Discursos 2002 276


AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 19 de octubre de 2002



Venerados hermanos en el episcopado:

277 1. "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ep 5,25-26).
Me complace recordar esta afirmación de la carta a los Efesios al recibiros hoy, obispos de Maranhão, aprovechando esta ocasión para compartir la riqueza del ministerio pastoral que nos ha confiado Cristo. Al encontrarme personalmente con vosotros en los días pasados, me ha alegrado mucho vuestro celo apostólico, cuya fuente y modelo es la entrega de Cristo de la que habla san Pablo.

Os abrazo con estima, amados hermanos, y de modo especial a cuantos de entre vosotros han iniciado el servicio pastoral durante estos últimos años. Agradezco las palabras que me ha dirigido, en vuestro nombre, monseñor Affonso Felippe Gregory, obispo de Imperatriz y presidente de la región Nordeste-5, informándome del estado actual de las comunidades cristianas que se os han confiado y de las que conservo un grato recuerdo vinculado a mi segunda visita pastoral a vuestra nación.

2. La misión fundamental del obispo es la evangelización, tarea que no sólo debe desempeñar individualmente, sino también como Iglesia; es una misión que se lleva a cabo en el triple oficio de enseñar, santificar y gobernar.

Como vicarios y legados de Cristo, estáis llamados inicialmente a ofrecer el anuncio claro y vigoroso del Evangelio, de modo que se exprese en toda la existencia del cristiano, en todas las situaciones. Se ha de anunciar con la palabra, sin la cual el valor apostólico de las buenas acciones disminuye o se pierde; y se ha de anunciar también con las obras de caridad, testimonio vivo de la fe, sin olvidar las obras de misericordia tanto espirituales como materiales. No debe haber reservas al asociar la palabra de Cristo a las actividades caritativas, por un sentido mal entendido de respeto a las convicciones de los demás. No es caridad suficiente dejar a los hermanos sin el conocimiento de la verdad; no es caridad alimentar a los pobres o visitar a los enfermos, llevándoles recursos humanos sin anunciarles la Palabra que salva. "Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col 3,17).

3. Como es sabido, Maranhão ha participado desde el inicio en la historia de la evangelización en Brasil, pues, en la segunda mitad del siglo XVII, su Iglesia era sufragánea de la provincia eclesiástica de Bahía. Vuestro Estado, desde los albores, se ha convertido en centro de irradiación de la acción misionera de las grandes familias religiosas -jesuitas, capuchinos, mercedarios, etc.-, muchas de las cuales colaboran aún hoy en la acción pastoral de la mayoría de vuestras diócesis. Por eso es preciso dar gracias al Todopoderoso por la obra evangelizadora realizada allí, y que el Sucesor de Pedro desea estimular con "gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7).

El Evangelio predicado con fidelidad por los pastores, como "maestros de la fe" y defensores de la verdad que hace libres, es algo que marcará siempre la pauta, como el denominador común, de cada uno de nuestros encuentros. Conozco las dificultades que encontráis en la realización de vuestro ministerio pastoral: la falta de empleo y de viviendas para tantas personas (pienso, concretamente, en los problemas vinculados a la migración interna del campo a las ciudades); los problemas relativos a la educación básica y a la salud de muchos sectores de la sociedad que, junto con los desequilibrios sociales y la presencia agresiva de las sectas, son factores que engendran incertidumbre a la hora de establecer vuestras prioridades pastorales.

Aun teniendo en cuenta los delicados problemas sociales existentes en vuestras regiones, es necesario no reducir la acción pastoral a la dimensión temporal y terrena. No es posible pensar, por ejemplo, en los desafíos de la Iglesia en Brasil limitándose a algunas cuestiones, importantes pero circunstanciales, relativas a la política local, a la concentración de la tierra, a la cuestión del medio ambiente, etc. Reivindicar para la Iglesia un modelo participativo de carácter político, donde las decisiones se votan en la "base", limitada a los pobres y a los marginados de la sociedad, pero excluyendo la presencia de todos los sectores del pueblo de Dios, desvirtuaría el sentido redentor original proclamado por Cristo.

4. El Hijo mismo, enviado por el Padre, confió a los Apóstoles la misión de instruir "a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Esta misión solemne de Cristo de anunciar la verdad salvífica fue transmitida por los Apóstoles a los obispos, sus sucesores, llamados a llevarla hasta los confines de la tierra (cf. Hch Ac 1,8) "para edificación del cuerpo de Cristo" (Ep 4,12), que es la Iglesia.

Los obispos son llamados por el Espíritu Santo a hacer las veces de los Apóstoles, como pastores de las Iglesias particulares. Por eso están revestidos de una potestad propia, que "no queda suprimida por el poder supremo y universal, sino, al contrario, afirmada, consolidada y protegida" (Lumen gentium LG 27). Juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, los obispos tienen la misión de perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno. En efecto, nuestro Salvador dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y el poder de enseñar a todas las naciones, de santificar a los hombres en la verdad y de gobernarlos (cf. Christus Dominus CD 2).

