2002, 4).

6. Como en otras ocasiones, os encomiendo muy encarecidamente a los sacerdotes, vuestros principales colaboradores en el ministerio pastoral. Ellos necesitan programas bien articulados de formación permanente, sobre todo en los ámbitos de la teología, espiritualidad, pastoral, doctrina social de la Iglesia, que les permitan ser evangelizadores competentes y dignos ministros de la Iglesia en la sociedad de hoy. En efecto, para gran parte del Pueblo de Dios ellos son el cauce principal por el que les llega el Evangelio y también la imagen más inmediata a través de la cual perciben el misterio de la Iglesia.

Por ello, su preparación intelectual y doctrinal ha de ir siempre unida al testimonio de una vida ejemplar, a la estrecha comunión con los Obispos, a la fraternidad con sus hermanos sacerdotes, a la afabilidad en el trato con los demás, al espíritu de comunión con todos los sectores eclesiales de sus comunidades y a ese estilo de paz espiritual y de ardor apostólico que sólo el trato constante con el Maestro puede proporcionar y mantener siempre vivo. Como los discípulos de los que habla el Evangelio de Lucas, han de sentir una alegría incontenible por las maravillas que Jesús hace por medio de ellos (cf. Lc Lc 19,7), añadiendo así el testimonio personal al anuncio, y el ejemplo de vida a la enseñanza.

273 Para que los sacerdotes sientan cercana vuestra presencia, es de suma importancia que tratéis con ellos asiduamente de manera personal, "dispuestos a escucharlos y tratarlos con confianza" (Christus Dominus CD 16), prestando interés por las dificultades cotidianas que tantas veces les afligen y haciéndoles ver lo precioso que es a los ojos de Dios y de la Iglesia ese abnegado trabajo cotidiano "a menudo escondido que, si bien no aparece en las primeras páginas, hace avanzar el Reino de Dios en las conciencias" (Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2001, 3).

Todo ello redundará también en beneficio de una pastoral vocacional, que ha de acometerse con decisión, continuidad y rigor, pero que tendrá un punto de apoyo insustituible en el atractivo que susciten en los jóvenes quienes muestran la dicha de haber consagrado enteramente su vida a Dios y al servicio de la Iglesia.

Por lo demás, el cultivo de las vocaciones ha de ser siempre un compromiso prioritario para cada Obispo en su diócesis, mediante la oración y la acción específicamente orientadas a ello, como yo mismo he destacado en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis y en tantas otras ocasiones.

7. Este comienzo de milenio, que acerca Chile al segundo centenario de su independencia, plantea a la Iglesia y a todos los ciudadanos el desafío crucial de alcanzar una convivencia plenamente reconciliada en la que, sin ocultar la verdad, se ha de dar cabida al perdón, "que cura las heridas y restablece en profundidad la relaciones humanas truncadas" (Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1-1-2002, 3).

La Iglesia, que tiene la misión de ser instrumento de reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, ha de ser "la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte NM 43), en la que se sabe apreciar y acoger lo positivo del otro y en la que nadie ha de sentirse excluido.

Precisamente la actitud de marginación, que hace pasar de largo para no encontrar al hermano en necesidad (cf. Lc Lc 10,31) por ser tal vez molesto e improductivo, es el aspecto negativo de ciertas pautas sociales de nuestro mundo, ante el cual la Iglesia ha de poner un especial empeño en recordar que, precisamente los más necesitados no deben ser considerados el residuo insignificante de un progreso que sólo tiene en cuenta aquello que comporta éxito, acumulación desmesurada de bienes y posición de privilegio.

8. Al terminar este encuentro, os ruego que transmitáis a vuestras comunidades eclesiales mi afecto y cercanía espiritual. Llevad mi agradecimiento a los sacerdotes y a las comunidades religiosas masculinas y femeninas, que con tanta generosidad trabajan por anunciar y dar testimonio del Reino de Dios en Chile, así como a los catequistas y demás colaboradores en las tareas de la evangelización. Comunicad el reconocimiento del Papa a las personas e instituciones dedicadas a la caridad y solidaridad con los más necesitados, pues éste es uno de los grandes desafíos para la vida de la Iglesia en el nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 49-50).

Confío vuestros desvelos pastorales a la Santísima Virgen María, bajo la advocación Nuestra Señora del Carmen de Maipú, a la que pido ardientemente que guíe a los queridos hijos e hijas de Chile a encontrarse con Cristo, fuente de vida y verdad, que les ayude a vivir en tan hermosa tierra como hermanos e interceda ante su Divino Hijo para que el País prospere, en paz y concordia, en consonancia con los mejores valores de su tradición cristiana.