Antes de reflexionar en la triple dimensión de la misión pastoral, deseo destacar ante todo el centro en el que deben converger todas vuestras actividades: "El misterio de Cristo en la base de la misión de la Iglesia" (Redemptor hominis RH 11). Quien de algún modo participa en la misión de la Iglesia debe crecer en la adhesión fiel al mandato recibido. Esto vale en primer lugar para los obispos, que han sido, por decirlo así, "injertados" de manera muy especial en el misterio de Cristo. El obispo, revestido de la plenitud del sacramento del orden, está llamado a proponer y a vivir el misterio integral del Maestro (cf. Christus Dominus CD 12) en la diócesis que se le ha confiado. Es un misterio que contiene "inescrutables riquezas" (Ep 3,8). ¡Conservemos este tesoro!

278 5. En el triple ministerio de los obispos, como enseña el concilio Vaticano II, sobresale la predicación del Evangelio. Los pastores deben ser, sobre todo, "los predicadores de la fe que llevan nuevos discípulos a Cristo" (Lumen gentium LG 25). Como "fieles distribuidores de la palabra de la verdad" (2Tm 2,15), debemos transmitir juntos lo que nosotros mismos recibimos: no nuestra palabra, por docta que sea, porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino la Verdad revelada que debe transmitirse con fidelidad, conforme a las enseñanzas de la Iglesia.

En cuanto al ministerio de enseñar, vivís en un clima cultural de difícil solución debido al analfabetismo de adultos y niños, aunque los datos del último censo han revelado un aumento alentador de la media de años de estudio entre la población más pobre.

Por otro lado, siguen siendo elevados los índices relativos a la fragilidad del matrimonio, a la violencia infantil y a la desnutrición; a estos problemas se añaden los de la vivienda, la falta de higiene básica en muchos lugares y la evidente influencia, a veces negativa, de los medios de comunicación social. Estos últimos, en particular, cuando están orientados por la mentalidad, hoy muy difundida, de excluir de la vida pública los interrogantes acerca de las verdades últimas, confinan a la esfera privada la fe religiosa y las convicciones sobre los valores morales. Así, se corre el peligro de la existencia de leyes que ejercen una fuerte influencia sobre el pensamiento y la conducta de los hombres, prescindiendo del fundamento moral cristiano de la sociedad.

Queridos hermanos, sabéis que es deber fundamental del obispo, como pastor, invitar a los miembros de las Iglesias particulares confiadas a él a aceptar en toda su plenitud la enseñanza de la Iglesia con respecto a las cuestiones de fe y de moral. No debemos desanimarnos si, a veces, el anuncio de la Palabra sólo es acogido en parte. Con la ayuda de Cristo, que venció al mundo (cf. Jn Jn 16,33), la solución más eficaz es seguir difundiendo, "a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2), de forma serena pero intrépida, el Evangelio.

Expreso estos deseos especialmente pensando en los jóvenes de vuestro Estado, que constituyen, por ejemplo en la capital, la mitad de la población. Al cumplir el ministerio eclesial de enseñar, en unión con vuestros sacerdotes y con los colaboradores en el servicio catequístico, poned especial cuidado en la formación de la conciencia moral, que debe respetarse como "sagrario" del hombre a solas con Dios, cuya voz resuena en la intimidad del corazón (cf. Gaudium et spes GS 16). Pero, con igual fervor, recordad a vuestros fieles que la conciencia es un tribunal exigente, cuyo juicio debe conformarse siempre a las normas morales reveladas por Dios y propuestas con autoridad por la Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo.

Una enseñanza clara y unívoca con respecto a estas cuestiones influirá de manera positiva en la vuelta necesaria al sacramento de la reconciliación, por desgracia bastante abandonado hoy, también en las regiones católicas de vuestro país.

6. En cuanto al cumplimiento de la misión de santificar, "el obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles" (Sacrosanctum Concilium SC 41). Por eso es, por decirlo así, el primer liturgo de su diócesis y el principal dispensador de los misterios de Dios, organizando, promoviendo y defendiendo la vida litúrgica en la Iglesia particular que se le ha confiado (cf. Christus Dominus CD 15).

A este respecto, os recomiendo vivamente los dos sacramentos fundamentales de la vida cristiana: el bautismo y la Eucaristía.Inmediatamente después de ser elevado a la cátedra de Pedro, aprobé la Instrucción sobre el bautismo de los niños, en el que la Iglesia confirmó la práctica bautismal de los niños, usada desde el inicio. En vuestras Iglesias locales se insiste, con razón, en la exigencia de administrar el bautismo sólo en el caso en que se tenga la esperanza fundada de que el niño será educado en la fe católica, de manera que el sacramento fructifique (cf. Código de derecho canónico, c. 868, 2). Sin embargo, las normas de la Iglesia a veces se interpretan de modo restrictivo, descuidando el bien más profundo de las almas. Así, sucede que a los padres, en determinadas circunstancias, se retrasa o incluso se rechaza el bautismo de sus hijos. Es justo que padres y padrinos se preparen de modo adecuado para el bautismo de los niños, pero también es importante que el primer sacramento de la iniciación cristiana se vea sobre todo como un don gratuito de Dios Padre, pues "el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5).

Junto con la exigencia, en sí justificada, de preparar a padres y padrinos, no pueden faltar la bondad y la prudencia pastorales. No se puede exigir a los adultos de buena voluntad algo para lo cual no se les ha dado adecuada motivación. Cuando se solicita el bautismo, puede aprovecharse para brindar a los padres una catequesis que los capacite para comprender mejor el sacramento y dar así una educación cristiana al nuevo miembro de la familia. De cualquier forma, no se debe extinguir jamás la llama que aún arde; es preciso crear nuevos procesos de evangelización adaptados al mundo de hoy y a las necesidades del pueblo. El obispo es el primer responsable de que todos los presbíteros, diáconos y agentes de pastoral tengan todo el celo necesario, y toda la bondad y paciencia con el pueblo menos instruido.

Otra tarea fundamental de vuestro ministerio sacerdotal consiste en reafirmar el papel vital de la Eucaristía como "fuente y cima de toda la vida cristiana" (Lumen gentium LG 11). En la celebración del sacrificio eucarístico no sólo culmina el servicio de los obispos y de los presbíteros; en él encuentra también su centro dinámico la vida de todos los demás miembros del cuerpo de Cristo.
Por un lado, la falta de sacerdotes y su desigual distribución y, por otro, la preocupante disminución del número de cuantos asisten regularmente a la santa misa dominical constituyen un desafío constante para vuestras Iglesias. Es evidente que esta situación sugiere una solución provisional, para no dejar abandonada a la comunidad, con el riesgo de un progresivo empobrecimiento espiritual. Sin embargo, el carácter sacramental incompleto de esas celebraciones litúrgicas, llevadas a cabo por personas no ordenadas (laicos o religiosos), debería inducir a toda la comunidad parroquial a orar con mayor fervor para que el Señor envíe obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38).

279 7. Por último, unas palabras sobre la misión de gobernar que se os ha confiado. Al cumplir esta tarea, tenéis sin duda ante los ojos la imagen del buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir (cf. Mt Mt 20,28).

En este sentido, os recomiendo vivamente sobre todo a los presbíteros de vuestras Iglesias locales, para los cuales, como obispos, constituís "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad" (Lumen gentium LG 23). Velar por vuestros sacerdotes es un servicio muy exigente, sobre todo cuando tardan en llegar los frutos del trabajo pastoral, con la posible tentación de desaliento y tristeza. Muchos pastores tienen la impresión de que no trabajan en una viña evangélica, sino en una estepa árida.

Conozco el peso de los compromisos diarios vinculados a vuestro ministerio. Sin embargo, con solicitud paterna os recuerdo las palabras claras y llenas de sensibilidad del concilio Vaticano II: "Los obispos, a causa de esta comunión en el mismo sacerdocio y ministerio, han de considerar a los presbíteros como hermanos y amigos y han de buscar de corazón, según sus posibilidades, el bien material y sobre todo espiritual de los mismos. (...). Han de escucharles de buena gana e incluso consultarlos y dialogar con ellos sobre las necesidades del trabajo pastoral y el bien de la diócesis" (Presbyterorum ordinis PO 7). "Han de acompañar con activa misericordia a los sacerdotes que se encuentran en cualquier peligro o que han fallado en algo" (Christus Dominus CD 16).

8. Ante la inmensidad de la misión que se os ha confiado, venerados hermanos, nunca os dejéis vencer por el cansancio o por el desaliento, porque el Señor resucitado camina con vosotros y hace fecundos vuestros esfuerzos. Es verdad que son numerosas las urgencias pastorales, pero también son notables los recursos humanos y espirituales con los que podéis contar. Vosotros tenéis la misión de guiar al pueblo de Dios a la plenitud de la respuesta fiel al designio divino.

Que María os acompañe en este arduo pero apasionante camino. A cada uno de vosotros, así como a los sacerdotes, a los consagrados y a todos los fieles de vuestras comunidades, imparto de todo corazón mi bendición.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE UN CONGRESO


SOBRE EL ROSTRO DE CRISTO




Al venerado hermano cardenal

FIORENZO ANGELINI

Presidente emérito del Consejo
pontificio para los agentes sanitarios

1. La celebración en Roma del VI congreso anual organizado por el Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo, me ofrece la ocasión, señor cardenal, de enviarle mi saludo cordial y expresarle mi viva satisfacción por la nueva contribución que el encuentro dará al estudio de ese importante tema. Con ejemplar tenacidad y creciente entusiasmo usted, venerado hermano, valiéndose de la colaboración de la benemérita congregación benedictina de las religiosas Reparadoras del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, sigue estimulando así a ilustres estudiosos de todas las partes del mundo, con gran preparación cultural, a profundizar un tema de tan importante eficacia evangelizadora. En efecto, "el reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (Redemptoris missio RMi 18).