A vosotros y a los fieles de cada una de las Iglesias particulares que presidís, imparto de corazón la Bendición Apostólica.





MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL PADRE JOSEPH CHALMERS,


PRIOR GENERAL DE LA ORDEN DEL CARMEN




Al reverendo padre

JOSEPH CHALMERS

Prior general de la
274 Orden de los Carmelitas

1. He sabido con alegría que esa familia religiosa conmemora este año el 550° aniversario del ingreso de las monjas de clausura en la Orden y de la institución de la Tercera Orden, constituida por laicos que desean vivir la espiritualidad carmelitana en el siglo.

Con la difusión de la Orden en Europa, algunas mujeres pidieron unirse a ella con los mismos vínculos de los religiosos. También muchos fieles deseaban vivir la misma espiritualidad, aun permaneciendo en sus hogares. El beato Juan Soreth, prior general de entonces, intuyó que la vida de sacrificio, soledad y oración de las monjas beneficiaría a los frailes, impulsándolos al espíritu primitivo y auténtico, y que era útil ofrecer también a los laicos, como sucedía en las Órdenes mendicantes, la posibilidad de acudir a la fuente espiritual común.

Así, el 7 de octubre de 1452, se pidió a mi venerado predecesor el Papa Nicolás V la facultad de instituir en la Orden las monjas de clausura y una asociación de laicos que vivirían en el siglo, la Tercera Orden carmelitana. Es lo que el Papa concedió con la bula Cum nulla, que se conmemora ahora.

Estoy seguro de que recordar esa autorizada intervención pontificia constituye motivo de íntima satisfacción para las monjas de clausura papal, a la vez que impulsa a la Tercera Orden seglar a un compromiso espiritual cada vez más valiente al servicio de la nueva evangelización.

2. Las monjas carmelitas, sumergidas en el silencio y en la oración, recuerdan a todos los creyentes, y especialmente a sus hermanos comprometidos en el apostolado activo, el primado absoluto de Dios. Consagrándose totalmente a buscarlo a él, testimonian que la fuente de la plena realización de la persona y la fuente de toda actividad espiritual es Dios. Cuando se le abre el corazón, él sale al encuentro de sus hijos para introducirlos en su intimidad, realizando con ellos una comunión de amor cada vez más perfecta. Para las carmelitas la opción de vivir en soledad, alejadas del mundo, responde a esta precisa llamada del Señor. Por tanto, el Carmelo es una riqueza para toda la comunidad cristiana.

Desde el inicio, esta forma de vida claustral mostró sus frutos, enriqueciéndose a lo largo de los siglos con el testimonio luminoso de mujeres ejemplares, algunas de las cuales han sido reconocidas oficialmente como beatas o santas e indicadas también hoy como modelos por imitar. Me complace citar aquí a la beata Francisca d'Amboise, considerada la fundadora de las monjas carmelitas en Francia, porque trabajó en estrecha sintonía y amistad con el beato Soreth; a la beata Juana Scopelli, una de las principales representantes de esta experiencia en Italia; y a la beata Girlani, que eligió el nombre de Arcángela, porque anhelaba dedicarse completamente a la alabanza de Dios como los ángeles en el cielo. En Florencia, santa María Magdalena de Pazzi fue ejemplo eminente de celo apostólico y eclesial, y modelo de búsqueda incesante de Dios y de su gloria.

En esta tradición de santidad encontramos, en España, a santa Teresa de Jesús, la figura más ilustre de la vida claustral carmelitana, en quien se inspiran constantemente las monjas de todas las épocas. Teresa reformó y renovó la tradición carmelitana, fomentando el deseo de vivir cada vez más perfectamente en soledad con Dios, a imitación de los primeros padres eremitas del monte Carmelo. Siguiendo su ejemplo, las monjas carmelitas están llamadas, como está escrito en sus Constituciones, "a la oración y a la contemplación, porque en ello está nuestro origen, somos linaje de aquellos santos padres del monte Carmelo que, en gran soledad y con total desprecio del mundo, buscaban este tesoro y esta perla preciosa" (Constituciones de las monjas carmelitas, n. 61).