Asimismo, no puedo dejar de manifestarle, señor cardenal, mi gratitud y mi aprecio por haber elegido, este año, como tema de profundización de la doctrina, de la espiritualidad y de la devoción al Santo Rostro de Cristo, el magisterio y el ministerio pastoral que he desempeñado al respecto: un magisterio y un ministerio que, desde la primera encíclica, Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), hasta los documentos más recientes, ha privilegiado fuertemente esta referencia particular a la persona de Cristo.

Al término del gran jubileo del año 2000 reafirmé: "¿No es cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer que su rostro resplandezca también ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si no fuésemos nosotros los primeros contempladores de su rostro" (Novo millennio ineunte NM 16).

280 2. Al favorecer con celo e inteligencia la aportación de tantos ilustres estudiosos, investigadores, teólogos, escritores y artistas al estudio del rostro de Cristo, el Instituto internacional de investigación da una significativa contribución de comprobada autoridad a la presentación de la figura humana y divina de Cristo, ayudando al progreso del conocimiento, tanto en el ámbito de la reflexión teológica como en el de la actividad pastoral.

En el ámbito de la reflexión teológica, pues, dado que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes
GS 22), el estudio sobre el rostro de Cristo, prefigurado en los Salmos y en los Profetas y descrito con riqueza de expresiones en el Nuevo Testamento, se convierte en vía e introducción a un conocimiento cristológico y antropológico cada vez más profundo. Además, en el ámbito de la actividad pastoral, puesto que en el rostro de Cristo, sufriente y resucitado, la Iglesia, maestra de humanidad, reconoce el rostro más verdadero y más profundo del hombre, al que Cristo ofrece redención y salvación. Por tanto, la contemplación del rostro de Cristo recupera y vuelve a proponer la teología vivida de los santos, que podemos considerar como el testimonio más iluminador del verdadero seguimiento de Jesús y como el apoyo más valioso para una eficaz catequesis cristiana en nuestro tiempo.

Por otra parte, no puede pasar inadvertido, señor cardenal, el valor ecuménico de la contemplación del rostro de Cristo: en la búsqueda cada vez más profunda de esos santos rasgos, Oriente y Occidente se encuentran y se integran, como lo demuestran las contribuciones al respecto ilustradas en los congresos que el Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo ha dedicado a este tema.

3. Al expresar mis mejores deseos de que este VI congreso sobre el rostro de Cristo sea fecundo en frutos de bien, le ruego, señor cardenal, se haga intérprete de mi presencia espiritual en los trabajos del congreso, transmitiendo mi saludo y mi felicitación a los ilustres relatores, a los participantes y a cuantos, de diversas formas, sostienen la actividad y las iniciativas de ese Instituto internacional. En particular, le ruego transmita mi afectuoso apoyo a las hermanas de la congregación benedictina de las religiosas Reparadoras del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, que con encomiable devoción lo ayudan en su acción siempre diligente.

Encomendando a la intercesión celestial de la santísima Virgen su trabajo, venerado hermano, y el de cuantos de diferentes modos participan en el congreso, envío de corazón a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 19 de octubre de 2002






A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN ACUDIDO A ROMA


PARA LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN


Lunes 21 de octubre de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho acogeros de nuevo esta mañana. Os saludo a todos con afecto. Saludo, en particular, a los cardenales, a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a los religiosos y a las religiosas.

Estamos en octubre, mes dedicado de modo especial al rezo del Rosario, "oración apreciada por numerosos santos" (Rosarium Virginis Mariae RVM 1). En este contexto, queremos reflexionar también en las "maravillas" realizadas por Dios a través de los nuevos beatos, que la Iglesia nos presenta como modelos por imitar y nuestros poderosos intercesores ante Dios.

2. Me complace saludar a los peregrinos que han venido de Uganda, acompañados por el cardenal Emmanuel Wamala, así como de otras partes de África y de otras regiones del mundo para celebrar la beatificación de los beatos David Okelo y Gildo Irwa. Como dijimos ayer, estos dos jóvenes catequistas son un ejemplo luminoso de fidelidad a Cristo, de compromiso de vida cristiana y de entrega generosa al servicio del prójimo. Con la esperanza firmemente arraigada en Dios y con profunda fe en la promesa de Jesús de estar siempre con ellos, partieron para llevar la buena nueva de la salvación a sus paisanos, aceptando plenamente las dificultades y los peligros que sabían que les esperaban. Que su testimonio os fortalezca cuando tratáis de dar un auténtico testimonio cristiano en todas las circunstancias de vuestra vida. Que por su intercesión la Iglesia sea un instrumento cada vez más eficaz de bondad y paz en África y en el mundo. ¡Dios bendiga a Uganda!

281 3. Me dirijo ahora a los fieles de la diócesis de Treviso, acompañados por su obispo, monseñor Paolo Magnani, que se alegran por la elevación a la gloria de los altares de un celoso e iluminado pastor suyo, Andrés Jacinto Longhin. Saludo también con afecto a los queridos Frailes Menores Capuchinos.

Fue grande la atención que monseñor Longhin dedicó a la formación del clero. En su testamento espiritual quiso dedicar un pensamiento especial a sus sacerdotes, exhortándolos: "¡Sed santos!". Fue siempre para ellos, como para toda su gente, padre atento y diligente, especialmente para los humildes y los pobres.

La fecundidad del ministerio episcopal del beato Longhin se manifestó particularmente en las tres visitas pastorales realizadas a la diócesis, en la celebración del Congreso eucarístico y del Congreso catequístico, y en la realización de lo que se puede considerar su obra cumbre: el Sínodo diocesano. Así, sigue siendo un ejemplo actualísimo de auténtica evangelización.

4.Un profundo anhelo misionero caracteriza también la vida y la espiritualidad del beato Marco Antonio Durando. Me alegra saludar al cardenal Severino Poletto, arzobispo de Turín, así como a los padres de la Congregación de la Misión y a cuantos forman parte de la gran familia religiosa vicenciana, que está de fiesta por la inscripción en el catálogo de los beatos de uno de sus miembros más ilustres.

Definido por uno de sus hermanos "el san Vicente de Italia", brilló por su extraordinaria caridad, que supo infundir en todas las actividades que llevó a cabo: el gobierno de la comunidad, las misiones populares, la animación de las Hijas de la Caridad, la iniciativa de las "Misericordias", verdadera anticipación de los centros modernos de escucha y de asistencia para los pobres, y la fundación de la congregación de Religiosas de Jesús Nazareno, para la asistencia continua a los enfermos en sus hogares.

¡Cuánta necesidad tenemos también hoy de este profundo llamamiento a las raíces de la caridad y de la evangelización! A ejemplo del beato Marco Antonio pongámonos también nosotros al servicio de los pobres y de los más necesitados, que por desgracia no faltan tampoco en la actual sociedad del bienestar.

5. Me alegra acogeros, queridos peregrinos que habéis venido para la beatificación de María de la Pasión. Saludo a la superiora general de las Franciscanas Misioneras de María, así como al nuevo equipo de consejeras. Queridas hermanas, doy gracias por vuestra vocación, que une contemplación y misión, y por el valioso testimonio de vuestras comunidades internacionales, signo de fraternidad y de reconciliación para los pueblos. Os animo a acrecentar cada vez más en ellas el amor fraterno, en un clima impregnado de la alegría y la sencillez franciscanas. Os invito a proseguir, con caridad y en la verdad, el diálogo entablado con las culturas. Ojalá que, profundizando en la rica espiritualidad de vuestra fundadora, ayudéis a las jóvenes a descubrir la alegría de entregarse totalmente a Cristo. A los fieles presentes, a las Franciscanas Misioneras de María, a las personas que trabajan con ellas y a las que se benefician de su apostolado, les imparto de todo corazón la bendición apostólica.

6. Saludo, por último, a los peregrinos que han acudido a Roma juntamente con su obispo, monseñor Antonio Mattiazzo, para la beatificación de Liduina Meneguzzi, en particular a las queridas religiosas de San Francisco de Sales, más conocidas como religiosas Salesias. La dimensión más viva y concreta que se refleja en la existencia de sor Liduina es un alma profundamente misionera. En África se hizo "toda para todos" en la caridad, asistiendo a los heridos, animando a los afligidos y consolando a los moribundos.

Sor Liduina nos estimula a amar la vida desde su concepción hasta su ocaso natural y a respetar a toda persona humana, encontrando en la entrega generosa y desinteresada la respuesta al amor de Dios. Este es el mensaje, lleno de alegría y optimismo, con el que la nueva beata nos invita a abrirnos generosamente a la acción de la gracia de Dios.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, los nuevos beatos impulsan y sostienen nuestro camino hacia el encuentro con el Señor. Nos acompaña también la protección materna de María santísima, a quien, especialmente en este mes de octubre, invocamos con el rezo del Rosario.

A la vez que encomiendo vuestras personas y todas vuestras actividades a la intercesión celestial de la Virgen y de los nuevos beatos, os bendigo de corazón a vosotros así como a vuestros seres queridos y a cuantos encontráis en vuestro servicio misionero y caritativo.






AL SÉPTIMO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


282

Sábado 26 de octubre de 2002

: Amados hermanos en el episcopado:

1. La liturgia de estos días nos ha recordado nuestra llamada común y la gracia que ha recibido cada uno "para las funciones del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos (...) al estado de hombre perfecto, a la medida de Cristo" (Ep 4,12 Ep 4,13). Todo deberá tender a la edificación del Cuerpo de Cristo, valorando la riqueza providencial de los carismas, que el Espíritu Santo hace florecer continuamente en la comunidad.