3. De buen grado me uno a la acción de gracias de la familia carmelitana por los innumerables prodigios obrados por Dios a lo largo de los siglos a través de esta forma típica de vida consagrada que, como leemos en la Regla de san Alberto de Jerusalén, "es santa y buena" (n. 20). En el silencio del Carmelo, en numerosas partes del mundo, siguen brotando flores perfumadas de santidad, almas enamoradas del cielo, que con su heroísmo evangélico han sostenido y sostienen eficazmente la misión de la Iglesia.

En el Carmelo se recuerda a los hombres, afanados en tantas cosas, que la búsqueda "del reino de Dios y de su justicia" (
Mt 6,33) debe ser la prioridad absoluta. Al mirar al Carmelo, donde la oración se transforma en vida y la vida florece en oración, las comunidades cristianas comprenden mejor de qué modo, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, pueden llegar a ser "auténticas "escuelas" de oración" (n. 33). Pido a las queridas religiosas carmelitas, dedicadas sólo a la alabanza del Señor, que ayuden a los cristianos de nuestro tiempo a cumplir esta ardua tarea ascética y apostólica. Que sus monasterios sean faros de santidad, especialmente para las parroquias y las diócesis que tienen la suerte de contar con ellos.

4. El 550° aniversario de la bula Cum nulla recuerda, además, la incorporación de los laicos a la familia carmelitana, mediante la institución de la Tercera Orden seglar. Se trata de hombres y mujeres llamados a vivir el carisma carmelitano en el mundo, santificando toda la actividad diaria mediante su fidelidad a las promesas bautismales. Para que realicen plenamente esta vocación, es preciso que aprendan a marcar la jornada con la oración, y especialmente con la celebración eucarística y la Liturgia de las Horas. Han de seguir el ejemplo de Elías, cuya misión profética nacía de una experiencia ininterrumpida de Dios; y. sobre todo, han de imitar a María, que escuchaba la palabra del Señor y, guardándola en su corazón, la ponía en práctica.

275 Estos hermanos y hermanas, que el Escapulario une a los demás miembros de la Orden carmelitana, deben agradecer el don recibido y mantenerse fieles en toda circunstancia a los deberes que derivan de esta pertenencia carismática. No deben contentarse con una práctica cristiana superficial; han de corresponder a la exhortación radical de Cristo, que llama a sus discípulos a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial (cf. Mt Mt 5,48).

Con estos sentimientos, invoco sobre toda la familia carmelitana una renovada efusión de los dones del Espíritu Santo, para que camine con fidelidad a su vocación y comunique el amor misericordioso de Dios a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Imploro, con este fin, la protección materna de la bienaventurada Virgen María, Madre y Decoro del Carmelo, e imparto de corazón la bendición apostólica a los religiosos, a las monjas de clausura y a los terciarios, animando a todos a contribuir a la santificación del mundo.

Vaticano, 7 de octubre de 2002, memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario






A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA



Viernes 18 de octubre de 2002




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos esposos:

1. Me alegra recibiros con ocasión de la XV asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia. Os dirijo a todos mi saludo cordial. Agradezco de corazón al señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, las amables palabras con que ha interpretado los sentimientos de los presentes. Extiendo mi agradecimiento a cada uno de vosotros y a cuantos, de diferentes modos, trabajan en este dicasterio, realizando con generosidad y competencia una tarea tan importante para la Iglesia y para la sociedad, al servicio de la familia, santuario doméstico y cuna de la vida. Se ha hecho mucho en estos años, pero queda aún mucho por hacer. Os exhorto a no desanimaros ante la magnitud de los desafíos actuales y a proseguir sin cesar en vuestro compromiso de salvaguardar y promover el bien inestimable del matrimonio y de la familia. De este esfuerzo dependen, en gran parte, el destino de la sociedad y el futuro mismo de la evangelización.

El tema propuesto para esta plenaria es particularmente actual: Pastoral familiar y matrimonios en dificultad. Se trata de una cuestión amplia y compleja, de la que queréis considerar sólo algunos aspectos, habiendo tenido ya la oportunidad de afrontarla en otras circunstancias. A este respecto, quisiera ofreceros algunas pautas de reflexión y orientación.

2. En un mundo que se va secularizando cada vez más, es muy importante que la familia creyente tome conciencia de su vocación y de su misión. El punto de partida, en todo ámbito y circunstancia, es salvaguardar e intensificar la oración, una oración incesante al Señor, para que su fe crezca y sea cada vez más vigorosa. Como escribí en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae: "La familia que reza unida, permanece unida" (n. 41).