Me alegra recibiros colegialmente, después de nuestro encuentro personal. A través de las amables palabras de monseñor Celso José Pinto da Silva, arzobispo de Teresina, pronunciadas en nombre de las regiones nordeste 1 y 4 de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil, ha sido posible percibir las muchas esperanzas que animan a las comunidades cristianas encomendadas por la divina Providencia a vuestro cuidado pastoral, sin olvidar las preocupaciones y los problemas encontrados en una tierra donde se están produciendo profundas transformaciones sociales.

2. La realidad de Ceará y de Piauí, y del nordeste en general, presenta un cuadro innegable de modernización de las estructuras creadas para su desarrollo, aunque en diversos aspectos convive con los rigores de la marginación de poblaciones enteras. En estas últimas décadas, el esfuerzo por combatir el analfabetismo, las enfermedades endémicas y la mortalidad infantil; la coexistencia con la pobreza y la miseria crónicas, debidas en buena parte a la emigración del campo a las ciudades; el problema de la justa distribución de la tierra y de la atención a la gente del mar, y muchos otros problemas, sin olvidar el binomio sequía-inundaciones, han sido motivo de constante preocupación para las autoridades locales, así como para las diversas pastorales diocesanas.

Vuestras Iglesias particulares datan del siglo pasado; son relativamente jóvenes. Pero es propio de la juventud el dinamismo, el espíritu de iniciativa y el arrojo, que forman parte de la esencia de la nacionalidad brasileña, donde se encuentra la fuerza para afrontar los desafíos que se presentan. Ambas provincias sufren la falta de clero; deben potenciar la evangelización y la catequesis, tanto de adultos como de jóvenes y niños, en el campo y en las ciudades, sin descuidar las clases que ejercen el poder de decisión y los estudiantes, en todos los niveles.

Conozco vuestro esfuerzo por fomentar la justicia y la fraternidad en una de las áreas más pobres del país. El empeño en trabajar en las pastorales de forma coordinada, especialmente para promover las vocaciones de seminaristas, con formadores cualificados, cuidando también la formación permanente de los sacerdotes, es digno de elogio. Ruego a Dios que os ayude en vuestras necesidades materiales, puesto que la carencia de medios y el costo de la formación de los seminaristas no pueden interrumpir esa obra de promoción de obreros para su mies.

Pero precisamente dentro del dinamismo de la fe, que nada hace desfallecer, deseo estimular la obra evangelizadora de vuestras diócesis, animándoos a dedicar vuestras mejores energías, en un renovado ardor misionero, al crecimiento del reino de Dios en este mundo.
Formar a los fieles en una fe firme

3. Son muchas las iniciativas apostólicas que se están difundiendo en vuestras Iglesias particulares. El despertar religioso, sobre todo entre los jóvenes, es sensible y alentador. También es fuente de esperanza la sensibilidad de los fieles a una práctica cristiana más firme y coherente. La gente del nordeste es muy religiosa. Le interesa mucho la vida de la Iglesia y está siempre abierta a la dimensión trascendente de la vida, aunque es preciso orientarla bien por lo que respecta a las devociones populares y a una inculturación conforme al Evangelio.

Sin embargo, muchos obstáculos pueden debilitar el entusiasmo de los cristianos a causa de la influencia, no siempre positiva, de la cultura consumista dominante, que amenaza con ofuscar la claridad del anuncio evangélico. Es preciso formar a los fieles en una fe firme y coherente, porque sólo el redescubrimiento efectivo de Cristo como fundamento sobre el que se ha de construir la vida de toda la sociedad, les permitirá no temer ningún tipo de dificultades: cuando la casa está cimentada sobre roca no se derrumba ante la embestida de las riadas, las lluvias torrenciales y los vientos que soplan amenazadores (cf. Mt Mt 7,24-25).

283 Es necesario un salto de calidad en la vida cristiana del pueblo, para que testimonie su fe de forma nítida y clara. Esta fe, celebrada y participada en la liturgia y en la caridad, alimenta y fortalece a la comunidad de los discípulos del Señor y los edifica como Iglesia misionera y apostólica. Nadie debe sentirse excluido de este compromiso apostólico.

4. Cuando, al inicio del nuevo milenio, quise indicar algunas prioridades pastorales, nacidas de la experiencia del gran jubileo del año 2000, no dudé en señalar, en primer lugar, que "la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (Novo millennio ineunte
NM 30). A la "llamada universal a la santidad", destacada por el concilio Vaticano II en la constitución dogmática Lumen gentium, ha respondido la Iglesia de hoy y del pasado con una legión innumerable de santos, algunos de los cuales son mundialmente conocidos, mientras que otros permanecerán en el anonimato. Todos han vivido una entrega incondicional a Dios, abrazándose a la cruz de Cristo, por la contemptio mundi, el alejamiento del mundo que los distinguía, o por la consecratio mundi, propia de los laicos. Sin embargo, "todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor" (Lumen gentium LG 40).

La Iglesia necesita sacerdotes santos; religiosos santos que se distingan por su consagración exclusiva, dentro de su carisma fundacional propio, a la realización de la obra evangelizadora con generosidad y sacrificio en la misión esencial que se les ha confiado, a ejemplo de la madre Paulina, fundadora de la congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción, a la que canonicé el pasado mes de mayo. La Iglesia necesita, hoy más que nunca, laicos santos que puedan recibir el honor de los altares después de haber buscado la perfección cristiana en medio de las realidades temporales, en el ejercicio de su trabajo intelectual o manual, todos ellos gratos a Dios, cuando se ofrecen para su honra y gloria. De sus filas surgen vocaciones para el seminario y para la vida religiosa.

5. Deseo dirigir hoy mi pensamiento a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se dedican, muchas veces con inmensas dificultades, a la difusión de la verdad evangélica. De entre ellos, muchos colaboran o participan activamente en las asociaciones, en los movimientos y en otras realidades nuevas que, en comunión con sus pastores y de acuerdo con las iniciativas diocesanas, llevan su riqueza espiritual, educativa y misionera al corazón de la Iglesia, como valiosa experiencia y propuesta de vida cristiana.

En las diversas visitas pastorales y en los viajes apostólicos he podido apreciar los frutos de esta presencia en muchos campos de la sociedad, en el mundo del trabajo, de la solidaridad internacional con los más necesitados, del compromiso ecuménico, de la fraternidad sacerdotal, de la asistencia a las familias y a la juventud, y tantos otros. Es una realidad que representa la multiforme variedad de carismas, métodos educativos, modalidades y finalidades apostólicas, vivida en la unidad de la fe, la esperanza y la caridad, en obediencia a Cristo y a los pastores de la Iglesia. En la práctica, "deben actuar como verdaderos instrumentos de comunión en el seno de la Iglesia, dando prueba tanto de una sincera y efectiva colaboración mutua para afrontar los desafíos de la nueva evangelización, como de una indispensable sintonía con los objetivos indicados por los obispos, sucesores de los Apóstoles, en las diversas Iglesias locales" (Mensaje para el Encuentro nacional de movimientos laicales, Lisboa, 28 de marzo de 2000).

6. Conozco el esfuerzo de vuestras diócesis por alcanzar estos objetivos. Uno de los factores que conviene destacar en vuestro sentire cum Ecclesia es que la presencia de las nuevas realidades suscitadas por el Espíritu, los movimientos y las asociaciones laicales en vuestras Iglesias particulares, sirve para "participar responsablemente en la misión que tiene la Iglesia de llevar a todos el Evangelio de Cristo como manantial de esperanza para el hombre y de renovación para la sociedad" (Christifideles laici, 29).

A veces se puede correr el riesgo de un ofuscamiento o miopía con respecto al valor trascendente que el fenómeno asociativo va cobrando hoy en la vida de la Iglesia. Ya he afirmado que existe "una razón eclesiológica, como abiertamente reconoce el concilio Vaticano II, cuando ve en el apostolado asociado un signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo" (ib.); y no sólo: esa gran asamblea puso de relieve lo que definió como auténtico "derecho de fundar y dirigir asociaciones, y de inscribirse en las fundadas" (ib.).

Naturalmente, la autoridad diocesana debe respetar y examinar siempre los criterios de eclesialidad para una inserción adecuada de esas nuevas realidades, de acuerdo con las necesidades pastorales, no sólo de la propia Iglesia particular, sino también de la Iglesia universal (cf. ib., 30). A todas esas realidades se les exige, ciertamente, una comunión cada vez más sólida con sus pastores, puesto que "ningún carisma dispensa de la relación y sumisión a los pastores de la Iglesia" (ib., 24); por otro lado, a estos les compete la función de discernimiento, para juzgar la autenticidad del camino que ellas deberán recorrer en los ámbitos diocesanos. También se puede pensar en estructuras pastorales complementarias, que impliquen una convergencia orgánica entre sacerdotes y laicos.

Con ello se busca orientar los esfuerzos hacia las metas que realmente están inscritas en la pastoral diocesana y, en último análisis, en la mente del Sucesor de Pedro y del Magisterio correctamente aplicado; pero es preciso evitar también el peligro de dispersión de las fuerzas vivas en objetivos diferentes de la "preocupación por todas las Iglesias" (2Co 11,28). En este sentido, quisiera atraer vuestra atención hacia el deseo, manifestado en ciertos sectores, de transformar en conferencia el Consejo nacional de laicos, como instancia paralela a la Conferencia nacional de los obispos de Brasil. Pretender crear un organismo autónomo, representativo de los laicos, sin referencia a la comunión jerárquica con los obispos, constituye un defecto eclesiológico con implicaciones graves y fácilmente detectables. Por eso, confío en vuestra diligencia para prevenir a los fieles contra tales iniciativas.