Es verdad que, cuando se atraviesan momentos particulares, el recurso a la ciencia puede prestar una gran ayuda, pero nada podrá sustituir a una fe ardiente, personal y confiada, que se abre al Señor, el cual dijo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28).

El encuentro con Cristo vivo, Señor de la alianza, es fuente indispensable de energía y renovación, precisamente cuando aumentan la fragilidad y la debilidad. Por eso, es necesario recurrir a una intensa vida espiritual, abriendo el corazón a la Palabra de vida. Es preciso que en lo íntimo del corazón resuene la voz de Dios, la cual, aunque a veces parece callar, en realidad resuena constantemente en los corazones y nos acompaña a lo largo del camino marcado por el dolor, como sucedió con los dos peregrinos de Emaús.

276 Hay que dedicar especial solicitud a los esposos jóvenes, para que no se rindan ante los problemas y conflictos. Jamás hay que abandonar la oración, el recurso frecuente al sacramento de la reconciliación y la dirección espiritual, pensando en sustituirlos con otras técnicas de apoyo humano y psicológico. Jamás hay que relegar al olvido lo esencial, o sea, vivir en familia bajo la mirada tierna y misericordiosa de Dios.

La riqueza de la vida sacramental, en el ámbito de una familia que participa en la Eucaristía todos los domingos (cf. Dies Domini, 81), es, sin duda alguna, el mejor antídoto para afrontar y superar obstáculos y tensiones.

3. Esto resulta aún más necesario cuando proliferan estilos de vida y se difunden modas y culturas que ponen en duda el valor del matrimonio, llegando incluso a considerar imposible la entrega recíproca de los esposos hasta la muerte, en una fidelidad gozosa (cf. Carta a las familias, 10).

La fragilidad aumenta si domina la mentalidad divorcista, que el Concilio denunció con vigor, porque lleva, muchas veces, a separaciones y a rupturas definitivas. También una educación sexual mal concebida perjudica a la vida de la familia. Cuando falta una preparación integral para el matrimonio, que respete las etapas progresivas del crecimiento en el noviazgo (cf. Familiaris consortio
FC 66), se reducen las posibilidades de defensa en la familia.

Por el contrario, no hay ninguna situación difícil que no pueda afrontarse adecuadamente cuando se cultiva un clima coherente de vida cristiana. El amor mismo, herido por el pecado, es también un amor redimido (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1608). Es evidente que si falla la vida sacramental, la familia cede más fácilmente a las insidias, porque se queda sin defensas.

¡Qué importante es favorecer el apoyo familiar a los matrimonios, especialmente jóvenes, de parte de familias sólidas espiritual y moralmente! Es un apostolado fecundo y necesario, sobre todo en este momento histórico.

4. Aquí quisiera añadir una consideración sobre el diálogo que se debe cultivar en el proceso formativo con los hijos. A menudo falta el tiempo para vivir y dialogar en familia. Muchas veces los padres no se sienten preparados, e incluso temen asumir, como es su deber, la tarea de la educación integral de sus hijos. Puede suceder que estos, precisamente a causa de la falta de diálogo, encuentren serios obstáculos para considerar a sus padres como auténticos modelos que imitar y vayan a buscar a otra parte modelos y estilos de vida que resultan a menudo falsos y nocivos para la dignidad del hombre y para el verdadero amor. La trivialización del sexo, en una sociedad saturada de erotismo, y la falta de referencia a principios éticos pueden arruinar la vida de niños, adolescentes y jóvenes, impidiendo que se formen en un amor responsable y maduro y desarrollen armoniosamente su personalidad.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, gracias por la atención que dedicáis en vuestra asamblea a un tema tan actual y que tanto me preocupa. Dios os ayude a descubrir lo más conveniente para la familia hoy. Proseguid también con entusiasmo la preparación del Encuentro mundial de las familias, que se celebrará en Manila en enero del año próximo. Espero de corazón que ese encuentro, que convoqué con ocasión de la celebración del Jubileo de las familias y al que señalé como tema: "La familia cristiana: una buena nueva para el tercer milenio", contribuya al aumento del impulso misionero de las familias en el mundo.

Encomiendo todo esto a María, Reina de la familia. Que ella os acompañe y proteja siempre. Os bendigo con afecto a vosotros y a cuantos colaboran con vosotros al servicio del verdadero bien de la familia.






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