7. Asimismo, el papel fundamental que desempeñan los laicos en la misión de la Iglesia fue puesto de relieve, como sabemos, en el concilio Vaticano II y en numerosos documentos posconciliares.
Los laicos, dice la Lumen gentium, "están llamados, como miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas (...) al crecimiento de la Iglesia" (n. 33), a su expansión entre los hombres y entre los pueblos. Aún más explícito y categórico es el Decreto sobre el apostolado de los laicos, que reafirma que "los laicos tienen un específico papel activo en la vida y la acción de la Iglesia" (Apostolicam actuositatem AA 10). Por eso, su actividad apostólica no es facultativa, sino un deber estricto que corresponde a cada fiel, por el simple hecho de estar bautizado. Todos "han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, fomentar en sí mismos un espíritu verdaderamente católico y consagrar sus energías a la obra de evangelización" (Ad gentes AGD 36).

284 La misión es única, pero el modo de realizarla es diferente, conforme a los dones distribuidos por el Espíritu a los diversos miembros de la Iglesia. La acción de los laicos es indispensable para que la Iglesia se pueda considerar realmente constituida, viva y operante en todos sus sectores, convirtiéndose plenamente en signo de la presencia de Cristo entre los hombres. Esto supone un laicado maduro, en plena comunión con la jerarquía y comprometido a encarnar el Evangelio en las distintas situaciones en que se encuentre.

La función de los pastores consiste en estimular y canalizar los esfuerzos de sus diocesanos, pues se trata de una verdadera obra misionera evangelizadora, tal como fue transmitida por el Redentor a su Iglesia. Como maestros en la fe, confirman en sus diocesanos el respeto a las leyes canónicas de la Iglesia, procurando orientarlos también para que cumplan las leyes del Estado, porque "no se distinguen de los demás hombres ni por el país, ni por la lengua, ni por la organización política" (Carta a Diogneto, 5: ); sí se distinguen por la fe y la esperanza cristianas, y por la pureza de vida.

8. Con mayor razón, es necesaria una diligente y atenta pastoral de la juventud, llamada a testimoniar los valores cristianos en el nuevo milenio. No está de más reafirmar que los jóvenes son el futuro de la humanidad. Preocuparse por su maduración humana y cristiana representa una valiosa inversión para el bien de la Iglesia y de la sociedad. De aquí la convicción de que la "pastoral juvenil ha de ocupar un puesto privilegiado entre las preocupaciones de los pastores y de las comunidades" (Ecclesia in America ).

Como sabemos, la juventud brasileña caracteriza la vida nacional no sólo numéricamente, sino también por la influencia que ejerce en la vida social. Además del arduo problema del acompañamiento del menor privado de la dignidad y de la inocencia, existen los problemas vinculados a la inserción en el mundo laboral; el aumento de la criminalidad juvenil, en gran parte condicionado por la situación de pobreza endémica, por la falta de estabilidad familiar y por la acción, a veces nociva, de ciertos medios de comunicación social; la emigración interna en busca de mejores condiciones de vida en las grandes ciudades; y la preocupante implicación de los jóvenes en el mundo de la droga y de la prostitución; esos problemas constituyen factores prioritarios de vuestra solicitud pastoral.

Los jóvenes no son indiferentes a lo que enseña la fe cristiana sobre el destino y el ser del hombre. Aunque no faltan ideologías -y personas que las sostienen- que permanecen cerradas, existen en nuestra época aspiraciones elevadas que se mezclan con actitudes mezquinas, heroísmos y cobardías, idealismos y desilusiones; criaturas que sueñan con un mundo nuevo, más justo y más humano. Por eso, "si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger su mensaje, aunque sea exigente y esté marcado por la cruz" (Novo millennio ineunte
NM 9).

9. Antes de terminar este encuentro fraterno, dirijo, en forma de oración, un recuerdo especial a los obispos fallecidos, para que el Dios de misericordia los recompense con el premio eterno de su gloria. Al mismo tiempo, expreso profunda estima y fraternidad a los obispos que han dejado el servicio activo de las diócesis durante este largo quinquenio, y les renuevo aquí mi gratitud; con su presencia y su ejemplo de fe y santidad siguen siendo una verdadera bendición para la Iglesia peregrina. Que el Espíritu Santo sacie a todos con la abundancia de sus consolaciones.

María santísima, nuestra Madre, os proteja en el camino de la vida y os ampare en las dificultades de vuestro ministerio. Con estos deseos, os concedo de corazón a cada uno mi bendición apostólica, extendiéndola a vuestros sacerdotes y colaboradores, a los diáconos y a las familias religiosas, a los seminaristas y a todos los fieles de vuestras diócesis.






Discursos 2002 276